24. EMISIÓN ESPONTÁNEA

Cuando regresaron, Culla estaba retirando un liquitubo del follaje de Fagin. Tenía uno de los brazos dentro de las ramas del kantén. El pring sostenía un segundo liquitubo en la otra mano.

—Bienvenidos —trinó Fagin—. Pring Culla acaba de ayudarme con mi complemento dietético. Me temo que al hacerlo ha descuidado el suyo.

—No hay problema, sheñor —dijo Culla. Retiró lentamente el tubo.

Jacob se acercó tras el pring para observar. Era una oportunidad para aprender más del funcionamiento de Fagin. El kantén le dijo una vez que su especie no tenía ningún tabú, así que seguramente no le importaría que Jacob intentara averiguar qué clase de orificio usaba el alienígena semivegetal.

Estaba empinado detrás de Culla cuando el pring se echó atrás de repente, soltando el liquitubo. Su codo chocó dolorosamente encima del ojo de Jacob, derribándole.

Culla castañeteó ruidosamente. Los liquitubos cayeron de sus manos, que colgaron fláccidas a sus costados. Helene tuvo problemas para contener la risa. Jacob se puso rápidamente en pie. Su mueca hacia Helene («Ya me desquitaré algún día») sólo la hizo toser con más fuerza.

—Olvídelo, Culla. No me ha hecho daño. Ha sido culpa mía. Además, todavía me queda un ojo sano. —Resistió el impulso de frotarse el punto dolorido.

Culla le miró con ojos resplandecientes. El castañeteo remitió.

—Esh ushted muy amable, Amigo-Jacob —dijo por fin—. En una shituación adecuada, pupilo-mayor, la culpa fue mía por deshcuidado. Le doy lash graciash por perdonarme.

—No importa, amigo mío —concedió Jacob. Podía sentir el principio de un feo chichón. Con todo, sería aconsejable cambiar de tema para ahorrar más vergüenza a Culla.

—Hablando de ojos, he leído que su especie y la mayoría de las de Pring, tenían un solo ojo antes de que llegaran los pila y comenzaran su programa genético.

—Shí, Jacob. Losh pila nosh dieron dosh ojosh por cueshtionesh eshtéticash. La mayoría de los bípedosh de la galaxia son binocularesh. No querían que lash demásh razash jóvenesh she burlaran de noshotrosh.

Jacob frunció el ceño. Había algo… sabía que Mister Hyde lo tenía ya pero lo contenía, todavía de mal humor.

¡Maldición, es mi inconsciente!

No tenía sentido. Oh, bueno.

—Pero también he leído, Culla, que su especie era arborícola… incluso braquial, si no recuerdo mal…

—¿Y eso qué significa? —susurró Donaldson a deSilva.

—Significa que solían columpiarse en las ramas de los árboles —respondió ella—. ¡Ahora, cállese!

—Pero si sólo disponían de un ojo, ¿cómo podían tener sus antepasados suficiente percepción de profundidad para no fallar cuando intentaban agarrar la siguiente rama?

Antes de terminar la frase, Jacob se sintió contento. ¡Ésa era la pregunta que Mister Hyde estaba conteniendo! ¡De modo que el pequeño demonio no tenía un cerrojo completo sobre la reflexión inconsciente! Helene le estaba haciendo bien. Apenas le importó la respuesta de Culla.

—Creía que lo shabía, Amigo-Jacob. Oí a la comandante deShilva explicar durante nueshtra primera inmershión que tengo diferentesh receptoresh. Mish ojosh pueden detectar fashe ademásh de intenshidad.

—Sí. —Jacob empezaba a divertirse. Tendría que mirar a Fagin. El viejo kantén le avisaría si se metía en un terreno que a Culla le resultara molesto—. Sí, pero la luz del sol, sobre todo en un bosque, sería totalmente incoherente… de fase aleatoria. Los delfines usan un sistema parecido en su sonar, conservando la fase y todo lo demás. Pero proporcionan su propio campo de fase coherente emitiendo trinos bien sintonizados.

