Elena volvió al asiento posterior del Jaguar y se puso una camiseta de felpa color aguamarina y unos vaqueros por debajo del camisón, por si acaso un agente de policía —o incluso alguien que intentase ayudar a los propietarios de un coche aparentemente averiado en una carretera desierta— pasaba por allí. Y a continuación se tumbó en el asiento trasero del Jag.
Pero, aunque ahora estaba caliente y cómoda, el sueño no acudía.
«¿Qué es lo que quiero? ¿Qué quiero en realidad en este instante?», se preguntó. Y la respuesta acudió a ella de inmediato.
«Quiero ver a Stefan. Quiero sentir sus brazos a mi alrededor. Quiero simplemente mirar su cara, sus ojos verdes con esa mirada especial que únicamente me muestra a mí. Quiero que me perdone y que me diga que sabe que siempre le amaré.
»Y quiero… —Se sintió ruborizar cuando un calórenlo le recorrió el cuerpo—. Quiero que Stefan me bese. Quiero los besos de Stefan… cálidos y dulces y reconfortantes…»
Elena pensaba esto mientras por segunda o tercera vez cerraba los párpados y cambiaba de posición, con lágrimas aflorando otra vez a sus ojos. Si al menos pudiese llorar, llorar realmente, por Stefan. Pero algo la detenía; le resultaba difícil hacer salir una sola lágrima. Cielos, estaba agotada…
Elena lo intentó. Mantuvo los ojos cerrados y dio vueltas a un lado y a otro, tratando de no pensar en Stefan durante apenas unos pocos minutos. Era necesario que durmiese. Desesperada, se removió violentamente para intentar hallar una posición mejor…, y entonces todo cambió de improviso.
Estaba cómoda. Demasiado cómoda. No sentía en absoluto el asiento. Se irguió de golpe y se quedó petrificada, sentada en el aire; su cabeza chocaba casi con la parte superior del Jaguar.
«¡He vuelto a perder la gravedad!», pensó, horrorizada. Pero no…, esto era diferente de lo que había sucedido al principio de regresar de la otra vida, cuando se había dedicado a flotar por ahí como un globo. No podía explicarlo, pero estaba segura.
Temía moverse en cualquier dirección. No estaba segura del motivo de su zozobra… pero no osaba moverse. Y entonces lo vio.
Se vio a sí misma, con la cabeza echada atrás y los ojos cerrados en el asiento trasero del coche. Pudo distinguir cada diminuto detalle, desde las arrugas en la camiseta de felpa aguamarina hasta la trenza que había hecho a sus cabellos de un dorado blanquecino, que, por falta de una goma para el pelo, se estaba destrenzando ya. Daba la impresión de dormir serenamente.
Así que era de este modo como todo finalizaba. Esto es lo que dirían, que Elena Gilbert, un día de verano, había muerto plácidamente mientras dormía. Jamás se hallaría una causa de la muerte…
Porque jamás podrían reconocer que un corazón destrozado fuese un motivo para morir, se dijo, y en un gesto aún más melodramático que sus acostumbrados gestos melodramáticos, intentó arrojarse sobre su propio cuerpo con un brazo cubriéndole el rostro.
No funcionó. En cuanto empezó a extender la mano para lanzarse, se encontró fuera del Jaguar.
Había atravesado el techo sin sentir nada. «Supongo que es lo que sucede cuando eres un fantasma —pensó—. Pero esto no se parece en nada a la última vez. Entonces vi el túnel. Fui a la Luz… A lo mejor no soy un fantasma.»
De improviso, Elena sintió un arrebato de euforia. «Ya sé lo que sucede —pensó, triunfante—. ¡Es una proyección astral!»
Bajó otra vez los ojos hacia su yo dormido, buscando con atención. ¡Sí! ¡Sí! Había un cordón que sujetaba su cuerpo dormido —su cuerpo real— a su yo espiritual. ¡Estaba amarrada! Adonde fuera que fuese, podría hallar el camino de vuelta a casa.
Sólo existían dos destinos posibles. Uno era de vuelta a Fell's Church. Sabía más o menos en qué dirección ir tomando como referencia el sol, y estaba segura de que cualquiera que estuviese teniendo una P. A. (como las llamaba familiarmente Bonnie, que en una ocasión había pasado por una moda espiritista pasajera y había leído cantidad de libros sobre el tema), sería capaz de reconocer el cruce de todas aquellas líneas de energía.
El otro punto de destino, desde luego, era Stefan.
Damon podría pensar que ella no sabía adonde ir, y era cierto que sólo podía percibir de un modo vago a partir del sol naciente que Stefan se hallaba en la otra dirección; al oeste de ella. Pero siempre había oído que las almas de los que se aman de verdad están conectadas de algún modo…, por un cordel de plata que va de corazón a corazón o un cordel rojo de dedo meñique a dedo meñique.
Con gran alegría por su parte, lo encontró casi al instante.
Un fino cordón del color de la luz de la luna, que parecía estar tendido muy tirante entre el corazón de la dormida Elena y… sí. Cuando tocó el cordón, éste le resonó con tal claridad a Stefan que supo que la llevaría a él.
En su mente no hubo la menor duda sobre qué dirección tomar. Había estado en Fell's Church. Bonnie era médium y poseía impresionantes poderes, y lo mismo sucedía con la anciana casera de Stefan, la señora Theophilia Flowers. Ellas estaban allí, junto con Meredith y su brillante intelecto, para proteger la ciudad.
Y ellas comprenderían, se dijo con una cierta desesperación, pues podría no volver a tener jamás esta oportunidad.
Sin un momento más de vacilación, Elena giró en dirección a Stefan y se dejó ir.
Inmediatamente se encontró yendo a toda velocidad por el aire, excesivamente de prisa para percibir lo que la rodeaba. Todo aquello ante lo que pasaba constituía una masa borrosa, que difería sólo en color y textura mientras Elena advertía con un nudo en la garganta que estaba atravesando objetos.
