Jacob se agazapó en la escotilla, dispuesto a zambullirse tras la curvatura a la vista del alto y delgado alienígena. Hasta ahora, nada.
Culla no había estado en el bucle de la gravedad.
El camino más largo hacia la zona invertida, la única ruta, podría haber sido un buen lugar para una emboscada. Pero a Jacob no le sorprendía demasiado que Culla no estuviera allí, por dos razones.
La primera era táctica. El arma de Culla operaba en la línea de visión. El bucle se curvaba, de forma que los humanos sólo podían aproximarse unos cuantos metros sin ser localizados. Un objeto lanzado a través del bucle viajaba la mayor parte del tiempo con velocidad uniforme. Jacob estaba seguro. Hughes y él habían lanzado varios cuchillos desde la cocina de la nave cuando entraron en el bucle. Los encontraron cerca de la salida de la zona invertida, en un charco de amoníaco de los liquitubos que habían aplastado ante ellos mientras recorrían el ladeado pasadizo.
Culla podría haber estado esperando tras la puerta, pero tuvo que dejar la retaguardia sin cubrir por otro motivo. Sólo tenía una cantidad limitada de tiempo antes de que la Nave Solar alcanzara una órbita superior. Después de que llegaran al espacio abierto, los humanos estarían a salvo de las sacudidas de las tormentas cromosféricas, y el duro casco reflectante de la nave podría deflectar suficiente calor del sol para mantenerlos con vida hasta que llegara ayuda.
De modo que Culla tenía que terminar con ellos, y consigo mismo, rápidamente. Jacob estaba seguro de que el pring estaba junto al ordenador, a noventa grados alrededor de la cúpula, a la derecha, usando sus ojos láser para reprogramar lentamente las salvaguardias de la nave.
Por qué lo hacía, era una cuestión que tendría que esperar.
Hughes recogió los cuchillos. Con la bolsa, algunos liquitubos y el pequeño aturdidor de Helene, compusieron su armamento.
La respuesta clásica, ya que la alternativa era la muerte para todos ellos, sería que un hombre se sacrificara para que el otro pudiera terminar con Culla.
Hughes y Jacob podrían cronometrar cuidadosamente su aproximación desde direcciones diferentes para sorprender a Culla al mismo tiempo. O un hombre podría ponerse delante y el otro apuntar con el aturdidor por encima de su hombro.
Pero ninguno de esos planes funcionaría. Su oponente podía matar literalmente a un hombre con sólo mirarlo. Contrariamente a las falsas proyecciones de los Espectros Solares «adultos», que eran una emisión continua, los rayos asesinos de Culla eran descargas. A Jacob le hubiera gustado recordar cuántas había disparado durante la lucha en la zona superior… o con qué frecuencia. Probablemente no importaba. Culla tenía dos ojos y dos enemigos. Un rayo para cada uno sería sin duda suficiente.
Peor aún, no podían estar seguros de que la habilidad de Culla para crear imágenes holográficas no le permitiera localizarlos en el instante en que entraran en la zona, a partir de los reflejos en el casco interior. Probablemente no los heriría con reflejos, pero eso resultaba una compensación muy pobre.
Si no hubiera tanta atenuación durante el rebote interno del rayo, podrían haber intentado derrotar al alienígena con el láser-P, haciendo que barriera toda la nave mientras los humanos y Fagin se refugiaban en el bucle de gravedad.
Jacob lanzó una maldición y se preguntó qué los demoraba con el láser-P. Junto a él, Hughes murmuró por un intercomunicador de pared. Se volvió hacia Jacob.
—¡Están preparados!
Gracias a las gafas, se ahorraron la mayor parte del dolor cuando la cúpula exterior ardió llena de luz. Sin embargo, tardaron unos instantes en secarse las lágrimas y adaptarse al brillo.
La comandante deSilva, al parecer con la ayuda de la doctora Martine, había colocado el láser-P cerca del borde de la cubierta superior. Si sus cálculos eran correctos, el rayo golpearía el lado de la cúpula en la zona invertida, exactamente donde se encontraba la salida del ordenador. Desgraciadamente, la complejidad de la operación obligaba a ir del punto A al B, a través de la estrecha abertura en el borde de la cubierta, lo que significaba que el rayo probablemente no heriría a Culla.
