Había un muchacho tan virtuoso que los dioses le concedieron un deseo. Quiso ser, por un día, el auriga del sol. No hicieron caso a Apolo cuando predijo terribles consecuencias, pero los hechos que sucedieron después le dieron la razón. Se dice que el Sahara es el camino de desolación que dejó el inexperto auriga cuando su carro se acercó a la Tierra. Desde entonces, los dioses han cerrado la tienda.
M. N. PLANO