—«¿Cuál es el propósito de estas criaturas de luz?», se pregunta el reportero. Pero sería mejor preguntar: «¿Qué propósito tiene el hombre?» Nuestro trabajo es alzarnos sobre nuestras metafóricas rodillas, ignorando el dolor con la barbilla levantada con orgullo infantil, diciendo a todo el universo: «¡Mírenme! ¡Soy el hombre! ¡Me arrastro donde otros caminan! ¿Pero no es estupendo que pueda arrastrarme a cualquier parte?».
»La capacidad de adaptación, sostienen los neolíticos, es la “especialización” del hombre. No puede correr tan rápido como el guepardo, pero al menos puede correr. No puede nadar tan bien como una nutria, pero sabe nadar. Sus ojos no son tan agudos como los de un halcón ni puede almacenar comida en sus carrillos. Por eso debe entrenar sus ojos y crear instrumentos a partir de fragmentos y trozos de la tierra torturada: no sólo para permitirle ver, sino para vencer al felino y a la nutria. Puede atravesar un desierto ártico, cruzar a nado un río tropical, subir a un árbol y, al final de su viaje, construir un hermoso hotel. Allí se aseará y alardeará de sus logros mientras cena con sus amigos.
»Y sin embargo, durante todo el tiempo nuestro héroe no se ha sentido satisfecho. Ansiaba conocer su lugar en el mundo. Gritó en voz alta. Pidió saber por qué estaba aquí. El universo de las estrellas tan sólo contestó sonriendo a sus preguntas con un profundo y ambiguo silencio.
»Él anhelaba un propósito. Como se le negó, llevó sus frustraciones a las demás criaturas. El especialista en él conocía sus funciones y las odiaba por ello. Se convirtieron en sus esclavos, sus fábricas de proteínas. Se convirtieron en víctimas de su ira genocida.
»La “capacidad de adaptación” pronto quiso decir que no necesitábamos a nadie más. Especies cuyos descendientes tal vez pudieran ser grandes algún día se convirtieron en polvo en el holocausto provocado por el egoísmo del hombre.
»Por suerte sólo nos convertimos en ecologistas poco antes del Contacto, esquivando así la justa ira de nuestros mayores. ¿O no fue suerte? ¿Es un accidente que John Muir y los que le siguieron aparecieran poco después de los primeros “avistamientos” confirmados?
»Mientras este reportero yace tendido aquí, en una burbuja, rodeado de engañoso vapor rosa, se pregunta si el propósito del hombre pudiera ser el de convertirse en ejemplo. El pecado original que hizo marcharse a nuestros Tutores hace tanto tiempo, está siendo pagado en una comedia.
»Espero que nuestros vecinos se sientan edificados, además de divertidos, mientras nos ven arrastrarnos, con la boca abierta de asombro y resentimiento, ante aquellos que son culminación encarnada, sin ambición.
Pierre LaRoque apartó el pulgar del botón de grabación y frunció el ceño. No, esa última parte no valía. Parecía casi amarga. Más quejumbrosa que punzante. De hecho, todo el trabajo tendría que ser reelaborado. Había muy poca espontaneidad. Las frases apenas encajaban.
Dio un sorbo del liquitubo que tenía en la mano izquierda, y luego empezó a atusarse el bigote. Delante de él, la brillante manada de toroides se alzaba lentamente mientras la nave se enderezaba. La maniobra había requerido menos tiempo del esperado. Ya no podía seguir haciendo digresiones sobre la plaga de la humanidad. Aunque, después de todo, eso podría hacerlo cualquier otro día.
Pero esto… esto era extraordinario.
Volvió a pulsar el interruptor y se acercó el micrófono.
—Nota para reelaborar —dijo—. Más ironía, y más sobre las ventajas de ciertos tipos de especialización. Mencionar también a los timbrimi… que son más adaptables de lo que nosotros llegaremos a serlo jamás. Hacerlo breve y recalcar el resultado si toda la humanidad participa.
Hasta el momento el rebaño había consistido en pequeños anillos, a cincuenta kilómetros de distancia o más. El cuerpo principal apareció ahora a la vista, junto con una pequeña rendija de la fotosfera. El toroide más cercano era un brillante monstruo azulgrisáceo. A lo largo de su borde, pequeñas líneas azules se entremezclaban y cambiaban, como pautas moiré. Un halo blanco titilaba a su alrededor.
LaRoque suspiró. Éste sería su mayor desafío. Cuando los halos de estas criaturas fueran emitidos, todo el mundo y sus criados chimpancés estarían atentos para ver si sus palabras estaban a la altura. Sin embargo, sentía lo contrario de lo que esperaba. Cuanto más profundamente entraba la nave en el sol, más se despegaba de todo. Era como si no estuviera sucediendo nada de esto. Las criaturas no parecían reales.
