En aquellos momentos, Matt y la señora Flowers no podían ya hacer caso omiso de las cegadoras luces. Tenían que salir.
Pero justo cuando Matt abría la puerta hubo…, bueno, Matt no supo qué fue aquello. Algo salió disparado directamente del suelo y hacia el cielo, donde se hizo cada vez más pequeño, se convirtió en una estrella y desapareció.
¿Un meteorito que había atravesado la Tierra? ¿Pero eso no traería consigo tsunamis y terremotos y ondas expansivas e incendios forestales y quizá que la Tierra se quebrara? Si un meteorito que chocó contra la superficie pudo exterminar a todos los dinosaurios…
La luz que había estado brillando hacia arriba había perdido un poco de intensidad.
—Vaya, válgame Dios —dijo la señora Flowers con una vocecita trémula—. Matt, querido, ¿estás bien?
—Sí, señora. Pero… —El vocabulario de Matt no pudo resistir la tensión—. ¿Qué diablos ha sido eso?
Y ante su leve sorpresa, la señora Flowers respondió:
—¡Es exactamente lo que yo pensaba!
—Espere… Algo se mueve. ¡Retroceda!
—Querido Matt, ten cuidado con esa arma…
—¡Son personas! ¡Oh, Dios mío! Es Elena. —Matt se sentó bruscamente en el suelo, y ahora ya sólo era capaz de musitar—: Elena. Está viva. ¡Está viva!
Por lo que Matt podía ver, había un grupo de personas trepando y ayudando a otras a trepar fuera de un agujero perfectamente rectangular, quizá de un metro y medio de profundidad, en la parcela de angélica de la señora Flowers.
Se oyeron voces.
—De acuerdo —decía Elena, a la vez que se inclinaba abajo—. Ahora sujeta mis manos.
Pero ¡el modo en que iba vestida! Un retal de tela escarlata que dejaba ver toda clase de arañazos y cortes en sus piernas. En la parte superior… bueno, los restos del vestido cubrían más o menos lo que cubriría un bikini. Y lucía las alhajas de fantasía más enormes y centelleantes que Matt había visto nunca.
Sonaron más voces, que fueron abriéndose paso a través de la conmoción del muchacho.
—Ten cuidado, ¿vale? Lo alzaré hacia ti…
—Puedo subir por mí mismo… —¡Sin lugar a dudas, ése era Stefan!
—¿Veis? —se regocijó Elena—. ¡Dice que puede subir él solo!
—Oui, pero a lo mejor un pequeño impulso…
—Este no es precisamente el momento para hacerse el machito, hermano.
Y ése, se dijo Matt, que aún jugueteaba con el revólver, era Damon. Benditas balas…
—Dejadme, quiero… hacerlo yo solo…, ¿de acuerdo?…, ¿entendido? Ya está.
—¡Ya está! ¿Lo veis? ¡Mejora por momentos! —alabó Elena.
—¿Dónde está el diamante? ¿Damon? —Stefan sonó ansioso.
—Lo tengo yo. Tranquilízate.
—Quiero sostenerlo. Por favor.
—¿Más de lo que quieres abrazarme a mí? —preguntó Elena.
Todo resultó borroso por un momento y luego Stefan estaba recostado en los brazos de Elena, mientras ésta le decía:
—Con calma, con calma.
Matt miraba atónito. Damon estaba justo detrás de ellos, casi como si formara parte de la escena.
—Yo cuidaré el diamante —dijo éste, tajante—. Tú cuida de tu chica.
—Perdonadme…, lo siento, pero… ¿podría alguien por favor subirme?
¡Y aquélla era Bonnie! ¡Parecía quejumbrosa pero no asustada ni desdichada! ¡Bonnie reía tontamente!
—¿Tenemos todas las bolsas de bolas estrella?
—Todas las que encontramos en esa casa.
Y aquélla era Meredith. Gracias a Dios. Todos habían conseguido volver. Pero a pesar de lo que pensaba, sus ojos se vieron atraídos otra vez hacia una figura, el que parecía estar supervisándolo todo, el que tenía el pelo dorado.
