Elena experimentaba una sensación que no era capaz de describir del todo. No era decepción. Era… flojera. Tenía la sensación de haber estado buscando a Stefan la mayor parte de su vida.
Pero ahora le tenía de vuelta otra vez, totalmente a salvo y limpio (había tomado un largo baño mientras ella insistía en restregarlo con cuidado con toda clase de cepillos y piedras pómez, y luego una ducha, y a continuación una ducha un tanto apretada con ella). Los cabellos se le secaban convirtiéndose en la sedosa mata oscura —un poco más largos de lo que él acostumbraba a llevarlos— que ella conocía. No había tenido energías para frivolidades como mantener el pelo corto y limpio. Elena lo comprendía.
Y ahora… no había guardas ni kitsune a su alrededor para espiarles. No había nada que les mantuviese separados el uno del otro. Habían estado juguetones en la ducha, echándose agua el uno al otro, mientras Elena se aseguraba en todo momento de mantener los pies en el protector antideslizante y de estar lista para intentar sostener el peso del cuerpo larguirucho de Stefan. Pero ahora no podían mostrarse juguetones.
El atomizador de la ducha había sido muy útil, también… para ocultar las lágrimas que no dejaban de correr por la mejillas de Elena. Podía —¡cielo bendito!— contar y palpar cada una de sus costillas. Stefan no era más que huesos y piel, su hermoso Stefan, pero sus ojos verdes estaban vivos, centelleando y danzando en el pálido rostro.
Después de ponerse el pijama se limitaron a permanecer sentados en la cama durante un rato. Juntos, respirando de forma sincronizada —Stefan se había acostumbrado a ello al pasar tanto tiempo cerca de humanos y, recientemente, al intentar alargar la pequeña cantidad de alimento que recibía— y sintiendo ambos el cuerpo cálido del otro al lado; era casi demasiado. Luego, casi experimentalmente, Stefan buscó a tientas la mano de Elena, y cogiéndola, la sostuvo entre las suyas, dándole vueltas con admiración.
Elena tragaba saliva una y otra vez, intentando dar inicio a una conversación, y se sentía como si irradiara dicha. «¡Oh!, no necesito nada más», pensó, aunque sabía que muy pronto querría hablar, y abrazar, y besar, y alimentar a Stefan. Pero si alguien le hubiese preguntado si habría aceptado sólo eso, estar sentados juntos, comunicándose por el tacto el amor, lo habría aceptado.
Antes de darse cuenta, ya estaba hablando, palabras que surgían igual que burbujas que brotaran de melaza, sólo que éstas eran burbujas que procedían de su alma.
—Pensaba que de algún modo podría perder esta vez. Que había vencido tantísimas veces, y que esta vez algo me daría una lección y tú… no sobrevivirías.
Stefan seguía estudiando maravillado su mano, inclinado diligentemente para besar cada dedo por separado.
—¿Llamas «ganar» a morir en medio del dolor y la luz del sol para salvar mi despreciable vida… y la aún más despreciable de mi hermano?
—Llamo a esto un mejor modo de ganar —admitió Elena—. Cada vez que conseguimos estar juntos es ganar. Cualquier momento… incluso en aquella mazmorra.
Stefan hizo una mueca de dolor, pero Elena tenía que finalizar de exponerle sus pensamientos.
—Incluso allí, mirar en tus ojos, tocar tu mano, saber que me mirabas y tocabas… y que estabas feliz… bueno, para mí eso es ganar.
Stefan alzó los ojos hacia los de ella, y en la tenue luz, el verde pareció repentinamente oscuro y misterioso.
—Y una cosa más —susurró él—. Porque yo soy lo que soy… y porque tu gloria suprema no es esa gloriosa nube dorada de pelo, sino una aura que es… inenarrable. Indescriptible. Más allá de cualquier palabra…
Elena había pensado que permanecerían sentados y se limitarían a contemplarse, sumergiéndose uno en los ojos del otro, pero no era eso lo que sucedía. La expresión de Stefan había decaído y Elena comprendió lo cerca del ansia de sangre —y de la muerte— que todavía estaba en realidad.
