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El abogado

La principal razón por la que Calvin Dexter decidió dejar el ejército fue una que no explicó porque no quería que se rieran de él. Había decidido que quería ir a la universidad, sacar una licenciatura y hacerse abogado.

En cuanto a los fondos, había ahorrado varios miles de dólares en Vietnam y podía obtener más ayuda bajo las condiciones de la Ley del Soldado.

La Ley del Soldado no deja mucho lugar al «si» y el «pero»: si un soldado deja el ejército estadounidense por razones que no tengan nada que ver con el hecho de haber sido licenciado por conducta deshonrosa, el Estado pagará lo necesario para que dicho soldado pueda cursar estudios universitarios hasta obtener una licenciatura. La asignación, que se ha ido incrementando durante los últimos treinta años, puede gastarse de la manera que quiera el estudiante, con tal de que la universidad confirme que está asistiendo a todas las clases.

Dexter suponía que una universidad rural probablemente saldría más barata, pero quería una universidad que también dispusiera de su propia facultad de derecho, y si realmente llegara a ejercer la abogacía, habría más oportunidades en el estado de Nueva York, que era mucho más grande que New Jersey. Después de haber examinado cincuenta folletos, presentó una solicitud para la Universidad Fordham de la ciudad de Nueva York.

Envió sus papeles a finales de la primavera, junto con el vital Documento de Licenciamiento, el DD214, con el que cada soldado salía del ejército. Lo hizo justo a tiempo.

En la primavera de 1971, aunque el sentimiento general contra la guerra de Vietnam ya era muy intenso y no había ningún lugar donde estuviera más exacerbado que en el mundo académico, los soldados no eran vistos como culpables, sino más bien como víctimas.

Después de la caótica y nada digna retirada de 1973, a la que se hacía referencia en algunas ocasiones como una huida, el estado de ánimo cambió. Aunque Richard Nixon y Henry Kissinger trataron de sacar el mayor provecho posible de lo ocurrido, y aunque el no tener nada que ver con aquel avispero imposible de controlar en que se había convertido Vietnam fue muy bien recibido por casi todos, la retirada no dejó de percibirse como una derrota.

Si hay una cosa con la que el estadounidense medio no quiere verse asociado demasiado a menudo es con la derrota. El mero concepto es antiamericano, incluso entre la izquierda liberal. Los soldados que volvieron a casa después de 1971 pensaban que serían bien recibidos, dado que ellos habían hecho todo lo que pudieron, habían sufrido y habían perdido buenos amigos; pero se encontraron con un muro de indiferencia, incluso de hostilidad. La izquierda estaba más pendiente de My Lai.

Examinaron los papeles de Dexter, junto con los de todos los demás solicitantes de aquel verano, y fue aceptado para una licenciatura de cuatro años en historia política. Dentro de la categoría «experiencia de la vida», sus tres años en la Gran Roja fueron considerados un factor positivo, cosa que no habría ocurrido veinticuatro meses después.

El joven veterano encontró una habitación barata en una casa sin ascensor del Bronx, no muy lejos del campus, porque en aquel entonces Fordham ocupaba un nada atractivo grupo de edificios de ladrillo rojo situado en aquel distrito. Calculó que si caminaba o utilizaba el transporte público, comía frugalmente y empleaba las largas vacaciones del verano para trabajar en la construcción, podía ganar lo suficiente para sobrevivir hasta que se licenciara. Entre las obras en las que trabajó durante los tres años siguientes figuró la nueva maravilla del mundo, el World Trade Center, que iba creciendo poco a poco.

El año 1974 estuvo marcado por dos acontecimientos que iban a cambiar su vida. Conoció a Angela Marozzi, una joven italoamericana hermosa y llena de vida que trabajaba en una floristería de Bathgate Street, y se enamoró de ella. Se casaron aquel verano; con lo que ganaban entre los dos, pudieron trasladarse a un piso más grande.

Aquel otoño, cuando le faltaba un año para licenciarse, Dexter solicitó la admisión en la Escuela de Derecho de Fordham, una facultad que formaba parte de la universidad pero independiente de ella tanto en lo referente a la administración como al emplazamiento, ya que estaba en Manhattan, en la otra orilla del río. Ingresar allí era mucho más difícil, porque había pocas plazas y estaban muy buscadas.

La Escuela de Derecho de Fordham le supondría tres años más de estudios después de su licenciatura en 1975 para obtener el título de licenciado en derecho. Después habría que presentarse a los exámenes de posgrado y obtener el derecho a ejercer como abogado en el estado de Nueva York.

No tenía que hacer ninguna entrevista personal, solo presentar un montón de documentos al Comité de Admisiones, que los examinaba y evaluaba. Dichos documentos incluían registros escolares que se remontaban a la secundaria, cuyo contenido era más bien negativo, calificaciones más recientes de historia política, una evaluación escrita por él mismo y referencias de sus actuales profesores, que eran excelentes. Escondido entre toda aquella masa de papeleo se hallaba su viejo DD214.

Dexter fue incluido en la primera lista; posteriormente, el Comité de Admisiones se reunió para hacer la selección final. El comité constaba de seis miembros presididos por el profesor Howard Kell, quien a sus setenta y siete años ya había dejado muy atrás la edad de la jubilación, aunque seguía teniendo una mente tan aguda como siempre; además era profesor emérito y el patriarca de todos ellos.

