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Faltaban horas para la boda de Aída. Sus nervios crecían por minutos. Al final, tras aquella noche sin poder dormir, llamó por teléfono a Elsa, quien al escuchar su voz sonrió y se imaginó lo nerviosa que estaba.

—¿Tan nerviosa estás?

—¡Histérica! —contestó Aída—. Realmente la palabra que me definiría es ¡histérica!

Elsa sonrió. La conocía y se la podía imaginar.

—Vamos a ver… Creo que deberías relajarte y dormir. Mañana será un día largo.

—Ya lo sé, pero es que no puedo dormir —resopló desesperada—. Y no quiero decirle nada a papá y mamá porque bastante nerviosos están ellos como para que yo vaya ahora y haga que lo estén más.

—Es normal, tonta —rió al escucharla—. Me imagino que eso debe de ser algo normal para una novia la noche antes de su boda.

—Sinceramente, creo que lo que menos nerviosa me pone es la boda.

Sorprendida por aquella respuesta, Elsa preguntó:

—Entonces, ¿por qué estás así?

Tras un resoplido, Aída se sinceró.

—Adoro a Mick, pero vivir tan lejos de papá, mamá y Javier me saca de mis casillas. No lo entiendo. Cuando Mick y yo hablamos de la posibilidad de casarnos y empezar una nueva vida juntos, a mí me pareció estupenda la idea de vivir en Los Ángeles. Pero ahora, cuando miro mi habitación —susurró recorriendo con nostalgia aquellas cuatro paredes que durante tantos años habían sido su gran refugio—, se me hace difícil pensar que ya no viviré más aquí, y que a partir de mañana ésta será la habitación que utilizaremos Mick y yo cuando vengamos de vacaciones.

Al escucharla, Elsa no pudo por menos que sonreír. Su amiga tenía miedo de su nueva vida.

—Yo creo que te está entrando el pánico preboda.

—Puede. Mamá me dijo el otro día que cuando me vaya cambiará esta habitación. No quiere que siga como hasta ahora, dice que le traería demasiados recuerdos.

Intentando entender a las dos, madre e hija, Elsa respondió:

—Es normal, Aída. Ponte en su lugar. Tiene que ser muy triste ver cómo te vas. Eres su niña, ¡la loca de su niña! Te van a echar mucho de menos y, aunque te enfades conmigo, creo que los muebles de la habitación no importan ahora.

—Ya lo sé —intentó sonreír apoyada en la pared—. Creo que soy una histérica. Por Dios, pobre Mick. No se ha dado cuenta todavía de lo que le ha caído encima. Al final tendrá razón Javier: cualquier día, Mick me meterá en un avión y me mandará para España.

Al escucharla, Elsa sonrió y recordó que Javier le había hecho ese comentario unos días antes.

—Pero si está encantado contigo. —Y para que ella sonriera, añadió—: Vas a ser muy feliz. Siempre has buscado un hombre como él y lo has encontrado.

—Creo que sí. Mick es un tesoro. He tenido mucha suerte al encontrarlo.

En ese momento, Aída recordó algo. Entonces, añadió:

—Por cierto, hablando de tesoros. Javier me dijo que el otro día estuvo charlando contigo en el cumpleaños de Bea. ¿Es verdad?

—Sí. Me ayudó a hacer sándwiches. Es un crío encantador. Llevaba varios años sin verle.

—¿Crío? —Aída rió al escuchar aquello—. Como te oiga decir eso, te corta la lengua o peor, la cabellera. —Ambas rieron.

—Me contó que había vivido una temporada con tu curiosa bisabuela.

—Tuvo suerte. Por ser el chico de la familia pudo estar cuatro años en Oklahoma, en el Instituto Sequoyah de Tahlequah. Ya sabes que papá quería que recibiéramos la misma educación que él. Sin embargo, mi glamurosa madre no me dejó ir, por ser chica. Se lo reprocharé toda la vida. Me hubiera gustado vivir con la bisabuela Sanuye y conocer de cerca la cultura cherokee.

