Dos días después, Elsa se encontraba convaleciente de la caída mientras veía la televisión en su cama, con el pie sobre cojines, cuando de pronto se abrió la puerta de su habitación y apareció su abuela.
—Voy a bajar a comprar algo al supermercado. Pero bueno, Elsa —la regañó la mujer mientras movía su dedo acusatorio ante su nieta—. ¿Cómo puedes vivir con el frigorífico vacío? Pero si ni siquiera tienes una pequeña despensa con cualquier cosa fácil y rápida de hacer. Si se presenta una visita sorpresa, ¿qué haces?
Levantando el móvil y el teléfono que descansaban en la mesilla, dijo:
—Abuela, pues cojo esto, marco el número de comida a domicilio y en veinte minutos tengo una cena perfecta para cualquier visita sorpresa.
—De verdad, hija, qué descontrol de vida lleváis las jóvenes de hoy en día. No me extraña que esté bajando la natalidad en el mundo —cuchicheó mientras cogía su bolso y se marchaba.
Cuando oyó que la puerta se cerraba, Elsa se puso un cojín en la cara y gritó. Adoraba a su abuela, pero en pocos días la estaba volviendo loca. En ese momento le sonó el móvil. Era Tony.
—¿Cómo está mi enferma favorita?
Con su pésimo humor, ésta respondió:
—A punto del infarto —intentó bromear incorporándose de la cama.
Por inercia cogió el mando de la televisión, y comenzó a cambiar canales.
—¡Mira que te quejas, reina! —dijo al escucharla. La conocía muy bien, y ese tono de voz tenso le indicó que estaba nerviosa.
—¿Cómo llevas la boda de Roberta y Carlos? —preguntó impaciente sin darle tiempo a responder—. ¿Llegaron los del catering?
—Sí.
—¿Recogisteis el ramo?
—Sí.
—Los del cava ¿llevaron las cuatro cajas de más que les pedí ayer?
—Sí, reina —afirmó a la espera de que ella le dejara hablar.
—Entonces, sólo me llamas para decirme que todo está saliendo estupendamente. —Sonrió al saber que todo marchaba según los cálculos.
—Pues no. No era precisamente eso lo que te iba a contar.
Con una angustia que le oprimió el pecho, gritó:
—¿Qué? ¿Qué dices? ¿Qué ha pasado?
Tras retirarse el auricular de la oreja para no quedarse sordo, respondió:
—Pues mira, reina. Todo ha llegado a su tiempo y perfecto.
—¿Entonces? —gruñó sin entender nada.
—Pues que el que no ha llegado a las doce ha sido el novio —dijo Tony cansado del agotador día que llevaba.
—¿Cómo? —gritó ella sin creer lo que estaba oyendo—. ¿Carlos no se ha presentado?
—Pues no, no se presentó, y si te callas dos minutos te cuento lo que ha pasado. —Ella se calló y Tony prosiguió—. Por lo visto, ayer por la noche el novio asistió a una fiesta con sus amigos y ahí se encontró con un viejo amor. Tras pasar la noche con ella, esta mañana ha mandado un telegrama a Roberta media hora antes de la boda pidiéndole disculpas por el daño que le iba a causar, pero anulaba la boda. ¡Imagínate la que se ha liado! Todo preparado en la casa de los padres de la novia, los invitados la mitad en la iglesia y la otra mitad de camino y el novio que decide que no se casa.
—¡Pobre Roberta! —susurró Elsa.
Nunca, en todos los años que llevaba en el negocio, había ocurrido algo así. Había sufrido anulaciones pero nunca el mismo día del enlace.
—¿Cómo está ella?
—Pues imagínate. Tuvimos que llamar a un médico, porque le dio un ataque de ansiedad increíble. Ha sido horrible Elsa, horrible —respondió cerrando los ojos al recordarlo—. Ahora está con su padre despidiendo a unos familiares. Por cierto, Elsa, el padre es un tío encantador. Hace un rato y sin que yo mencionara nada, me dijo que no nos preocupáramos, que nuestro trabajo nos lo pagaba de todos modos.
Destrozada por lo que estaba escuchando susurró, apenada por Roberta:
—¡Qué desastre, Tony! Por Dios, siento no haber estado ahí para ayudaros.
—Tranquila, esto hubiera ocurrido aunque tú hubieras venido.
Reponiéndose del golpe recibido, Elsa comentó:
—Me imagino que habrás hablado con los del cava, el catering, etcétera.