Y así, en sólo unos instantes, se encontró contemplando una escena desgarradora: Stefan sobre un camastro raído y roto, delgado y con semblante ceniciento. Stefan en una celda horrenda, con juncos esparcidos por el suelo e infestada de piojos, con sus malditos barrotes de hierro de los que ningún vampiro podría escapar.
Elena volvió la cabeza por un momento para que, cuando le despertase, él no viese su angustia y sus lágrimas. Empezaba a serenarse, cuando la voz de Stefan la atravesó con una sacudida; ya estaba despierto.
—¿No os cansáis de intentarlo, verdad? —dijo la voz cargada de sarcasmo—. Supongo que deberíais obtener puntos por eso. Pero siempre os sale algo mal. La última vez fueron las orejitas puntiagudas. Esta vez es la ropa. Elena no se pondría una camiseta arrugada como ésa ni tendría los pies sucios y descalzos ni aunque su vida dependiera de ello. Vete. —Encogiendo los hombros bajo la raída manta, le dio la espalda.
Elena se lo quedó mirando fijamente, y puesto que estaba demasiado sumida en un torbellino de aflicciones como para elegir sus palabras, éstas brotaron de ellas como un geiser.
—¡Stefan! Tan sólo intentaba dormir vestida por si un policía paraba mientras estaba en el asiento trasero del Jag. El Jag que tú me compraste. ¡No pensaba que fuese a importarte! Mis ropas están arrugadas porque estoy viviendo de lo que llevo en la bolsa de lona y mis pies se ensuciaron cuando Damon… Bueno…, eso no importa. Tengo un camisón de verdad, pero no lo llevaba puesto cuando abandoné mi cuerpo e imagino que cuando sales todavía sigues pareciendo tú misma en tu cuerpo…
Entonces alzó las manos alarmada cuando Stefan se volvió en redondo. Pero —maravilla de maravillas— había ahora un poco de color en sus mejillas y, por otra parte, ya no se mostraba desdeñoso.
Tenía un aspecto enfurecido, con los ojos verdes centelleando amenazadores.
—Tus pies se ensuciaron… cuando Damon hizo ¿qué? —exigió, articulando cuidadosamente.
—No importa…
—Ya lo creo que importa… —Stefan calló de golpe—. ¿Elena? —musitó, mirándola fijamente como si acabara de aparecer justo entonces.
—¡Stefan!
No pudo evitar tenderle los brazos; no podía controlar nada.
—Stefan, no sé cómo, pero sí sé que estoy aquí. ¡Soy yo! No soy un sueño o un fantasma. Estaba pensando en ti mientras trataba de dormir… ¡y aquí estoy! —Intentó tocarle con manos fantasmales—. ¿Me crees?
—Te creo… porque yo estaba pensando en ti. De algún modo…, de algún modo eso te trajo aquí. Debido al amor. ¡Porque nos amamos! —Y pronunció las palabras como si fuesen una revelación.
Elena cerró los ojos. Si al menos pudiese estar allí en su cuerpo, demostraría a Stefan lo mucho que le amaba. Pero tal y como estaban las cosas, se veían obligados a usar palabras torpes, clichés que simplemente daba la casualidad de que eran excepcionalmente ciertos.
—Siempre te amaré, Elena —dijo Stefan, susurrando otra vez—. Pero no te quiero cerca de Damon. Encontrará un modo de lastimarte…
—No puedo evitarlo —le interrumpió Elena.
—¡Tienes que evitarlo!
—… ¡porque él es mi única esperanza, Stefan! No va a lastimarme. Ya ha matado para protegerme. ¡Oh, cielos, han sucedido tantas cosas! Vamos de camino a… —Elena vaciló, paseando rápidamente los ojos a su alrededor con recelo.
Los ojos de Stefan se abrieron de par en par por un instante. Pero, cuando habló, su rostro era totalmente inexpresivo.
—Algún lugar donde estarás a salvo.
—Sí —dijo ella con la misma seriedad, sabiendo que unas lágrimas fantasmales corrían ahora por sus mejillas incorpóreas—. Y… Stefan, hay tantas cosas que no sabes. Caroline acusó a Matt de atacarla mientras tenían una cita porque está embarazada. Pero ¡no fue Matt!
—¡Desde luego que no! —replicó él con indignación, y habría dicho más, pero Elena hablaba ya a toda velocidad.
—Y creo que… las crías son en realidad de Tyler Smallwood. Por las fechas, y porque Caroline está cambiando. Damon dijo que…
—Una criatura lobo bebé siempre convertirá a su madre en un ser lobo…
—¡Sí! Pero la parte de lobo va a tener que combatir al malach que ya está dentro de ella. Bonnie y Meredith me contaron cosas sobre Caroline que me aterraron, como el modo en que correteaba por el suelo igual que un lagarto. Pero tuve que dejar que se ocuparan ellas de eso, de modo que yo pudiera…, pudiera llegar a ese lugar seguro.
—Seres lobo y seres zorro —dijo Stefan, meneando la cabeza—. Por supuesto, los kitsune, los zorros, son mucho más poderosos mágicamente, pero los seres lobo tienden a matar sin pensar. —Se golpeó la rodilla con el puño—. ¡Ojalá pudiese estar allí!
Elena exclamó con una mezcla, de asombro y desesperación:
—¡Y en vez de eso aquí estoy yo… contigo! Jamás supe que podía hacerlo. Pero no he podido traerte nada…, ni siquiera a mí misma. Mi sangre. —Efectuó un gesto de impotencia y vio la expresión satisfecha de los ojos de Stefan.
¡Todavía conservaba el vino hecho con uvas Magia Negra Clarion Loess que ella le había traído clandestinamente! ¡Lo sabía! Era el único líquido que ayudaría —en caso de apuro— a mantener a un vampiro con vida cuando no había sangre disponible.