—Cualquiera de las bolas estrella podría ser… —empezaba a decir, cuando Bonnie exclamó:
—¡Mirad! ¡Mirad! ¡Son la señora Flowers y Matt!
—Vamos, Bonnie, ¿cómo iban a estar esperándonos? —terció Meredith.
—¿Dónde, Bonnie, dónde? —quiso saber Elena.
—Si se trata de Shinichi y Misao disfrazados les voy a… ¡eh, Matt!
—¿Quiere decirme alguien dónde?
—¡Justo ahí, Meredith!
—¡Oh! ¡Señora Flowers! Esto…, espero que no la hayamos despertado.
—Jamás he tenido un despertar más feliz —respondió la anciana en tono solemne—. Puedo ver por lo que habéis pasado en el Lugar Oscuro. Por vuestra…, ejem…, falta de ropa…
Un repentino silencio. Meredith dirigió una rápida mirada a Bonnie. Bonnie se la devolvió.
—Sé que estas ropas y joyas pueden parecer un poco excesivas…
Matt recuperó la voz.
—¿Esas joyas? ¿Son auténticas?
—¡Oh, no son nada! Estamos todos sucios.
—Perdonadme. Apestamos… Pero eso es culpa mía… —empezó a decir Stefan, aunque fue interrumpido en seguida por Elena.
—Señora Flowers, Matt: ¡Stefan ha estado prisionero! ¡Todo este tiempo! Privado de alimento y torturado… ¡oh, Dios mío!
—Elena. Chist. Me has traído de vuelta.
—Te hemos traído de vuelta. Ahora, jamás te dejaré marchar. Jamás en la vida. —Tranquila, amor mío. Pero creo que necesito un baño… —Stefan se interrumpió de repente—. ¡No hay barrotes de hierro! ¡Nada que aísle mis Poderes! Puedo…
Se apartó de Elena, quien se aferró a él con una mano, y brilló un suave relámpago de luz plateada, como una luna llena apareciendo y desapareciendo en medio de ellos.
—¡Venid aquí! —dijo—. ¿Quién quiere que le libre de esos diminutos parásitos horribles?
—Soy la chica que buscas —replicó Meredith—. Tengo fobia a las pulgas, y Damon jamás me consiguió siquiera un matapulgas. ¡Menudo amo!
Sonaron risas ante aquello, risas que Matt no comprendió. Meredith llevaba puesto —bueno, tenían que ser joyas de fantasía—, pero todavía parecían como unos cuantos millones de dólares en zafiros.
Stefan tomó la mano de Meredith y brilló el mismo suave destello. Y entonces Meredith retrocedió diciendo:
—Gracias.
La respuesta en voz baja de Stefan fue:
—Gracias a ti, Meredith.
Al menos el vestido azul de la muchacha estaba de una pieza, observó Matt.
Bonnie —cuyo vestido había sido acuchillado hasta convertirse en cintas del color de la luz de las estrellas— alzaba ya una mano.
—¡Yo también, por favor!
Stefan le tomó la mano, y repitió lo mismo otra vez.
—¡Gracias, Stefan! ¡Oooh! ¡Me siento mucho mejor! ¡Odiaba ese picor!
—Gracias a ti, Bonnie. Odiaba pensar que moriría solo.
—¡Los demás vampiros podríais ocuparos de vosotros mismos! —dijo Elena, como si tuviese una tablilla y fuese tachando cosas—. Y Stefan, por favor… —Le tendió las manos.
Él se arrodilló ante ella, le besó ambas manos, y luego las envolvió en la suave luz blanca.
—Pero de todos modos me gustaría tomar un baño… —dijo Bonnie en tono de súplica, a la vez que el vampiro nuevo —el alto y musculoso— y Damon hacían centellear un resplandor de luz de luna alrededor de sí mismos.
La señora Flowers tomó la palabra entonces.
