Elena estaba utilizando todo su considerable abanico de talentos conciliadores para tranquilizar a Matt, animándole a pedir un segundo y un tercer gofre; sonriéndole desde el otro lado de la mesa. Pero no estaba sirviendo de gran cosa. Matt se movía como si se viese impulsado a apresurarse, mientras que al mismo tiempo no podía apartar los ojos de ella.
«Sigue imaginando a Damon abatiéndose y aterrorizando a alguna joven», pensó Elena con impotencia.
Damon aún no había llegado cuando salieron de la cafetería. Elena vio cómo empezaba a fruncirse el ceño de Matt y tuvo una idea genial.
—¿Por qué no llevamos el Jag a un concesionario de coches usados? Si tenemos que renunciar al Jaguar, me gustaría contar con tu consejo sobre qué obtenemos a cambio.
—Ah, claro, mi consejo sobre cacharros desvencijados que se caen a trozos tiene que ser el mejor —respondió Matt, con una sonrisa irónica que indicaba que sabía que Elena le estaba manipulando pero no le importaba.
El único concesionario de coches de la población no parecía muy prometedor. Pero incluso éste no tenía un aspecto tan deprimente como el propietario del lugar. Elena y Matt lo encontraron dormido dentro de una pequeña caseta de ventanas sucias que era su oficina. Matt golpeó suavemente en la manchada ventana y al final el hombre dio un respingo, se irguió en la silla con una sacudida y les hizo un enojado ademán con la mano para que se fuesen.
Pero Matt volvió a golpear la ventana cuando el hombre empezó a bajar de nuevo la cabeza, y en esta ocasión éste se irguió en el asiento lentamente, les dirigió una mirada de amarga desesperación y fue a la puerta.
—¿Qué queréis? —exigió.
—Un trueque —dijo Matt con voz firme antes de que Elena pudiese decirlo en voz baja.
—Vosotros, unos adolescentes, tenéis un coche para intercambiar —dijo el hombrecillo en tono siniestro—. En los veinte años que hace que poseo este lugar…
—Mire. —Matt retrocedió para dejar a la vista el brillante Jag rojo que resplandecía a la luz del sol como una rosa gigante sobre ruedas—. Un Jaguar XZR nuevecito. ¡De cero a cien en 3,7 segundos! ¡Un motor de 550 caballos superalimentado AJ-V8GEN IIIR con seis velocidades y transmisión automática ZF! ¡Dinámica adaptada y diferencial activo para una tracción y manejo excepcionales! ¡No hay un coche como el XZR! —finalizó Matt con la nariz casi pegada a la del hombrecillo, cuya boca se había abierto lentamente a medida que sus ojos se movían raudos entre el coche y el muchacho.
—¿Me estás diciendo que queréis intercambiar eso por algo de lo que hay aquí? —dijo, mostrando una expresión escandalizada de franca incredulidad—. Como si yo tuviese el efectivo para… ¡aguardad un minuto! —se interrumpió.
Sus ojos dejaron de moverse a toda velocidad y se convirtieron en los de un jugador de póquer. Sus hombros se alzaron, pero no su cabeza, lo que le proporcionó el aspecto de un buitre.
—No lo quiero —dijo, categórico, e hizo como si fuese a volver a entrar en la oficina.
—¿Qué quiere decir con que no lo quiere? ¡Babeaba mirándolo hace un minuto! —gritó Matt, pero el hombre había dejado de estremecerse y la expresión no cambió.
«Tendría que haber hablado yo —pensó Elena—. No habría iniciado una guerra desde la primera palabra, pero ya es demasiado tarde.» Intentó dejar fuera las voces masculinas y contempló los coches desvencijados del solar, cada uno con su propio letrero polvoriento en el parabrisas: ¡10 POR CIENTO DE DESCUENTO POR NAVIDAD!, ¡CRÉDITO FÁCIL!, ¡LIMPIO!, ¡GANGA, ERA PROPIEDAD DE UNA ABUELITA!, ¡SIN ENTRADA!, ¡COMPRUÉBELO! Temió prorrumpir en llanto en cualquier momento.
