El Portal del Demonio.
Elena echó una ojeada por encima del hombro al asiento trasero del Prius. Bonnie pestañeaba soñolienta. Meredith, que había dormido mucho menos pero había oído información mucho más alarmante, parecía una cuchilla de afeitar: punzante, cortante como el hielo y lista.
No había nada más que ver excepto a Damon con sus bolsas de papel sobre el asiento junto a él, conduciendo el Prius. Por las ventanillas, donde un amanecer de la árida Arizona debería estarse abriendo paso cegador por el horizonte, no se veía nada salvo niebla.
Resultaba aterrador y desorientador. Habían tomado una carretera secundaria que salía de la autovía 179 y, gradualmente, la niebla había ido acercándose furtivamente, enviando zarcillos de neblina a rodear el coche, y finalmente engulléndolo por completo. A Elena le daba la impresión de que estaban siendo aislados deliberadamente del viejo mundo corriente de los McDonald's y cosas así, y cruzaban una frontera al interior de un lugar cuya existencia no deberían conocer, y al que aún menos deberían dirigirse.
No había tráfico en la dirección contraria. Ninguno. Y por mucho que Elena se esforzase en atisbar por su ventanilla, era como intentar mirar a través de nubes que pasaban a gran velocidad.
—¿No vamos demasiado de prisa? —preguntó Bonnie, frotándose los ojos.
—No —respondió Damon—; sería… una coincidencia extraordinaria… que alguna otra persona estuviese en esta misma ruta al mismo tiempo que nosotros.
—Se parece mucho a Arizona —dijo ella, decepcionada.
—Puede que sea Arizona, por lo que yo sé —replicó él—. Pero no hemos cruzado el Portal aún. Y esto no es ningún lugar de Arizona al que pudieses ir a parar de manera fortuita. El sendero siempre tiene sus truquitos y trampas. El problema es que nunca sabes a lo que te enfrentarás.
»Ahora escucha —añadió, mirando a Elena con una expresión que ella había llegado a conocer, y que significaba: «No bromeo; te hablo como a una igual; lo digo de veras».
»Has llegado a ser muy buena en lo de mostrar únicamente una aura humanizada —siguió Damon—. Pero eso significa que si puedes aprender una cosa más antes de que entremos, podrás realmente usar tu aura, hacer que te sirva de algo cuando lo precises, en lugar de limitarte a ocultarla hasta que aparezca inopinadamente fuera de control y levante coches de mil trescientos kilos.
—¿Servirme para qué clase de cosas?
—Como lo que te voy a enseñar. En primer lugar sólo relájate y deja que yo la controle. Luego, poco a poco, aflojaré el control y lo tomarás tú. Para cuando acabe, deberías poder enviar tus poderes a tus ojos… y ver mucho mejor; a tus oídos… y oír mucho mejor; a tus extremidades… y moverte mucho más de prisa y con mayor precisión. ¿De acuerdo?
—¿No podrías haberme enseñado esto antes de que iniciásemos esta excursioncita?
Él le sonrió, con una sonrisa salvaje e insensata que la hizo sonreír también aunque no sabía a qué venía.
—Hasta que he comprobado lo bien que has podido controlar tu aura a lo largo del sendero…, el camino hasta aquí…, no pensé que estuvieses preparada —dijo sin rodeos—. Ahora lo sé. Hay cosas en tu mente que sólo aguardan a que las dejen salir. Lo comprenderás cuando las liberemos.
«Y las dejamos salir… ¿con qué? ¿Un beso?», pensó Elena con suspicacia.
—No, no. Y ésa es otra razón por la que tienes que aprender esto. Tu telepatía se está descontrolando. Si no aprendes cómo evitar proyectar tus pensamientos, jamás conseguirás cruzar el puesto de control del Portal como una humana.
Puesto de control. No sonaba nada bien. Elena asintió y dijo:
—De acuerdo. ¿Qué hacemos?
—Lo mismo de antes. Relájate. Intenta confiar en mí.
Damon detuvo el coche a un lado de la carretera y ambos bajaron y se alejaron lo suficiente del Prius.
Entonces Damon posó la mano derecha justo a la izquierda del esternón de Elena, sin tocar la tela del top de intenso color dorado. Elena enrojeció violentamente y se preguntó qué debían de estar pensando Bonnie y Meredith de aquello si lo estaban observando.
Y entonces Elena sintió algo.
No era frío, ni era calor, pero era algo como los extremos más alejados de ambos. Era Poder puro. La habría derribado si Damon no la hubiese estado sujetando del brazo con la otra mano. Pensó: «Está usando su propio Poder para aleccionar al mío, para hacer algo…».
…algo que hacía daño…
«¡No!» Elena intentó, verbal y telepáticamente, decirle a Damon que el Poder era excesivo, que dolía. Pero Damon hizo caso omiso de sus súplicas del mismo modo que hizo caso omiso de las lágrimas que se derramaron por las mejillas de la joven. Su Poder conducía el de ella ahora, dolorosamente, por todo el cuerpo de Elena; estaba en su torrente sanguíneo, arrastrando el propio Poder de la muchacha tras él como si fuese la cola de un cometa; la obligaba a llevar el Poder a distintas partes de su cuerpo y dejarle aumentar y aumentar allí, sin permitirle exhalarlo ni trasladarlo. «Voy a estallar…»
Durante todo ese tiempo, los ojos de Elena habían estado fijos en los de Damon, transmitiéndole sus sentimientos: desde indignada cólera a conmoción, pasando por un dolor atroz…, y ahora… por…
Le estalló la mente.
