En la antigüedad, dos aviadores se procuraron alas. Dédalo voló sin problemas por el aire y fue debidamente honrado cuando aterrizó. Ícaro se acercó al sol hasta que la cera que sujetaba sus alas se fundió, y su vuelo terminó en fracaso. Naturalmente, las autoridades clásicas nos dicen que sólo estaba «haciendo alardes», pero yo prefiero pensar que fue el hombre que sacó a la luz un grave defecto de construcción en las máquinas voladoras de su tiempo.
ARTHUR EDDINGTON, Stars and Atoms
(Oxford University Press, 1927, p. 41)