Sin embargo, le sorprendió. En el instante en que llegó el rayo, mientras Jacob cerraba los ojos con fuerza, oyeron un súbito castañeteo y sonidos de movimiento a la derecha.
Cuando su visión se aclaró, Jacob vio un fino rastro de líneas brillantes en el aire. El paso del rayo láser dejó un rastro en la pequeña cantidad de polvo en el aire. Era una suerte. Les ayudaría a evitarlo.
—¿Intercomunicador al máximo? —preguntó rápidamente.
Hughes le contestó haciendo un gesto con el pulgar hacia arriba.
—¡Muy bien, vamos!
El láser-P emitía aleatoriamente colores en el espectro verdeazulado. Esperaban que confundiera los reflejos del casco interior.
Jacob se preparó y contó.
—¡Uno, dos, ya!
Jacob atravesó el espacio abierto y se zambulló tras una de las grandes máquinas grabadoras en el borde de la cubierta. Oyó a Hughes aterrizar con fuerza, dos máquinas a su derecha.
El hombre agitó la mano cuando le miró.
—¡Nada por aquí! —susurró roncamente. Jacob echó un vistazo alrededor de la esquina de su propia máquina, usando un espejo del botiquín, que estaba manchado de grasa. Hughes tenía otro espejo, del bolso de Martine.
Culla no estaba a la vista.
Entre los dos podían escrutar unos tres quintos de la cubierta. La salida del ordenador estaba en el otro lado de la cúpula, justo fuera del alcance de la visión de Hughes. Jacob tendría que dar un rodeo, saltando de una máquina a otra.
El casco de la Nave Solar brillaba con puntos donde destellaba el láser-P. Los colores cambiaban constantemente. Por lo demás, las miasmas rojas y rosadas de la cromosfera los rodeaban. Habían dejado minutos antes los grandes filamentos, y el rebaño de toroides, que ahora se encontraba a un centenar de kilómetros por debajo.
Es decir, justo por encima de la cabeza de Jacob. La fotosfera, con la Gran Mancha en el centro, componía un techo grande, plano, interminable y fiero sobre él, y las espículas colgaban como estalactitas.
Encogió las piernas y se impulsó, preparado para enfrentarse con una posible emboscada.
Saltó por encima del rayo láser-P donde su rumbo quedaba trazado por las partículas de polvo flotante, y se zambulló tras la siguiente máquina. Sacó rápidamente el espejo para mirar la zona que ahora quedaba al descubierto.
Culla no estaba a la vista.
Ni Hughes. Silbó dos suaves notas en el breve código que habían acordado. Todo despejado. Oyó una nota, la respuesta de su compañero.
La siguiente vez tuvo que agacharse bajo el rayo. La piel le cosquilleó durante todo el pequeño trayecto, anticipando un trazo de luz ardiente a su flanco.
Se agazapó tras la máquina y se agarró a ella para equilibrarse, respirando entrecortadamente. ¡Eso no era lógico! Aún no tendría que estar cansado. Algo pasaba.
Jacob tragó saliva y luego empezó a deslizar el espejo por el borde izquierdo de la máquina.
El dolor atenazó sus dedos y soltó el espejo con un gemido. Estuvo a punto de llevarse la mano a la boca pero se contuvo como pudo.
Automáticamente se sumió en un ligero trance para aliviar el dolor. Las magulladuras rojas empezaron a desvanecerse mientras los dedos parecían hacerse más lejanos. Entonces el flujo de alivio se detuvo. Era como un rumor de guerra. Sólo pudo conseguir eso: una presión contraria resistía la hipnosis con igual fuerza, no importaba cuánto se concentrara.
Otro de los dos trucos de Hyde. Bueno, no había tiempo para parlamentar con él, quisiera lo que quisiera. Se miró la mano; el dolor apenas era soportable. El índice y el anular estaban quemados. Los otros dedos habían sufrido menos daños.
Consiguió silbar un corto código a Hughes. Era el momento de llevar a la práctica su plan, el único que tenía una posibilidad real de alcanzar el éxito.
