Siete días después…
—¡Dios mío, miarma! Todavía no me creo que estemos en Las Vegas —dijo Rocío cogiendo a Aída por el brazo. Ya se le notaba su embarazo, estaba de siete meses.
—El hotel es el Marriot Las Vegas —informó Elsa mientras buscaba un taxi a la salida del aeropuerto—. Dejad de hacer el tonto y cojamos el taxi. Sois peores que las crías de quince años.
Celine, retirándose el pelo de la cara mientras encendía un nuevo cigarrillo, preguntó:
—La señorita Rotenmeyer. ¿Lleva mucho tiempo así?
—Desde que volvimos de Oklahoma, hace ya cinco meses. Pero estos dos últimos están siendo tremendos —respondió Rocío bajito para que Elsa no la oyera.
Sin embargo, Elsa, a la que no se le escapaba una, dijo tras parar un taxi:
—Dejad de cotillear y coged las maletas, ¿o acaso pensáis que también os las voy a meter yo en el taxi?
—No, cariño, no —respondió Aída, que acercándose a Celine, murmuró—. Mi pobre hermano está destrozado. Pero nada, a Elsa parece darle todo igual.
—La mía puedes cargarla si te hace ilusión —se mofó Celine mirando a Elsa.
Rocío, al ver el gesto de Elsa y la guasa de Celine, señaló con una sonrisa en la boca:
—No digas tonterías, siquilla. —Al ver que Celine sonreía, añadió—: Haz el favor de coger tu jodida maleta de Loewe y no metas cizaña, que el horno no está para bollos.
—Vamos a ver, pandilla de petardas —dijo Elsa—. ¿Vais a estar conmigo normales o me vais a seguir tratando como a un ser tonto durante todo este viaje? —Todas la miraron.
Aquel comentario levantó una carcajada general. Era la primera vez que se reían desde la noche anterior, cuando todas se habían encontrado en Los Ángeles.
Una semana antes, Shanna les había llamado una por una para decirles que necesitaba tenerlas a su lado el sábado siguiente en Las Vegas. ¡Se iba a casar! Elsa, que se encontraba en Sacramento preparando la boda de Nick y Shasha, se quedó sin habla cuando su amiga la telefoneó para darle la noticia y pedirle ayuda para preparar su boda en siete días.
Celine, al oír aquello, primero la insultó, cosa normal en ella, pero, finalmente y al darse cuenta de la alegría de Shanna, se rindió y prometió dejarlo todo para asistir a la ceremonia. Sin embargo, no pudo resistir el decirle que estaba loca antes de colgar. Cuando Aída recibió la llamada de Shanna lo primero que hizo fue llorar de felicidad y lo segundo reprenderla por casarse como una cabaretera, en Las Vegas. Aquello no iba a ser una boda en condiciones. En cambio, cuando Rocío se enteró, empezó por partirse de risa pensando que era todo broma. Luego comentó que ella quería ir vestida como Dolly Parton y, por último, exigió que el padrino fuera Elvis Presley. Cuando colgó, sin creérselo todavía, llamó a Aída, que se lo confirmó. Rocío alucinó.
Elsa, encargándose personalmente de todo, había reservado una gran habitación en el hotel Marriot. Al entrar en la espaciosa estancia, Rocío silbó al ver un enorme salón con varios sillones y un bar acristalado. Desde ese salón se accedía a dos habitaciones en las que se distribuyeron Celine y Rocío en una y Elsa y Aída en la otra. Sobre las ocho de la tarde y con retraso aparecieron los flamantes novios. Shanna estaba feliz y George no abandonó su sonrisa ni un momento. Juntos cenaron y George se ganó la simpatía de las chicas. Shanna no cabía en sí de gozo. Tras algunas copas de más, los novios se marcharon y las chicas se animaron y fueron a jugar al casino.
—¡Virgencita! —murmuró Rocío al ver alejarse a Shanna con su novio—. Qué ansiosos están por darle al meneíto.
—Uff… —suspiró Aída abriendo su móvil—. Ya terminará hasta el moño de él cuando la vea planchar o cocinar, o recoger la casa, y se le insinúe con cara de bobo. ¡Hombres!