También admitió que estaba asustado.
—Son perlas de serenidad, colgando en collares de esmeraldas ondulantes. Si algún galeón galáctico fondeó alguna vez aquí para dejar su tesoro en estos fieros arrecifes filamentosos, sus diademas están ahora a salvo. Sin corromper por el tiempo, todavía chispean. Ningún cazador se las llevará en un saco.
»Desafían a la lógica porque no deberían estar aquí. Desafían a la historia porque no son recordadas. Desafían el poder de nuestros instrumentos e incluso el de los galácticos, nuestros mayores.
»Imperturbables como Bombadil, ignoran el paso del oxígeno y el hidrógeno en sus incesantes movimientos, y se nutren de la más atemporal de las fuentes.
»Recuerdan… ¿podrían haberse encontrado entre los Progenitores cuando la galaxia era nueva? Esperamos poder preguntárselo, pero por ahora se mantienen al margen.
Jacob levantó la cabeza de su trabajo cuando el rebaño volvió a aparecer a la vista. El espectáculo le causó menos efecto que la primera vez. Para experimentar las emociones que sintió durante la primera inmersión tendría que ver otra cosa por vez primera. Y para ver algo tan impresionante, tendría que Saltar.
Era uno de los inconvenientes de haber tenido monos por antepasados.
Sin embargo, Jacob podría pasarse horas mirando las encantadoras pautas que hacían los toroides. Y durante unos momentos, cuando recordaba el significado de lo que veía, se sentía otra vez anonadado.
El ordenador que Jacob llevaba en el regazo mostraba una pauta de líneas curvas conectadas, isótopos del Espectro que habían visto una hora antes.
El contacto no había sido gran cosa. Un solariano aislado se sorprendió cuando la nave salió de detrás de un grueso rizo de filamentos cerca del borde del rebaño.
Se alejó de ellos, y luego permaneció gravitando receloso a unos pocos kilómetros de distancia. La comandante deSilva ordenó que la nave virara para que el Láser Paramétrico de Donaldson pudiera apuntar a la aleteante criatura.
Al principio el Espectro retrocedió. Donaldson murmuró y maldijo mientras ajustaba el láser, para ejecutar las diversas modulaciones de la cinta de contacto de Jacob.
Entonces la criatura reaccionó. Sus (¿tentáculos? ¿alas?) brotaron del centro de su cuerpo como un resorte. Empezó a ondular pintorescamente.
Luego desapareció en un destello verde brillante.
Jacob examinó las lecturas del ordenador. El solariano había ofrecido una buena visión a las cámaras. Las primeras grabaciones mostraban que parte de su ondular estaba en fase con el ritmo bajo de una melodía ballena. Jacob intentaba averiguar ahora si el complicado espectáculo que emitió justo antes de marcharse tenía una pauta que pudiera interpretarse como una respuesta.
Terminó de esbozar el programa de análisis que quería que ejecutara el ordenador. Tenía que buscar variaciones sobre el tema de la canción-ballena y el ritmo en tres regímenes, color, tiempo y brillo, a lo largo de la superficie del Espectro. Si encontraba algo, podría conseguir un enlace por ordenador en tiempo real durante el próximo encuentro.
Es decir, si había un nuevo encuentro. La canción-ballena era sólo una introducción a la secuencia de escalas y series matemáticas que Jacob planeaba enviar. Pero el Espectro no se quedó a «escuchar» el resto.
Hizo a un lado el ordenador y bajó su asiento para poder mirar los toroides más cercanos sin tener que mover la cabeza. Un par de ellos giraba lentamente a cuarenta y cinco grados del ángulo de la cubierta.
Aparentemente, el giro de las criaturas toroides era más complicado de lo que pensaba. Las intrincadas pautas que barrían rápidamente el borde de cada una representaba algo en su configuración interna.
Cuando dos de los toroides se tocaban, buscando mejores posiciones en los campos magnéticos, no había ningún cambio en las figuras rotatorias. Interactuaban unas con otras como si no estuvieran girando.
Los empujones y apretones se hicieron más pronunciados a medida que pasaban por el rebaño. Helene deSilva sugirió que era debido a que la región activa sobre la que estaban se moría. Los campos magnéticos se hacían más y más difusos.
Culla se sentó junto a Jacob, cerrando sus mandíbulas con un chasquido. Jacob empezaba a reconocer algunos de los ritmos que los dientes de Culla hacían en diversas situaciones. Había tardado mucho tiempo en darse cuenta de que eran parte del repertorio fundamental del pring, como las expresiones faciales lo son para un ser humano.