Su única oportunidad residía en llegar al espacio. La tempo-compresión estaba congelada en automático (lo primero de lo que Culla se había encargado después del enlace máser), y su tiempo subjetivo se acercaría al tiempo real si conseguían dejar la cromosfera.
Ya que asaltar a Culla era inútil, la mejor forma de retrasar el asesinato y subsiguiente suicidio del alienígena era hablar con él.
Jacob inspiró un par de veces y se apoyó contra el holograbador, con el oído atento. Culla andaba haciendo mucho ruido. Ésa era su mejor esperanza contra los ataques del pring. Si Culla hacía demasiado ruido al descubierto, Jacob podría tener una oportunidad de usar el aturdidor que agarraba con la mano que no tenía herida. Tenía un rayo amplio y no haría falta apuntar demasiado.
—¡Culla! —gritó—. ¿No le parece que ha ido demasiado lejos? ¿Por qué no sale y hablamos?
Prestó atención. Había un leve zumbido, como si las mandíbulas de Culla chascaran suavemente tras los gruesos labios prensiles. Durante la lucha arriba, la mitad del problema al que se enfrentaron Donaldson y él fue evitar aquellos destellantes dientes blancos.
—¡Culla! —repitió—. Sé que es estúpido juzgar a un alienígena por los valores de la propia especie, pero sinceramente creía que era un amigo. ¡Nos debe una explicación! ¡Hable con nosotros! ¡Si está actuando bajo las órdenes de Bubbacub, puede rendirse y le juro que todos diremos que opuso una buena resistencia!
El zumbido se hizo más fuerte. Hubo un leve rumor de pasos.
Uno, dos, tres… pero eso fue todo. No era suficiente para disparar.
—Jacob, lo shiento —la voz de Culla recorrió suavemente la cubierta—. Debe shaberlo, antesh de que muramosh, pero primero quiero pedirle que deshconecte eshe lásher. ¡Duele!
—Mi mano también.
El pring parecía desconsolado.
—Lo shi-shi-shiento, Jacob. Por favor, comprenda que esh mi amigo. Hago eshto en parte por shu eshpecie.
»Shon crímenesh necesariosh, Jacob. Me alegro de que la muerte eshté cerca para quedar libre de la memoria.
La filosofía del alienígena asombraba a Jacob. Nunca había esperado que Culla gimoteara de esa forma, fueran cuales fueran sus motivos para lo que había hecho. Estaba a punto de responder cuando la voz de Helene resonó por el intercomunicador.
—¿Jacob? ¿Puedes oírme? El impulso gravitatorio se deteriora rápidamente. Estamos perdiendo dirección.
Lo que no dijo fue la amenaza. Si no hacían algo pronto, empezarían a caer hacia la fotosfera, una caída de la que nunca regresarían.
Cuando cayera en la tenaza de las células de convección, la nave sería atraída hacia el núcleo estelar. Si es que para entonces aún quedaba algo de la nave.
—Verá, Jacob —dijo Culla— Retrasharme no shervirá de nada. Ya eshtá hecho. Me quedaré para ashegurarme de que no puedan corregirlo.
»Pero, por favor, hablemosh hashta el final. No desheo que muramosh como enemigosh.
Jacob contempló la retorcida atmósfera cargada de hidrógeno rojo del sol. Tentáculos de fiero gas flotaban todavía hacia «abajo» (arriba, para él), dejando atrás la nave, pero eso podía ser una función del movimiento del gas en esta zona y momento. Desde luego, iban mucho menos rápidamente. Tal vez la nave estuviera cayendo ya.
—Shu deshcubrimiento de mi talento y mi truco fue muy ashtuto, Jacob. ¡Combinó muchash pishtash oshcurash para encontrar la reshpueshta! ¡Relacionarlash con el pashado de mi raza fue un golpe brillante!
»Dígame, aunque evité losh detectoresh del borde con mish espectrosh, ¿no le extrañó que a vecesh aparecieran en lo alto cuando yo eshtaba en la zona invertida?
Jacob intentaba pensar. Tenía apoyada la pistola aturdidora contra su mejilla. Su frescor le agradaba, pero no le proporcionaba ninguna idea. Y tenía que dedicar parte de su atención a hablar con Culla.