—Mmmmm, ¿en serio? —rió Celine.
—¡Ya te digo! —Volvió a hacerlas reír Aída—. Mi ex, al que espero que su madre aguante para el resto de sus días, se ponía pesado, pesado, pesado.
—¿Por qué todas las mujeres casadas decís eso? —preguntó Rocío—. Mi prima Edel cuenta lo mismo de José, su marido. Según ella, lo único que quiere es meneíto a todas horas.
—Mira que sois criticonas —rió Elsa al ver que Aída hablaba por teléfono. Sabía que era Javier quien estaba al otro lado. Él y su compañero de casa, Carlos, se habían quedado con los niños. Aída, tras hablar con su hermano colgó y se acercó hasta las chicas.
—¡Todo controlado, chicas! Niño dormido y niñas viendo una película. Sólo espero que Javier sepa seleccionar lo que mis hijas ven en la televisión a estas horas.
Y dicho aquello, salieron del restaurante y se perdieron durante horas por las calles iluminadas de Las Vegas.
—¡Virgen del suspiro! —exclamó Rocío haciéndolas reír—. ¿Hemos ganado trescientos dólares?
—Para ser más exactos, trescientos veintiocho dólares —puntualizó Elsa.
Celine estaba agotada. En dos días había viajado desde Bruselas a Nueva York, donde se encontró con Rocío, y desde allí hasta Los Ángeles, donde las esperaban Elsa y Aída para ir a Las Vegas.
—Yo no quiero ser aguafiestas, pero me caigo de sueño. Si no os importa, me voy para el hotel.
—¡Estás mayor, Tempanito! —gritó Rocío—. ¿Cómo puedes decir que estás cansada, cuando te rodean tanta luz y sonido?
Aída, que estaba como loca jugando a las tragaperras, gritó:
—¡Vamos a aquella máquina, Rocío! Oh, Dios, ¿ésa es una foto de Mel Gibson?
Celine y Elsa se miraron con complicidad. Sus amigas corrían como chiquillas entre las máquinas.
—Chicas, me voy con Celine para el hotel. Tened cuidado.
Con tranquilidad, ambas caminaron por las calles de Las Vegas mientras Celine le preguntaba a Elsa por su último trabajo en Sacramento. Con una sonrisa, Elsa le comentó con curiosidad la boda judía de Nick y Shasha. Por lo visto, sus padres habían redactado un precontrato matrimonial llamado Tnaim años atrás. Éste sólo se podía romper por causas mayores, ya que anular un compromiso era considerado un deshonor para la familia. Entre bromas, Elsa le explicó lo difícil que fue decidir la fecha de la boda, pues tenían que tener en cuenta que una celebración así nunca se podía llevar a cabo cuando comenzaba el shabat (día de descanso), ni el Yom Kipur (día de perdón), ni el Passover (cuando los judíos salieron de Egipto), etcétera.
—¿Qué es una jupa? —preguntó Celine interesada mientras caminaban juntas.
—Es como un palio de tela sujeto por cuatro lados. Según la cultura judía simboliza el techo y el inicio de un nuevo hogar. Y una de las cosas más curiosas fue el baño que la novia se tuvo que dar el día antes de la boda, el mikve, que consiste en que se moje siete veces en las aguas rituales para que Dios la santifique ofreciéndole luz, salud y prosperidad.
—Oh, qué tierno —se mofó Celine mientras encendía un cigarro.
—Pues lo creas o no, fue una bonita ceremonia. El rabino leyó la Ketuba, que es un pacto matrimonial escrito en arameo. La tía de Nick nos comentó que aquel escrito hablaba sobre las obligaciones de los novios: debían ser fieles, ayudarse en todo lo que necesitasen, etcétera.
—Uff… no me creo nada —rió Celine.
Elsa prosiguió tras darle un puñetazo.
—Créetelo, porque tras aceptar las obligaciones bebieron de la copa de vino que el rabino les ofreció y después firmaron tapados con el talit. Así se convirtieron en una sola persona. —Al ver la cara de su amiga, Elsa explicó—. El talit es el chal de rezos, que la familia de Shasha había regalado al novio. Es una costumbre de hace siglos, según nos explicó la abuela de Nick.
