—Me siento mucho mejor —le dijo Elena al doctor Meggar—. Me gustaría dar un paseo por la finca. —Intentó no dar brincos sobre la cama—. He estado comiendo bistec y bebiendo leche e incluso tomé ese repugnante aceite de hígado de bacalao que envió. Y estoy totalmente en contacto con la realidad: estoy aquí para rescatar a Stefan, y el niño pequeño que hay dentro de Damon es una metáfora de su inconsciente, que la sangre que compartimos me permitió «ver». —Dio un brinco, pero lo disimuló alargando la mano para coger un vaso de agua—. Me siento como un cachorrillo feliz tirando de la correa. —Exhibió sus brazaletes de esclava recién diseñados: de plata con inserciones en lapislázuli en gráciles diseños—. Si muero de repente, estoy preparada.
Las cejas del doctor Meggar se movieron arriba y abajo.
—Bueno, no encuentro nada malo en tu pulso o en tu respiración. No veo en qué modo un agradable paseo vespertino puede perjudicarte. Damon desde luego está levantado y dando vueltas. Pero no empieces a darle ideas a lady Ulma. Ella todavía necesita meses de descanso en cama.
—Tiene un pequeño escritorio precioso hecho a partir de una bandeja de desayuno —explicó Bonnie, gesticulando para mostrar el tamaño y la anchura—. Diseña prendas en él. —Bonnie se inclinó al frente, con los ojos muy abiertos—. Y ¿sabes qué? Sus vestidos son mágicos.
—Yo no esperaría menos —resopló el doctor Meggar.
Pero al momento siguiente Elena recordó algo desagradable.
—Incluso cuando consigamos las llaves —dijo—, tenemos que planear la fuga en sí.
—¿Qué es una fuga? —preguntó Lakshmi con gran entusiasmo.
—Es más o menos esto: cuando tengamos las llaves de la celda de Stefan, todavía necesitaremos resolver cómo vamos a entrar en la prisión, y cómo vamos a sacarlo sin que nadie se entere.
Lakshmi frunció el entrecejo.
—¿Por qué no limitarse a entrar con la fila de visitantes y sacarlo por la puerta?
—Porque —repuso Elena, intentando tener paciencia— no nos permitirán que entremos tan tranquilamente y le cojamos. —Entrecerró los ojos cuando Lakshmi metió la cabeza entre las manos—. ¿En qué piensas, Lakshmi?
—Bueno, primero dices que tendrás la llave en la mano cuando vayas a la prisión, pero luego actúas como si no fuesen a dejarle salir de allí.
Meredith sacudió la cabeza, desconcertada. Bonnie se llevó una mano a la frente como si le doliera. Pero Elena se inclinó despacio hacia la niña.
—Lakshmi —dijo, con gran calma—, ¿tratas de decir que si tenemos una llave para abrir la celda de Stefan eso significa que tenemos un pase para entrar y salir de la prisión?
Lakshmi se animó.
—¡Por supuesto! —respondió—. De lo contrario, ¿de qué serviría la llave? Podrían encerrarle en otra celda.
Elena apenas podía dar crédito a aquello tan maravilloso que acababa de oír, así que intentó encontrarle defectos.
—Eso significaría que podríamos ir directamente de la fiesta de Blodwedd a la prisión y sencillamente sacar a Stefan —dijo con todo el sarcasmo que pudo inyectar a su voz—. Bastaría con mostrar nuestra llave y dejarían que nos lo llevásemos.
Lakshmi asintió con entusiasmo.
—¡Sí! —respondió con regocijo, pues se le había pasado totalmente por alto el sarcasmo—. Y no te enfurezcas, ¿quieres? Pero me preguntaba por qué no vas nunca a visitarle.
—¿Se le puede visitar?
—Claro, si pides hora.
En aquellos momentos Meredith y Bonnie se habían puesto ya en funcionamiento y sostenían a Elena por ambos lados.