—Nunca me molesté en pensarlo, Culla. Supongo que simplemente se inclinaba y lanzaba el rayo a través del campo de suspensión semitransparente de la cubierta. Y se reflejaba en ángulo dentro del casco.
De hecho, ésa era una pista válida. Jacob se preguntó por qué la había pasado por alto.
¡Y la brillante luz azul, durante su trance en La Baja! ¡Sucedió justo antes de que despertara para ver a Culla ante él! ¡El eté debió de sacarle un holograma! ¡Vaya forma de conocer a alguien y no olvidar nunca su cara!
—Culla —dijo lentamente—. No es que esté resentido ni nada por el estilo, ¿pero fue usted responsable de mi loca conducta al final de la última inmersión?
Hubo una pausa. Entonces Culla habló, con crecientes balbuceos.
—Shí, Jacob. Lo shiento, pero she eshtaba volviendo demashiado inquishitivo. Eshperaba deshacreditarle. Fracashé.
—¿Pero cómo…?
—¡Oí a la doctora Martine hablar de losh efectosh del deshlumbramiento en losh humanosh!
El pring casi gritó. Era la primera vez, que Jacob recordara, que el pring había interrumpido a alguien.
—¡Experimenté con el doctor Kepler durante meshesh! Luego con LaRoque y Jeff… luego con ushted. Ushé un rayo difractado eshtrecho.
»¡Nadie pudo verlo, pero deshenfocó shush penshamientosh!
»No shabía lo que haría ushted. Pero shabía que shería embarazosho. Lo shiento de nuevo. ¡Era neceshario!
Definitivamente ya no ascendían. El gran filamento que habían dejado tan sólo unos minutos antes gravitaba sobre la cabeza de Jacob. Altos chorros se retorcían y curvaban hacia la nave, como dedos atenazantes.
Jacob había estado intentando encontrar una salida, pero su imaginación estaba bloqueada por una poderosa barrera.
¡Muy bien, me rindo!
Llamó a su neurosis para ofrecerle sus términos. ¿Qué demonios quería la maldita cosa?
Sacudió la cabeza. Tendría que invocar a la cláusula de emergencia.
Hyde iba a tener que salir y convertirse en parte de él, como en los viejos y malos tiempos. Como cuando persiguió a LaRoque en Mercurio, y cuando irrumpió en el laboratorio fotográfico. Se preparó para entrar en el trance.
—¿Por qué, Culla? ¡Dígame por qué ha hecho todo esto!
No es que tuviera importancia. Tal vez Hughes estaba escuchando.
Tal vez Helene estaba grabando. Jacob estaba demasiado ocupado para darle importancia.
¡Resistencia! En las coordenadas no-lineales y no-ortogonales del pensamiento cribó sentimientos y sensaciones. Envió a hacer su trabajo a los viejos sistemas automáticos hasta el punto en que aún funcionaran.
Lentamente, los marcos y camuflajes cayeron y se encontró cara a cara con su otra mitad.
Las murallas, inescalables en los pasados asedios, eran ahora aún más extraordinarias. Los parapetos de tierra habían sido reemplazados por piedra. La valla estaba hecha de agujas afiladas, finas y de treinta kilómetros de largo. En lo alto de la torre más alta ondeaba una bandera. El estandarte decía «Lealtad». Revoloteaba sobre dos estacas, y en cada una de ellas había empalada una cabeza.
Reconoció al instante una de ellas. Era la suya propia. Aún brillaba la sangre que manaba del cuello cercenado. La expresión era de remordimiento.
La otra cabeza le hizo estremecerse. Era Helene. Su rostro estaba manchado y lacerado, y mientras la contemplaba, sus ojos se movieron débilmente. La cabeza estaba todavía viva.
¿Pero por qué? ¿Por qué esa furia contra Helene? ¡Y por qué los tonos de suicidios… esta reluctancia a unirse con él para crear el casi ubersmensch que fuera antaño?
Si Culla decidía atacar ahora, estaría indefenso. Tenía los oídos llenos del quejido de un viento ululante. Hubo un rugir de cohetes y luego el sonido de alguien cayendo… el sonido de alguien llamando mientras caía.