A toda prisa, Elena se apartó los cabellos húmedos a un lado del cuello, y luego se echó hacia atrás, sabiendo que Stefan la tomaría.
Él lo hizo, pero aunque Elena inclinó la barbilla atrás, él se la inclinó hacia abajo con ambas manos para mirarla.
—¿Sabes cuánto te quiero? —preguntó.
Todo su rostro era una máscara ahora, enigmática y extrañamente estremecedora.
—No creo que lo sepas —susurró—. He contemplado y contemplado cómo estabas dispuesta a hacer cualquier cosa, cualquier cosa para salvarme… pero no creo que sepas lo mucho que ese amor ha ido acrecentándose en mí, Elena…
Unos escalofríos deliciosos descendían por la columna vertebral de Elena.
—Entonces será mejor que me lo muestres —musitó—. O podría creer que no lo dices en serio…
—Te mostraré a qué me refiero —musitó a su vez Stefan.
Pero cuando se inclinó sobre ella fue para besarla con delicadeza. Los sentimientos en el interior de Elena… al ver que aquella criatura hambrienta quería besarla en lugar de ir directamente a su garganta, alcanzaron un apogeo que no podía explicar en pensamientos o palabras, sino únicamente atrayendo la cabeza de Stefan de modo que la boca de éste descansara sobre su garganta.
—Por favor —dijo—. ¡Oh, Stefan, por favor!
Entonces sintió los rápidos dolores del sacrificio, y luego Stefan bebía su sangre, y la mente de la joven, que había estado revoloteando por todas partes como un pájaro en una habitación iluminada, vio ahora su nido y a su compañero y ascendió veloz, más y más, para alcanzar por fin la unión con su bienamado.
Después de eso no hubo necesidad de la torpeza de las palabras, pues se comunicaron mediante pensamientos tan puros y nítidos como gemas relucientes, y Elena sintió regocijo porque toda la mente de Stefan estaba abierta a ella, y ninguna parte quedaba aislada por un muro o a oscuras y no había peñascos de secretos ni niños encadenados y llorosos…
«¿Qué? —oyó exclamar a Stefan mentalmente—. ¿Un niño encadenado? ¿Un peñasco del tamaño de una montaña? ¿Quién tiene eso en su mente…?»
El joven se interrumpió, sabiendo la respuesta, incluso antes de que el pensamiento veloz como un rayo de Elena pudiese decírsela. La muchacha sintió la nítida oleada verde de su piedad, sazonada con la cólera natural de un joven que ha pasado por los abismos del infierno, pero sin estar contaminada por el terrible veneno negro del odio de un hermano hacia otro hermano.
Cuando Elena hubo acabado de explicar todo lo que sabía de los procesos mentales de Damon, indicó: «¡Y no sé qué hacer! He hecho todo lo que podía, Stefan, he…, incluso le he querido. Le he dado todo lo que no era exclusivamente tuyo. Pero no sé si ha hecho el menor efecto siquiera.»
«Llamó a Matt por su nombre en lugar de Memo», la interrumpió Stefan.
«Sí; reparé… en eso. No había dejado de pedirle que lo hiciera, pero jamás pareció tener efecto.»
«Pues lo ha tenido: has conseguido cambiarle. No muchas personas pueden.»
Elena le envolvió en un estrecho abrazo, se detuvo, preocupada porque pudiese estar apretando demasiado, y le miró. El sonrió y meneó la cabeza. Empezaba ya a tener aspecto de persona en lugar del de un superviviente de un campo de exterminio.
«Deberías seguir usándola —dijo Stefan usando la mente—. Tu influencia es la que ejerce mayor efecto sobre él.»
«Lo haré… sin alas artificiales», prometió Elena, y a continuación le inquietó que Stefan pudiese considerarla demasiado presuntuosa… o demasiado encariñada.
Pero una mirada de Stefan fue suficiente para asegurarle que hacía lo correcto.
Se abrazaron con fuerza.