—Hay cuatro cuartos de baño que funcionan en la casa: en la habitación de Stefan, en mi habitación y en las habitaciones contiguas a la de Stefan. Están a vuestra disposición. Pondré unas cuantas sales de baño en cada uno ahora mismo. —Y luego añadió, extendiendo los brazos a todo el harapiento, ensangrentado y sucio grupo—: Mi casa es vuestra, queridos míos.
Le respondió un coro de apasionadas «gracias».
—Organizaré una lista rotatoria. Para alimentar a Stefan, quiero decir. Si vosotras, chicas, estáis dispuestas —añadió apresuradamente Elena, mirando a Bonnie y a Meredith—. No necesita mucha, sólo un poco cada hora hasta que amanezca.
Elena todavía parecía sentirse muy cohibida ante Matt, y éste se mostraba muy cohibido ante ella; pero avanzó, con las manos vacías alzadas para demostrar que era inofensivo.
—¿Es una norma que sean sólo chicas? Porque yo también tengo sangre, y estoy sano como un caballo.
Stefan le miró rápidamente.
—No hay una norma respecto a que sean sólo chicas. Pero no tienes que…
—Quiero ayudarte.
—De acuerdo, entonces. Gracias, Matt.
La respuesta apropiada parecía ser «Gracias a ti, Stefan», pero a Matt no se le ocurrió nada hasta que dijo:
—Gracias por cuidar de Elena.
Stefan sonrió.
—Da las gracias a Damon por eso. Él y los demás me ayudaron… y se han protegido entre sí.
—También paseamos perros…, al menos Sage lo hace —dijo Damon con picardía.
—¡Oh… Eso me recuerda…! Debería usar ese truco desparasitador en mis dos amigos. ¡Sable! ¡Garra! ¡Aquí! —Añadió un silbido que Matt jamás podría haber imitado.
De todos modos, para el muchacho era como estar dentro de un sueño. Un perro enorme, que parecía casi tan grande como un poni, y un halcón surgieron de la oscuridad.
—Ahora —dijo el vampiro atlético, y una vez más brilló la suave luz.
Y a continuación:
—Ya está. Si no le importa, yo prefiero dormir en el exterior con mis amigos. Le agradezco todas sus amabilidades, madame, mi nombre es Sage. El halcón es Garra; el perro, Sable.
—Me pido el baño de Stefan para Stefan y para mí —dijo Elena—, y el baño de la señora Flowers para las chicas. Vosotros, chicos, podéis organizaros por vuestra cuenta.
—Yo —dijo la señora Flowers con gravedad— estaré en la cocina, preparando bocadillos. —Se volvió para marcharse.
Fue entonces cuando Shinichi se alzó de la tierra ante ellos.
O más bien cuando su rostro se alzó. Era evidentemente una ilusión, pero aun así resultaba aterradora y portentosa. La verdad era que Shinichi parecía estar allí, un gigante, quizá sosteniendo el mundo sobre los hombros. La parte negra de sus cabellos se fundía con la noche, pero las puntas escarlatas creaban un halo llameante alrededor de su rostro. Puesto que venían de una tierra que estaba dominada por un sol rojo gigante, día y noche, resultaba una visión singular.
Los ojos de Shinichi también eran rojos, como dos lunas pequeñas en el firmamento, y estaban fijos en el grupo que estaba junto a la casa de la señora Flowers.
—Hola —saludó—. Vaya, parecéis tan sorprendidos. No deberías estarlo. En realidad, no podía dejaros regresar sin asomarme a saludaros. Después de todo, ha pasado mucho tiempo… para algunos de vosotros —dijo el rostro gigante, que sonreía burlón—. Además, desde luego, quería participar en las celebraciones; hemos salvado al pequeño Stefan, y, caramba, incluso hemos peleado contra una gallina descomunal para conseguirlo.
—Me habría gustado verte enfrentarte a Blodwedd, uno contra uno, y obtener una llave oculta en su nido, al mismo tiempo —empezó a decir Bonnie, llena de indignación, pero paró cuando Meredith le oprimió el brazo.