—¿Cuándo podemos enviar a alguien a pedir hora? —preguntó Elena entre dientes, porque le costaba muchísimo hablar; todo el peso de su cuerpo descansaba en sus dos amigas—. ¿A quién podemos enviar para concertar una cita? —susurró.
—Yo iré —dijo Damon desde la oscuridad carmesí que tenían a la espalda—. Esta misma noche… Dame cinco minutos.
Matt era consciente de que estaba mostrando su expresión más furiosa y obstinada.
—Vamos —dijo Tyrone, con semblante divertido.
Ambos se estaban equipando para efectuar una excursión al interior de la espesura, y ello significaba ponerse cada uno dos de los abrigos impregnados con la receta a base de bolas de naftalina y clavo de olor y luego usar cinta adhesiva para sujetar los guantes a los abrigos. Matt estaba empezando a sudar.
Tyrone era un buen chico, se dijo. Matt había surgido de la nada y le había dicho:
—Eh, ¿sabes esa cosa tan estrambótica que viste respecto al pobre Jim Bryce la semana pasada? Bueno, pues está todo conectado con algo aún más estrambótico; todo está relacionado con espíritus zorro y con el Bosque Viejo, y la señora Flowers dice que si no averiguamos qué está pasando, estaremos en un auténtico lío. Y la señora Flowers no es sólo una anciana chiflada que vive en la casa de huéspedes, a pesar de que todo el mundo lo diga.
—Pues claro que no lo es —había comentado la voz brusca de la doctora Alpert desde la entrada; después depositó su maletín negro en el suelo, como una buena médico rural, incluso cuando la ciudad entera estaba en crisis, y se encaró con su nieto—. Theophilia Flowers y yo nos conocemos desde hace mucho tiempo…, y también la señora Saitou. Ambas estaban siempre ayudando a la gente. Son así.
—Bueno… —Matt había visto una oportunidad y no la dejó pasar—, la señora Flowers es quien necesita ayuda ahora. De verdad, de verdad que necesita ayuda.
—¿Entonces a qué estás esperando, Tyrone? Apresúrate y ve a ayudar a la señora Flowers.
La doctora Alpert se desordenó los canosos cabellos con los dedos, luego alborotó la negra melena de su nieto cariñosamente.
—Es lo que iba a hacer, abuela. Nos íbamos cuando entraste.
Tyrone, al ver el penoso coche de cuento de terror de Matt, había ofrecido cortésmente su Camry para ir a casa de la señora Flowers, y Matt, temiendo un reventón que inmovilizara su coche en algún momento crucial, accedió de buen grado.
Le complacía que Tyrone fuera a ser la pieza clave del equipo de rugby del Robert E. Lee el próximo curso. Ty era la clase de chico con el que se podía contar; como testimonio, bastaba su inmediata oferta de ayuda de hoy. Era buena gente, y absolutamente honesto y sin vicios. Matt no podía evitar ver cómo las drogas y la bebida habían estropeado no tan sólo los propios partidos, sino la deportividad de los otros equipos del campus.
Además, Tyrone sabía mantener la boca cerrada. Ni siquiera había acribillado a Matt con preguntas mientras conducían de vuelta a la casa de huéspedes, aunque sí lanzó un silbido de admiración, no a la señora Flowers, sino al Ford T de brillante color amarillo que ésta conducía al interior de los viejos establos.
—¡Vaya! —dijo, saltando fuera para ayudarla con la bolsa de comestibles, mientras sus ojos se embelesaban en contemplar el Ford T de punta a punta—. ¡Eso es un Modelo T Fordor Sedán! Podría ser un hermoso coche si… —Se interrumpió bruscamente y su piel morena enrojeció violentamente.