El resto de su Poder siguió describiendo círculos, sin causar ningún dolor. Cada nueva inhalación de aire añadía más Poder, pero éste simplemente circulaba por su torrente sanguíneo, sin aumentar su aura, aunque incrementaba el Poder que había dentro de ella. Tras dos o tres inspiraciones rápidas más advirtió que lo hacía sin esfuerzo.
Ahora el Poder de Elena no se limitaba a deslizarse con suavidad por su interior, dando la impresión desde el exterior de que era como el de cualquier otro humano; también llenaba varios nódulos inflamados reventados de su interior y allí donde hacía eso, cambiaba las cosas.
Advirtió que miraba a Damon con los ojos bien redondos. Él podría haberle dicho qué sensación produciría aquello, en lugar de dejarla seguir adelante a ciegas.
«Realmente eres todo un bastardo, ¿verdad?», pensó Elena, y, sorprendentemente, pudo sentir cómo Damon recibía el pensamiento, y también la automática respuesta, que fue una complacida conformidad a sus palabras, en lugar de lo contrario.
Entonces Elena se olvidó de él en el alborear de una comprensión nueva; se daba cuenta de que podía mantener el Poder circulando por su interior, e incluso aumentarlo más y más, preparándose para una auténtica explosión fulminante, y exteriormente no mostrar nada de lo que éste hacía. Y en cuanto a los nódulos…
Elena paseó la mirada por lo que unos pocos minutos antes había sido un páramo estéril. Fue como recibir proyectiles luminosos a través de ambos ojos. Se sintió deslumbrada, se sintió embelesada. Los colores parecían cobrar vida con un esplendor doloroso. Sintió que podía ver mucho más allá de lo que había visto nunca, más y más al interior del desierto, y al mismo tiempo, podía distinguir las pupilas de Damon de los iris.
«Vaya, ambas Son negras, pero de diferentes tonalidades de negro —pensó—. Desde luego, hacen juego… Damon jamás tendría un iris que no complementara las pupilas. Pero sus iris son más aterciopelados, mientras que sus pupilas son más sedosas y brillantes. Y con todo, es un terciopelo que puede retener luz en su interior…, casi como el cielo nocturno con estrellas…, como esas bolas estrella de los kitsune de las que me habló Meredith.»
justo ahora aquellas pupilas eran muy grandes y estaban fijas persistentemente en su rostro, como si Damon no quisiera perderse un instante de su reacción. De improviso, la comisura del labio se curvó en una tenue sonrisa.
—Lo has logrado. Has aprendido a canalizar tu Poder hacia tus ojos. —Habló en un susurro apenas audible que antes ella jamás habría podido detectar.
—Y a los oídos —susurró ella en respuesta, escuchando la sorprendente sinfonía de diminutos sonidos que la rodeaba.
Muy arriba en el aire, un murciélago chilló en una frecuencia demasiado alta para que el oído humano la advirtiese. En cuanto a la caída de granos de arena en torno a ella, éstos formaban algo parecido a un concierto minúsculo a medida que golpeaban la roca y rebotaban con un leve sonido agudo antes de caer al suelo.
«Esto es increíble —le dijo a Damon, oyendo la satisfacción vanidosa de su propia voz telepática—. ¿Y desde ahora puedo comunicarme contigo así en cualquier momento?» Tendría que tener cuidado con eso; la telepatía amenazaba con revelar más de lo que podría querer enviar al receptor.
«Es mejor tener cuidado», convino Damon, confirmando sus sospechas de que había enviado más de lo que había sido su intención.
«Pero, Damon…, ¿puede Bonnie hacer esto también? ¿Debería intentar enseñarle?»
—¿Quién sabe? —respondió Damon en voz alta, haciendo que Elena se sobresaltara—. Enseñar a humanos cómo usar el Poder no es exactamente mi fuerte.
«¿Y qué hay de mis diferentes poderes con las alas? ¿Podré ser capaz de controlarlos ahora?»
—No tengo la menor idea. Nunca he visto nada parecido a ellas. —Damon mostró un semblante pensativo por un momento y luego sacudió la cabeza—. Creo que necesitarías a alguien con más experiencia de la que yo tengo para aprender a controlar esos poderes. —Antes de que Elena pudiese decir nada más, añadió—: Sería mejor que devolviésemos nuestra atención a nuestras acompañantes. Estamos casi en el Portal.
—Y supongo que no debería estar usando la telepatía entonces.
—Bueno, es un modo muy evidente de delatarse…
—Pero me enseñarás más adelante, ¿verdad? ¿Todo lo que sepas sobre controlar el Poder?
—A lo mejor debería ser tu novio quien lo hiciera —respondió él casi con aspereza.
«Está asustado —pensó Elena, intentando mantener los pensamientos ocultos bajo una cortina de ruido blanco de modo que Damon no los captara—. Tiene tanto miedo de revelarme demasiado como yo le temo a él.»