—Solucionado, jefa. Hablé con los fotógrafos y con los músicos y les prometí pagarles un veinte por ciento de lo pactado y aceptaron. Sobre el vestido de novia ya sabemos que se da el dinero por perdido. La empresa de catering me ha dicho que me llamará y me dirá una cantidad, que rondará sobre el cuarenta por ciento de lo encargado. Referente a los anillos, no he querido preguntar. Creo que Roberta hablará con nosotros dentro de unos días y nos dirá qué desea hacer con ellos.
—¡Qué desastre, Tony! —volvió a repetir mientras le escuchaba.
—Sobre la devolución de los regalos, ya está Domenica repasando la lista y preparando las tarjetas para pedir disculpas por las molestias ocasionadas. Mañana podremos empezar a devolverlos.
—Me alegra ver que lo tienes todo controlado. Buen trabajo, Tony.
—Gracias, jefa —suspiró resignado—. Cuando cuelgue el teléfono, iré a despedirme de Roberta y su padre. Necesito un baño relajante en el hotel.
—No me extraña —asintió ésta—. Menudo papelón. Oye, ¿podría hablar con Roberta un momento? ¿Crees que se querrá poner?
Tony miró hacia donde estaba la muchacha con su padre y dijo.
—Espera, la tengo cerca, se lo preguntaré. —A través del teléfono Elsa oyó a Tony hablar con ella y en dos segundos pudo percibir su débil voz.
—Hola, Elsa.
—Roberta, lo siento —dijo odiando a todos los hombres por mentirosos e insensibles—. Lo siento de todo corazón. No entiendo cómo ha podido hacerte esto.
—Yo tampoco —susurró la muchacha moqueando—. Sólo espero que me lo explique algún día.
—Seguro que sí —dijo intentando ser positiva—. Sólo quería decirte que aquí me tienes para lo que necesites y, personalmente te aconsejo que te apoyes en tu familia y tus amigos. Entre todos intentaremos ayudarte.
—¡Lo haré! —asintió la muchacha y Elsa prosiguió:
—Ahora tienes que ser fuerte, y sé que será difícil entender lo que te voy a decir, pero sal a divertirte con tus amigos, eso siempre será mejor que encerrarte en casa y enfermar de pena.
—Gracias por tus palabras —susurró Roberta, agradecida por el detalle—. Te llamaré dentro de unos días. Gracias, Elsa.
Y tras aquello le pasó el teléfono a Tony, que había estado a su lado, junto al padre de Roberta, para animarla.
—Escucha, Elsa. Mañana pasaremos a verte Conrad y yo. Estate tranquila, ¿vale?
—De acuerdo —se despidió—. Un beso y hasta mañana.
Al colgar el teléfono, se quedó pensativa, pero rápidamente le sonó el móvil. Era Aída.
—¿Cómo está mi chica?
—En este momento, fatal. No me puedo mover de la cama. Mi abuela me está cebando como a un pollo y Tony me acaba de llamar para decirme que la boda que habíamos preparado para hoy se ha suspendido porque el novio no se ha presentado.
—Pero qué hijo de su madre y qué cerdo —chilló Aída al otro lado del teléfono—. Pobre chica, qué situación más embarazosa.
—Pues sí —afirmó Elsa—. Un cerdo, por no decir algo peor, en toda regla.
—Bueno, bueno, ahora olvida eso —prosiguió Aída—. ¿Qué te ha pasado en la pierna? Javier me ha dicho que te habían tirado por las escaleras del hospital.
—Ya veo que las noticias vuelan —gruñó al oír el nombre de Javier, aunque sabía por su abuela que había llamado un par de veces para ver cómo estaba—. Pues sí, unos chicos me empujaron y rodé escaleras abajo.
—Menos mal que sólo tienes un esguince y un cardenal en el culo.
Incrédula al oír aquello, Elsa gritó.
—¿También te ha contado dónde tengo los moratones?
Aída sonrió y dijo:
—Mujer, es mi hermano y tú eres mi amiga. Es normal que me lo cuente todo, todito, todo.
—¿Todo? —gritó al interpretar sus palabras—. Tu hermano es un idiota, además de un creído que se imagina que cuando besa a cualquier mujer ésta tiene que caer a sus pies.
Aída, al oír semejante comentario, que Javier no le había contado, exclamó.
—¿Que mi hermano te ha besado?