—¡Oh, bueno, no te sientas violento respecto al coche amarillo! —dijo la señora Flowers, permitiendo que Matt llevara otra bolsa de comestibles hasta la cocina de la casa—. Esa vieja chica ha servido a la familia durante casi cien años, y ha acumulado un poco de óxido y algunos desperfectos. Pero ¡va a casi cincuenta kilómetros por hora por las carreteras asfaltadas! —añadió la anciana, y hablaba no tan sólo con orgullo, sino con el respeto que se le debía a tal velocidad de crucero.
Los ojos de Matt se encontraron con los de Tyrone y el chico supo que no había más que un único pensamiento compartido flotando en el aire entre ellos.
Restituirle la perfección al destartalado, raído, pero todavía hermoso coche que pasaba la mayor parte de su tiempo en un establo reconvertido.
—Podríamos hacerlo —dijo Matt, sintiendo que, como representante de la señora Flowers, debería ser el primero en hacer la oferta.
—Claro que podríamos —respondió Tyrone en tono soñador—. Está ya en un garaje doble… no tendremos problema de espacio.
—No tendríamos que desmantelarlo entero hasta dejarle sólo el bastidor…, realmente funciona de maravilla.
—¡Estás de broma! Podríamos limpiar el motor, echar un vistazo a las bujías, las correas, los manguitos y esas cosas. Y… —sus oscuros ojos brillaron de improviso— mi padre tiene una lijadora eléctrica. ¡Podríamos retirar la pintura y volverlo a pintar exactamente del mismo amarillo!
La señora Flowers sonrió radiante de repente.
—Eso es lo que la querida mamá esperaba que dijeses, jovencito —dijo, y Matt recordó sus modales el tiempo suficiente para presentar a Tyrone.
—Aunque ten por seguro que si hubieses dicho: «Lo pintaremos de color burdeos» o «azul» o cualquier otro color, mamá lo hubiese desaprobado —indicó la señora Flowers mientras empezaba a preparar bocadillos de jamón dulce, ensalada de patata y un gran perol de judías.
Matt observó la reacción de Tyrone ante la mención de «mamá» y le complació: hubo un instante de sorpresa, seguido por una expresión parecida a aguas en calma. Su abuela había dicho que la señora Flowers no era una anciana chiflada, y por lo tanto no era una anciana chiflada. Un gran peso pareció desprenderse de los hombros de Matt; no estaba solo con una anciana a la que proteger; tenía un amigo que de hecho era un poco más corpulento que él con el que contar.
—Vamos, vosotros dos, tomad un bocadillo de jamón, y os prepararé la ensalada de patata mientras coméis. Sé que los hombres jóvenes… —la señora Flowers siempre se refería a los hombres como si fuesen una clase especial de flor— necesitan grandes cantidades de buena comida sustanciosa antes de entrar en combate, pero no hay motivo para ser ceremoniosos. Limitaos a atacar la comida mientras se va preparando.
La obedecieron de buena gana, y ahora se preparaban para la batalla; se sentían listos para combatir contra tigres, ya que la idea que tenía la señora Flowers de un postre era una tarta de nueces entera para ellos dos, junto con enormes tazas de café que despejaban el cerebro igual que una lijadora.
Tyrone y Matt condujeron el cachivache de Matt al cementerio, seguidos por la señora Flowers en el Ford T. Matt había visto lo que los árboles podían hacerles a los coches y no estaba dispuesto a someter al inmaculado Camry de Tyrone a tal posibilidad, así que había ido en busca de su carraca. Mientras descendían la colina a pie hasta el escondite que habían usado Matt y el sheriff Mossberg, los dos muchachos le tendían una mano a la frágil señora Flowers para ayudarla a superar las zonas difíciles. En una ocasión, la anciana tropezó y habría caído, pero Tyrone clavó las puntas de los zapatos en la colina y se mantuvo firme como una roca mientras ella chocaba contra él.
—Oh, vaya… gracias, Tyrone querido —murmuró ella y Matt supo que «Tyrone querido» había sido aceptado en el rebaño.