El «vino» Magia Negra no tenía alcohol y jamás había sido pensado para los humanos; era la única bebida que a los vampiros realmente les gustaba aparte de la sangre. Damon le había contado a Elena que estaba elaborado mágicamente a partir de uvas especiales que se cultivaban en la tierra situada en los márgenes de glaciares, el loess, y que se mantenían siempre en una oscuridad total; eso era, según le había explicado Damon, lo que le proporcionaba su misterioso sabor aterciopelado.
—No importa —repuso Stefan, sin duda dirigiéndose a cualquiera que pudiese estar espiando—. Cuéntame, ¿cómo ha sido —preguntó entonces— esto de salir del cuerpo? ¿Por qué no bajas aquí y me lo cuentas? —Volvió a tumbarse en su camastro, fijando unos ojos doloridos en ella—. Siento no tener un mejor lecho que ofrecerte.
Por un momento la humillación se reflejó claramente en su rostro, algo que hasta entonces había conseguido ocultarle: la vergüenza que sentía al aparecer ante ella de aquel modo; en una celda mugrienta, vestido con harapos, e infestado de Dios sabía qué. El…, Stefan Salvatore, que en una ocasión había sido…, en una ocasión había sido…
El corazón de Elena se partió realmente entonces. Podía sentirlo en su interior haciéndose añicos como si fuese de cristal, podía sentir cómo cada fragmento afilado como una aguja se ensartaba en sus entrañas. Sabía que se le partía, también, porque lloraba, con enormes lágrimas de espíritu que caían sobre el rostro de Stefan igual que gotas de sangre, transparentes en el aire al caer, pero de un rojo intenso al tocar el rostro del joven.
¿Sangre? No podía ser sangre, se dijo. Ni siquiera podía traerle nada tan útil para él bajo aquella forma. Empezó a sollozar; sus hombros se estremecían mientras las lágrimas seguían cayendo sobre Stefan, que en aquellos momentos tenía una mano alzada como para atrapar una…
—Elena… —Había asombro en su voz.
—¿Qu…qué? —inquirió ella lastimeramente.
—Tus lágrimas. Tus lágrimas me hacen sentir… —Tenía los ojos alzados hacia ella y la miraba con algo parecido al sobrecogimiento.
Elena seguía sin poder parar de llorar, aunque sabía que había tranquilizado el orgulloso corazón de Stefan… y había conseguido algo más.
—N…no comprendo.
Él atrapó una lágrima y la besó. Luego la miró con un brillo en los propios ojos.
—Es difícil hablar sobre ello, mi dulce amor…
«Entonces, ¿por qué usar palabras?», pensó ella, llorando aún, pero descendiendo a su altura de modo que pudiera colocar la nariz justo por encima de su garganta.
«Es sólo que… no son demasiado generosos con los refrigerios por aquí —le dijo él—. Como adivinaste. Si no me hubieses… ayudado…, estaría muerto ya. No entienden cómo es posible que no lo esté. Así que ellos…, bueno, se quedan sin nada antes de llegar a mí, a veces, ya sabes…»
Elena alzó la cabeza, y en esta ocasión lágrimas de pura rabia cayeron justo sobre el rostro del joven. «¿Dónde están? Les mataré. No me digas que no puedo porque encontraré un modo. Encontraré la manera de matarles incluso a pesar de estar en este estado…»
El la miró y negó con la cabeza. «Ángel, ángel, ¿no te das cuenta? No tienes que matarles. Porque tus lágrimas, las lágrimas espectrales de una doncella pura…»
Ella negó con la cabeza a su vez. «Stefan, si alguien sabe que no soy una doncella pura, eres tú…»
«…de una doncella pura —prosiguió él, sin siquiera alterarse por su interrupción— pueden curar todos los males. Y yo estaba enfermo esta noche, Elena, incluso a pesar de que intentaba ocultarlo. Pero ¡ahora estoy curado! ¡Como si hubiera vuelto a nacer! Jamás podrán comprender cómo pudo suceder.»
«¿Estás seguro?»
«¡Mírame!»
Elena le miró. El rostro de Stefan, que había estado ceniciento y demacrado antes, parecía diferente. Por lo general tenía la tez pálida, pero ahora sus delicadas facciones aparecían ruborizadas; como si hubiese estado ante una hoguera y la luz se reflejara aún en las líneas puras y los ángulos elegantes de su amado rostro.
«¿Yo… he conseguido eso?» Recordó las primeras lagrimitas que cayeron, y cómo habían parecido sangre sobre el rostro de Stefan. No era sangre, comprendió, sino un color natural, y se había hundido en él y le habían reavivado.
No pudo contenerse y volvió a ocultar el rostro en su garganta mientras pensaba: «Me alegro. Oh, me alegro tanto. Pero desearía que realmente pudiésemos tocarnos. Quiero sentir tus brazos a mi alrededor.»
—AI menos puedo mirarte —susurró Stefan, y Elena supo que incluso esto era como agua en el páramo para él—. ¿Sabes? si realmente pudiésemos tocarnos, colocaría el brazo alrededor de tu cintura aquí, y te besaría aquí y allí…
Conversaron de este modo durante un rato; simplemente intercambiando tonterías de enamorados, cada uno sustentado por la visión del otro. Y luego, con suavidad pero con firmeza, Stefan le pidió que se lo contara todo respecto a Damon; todo desde que se habían puesto en marcha. Pero ahora Elena estaba lo bastante serena como para contarle el incidente con Matt sin hacer que Damon sonase como un villano.
—Stefan, tu hermano nos está protegiendo lo mejor que puede.
Le habló sobre los dos vampiros poseídos que les habían estado siguiendo y lo que Damon había hecho.
Stefan se limitó a encogerse de hombros y dijo con sequedad:
—La mayoría de las personas escriben con los lápices; Damon tacha a las personas con ellos. —Añadió—: ¿Y tus ropas se ensuciaron…?
