24

Querido diario:

Mañana por la noche será nuestra primera fiesta…, o más bien gala. Pero no me siento con muchos ánimos. Echo demasiado de menos a Stefan.

He estado dándole vueltas a la cabeza respecto a Matt, también. El modo en que se fue, tan enfadado conmigo, sin siquiera mirar atrás. No comprendía cómo podía… importarme… Damon, y con todo seguir amando a Stefan tanto que parecía como si se me partiera el corazón.

Elena dejó la pluma y se quedó mirando el diario con expresión apática. La congoja se manifestaba en forma de auténticos dolores físicos en el pecho que la habrían asustado de no haber estado segura de lo que era en realidad. Echaba de menos a Stefan con tal desesperación que apenas era capaz de comer o de dormir. El era como una parte de su mente que ardía de continuo, como un limbo espectral que no desaparecía jamás.

Ni siquiera escribir en su diario la ayudaba esta noche, pues todo sobre lo que podía escribir eran dolorosos recuerdos atormentadores de los buenos tiempos que Stefan y ella habían compartido. Qué estupendo había sido cuando ella podía simplemente volver la cabeza y saber que le vería; ¡qué privilegio había sido ése! Y ahora ya no existía, y en su lugar había una confusión atroz, remordimientos y ansiedad. ¿Qué sería de él, justo en aquellos momentos, cuando ella ya no gozaba del privilegio de volver la cabeza y verle? ¿Le estarían… lastimando? «¡Oh, cielos, si al menos…!

»Si al menos le hubiese hecho cerrar con pestillo todas las ventanas de su habitación en la casa de huéspedes…

»Si al menos yo hubiese desconfiado más de Damon…

»Si al menos hubiese adivinado que él tenía algo en mente aquella última noche…

»Si al menos…, si al menos…»

Aquello se convirtió en un estribillo martilleante que latía al compás de su corazón, y descubrió que su respiración era sollozante, que tenía los ojos cerrados con fuerza, mientras se aferraba al ritmo y apretaba con fuerza los puños.

«Si sigo sintiendo de este modo…, si permito que me aplaste lo suficiente…, me convertiré en un punto infinitesimal en el espacio. Seré triturada hasta no ser nada; e incluso eso será mejor que necesitarle tanto.»

Alzó la cabeza… y bajó los ojos hacia su cabeza, que descansaba sobre el diario.

Lanzó una exclamación de sorpresa.

Una vez más, su primera reacción fue imaginar la muerte. Y luego, despacio, debido a que tantas lágrimas la habían aturdido, comprendió que había vuelto a hacerlo.

Había abandonado su cuerpo.

Esta vez ni siquiera fue consciente de una decisión deliberada sobre adonde ir. Volaba, tan de prisa que le era imposible saber en qué dirección iba; era como si tirasen de ella, como si fuese la cola de un cometa que iba disparado hacia abajo.

En un cierto momento advirtió con un horror que le era familiar que atravesaba cosas, y luego se encontró virando como si estuviese en un extremo del látigo en el juego del látigo y a continuación se vio catapultada junto a Stefan.

Aún sollozaba cuando aterrizó en la celda, sin estar segura de si tenía forma sólida o gravedad, y sin que aquello le importase por el momento. Lo único que tuvo tiempo de ver fue a Stefan, muy delgado pero sonriendo mientras dormía, y luego fue arrojada sobre él, a su interior, y seguía llorando cuando rebotó, ligera como una pluma, y Stefan despertó.

—Oh, ¿es que no podéis dejarme dormir en paz unos pocos minutos? —soltó Stefan, y añadió un par de palabras italianas que Elena nunca antes había tenido motivos para escuchar.

La joven experimentó un inmediato ataque de nervios a lo Bonnie, y sollozó con tal energía que era incapaz de escuchar —incapaz de oír siquiera— ninguna palabra de consuelo que se le pudiese ofrecer. Le estaban haciendo cosas horribles a Stefan, y usaban su imagen, la de Elena, para hacerlas. Era todo tan espantoso. Estaban condicionando a Stefan para que la odiase. Se odió a sí misma. Todos en el mundo entero la odiaban…

—¡Elena! ¡Elena, no llores, mi amor!