Al notar Elsa la risa de su amiga y darse cuenta de cómo había caído en la trampa, gruñó.
—Pues ¿no dices que te lo cuenta todo? Eres una lianta y una tramposa tremenda.
La risa de Aída se le contagió.
—Ya lo sé, y por eso me quieres. En serio ¿te besó mi hermano?
—Sí, pero fue un beso sin importancia.
—Vaya —susurró Aída, desilusionada—. Siento que no te gustara.
—Yo no he dicho que no me gustara —repuso Elsa, pero al ver que había caído en la trampa de su amiga una vez más, bromeó—. Mira, cherokee, vete a paseo.
—Oh, Dios, Elsa. Si al final serás mi cuñada y todo.
Poniendo los ojos en blanco, Elsa se echó hacia atrás en la cama y dijo.
—No digas tonterías. —Y al oír el llanto de un bebé preguntó—: ¿Cómo está el pequeño Mick?
Aída cogió en brazos a su hijo de nueve meses, que al sentirse atendido dejó de llorar.
—Oh, bien, ya sabes, mocos y cosas de bebés.
—¿Y las pequeñas locas? —Sonrió Elsa al pensar en las gemelas.
—En el colegio. Esta tarde representan una obra de teatro en la que van vestidas de tomate y pepinillo.
—Y… ¿Mick?
Al oír su nombre, Aída cambió su tono de voz y dijo:
—Uff… Como siempre, nada nuevo.
—¿Habéis hablado?
—Sí, pero no sirve de nada. Creo que la decisión la voy a tomar yo.
Al escuchar aquello, suspiró. La decisión era la separación.
—Aída, ¿estás segura?
—Me temo que sí —respondió con tranquilidad y cambiando de tema preguntó—. ¿Está tu abuela ahí contigo?
—No —resopló—. Ahora está comprando medio supermercado. Dice que no tengo comida en casa, pero por más que le explico que entre semana no como aquí, y que por la noche, con cualquier cosa me apaño, no hay quien le haga entender que no necesito tener la despensa llena.
—Es normal, Elsa, tómatelo con tranquilidad. Necesitas a alguien que esté contigo ahí y Estela lo hace estupendamente, seguro.
—Pero si estoy encantada —sonrió al pensar en su abuela—. Me cuida, me mima, me besuquea, pero es muy pesada en lo referente a la comida.
En ese momento, oyó la puerta de entrada abrirse. Un segundo después, su abuela entró en el dormitorio con dos impresionantes bolsas llenas de comida.
—Hola, abuela, estoy hablando con Aída. ¿Quieres saludarla?
Dos segundos más tarde su abuela, colgada al teléfono, hablaba con su amiga mientras ella miraba dentro de las dos bolsas de comida. Su abuela había comprado leche, fruta, lechuga, queso y carne. Pero lo que más le gustó fue ver un paquete de donuts, que rápidamente abrió y comió mientras oía a su abuela despedirse.
—Tu abuela es un encanto —dijo Aída tras hablar con ella.
—La verdad es que es un cielo. Por cierto, hablé con Shanna ayer.
—¿Qué tal le fue en México?
—Estupendamente. Me dijo que te llamaría hoy o mañana.
Pensar en Shanna le hacía sonreír. Trabajaba para una cadena privada de Toronto y viajaba por el país entrevistando a personajes famosos y haciendo diversos reportajes. Shanna era bastante conocida en Canadá, gracias a sus controvertidas entrevistas.
—¿Sigue con Peter Serigan?
—Eso es agua pasada —respondió Elsa mientras atacaba otro donut—. Ahora está con un jugador de hockey o algo así, un tal Marlon.
—Qué pena, con lo mono que era Serigan.
Ambas sonrieron.
—No te preocupes, creo que Marlon también lo es —aclaró Elsa.
—La verdad es que me encanta presumir de amiga, y sobre todo de novio de amiga —dijo Aída con malicia. En ese momento el pequeño Mick comenzó a llorar.
—Elsa, te llamaré en otro momento. Un beso y que te mejores.
Cuando colgó el teléfono, volvió a coger el mando, y justo cuando empezaba a interesarse por un programa que había sobre decoración, volvió a sonar el móvil. Al mirar y ver que ponía número privado decidió no contestar. Tras varios timbrazos, el móvil paró. Dos segundos después, sonaba el teléfono de casa. Desde su habitación oyó reír a su abuela y, de nuevo, se concentró en la televisión.