Jacob dio un paso atrás, disfrutando de una pausa dramática. Pisó uno de los liquitubos que Culla había dejado caer. Lo recogió con gesto automático.

—Entonces, si los ojos de sus antepasados no hacían más que retener la fase, todo el asunto seguiría sin funcionar si no tenían una fuente de luz coherente en su entorno —dijo Jacob, excitado—. ¿Láseres naturales? ¿Tienen sus bosques alguna fuente natural de luz láser?

—¡Por Júpiter que eso sería interesante! —comentó Donaldson.

Culla asintió.

—Shí, Jacob. Losh llamamosh lash… —Sus mandíbulas se unieron en un complicado ritmo—… plantash. Esh increíble que dedujera shu exishtencia a partir de tan pocash pishtash. Hay que felicitarle. Le moshtraré fotosh de uno cuando regreshemosh.

Jacob vio que Helene le sonreía posesivamente. (Sintió en su interior un gruñido distante. Lo ignoró).

—Sí. Me gustaría verlo, Culla.

El liquitubo en su mano estaba pegajoso. El aire olía a heno recién cortado.

—Tome, Culla —tendió el liquitubo—. Creo que se le ha caído esto. —Entonces su brazo se congeló. Miró el tubo durante un instante y luego soltó una carcajada.

—¡Millie, venga aquí! —gritó—. ¡Mire esto!

Tendió el tubo a la doctora Martine y señaló la etiqueta.

—¿Una mezcla de alcalido-3-(alfa-acetonilbenzil)-4-hidroxi-cumarina? —Ella pareció insegura durante un instante—. ¡Vaya, eso es «Warfarin»! ¡De modo que es uno de los complementos dietéticos de Culla! Entonces ¿cómo demonios llegó una muestra a los medicamentos de Dwyane?

Jacob sonrió tristemente.

—Me temo que ese asunto fue culpa mía. Cogí sin darme cuenta una muestra de una de las tabletas de Culla a bordo de la Bradbury.

»Tenía tanto sueño cuando lo hice que lo olvidé. Debí meterlo en el mismo bolsillo donde más tarde guardé las muestras del doctor Kepler. Y fueron todas juntas al laboratorio del doctor Laird.

»Fue pura coincidencia que uno de los suplementos nutritivos de Culla fuera idéntico a un viejo veneno terrestre, pero sí que me hizo andar en círculos. Pensaba que Bubbacub se lo dio a Kepler para volverlo inestable, pero nunca me sentí satisfecho con esa teoría. —Se encogió de hombros.

—¡Bueno, pues yo me alegro de que todo el asunto quede zanjado! —rió Martine—. ¡No me gustaba lo que la gente empezaba a pensar de mí!

Era un pequeño descubrimiento. Pero de algún modo aclarar un misterio transformó el estado de ánimo de los presentes. Charlaron animadamente.

La única mancha se produjo cuando pasó Pierre LaRoque, riendo en voz baja. La doctora Martine fue a pedirle que se reuniera con ellos, pero el hombrecito se limitó a sacudir la cabeza, y luego siguió dando vueltas alrededor de la nave.

Helene estaba junto a Jacob. Tocó la mano que aún sostenía el liquitubo de Culla.

—Hablando de coincidencias, ¿has echado un vistazo a la fórmula del suplemento de Culla? —Se detuvo y alzó la cabeza. Culla se acercó a ellos y saludó.

—Shi ya ha terminado, Jacob, me llevaré eshte tubo pegajosho.

—¿Qué? Oh, claro, Culla. Tome. ¿Qué decías, Helene?

Aunque el rostro de ella permanecía serio, resultaba difícil no sorprenderse de su belleza. Era la fase inicial del período de enamoramiento que, durante algún tiempo, dificulta escuchar a la amada.

