Fue la séptima vez que hundieron al chico americano dentro del excremento líquido del pozo negro cuando este ya no consiguió seguir ofreciendo ninguna resistencia, y murió allí abajo, con cada orificio de su cuerpo lleno de una abominable suciedad.
Cuando hubieron terminado, los hombres dejaron en el suelo los postes que habían estado empleando, se sentaron encima de la hierba, rieron y fumaron. Luego acabaron con el otro cooperante y con los seis huérfanos, subieron al todoterreno de la agencia de ayuda humanitaria y regresaron por los caminos que atravesaban la montaña.
Era el 15 de mayo de 1995.