A Elena la despertaron gritos. Ya había despertado una vez a una dicha increíble, y ahora volvía a estar despierta… pero sin duda era la voz de Damon. ¿Gritando? ¡Damon no gritaba!
Se echó una bata por encima, salió como una exhalación por la puerta y bajó la escalera.
Voces alzadas…, confusión. Damon estaba arrodillado en el suelo y tenía el rostro de un tono blanco azulado. No había ni una planta en la habitación que pudiese estar estrangulándole.
Envenenado, fue lo siguiente que pensó Elena, y al instante sus ojos se movieron veloces por la habitación en busca de una bebida derramada, un plato caído, cualquier indicio de que un veneno hubiera sido el causante. No había nada.
Sage daba palmadas a Damon en la espalda. ¡Oh, cielos! ¿Se estaría asfixiando? Pero eso era una idiotez. Los vampiros no respiraban, salvo para hablar y acumular Poder.
Pero entonces, ¿qué sucedía?
—Tienes que respirar —gritaba Sage al oído de Damon—. Inhala, como si fueses a hablar, pero luego retén el aire, como si fueses a invocar tu Poder. Piensa en tus órganos internos. ¡Haz trabajar esos pulmones!
Las palabras no hicieron más que confundir a Elena.
—¡Ya está! —exclamó Sage-¿Lo ves?
—Pero sólo dura un instante. Luego necesito volver a hacerlo.
—¡Pues claro, ésa es la cuestión!
—¿Te digo que me estoy muriendo y te ríes de mí? —gritó un Damon desaliñado—. ¡Estoy ciego, sordo, mis sentidos están hechos un desbarajuste… y te ríes!
«Desaliñado», pensó Elena, preocupada por algo.
—Bueno. —Sage parecía estar intentando no reír al menos—. ¿No habrás abierto, mon petit chou, algo que no iba dirigido a ti, verdad?
—Coloqué salvaguardas rodeándome por completo antes de hacerlo. La casa estaba a salvo.
—Pero tú no lo estabas… ¡Respira! ¡Respira, Damon!
—¡Parecía completamente inofensivo… y lo admito…, todos íbamos… a abrirlo anoche…, pero entonces nos sentimos demasiado cansados…!
—Pero hacerlo solo, abrir un regalo de un kitsune… Eso ha sido estúpido, ¿verdad?
Un Damon medio asfixiado le soltó:
—No me des sermones. Ayúdame. ¿Por qué estoy enfundado en algodones? ¿Por qué no puedo ver? ¿U oír? ¿U oler… algo? ¡Te lo aseguro, no puedo oler nada en absoluto!
—Estás tan en forma como podría estarlo cualquier humano. Probablemente podrías vencer a la mayoría de vampiros si peleases con uno justo ahora. Pero los sentidos humanos son muy pocos y están muy embotados.
Las palabras giraban enloquecidas en la cabeza de Elena: abrir cosas no dirigidas a ti…, ramo de un kitsune…, humano.
«¡Oh, Dios mío!»
Al parecer, las mismas palabras pasaban en aquellos momentos por la mente de otra persona, porque, de improviso, una figura salió a toda velocidad de la zona de la cocina. Stefan.
—¿Me has robado el ramo? ¿El del kitsune?
—Tuve mucho cuidado…
—¿Te das cuenta de lo que has hecho? —Stefan zarandeó a Damon.
—¡Ay! ¡Eso duele! ¿Es que me quieres partir el cuello?
—¿Eso duele? ¡Damon, te espera un mundo de dolor! ¿Comprendes? Hablé con aquel kitsune. Le conté toda la historia de mi vida. Elena vino a visitarme y él la vio prácticamente… bueno, no importa eso; ¡la vio llorando sobre mí! ¿Te… das… cuenta… de… lo… que… has… hecho?
Era como si Stefan hubiese empezado a subir una serie de escalones, y cada uno lo elevara a un nivel más alto de furia que el anterior. Y allí, en lo alto…
—¡TE MATARE! —chilló Stefan—. ¡Has cogido… mi humanidad! ¡El me la dio… y tú la has cogido!