Sage, entretanto, murmuraba algo respecto a lo que su propia «gallina descomunal», Garra, haría si Shinichi fuera lo bastante valiente como para mostrarse en persona.
Shinichi hizo caso omiso de todo ello.
—¡Oh, sí! No nos olvidemos de la gimnasia sueca mental que habéis tenido que llevar a cabo. Verdaderamente formidable. Bueno, nunca más os confundiremos con idiotas rematados que nunca se preguntaron, para empezar, por qué os daría mi hermana en realidad pistas, y mucho menos, pistas que unos extraños pudiesen comprender. Quiero decir —les dirigió una mirada lasciva—, ¿por qué no tragarse simplemente la llave para empezar, eh?
—Te estás marcando un farol —replicó Meredith en tono rotundo—. Nos subestimasteis, simple y llanamente.
—Es posible —dijo Shinichi—. O a lo mejor fue alguna otra cosa distinta por completo.
—Habéis perdido —intervino Damon—. Me doy cuenta de que ése puede ser un concepto totalmente nuevo para vosotros, pero es cierto. Elena ha obtenido mucho más control sobre sus Poderes.
—Pero ¿funcionarán aquí? —Shinichi sonrió de un modo inquietante—. ¿O desaparecerán súbitamente a la luz de un pálido sol amarillo? ¿O en las profundidades de la auténtica oscuridad?
—No dejes que te haga picar el anzuelo, madame -gritó Sage—. ¡Tus Poderes proceden de un lugar al que él no puede acceder!
—¡Ah, sí! Me olvidaba del renegado. El hijo rebelde del Rebelde. Me gustaría saber… ¿cómo te haces llamar esta vez? ¿Cage? ¿Rage? Me pregunto qué pensarán estas criaturitas cuando averigüen quién eres en realidad.
—No nos importa quién sea —chilló Bonnie—. Sabemos lo suficiente. Sabemos que es un vampiro, pero que puede ser tierno y amable y nos ha salvado una y otra vez.
Cerró los ojos, pero se mantuvo firme ante el estallido de risa de Shinichi.
—Así pues, «madame» -se mofó Shinichi—, crees que has ganado a «Sage». Pero me pregunto si sabes qué es lo que en ajedrez llamamos un «gambito». ¿No? Bueno, estoy seguro de que tu amiga la intelectual estará encantada de informarte.
Hubo una pausa. Luego Meredith explicó, totalmente inexpresiva:
—Un gambito es cuando un jugador de ajedrez sacrifica algo…, por ejemplo, un peón…, deliberadamente… sólo para obtener otra cosa. Una posición en el tablero que desea, pongamos por caso.
—Sabía que podrías explicárselo. ¿Qué piensas de nuestro primer gambito?
Otro silencio, y entonces Meredith dijo:
—Doy por sentado que insinúas que nos has devuelto a Stefan para conseguir algo mejor.
—¡Oh!, si tuvieses los cabellos dorados… como los que tu amiga Elena ha exhibido tan generosamente.
Hubo varias exclamaciones, que venían a decir «¿Qué?»… La mayoría iban dirigidas a Shinichi, aunque algunas fueron para Elena.
Ésta estalló de inmediato.
—¿Cogiste los recuerdos de Stefan…?
—Vamos, vamos, no seas tan drástica, querida.
Elena dirigió la mirada hacia el rostro gigantesco con una expresión de total desprecio.
—Tú… Sinvergüenza.
—¡Oh! Se me parte el corazón.
Pero lo cierto era que el rostro gigante de Shinichi sí que parecía afectado: enojado y peligroso.
—Entre vosotros, que sois todos amigos tan íntimos, ¿sabéis cuántos secretos se esconden? Desde luego, Meredith es una experta en secretos, ha conseguido ocultárselos a sus amigas todos estos años. Creéis que ya se lo habéis sacado todo, pero lo mejor está aún por llegar. Y luego, por supuesto, está el secreto de Damon.