—Porque oí un gran estampido… que resultó ser Matt al caer sobre el techo del coche —respondió ella—. Pero, para ser justa, él intentaba clavarle una estaca a Damon en aquel momento. Le he pedido que se deshaga de ella. —Añadió en el más tenue de los susurros—: Stefan, por favor, no te preocupes porque Damon y yo tengamos que… que estar juntos mucho tiempo. Eso no cambia absolutamente nada entre nosotros.
—Lo sé.
Y lo sorprendente era que en efecto lo sabía. Elena se vio bañada en el intenso resplandor de su confianza en ella.
Después de eso se «abrazaron», con Elena acurrucándose ingrávida sobre la curva del brazo de Stefan…, y fue una felicidad absoluta.
Y entonces, súbitamente, el mundo —el universo entero— se estremeció con el sonido de un gigantesco golpear que hizo que Elena diera una sacudida. No era algo que perteneciera a aquel lugar donde había amor y confianza y la dulzura de compartir cada parte de su ser con Stefan.
Volvió a empezar; un retumbar monstruoso que aterró a Elena, quien se aferró inútilmente a Stefan, que la miraba con inquietud. Comprendió que él no oía el repiqueteo que la ensordecía.
Y entonces sucedió algo aún peor. Se vio arrancada a la fuerza de los brazos de Stefan, y se encontró corriendo hacia atrás, retrocediendo a través de objetos, retrocediendo cada vez más de prisa hasta aterrizar con una sacudida en su cuerpo.
No obstante toda su renuencia, aterrizó a la perfección en el sólido cuerpo que hasta el momento había sido el único que había conocido. Aterrizó sobre él hasta fusionarse de nuevo con éste y luego se encontró incorporándose en el asiento. Los sonidos eran el ruido que Matt hacía al golpear la ventanilla con los nudillos.
—Han pasado más de dos horas desde que te dormiste —dijo cuando ella abrió la puerta—. Pero imaginé que lo necesitabas. ¿Te encuentras bien?
—¡Oh, Matt! —respondió Elena.
Por un momento pareció imposible que fuese a poder evitar llorar, pero entonces recordó la sonrisa de Stefan.
Pestañeó, obligándose a lidiar con su nueva situación. No había visto a Stefan el tiempo suficiente, pero los recuerdos del corto período de tiempo juntos estaban envueltos en junquillos y espliego y nada podría arrebatárselos jamás.
Damon estaba irritado. Mientras volaba transportado por sus amplias alas negras de cuervo, el paisaje a sus pies se desplegaba como una espléndida alfombra, con el amanecer haciendo que los pastos y las ondulantes colinas refulgieran como esmeraldas.
Damon hizo caso omiso. Lo había visto demasiadas veces. Lo que buscaba era una donna splendida.
Pero su mente no hacía más que divagar. Memo y su estaca… Damon seguía sin entender por qué Elena quería llevar a un fugitivo de la justicia con ellos. Elena… Damon intentó conjurar por ella los mismos sentimientos de irritación que había sentido por Memo, pero no lo consiguió.
Descendió en círculos en dirección a la ciudad situada debajo, manteniéndose en la zona residencial, en busca de auras. Quería una aura fuerte a la vez que hermosa, y había permanecido en Estados Unidos el tiempo suficiente para saber que a horas tan tempranas de la mañana uno podía hallar tres tipos de personas despiertas y fuera de casa. Los estudiantes eran el primero, pero era verano, así que había menos donde escoger. A pesar de las suposiciones de Memo, Damon raras veces caía sobre muchachas de instituto. Las que hacían footing constituían el segundo grupo. Y el tercero, pensando cosas hermosas, justo como… aquella chica de allí abajo…, eran las que cuidaban los jardines de sus casas.
La joven mujer con las tijeras de podar alzó la mirada en el momento en que Damon doblaba la esquina y se aproximaba a su casa, apresurando deliberadamente y luego aminorando la zancada. Su manera de andar dejaba bien claro que estaba encantado con la contemplación de la espectacular exhibición floral de la parte delantera de la encantadora casa victoriana. Por un momento, la joven pareció sobresaltada, casi asustada. Eso era normal, pues Damon llevaba botas negras, vaqueros negros, una camiseta negra y cazadora de cuero negro, además de las Ray-Ban; pero entonces él sonrió y al mismo tiempo inició la primera delicada infiltración en la mente de la bella donna.
Una cosa estaba clara ya desde buen comienzo. A ella le gustaban las rosas.
—Un magnífico conjunto de Dreamweavers —dijo él, meneando la cabeza con admiración mientras contemplaba los arbustos cubiertos de brillantes flores rosas—. Y esas Iceberg blancas trepando por el enrejado… ¡Oh, pero que Moonstones! —Tocó con delicadeza una rosa abierta, de pétalos del color de la luz de la luna pero levemente rosas en los bordes.
La joven —Krysta— no pudo evitar sonreír. Damon notaba cómo la información fluía sin esfuerzo de la mente de la muchacha a la suya. Acababa de cumplir los veintidós, no estaba casada y todavía vivía en el hogar paterno, y poseía precisamente la clase de aura que él buscaba. Además, no había nadie más que un padre dormido en la casa.
—No pareces la clase de persona capaz de saber tanto sobre rosas —dijo Krysta con franqueza, y luego emitió una risa cohibida—. Lo siento. He conocido a toda clase de gente en las exposiciones de rosas de Creekville.
—Mi madre es una ávida jardinera —mintió Damon con soltura y sin la menor traza de duda—. Supongo que me contagió su pasión. Lo que sucede es que no permanezco en un lugar el tiempo suficiente para cultivarlas, pero todavía puedo soñar. ¿Te gustaría saber cuál es mi sueño supremo?
En estos momentos, Krysta se sentía ya como si flotase en una deliciosa nube con aroma de rosas. Damon percibía cada delicado matiz con ella, disfrutaba viéndola sonrojarse, disfrutaba con el leve temblor que le sacudía todo el cuerpo.
—Sí —respondió ella con sencillez—, me encantaría conocer tu sueño.