—No hay demanda para un coche como ése por aquí —decía el comerciante con rostro inexpresivo—. ¿Quién lo compraría?
—¡Está loco! Este coche atraería bandadas de compradores. ¡Es…, es publicidad! Mejor que ese hipopótamo morado de ahí.
—No es un hipopótamo. Es un elefante.
—¿Quién lo diría, medio deshinchado como está?
Con gesto digno, el propietario se acercó a grandes zancadas al Jag para mirarlo.
—No es nuevo. Tiene demasiados kilómetros.
—Se compró hace sólo dos semanas.
—¿Y qué? En unas pocas semanas más, Jaguar anunciará los coches del año próximo. —El comerciante agitó una mano en dirección a la gigantesca rosa que era el vehículo de Elena—. Obsoleto.
—¡Obsoleto!
—Sí. Un coche grande como éste traga mucha gasolina…
—¡Es más eficiente energéticamente que un híbrido…!
—¿Crees que la gente sabe eso? Lo ven…
—Oiga, podría llevar este coche a cualquier otro sitio…
—Entonces hazlo. ¡En mi establecimiento, aquí y ahora, ese coche apenas vale otro coche a cambio!
—Dos coches.
La nueva voz provenía directamente de detrás de Matt y Elena, pero los ojos del vendedor de coches se abrieron de par en par como si acabara de ver un fantasma.
Elena volvió la cabeza y se encontró con la negra mirada insondable de Damon, que llevaba las Ray-Ban enganchadas a la camiseta y estaba de pie con las manos a la espalda; miraba duramente al vendedor de coches.
Transcurrieron unos pocos instantes, y entonces…
—El… Prius plateado del fondo en la esquina derecha. Bajo… bajo el toldo —dijo el vendedor despacio y con una expresión aturdida…, en respuesta a ninguna pregunta que se le hubiese hecho en voz alta—. Os… acompañaré hasta allí —añadió en una voz que hacía juego con su semblante.
—Lleva las llaves contigo. Que el chico lo pruebe —ordenó Damon, y el propietario buscó a tientas para mostrar un llavero que colgaba de su cinturón, y luego se alejó lentamente, mirando al vacío.
Elena se volvió hacia Damon.
—¿A que lo adivino? Le has preguntado cuál era el mejor coche de los que tiene.
—Sustitúyelo por «el menos repugnante» y te acercarías más —respondió él, y a continuación le dedicó una brillante sonrisa durante una décima de segundo y luego la apagó.
—Pero, Damon, ¿por qué dos coches? Sé que es más justo y todo eso, pero ¿qué vamos a hacer con el segundo?
—Una caravana —dijo él.
—Ah, no.
Pero incluso Elena podía ver las ventajas; al menos después de que celebraran una cumbre para decidir un calendario de rotaciones entre los coches para Elena. Suspiró.
—Bueno… Si Matt está de acuerdo…
—Memo estará de acuerdo —replicó Damon, pareciendo por un breve instante, un instante brevísimo, tan inocente como un ángel.
—¿Qué es lo que escondes ahí detrás? —preguntó Elena, decidiendo no proseguir con la cuestión de lo que Damon tenía intención de hacer a Matt.
Damon volvió a sonreír, pero esta vez fue una sonrisa curiosa, sólo una leve crispación de una comisura de la boca. Sus ojos hacían ver que no era gran cosa, pero al mostrar su mano derecha, Damon sostenía la rosa más hermosa que Elena había visto en su vida.
Era la rosa del rojo más intenso que había visto nunca, pero con todo no había ni un atisbo de morado en ella; era sencillamente de un color burdeos aterciopelado, y abierta exactamente en el momento de plena floración. Daba la impresión de que sería afelpada al tacto, y el tallo, de un verde vivo, con apenas unas pocas hojas delicadas aquí y allí, medía al menos medio metro y era recto como una regla.