Apáticamente, Elena se levantó, obteniendo una breve vista anatómica del pecho de Stefan antes de volver a sollozar de nuevo, intentando secarse la nariz en el uniforme de prisionero de Stefan, que daba la impresión de que cualquier cosa que ella pudiese hacerle sería una mejora.

No pudo, desde luego; del mismo modo que no podía sentir el brazo que intentaba rodearla con ternura. No había traído su cuerpo con ella.

Pero, de algún modo, sí había traído sus lágrimas, y una voz fría y tirante como un alambre en su interior dijo: «¡No las malgastes, idiota! Usa esas lágrimas. Si vas a sollozar, solloza sobre su rostro o sus manos. Y, a propósito, todo el mundo te odia».

«Incluso Matt te odia, y a Matt le gusta todo el mundo», siguió diciendo aquella voz cruel y práctica, y Elena dio rienda suelta a un nuevo estallido de sollozos, reparando distraídamente en el efecto de cada lágrima. Cada gota tornaba en rosada la piel blanca de Stefan y el color se extendía en oleadas hacia fuera, como si su amado fuese un estanque, y ella descansase sobre él, agua sobre agua.

Salvo que las lágrimas caían tan de prisa que parecían un aguacero cayendo sobre el estanque Wickery. Y eso no hizo más que recordarle la vez que Matt había caído en el estanque, la vez en que intentó rescatar a una niña que había caído a través del hielo, y en cómo Matt la odiaba ahora.

—No, ¡oh!, no, no llores, mi dulce amor —suplicó Stefan, con tal sinceridad que cualquiera habría creído que lo decía en serio.

Pero ¿cómo podía decirlo en serio? Elena sabía qué aspecto debía de tener ella, con el rostro hinchado y manchado por las lágrimas: ¡no era aplicable lo de «dulce amor» en aquel momento! Y él tendría que estar loco para querer que ella parase de llorar: sus lágrimas le proporcionaban vida nueva allí donde tocaban la piel de Stefan; y quizá la tormenta dentro de él había tenido un gran efecto, porque la voz telepática era fuerte y segura.

«Elena, perdóname… ¡Oh, Dios mío, sólo concédeme un momento con ella! ¡Sólo un único momento! Podré soportar cualquier cosa entonces, incluso la auténtica muerte. ¡Sólo un momento para tocarla!»

Y a lo mejor Dios sí bajó los ojos hacia ellos por un momento, y se apiadó. Los labios de Elena flotaban por encima, temblaban por encima de los de Stefan, como si de algún modo pudiese robarle un beso como lo hacía antes cuando él aún estaba dormido. Pero justo por un instante a Elena le dio la impresión de que sentía carne cálida bajo la suya y el revoloteo de las pestañas de Stefan sobre los párpados cuando los ojos de éste se abrieron de golpe, sorprendidos.

Al instante ambos se quedaron totalmente inmóviles, con los ojos abiertos de par en par, sin que ninguno de ellos fuese tan estúpido como para moverse lo más mínimo. Pero Elena no pudo contenerse cuando la calidez procedente de los labios de Stefan envió un flujo cálido a través de todo su cuerpo y se fundió en el beso, y, a la vez que mantenía el cuerpo en la misma posición con sumo cuidado, sintió que la mirada se le empañaba y sus párpados se cerraban.

Al mismo tiempo que sus pestañas acariciaban algo que tenía sustancia, el momento llegó rápida y silenciosamente a su fin. Elena tenía dos opciones: podía chillar histéricamente y clamar telepáticamente contra Il Signore por darles sólo lo que Stefan había pedido, o podía reunir todo el coraje de que disponía y sonreír y tal vez reconfortar a Stefan.

Ganaron sus buenos sentimientos y cuando Stefan abrió los ojos, ella estaba inclinada sobre él, fingiendo descansar sobre los codos y el pecho del joven, y le sonreía mientras intentaba alisarse los cabellos.

Aliviado, Stefan le devolvió la sonrisa. Era como si él pudiese soportar cualquier cosa, siempre y cuando ella no resultase lastimada.

—Damon sería más práctico —dijo ella bromeando—. Preferiría verme llorar antes que su salud se viera perjudicada. Y habría rezado para que… —Hizo una pausa y finalmente empezó a reír, lo que hizo sonreír a Stefan—. No tengo ni idea —dijo Elena por fin—. No creo que Damon rece.