Damon se inclinó al frente y bajó la voz.
—Me encantaría cultivar una auténtica rosa negra.
Krysta pareció sobresaltada y algo pasó fugazmente por su cabeza demasiado de prisa para que Damon lo captara. Pero entonces dijo en una voz igualmente queda:
—Entonces hay algo que me gustaría mostrarte. Si…, si tienes tiempo para acompañarme.
El patio trasero era aún más espléndido que la parte delantera de la casa y había una hamaca que se balanceaba suavemente en la brisa, advirtió Damon con aprobación. Al fin y al cabo, pronto necesitaría un lugar donde colocar a Krysta… mientras ésta se reponía durmiendo.
Pero en el fondo del emparrado había algo que provocó que apresurase el paso sin querer.
—¡Rosas Magia Negra! —exclamó, contemplando las flores color vino tinto, casi burdeos.
—Sí —dijo ella en voz baja—. Son Magia Negra. Lo más cerca que ha llegado nadie de conseguir una rosa negra. Obtengo tres floraciones al año —murmuró trémulamente, sin cuestionarse ya quién podría ser aquel joven, abrumada por sus sentimientos que casi arrebataron a Damon con ella.
—Son magníficas —repuso él—. El rojo más oscuro que he visto nunca. Lo más parecido al negro que se ha cultivado jamás.
Krysta seguía temblando de dicha.
—Puedes coger una si quieres. Las llevaré a la exposición de Creekville la semana próxima, pero puedo darte una en plena floración ahora. Quizá podrás olería.
—Me… me gustaría —respondió Damon.
—Puedes dársela a tu novia.
—No tengo novia —dijo Damon, contento de poder regresar a las mentiras.
Las manos de Krysta temblaron ligeramente mientras cortaba uno de los tallos más largos y rectos para él.
Damon alargó la mano para tomarla y los dedos de ambos se tocaron.
Damon le sonrió.
Cuando las rodillas de Krysta se quedaron sin fuerzas de puro placer, Damon la atrapó con facilidad y siguió con lo que hacía.
Meredith se colocó justo detrás de Bonnie cuando ésta penetró en la habitación de Caroline.
—¡Os he dicho que cerréis la maldita puerta! —dijo Caroline… No, lo gruñó.
Era totalmente natural buscar con la mirada de dónde procedía la voz, y, justo antes de que Meredith cortara el paso a la única esquirla de luz cerrando la puerta, Bonnie vio el escritorio esquinero de Caroline. La silla que acostumbraba a estar colocada delante había desaparecido.
Caroline estaba debajo del mueble.
Podría haber sido un buen escondite para una niña de diez años, pero con sus dieciocho años, Caroline se había enroscado en una posición imposible para encajar allí. Estaba instalada sobre un montón de lo que parecían tiras de ropa; sus mejores ropas, se dijo Bonnie de improviso, cuando un destello de lame dorado centelleó y se apagó al cerrarse la puerta.
A continuación sólo estuvieron ellas tres allí juntas en la oscuridad. No entraba ninguna claridad por encima o por debajo de la puerta que daba al pasillo.
«Es porque el pasillo está en otro mundo», pensó Bonnie alocadamente.
—¿Qué tiene de malo un poco de luz, Caroline? —preguntó Meredith en voz baja; su voz era firme y reconfortante—. Nos pediste que viniéramos a verte…, pero no podemos verte.
—Os pedí que vinieseis a hablar conmigo —corrigió Caroline al instante, tal y como siempre había hecho en los viejos tiempos.
Eso debería haber sido reconfortante también. Salvo…, salvo que ahora Bonnie podía oír cómo la voz en cierto modo resonaba bajo el escritorio, se dio cuenta de que poseía un timbre nuevo. No tanto ronco como…
«En realidad no quieres pensarlo. No en la oscuridad total de este cuarto», le dijo a Bonnie su mente.
No tanto ronco como parecido a un gruñido, se dijo Bonnie sin poder contenerse. Uno casi podía decir que Caroline gruñía sus respuestas.
Pequeños ruiditos indicaron a Bonnie que la muchacha de debajo del escritorio se movía. La respiración de la propia Bonnie se aceleró.
—Pero nosotras sí que queremos verte —indicó Meredith en voz baja—. Y ya sabes que a Bonnie le asusta la oscuridad. ¿Puedo encender la lámpara de tu mesilla de noche?
Bonnie temblaba. Eso no era nada bueno. No era inteligente mostrarle a Caroline que una le tenía miedo, pero aquella oscuridad como boca de lobo le provocaba temblores. Percibía que los ángulos de la habitación no estaban bien… o a lo mejor no eran más que imaginaciones suyas. También podía oír cosas que la sobresaltaban, como aquel doble chasquido justo a su espalda. ¿Qué habría producido aquello?
—¡De acuerrrdo entonces! Enciende la que hay junto a la cama.
Sin lugar a dudas Caroline hablaba con gruñidos, e iba hacia ellas; Bonnie oía un roce de ropas y una respiración que estaban cada vez más cerca.
«¡No dejes que se te acerque en la oscuridad!»
Fue un pensamiento irracional y producto del pánico, pero Bonnie no pudo evitar pensarlo del mismo modo que no pudo evitar tropezar a ciegas, de costado, con…
Algo alto… y cálido.
No era Meredith. Jamás desde que Bonnie la conocía había olido Meredith a sudor rancio y a huevos podridos. Pero aquella cosa cálida se hizo con las dos manos alzadas de Bonnie, y sonaron extraños chasquidos cuando se cerraron con fuerza.
Las manos no eran sólo cálidas; estaban calientes y secas. Y los extremos se clavaban extrañamente en la piel de Bonnie.
Entonces, cuando se encendió una luz junto a la cama, desaparecieron. La lámpara que Meredith había encontrado emitía una tenue luz rubí… y era fácil ver el motivo. Había un negligé y un salto de cama color rubí atados alrededor de la pantalla.