—Que si se cuenta aquí y ahora significará una guerra en este mismo instante —repuso Damon—. Y ¿sabes?, es extraño, pero tengo la sensación de que esta noche has venido a negociar.
En esta ocasión las risas de Shinichi fueron un auténtico vendaval, y Damon tuvo que colocarse de un salto detrás de Meredith para impedir que ésta fuese derribada al interior del agujero que había hecho el ascensor.
—Muy galante —tronó de nuevo Shinichi, haciendo añicos cristal en alguna parte de la casa de la señora Flowers—. Pero ahora, de verdad, debo irme. ¿Dejo una sinopsis de los trofeos que todavía tenéis que buscar antes de que vuestra pequeña cofradía se pueda mirar a la cara?
—Creo que ya los tenemos. Y ya no eres bienvenido a esta casa —replicó la señora Flowers con frialdad.
Pero la mente de Elena seguía trabajando. Incluso estando allí de pie, sabiendo que Stefan la necesitaba, buscaba las razones que había tras aquello: el segundo gambito de Shinichi. Porque estaba segura de que aquello era uno.
—¿Dónde están las fundas de almohada? —preguntó en una voz tan aguda que asustó y desconcertó a la mitad del grupo, y sencillamente asustó al resto.
—Yo sujetaba una, pero luego decidí sujetar a Sable en su lugar.
—Sage.
—Yo tenía una, en el fondo del agujero, pero la solté cuando alguien me izó. —Bonnie.
—Yo todavía tengo una, aunque no entiendo de qué puede… —empezó a decir Damon.
—¡Damon! —Elena se volvió en redondo hacia él—. ¡Confía en mí! Tenemos la tuya y la de Sage a salvo… ¿qué pasa con la de Bonnie dentro del agujero?
En cuanto ella dijo «confía en mí», Damon había arrojado su funda de almohada encima de la de Sage, y para cuando ella terminó de hablar, ya había saltado al interior del agujero, que todavía estaba tan iluminado con la luz de las líneas de energía que lastimaba los ojos de cualquier vampiro. Pero Damon no se quejó. Dijo:
—La tengo a salvo… no, ¡espera! ¡Una raíz! ¡Una maldita raíz está enroscada alrededor de una de las bolas estrella! ¡Que alguien me arroje un cuchillo, rápido!
Mientras todo el mundo se palmeaba los bolsillos en busca de cuchillos, Matt hizo algo que Elena no podía creer. Primero echó una ojeada abajo al interior del agujero de metro y medio mientras apuntaba con… ¿Era un revólver? Sí; lo reconoció como la pareja del de Meredith. Luego sin intentar bajar con cuidado, simplemente saltó como lo había hecho Damon, dentro del agujero.
—NO QUERÉIS SABER… —rugió Shinichi, pero nadie le prestaba atención.
El salto de Matt no terminó suavemente como había sucedido con el de Damon. Acabó con una exclamación ahogada y una imprecación sofocada. Pero Matt no perdió tiempo; todavía de rodillas, alzó el arma para entregársela a Damon.
—Balas bendecidas…, ¡dispara!
Damon se movió muy de prisa. Ni siquiera dio la impresión de apuntar. Pero sin duda había soltado el seguro y apuntó inmediatamente, pues la raíz iba disparada ya hacia la blanda pared del agujero, con el extremo bien enrollado a algo redondo.
Elena oyó dos disparos tremendos; tres. Luego Damon se inclinó y levantó una bola con una enredadera enroscada, de tamaño medio y transparente allí donde se podía distinguir su auténtica superficie.
—¡DEJA ESO!
La cólera de Shinichi estaba más allá de toda medida. Los dos ardientes puntos rojos que eran sus ojos parecían llamas… igual que lunas ardiendo. Parecía como si intentase conseguir que le obedecieran mediante puro volumen.
—¡HE DICHO QUE NO TOQUÉIS ESO CON VUESTRAS ASQUEROSAS MANOS HUMANAS!
—¡Oh, Dios mío! —jadeó Bonnie.
Meredith se limitó a decir.
