Pierre LaRoque estaba sentado dando la espalda a la cúpula. Se abrazaba las rodillas y miraba ausente la cubierta. Se preguntó tristemente si Millie le suministraría una inyección que durara hasta que la Nave Solar saliera de la cromosfera.
Desgraciadamente, eso no encajaba demasiado con su nuevo rol de profeta. Se estremeció. Durante toda su vida profesional, nunca había advertido cuánto significaba tener sólo que comentar y no dar forma a los hechos. Los solarianos le habían lastrado con una maldición, no con una bendición.
Se preguntó, aturdido, si las criaturas le habrían elegido siguiendo un capricho irónico, como una especie de broma. O si de algún modo habían introducido palabras en su interior para que surgieran cuando regresara a la Tierra, al objeto de aturdirle y avergonzarle.
¿O se supone que tengo que expresar mis opiniones como he hecho siempre? Se meció lenta, tristemente. Imponer sus ideas en los demás a fuerza de personalidad era una cosa. Hablar envuelto en un manto de profeta era otra muy distinta.
Los demás se habían reunido cerca del puesto de mando para discutir los próximos pasos a dar. Podía oírlos hablar y deseó que se marcharan. Sin alzar la cabeza, pudo sentir que se volvían y le miraban.
LaRoque deseó estar muerto.
—Yo digo que lo tiremos por la borda —sugirió Donaldson. Ahora su tono era muy afectado. A Jacob, que le escuchaba cerca, le hubiera gustado que la moda de los lenguajes étnicos nunca hubiera llegado a producirse—. Los problemas que este hombre causará si se le suelta en la Tierra no tendrán fin.
Martine se mordió los labios un instante.
—No, eso no sería aconsejable. Será mejor llamar a la Tierra para recibir instrucciones cuando regresemos a Hermes. Los federales podrán decidir si usamos una provisión de secuestro de emergencia con él, pero no creo que nadie sugiera eliminar a Peter.
—Me sorprende que reaccione de esa forma a la sugerencia del jefe —dijo Jacob—. Pensaba que la idea la repugnaría.
Martine se encogió de hombros.
—Ya debe de haber quedado claro que represento a una facción de la Asamblea de la Confederación. Peter es amigo mío, pero si pensara que mi deber hacia la Tierra es eliminarle, lo haría.
Parecía decidida.
Jacob no estaba tan sorprendido como parecía. Si el ingeniero jefe tenía la necesidad de aparentar ironía para superar el shock de la última hora, los demás habían renunciado a toda pretensión. Martine estaba dispuesta a pensar lo impensable. LaRoque no pretendía nada, pero estaba aterrado. Se mecía lentamente, al parecer ajeno a los demás.
Donaldson alzó su índice derecho.
—¿Se han dado cuenta de que los solarianos no dijeron nada sobre el rayo con el mensaje? Lo atravesó y no pareció importarle. Sin embargo, antes, el otro Espectro…
—El joven.
—El joven, sí, reaccionó claramente.
Jacob se rascó una oreja.
—Los misterios no tienen fin. ¿Por qué ha evitado siempre la criatura adulta ponerse en línea con nuestros instrumentos del borde de la nave? ¿Tiene algo que ocultar? ¿Por qué los gestos amenazantes en todas las inmersiones previas, cuando podía comunicarse desde que la doctora Martine usó el casco psi a bordo hace meses?
—Tal vez su láser-P le dio un elemento necesario —sugirió uno de los tripulantes, un oriental llamado Chen, a quien Jacob había visto sólo al principio de la inmersión—. Otra hipótesis podría ser que estaba esperando a hablar con alguien de estatus razonable.
Martine hizo una mueca.
—Ésa es la teoría en la que estuvimos trabajando en la última inmersión, y no funcionó. Bubbacub falsificó el contacto, y a pesar de toda su capacidad, Fagin fracasó… oh, se refiere a Peter…
El silencio podía cortarse con un cuchillo.
—Jacob, ojalá hubiéramos encontrado un proyector. —Donaldson sonrió amargamente—. Habría resuelto todos nuestros problemas.
Jacob sonrió, sin humor.
—¿Deus ex machina, jefe? Sabe bien que no hay que esperar favores del universo.
—Podríamos abandonar —dijo Martine—. Nunca volveremos a ver a otro Espectro adulto. En la Tierra la gente era escéptica respecto a todas esas historias sobre «seres antropomorfos». Sólo contamos con la palabra de un par de docenas de sofontes que afirmaban haberlos visto, más unas cuantas fotos borrosas. A pesar de mis pruebas, con el tiempo todo será achacado a la histeria. —Miró al suelo, sombría.
