Matt y la señora Flowers estaban en el búnker: un añadido a la casa que el tío de la señora Flowers había ubicado en la parte posterior para trabajos de carpintería y otros pasatiempos. Estaba aún más descuidado que el resto de la casa, y era utilizado como lugar de almacenamiento para cosas que la señora Flowers no sabía en qué otro sitio colocar; cosas tales como el catre plegable del primo Joe o aquel viejo sofá de asientos hundidos que ya no hacía juego ni con una sola astilla del mobiliario nuevo.
Ahora, por la noche era su refugio. Ningún niño o adulto de Fell's Church había sido invitado jamás a pasar dentro. De hecho, a excepción de la señora Flowers, Stefan —que había ayudado a trasladar muebles enormes a su interior— y en la actualidad Matt, nadie había entrado allí desde que la señora Flowers tenía memoria.
Matt se aferraba a esto. Había estado leyendo, despacio pero con constancia, el material que Meredith había documentado y un pasaje valiosísimo había significado mucho para él y la señora Flowers. Eso les había permitido ser capaces de dormir por la noche, cuando llegaban las voces.
Al kitsune se le considera a menudo una especie de primo de los vampiros occidentales que seducen a hombres seleccionados (ya que la mayoría de los espíritus zorro adoptan una forma femenina) y se alimentan directamente de su chi, o espíritu vital, sin la intermediación de sangre. Así pues, se podría establecer que están constreñidos por reglas similares a las de los vampiros. Por ejemplo, no pueden entrar en moradas humanas sin una invitación…
Y, ¡ah!, las voces…
Se alegraba profundamente de haber seguido el consejo de Meredith y Bonnie y haber ido primero a ver a la señora Flowers antes de ir a casa. Las muchachas le habían convencido de que no haría más que poner a sus padres en peligro al afrontar a la banda de linchadores que le aguardaba, lista para matarle por, supuestamente, haber agredido sexualmente a Caroline. Aun así, ésta parecía haberle localizado en la casa de huéspedes de inmediato, pero jamás llevó con ella a ninguna clase de turba. Matt pensaba que a lo mejor era porque eso habría resultado inútil.
No tenía ni idea de lo que podría haber sucedido si las voces hubiesen pertenecido a ex amigos invitados hacía mucho tiempo a su casa mientras él vivía con sus padres.
Esta noche…
—Vamos, Matt —ronroneó la voz de Caroline, indolente, lenta y seductora.
Parecía que estuviese tumbada en el suelo, hablando por la rendija que había debajo de la puerta.
—No seas tan aguafiestas. Sabes que tendrás que salir alguna vez.
—Déjame hablar con mi madre.
—No puedo, Matt. Ya te lo dije antes, está sometiéndose a adiestramiento.
—¿Para ser como tú?
—Hace falta mucho trabajo para ser como yo, Matt.
De improviso, el tono de Caroline ya no era insinuante.
—Apuesto a que sí —masculló él, y añadió—: Haz daño a mi familia y lo lamentarás todavía más de lo que puedes imaginar.
—¡Oh, Matt! Vamos, sé realista. Nadie le hará daño a nadie.
Matt abrió lentamente las manos para mirar lo que aferraba en ellas. El viejo revólver de Meredith, cargado con las balas bendecidas por Obaasan.
—¿Cuál es el segundo nombre de Elena? —preguntó; no en voz alta, incluso a pesar de que se oían los sonidos de música y baile en el patio trasero de la señora Flowers.
—Matt, ¿de qué estás hablando? ¿Qué haces ahí dentro, dibujar un árbol genealógico?
—Es una pregunta sencilla, Caroline. Elena y tú jugabais juntas desde que erais prácticamente bebés, ¿Te acuerdas? Así que dime: ¿cuál es su segundo nombre?
Hubo un gran trajín, y cuando la muchacha respondió por fin pudo oír con claridad cómo le susurraban lo que tenía que decir, tal y como Stefan lo había oído hacía tanto tiempo, justo una milésima de segundo antes que las palabras de la joven.
—Si sólo estás interesado en jueguecitos, Matthew Honeycutt, iré a buscar a otra persona con la que charlar.
Casi pudo oírla marcharse haciendo aspavientos.
Pero se sintió con ganas de celebrarlo, y se permitió tomar toda una galleta integral y medio tazón del zumo de manzana casero de la señora Flowers. Nunca sabían cuándo podrían verse encerrados allí permanentemente, sin más provisiones que las que tuviesen en ese momento, así que siempre que Matt salía del bunker traía de vuelta tantas cosas como podía hallar que pudiesen ser útiles. Un encendedor para barbacoas y laca para el pelo que equivalían a un lanzallamas. Un tarro tras otro de las deliciosas confituras de la señora Flowers. Anillos de lapislázuli por si acaso sucedía lo peor y acababan con dientes puntiagudos.