—Probablemente no —repuso él—. Cuando éramos jóvenes… y humanos…, el sacerdote de la ciudad paseaba con un bastón que parecía gustarle más utilizar en jóvenes delincuentes que como apoyo.

Elena pensó en la delicada criatura encadenada al enorme y pesado peñasco de los secretos. ¿Sería la religión una de las cosas prisioneras allí, guardada tras puertas cerradas una tras otra en secreto allí dentro, como un nautilo lleno de cámaras hasta que casi todo aquello que le importaba quedara en el interior?

No le preguntó a Stefan. En su lugar dijo, bajando la voz al más quedo de los susurros telepáticos, la más tenue alteración de neuronas en el cerebro receptivo de Stefan: «¿Qué otras cosas prácticas se te ocurren en las que Damon podría haber pensado? ¿Cosas relacionadas con una fuga de la cárcel?»

—Bueno…, ¿para una fuga? Lo primero que se me ocurre es que uno habría de saber cómo moverse por la ciudad. Me trajeron aquí con los ojos vendados, pero puesto que carecen del poder para quitarles la maldición a los vampiros y convertirlos en humanos, todavía tenía todos mis sentidos. Yo diría que es una ciudad aproximadamente del tamaño de Nueva York y Los Ángeles juntas.

—Una ciudad grande —anotó Elena, tomando notas mentalmente.

—Pero por suerte la única zona que nos interesa es la sección sudoeste. Se supone que la ciudad está gobernada por las Guardianas, pero ellas proceden del Otro Lado, y los demonios y vampiros que hay aquí hace tiempo que advirtieron que la gente les temía más a ellos que a las Guardianas. Ahora esa zona está organizada en unos doce o quince castillos feudales o estados, y cada uno de ellos posee el control de una considerable cantidad de terreno fuera de la ciudad. Cultivan sus propios productos exclusivos y los venden mediante tratos que se llevan a cabo aquí. Por ejemplo, son los vampiros quienes cultivan Magia Negra Clarion Loess.

—Entiendo —dijo Elena, que no tenía ni idea sobre qué le hablaba, excepto en lo referente al vino Magia Negra—. Pero todo lo que en realidad nos hace falta saber es cómo llegar al Shi no Shi: tu prisión.

—Es cierto. Bueno, el modo más fácil sería localizar el sector kitsune. El Shi no Shi es un grupo de edificios, el más grande de los cuales…, el que no tiene techo, es curvo, y tal vez no puedas darte cuenta desde el suelo…

—¿El que tiene aspecto de coliseo? —interrumpió Elena con ansiedad—. Obtengo una especie de vista aérea de la ciudad cada vez que vengo aquí.

—Bueno, eso que tiene aspecto de coliseo es un auténtico coliseo —repuso Stefan, sonriendo.

Sonreía de verdad. «Se siente lo bastante bien como para sonreír, ahora», se regocijó Elena, aunque en silencio.

—Así que para llegar hasta ti y sacarte de aquí, tan sólo hemos de llevarte debajo del coliseo, al portal que lleva de vuelta a nuestro mundo —dijo Elena—. Pero para liberarte hay… algunas cosas que hemos de reunir… y ésas probablemente estarán en zonas distintas de la ciudad.

Intentó recordar si le había descrito alguna vez la doble llave zorro a Stefan o no. Probablemente era mejor no hacerlo si no lo había hecho antes.

—Entonces yo contrataría a un guía nativo —respondió Stefan al instante—. En realidad no sé nada sobre la ciudad, salvo lo que los guardas me cuentan…, y no estoy seguro de confiar en ellos. Pero la gente sin importancia…, la gente corriente…, probablemente sabrá las cosas que necesitas conocer.

—Es una buena idea —respondió Elena, y efectuó dibujos invisibles con un dedo transparente sobre el pecho de Stefan—. Creo que Damon hará todo lo que pueda para ayudarnos.

—Se ha ganado mi respeto sólo por venir —dijo Stefan, como si considerara cuidadosamente las cosas—. Está manteniendo su promesa, ¿no es cierto?

Elena asintió. En lo más profundo de su conciencia flotaron los pensamientos: «Me dio su palabra de que cuidaría de ti. Y a ti, de que cuidaría de mí. Damon siempre cumple su palabra».