Jacob advirtió que Helene deSilva estaba a su lado. Había permanecido extrañamente silenciosa desde que los había reunido unos minutos antes.
—Bueno, al menos esta vez el Proyecto Navegante Solar no está amenazado —dijo—. La investigación solonómica puede continuar, igual que los estudios de los rebaños de toroides. El solariano dijo que no intervendrían.
—Sí —añadió Donaldson—. ¿Pero lo hará él?
Señaló a LaRoque.
—Tenemos que decidir lo que vamos a hacer. Nos acercamos al fondo del rebaño. ¿Subimos y seguimos husmeando? Tal vez los solarianos varíen tanto entre sí como los humanos. Tal vez el que nos encontramos era un cascarrabias —sugirió Jacob.
—No lo había pensado —comentó Martine.
—Pongamos el Láser Paramétrico con el dispositivo automático y añadamos una porción en inglés codificado a la cinta de comunicaciones. El rayo alcanzará el rebaño mientras vayamos subiendo en espiral, y es posible que un solariano adulto más amistoso se sienta atraído.
—Si alguno lo hace, espero que no me asuste como ese último —murmuró Donaldson.
Helene deSilva se frotó los hombros, como si combatiera un escalofrío.
—¿Tiene alguien más algo que decir «en camera»? Entonces voy a zanjar la parte humana de la discusión prohibiendo toda acción precipitada referida al señor LaRoque. Que nadie le quite ojo de encima.
»Se suspende la sesión. Piensen en lo que se podría hacer a continuación. Que alguien le pida a Fagin y Culla que se reúnan con nosotros en el centro de avituallamiento dentro de veinte minutos. Eso es todo.
Jacob sintió una mano en su brazo. Helene estaba junto a él.
—¿Se encuentra bien?
—Sí… sí —ella sonrió sin mucha convicción—. Es que… Jacob, ¿quiere acompañarme a mi despacho, por favor?
—Claro.
Helene sacudió la cabeza. Sus dedos se hundieron en el brazo de Jacob y le arrastró rápidamente hacia el cubículo en un lado de la cúpula que servía como despacho. Cuando estuvieron dentro, despejó un espacio en la diminuta mesa y le hizo un gesto para que se sentara. Entonces cerró la puerta y se apoyó contra ella.
—Oh, Dios —suspiró.
—Helene… —Jacob dio un paso hacia adelante, luego se detuvo.
Los ojos de ella le miraron, ardientes.
—Jacob. —Ella hacía un esfuerzo de concentración para calmarse—. ¿Me promete que me hará un favor durante unos minutos y que después no hablará sobre ello? No puedo decirle de qué se trata hasta que acceda. —Sus ojos suplicaron en silencio.
Jacob no tuvo que pensarlo.
—Por supuesto, Helene. Puede pedir lo que quiera. Pero dígame qué.
—Entonces, por favor, abráceme. —Su voz se perdió en un sollozo. Se desplomó contra el pecho de Jacob con los brazos extendidos. Mudo y sorprendido, Jacob la abrazó con fuerza.
Ella se meció lentamente adelante y atrás mientras una serie de poderosos temblores recorrían su cuerpo.
—Sshhh… Tranquila. —Jacob pronunció palabras sin sentido. El pelo de ella le rozaba la mejilla y su olor parecía llenar toda la habitación. Era mareante.
Permanecieron juntos en silencio durante un rato. Ella movía la cabeza lentamente sobre su hombro.
Los temblores remitieron. Gradualmente, su cuerpo se relajó.
Jacob frotó los músculos tensos de su espalda con una mano, y éstos se aflojaron uno a uno.
Se preguntó quién hacía el favor a quién. No había sentido esta paz, esta calma, desde Ifni sabía cuándo. Le emocionó que ella confiara tanto en él.
Más aún, le hacía feliz. Había una vocecita amarga por debajo que rechinaba los dientes en este momento, pero no le prestó atención.
Hacer lo que estaban haciendo parecía más natural que respirar.
Unos instantes después, Helene alzó la cabeza. Cuando habló, su voz fue pastosa.
—No había estado tan asustada en toda mi vida —dijo—. Quiero que comprenda que no hubiera tenido que hacer esto. Podría haber seguido siendo la Dama de Hierro durante el resto de la inmersión… pero usted estaba aquí, disponible… tuve que hacerlo. Lo siento.