—Otros dos pringados que con su firma la han cagado —rió Celine con su irónica manera de hablar.
—Mira que eres bruja y mala —señaló Elsa sonriendo.
Celine, divertida por lo que Elsa le contaba, la animó a continuar.
—Sigue, sigue, que en el fondo me excita lo que me estás contando.
—¡Serás guarra! —gritó Elsa—. A ver… por dónde iba. ¡Ah, sí! Tras firmar la Ketuba, Nick le colocó un anillo precioso de Tiffanis que, por cierto, cuando lo encargamos tuvimos que decir que tenía que ser de oro, liso y sin ningún dibujo para que la buena suerte fluyera con soltura.
—¡Tiffanis! —gritó sorprendida Celine—. ¡Míralos qué pijos!
—Les gusta lo bueno —sonrió Elsa al recordarlos—. Pero lo que más me emocionó de la boda fue cuando Nick le puso el anillo a Shasha en el dedo y mirándola a los ojos con cara de cordero degollado dijo algo como: «Por este anillo te consagras como mi mujer por la ley de Moisés y las tradiciones de Israel».
—Vaya, ¡qué emocionante! —comentó Celine mirándola, sin entender qué era lo que la había emocionado tanto.
Elsa, con una mirada soñadora, siguió hablando.
—La tía de Nick nos comentó en la fiesta que aquellas palabras eran una tradición del siglo VII. Bueno, a lo que iba, Nick pisó con fuerza una copa de cristal hasta romperla en mil pedazos y todos gritaron: Mazal Tov.
—¿Y eso qué es?
—¡Buena suerte! —aclaró Elsa—. Luego Tony y yo nos encargamos de acompañar a los invitados hasta el salón, donde se bendijo una hogaza de pan llamada Challah, y a partir de ahí la gente bailó, comió y se divirtió.
—Caramba, cuánta tradición. Sinceramente, Elsa, de las bodas que me has contado he decidido que o me caso con un esquimal o no abandono la soltería.
Aquello las hizo carcajearse a ambas.
—Pero es todo muy frío —rió Elsa—. No celebran boda. Sólo llegan a un acuerdo e incluso hay matrimonios de prueba. Y lo que me parece fatal es eso de que si tu marido tiene hermanos menores, cuando él no esté en casa o se vaya de caza, la obligación de los cuñados es cumplir con la esposa.
—¡Maravilloso! Fíjate qué cantidad de cosas buenas. Si te va mal, le mandas con su madre. Además, se pueden tener amantes. ¡Yo sería una buena esposa esquimal!
—Ja, ja, ja —volvió a reír Elsa—. Sí, es cierto: los amantes pueden ser fijos o esporádicos y en sus relaciones son muy liberales.
—Definitivamente, me casaré con un esquimal. Son mi tipo —añadió Celine mirándola fijamente—. Las relaciones matrimoniales son libres y lo mejor de todo es que entre los amigos se intercambian las parejas y, al revés que en el resto del mundo, eso refuerza la amistad entre ellos.
—¡Pero qué promiscua eres!
Tras un rato de risas, Celine susurró a su amiga una vez llegaron al hotel:
—A veces envidio tu trabajo. Parece todo tan fácil.
—Pues no lo es —comentó Elsa llamando al ascensor—. Es una tarea en la que debes tenerlo todo controlado. Si algo falla, estropeas el día más importante de las personas que depositan en ti toda su confianza. Es muy estresante, aunque te aseguro que también altamente gratificante.
—Ya lo sé, tonta. En el fondo es muy parecido al mío. Tienes que escuchar lo que ellos quieren para conseguir ofrecerles lo que buscan. La publicidad es eso.
—En cierto modo, tienes razón —dijo mientras subían en el ascensor.
—¿Dónde se va a celebrar la boda de Shanna?
—En la pequeña Capilla Blanca —sonrió Elsa—. Está saliendo de Las Vegas y, para mi gusto, es una de las más bonitas que existen en este loco lugar.
Una vez entraron en la habitación, Celine se sentó en el espacioso sillón y dijo:
—No me creo aún que estemos aquí para que una de nosotras se case, ¡en Las Vegas!