Elena colocó resueltamente sus propias manos a la espalda. Damon no era un sentimental, ni siquiera cuando se ponía en plan «Príncipe de la Noche». La rosa probablemente tenía algo que ver con el viaje que llevaban a cabo.
—¿No te gusta? —preguntó Damon.
Puede que Elena lo imaginara, pero casi sonó como si se sintiera desilusionado.
—Pues claro que me gusta. ¿Para qué es?
Damon adoptó una postura relajada.
—Es para ti, princesa —contestó, con expresión herida—. No te preocupes; no la he robado.
No…, no la habría robado. Elena sabía exactamente cómo habría obtenido la rosa…, pero era tan bonita…
Puesto que ella seguía sin hacer un movimiento para tomar la flor, Damon la alzó y permitió que los frescos pétalos de tacto sedoso acariciasen la mejilla de la muchacha. El contacto la hizo estremecer.
—Para, Damon —murmuró, pero no pareció capaz de retroceder.
Él no paró. Usó los frescos pétalos susurrantes para bosquejar el otro lado de su rostro. Elena inspiró profundamente de un modo automático, pero lo que olió no parecía en absoluto una flor; era el aroma de algún vino muy oscuro, algo antiguo y aromático que en una ocasión la había emborrachado al instante. Emborrachado con Magia Negra y con su propia embriagadora excitación… sólo por estar con Damon.
«Pero ésa no era la auténtica yo —protestó una vocecita en su cabeza—. Yo amo a Stefan. Damon…, quiero…, quiero…»
—¿Quieres saber por qué he cogido esta rosa en concreto? —decía Damon en voz baja, la voz fundiéndose con los recuerdos de Elena—. Por su nombre. Es una rosa Magia Negra.
—Sí —se limitó a contestar Elena, que lo había intuido antes de que él lo dijera, pues era el único nombre que le iba bien.
Ahora Damon le daba un beso con la rosa haciendo girar en círculo la flor sobre su mejilla y presionando luego. Los pétalos más firmes del centro presionaron contra la piel, mientras que los pétalos exteriores se limitaron a acariciarla.
Elena estaba mareada. A esas alturas el día era caluroso y húmedo; ¿cómo podía tener un tacto tan frío aquella rosa? Ahora los pétalos más exteriores se habían movido para trazarle los labios, y ella quiso decir no, pero de algún modo las palabras se negaron a salir.
Era como si hubiese sido transportada atrás en el tiempo, atrás a los días en que Damon se le había aparecido por primera vez y la había reclamado para sí. Cuando ella casi le había permitido besarla antes de saber su nombre…
Él no había cambiado de modo de pensar desde entonces.
Damon cambiaba a otras personas mientras que él permanecía inmutable.
«Pero yo sí he cambiado —pensó Elena, y de improviso había arenas movedizas bajo sus pies—. He cambiado mucho desde entonces. Lo suficiente como para ver cosas en Damon que jamás había imaginado que podrían estar allí. No tan sólo las partes oscuras salvajes y furiosas, sino las partes delicadas. El honor y la decencia que estaban atrapados igual que vetas de oro dentro de ese peñasco de piedra que hay en su mente.
»Tengo que ayudarle —siguió pensando—. De algún modo, tengo que ayudarle a él… y al niño encadenado a la rosa.»
Tales pensamientos se habían escurrido lentamente en su mente mientras ésta parecía estar separada del cuerpo. Estaba tan inmersa en ellos, de hecho, que de algún modo había perdido el rastro de su propio cuerpo, y advirtió lo mucho que se había aproximado Damon. Ella tenía la espalda contra uno de los lastimosos coches desvencijados, y Damon hablaba en tono frívolo, pero con un trasfondo serio.