—¿Puedo shentarme aquí, Jacob? —preguntó—. Esh mi primera oportunidad de darle lash graciash por su cooperación allá en Mercurio.
—No tiene que agradecerme nada, Culla. Un juramento de secreto durante dos años es de rigor en un incidente como éste. De todas formas, la comandante deSilva recibió órdenes muy claras de la Tierra para que nadie volviera a casa hasta que firmaran.
—Shin embargo, tenía ushted derecho a decírshelo al mundo, a la galaxia. El Inshtituto de la Biblioteca ha quedado avergonzado por las accionesh de Bubbacub. Esh admirable que ushted, el deshcubridor de shu… error, mueshtre meshura y lesh deje enmendarshe.
—¿Qué hará el Instituto, aparte de castigar a Bubbacub?
Culla dio un sorbo de su ubicuo liquitubo. Sus ojos brillaban.
—Probablemente cancelarán la deuda de la Tierra y otorgarán sherviciosh gratuitosh a la Shucurshal durante algún tiempo. Másh aún shi la Confederación accede a un período de shilencio. No puedo definir su anshiedad por evitar un eshcándalo. Ademásh, probablemente le recompensharán.
—¿A mí? —Jacob se sintió aturdido. Para un terrestre «primitivo», cualquier recompensa que los galácticos pudieran darle sería como una lámpara mágica. Apenas podía creer lo que estaba oyendo.
—Shí, aunque probablemente shentirán cierta amargura porque no ha mantenido shush deshcubrimientosh másh en privado. La magnitud de shu generoshidad probablemente sherá inversha a la notoriedad que conshiga el casho de Bubbacub.
—Oh, ya veo.
La burbuja había estallado. Una cosa era recibir un premio de gratitud de los poderes establecidos, y otra que le ofrecieran un soborno. No es que el valor de la recompensa resultara menor. De hecho el premio sería incluso más valioso.
¿O no? Ningún alienígena pensaba exactamente igual que un hombre. Los directores del Instituto de las Bibliotecas eran un enigma para él. Todo lo que sabía con seguridad era que no les gustaría recibir mala prensa. Se preguntó si Culla hablaba ahora a nivel oficial, o si simplemente predecía lo que creía que iba a suceder a continuación.
De repente Culla se volvió y miró al rebaño que pasaba. Sus ojos brillaron y un leve zumbido surgió tras los gruesos labios prensiles. El pring sacó el micrófono de la rendija situada junto a su asiento.
—Dishcúlpeme, Jacob, pero me parece ver algo. Debo informar a la comandante.
Culla habló brevemente por el micrófono, sin apartar la mirada de una posición a unos treinta grados a la derecha y veinticinco de altura.
Jacob miró, pero no vio nada. Pudo oír el distante murmullo de la voz de Helene llenando la zona de la cabeza del asiento de Culla.
Entonces la nave empezó a virar.
Jacob comprobó el ordenador. Los resultados estaban allí. El encuentro anterior no había mostrado nada reconocible como respuesta.
Tendrían que seguir haciendo lo de antes.
—Sofontes. —La voz de Helene resonó por el intercomunicador—. Pring Culla ha hecho otro avistamiento. Por favor, regresen a sus puestos.
Las mandíbulas de Culla chascaron. Jacob alzó la cabeza.
A unos cuarenta y cinco grados, un pequeño punto de luz fluctuante empezó a crecer más allá de la masa del toroide más cercano.
El punto azul fue aumentando mientras se aproximaba hasta que pudieron distinguir cinco apéndices irregulares, bilateralmente simétricos. Se alzó rápidamente, y luego se detuvo.
La manifestación de Espectro Solar del segundo tipo les sonrió con su burda imitación de la forma humana. La cromosfera brillaba en rojo a través de los agujeros irregulares de sus ojos y su boca.
No hicieron ningún intento de enfocar a la aparición con las cámaras invertidas. Probablemente habría sido inútil, y además esta vez el láser-P tenía prioridad.
Jacob le dijo a Donaldson que siguiera con la cinta de contacto primario, desde el punto en que se interrumpió el último.
El ingeniero alzó su micrófono.
—Que todo el mundo se ponga las gafas, por favor. Vamos a conectar el láser.
Se puso las suyas, y luego miró alrededor para asegurarse de que todo el mundo lo había hecho. (Culla estaba exento: aceptaron su palabra de que no corría peligro). Entonces conectó el interruptor.
Incluso a través de las gafas, Jacob pudo ver un tenue brillo contra la superficie interior del escudo mientras el rayo se abría paso hacia el Espectro. Se preguntó si la figura antropomórfica sería más cooperativa que la manifestación anterior, la de «forma natural». Por lo que sabía, era la misma criatura. Tal vez antes se había marchado para «maquillarse» para esta aparición actual.