—¿Que tú me matarás? ¡Seré yo quien te mate…, bastardo! Había una flor en el centro. Una rosa negra, la más grande que he visto nunca. Y olía… divinamente…
—¡Ha desaparecido! —informó Matt, mostrando el ramo.
Lo exhibió. Había un gran hueco en el centro del variado arreglo floral.
A pesar del agujero, Stefan corrió hasta él, e introdujo el rostro en el ramo, inhalando profundas bocanadas de aire. Una y otra vez alzaba la cabeza y chasqueaba los dedos y cada vez llameaban relámpagos entre las yemas de los dedos.
—Lo siento, amigo —dijo Matt—. Me parece que ha desaparecido.
Elena lo comprendió todo entonces. Aquel kitsune… era uno de los buenos, como en los relatos de los que Meredith les había hablado. O al menos lo bastante bueno como para compadecerse de la situación de Stefan. Y así pues, cuando se había liberado, había preparado un ramo; los kitsune podían hacer cualquier cosa con plantas, aunque sin duda ésta era una gran hazaña, algo parecido a encontrar el secreto de la eterna juventud… Convertir a vampiros en humanos. Y después de que Stefan hubiese soportado y soportado y soportado y finalmente hubiese obtenido su recompensa…, justo ahora…
—Voy a regresar —gritó Stefan—. ¡Voy a ir en su busca!
—¿Con o sin Elena? —preguntó Meredith en voz baja.
Stefan se detuvo. Alzó la mirada hacia la escalera, y sus ojos se encontraron con los de Elena.
«Elena…»
«Iremos juntos.»
—No —gritó Stefan—, jamás te haría pasar otra vez por eso. No puedo ir después de todo esto. ¡Te estaría llevando a la muerte! —Se volvió de nuevo hacia su hermano—: ¡Te voy a matar!
—Ya he pasado por eso —respondió Damon—. Además, ¡soy yo el que te va a matar, bastardo! ¡Me has arrebatado mi mundo! ¡Soy un vampiro! ¡No soy un… —aquí añadió algunas palabrotas muy creativas— humano!
—Bueno, pues ahora lo eres —dijo Matt, que apenas podía evitar reír en voz alta—. Así que yo diría que será mejor que te acostumbres.
Damon saltó sobre Stefan. Stefan no se apartó, y en un instante había allí tal barahúnda de revolcones, patadas, puñetazos e imprecaciones en italiano que daba la impresión de que había al menos cuatro vampiros peleando contra cinco o seis humanos.
Elena se sentó, impotente.
Damon… ¿un humano?
¿Cómo iban a hacer frente a eso?
Alzó los ojos y vio que Bonnie había preparado con cuidado una bandeja con todas las clases de cosas que les resultaban apetecibles a los humanos; sin duda, la había hecho para Damon antes de que éste se hubiese dejado llevar por la histeria.
—Bonnie —llamó Elena en voz baja—, no se la des todavía. Se limitará a tirártela por la cabeza. Pero tal vez más tarde…
—¿Más tarde no la tirará?
Elena se estremeció.
—¿Cómo va a hacer frente Damon a lo de ser humano? —se preguntó a sí misma en voz alta.
Bonnie contempló el ovillo de furia vampira/humana que maldecía y escupía.
—Yo diría… que pataleando y chillando todo el tiempo.
Justo entonces la señora Flowers salió de la cocina, con un enorme montón de gofres esponjosos amontonados en varios platos colocados en una bandeja, y vio el ovillo que formaban Stefan y Damon rodando por el suelo entre palabrotas y gruñidos.
—¡Oh, válgame Dios! —dijo—. ¿Qué ha pasado aquí?
Elena miró a Bonnie. Bonnie miró a Meredith. Meredith miró a Elena.
Y entonces las tres ya no pudieron más, y dejaron escapar un torrente de carcajadas sin poder remediarlo.
«Habéis perdido un aliado poderoso —dijo una voz en la mente de Elena—, ¿te das cuenta? ¿Puedes prever las consecuencias? ¿Y precisamente hoy, cuando acabas de regresar de un mundo de Shinichis?»
«Venceremos —pensó Elena—. Tenemos que hacerlo.»