—Stefan —volvió a decir a las zonas más recónditas de la mente del joven, donde podía compartir información, o eso esperaba, en secreto—, deberías haberle visto, de verdad. Cuando llevé a cabo las Alas de Redención y todo lo malo que le había endurecido o hecho que fuese cruel se destruyó. Y cuando llevé a cabo las Alas de Purificación y toda la piedra que le cubría el alma cayó a pedazos… No creo que pudieses imaginar cómo era. Era tan perfecto, y tan nuevo. Y más tarde, cuando lloró…

Pudo sentir dentro de Stefan tres capas de emociones que se sucedían la una a la otra casi instantáneamente. Incredulidad ante el hecho de que Damon pudiese llorar, a pesar de todo lo que Elena le había estado contando; luego, convencimiento y asombro a medida que absorbía las imágenes que le enviaba y los recuerdos; y finalmente, la necesidad de consolarla mientras ella mantenía la mirada fija en un Damon envuelto eternamente en penitencia. Un Damon que jamás volvería a existir.

—Te salvó —susurró Elena—, pero no quiso salvarse él. No quiso negociar siquiera con Shinichi y Misao. Se limitó a permitir que le quitaran todos sus recuerdos de ese mismo instante.

—Quizá dolía demasiado.

—Sí —repuso Elena, bajando sus barreras deliberadamente de modo que Stefan pudiese sentir el dolor que había sentido la criatura nueva y perfecta que ella había creado al enterarse de que había cometido actos de crueldad y traición que…, bueno, que habrían hecho estremecer al espíritu más fuerte—. ¿Stefan? Creo que debe de sentirse muy solo.

—Sí, mi ángel. Seguro que tienes razón.

En esta ocasión, Elena pensó durante un tiempo mucho más prolongado antes de aventurar:

—¿Stefan? No estoy segura de que Damon comprenda lo que significa ser amado.

Y mientras él pensaba cuidadosamente su respuesta, ella estuvo sobre ascuas.

Entonces él dijo otra vez en voz muy queda y hablando muy despacio:

—Sí, mi ángel. Llevas razón otra vez.

¡Oh, cómo le amaba! Siempre lo comprendía todo. Y siempre era de lo más valiente y galante y confiado justo cuando ella necesitaba que lo fuese.

—¿Stefan? ¿Puedo volver a quedarme esta noche?

—¿Ya es de noche, mi dulce amor? Puedes quedarte… a menos que Ellos vengan a llevarme a alguna parte. —De improviso Stefan se mostraba muy solemne, sosteniéndole la mirada—. Pero si Ellos vienen… prométeme que te irás, ¿lo prometes?

Elena le miró directamente a los verdes ojos y contestó:

—Si es lo que quieres, lo prometo.

—¿Elena? ¿Mantienes…, mantienes tus promesas o no?

De repente sonaba muy somnoliento, pero somnoliento de un modo bueno, no rendido, sino como alguien que se ha refrescado y está siendo arrullado hasta sumirse en un sueño perfecto.

—Las mantengo pegadas a mí —musitó Elena.

«Pero a ti te mantengo más cerca —pensó—. Y si alguien viniese a hacerte daño, descubrirían lo que un adversario incorpóreo puede hacer.» Por ejemplo, ¿y si se limitase a introducirse en sus cuerpos y consiguiese establecer contacto por un instante? ¿El tiempo suficiente para oprimir un corazón entre sus preciosos dedos blancos? Ese sería un buen comienzo.

—Te amo, Elena. Me alegro tanto de que… nos hayamos besado…

—¡No es la última vez, ya lo verás! ¡Lo juro! —Dejó caer nuevas lágrimas sanadoras sobre él.

Stefan se limitó a sonreír con dulzura. Y a continuación se durmió.

Por la mañana, Elena despertó en su espléndido dormitorio de la casa de lady Ulma, sola. Pero tenía otro recuerdo, como una rosa prensada, que guardar en su propio lugar especial dentro de ella.

Y en alguna parte, muy dentro de su corazón, sabía que estos recuerdos podrían ser todo lo que tuviese de Stefan algún día. Podía imaginar que aquellos recordatorios dulcemente perfumados y frágiles serían algo a lo que aferrarse y acariciar… si Stefan no regresaba nunca a casa.