—Tenemos que mantener nuestras mentes puestas en salvar a Stefan —decía en aquellos momentos Elena en la habitación que Damon había tomado para sí, la antigua biblioteca de la mansión de lady Ulma.
—¿En qué otro lugar podría estar mi mente? —respondió Damon, sin apartar sus ojos del cuello adornado con madreperla y diamantes.
De algún modo el vestido blanco como la leche servía para realzar la fina y suave columna que era la garganta de Elena, y ella lo sabía.
La joven suspiró.
—Si creyéramos que de verdad lo dices en serio, entonces todas nos podríamos relajar.
—¿Te refieres a estar tan relajadas como lo estás tú?
Elena se zarandeó interiormente. Damon podría parecer estar totalmente ensimismado en una cosa y sólo en una, pero su sentido de supervivencia se aseguraba de que estuviese en guardia en todo momento, y que viera no sólo lo que quería ver sino todo lo que le rodeaba.
Y era cierto que Elena estaba casi insoportablemente agitada. Era mejor dejar que los demás pensaran que su estado se debía a su vestido maravilloso… Y sí que era un vestido maravilloso, y Elena estaba profundamente agradecida a lady Ulma y a sus ayudantes por tenerlo listo a tiempo. Lo que tenía tan excitada a Elena, no obstante, era la oportunidad —no, la certeza, se dijo con firmeza— de que esa noche iba a encontrar la mitad de la llave que les permitiría liberar a Stefan. El pensar en su rostro, en verle en carne y hueso era…
Era espantoso. Recordaba lo que Bonnie había dicho estando dormida, y alargó la mano en busca de consuelo y comprensión, y sin saber cómo se encontró con que en lugar de sujetar la mano de Damon, estaba en sus brazos.
«La auténtica cuestión es: ¿qué dirá Stefan sobre esa noche en el motel con Damon?»
¿Qué diría Stefan? ¿Qué había que decir?
—Estoy asustada —oyó, y un minuto demasiado tarde, reconoció su propia voz.
—Bueno, no pienses en ello —dijo Damon—. Eso sólo empeorará las cosas.
«Pero he mentido —pensó Elena—. Tú ni siquiera lo recuerdas, o también estarías mintiendo.»
—Sucediese lo que sucediese, prometo que seguiré estando allí para darte apoyo —indicó Damon en voz baja—. Tienes mi palabra.
Elena sintió su aliento sobre el pelo.
—¿Y sobre mantener la mente puesta en la llave?
«Sí, sí, pero no me he alimentado adecuadamente hoy.» Elena dio un respingo, luego aferró a Damon más cerca de ella. Durante un instante había percibido no tan sólo una hambre devastadora, sino un dolor agudo que la desconcertó. Pero entonces, antes de que pudiese localizarlo plenamente en el espacio, desapareció, y la conexión con Damon quedó bruscamente interrumpida.
«Damon.»
—¿Qué?
«No me dejes fuera.»
—No lo hago. Pero ya he dicho todo lo que había que decir, eso es todo. Sabes que buscaré la llave.
«Gracias. —Elena volvió a probar—: Pero no puedes morirte de hambre…»
«¿Quién ha dicho que me estoy muriendo de hambre?» La conexión telepática con Damon había regresado, pero le faltaba algo. El se guardaba algo deliberadamente y se concentraba en atacarle los sentidos con otra cosa: hambre. Elena podía percibirlo desmandado dentro de él, como si fuese un tigre o un lobo que había pasado días —semanas— sin obtener una presa.
La habitación efectuó un lento giro en redondo alrededor de la muchacha.
—Está… bien —susurró, sorprendida de que Damon pudiese mantenerse en pie y sujetarla, con las tripas retorciéndosele de aquel modo—. Lo que sea que… necesites…, tómalo…
Y entonces sintió el más delicado de los sondeos de unos dientes afilados como cuchillas en la garganta.
Se rindió a ello, entregándose a las sensaciones.
Mientras se preparaba para la gala del Ruiseñor de Plata, donde buscarían la primera mitad de la doble llave zorro para liberar a Stefan, Meredith había estado leyendo algunas de las hojas impresas que había metido en su bolsa, procedentes de la enorme cantidad de información que se había descargado de Internet. Había hecho todo lo posible por describir todo lo que había averiguado a Elena y los demás. Pero ¿cómo podía estar segura de que no se había dejado alguna pista vital, alguna información de suma importancia que marcaría la diferencia entre el éxito y el fracaso esa noche? Entre encontrar un modo de salvar a Stefan y regresar a casa derrotados, mientras él languidecía en prisión.
«No —pensó, de pie junto a un espejo plateado, temerosa casi de contemplar la exótica belleza en la que se había convertido—. No, no podemos pensar siquiera en la palabra "fracaso". Por la vida de Stefan, hemos de tener éxito. Y tenemos que hacerlo sin que nos pesquen.»