El cielo estaba oscuro salvo por una franja escarlata cuando llegaron al escondite. La señora Flowers sacó la insignia del sheriff, con cierta torpeza, debido a los guantes de jardinero que llevaba puestos. Primero se la llevó a la frente, luego la apartó despacio, sujetándola aún frente a ella a la altura de los ojos.
—Estuvo aquí de pie y luego se inclinó y se acuclilló allí —dijo, agachándose en lo que era, de hecho, el lugar exacto donde había estado escondido.
Matt asintió, sin saber apenas lo que hacía, y la señora Flowers prosiguió sin abrir los ojos:
—Nada de ayudarme, Matt querido. Oyó a alguien detrás de él… y se volvió en redondo, desenfundando su arma. Pero no era más que Matt, y hablaron en susurros durante un rato.
«Luego se incorporó de improviso. —La señora Flowers se levantó de repente y Matt oyó toda clase de alarmantes crujidos y chasquidos diminutos en el delicado cuerpo anciano—. Y penetró andando… a zancadas… en esa espesura. Esa espesura maligna.
Se puso en marcha en dirección a los matorrales tal y como había hecho el sheriff Mossberg mientras Matt le observaba. Matt y Tyrone fueron tras ella a toda prisa, listos para detenerla si mostraba cualquier señal de disponerse a entrar en los restos del Bosque Viejo que aún seguían con vida.
En lugar de eso, la anciana paseó a su alrededor, manteniendo la insignia a la altura de los ojos. Tyrone y Matt se hicieron mutuamente una seña con la cabeza y, sin hablar, cada uno la tomó de un brazo. De este modo bordearon el linde de la espesura, dándole toda la vuelta, con Matt a la cabeza, la señora Flowers a continuación y Tyrone cerrando el grupo. En algún punto Matt advirtió que descendían lágrimas por las mejillas marchitas de la anciana.
Por fin, la frágil mujer se detuvo, sacó un pañuelo de encaje —tras varios intentos— y se secó los ojos con un jadeo.
—¿Le encontró? —preguntó Matt, incapaz de contener la curiosidad por más tiempo.
—Bueno… tendremos que verlo. Los kitsune parecen ser muy, pero que muy buenos con las ilusiones. Todo lo que he visto podría haber sido una ilusión. Pero… —suspiró— uno de nosotros va a tener que entrar en el bosque.
Matt tragó saliva.
—Ese seré yo, entonces…
Le interrumpieron.
—Eh, ni hablar, amigo. Tú conoces sus operaciones, sean las que sean. Tienes que sacar a la señora Flowers de este…
—No, no puedo exponerme a pedirte que vengas hasta aquí y que resultes herido…
—Bien, ¿pues que hago aquí, entonces? —quiso saber Tyrone.
—Aguardad, queridos —dijo la señora Flowers, en un tono de voz que parecía como si fuese a echarse a llorar.
Los dos muchachos callaron al instante, y Matt se sintió avergonzado de sí mismo.
—Sé un modo en que ambos me podéis ayudar, pero es muy peligroso. Peligroso para vosotros dos. Pero quizá si únicamente tenemos que hacerlo una vez, podemos reducir el riesgo y aumentar nuestras probabilidades de encontrar algo.
—¿Qué es? —dijeron Tyrone y Matt casi al mismo tiempo.
Minutos más tarde, estaban listos para hacerlo. Estaban tumbados el uno junto al otro, de cara a la pared que formaban los altos árboles y el enmarañado sotobosque de la espesura, y no tan sólo estaban atados juntos, sino que tenían los pósits de la señora Saitou colocados a lo largo de los brazos.
—Ahora, cuando diga «tres» quiero que los dos alarguéis los brazos y agarréis el suelo con las manos. Si notáis algo, no lo soltéis y sacad los brazos. Si no notáis nada, moved la mano un poco y luego sacadla tan rápido como podáis. Y, a propósito —añadió la anciana con calma—, si notáis cualquier cosa que intente arrastraros dentro o inmovilizaros el brazo, chillad y pelead y patead y gritad, y os ayudaremos a salir.
