7

Una semana después de la muerte de Jordan, dejé Las Vegas, pensando que para siempre, y volví a Nueva York.

Cully me acompañó al aeropuerto, donde tomamos café mientras esperaba para subir a bordo. Me sorprendió comprobar que Cully estaba realmente afectado por mi marcha.

—Volverás —dijo—. Todo el mundo vuelve a Las Vegas. Y yo estaré aquí. Lo pasaremos muy bien.

—Pobre Jordan —dije yo.

—Sí —dijo Cully—. No lo entenderé en toda mi vida. ¿Por qué lo hizo? ¿Por qué demonios lo hizo?

—Nunca pareció un hombre de suerte —dije yo.

Nos dimos la mano cuando anunciaron mi vuelo.

—Si tienes algún problema allá, llámame —dijo Cully—. Somos camaradas. Te ayudaré.

Me dio incluso un abrazo.

—Eres un hombre de acción —añadió—. Siempre estarás en movimiento. Así que andarás siempre metido en líos. Llámame.

Yo no creía realmente que Cully fuese sincero. Cuatro años después, él había triunfado y yo estaba metido en un tremendo lío, tenía que comparecer ante un gran jurado. Y cuando llamé a Cully, Cully vino en avión a Nueva York a ayudarme.