—Te puedo asegurar —rió Elsa quitándose los zapatos—, que cuando Shanna me llamó la semana pasada para decirme que necesitaba que organizase su boda en esta ciudad no podía creérmelo. Es más, le pregunté si quería una boda temática junto a Elvis Presley.
—¿Qué es esa horterada?
—Si quieres casarte en el puente de la nave Enterprise, hay que ir al hotel Las Vegas Hilton y solicitarlo. El hotel Excalibur te organiza una boda medieval, que hasta cierto punto incluso me puede parecer curiosa. En el hotel Treasure Island, te organizan una boda pirata y…
—¡Pero qué me estás contando!
—Oh, sí, Celine —dijo Elsa muerta de risa—. Aquí la boda estrella es llegar montada en una Harley Davidson a la capilla y caminar los metros hasta tu colorido novio acompañada del brazo de un Elvis Presley con grandes patillas de quita y pon.
—¡Dios mío! ¿Shanna no habrá sido capaz de elegir una boda así?
—¡Antes la mato! —Y apoyando su cabeza en el sillón, Elsa susurró—: El sitio elegido es bonito y agradable, ya lo verás.
Celine, mirando a su amiga, preguntó con curiosidad:
—Elsa, ¿por qué no le das a Javier una nueva oportunidad?
Tras suspirar, ésta respondió:
—No me apetece hablar mucho sobre ese tema.
Levantándose, Celine se sentó junto a su amiga y dijo:
—Nunca te apetece hablar. Mira, recuerdo que cuando teníamos veinte años y te rompió el corazón un imbécil llamado Edward, lo pasaste fatal pero no dijiste nada a nadie, nunca, y eso no es bueno, amiga. Años más tarde Peter, el iluminado de las finanzas, te lo volvió a romper y volviste a hacer lo mismo. ¡Pero eso ha cambiado, mona! —Al escucharla, Elsa sintió ganas de reír—. Cuando yo estuve mal y necesité llorar la traición de Bernard, ahí os tuve a todas vosotras. Con esto te quiero decir que nos hables, que nos cuentes cómo te sientes, que te quejes o que llores, pero que hagas algo.
Elsa, sin poder aguantar más, comenzó a reírse de manera descontrolada, hasta dejarla perpleja.
—Gracias, Celine. Gracias por ser como eres. Eres la única capaz de decirme lo que no quiero oír y hacerme reír.
—Anda, pues mira qué bien —se mofó Celine—. Escucha, Aída no quiere decirte nada porque Javier, ese macizón, es su hermano y tú eres muy importante para ella. Le da miedo tu mala leche, y entre eso y lo mal que lo está pasando por lo de Mick, la mujer opta por no hablar.
—¿Lo dices en serio? —preguntó acercándose al bar para poner dos copas.
—Totalmente en serio. Shanna, con la locura de vida que lleva últimamente, me dijo que no podía pensar en otra cosa que no fuera su historia, cosa que comprendo, y Rocío me aseguró que no está dispuesta a discutir contigo por hablar del asunto. Por lo tanto, sólo quedo yo para decir lo que pienso y escuchar lo que quieras contarme.
—¿Y qué pretendes que te diga?
Cogiendo la copa que su amiga le tendía, Celine respondió:
—Pues lo que piensas, lo que sientes. Cómo odias a Javier, cómo te odias a ti por negarte a hacer las paces. Necesito saberlo todo y, en especial, por qué no quieres hablar con él y que me aclares por qué ordenaste a los vigilantes de tu casa que lo echaran. ¡Eso es terrible, Elsa!
Recordar aquello aún le dolía. Sabía que se había pasado pero, en aquel momento, necesitaba hacerlo.
—Sinceramente, no sé por qué lo hice. Te prometo que, en ocasiones, desearía coger el teléfono y pedirle perdón por aquello. Me avergüenzo de haber llegado a ese extremo.
—¿Y por qué no lo haces?
—Mi orgullo me lo impide —se sinceró Elsa—. Todavía pienso que me mintió en referencia a su ex, Belén.
Celine, escuchándola, susurró al ver su gesto de tristeza:
—Yo creo que no te mintió. Sólo omitió decírtelo.
