10

A la mañana siguiente, Elena se levantó y se vistió rápidamente en la habitación del motel, agradecida por el espacio extra. Damon no estaba, pero eso ya lo había imaginado. Por lo general obtenía su desayuno temprano mientras viajaban, alimentándose de camareras en bares de carretera abiertos toda la noche o en cafetuchos que abrían temprano.

Discutiría eso con él algún día, se dijo mientras colocaba el paquete de café molido en la pequeña cafetera eléctrica de dos tazas que proporcionaba el motel. Olía bien.

Pero lo más apremiante era hablar con alguien sobre lo que había sucedido la noche anterior. Stefan era su primera elección, claro, pero había descubierto que las proyecciones astrales no se conseguían sólo con pedirlo. Lo que necesitaba era llamar a Bonnie y a Meredith; realmente tenía que hablar con ellas —era su derecho—, pero ahora, precisamente, no podía. Su intuición le decía que cualquier contacto entre ella y Fell's Church podría ser nocivo.

Y Matt no había contactado con ellos. Ni una vez. No tenía ni idea de en qué parte del trayecto estaría, pero sería mejor que estuviese en Sedona a tiempo, eso era todo. El había roto deliberadamente toda comunicación con ellos. Estupendo. Siempre y cuando apareciese cuando había prometido hacerlo.

Pero… Elena seguía necesitando hablar. Expresarse.

¡Pues claro! ¡Era una idiota! Todavía contaba con su fiel compañero, que jamás decía una palabra y nunca la hacía esperar. Mientras se servía una taza de café negro hirviendo, Elena extrajo su diario del fondo de la bolsa de lona y lo abrió por una página nueva y en blanco. No había nada como una página en blanco y una pluma que se deslizara suavemente para empezar a escribir.

Quince minutos más tarde sonó un tamborileo en una ventana y al cabo de un minuto Damon entraba en la habitación. Llevaba varias bolsas de papel con él y Elena se sintió incomprensiblemente complacida y hogareña. Ella ponía el café, que era bastante bueno incluso aunque viniese con un sucedáneo de leche en polvo, y Damon ponía…

—Gasolina —anunció él en tono triunfal, enarcando las cejas elocuentemente en dirección a ella mientras depositaba las bolsas sobre la mesa—. Por si acaso intentan usar plantas contra nosotros. No, gracias —añadió, al ver que ella estaba parada con una taza llena de café dirigida hacia él—. Ya he tomado uno de la máquina mientras compraba esto, iré a lavarme las manos.

Y desapareció, pasando junto a Elena.

Pasando junto a ella sin dedicarle una mirada, incluso a pesar de que ella llevaba puestos el único par de prendas limpias que le quedaban: vaqueros y un top sutilmente coloreado que parecía blanco a primera vista y sólo bajo la luz más brillante revelaba que tenía una etérea tonalidad de arco iris.

«Ni una simple mirada», pensó Elena, sintiendo una extraña sensación de que de algún modo su vida había girado sobre sí misma.

Hizo intención de tirar el café, pero luego decidió que lo necesitaba y se lo bebió en unos pocos sorbos hirvientes.

Después volvió junto a su diario y repasó las últimas dos o tres páginas.

—¿Estás lista para partir? —gritó Damon por encima del sonido del agua que corría en el cuarto de baño.

—Sí… Dame un minuto.

Elena leyó las páginas del diario correspondientes a la anotación anterior y empezó a leer por encima la anterior a ésa.

—Lo mejor será que vayamos directamente al oeste desde aquí —gritó Damon—. Podemos llegar en un día. Pensarán que es una maniobra de engaños en dirección a un portal en particular y registrarán todas las entradas pequeñas. Entretanto, nosotros seguiremos en dirección al Portal Kimon y le llevaremos días de ventaja a cualquiera que nos siga la pista. Es perfecto.

—¡Aja! —respondió Elena, leyendo.

—Deberíamos poder encontrarnos con Memo mañana…, quizá esta misma noche, dependiendo de la clase de problemas que provoquen.

—¡Ajá!

—Pero primero quería preguntarte algo: ¿crees que es una coincidencia que nuestra ventana esté rota? Porque siempre les coloco salvaguardas por la noche y estoy seguro de que… —Se pasó una mano por la frente y se sentó—. Estoy seguro de que anoche también lo hice. Pero algo ha conseguido pasar, ha roto la ventana y se ha marchado sin dejar rastro. Es por eso que he comprado toda esa gasolina. Si intentan algo con árboles, les haré volar por los aires hasta Stonehenge.