Y por primera vez pudo distinguir sus palabras.
—¡Jacob! ¡Cuidado con el primer escalón…!
¿Eso era todo? ¿Entonces por qué tanto alboroto? ¿Por qué tantos meses intentando averiguar lo que resultó ser la última ironía de Tania?
Por supuesto. Su neurosis le dejaba ver, ahora que la muerte era inminente, que las palabras ocultas eran otro señuelo. Hyde ocultaba algo más. Era…
Culpa.
Sabía que llevaba su carga tras el incidente en la Aguja Vainilla, pero nunca había advertido cuánta. Ahora vio lo enfermizo que era este acuerdo Jekyll y Hyde con el que había estado viviendo. En vez de curar lentamente el trauma de una dolorosa pérdida, había sellado una entidad artificial, para que creciera y se alimentara de él y de su vergüenza por haber dejado caer a Tania… por la suprema arrogancia del hombre que, aquel aciago día a treinta kilómetros de altura, pensó que podía hacer dos cosas a la vez.
Había sido tan sólo otra forma de arrogancia, una creencia de que podía superar la forma normal humana de recuperarse de las penas, el ciclo de dolor y trascendencia con el que se enfrentaban cientos de millones de seres humanos cuando sufrían una pérdida. Eso y el consuelo de la cercanía de otras personas.
Y ahora estaba atrapado. El significado del estandarte en las murallas estaba claro. En su enfermedad, había pensado en expiar parte de su culpa con demostraciones de lealtad hacia la persona a la que había fallado. No una lealtad externa sino interior, una lealtad enfermiza basada en apartarse de todo el mundo, mientras se convencía de que se encontraba bien, puesto que había tenido amantes.
¡No era extraño que Hyde odiara a Helene! ¡No era extraño que también quisiera muerto a Jacob Demwa!
Tania nunca lo habría aprobado, le dijo. Pero no estaba escuchando. Tenía su propia lógica y ningún sentido.
¡Ella habría querido a Helene!
No sirvió de nada. La barrera era firme. Abrió los ojos.
El rojo de la cromosfera se había vuelto más intenso. Ahora se encontraban en el filamento. Un destello de color, visto incluso a través de las gafas, le hizo mirar a la izquierda.
Era un toroide. Estaban en medio del rebaño.
Mientras observaba, pasaron varios más, con sus bordes festoneados de brillantes diseños. Giraban como donuts locos, ajenos al peligro de la Nave Solar.
—Jacob, no ha dicho nada. —La voz característica de Culla sonó en el fondo de su interior. Jacob se recuperó al oír su nombre—. Sheguro que tiene alguna opinión shobre mish motivosh. ¿No she ha dado cuenta que de eshto shurgirá un bien mayor, no shólo para mi eshpecie sino para la shuya y también para shush pupilosh?
Jacob sacudió vigorosamente la cabeza para despejarla. ¡Tenía que combatir de algún modo el cansancio inducido por Hyde! La línea de plata que era su mano ya no dolía.
—Culla, tengo que pensar un poco sobre esto. ¿Podemos retirarnos y parlamentar? Puedo traerle algo de comida y tal vez logremos llegar a un acuerdo.
Hubo una pausa. Entonces Culla habló lentamente.
—Esh ushted muy tramposho, Jacob. Me shiento tentado, pero veo que sherá mejor que ushted y shu amigo she queden quietosh. De hecho, me asheguraré. Shi alguno de losh dosh she mueve, lo «veré».
Jacob se preguntó aturdido qué trampa había en ofrecer comida al alienígena. ¿Por qué se le había ocurrido aquella idea?
Ahora caían más rápido. En lo alto, el rebaño de toroides se extendía hacia la ominosa pared de la fotosfera. Los más cercanos brillaban azules y verdes mientras pasaban. Los colores se difuminaban con la distancia. Las bestias más lejanas parecían diminutos anillos de boda, cada uno con un pequeño destello de luz verde.
Hubo movimiento entre los magnetóvoros más cercanos. Mientras caía la nave se hicieron a un lado, hacia «abajo» según la perspectiva invertida de Jacob. En una ocasión un destello verde llenó la Nave Solar cuando se sacudió una cola-láser. El hecho de que no hubieran sido destruidos significaba que las pantallas automáticas todavía funcionaban.