—Para que los cimientos de una pareja no se derrumben, no deben existir mentiras ni omisiones —respondió Elsa.
—Tienes razón —asintió Celine—. Pero sé por Aída que Javier le había dicho a esa guarra que le dejara vivir en paz. En cambio, ella, para llamar su atención, se enrolló con ese amigo indio, Achili o Chilaili o como narices se llame.
—Chimalis —aclaró Elsa con una sonrisa—. Se llama Chimalis.
—¡Ese mismo! —asintió Celine—. Por eso Javier se enfadó. No porque sintiera nada por ella, sino porque vio el juego sucio de la zorra ésa, a la que le daba igual romper vuestra relación o el matrimonio de ese tal Chipirrin.
—Chimalis —repitió Elsa, pensativa.
—Eso, Chimalis.
—Me siento tan avergonzada —susurró Elsa al recordar el día en que Javier llamaba a su puerta y ella avisó a los de seguridad para que le echaran del edificio—. Hice mal. De aquello hace ahora dos meses y diecisiete días. Ése fue el último día que supe algo de Javier.
—Normal, Elsa. Ponte en su lugar. Si eso me lo haces a mí, y eso que no soy india, te arranco la piel a tiras. Él lo ha intentado todo. ¿Qué más quieres?
—No lo sé —respondió mirándola a los ojos.
—¿Tú le quieres?
—Muchísimo —afirmó sorprendiendo a Celine. Elsa era una persona que antes de decir algo solía pensárselo varias veces, pero no fue así en esta ocasión.
—Entonces, maldita sea, ¿por qué no haces nada por recuperarlo?
—Es complicado de entender, Celine. Además, sé por la pequeña Julia que Javier está con otra chica.
Al escuchar aquello, Celine miró al cielo. Julia, la hija de Aída, era una pequeña lianta como su madre.
—¿Que esa pequeña terrorista te ha dicho eso?
—Sí, hace un mes. Julia me dijo que su tío Javier tenía una amiga muy simpática y que la semana anterior habían ido a tomar un helado con ellos.
—Pero si esa enana es una mentirosa compulsiva —gruñó Celine al escucharla—. ¿Le has preguntado algo a Aída?
—No hizo falta. Otra noche, mientras les poníamos los pijamas a las niñas, Julia volvió a hacer ese mismo comentario cuando se habló de Javier. Ya no me hizo falta preguntar. La mirada esquiva de Aída me confirmó lo que yo necesitaba saber.
Sorprendida por la noticia, pues Aída no le había dicho nada, suspiró.
—¿Y tú estás bien, cielo?
—Estoy hecha fosfatina —respondió con tristeza— y dolida. No le ha costado nada reemplazarme por otra.
—Seguro que esa chica no es nada para Javier y…
—Ni lo sé, ni quiero saberlo —cortó Elsa bebiendo de su copa—. Ahora estoy centrada en mi trabajo y te puedo asegurar que tengo un montón de proyectos y que Javier no está entre ellos.
—Creo que te equivocas. Deberías prestarle más atención a tu corazón. Parece mentira que te pases media vida organizando bodas y seas incapaz de organizar la tuya.
—Nunca ha entrado en mis planes casarme, y lo sabes.
Celine, encendiéndose un cigarrillo, hizo reír a Elsa cuando dijo:
—Vamos a ver, petardilla. Sé que pensamos igual, pero ese indio macizón te quiere y si no te olvidó en diez años, no creo que lo haga en cinco meses.
En ese momento se oyó la puerta abrirse, y dos alocadas Rocío y Aída entraban partiéndose de risa.
—¡Chicas! —gritó Rocío—. ¡Hemos ganado un premio de tres mil dólares en una ruleta!
—Tenemos una conversación pendiente —susurró Celine mirando a Elsa.
Minutos después, las cuatro reían por lo que las recién llegadas contaban. Cuando se iban a dormir, Celine se volvió hacia sus amigas y saltó:
—Ya sabéis lo que se dice, afortunadas en el juego, desafortunadas en amores.
—Será hija de… —comenzó a decir Rocío. Pero, rápidamente, Aída le tapó la boca y todas comenzaron a reír.