—¿Una rosa por un beso, entonces? —preguntó—. Es cierto, se llama Magia Negra, y la he obtenido honradamente. Ella se llamaba…, se llamaba…
Damon se interrumpió, y una expresión de intenso desconcierto le recorrió fugazmente el rostro. Luego sonrió, pero era la sonrisa de un guerrero, la sonrisa radiante que mostraba y hacía desaparecer casi antes de que estuvieses seguro de haberla visto. Elena intuyó problemas. Era cierto que Damon seguía sin recordar correctamente el nombre de Matt, pero jamás le había visto olvidar el nombre de una chica cuando realmente intentaba recordarlo. En especial, pocos minutos después, probablemente, de haberse alimentado de esa chica.
¿Otra vez Shinichi?, se preguntó Elena. ¿Seguía tomando los recuerdos de Damon; únicamente los momentos destacados, por supuesto? ¿Las emociones, buenas o malas? Sabía que el propio Damon lo pensaba. Sus negros ojos llameaban. Damon estaba furioso… pero había una cierta vulnerabilidad en su furia.
Sin pensar, posó las manos sobre los antebrazos de Damon. Hizo caso omiso de la rosa, incluso mientras él trazaba la curva de su pómulo con ella, e intentó hablar con voz firme.
—Damon, ¿qué vamos a hacer?
Esa fue la escena que se encontró Matt al regresar. Con la que chocó, más bien, pues llegó zigzagueando por entre un laberinto de coches, y dio la vuelta a toda velocidad a un todo-terreno blanco con un neumático pinchado, gritando:
—Eh, chicos, ese Prius es…
Y entonces se detuvo en seco.
Elena sabía lo que él veía: a Damon acariciándola con una rosa, mientras ella prácticamente le abrazaba. Soltó a Damon, pero no pudo apartarse de él debido al coche que tenía detrás.
—Matt… —empezó Elena, y entonces su voz se apagó.
Estuvo a punto de decir: «Esto no es lo que parece. No estábamos abrazándonos. En realidad ni siquiera le estoy tocando». Pero es que era precisamente eso lo que parecía. Damon le importaba; había estado intentando llegar hasta él…
Con una leve conmoción, aquel pensamiento se repitió con la fuerza de un rayo de luz solar atravesando el cuerpo desprotegido de un vampiro.
Damon le importaba.
Eso era una realidad. Por lo general le resultaba difícil estar con él porque ambos eran parecidos en muchos aspectos. Testarudos, cada uno queriendo que las cosas fuesen a su modo, apasionados, impacientes…
Ella y Damon eran parecidos.
Pequeñas sacudidas la recorrían, y todo su cuerpo parecía carecer de fuerzas. Descubrió que agradecía poder recostarse en el coche que tenía detrás, incluso a pesar de que debía de estar llenándose la ropa de polvo.
«Amo a Stefan —pensó casi histéricamente—. Es el único a quien amo. Pero necesito a Damon para llegar hasta él. Y creo que Damon se está haciendo añicos delante de mí.»
Miraba a Matt mientras tanto, con los ojos llenos de lágrimas que se negaban a caer. Parpadeó, pero permanecieron obstinadamente en sus pestañas.
—Matt… —susurró.
El no dijo nada. No necesitaba hacerlo. Estaba todo en su semblante: estupefacción convirtiéndose en algo que Elena no había visto nunca antes, no cuando la miraba a ella.
Era una especie de distanciamiento que la dejaba completamente fuera, que cortaba cualquier vínculo entre ellos.
—Matt, no… —Pero surgió en forma de susurro.
Y entonces, ante su asombro, Damon habló.
—Sabes que es todo cosa mía, ¿verdad? No puedes culpar a una chica por intentar defenderse. —Elena miró sus manos, que temblaban ahora, mientras Damon proseguía—: Sabes perfectamente que es culpa mía. Elena jamás…
Fue entonces cuando Elena lo comprendió. Damon estaba influenciando a Matt.