Hubo un larguísimo minuto de silencio.
—Así que, básicamente, cree que hay cosas a nuestro alrededor en el suelo de la espesura, y que podríamos atraparlas simplemente alargando la mano a ciegas —dijo Matt.
—Eso es —respondió la señora Flowers.
—De acuerdo —dijo Tyrone, y una vez más Matt le dirigió una rápida mirada de aprobación; ni siquiera había preguntado: «¿Qué clase de cosas podrían arrastrarnos al interior del bosque?».
Ahora estaban ya en posición y la señora Flowers contaba: «Uno, dos, tres», y a continuación Matt ya había introducido el brazo derecho tan adentro como pudo y barría el suelo con él a la vez que buscaba a tientas con la mano.
Oyó un grito a su lado.
—¡Lo tengo!
Y a continuación, al instante:
—¡Algo me arrastra al interior!
Matt sacó su brazo de la espesura antes de intentar ayudar a Tyrone. Algo cayó sobre él, pero golpeó un pósit y dio la impresión de que le golpeaba un pedazo de poliestireno.
Tyrone se debatía violentamente y ya lo habían arrastrado dentro hasta los hombros. Matt lo agarró por la cintura y usó todas sus fuerzas para tirar hacia atrás. Hubo un momento de resistencia… y entonces Tyrone salió disparado como un corcho fuera de la botella. Tenía arañazos en rostro y cuello, pero ninguno en los abrigos que lo cubrían o donde estaban los pósits.
Matt sintió el deseo de decir «Gracias», pero las dos mujeres que le habían hecho los amuletos estaban muy lejos, y se sintió idiota diciéndoselo al abrigo de Tyrone. En cualquier caso, la señora Flowers ya balbuceaba y daba gracias de forma suficiente por los tres.
—Oh, vaya, Matt, cuando aquella rama grande cayó pensé que te partiría el brazo… como mínimo. Demos gracias a nuestro querido Señor de que las mujeres Saitou hagan amuletos tan excelentes. Y, Tyrone querido, por favor toma un trago de esta cantimplora…
—Esto, en realidad no bebo mucho…
—Es sólo limonada caliente, mi propia receta, querido. De no ser por vosotros dos, chicos, no habríamos tenido éxito. Tyrone, ¿has encontrado algo, verdad? Y entonces te atraparon y jamás te habrían soltado si Matt no hubiese estado aquí para salvarte.
—Oh, estoy seguro de que habría salido —se apresuró a decir Matt, porque debía de resultar embarazoso para alguien como Tyreminator admitir que había necesitado ayuda.
Sin embargo, Tyrone se limitó a decir con sobriedad:
—Lo sé. Gracias, Matt.
Matt sintió que se ruborizaba.
—Pero no he conseguido nada después de todo —indicó Tyrone, indignado—. Parecía un trozo de tubería vieja o algo…
—Bueno, echemos una mirada —dijo la señora Flowers muy seria.
Dirigió la linterna más potente sobre el objeto que Tyrone se había arriesgado tanto para sacar de los matorrales.
En un principio, Matt pensó que se trataba de un hueso gigante de cuero sin curtir para perros. Pero luego una forma sumamente familiar le hizo mirar con más atención.
Era un fémur, un fémur humano. El hueso más grande del cuerpo, el que pertenece a la pierna. Y todavía estaba blanco. Fresco.
—No parece que sea de plástico —dijo la señora Flowers con una voz que parecía muy lejana.
No era de plástico. Matt pudo ver dónde pedazos diminutos se habían astillado y habían saltado de la superficie. Tampoco era de cuero crudo. Era…, bueno, real. El auténtico hueso de una pierna humana.
Pero eso no era lo más horripilante, lo que hizo que a Matt todo le diera vueltas hasta quedar engullido por la oscuridad.
El hueso estaba totalmente pelado y marcado con las huellas de docenas de pequeños dientes.