Osano vino a Los Ángeles para un asunto relacionado con una película y me llamó para invitarme a cenar. Llevé a Janelle porque estaba deseando conocerle. Cuando terminamos de cenar y estábamos tomando café, Janelle intentó hacerme hablar de mi mujer. Yo procuré eludir el asunto.
—Nunca hablas de eso, ¿eh? —dijo.
No contesté. Siguió insistiendo. Estaba un poco achispada por el vino y algo incómoda por el hecho de que hubiese traído a Osano conmigo. Se enfadó.
—Nunca hablas de tu mujer porque te parece deshonroso.
Seguí sin decir nada.
—Aún tienes una buena opinión de ti mismo, ¿verdad? —dijo. Su cólera era ya una furia fría.
Osano sonreía levemente, y para suavizar las cosas representó el papel de escritor famoso y brillante, exagerándolo un poco.
—Tampoco habla nunca de que es huérfano —dijo—. En realidad, todos los adultos son huérfanos. Todos perdemos a nuestros padres al hacernos adultos.
Esto interesó inmediatamente a Janelle. Me había dicho que admiraba la inteligencia y los libros de Osano.
—Eso me parece muy inteligente —dijo—. Y es verdad.
—Es un cuento —dije yo—. Si queréis utilizar un lenguaje para comunicaros, no tergiverséis el sentido de las palabras. Un huérfano es un niño que se cría sin padres y muchas veces sin ninguna relación con ningún otro pariente en el mundo. Un adulto no es un huérfano. Es un pijotero que ya no sabe cómo utilizar a sus padres porque son un fastidio y ya no los necesita.
Hubo un embarazoso silencio y luego Osano dijo:
—Tienes razón, pero sucede también que no quieres compartir tu posición especial con todo el mundo.
—Sí, quizás —dije.
Luego me volví a Janelle.
—Tú y tus amigas os llamáis «hermanas» —le dije—. Hermanas significa niñas nacidas de los mismos padres que normalmente han compartido las mismas experiencias traumáticas de infancia, que tienen huellas de la misma experiencia en sus bancos mnemotécnicos. Por eso una hermana es buena, mala o indiferente. Cuando llamas a una amiga «hermana» las dos estáis mintiendo.
—Voy a divorciarme otra vez —dijo Osano—. Otra pensión de divorcio. No volveré a casarme. No puedo permitirme más pensiones.
Me eché a reír con él.
—No digas eso. Tú eres la última esperanza de la institución del matrimonio.
Entonces, Janelle alzó la cabeza y dijo:
—No, Merlyn. Eso lo eres tú.
Todos nos reímos con esto, y luego dije que no quería ir al cine. Estaba demasiado cansado.
—Oh, demonios —dijo Janelle—. Vamos a tomar algo a Pips y a jugar un poco al chaquete. Podemos enseñarle a Osano.
—¿Por qué no vais los dos? —dije fríamente—. Yo volveré al hotel y dormiré un poco.
Osano me miraba con una sonrisa triste. No dijo nada. Janelle me miraba fijamente, como desafiándome a repetirlo. Di a mi voz el tono más frío e indiferente posible. Pero, sin embargo, comprensivo. Con toda deliberación, dije:
—Bueno, de veras que no me importa, en serio. Sois mis mejores amigos, pero os aseguro que tengo mucho sueño. Osano, sé un caballero y ocupa mi lugar.
Dije esto muy serio.
Osano dedujo inmediatamente que estaba celoso de él.
—Lo que tú digas, Merlyn.
No le importaba nada lo que yo sintiese. Consideró que yo actuaba como un estúpido. Y yo sabía que llevaría a Janelle a Pips y luego a casa, que se la tiraría y que no se preocuparía más del asunto. En cuanto a mí, no era de mi incumbencia.
Pero Janelle sacudió la cabeza.
—No seas tonto. Yo iré a casa en mi coche y vosotros podéis hacer lo que os dé la gana.
Me di cuenta de lo que pensaba ella. Dos cerdos machistas intentando repartírsela. Pero ella sabía también que, si se iba con Osano, me daría una excusa para no volver a verla nunca. Supongo que yo sabía lo que estaba haciendo. Estaba buscando una razón para odiarla, y si se hubiese ido con Osano, ésa podría haber sido la razón y podría haberme librado de ella.
Por último, Janelle volvió al hotel conmigo. Pero pude sentir su frialdad, pese a que nuestros cuerpos estaban cálidamente próximos. Poco después se apartó, y cuando me dormía, pude oír el rumor del colchón al salir ella de la cama. Soñoliento, murmuré:
—Janelle, Janelle.