Fuera, una forma aleteante pasó ante Jacob, desde arriba, dejando atrás la cubierta a sus pies. Entonces apareció otra, ondulante, que se detuvo un instante ante el casco, con el cuerpo lleno de colores iridiscentes. Luego se abalanzó hacia arriba, hasta perderse de vista.
Los Espectros Solares se estaban agrupando. Tal vez la larga caída de la nave había picado por fin su curiosidad.
Ya habían pasado la parte más grande del rebaño. Había un grupo de grandes magnetóvoros justo encima, en su línea de descenso. Pequeños pastores brillantes danzaban alrededor del grupo.
Jacob esperó que se quitaran de en medio. No tenía sentido llevarse a ninguno por delante. El rumbo incandescente del Láser Refrigerador de la nave pasó peligrosamente cerca.
Jacob se controló. No había nada más que hacer. Hughes y él tendrían que intentar un asalto frontal. Silbó un código, dos sonidos cortos y dos largos. Hubo una pausa y luego la respuesta. El otro hombre estaba preparado.
Esperaría hasta el primer sonido. Habían acordado que, cuando estuvieran lo suficientemente cerca, cualquier ataque con posibilidad de éxito tendría que producirse en el instante en que se oyera algún ruido, antes de que Culla pudiera darse cuenta. Ya que Hughes estaba más lejos, se movería primero.
Se encogió y se concentró sólo en el ataque. El aturdidor descansaba en la palma sudorosa de su mano izquierda. Ignoró los temblores que brotaban de una parte aislada de su mente.
Un sonido, como de una caída, llegó desde la derecha. Jacob salió de detrás de la máquina, presionando el disparador del aturdidor al mismo tiempo.
Ningún rayo de luz salió a su encuentro. Culla no estaba allí. Una de las preciosas cargas aturdidoras se había perdido.
Corrió lo más rápido que pudo. Si encontraba al alienígena dándole la espalda mientras se enfrentaba a Hughes…
La luz cambiaba. Mientras corría, el brillo rojo de la fotosfera fue reemplazado rápidamente por un resplandor verdiazul desde arriba.
Jacob dirigió una breve mirada hacia lo alto. La luz procedía de los toroides. Las grandes bestias solarianas se acercaban desde abajo hacia la nave, en rumbo de colisión.
Sonaron las alarmas, y la voz de Helene deSilva lanzó una advertencia. Cuando el azul se hizo más brillante, Jacob se agachó bajo el láser-P y aterrizó a dos metros de Culla.
Justo más allá del pring, Hughes estaba arrodillado en el suelo, con las manos ensangrentadas y los cuchillos esparcidos por el suelo.
Miraba a Culla aturdido, esperando el golpe de gracia.
Jacob alzó el aturdidor cuando Culla se giró, advertido por el sonido de su llegada. Durante un brevísimo instante Jacob pensó que lo había conseguido.
Entonces todo su brazo izquierdo estalló en agonía. Un espasmo lo sacudió y el arma voló por los aires. Por un momento la cubierta pareció agitarse, luego su visión se aclaró y vio a Culla ante él, con los ojos sombríos. La boca del pring estaba ahora completamente abierta, agitando los extremos de los «labios» tentaculares.
—Lo shiento, Jacob. —El alienígena tenía un acento tan marcado que apenas pudo entender sus palabras—. Debe sher de eshte modo.
¡El eté planeaba acabar con él utilizando los dientes! Jacob retrocedió, lleno de miedo y rabia. Culla lo siguió chascando lentamente las mandíbulas, al ritmo de sus pasos.
Una gran sensación de resignación barrió a Jacob, una sensación de derrota y muerte inminente. El dolor de su cabeza no significaba nada comparado con la cercanía de la extinción.
—¡No! —gritó roncamente. Se abalanzó hacia adelante, boca abajo, contra Culla.
En ese instante, volvió a sonar la voz de Helene y el color azul se apoderó de todo. Se produjo un zumbido distante y luego una poderosa fuerza los levantó del suelo, lanzándolos al aire por encima de la cubierta que se agitaba violentamente.