—Es la de Misao; tiene que serlo. Él se arriesgaría con la suya; pero no con la de ella. Damon, pásamela, junto con el revólver. Apuesto a que no es a prueba de balas. —Se arrodilló, alargando los brazos al interior del agujero.
Damon, con una ceja enarcada, hizo lo que se le pedía.
—¡Oh, cielos! —exclamó Bonnie, desde el borde del agujero—. Matt se ha torcido un tobillo… como mínimo.
—OS LO DIJE —tronó Shinichi—. LO LAMENTARÉIS…
—Déjame —le dijo Damon a Bonnie, sin prestar la menor atención a Shinichi, y sin más preámbulos, levantó a Matt y flotó hacia arriba fuera del agujero.
Depositó al rubio muchacho junto a Bonnie, que le miró con los enormes ojos desorbitados de un desconcierto total.
Matt, no obstante, era un virginiano de pura cepa. Tras tragar saliva sólo una vez, consiguió pronunciar un «Gracias, Damon».
—No es nada, Matt —respondió él, y luego—: ¿Qué? —cuando alguien lanzó una exclamación de sorpresa.
—Lo recordaste —gritó Bonnie—. Recordaste su… ¡Meredith! —se interrumpió, mirando a la alta muchacha—. ¡La hierba!
Meredith, que había estado examinando la bola estrella con una expresión extraña, arrojó entonces el revólver a Damon e intentó arrancar con la mano libre la hierba que se había enroscado a sus pies y ascendía ya hacia sus tobillos. Pero en cuanto hizo eso, la hierba pareció saltar hacia arriba y agarrarle la mano, sujetándola a los pies. Y en aquellos momentos echaba ya retoños y ascendía veloz por el cuerpo en dirección a la esfera que sostenía bien en alto.
Al mismo tiempo, se apretaba alrededor de su pecho, extrayéndole el aire de los pulmones.
Todo sucedió tan de prisa que no fue hasta que jadeó: «Que alguien coja la bola», que los demás saltaron en su ayuda. Bonnie fue la primera en llegar y tiró con los dedos de la vegetación que oprimía el pecho de Meredith. Pero cada brizna era como acero, y no consiguió arrancar ni una. Ni tampoco pudieron Matt o Elena. Entretanto, Sage intentaba alzar a Meredith en volandas —arrancarla de la tierra— y tenía tan poco éxito como el resto.
El rostro de Meredith, claramente visible a la luz que todavía brillaba desde el agujero, se iba tornando lívido.
Damon le arrebató la bola estrella de los dedos justo antes de que la enmarañada vegetación que avanzaba por su brazo pudiera alcanzarla. Entonces empezó a moverse literalmente más de prisa de lo que el ojo humano podía seguir, sin detenerse en un solo lugar el tiempo necesario para que una planta lo agarrara.
Pero, de todos modos, la hierba alrededor de Meredith seguía apretando, y el rostro de la muchacha iba tornándose azul. Tenía los ojos desorbitados y la boca abierta para inhalar un aire que no le llegaba.
—¡Para! —chilló Elena a Shinichi—. ¡Te daremos la bola estrella! ¡Pero suéltala!
—¿SOLTARLA? —Shinichi rugió una carcajada—. QUIZA SERÍA MEJOR QUE MIRASES POR TUS PROPIOS INTERESES PRIMERO ANTES DE PEDIRME UN FAVOR.
Alocadamente, Elena miró a su alrededor… y vio que la hierba había envuelto casi por completo a un Stefan arrodillado, que había estado demasiado débil para moverse tan de prisa como los otros.
Y que en ningún momento había emitido el menor sonido para atraer la atención hacia él.
—¡No! —El alarido desesperado de Elena casi ahogó las risas de Shinichi—. ¡Stefan! ¡No!
Incluso sabiendo que era inútil, se arrojó sobre él e intentó arrancar la hierba de su delgado pecho.
Stefan se limitó a dedicarle la más tenue de las sonrisas y negó, entristecido, con la cabeza.