La señora Flowers se removió en sueños en el sofá.
—¿Quién era ésa, Matt querido? —preguntó.
—Nadie en absoluto, señora Flowers. Vuelva a dormirse.
—Entiendo —respondió ella con su dulce voz de anciana—. Bueno, si nadie en absoluto regresa, podrías preguntarle el nombre de pila de su propia madre.
—Entiendo —dijo Matt en su mejor imitación de la voz de la anciana y ambos rieron.
Pero bajo las risas, Matt tenía un nudo en la garganta. Conocía a la señora Forbes desde hacía mucho tiempo, también. Y sentía miedo, le asustaba que llegara el momento en que fuera la voz de Shinichi la que llamara.
Entonces sí que iban a estar en serios apuros.
—¡Ahí está! —gritó Sage.
—¡Elena! —chilló Meredith.
—¡Oh, Dios mío! —chilló Bonnie.
Al momento siguiente, Elena se vio arrojada al suelo, y algo aterrizó sobre ella. Oyó un grito sordo. Pero era diferente a los otros; era un sonido ahogado de puro dolor al chocar el pico de Blodwedd con un pedazo de carne. «Yo», se dijo Elena. Pero no sentía dolor.
«¿No soy… yo?»
Sonó algo parecido a una tos por encima de ella.
—Elena…, vete… Mis escudos… no resistirán…
—¡Damon! ¡Iremos juntos!
«Duele…»
Era apenas el vestigio de un susurro telepático y Elena supo que Damon no creía que lo hubiese oído. Pero ella estaba haciendo circular su Poder cada vez más de prisa, abandonado ya todo engaño, preocupada sólo por poner a los que amaba fuera de peligro.
«Encontraré un modo —le dijo a Damon—. Te llevaré conmigo. Te llevaré cargado sobre un hombro.»
Damon rió ante aquello, lo que le dio a Elena alguna esperanza de que tal vez Damon no moriría. La muchacha deseó en ese momento haber llevado al doctor Meggar en el carruaje con ellos para que pudiese usar sus poderes curativos en el herido…
«… y luego ¿qué? ¿Dejarle a merced de Blodwedd? Quiere construir un hospital aquí, en este mundo. Quiere ayudar a los niños, quienes sin duda no merecen todos los males que he visto caer sobre ellos…»
Relegó tales pensamientos a un lado. No era momento para un debate filosófico sobre los médicos y sus obligaciones.
Era el momento de huir.
Alargó el brazo tras ella, encontró dos manos. Una de ellas estaba resbaladiza debido a la sangre así que alargó el brazo más atrás, dando gracias a su difunta madre por todas las clases de ballet y el yoga infantil, y agarró la manga del otro brazo. Luego colocó la espalda y tiró con fuerza.
Ante su sorpresa, izó a Damon con ella. Intentó recolocarlo más arriba en su espalda, pero eso no funcionó. Luego incluso consiguió dar un tambaleante paso al frente y otro más…
Y a continuación Sage los levantaba a ambos y entraba con ellos en el vestíbulo del edificio del Shi no Shi.
—¡Todo el mundo fuera! ¡Salid! ¡Blodwedd va tras nosotros y matará a cualquier cosa que encuentre en su camino! —gritó Elena.
Fue de lo más raro, pues no había tenido intención de gritar. No había formulado las palabras, salvo tal vez en las zonas más profundas del subconsciente. Pero las gritó al interior del ya enloquecido vestíbulo y oyó cómo otras personas hacían suyo el grito.
Lo que no esperaba era que huirían, aunque no hacia la calle, sino hacia abajo, en dirección a las celdas. Tendría que haberlo previsto, desde luego, pero no era el caso. Y acto seguido ella, Sage y Damon descendieron siguiendo el camino que habían seguido la noche anterior…
Pero ¿era realmente el camino correcto? Elena colocó una mano sobre la otra y vio que, según le indicaba la luz del anillo, era necesario que fuesen hacia la derecha.
—¿QUÉ SON ESAS CELDAS A NUESTRA DERECHA? ¿CÓMO PODEMOS LLEGAR HASTA ALLÍ? —le gritó al joven caballero vampiro que tenía al lado.
—Eso es Aislamiento y Trastornos Mentales —gritó en respuesta el vampiro—. No vayas en esa dirección.
—¡Tengo que hacerlo! ¿Necesito una llave?
—Sí, pero…
—¿Tienes la llave?
—Sí, pero…
—¡Dámela, ahora!
—No puedo —gimió él de un modo que le recordó a Bonnie cuando se ponía de lo más difícil.
—De acuerdo. ¡Sage!
—¿Madame?
—Envía a Garra de vuelta a arrancarle los ojos a este hombre. ¡No quiere darme la llave del pabellón donde está Stefan!
—¡Puedes darlo por hecho, madame!
