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Salí de Barcelona rumbo a la India dos semanas después de ese día.

En el aeropuerto, una vez facturada mi única maleta con destino a Bombay, me quedé mirando a Estrella, a Diana y a Óscar como si en lugar de embarcarme en uno de mis viajes profesionales, me fuera a la guerra. Fue una sensación extraña. Lo noté también en el abrazo de mi mujer, y en su beso.

Oh, Dios, habíamos hecho el amor la noche pasada, pero ese beso fue auténticamente explícito. Diana nos lo hizo notar.

—¿Pero qué hacéis? Todo el mundo os mira.

—¿Por qué las hijas de diez años se avergüenzan de sus padres, si mamá toma el sol sin la parte de arriba del biquini o si papá se desmelena en la salita oyendo un viejo disco de los Creedence?

—Cállate, retrógrada —le dije con la comisura de los labios ya que el resto lo tenía ocupado.

—Si lo sé no vengo —continuó en sus trece.

Inútil decirle que nadie nos miraba, que en un aeropuerto nadie mira a nadie porque todo el mundo va y viene, y los que no van ni vienen, se despiden o reciben a alguien con besos.

Me arrodillé entre los dos y les tocó su turno.

Un beso para ella. Un beso para él.

—¿Qué nos traerás?

—No lo sé, hijo. En la India no hay gran cosa.

—Un escarabajo sagrado —me propuso.

Había visto la tarde anterior una película de faraones egipcios, claro.

—Estaré de vuelta en unos días. Portaos bien.

—Haznos una foto —me propuso Óscar.

Diana arrugó la cara. También estaba en la edad de no querer fotos.

¿Cuántas edades tienen antes de perder su maravillosa, aunque en ocasiones, insoportable, inocencia? Saqué la cámara de mi bolsa de mano y les inmortalicé allí mismo. Cuando la guardé ya no hubo tiempo para más. Odio las despedidas en aeropuertos y demás.

Y lo mismo Estrella. Volví a abrazarles. Volví a besar a mi mujer.

—Ten cuidado —fue lo último que oí en forma de susurro en mi oído.

Después entré en la zona internacional. Mientras subía por las escaleras automáticas, levanté la mano una vez. Sólo una vez. Mis hijos sonreían, con toda su sana intensidad.

Dos niños como otros. Dos niños con la pequeña fortuna en su destino de haber nacido en un país occidental, en tiempo de paz, con un futuro abierto ante sí.

Al quedarme solo me sentí bastante abrumado.

Y deseé estar de vuelta. Y deseé no haber encontrado jamás aquellos mensajes.

Luego me sentí culpable por ello.

Menos de una hora después salía en el puente aéreo rumbo a Madrid, para tomar allí el vuelo de Air India con destino a Bombay y escala en Abu Dabi.