—Esto podría provocar un incendio —dijo Meredith, pero incluso su voz calmada sonó estremecida.
Caroline estaba de pie ante ellas bajo la luz roja. A Bonnie le pareció más alta que nunca, alta y fibrosa, a excepción del ligero bulto del vientre. Iba vestida de un modo normal, con vaqueros y una camiseta ajustada. Mantenía las manos juguetonamente ocultas a la espalda, y sonreía con su antigua sonrisa insolente y maliciosa.
«Quiero irme a casa», pensó Bonnie.
—¿Y bien? —dijo Meredith.
Caroline siguió sonriendo.
—Bien, ¿qué? —dijo.
Meredith perdió los estribos.
—¿Qué quieres?
Caroline se limitó a mostrar una expresión socarrona.
—¿Habéis visitado a vuestra amiga Isobel hoy? ¿Habéis tenido una pequeña charla con ella?
Bonnie sintió un poderoso impulso de borrarle a Caroline aquella sonrisa de suficiencia del rostro de una bofetada. No lo hizo. Era sólo producto de la luz de la lámpara —sabía que tenía que serlo—, pero casi parecía como si hubiese un punto rojo brillando en el centro de cada ojo de Caroline.
—Hemos ido a visitar a Isobel al hospital, sí —respondió Meredith, inexpresiva, y luego, con una ira inconfundible en la voz, añadió—: Pero sabes muy bien que no puede hablar aún. Aunque —siguió, triunfante— los médicos dicen que podrá volver a hacerlo. Su lengua se curará, Caroline. Puede que le queden cicatrices en todos los lugares que se agujereó, pero va a poder hablar otra vez perfectamente.
La sonrisa de Caroline había desaparecido, dejando el rostro con un aspecto demacrado y lleno de furia sorda. «¿Ante qué?», se preguntó Bonnie.
—No te iría mal salir de esta casa —dijo Meredith a la joven de cabellos cobrizos—. No puedes vivir en la oscuridad…
—No viviré aquí eternamente —replicó Caroline con acritud—. Sólo hasta que nazcan los gemelos.
Se irguió, con las manos todavía ocultas tras ella, y arqueó la espalda de modo que su vientre sobresalió más que antes.
—¿Los… gemelos? —preguntó Bonnie, recobrando la voz debido al sobresalto.
—Matt júnior y Mattie. Así es como les voy a llamar.
La sonrisa maliciosa de Caroline y su mirada insolente fueron casi demasiado para que Bonnie lo soportara.
—¡No puedes hacer eso! —se oyó gritar.
—O a lo mejor llamaré a la niña Honey. Matthew y Honey, por su papá, Matthew Honeycutt.
—¡No puedes hacerlo! —gritó Bonnie con voz más estridente aún—. Sobre todo porque Matt no esta aquí para defenderse…
—Sí, lo cierto es que huyó de un modo muy repentino, ¿verdad? La policía se pregunta por qué lo hizo. Desde luego —Caroline bajó la voz hasta convertirla en un susurro amenazador—, no estaba solo. Elena estaba con él. Me pregunto qué harán esos dos en su tiempo libre. —Lanzó una risita, una risita aguda y necia.
—Elena no es la única persona que está con Matt —replicó Meredith, y ahora su voz era grave y peligrosa—. Hay alguien más con ellos. ¿Recuerdas el acuerdo que firmaste? ¿Sobre no hablar a nadie sobre Elena o darle publicidad a su persona?
Caroline parpadeó despacio, como un lagarto.
—De eso hace mucho tiempo. En una vida diferente, para mí.
—¡Caroline, no vas a tener una vida si rompes ese juramento! Damon te mataría. O… ¿ya has…? —Meredith se interrumpió.
Caroline seguía riendo de aquel modo infantil, como si fuese una niña pequeña y alguien le acabase de contar un chiste verde.
Bonnie sintió que un sudor frío le recorría todo el cuerpo a la vez. El vello de los brazos se le erizó.
—¿Qué es lo que oyes, Caroline? —Meredith se humedeció los labios, y Bonnie pudo ver que intentaba retener la mirada de Caroline, pero la muchacha de cabellos cobrizos volvió la cabeza—. ¿Es… Shinichi? —Meredith se adelantó de repente y sujetó los brazos de Caroline—. Le veías y oías cuando mirabas el espejo. ¿Le oyes todo el tiempo ahora, Caroline?
Bonnie hubiera querido ayudar a Meredith. Quería hacerlo. Pero no hubiera podido moverse ni hablar por nada del mundo.
Había cabellos grises en el pelo de Caroline. Cabellos grises, se dijo Bonnie, que brillaban pálidamente, mucho más claros que el llameante castaño rojizo del que Caroline estaba tan orgullosa. Y había… otros cabellos que no brillaban en absoluto.
Bonnie había visto aquella coloración leonada en perros, y sabía de oídas que algunos lobos tenían el mismo aspecto. Pero era algo totalmente distinto descubrirlo en el cabello de tu amiga, especialmente cuando parecían erizarse y estremecerse, alzándose como el pelo del lomo de un perro…
«Está loca. Pero no de rabia; es una demente», comprendió Bonnie.
Caroline alzó la mirada, no en dirección a Meredith, sino para mirar a Bonnie directamente a los ojos. La muchacha dio un respingo. Caroline la contemplaba como si estuviese considerando si Bonnie se convertiría en su cena o era tan sólo basura.
Meredith se colocó junto a Bonnie, con los puños apretados.
—No me mirrres así —dijo Caroline bruscamente, y volvió la cabeza.
Sí, aquello fue sin lugar a dudas un gruñido.
—Realmente querías vernos, ¿verdad? —dijo Meredith en voz baja—. Estás… alardeando ante nosotras. Pero yo creo que quizá esto es tu modo de pedir ayuda…
—¡Ni lo sueñes!