El Espectro se agitó impasible mientras era atravesado por el rayo del Láser de Comunicación. No muy lejos, Jacob pudo oír a Martine que maldecía en voz baja.
—¡No, no, no! —susurró. El casco psi y las gafas sólo permitían divisar su nariz y su barbilla—. Hay algo, pero no está ahí. ¡Maldita sea! ¿Qué demonios pasa con esa cosa?
La aparición se hinchó de repente como una mariposa aplastada contra el casco de la nave. Los rasgos de su «cara» se convirtieron en largas y estrechas franjas de negrura ocre. Los brazos y el cuerpo se extendieron hasta que la criatura no fue más que una banda azul rectangular e irregular a unos diez grados del cielo. A lo largo de su superficie empezaron a formarse motas verdes. Se agitaron, se mezclaron y se separaron, y luego empezaron a tomar una forma coherente.
—¡Santo Dios! —murmuró Donaldson.
Fagin dejó escapar un trino tembloroso. Culla empezó a chascar los dientes.
El solariano estaba completamente cubierto de brillantes letras verdes, en alfabeto romano. Decían:
MÁRCHENSE. NO VUELVAN.
Jacob se agarró a los lados de su asiento. A pesar de los efectos sonoros de los extraterrestres y la ronca respiración de los humanos, el silencio era insoportable.
—¡Millie! —Intentó no gritar con todas sus fuerzas—. ¿Recibe algo?
Martine gimió.
—Sí… ¡NO! ¡Recibo algo pero no tiene sentido! ¡No encaja!
—¡Intentaremos enviar una pregunta! ¡Pregunte si recibe nuestro psi!
Martine asintió y se llevó las manos a la cara, concentrándose.
Las letras se reformaron inmediatamente.
CONCÉNTRESE. HABLE EN VOZ ALTA PARA ENFOCAR.
Jacob estaba anonadado. Pudo sentir en su interior que su mitad controlada casi temblaba llena de horror. Lo que él no pudo resolver lo hizo el aterrado Mister Hyde.
—Pregúntele por qué nos habla ahora y no lo hizo antes.
Martine repitió la pregunta en voz alta, lentamente.
EL POETA. ÉL HABLARÁ POR NOSOTROS. ESTÁ AQUÍ.
—¡No, no, no puedo! —gritó LaRoque. Jacob se volvió rápidamente y vio al pequeño periodista, encogido, aterrado, junto a las máquinas de alimento.
ÉL HABLARÁ POR NOSOTROS.
Las letras verdes brillaban.
—Doctora Martine —llamó Helene deSilva—. Pregúntele al solariano por qué no podemos volver.
Después de una pausa, las letras volvieron a cambiar.
QUEREMOS INTIMIDAD. POR FAVOR, MÁRCHENSE.
—¿Y si volvemos? ¿Entonces qué? —preguntó Donaldson. Martine repitió la pregunta, sombría.
NADA. NO NOS PODRÁN VER. TAL VEZ A NUESTROS JÓVENES, A NUESTRO GANADO. NO A NOSOTROS.
Eso explicaba los dos tipos de solarianos, pensó Jacob. La variedad «normal» debían de ser los jóvenes, que tenían la tarea de pastorear a los toroides. ¿Dónde vivían entonces los adultos? ¿Qué clase de cultura tenían? ¿Cómo podían unas criaturas compuestas de plasma ionizado comunicarse con los acuosos seres humanos? Jacob se sintió angustiado ante la amenaza de la criatura. Si querían, los adultos podían evitar a una Nave Solar, o a una flota de ellas, tan fácilmente como un águila podía hacerlo con un globo. Si cortaban ahora el contacto, los humanos nunca podrían obligarlos a renovarlo.
—Por favor —pidió Culla—. Pregúntele shi Bubbacub losh ofendió.
Los ojos del pring brillaban acaloradamente y el castañeteo continuaba, ahogado, entre cada palabra.
BUBBACUB NO SIGNIFICA NADA. INSIGNIFICANTE. MÁRCHENSE.
El solariano empezó a desvanecerse. El rectángulo irregular se hizo más pequeño a medida que retrocedía.
—¡Espera! —Jacob se levantó. Estiró una mano para agarrar la nada—. ¡No nos dejéis! ¡Somos vuestros vecinos más cercanos! ¡Sólo queremos compartir con vosotros! ¡Al menos decidnos quiénes sois!
La imagen quedó difusa en la distancia. Un rizo de gas oscuro cubrió al solariano, pero antes pudieron leer un último mensaje. Un grupo de «jóvenes» se congregó a su alrededor y el adulto repitió una de sus frases anteriores.
EL POETA HABLARÁ POR NOSOTROS.