—Decía que advertí una extraña coincidencia cuando la doctora Martine leyó en voz alta esa fórmula química. ¿Recuerdas cuando hablaste de láseres orgánicos teñidos? Bueno…

La voz de Helene se apagó. Jacob pudo ver cómo se movía su boca, pero todo lo que pudo distinguir fue una palabra:

—… cumarina…

Había problemas en erupción. Su neurosis controlada se había rebelado. Mister Hyde intentaba impedirle que escuchara a Helene. De hecho, de pronto advirtió que su otra mitad había estado dominando su habitual habilidad de reflexión desde que Helene había dado a entender, en su conversación al borde de la cubierta, que quería que él proporcionara los genes que llevaría consigo a las estrellas cuando la Calypso diera el salto.

¡Hyde odia a Helene!, advirtió con sorpresa. ¡La primera chica que conozco y que podría empezar a reemplazar lo que he perdido —un temblor, como una migraña, amenazó con hendir su cráneo—, y Hyde la odia! (El dolor vino y se fue instantáneamente.) Más aún, aquella parte de su inconsciente lo había estado engañando. Había visto todas las piezas y no las había dejado salir a la superficie. Eso era una violación del acuerdo. ¡Era intolerable, y no era capaz de imaginar por qué!

—Jacob, ¿te encuentras bien? —Volvió a sentir la voz de Helene. Le miró aturdida. Por encima de su hombro, Jacob pudo ver a Culla, que los miraba desde las máquinas de comida.

—Helene —dijo bruscamente—, escucha, dejé una cajita de píldoras junto a la Cámara del Piloto. Son para los dolores de cabeza que sufro a veces… ¿Podrías traérmelas, por favor? —Se llevó una mano a la frente y sonrió.

—Bueno… claro. —Helene le tocó el brazo—. ¿Por qué no vienes conmigo? Podrías tenderte. Hablaremos…

—No. —Él la cogió por los hombros y la hizo girar con suavidad—. Por favor, ve a buscarlas. Te esperaré aquí.

Furioso, combatió el pánico al tiempo que intentaba que ella se marchara.

—Muy bien, ahora mismo vuelvo —dijo Helene. Al verla marchar, Jacob suspiró aliviado. La mayoría de los presentes tenían las gafas colgadas del cinturón, esperando órdenes. La eficaz comandante deSilva había dejado las suyas en su asiento.

Cuando había recorrido unos diez metros hacia su destino, Helene empezó a dudar.

Jacob no había dejado ninguna caja de píldoras junto a la Cámara del Piloto. Me habría dado cuenta. Quería deshacerse de mí. ¿Pero por qué?

Miró hacia atrás. Jacob se apartaba de la máquina de comida con un rollo de proteínas en la mano. Sonrió a Martine y asintió a Chen, y luego empezó a dirigirse a la cubierta, más allá de Fagin. Culla observaba tras él al grupo con ojos brillantes, cerca de la escotilla del bucle de gravedad.

¡No parecía que a Jacob le doliera la cabeza! Helene se sintió herida y confusa.

Bueno, si no me quiere cerca, muy bien. ¡Fingiré que busco sus malditas píldoras!

Empezaba a volverse cuando, de pronto, Jacob tropezó con una de las raíces de Fagin y cayó al suelo. El rollo de proteínas rebotó y chocó contra el armazón del Láser Paramétrico. Antes de que ella pudiera reaccionar, Jacob volvió a ponerse en pie, sonriendo tímidamente. Se acercó a recoger la comida. Al agacharse, su hombro tocó el calibrador del láser.

Una luz azul inundó la habitación al instante. Las alarmas ulularon.

Helene se cubrió instintivamente los ojos con el brazo y echó mano al cinturón en busca de sus gafas.

¡No estaban allí!

Su asiento se encontraba a tres metros de distancia. Podía imaginar dónde estaba con exactitud, y en qué lugar había dejado las estúpidas gafas. Se volvió y se abalanzó hacia ellas. Al levantarse, siguiendo el mismo movimiento, los protectores cubrían ya sus ojos.

Había puntos brillantes por todas partes. El láser-P, desviado del radio de la nave, enviaba su rayo por la superficie cóncava interna del casco de la Nave Solar. El «código de contacto» modulado destellaba contra la cubierta y la cúpula.

Los cuerpos se agitaban en la cubierta cerca de las máquinas de alimentos. Nadie se había acercado al láser-P para desconectarlo.