—Caroline —dijo Bonnie de repente, atónita ante la oleada de compasión que la inundaba—, por favor, intenta pensar. ¿Recuerdas cuando dijiste que necesitabas un esposo? Yo…
Se interrumpió y tragó saliva. ¿Quién iba a casarse con este monstruo que unas pocas semanas atrás había tenido el aspecto de una adolescente normal?
—Yo te comprendí entonces —finalizó Bonnie sin demasiada convicción—. Pero, francamente, ¡no te servirá de nada seguir diciendo que Matt te atacó! Nadie… —No pudo obligarse a decir lo evidente.
«Nadie creerá a algo como tú.»
—Ah, yo me pongo prrresentable en seguida —gruñó y luego rió tontamente—. Te sorprrrenderrías.
Mentalmente, Bonnie vio el antiguo destello insolente de la mirada esmeralda de Caroline, la expresión astuta y reservada de su rostro y el resplandor de la cabellera color castaño rojizo.
—¿Por qué elegiste a Matt? —quiso saber Meredith—. ¿Cómo sabías que lo atacó un malach aquella noche? ¿Lo envió Shinichi tras él sólo por ti?
—¿O lo hizo Misao? —intervino Bonnie, recordando que era la hembra de los gemelos kitsune, los espíritus zorro, quien había hablado la mayor parte del tiempo con Caroline.
—Salí con Matt esa noche. —De improviso la voz de Caroline era un sonsonete, como si recitara poesía… de un modo atroz—. No me importó besarle; es tan mono. Creo que fue cuando le hice el chupón en el cuello. Y tal vez le mordí un poco el labio.
Bonnie abrió la boca, sintió la mano de Meredith sobre el hombro, refrenándola, y volvió a cerrarla.
—Pero entonces él se volvió loco —siguió diciendo Caroline con su cancioncilla—. ¡Me atacó! Le arañé con las uñas por todo el brazo. Pero Matt era demasiado fuerte. Excesivamente fuerte. Y ahora…
«Y ahora vas a tener cachorritos», quiso decirle Bonnie, pero Meredith le oprimió el hombro y ella volvió a contenerse. Además, se dijo Bonnie con una repentina punzada de inquietud, los bebés podrían parecer humanos, y tal vez sólo fueran gemelos, como Caroline había dicho. ¿Entonces qué harían?
Bonnie conocía el modo en que funcionaba la mente de los adultos. Incluso aunque Caroline no pudiese teñirse el pelo para devolverle el tono castaño rojizo, dirían: «Fijaos el estrés al que se ha visto sometida: ¡su pelo ha encanecido prematuramente!
E incluso aunque los adultos vieran el aspecto estrafalario y el comportamiento extraño de la muchacha, como lo acababan de ver ellas, se limitarían a achacarlo a la conmoción sufrida: «¡Oh, pobre Caroline, toda su personalidad ha cambiado desde ese día! Siente tanto miedo de Matt que se oculta bajo su escritorio. No quiere bañarse; a lo mejor eso es un síntoma corriente tras la situación por la que ha pasado».
Además, ¿quién sabía el tiempo que tardarían en nacer aquellas crías de ser lobo? A lo mejor el malach que había en el interior de Caroline podía controlar eso y hacer que pareciese un embarazo normal.
Y entonces, de improviso, Bonnie se vio arrancada de sus propios pensamientos para sintonizar con las palabras de Caroline, que había dejado de gruñir por un momento y se asemejaba a la antigua Caroline, ofendida y desagradable, mientras decía:
—Simplemente, no comprendo por qué deberíais aceptar su palabra por encima de la mía.
—Porque —respondió Meredith, tajante— os conocemos a los dos. Lo habríamos sabido si Matt hubiese estado saliendo contigo…, y no era así. Y además, no es precisamente la clase de chico que aparecería ante tu puerta, en especial cuando se tiene en cuenta lo que sentía por ti.
—Pero ya habéis dicho que ese monstruo que le atacó…
—Malach, Caroline. Aprende la palabra. ¡Tienes uno en tu interior!
Caroline mostró una sonrisita de suficiencia y agitó una mano, desestimándolo.
—Según vosotras, estas cosas te pueden poseer y obligarte a actuar contra tu voluntad, ¿no es cierto?
Hubo un silencio. Bonnie pensó: «Si hemos dicho eso, jamás ha sido delante de ti».
—Bien, ¿y si admitiera que Matt y yo no estábamos saliendo? ¿Y si dijese que le encontré conduciendo por nuestro vecindario a unos ocho kilómetros por hora, con aspecto desorientado? Tenía la manga hecha trizas y el brazo mordisqueado, así que le hice entrar en casa e intenté vendarle el brazo…, pero de improviso se volvió loco. Y sí que intenté arañarle, pero los vendajes se interpusieron. Se los arranqué con las uñas. Todavía los tengo, todos cubiertos de sangre. ¿Si os contara eso, qué diríais?
«Yo diría que nos usas para un ensayo general antes de contárselo al sheriff Mossberg —pensó Bonnie, sintiendo escalofríos—. Y diría que tenías razón, probablemente puedes adoptar un aspecto de lo más normal cuando te lo propones. Si abandonases esa risita tonta y te deshicieras de la mirada astuta, resultarías aún más convincente.»
Pero Meredith hablaba ya.
—Caroline… existen pruebas de ADN para la sangre.
—¿Crees que no lo sé? —Caroline se mostró tan indignada que por un momento olvidó su mirada maliciosa. Meredith la miraba fijamente.
—Eso significa que pueden saber si la sangre que hay en esos vendajes pertenece a Matt o no —dijo—. Y si casa con tu versión de la historia.
—No hay ninguna versión. Los vendajes están manchados de sangre.
Caroline se encaminó bruscamente hacia su tocador y lo abrió, extrayendo un trozo de lo que originalmente podría haber sido vendaje elástico; ahora brilló rojizo bajo la tenue luz.