Jacob advirtió que Helene no hacía ningún esfuerzo por soltarse de su abrazo.
—No tiene importancia —dijo suavemente—. Ya le diré más adelante lo agradable que ha sido. No se preocupe por estar asustada. Yo me quedé sin respiración cuando vi esas letras.
»Curiosidad y aturdimiento son mis mecanismos de defensa. Ya vio cómo reaccionaron los demás. Usted tiene más responsabilidad, eso es todo.
Helene no dijo nada. Alzó las manos y las colocó sobre sus hombros, sin crear un espacio entre ellos.
—De todas formas —continuó Jacob, colocándole en su sitio algunos rizos dispersos—, ha debido de pasar mucho más miedo durante sus Saltos.
Helene se puso tensa y se retiró un poco.
—¡Señor Demwa, es intolerable! ¡Constantemente mencionando mis Saltos! ¿Cree que he estado alguna vez más asustada que antes? ¿Qué edad cree que tengo?
Jacob sonrió. Ella no había empujado demasiado fuerte para soltarse de sus brazos. Obviamente, no estaba dispuesta a dejarle escapar.
—Bueno, relativamente hablando… —empezó a decir.
—¡Al cuerno con la relatividad! ¡Tengo veinticinco años! ¡Puede que haya visto más cielo que usted, pero he experimentado mucho menos del universo real, y mi nivel de competencia no dice nada de cómo me siento por dentro! Da miedo tener que ser perfecta, fuerte y responsable de las vidas de la gente… para mí al menos, no como a usted, héroe imperturbable y frío, que puede permanecer tan tranquilo como quiera, igual que el capitán Beloc de la Calypso cuando nos encontramos con ese loco bloqueo falso en J8’lek y… ¡y ahora voy a hacer algo completamente ilegal y te voy a ordenar que me beses, ya que no pareces dispuesto a hacerlo de propia iniciativa!
Ella le miró, desafiante. Cuando Jacob se echó a reír y la atrajo hacia sí, se resistió momentáneamente. Luego deslizó los brazos alrededor de su cuello y sus labios se apretaron contra los suyos.
Jacob la sintió temblar de nuevo.
Pero esta vez era diferente. Resultaba difícil decir por qué, ya que estaba ocupado en ese momento. Y de forma encantadora.
De repente, dolorosamente, advirtió cuánto tiempo había pasado desde… dos largos años. Descartó el pensamiento. Tania estaba muerta, y Helene estaba maravillosamente viva, hermosa. La abrazó con más fuerza y respondió a su pasión del único modo posible.
—Excelente terapia, doctor —sonrió ella mientras trataba de alisar los rizos de su pelo—. Me ha sentado mejor que un millón de dólares, aunque parece que has pasado por una exprimidera.
—¿Qué… esto, es una «exprimidera»? No importa, no quiero ninguna explicación a tus anacronismos. ¡Mírate! ¡Te gusta hacerme parecer una barra de hierro que ha sido fundida y deformada!
—Ajá.
Jacob no consiguió reprimir una sonrisa.
—Cierra el pico y respeta a tus mayores. Por cierto, ¿cuánto tiempo tenemos?
Helene consultó su anillo.
—Unos dos minutos. Un momento espantoso para tener una reunión. Empezabas a ponerte interesante. ¿Quién demonios la convocó para una hora tan intempestiva?
—Tú.
—Ah, sí. Es verdad. La próxima vez te daré al menos media hora, e investigaremos las cosas con más detalle.
Jacob asintió, inseguro. A veces era difícil saber hasta qué punto bromeaba esta mujer.
Antes de abrir la puerta, Helene se inclinó sobriamente hacia adelante y le besó.
—Gracias, Jacob.
El acarició su mejilla con la mano izquierda. Ella la apretó brevemente.
No había nada que decir cuando él retiró la mano.
Helene abrió la puerta y se asomó. Únicamente el piloto estaba a la vista. Todos los demás probablemente se habían marchado a la segunda reunión en el centro de avituallamiento.
—Vamos —dijo—. ¡Me podría comer un caballo!
Jacob se estremeció. Si iba a conocer mejor a Helene, sería mejor que se preparara para ejercitar mucho la imaginación. ¡Un caballo, nada menos!
No obstante se rezagó un poco para poder ver cómo se movía.
Estaba tan distraído que no se dio cuenta cuando un toroide pasó girando ante la nave, con sus costados esmaltados con colores brillantes y rodeado por un halo tan blanco y resplandeciente como el pecho de una paloma.