Al decir aquello, Aída sonrió. Ése era el tipo de comentario que en España causaba risa. Aquí sólo eran capaces de imaginar a un cherokee con la cabeza llena de plumas.

—Javier me dijo que su forma de ver la vida era distinta de la de la gente de su edad.

—Sí. Javier es especial, Elsa. El tiempo que ha pasado con la bisabuela le hizo madurar de manera diferente al resto de los chicos de su edad. Por eso creo de veras que de crío tiene muy poco. Además, mañana cumple dieciocho años y si le trataras verías que es mucho más adulto que yo, que tengo veintidós.

—¡Mira que eres tonta! —rió su amiga.

—La razón de que nos casemos mañana es que es el aniversario de boda de mis padres y también el cumpleaños de mi hermano. Cómo iba yo a ser menos: siempre dije que me casaría ese día.

—¡Qué envidiosa! —exclamó Elsa. Ya conocía aquella parte de la historia.

Aída se tumbó en la cama para seguir hablando.

—Eso mismo dijo Javier —rió al recordarlo—. Aunque está encantado y dice que así nunca se olvidará de felicitarnos.

Tras unas risas y media hora más de comunicación telefónica, Elsa dijo al final:

—Bueno, Pocahontas, creo que ha llegado el momento de dormir. Ahora mismo vas a colgar el teléfono, apagarás la luz y te dormirás para levantarte radiante. ¿De acuerdo?

Aída lo pensó y, tras convencerse de que era lo mejor, asintió.

—Creo que te haré caso. —Pero, antes de colgar, preguntó—: Mañana vendréis todas para ayudarme con el vestido, ¿verdad?

Al decir «todas» se refería a Elsa y a las tres amigas que llegarían para la boda.

—Para ser india eres tremendamente pesada —bromeó Elsa—. Sí, claro que sí. Mañana sobre las cuatro estaremos TODAS en tu casa, siempre y cuando el avión de Shanna llegue a tiempo. Por cierto, estoy como loca por ver a las chicas.

—¡Yo también! —chilló emocionada la novia—. Esta tarde Celine me llamó tras llegar al hotel con su maravilloso novio y me dijo que tenía que contarnos algo mañana.

—¿Ha venido con Bernard? Quizá se nos case con ese idiota.

—Espero que no —resopló Aída—. Ya sabes que cuando le envié la invitación de boda le dije que viniera con quien quisiera. Y cuando llamó me confirmó que vendría con Bernard a pesar de que a nosotras no nos guste. ¿A qué hora llega Shanna?

—Su avión estará aquí a las once y veinte de la mañana. La pobre no ha podido encontrar otro vuelo. Estaba histérica por si se retrasaba y no podía llegar a tiempo. Sin embargo, esta tarde me ha llamado desde el aeropuerto de Toronto y me ha dicho que el vuelo salía a su hora. —Y mirándose el reloj señaló—: Ahora estará metida en el avión, espero que durmiendo, para que mañana tenga fuerzas para tu fiesta.

—¿Y Rocío?

—Llegó ayer de Nueva York y está en casa de sus padres. Anoche cenamos juntas y no te dijimos nada porque comprendimos que tenías que ir con los padres de Mick. Y ahora a dormir, futura señora casada, y no te preocupes por nada. Mañana estaremos todas juntas y charlaremos antes de tu boda.

—He encargado canapés para que comamos mientras cotilleamos y la peluquera vendrá con dos ayudantes.

—Perfecto —sonrió Elsa—. Tendremos tiempo para charlar. Hasta las siete y media no es la boda. Y ahora, señorita, a dormir, que mañana nos espera un día muy largo.

Tras colgar el teléfono, Elsa comprobó que la alarma estaba activada a las nueve. Tenía que ir al aeropuerto para recoger a Shanna. Una vez se hubo asegurado, apagó la luz y, cerrando los ojos, consiguió dormir.