—¡A…aguarda! He ca…cambiado de idea. ¡Aquí tienes la llave! —El vampiro rebuscó en un aro lleno de llaves y le entregó una a Elena.
Parecía igual al resto de llaves. Era demasiado parecida, dijo la mente suspicaz de Elena.
—¡Sage!
—¿Madame?
—¿Puedes aguardar hasta que pase con Sable? Quiero que le arranque ya sabes qué a este tipo si me ha mentido.
—¡Desde luego, madame!
—A…a…a…aguarda —jadeó el vampiro, y estaba claro que se sentía totalmente aterrado—. Podría… podría haberte dado la llave equivocada… Es esta… esta luz…
—Dame la llave correcta y dime todo lo que necesito saber o haré que el perro vuelva en tu busca y acabe contigo —dijo Elena, y en aquel momento lo decía en serio.
—To…toma.
Esta vez la llave no parecía una llave. Era redonda, ligeramente convexa y tenía un agujero en el centro. Como un donut sobre el que se ha sentado un agente de policía, dijo una parte de la mente de Elena, y empezó a reír histéricamente.
«Cállate», se ordenó en un tono seco.
—¡Sage!
—¿Madame?
—¿Puede ver Garra al hombre que sujeto por el pelo? —Tuvo que ponerse de puntillas para agarrarle.
—¡Pues claro que sí, madame!
—¿Puede recordarle? Si no logro encontrar a Stefan, quiero que se lo muestre a Sable de modo que pueda localizarle.
—¡Esto…, ah…, entendido, madame!
Una mano, de cuya muñeca goteaba sangre, alzó en alto un halcón, al mismo tiempo que sonaba un estrépito fortuito procedente de lo alto del edificio.
El vampiro casi sollozaba.
—Gira a la de…derecha en el si…siguiente a la derecha. Usa la lla…llave en la ranura a la al…altura de la cabeza para ac… acceder al corredor. Pue…puede haber guardas allí. Pero… si… si no tienes la llave de la celda concreta que buscas… lo siento, pero…
—¡La tengo! ¡Tengo la llave y sé qué hacer después de eso! Gracias, has sido muy amable y servicial.
Elena soltó el pelo del vampiro.
—¡Sage! ¡Damon! ¡Bonnie! Buscad un pasillo, cerrado, que vaya a la derecha. Luego no dejéis que os arrastren. Sage, sujeta a Bonnie y haz que Sable ladre como loco. Bonnie, sujétate a Meredith por delante de los chicos. ¡El pasillo conduce a Stefan!
Nunca supo cuánto escucharon sus amigos del mensaje, enviado oral y telepáticamente. Pero por delante de ella oyó un sonido que le pareció un coro de ángeles cantando.
Sable ladraba como loco.
Elena jamás habría podido detenerse por sí misma. Estaba en un río embravecido de personas y el río embravecido la llevaba directamente alrededor de la barrera formada por cuatro personas, un halcón y un perro que parecía enloquecido.
Pero ocho manos se alargaron hacia ella cuando pasó a su lado… y un hocico que chasqueaba y gruñía saltó por delante de ella para dividir a la multitud. De algún modo estaba siendo conducida, magullada, acunada, empujada y, agarrada y agarrando, obligada a dirigirse a la pared correcta.
Pero Sage contemplaba aquella misma pared con desaliento.
—¡Madame, te engañó! ¡No veo ningún ojo de cerradura aquí!
Elena se sintió enrabiar, y se preparó para gritar:«¡Sable, ven aquí, ve tras el vampiro!».
Pero entonces, justo por debajo de ella, la voz de Bonnie dijo:
—Desde luego que hay uno. Tiene forma de círculo.
Y Elena recordó.
Guardas más pequeños. Como diablillos o monos. Del tamaño de Bonnie.
—¡Bonnie, coge esto! Introdúcelo en el agujero. ¡Ten cuidado! Es la única que tenemos.
Sage ordenó inmediatamente a Sable que permaneciera allí quieto y gruñera justo por delante de Bonnie en el túnel, para impedir que el torrente de demonios y vampiros aterrorizados le dieran empujones.
Con cuidado, solemnemente, Bonnie tomó la enorme llave, la examinó, ladeó la cabeza, la hizo girar en las manos… y la introdujo en la pared.
—¡No sucede nada!
—Intenta girarla o empujarla…
«Clic.»
La puerta se deslizó a un lado.
Elena y su grupo cayeron más o menos al interior del pasillo, mientras Sable se mantenía entre ellos y el tropel de gente que pasaba en medio de un retumbar de pies, ladrando, chasqueando los dientes y saltando.
Elena, que había caído al suelo, con las piernas enredadas con alguien más, ahuecó una mano alrededor del anillo.
Los ojos de zorro lanzaron su luz directamente al frente y un poco a la derecha.
Brillaban en el interior de una celda situada más allá.