—¡No! —Cogió a Damon desprevenido, agarrándole otra vez y zarandeándole—. ¡No lo hagas! ¡Matt no!
Los ojos negros que se volvieron hacia ella no eran en modo alguno los de un pretendiente. A Damon le habían interrumpido en el uso de su Poder y, de haber sido cualquier otro quien lo hubiese hecho, habría acabado convertido en un pequeño punto de grasa en el suelo.
—Lo hago por ti —repuso Damon con frialdad—. ¿No quieres aceptar mi ayuda?
Elena descubrió que vacilaba. Quizá, si era sólo una vez, y únicamente por el bien de Matt.
Algo se apoderó de ella y tuvo que hacer un esfuerzo supremo para no permitir que su aura escapase por completo.
—Nunca vuelvas a intentarlo conmigo —dijo Elena; su voz era serena pero gélida—. ¡No te atrevas jamás a influenciarme! ¡Y deja en paz a Matt!
Algo parecido a una aprobación centelleó en la infinita oscuridad de la mirada de Damon, aunque desapareció antes de que ella pudiese estar segura de haberlo visto. Pero cuando él habló, pareció menos distante.
—De acuerdo —le dijo a Matt—. ¿Cuál será nuestra estrategia ahora? Decídelo tú.
Matt respondió despacio, sin mirarlos. Estaba colorado pero mostraba una calma absoluta.
—Iba a decir que ese Prius no está nada mal. Y el vendedor tiene otro. Está en buenas condiciones. Podríamos tener dos coches idénticos.
»¡Y entonces podríamos ir en caravana y dividirnos si alguien nos siguiera! No sabrían a quién seguir.
Normalmente, Elena habría rodeado a Matt con sus brazos en aquel punto. Pero él se miraba los zapatos, lo que probablemente era lo mejor en realidad, ya que Damon tenía los ojos cerrados y negaba levemente con la cabeza como si no pudiese creer la estupidez que escuchaba.
«Es cierto —pensó Elena—. Es mi aura…, o la de Damon…, lo que localizan. No podremos confundirlos con coches idénticos a menos que también tengamos auras idénticas.
Lo que significaba que en ese caso debería viajar con Matt todo el camino. Pero Damon jamás lo aceptaría. Y ella necesitaba a Damon para llegar hasta su amado, su único amor, su auténtico compañero: Stefan.
—Yo llevaré el que está más destrozado —decía Matt, organizándolo con Damon y haciendo caso omiso de ella—. Estoy acostumbrado a coches destartalados. Ya he concertado un trato con el tipo. Deberíamos ponernos en marcha. —Todavía hablando sólo a Damon, siguió—: Tendrás que contarme adonde vamos realmente. Podríamos tener que separarnos.
Damon permaneció en silencio durante un buen rato. Luego, con brusquedad, contestó:
—Sedona, Arizona, para empezar.
Matt mostró una expresión de disgusto.
—¿Ese lugar lleno de lunáticos de la Nueva Era? Estás de broma.
—He dicho que partiríamos desde Sedona. Es un territorio totalmente salvaje…, nada aparte de rocas… por todas partes. Uno podría perderse… con mucha facilidad.
Damon lanzó una sonrisa radiante y la apagó al instante.
—Estaremos en el juniper Resort, justo saliendo de la North Highway 89A —añadió con soltura.
—La tengo —respondió Matt.
Elena no pudo ver ninguna emoción ni en su rostro ni en su expresión, pero el aura del joven era de un rojo virulento.
—De todos modos, Matt —empezó a decir Elena—, deberíamos encontrarnos cada noche, así que si nos sigues… —Se interrumpió con una violenta inhalación.
Matt ya había dado media vuelta y no se molestó en volver la cabeza cuando ella habló. Se limitó a seguir andando, sin decir nada más.
Sin una mirada atrás.