Fue entonces cuando Damon se detuvo. Alzó la bola estrella en dirección al rostro amenazador de Shinichi.
—¡Tómala! —gritó—. ¡Coge la bola, maldito seas, pero déjalos ir!
Esta vez el estallido de risa de Shinichi siguió y siguió. Una espiral de hierba creció a partir de un punto junto a Damon y al cabo de un instante había formado un horrendo y enmarañado puño, que casi alcanzó la bola estrella.
Pero…
—Todavía no, queridos míos —jadeó la señora Flowers.
Matt y ella habían llegado sin aliento desde el trastero de la casa de huéspedes —Matt cojeando terriblemente— y ambos llevaban en las manos lo que parecían pósits.
Lo siguiente que Elena supo fue que Damon se movía a una velocidad tremenda otra vez, lejos del puño, y que Matt pegaba de un manotazo un trozo de papel sobre la hierba que cubría a Stefan, en tanto que la señora Flowers hacía lo mismo con la vegetación que había sobre Meredith.
Ante los ojos incrédulos de Elena, la hierba pareció derretirse, extinguiéndose poco a poco en forma de briznas pajizas que caían al suelo.
Al momento siguiente abrazaba ya a Stefan.
—Pasemos dentro, queridos —dijo la señora Flowers—. El trastero es un lugar seguro; que los que estén en condiciones ayuden a los heridos, por supuesto.
Meredith y Stefan inhalaban entrecortadamente grandes bocanadas de aire.
Pero Shinichi fue quien tuvo la última palabra.
—No os preocupéis —dijo, extrañamente calmado como si comprendiera que había perdido… por el momento—. Recuperaré esa esfera muy pronto. ¡De todos modos no sabéis cómo usar esa clase de Poder! Y además, voy a contaros lo que habéis estado ocultando a vuestros supuestos amigos. Sólo unos cuantos secretos, ¿sí?
—Al infierno con tus secretos —gritó Bonnie.
—¡Ese vocabulario, queridos! Qué os parece esto: uno de vosotros ha guardado un secreto toda su vida, y lo sigue haciendo en estos momentos. Uno de vosotros es un asesino; y no estoy hablando de un vampiro, ni de eutanasia ni de nada por el estilo. Y luego está la cuestión de la verdadera identidad de Sage… ¡Buena suerte con vuestra investigación ahí! A uno de vosotros ya le han borrado la memoria… y no me refiero a Damon o a Stefan. ¿Y qué hay del misterioso beso robado? Y luego está la cuestión de lo sucedido la noche del motel, que parece que nadie excepto Elena puede recordar. Podríais preguntarle algo sobre sus teorías respecto a Camelot. Y luego…
Fue entonces cuando el sonido, tan potente como los gigantescos estallidos de risa de Shinichi, le interrumpió. Se abrió paso a través del rostro en el cielo, haciéndolo languidecer ridículamente, y a continuación el rostro desapareció.
—¿Qué ha sido eso…?
—¿Quién tiene el arma…?
—¿Qué clase de arma podría hacerle eso a él?
—Una con balas bendecidas —contestó Damon con frialdad, mostrándoles el revólver, que sujetaba apuntando al suelo.
—¿Quieres decir que tú has hecho eso?
—¡Bien por Damon!
—¡Olvidemos a Shinichi!
—Es un mentiroso cuando le conviene, no cabe duda.
—Creo —dijo la señora Flowers— que podemos retirarnos a la casa de huéspedes ahora.
—Sí, y vayamos a tomar nuestros baños.
—Sólo una última cosa.
La voz de Shinichi, con un profundo eco, pareció surgir de todas partes a su alrededor; del cielo, de la tierra.
—Realmente os va a encantar lo que tengo en mente para vosotros a continuación. Si yo fuera vosotros, empezaría a negociar a cambio de esa bola estrella YA.
Pero las carcajadas habían desaparecido y el sofocado sonido femenino que se oía detrás de él era casi como un llanto, como si Misao no pudiese controlarse.
—¡OS VA A ENCANTAR! —insistió Shinichi con un rugido.