Al contemplar el acartonado trozo de tela a la luz de la lámpara, Bonnie supo dos cosas. Aquello no formaba parte del emplasto que la señora Flowers había colocado en el brazo de Matt la mañana siguiente al ataque; y estaba empapado de sangre auténtica, hasta los mismos bordes rígidos de la tela.
El mundo pareció dar vueltas como una peonza. Porque incluso aunque Bonnie creía en Matt, esta nueva historia la asustaba. Esta nueva historia podría funcionar…, siempre y cuando nadie pudiese localizar a Matt y hacerle una prueba de sangre.
Incluso Matt admitía que no se acordaba de todo lo ocurrido aquella noche…, un espacio de tiempo que no conseguía recordar.
Pero ¡eso no significaba que Caroline estuviese diciendo la verdad! ¿Por qué si no había empezado con una mentira, y únicamente había cambiado su versión cuando los hechos se interponían?
Los ojos de Caroline eran del color de los de un gato, y los gatos juegan con ratones sólo por diversión. Sólo para verlos huir. Matt había huido…
Bonnie sacudió la cabeza. De improviso no podía soportar más aquella casa. De algún modo, ésta se había asentado en su mente, haciéndola aceptar todos los ángulos imposibles de sus paredes distorsionadas, y ella incluso se había acostumbrado al terrible olor y a la luz roja. Pero ahora, con Caroline alargando un vendaje empapado de sangre y diciéndole que era sangre de Matt…
—Me voy a casa —anunció Bonnie de repente—. Y Matt no lo hizo, y…, ¡y no voy a volver nunca más!
Acompañada por el sonido de la risita tonta de Caroline, giró en redondo, intentando no mirar la madriguera que Caroline había creado bajo el escritorio esquinero. Había botellas vacías y platos de comida con restos allí amontonados con las ropas. Podía haber cualquier cosa allí abajo…, incluso un malach.
Pero a la vez que Bonnie se movía, el cuarto pareció moverse con ella, acelerando la rotación de la muchacha, hasta hacerle dar dos vueltas en redondo antes de haber podido poner un pie al frente para detenerse.
—Aguarda, Bonnie…, aguarda. Tú también, Caroline —dijo Meredith, casi frenética, pues Caroline enroscaba el cuerpo como una contorsionista y se disponía a regresar bajo el escritorio—. Caroline, ¿qué hay de Tyler Smallwood? ¿No te importa que él sea el auténtico padre de tus…, tus niños? ¿Cuánto tiempo llevabas saliendo con él antes de que se uniera a Klaus? ¿Dónde está ahora?
—Porrr todo lo que yo sé, Tyler está muerrrto. Tú y tus amigos lo matasteis. —El gruñido había regresado, pero no era fiero; era más un ronroneo triunfal—. Pero no le echo de menos, así que esperrro que siga muerrrto —añadió Caroline con una risita sofocada—. El no quería casarrrse conmigo.
Bonnie tenía que salir de allí. Buscó a tientas el pomo de la puerta, lo encontró y quedó cegada. Había pasado tanto tiempo en la penumbra rojiza que la luz del pasillo fue como la luz del sol del mediodía en pleno desierto.
—¡Apaga la lámpara! —soltó Caroline desde debajo del escritorio.
Pero cuando Meredith avanzó para hacerlo, Bonnie oyó una explosión sorprendentemente fuerte y vio cómo la pantalla envuelta en tela roja se apagaba sola.
Y una cosa más.
La luz del pasillo barrió la habitación de Caroline como un faro mientras la puerta se cerraba, y Caroline desgarraba ya algo con los dientes en aquellos momentos; algo con la textura de la carne, pero no de la carne cocinada.
Bonnie retrocedió con un brusco movimiento para salir huyendo y estuvo a punto de derribar a la señora Forbes.
La mujer seguía de pie en el punto del pasillo donde se había quedado cuando entraron en la habitación de Caroline. Ni siquiera daba la impresión de haber estado escuchando junto a la puerta; simplemente estaba allí de pie, mirando al vacío.
—Tengo que acompañaros fuera —dijo con su suave voz gris, y no alzó la cabeza para mirar a Bonnie o a Meredith a los ojos—. De lo contrario podríais perderos. A mí me sucede algunas veces.
Fueron directas a la escalera y en cuatro pasos se plantaron en la puerta. Mientras andaban, Meredith permaneció callada, y Bonnie no pudo pronunciar una sola palabra.
Una vez fuera, Meredith se volvió para mirar a su amiga.
—¿Tú qué crees? ¿Está más poseída por la parte malach o por la parte de criatura lobo? ¿Has podido averiguar algo por su aura?
Bonnie se oyó reír, un sonido parecido al llanto.
—Meredith, su aura no es humana… y no sé cómo interpretarla. Y su madre no parece tener una aura en absoluto. Son simplemente… Esa casa es simplemente…
—No importa, Bonnie. No tienes que volver a ir allí nunca más.
—Es como…
Pero Bonnie no sabía cómo explicar el aspecto de barraca de feria de las paredes o la acusada dirección hacia abajo que tomaba la escalera.
—Creo —dijo por fin— que sería mejor que hicieses un poco de investigación. Sobre cosas como…, como casos de posesión en América.
—¿Te refieres a posesión por demonios? —Meredith le lanzó una mirada penetrante.
—Sí. Hay tantas cosas extrañas en Caroline…
—Yo tengo una lista de ellas —repuso Meredith en voz baja—. Como… ¿Te has dado cuenta de que no nos ha mostrado las manos en ningún momento? Eso ha sido muy raro.
—Yo sé por qué —susurró Bonnie, intentando no dejar salir la sollozante risa—. Es porque… ya no tiene uñas.
—¿Qué has dicho?
—Me rodeó las muñecas con las manos. Lo noté.
—Bonnie, lo que dices no tiene sentido.
La muchacha se obligó a hablar.
—Caroline tiene zarpas, Meredith. Zarpas auténticas. Como las de un lobo.
—O tal vez —respondió Meredith en un susurro— como las de un zorro.