¿Dónde estaban Jacob y Donaldson? ¿Se quedaron ciegos en el primer momento?

Varias figuras luchaban cerca de la compuerta del bucle de gravedad. Bajo la parpadeante luz sepulcral vio que eran Jacob Demwa, el ingeniero jefe… y Culla. Ellos… ¡Jacob intentaba colocar una bolsa sobre la cabeza del alienígena!

No había tiempo para decidir qué hacer. Entre intervenir en una misteriosa pelea y eliminar un posible peligro para la seguridad de su nave, Helene no tenía elección. Corrió hacia el láser-P, esquivando los rayos entrecruzados, y lo desenchufó.

Los puntos de luz destellante se interrumpieron bruscamente, a excepción de uno que coincidió con un alarido de dolor y un golpe, cerca de la escotilla. Las alarmas se apagaron y de repente sólo quedó el sonido de la gente gimiendo.

—Capitana, ¿qué sucede? ¿Qué está pasando? —La voz del piloto resonó en su intercomunicador. Helene cogió un micrófono de un asiento cercano.

—Hughes —dijo rápidamente—. ¿Cuál es el estatus de la nave?

—Estatus nominal, señor. ¡Pero menos mal que tenía las gafas puestas! ¿Qué demonios ha pasado?

—El láser-P se soltó. Continúe como hasta ahora. Mantenga la nave firme a un kilómetro del rebaño. Volveré pronto con usted. —Soltó el micro y alzó la cabeza para gritar—: ¡Chen! ¡Dubrowsky! ¡Informen!

Se esforzó por ver algo en la penumbra.

—¡Aquí, capitana! —Era la voz de Chen. Helene maldijo y se arrancó las gafas. Chen estaba más allá de la escotilla, arrodillado junto a una figura tendida.

—Es Dubrowsky —dijo el hombre—. Está muerto. Abrasado.

La doctora Martine se ocultaba detrás del grueso tronco de Fagin.

El kantén silbó suavemente mientras Helene se acercaba.

—¿Están bien los dos?

Fagin emitió una larga nota que sonó vagamente como un confuso «sí». Martine asintió, entrecortadamente, pero siguió agazapada tras el tronco de Fagin. Tenía las gafas torcidas. Helene se las quitó.

—Vamos, doctora. Tiene pacientes que atender. —Tiró del brazo de Martine—. ¡Chen! ¡Vaya a mi despacho y traiga el botiquín! ¡Rápido!

Martine empezó a levantarse, pero enseguida se desmoronó, sacudiendo la cabeza.

Helene apretó los dientes y de repente tiró del brazo que tenía agarrado, alzando a la otra mujer. Martine se puso en pie, vacilante.

Helene la abofeteó.

—¡Despierte, doctora! ¡Me va a ayudar a atender a estos hombres o le romperé los dientes de una patada!

Cogió a Martine por el brazo y la arrastró unos cuantos metros hacia el lugar donde estaban el jefe Donaldson y Jacob Demwa.

Jacob gimió y empezó a agitarse. Helene sintió que su corazón daba un respingo cuando apartó el brazo de su rostro. Las quemaduras eran superficiales y no habían alcanzado los ojos. Jacob tenía las gafas puestas.

Dirigió a Martine hacia Donaldson y la hizo sentarse. El ingeniero jefe tenía el lado izquierdo del rostro malherido. La lente izquierda de sus gafas estaba rota.

Chen llegó corriendo, con el botiquín.

La doctora Martine se volvió y se estremeció. Luego alzó la cabeza y vio al tripulante con el botiquín. Extendió las manos para recogerlo.

—¿Necesitará ayuda, doctora? —preguntó Helene.

Martine colocó los instrumentos sobre la cubierta. Sacudió la cabeza.

—No. Tranquila.

Helene se dirigió a Chen.

—Busque a LaRoque y a Culla. Informe cuando los encuentre.

El hombre salió corriendo.

Jacob volvió a gemir y trató de levantarse, apoyándose en los codos. Helene trajo un paño húmedo. Se arrodilló junto a él y le hizo colocar la cabeza sobre su regazo.