Y a la mitad de los inocentes residentes del estado, se dijo Elena, sombría. Pero se hallaba en tal estado de shock que pocas cosas podían causar una impresión que lo superase.

—¿Qué estás haciendo ahora? —Damon estaba a todas luces listo para levantarse y ponerse en marcha.

—Deshacerme de algo que no necesito —dijo Elena, y tiró de la cadena del váter, contemplando cómo los pedazos rasgados de su diario daban vueltas y vueltas antes de desaparecer.

»Yo no me preocuparía mucho por lo de la ventana —siguió, volviendo a entrar en el dormitorio y poniéndose los zapatos—. Y no te levantes aún, Damon. Tengo que hablar contigo sobre algo.

—Oh, vamos. Puedes esperar hasta que estemos en marcha, ¿verdad?

—No, no puedo porque tenemos que pagar por esa ventana. La rompiste anoche, Damon. Pero no recuerdas haberlo hecho, ¿no es cierto?

Damon se la quedó mirando con asombro, y ella se dio cuenta de que su primera tentación fue reír; la segunda, a la que cedió, fue pensar que ella se había vuelto majareta.

—Hablo en serio —repuso ella, una vez que él se hubo levantado y empezaba a andar hacia la ventana con toda la apariencia de querer ser un cuervo y salir volando por ella—. No te atrevas a irte a ninguna parte, Damon, porque hay más.

—¿Más cosas que hice y que no recuerdo? —Damon se repantigó contra la pared en una de sus viejas posturas arrogantes—. ¿Tal vez destrocé unas cuantas guitarras, tuve la radio encendida hasta las cuatro de la mañana?

—No. No necesariamente cosas de… anoche —dijo Elena, volviendo la cabeza porque era incapaz de mirarle—. Otras cosas, de otros días…

—¿Como que tal vez he estado intentando sabotear este viaje desde el principio? —replicó él, en tono lacónico, y miró al techo y suspiró profundamente—. A lo mejor lo he hecho sólo para estar a solas contigo…

—¡Cállate, Damon!

¿De dónde había salido eso? Bueno, lo sabía, desde luego. De sus sentimientos respecto a la noche pasada. El problema era que también tenía que dejar otras cosas resueltas… En serio, si él quería aceptarlas. Bien pensado, ése podría ser un modo mejor de acometerlo.

—¿Crees que tus sentimientos respecto a Stefan…, bueno, han cambiado en algo recientemente? —preguntó Elena.

—¿Qué?

—¿Crees…? —vaya, resultaba tan difícil mirando aquellos negros ojos del color del espacio infinito; en especial cuando la noche anterior habían estado llenos de millares de estrellas—, ¿crees que has llegado a pensar en él de un modo distinto? ¿A hacer honor a sus deseos más de lo que acostumbrabas a hacer?

Ahora era Damon quien la examinaba descaradamente, tal y como ella lo hacía con él.

—¿Hablas en serio? —preguntó él.

—Totalmente —respondió ella, y, con un esfuerzo supremo, envió las lágrimas de vuelta a donde se suponía que debían ir.

—Así que pasó algo anoche —dijo él, y la miraba atentamente a la cara—. ¿No es cierto?

—Algo sucedió, sí —contestó ella—. Fue más… fue más bien un… —Tenía que soltar aliento, y, al hacerlo, casi todo lo demás salió también.

—¡Shinichi! Shinichi, che bastardo! Imbroglione! ¡Ese ladrón! ¡Voy a matarle poco a poco!

De improviso, Damon estaba en todas partes. Estaba junto a ella, con las manos sobre sus hombros; al minuto siguiente estaba chillando imprecaciones por la ventana, luego regresaba y le tomaba ambas manos.

Pero sólo una palabra importaba a Elena. Shinichi. El kitsune de cabellos negros con las puntas escarlata, que les había hecho renunciar a tanto sólo por obtener la ubicación de la celda de Stefan.

Mascalzone! Maleducato…!

Elena volvió a perder el hilo de las maldiciones de Damon. Así que era cierto. A Damon le habían robado por completo la noche anterior, se la habían quitado de la mente con la misma sencillez y tan completamente como el intervalo entre el momento en que ella había usado las Alas de Redención y las Alas de Purificación en él. Damon había podido acceder hasta ese momento. Pero anoche… Y ¿qué otras cosas habría estado cogiendo el zorro?

Suprimir toda una tarde y noche enteras…, y esta tarde y noche en particular, implicaba que…

—Él jamás cerró la conexión entre mi mente y la suya. Todavía puede meterse dentro de mí siempre que quiera.