No resultó tan duro como Elena había imaginado que sería… ceder a Stefan a otros humanos para que tomara su sangre. Stefan llevaba puesto un pijama limpio, y lo primero que dijo a los tres donantes fue:
—Si os asustáis o cambiáis de idea, simplemente decidlo. Puedo oír perfectamente, y no estoy poseído por el ansia de sangre. Y de todos modos, probablemente percibiré si no os está gustando antes de que lo hagáis vosotros, y pararé. Y por último…, gracias… Gracias a todos. He decidido romper mi juramento esta noche porque todavía existe una pequeña posibilidad de que si me durmiese no pudiese despertar mañana sin vuestra ayuda.
Bonnie se mostró horrorizada, indignada y furiosa, todo a la vez.
—¿Quieres decir que no has podido dormir en todo este tiempo porque temías que…, que…?
—Sí que me quedé dormido de vez en cuando, pero por suerte… siempre volví a despertar. Hubo momentos en los que no me atrevía a moverme para conservar energías, pero de algún modo Elena siguió hallando modos de acudir junto a mí, y cada una de las veces que vino, me trajo alguna clase de sustento.
Dirigió a Elena una mirada que provocó que a ésta el corazón le saliera disparado del pecho y se elevara hasta la estratosfera.
Y a continuación organizaron un horario, según el cual se alimentaría a Stefan cada hora en punto, y luego ella y los demás dejaron a la primera voluntaria, Bonnie, a solas, para que estuviese más cómoda.
Sucedió a la mañana siguiente. Damon había salido ya a visitar a Leigh, la sobrina de la vendedora de antigüedades, quien había parecido muy contenta de verle, y ahora estaba ya de vuelta, para contemplar con desdén a los perezosos dormilones distribuidos por toda la casa de huéspedes.
Fue entonces cuando vio el ramo.
Estaba fuertemente precintado con salvaguardas; amuletos para ayudarle a atravesar el espacio dimensional. Había algo poderoso allí dentro.
Damon ladeó la cabeza.
«¿Humm…, me pregunto qué?»
Querido diario:
No sé qué decir. Estamos en casa.
Anoche cada uno de nosotros tomó un largo baño… y me sentí un tanto decepcionada porque mi cepillo favorito de mango largo para frotar la espalda no estaba allí, y no había ninguna bola estrella que tocase música de ensueño para Stefan… y el agua estaba ¡TIBIA! ¡Y Stefan fue a ver si el calentador estaba encendido al máximo y se encontró con Damon que iba a hacer lo mismo! ¡Sólo que no pudieron porque volvemos a estar en casa!
Pero yo desperté hace un par de horas durante unos pocos minutos y me encontré con el espectáculo más hermoso del mundo… Un amanecer. Rosa pálido y un verde fantasmagórico en el este, con la noche totalmente oscura aún en el oeste. Luego un rosa más intenso en el cielo, y los árboles todos ellos envueltos en nubes de rocío, y a continuación un resplandor brillante desde el borde del horizonte y un rosa oscuro, un crema e incluso un color verde melón en el cielo. Finalmente, una línea de fuego y en un instante todos los colores cambian. La línea se convierte en un arco, el cielo occidental adquiere un tono azul cada vez más intenso, y acto seguido aparece el sol trayendo calor y luz y color a los verdes árboles, y el cielo empieza a adquirir un azul celeste; celeste, que simplemente significa celestial, aunque de algún modo experimento unos escalofríos deliciosos cuando lo digo. El cielo adquiere un celestial azul cerúleo que recuerda a una gema, y el dorado sol empieza a verter en este mundo energía, amor, luz y todo lo que es bueno.
¿Quién no sería feliz contemplando esto mientras Stefan la abraza?
Nosotros que tenemos la enorme suerte de haber nacido en la luz; que la vemos cada día y jamás pensamos en ello, debemos considerarnos dichosos. Podríamos haber nacido para ser almas oscuras que viven y mueren en una sombra carmesí, sin saber siquiera que en alguna parte existe algo mejor.