Toni Roura suele estar muy ocupado, sin embargo yo soy uno de los pocos mortales que puede llegar a sus oficinas y ser recibido sin haber concertado una cita previa. Bueno, salvo que esté reunido. Entonces tengo que esperar, como cualquiera. Por suerte, las reuniones de Toni Roura no son muy largas. Él habla y los demás asienten. Nadie se atreve a abrir la boca, y menos para discutir o protestar. Por eso sus revistas funcionan; eso es lo que cuenta. No creo en las gestiones personalistas, sin embargo… Yo comencé con él, y de él aprendí mucho.
Aquel día no estaba reunido, pero era día de cierre de una de sus principales publicaciones mensuales. Eso significa idas y venidas, carreras, gritos, maquetas de portada y la eterna sensación de que nada es tan bueno como parecía al comienzo.
Esperé en su antedespacho viendo como Marisa, su secretaria, descolgaba el teléfono cada diez segundos bien para decir que no se le podía molestar o bien para llamar a alguien por indicación de su jefe. En los escasos dos minutos que duró la espera, entraron y salieron tres personas. Las entradas fueron sudorosas y las salidas pesarosas. Cuando me tocó el turno, la actividad seguía, pero Toni por lo menos tuvo el detalle de no dejarme fuera.
Me sentí casi como en el pasado.
—¿Qué te parece? —me enseñó un diseño de portada en cromalín.
—Yo bajaría este tono de verde para que no se confundiera con el fondo, pondría esta foto aquí, cortada por abajo, y destacaría más esta noticia. El resto me gusta.
Le hice sonreír.
—Estás en forma, ¿eh?
—No lo creas. Sólo recuerdo tus gustos.
Apareció una chica, expectante.
Toni Roura le puso la portada en las manos.
—Baja el verde del titular principal, se confunde con el del fondo. La foto de arriba colócala en el ángulo inferior izquierdo cortando un poco por abajo y la noticia de P.R. destácala un poco más. Eso es todo.
Esperamos a que ella desapareciera, y entonces se echó hacia atrás en su silla para mirarme a los ojos. Parecía satisfecho. Muy satisfecho. Y eso que apenas le veía, por la nube de humo formada en su despacho. Para un no fumador como yo, estar cinco minutos con Toni Roura era arriesgarse a un cáncer de pulmón.
—¿Qué quieres venderme? —quiso saber.
—Hombre, Toni.
—Venga, Alberto, no me seas escrupuloso. Ya sabes que no quiero echarte. Tienes diez minutos antes de que me vaya a una cita, podemos pasar uno negociando lo que sea y nueve hablando de otras cosas o estar aquí los diez minutos perdiendo el tiempo.
—Voy a ir a la India.
—¿Otra vez? —no pareció muy entusiasmado.
—Necesito que me compres lo que haga allí.
—¿Y qué vas a hacer allí?
—Lo que quieras que haga.
—Tengo fotos de esos tipos que se bañan en Benarés, de cremaciones, de mujeres hermosas del Rajasthan con sus ropas de colores, de la miseria de Calcuta o Bombay y de todo lo que quieras. Tú mismo me las vendiste.
—¿Qué tal un reportaje sobre la industria del cine indio?
—¿Qué?
—Es tan importante como la de Hollywood. En la India se hacen cientos de películas al año, aunque todas sean iguales, con canciones y bailes y amores cursis, en los que ni siquiera hay besos porque en la pantalla están prohibidos.
—¿Hablas en serio?
—Sí.
Se lo pensó. Le había dicho aquello como podía haberle dicho otra cosa. Me salió así.
—¿Tú crees que eso interesará a alguien?
—Muchos actores y actrices, dada su popularidad, se presentan luego para cargos ejecutivos, alcaldes, gobernadores, presidentes estatales… Un artículo presentando a los guapos y las guapas del cine de allí quedaría cuanto menos curioso. La gente compararía.
—O sea, que quieres que te pague el viaje a la India —fue al grano.
—En parte.
—¿Para qué vas? ¿Vacaciones? ¿Tienes ‘mono’? ¿Alguna otra cosa?
La historia de Iqbal no encajaba en ninguna de las revistas de Toni, pero al menos tenía derecho a saber la verdad. Iba a pagarme ciento cincuenta o doscientas mil pesetas por nada.
Bueno, por el reportaje del cine o por el de la doma de elefantes o el conflicto de Cachemira.
—Se trata de alguien llamado Iqbal, posiblemente un niño —comencé a decirle la verdad.
—Me gusta —me sorprendió—. Llevas demasiado tiempo fuera del negocio y está claro que últimamente no ves ninguna de mis revistas. Los niños venden. ¿Qué le sucede a ese tal… cómo has dicho que se llama?