Damon había dejado finalmente de lanzar improperios, había dejado de moverse y estaba sentado en el sofá que había frente a la cama con las manos caídas sobre las rodillas; parecía extrañamente desamparado.

—Elena, tienes que contármelo. ¿Qué me quitó anoche? ¡Por favor! —Damon daba la impresión de que podría caer de rodillas ante ella, sin melodrama—. Si…, si… es lo que pienso…

Elena sonrió, a pesar de que las lágrimas le seguían corriendo por el rostro.

—No fue… lo que cualquiera pensaría, exactamente, supongo —dijo.

—¡Pero…!

—Digamos simplemente que este tiempo… fue mío —repuso Elena—. Si te ha robado alguna otra cosa a ti, o si lo intenta hacer en el futuro, entonces se levanta la veda. Pero esto… será mi secreto.

«Hasta que algún día te abras paso al interior de tu enorme peñasco de secretos», pensó.

—¡Hasta que se lo arranque, junto con su lengua y su cola! —gruñó Damon, y realmente fue el gruñido de un animal, por lo que Elena se alegró de que no fuese dirigido a ella—. No te preocupes —añadió Damon en una voz tan glacial que fue casi más aterradora que la furia animal—. Acabaré encontrándole, no importa dónde intente ocultarse. Y se lo sacaré. Tal vez le arranque el peludo pellejo junto con ello. Te haré un par de mitones con él, ¿qué te parece?

Elena intentó sonreír y le salió muy bien. Estaba empezando a aceptar lo sucedido, aunque no creía ni por un instante que Damon fuese a dejarla en paz sobre el tema hasta que le sacase el recuerdo por la fuerza a Shinichi. Comprendió que en cierto modo estaba castigando a Damon por lo que Shinichi había hecho, y que eso estaba mal. «Prometo que nadie sabrá lo de anoche —se dijo—. No hasta que Damon lo sepa. Ni siquiera se lo contaré a Bonnie y a Meredith»

Esto hacía las cosas mucho más difíciles para ella, y por lo tanto probablemente más equitativas.

Mientras limpiaban los restos del ataque de furia más reciente de Damon, éste de repente alzó una mano para quitarle una lágrima errabunda a Elena de la mejilla.

—Gracias… —empezó a decir ella, y entonces se interrumpió.

Damon se estaba llevando los dedos a los labios.

La miró, sobresaltado y un poco decepcionado. Luego se encogió de hombros.

—«Sigues siendo cebo para unicornios» —dijo—. ¿Dije eso anoche?

Elena vaciló, luego decidió que sus palabras no se hallaban dentro de los límites temporales cruciales del secreto.

—Sí, lo hiciste. Pero… no me delatarás, ¿verdad? —añadió, repentinamente ansiosa—. Les prometí a mis amigas no decir nada.

Damon la miraba con fijeza.

—¿Por qué tendría que decir nada sobre nadie? A menos que estés hablando de la de los cabellos rojos…

—Ya te lo he dicho; no te voy a explicar nada de nada. Excepto que evidentemente Caroline ya no es virgen. Cómo va a serlo, después de todo ese jaleo sobre que está embarazada…

—Pero recordarás —interpuso él— que llegué a Fell's Church antes de que lo hiciese Stefan; lo cierto es que estuve acechando desde las sombras durante más tiempo. El modo en que hablabais…

—Bueno, ya lo sé. Nos gustaban los chicos y a los chicos les gustábamos nosotras, y ya teníamos cierta reputación. Así que nos limitábamos a hablar tal y como nos apetecía. Tal vez algo fuera cierto, pero la mayor parte de cosas tenían doble sentido… Y luego, claro, ya sabes cómo hablan los chicos…

Damon lo sabía. Asintió.

—Así que muy pronto todo el mundo hablaba de nosotras como si hubiésemos hecho de todo con todo el mundo. Incluso escribieron cosas al respecto en el periódico y en el anuario y en las paredes del cuarto de baño. Pero nosotras teníamos una pequeña poesía, también, y a veces incluso la escribíamos con nuestras firmas en ella. ¿Cómo decía?

Elena hizo retroceder la mente un año atrás, dos años, incluso más. Luego recitó:

Que lo hayas oído no hace que sea verdad.

Que lo hayas leído no hace que sea así.

La próxima vez que lo oigas, puede que hable de ti.

¡No creas que puedes hacerles cambiar de opinión,

sólo porque tú tienes razón…, tienes razón!

Cuando terminó, Elena miró a Damon, sintiendo de improviso la apremiante necesidad de llegar hasta Stefan.

—Casi hemos llegado —dijo—. Démonos prisa.