Él gimió cuando ella atendió con cuidado sus heridas.

—Oh… —Se llevó una mano a la cabeza—. Tendría que haberlo sabido. Sus antepasados se balanceaban en los árboles. Tiene la fuerza de un chimpancé. ¡Y parece tan débil!

—¿Puedes decirme lo que ha pasado? —preguntó ella en voz baja.

Jacob gruñó mientras se tocaba la espalda con la mano izquierda.

Tiró de algo un par de veces. Por fin sacó la gran bolsa donde guardaba las gafas protectoras. La miró, y luego la arrojó.

—Siento la cabeza como si me hubieran dado una paliza —dijo. Se sentó, se tambaleó un momento con las manos en la cabeza, y luego las dejó caer—. Culla no estará tendido inconsciente por ahí, ¿verdad? Creí que iba a dejarlo fuera de combate cuando me aturdió, pero supongo que perdí el conocimiento.

—No sé dónde está Culla —dijo Helene—. ¿Qué…?

La voz de Chen sonó por el intercomunicador.

—¿Capitana? He encontrado a LaRoque. Está en grado dos-cuarenta. Está bien. ¡De hecho ni siquiera sabía lo que ha sucedido!

Jacob se acercó a la doctora Martine y empezó a hablarle urgentemente. Helene se levantó y se dirigió al intercomunicador situado junto al centro de alimentos.

—¿Ha visto a Culla?

—No, señor, ni rastro. Debe de estar en la zona invertida. —La voz de Chen se fue apagando—. Me dio la impresión de que había lucha. ¿Sabe qué ha pasado?

—Le informaré cuando sepa algo. Mientras tanto, será mejor que releve a Hughes.

Jacob se unió a ella por el intercomunicador.

—Donaldson se pondrá bien, pero necesitará un ojo nuevo. Escucha, Helene, voy a tener que ir por Culla. Préstame a uno de tus hombres, si quieres. Luego será mejor que nos saques de aquí lo más rápidamente posible.

Ella se revolvió.

—¡Acabas de matar a uno de mis hombres! ¡Dubrowsky está muerto! Donaldson está ciego, ¿y ahora quieres que te envíe a otro más para ayudarte a acosar al pobre Culla? ¿Qué locura es esta?

—Yo no he matado a nadie, Helene.

—¡Te vi, maldito imbécil! ¡Chocaste con el láser-P y se volvió loco! ¡Igual que tú! ¿Por qué atacaste a Culla?

—Helene… —Jacob vaciló. Se llevó una mano a la cabeza—. No hay tiempo para explicaciones. Tienes que sacarnos de aquí. No hay forma de saber qué hará ahora que lo sabemos.

—¡Explícate primero!

—Yo… choqué con el láser a propósito… yo…

El traje de Helene era tan ajustado que Jacob nunca habría imaginado que contenía la pistola chata que apareció en su mano.

—Adelante, Jacob —dijo suavemente.

—Me estaba vigilando. Supe que si mostraba algún signo de que lo había descubierto, podría cegarnos a todos en un instante. Hice que te marcharas para que quedaras libre y luego fui a por la bolsa de las gafas. Solté el láser para confundirle… luz láser por todas partes…

—¡Y mataste y mutilaste a mis hombres!

Jacob se armó de valor.

—¡Escucha, pequeña liante! —Se alzó sobre ella—. ¡Reduje la intensidad de ese rayo! ¡Podía cegar, pero no quemar! ¡Y si no me crees, golpéame! ¡Detenme! ¡Pero sácanos de aquí antes de que Culla nos mate a todos!

—Culla…

—¡Sus ojos, maldición! ¡Cumarina! ¡Su suplemento dietético es un tinte usado con los láseres! ¡Él mató a Dubrowksy cuando intentó ayudarnos a Donaldson y a mí!

»¡Mintió sobre esa planta láser en su planeta natal! ¡Los pring tienen su propia fuente de luz coherente! ¡Ha estado proyectando el tipo “adulto” de Espectro Solar todo el tiempo! ¡Y… Dios mío! —Jacob dio un puñetazo al aire.