Finalmente dos candidatos se enfrentaron por la última plaza disponible. Los papeles indicaban que Dexter era uno de los dos. Hubo un apasionado debate. El profesor Kell se levantó de su asiento en la cabecera de la mesa, fue a la ventana y contempló el cielo azul del verano.

—Una elección difícil, ¿eh, Howard? ¿Cuál es tu candidato? El anciano golpeó con la punta de los dedos el papel que tenía en la otra mano y se lo enseñó al catedrático. Este leyó la lista de medallas y silbó suavemente.

—Se las dieron antes de que hubiera cumplido los veintiún años.

—¿Qué demonios hizo?

—Ganarse el derecho a que se le diera una oportunidad de estudiar en esta facultad, eso fue lo que hizo —respondió el profesor. Los dos hombres regresaron a la mesa y votaron. El resultado había sido tres contra tres, pero en caso de empate el voto del presidente valía por dos. Kell explicó por qué había votado como lo hizo. Todos miraron el DD214.

—Podría ser violento —objetó el políticamente correcto jefe de estudios.

—Oh, eso espero —dijo el profesor Kell—. No me gustaría tener que pensar que ahora estamos dando estas plazas a cambio de nada.

Cal Dexter recibió la noticia dos días después. Él y Angela estaban en la cama; él acarició el vientre de su esposa, que iba creciendo poco a poco, y le habló del día en que sería un rico abogado y tendrían una magnífica casa en Westchester o White Plains. Su hija Amanda Jane nació a principios de la primavera de 1975, pero el parto tuvo complicaciones. Los cirujanos hicieron cuanto pudieron, pero no pudieron evitar el pronóstico más negativo. El matrimonio podía adoptar, claro está, pero Angela no tendría más embarazos. El cura de la familia de Angela le dijo que había sido la voluntad de Dios y que ella debía aceptarla.

Aquel verano Cal Dexter se licenció entre los cinco primeros de su clase, y en otoño empezó la carrera de derecho, que duraría tres años. Fue duro, pero la familia Marozzi les prestó todo su apoyo y la madre se encargó de cuidar de Amanda Jane para que Angela pudiera servir mesas. Cal prefería las clases diurnas a las nocturnas, que habrían prolongado un año más sus estudios.

Durante los primeros dos años trabajó durante las vacaciones de verano, pero cuando llegó el tercero se las arregló para incorporarse como asistente legal al muy respetado bufete que Honeyman Fleischer tenía en Manhattan.

Fordham siempre ha contado con una tupida red de antiguos alumnos, y Honeyman Fleischer tenía tres socios que se habían licenciado en la facultad de derecho de Fordham. Precisamente a través de una intervención personal de su profesor, Dexter consiguió el trabajo.

Después de que Calvin regresara de Vietnam, él y su padre se habían mantenido bastante distanciados el uno del otro, ya que éste no entendía por qué su hijo no podía volver a las obras y darse por satisfecho luciendo el casco de seguridad el resto de su vida. Calvin y Angela habían ido a visitarlo en el coche del señor Marozzi para presentarle a su única hija.

Dexter padre murió en el verano de 1978. Cuando llegó, el final fue muy repentino. Un infarto hizo que el obrero de la construcción cayera desplomado en una obra. Su hijo asistió solo al humilde funeral. Cal Dexter había abrigado la esperanza de que su padre pudiera asistir a la ceremonia de su graduación y sentirse orgulloso de aquel hijo suyo que había conseguido adquirir una educación. No pudo ser así.

Se licenció aquel verano, y, mientras esperaba presentarse examen para ejercer la abogacía, logró hacerse con un puesto no muy importante, pero de jornada completa, en el bufete de Honeyman Fleischer; fue su primer empleo profesional desde que dejó el ejército siete años antes.

Honeyman Fleischer se enorgullecía de sus impecables antecedentes progresistas, evitaba tener tratos con los republicanos y para demostrar su intensa conciencia social, mantenía un departamento que ofrecía asistencia legal gratuita a los pobres y los más vulnerables.

Una vez dicho esto, lo cierto es que los socios tampoco creían que fuera necesario exagerar y asignaban al departamento gratuito a algunos de los recién llegados peor pagados. En otoño d 1978, Cal Dexter pasó a ocupar la posición más baja que se podía tener en la jerarquía de picoteo legal de Honeyman Fleischer. Dexter no se quejaba. Necesitaba el dinero, le encantaba el trabajo y, además, ocuparse de los más desfavorecidos le proporcionaba una amplísima experiencia, mucho mayor que la que obtendría dentro de los estrechos límites de una sola especialidad. Podía defender acusaciones de hurto, reclamaciones por negligencia y toda una serie de disputas que terminaban llegando a los tribunales o al circuito de apelaciones.

Aquel invierno una secretaria asomó la cabeza por el hueco de la puerta de su minúsculo despacho y le enseñó un expediente.

—¿Qué es eso? —preguntó Dexter.

—Una apelación por inmigración —dijo ella—. Roger dice que no puede llevarla.

El jefe del diminuto departamento gratuito se reservaba la crema de los casos, suponiendo que llegara a aparecer alguna. Los asuntos de inmigración eran la leche desnatada de su actividad.

Dexter suspiró y se sumergió en los detalles del nuevo expediente. La audiencia tendría lugar al día siguiente.

Era el 20 de noviembre de 1978.