»¡Si su proyector es lo bastante sutil para mostrar “Espectros” falsos en el interior del casco de una Nave Solar, debe ser suficientemente bueno para interactuar con los impulsos ópticos de esos ordenadores diseñados por la Biblioteca! Él programó los ordenadores para inculpar a LaRoque como condicional. ¡Y… y yo estaba junto a él cuando programó la nave de Jeff para que se autodestruyera! ¡Estaba dando sus órdenes mientras yo admiraba las bonitas luces!

Helene retrocedió, sacudiendo la cabeza. Jacob dio un paso hacia ella, amenazante y con los puños tensos, pero su rostro era una máscara de autorreproche.

—¿Por qué era siempre Culla el primero en detectar a los Espectros humanoides? ¿Por qué no se vio ninguno mientras estuvo con Kepler en la Tierra? ¿Por qué no me pregunté, antes, sobre los motivos de Culla para presentarse voluntario para que «leyeran» su retina durante la investigación de identidades?

Las palabras surgían demasiado rápido. Helene frunció el ceño mientras trataba de pensar.

—Helene, tienes que creerme —suplicó Jacob.

Ella vaciló.

—¡Oh, mierda! —gritó, y se abalanzó hacia el intercomunicador—. ¡Chen! ¡Sáquenos de aquí! ¡No se preocupe por las comodidades, ponga impulso máximo y coloque la tempo-compresión! ¡Quiero ver cielo negro antes de parpadear dos veces!

—¡Sí, señor! —respondió el piloto.

La nave se abalanzó hacia arriba cuando los campos de compensación quedaron temporalmente sobrepasados, haciendo tambalear a Helene y a Jacob. La comandante agarró el intercomunicador.

—¡Que todo el mundo se ponga las gafas en todo momento a partir de ahora! ¡Siéntense y abróchense los cinturones tan rápido como puedan! ¡Hughes, preséntese inmediatamente en la escotilla del bucle!

En el exterior, los toroides empezaron a pasar con más rapidez. A medida que cada bestia quedaba por debajo del borde de la cubierta, sus bordes destellaban brillantemente, como si le dijeran adiós.

—Tendría que haberme dado cuenta —dijo Helene, angustiada—. ¡En cambio desconecté el láser-P y probablemente le dejé escapar!

Jacob la besó rápidamente, con tanta fuerza que dejó sus labios tintineando.

—No lo sabías. Yo habría hecho lo mismo en tu lugar.

Ella se llevó la mano a los labios y contempló el cuerpo de Dubrowsky.

—Me enviaste a por las píldoras porque…

—Capitana —interrumpió la voz de Chen—. Tengo problemas para desconectar la tempo-compresión de modo automático. ¿Puede quedarse aquí Hughes para ayudarme? También hemos perdido el enlace máser con Hermes.

Jacob se encogió de hombros.

—Primero el enlace máser para impedir que la noticia se difunda, luego la tempo-compresión, luego el impulso gravitatorio, finalmente la estasis. Supongo que el último paso será volar el casco, a menos que los otros sean suficientes. Deberían serlo.

Helene agarró el intercomunicador.

—Negativo, Chen. ¡Quiero a Hughes ahora! Haga lo que pueda solo. —Cortó la comunicación—. Voy contigo.

—Ni hablar —dijo él. Se volvió a poner las gafas y cogió la bolsa del suelo—. Si Culla llega al tercer paso, estaremos fritos, literalmente. Pero si puedo detenerle en parte, tú eres la única con posibilidades de sacarnos de aquí. Ahora préstame esa arma; puede serme útil.

Helene se la tendió. A estas alturas, era absurdo discutir. Jacob estaba al mando. Ella no tenía ninguna idea propia.

El suave tamborileo de la nave cambió de ritmo, convirtiéndose en un zumbido grave e irregular.

Helene respondió a la mirada interrogativa de Jacob.

—Es la tempo-compresión. Ya ha empezado a refrenarnos. En más de un sentido, no nos queda mucho tiempo.