—¿Quiere decir que Jacob convocó esta reunión y ni siquiera está aquí? —preguntó Helene deSilva desde la puerta.
—No se preocupe, comandante deSilva. Ya llegará. Nunca he visto al señor Demwa convocar una reunión a la que no resultara interesante asistir.
—¿De verdad? —rió LaRoque desde un extremo del gran sofá, con los pies apoyados en una otomana. Hablaba sarcásticamente mientras mordía su pipa, a través de una cortina de humo—. ¿Y por qué no?
»¿Qué más tenemos que hacer aquí? La «investigación» ha terminado, y los estudios también. La Torre de Marfil se ha desplomado por su arrogancia y es el momento de los cuchillos largos. Que Demwa se tome su tiempo. ¡Lo que tenga que decir será más divertido que ver todas esas caras serias!
Dwayne Kepler hizo una mueca desde el otro extremo del sofá. Se sentaba tan lejos de LaRoque como podía. Nervioso, apartó la manta que el auxiliar médico acababa de ajustar. El enfermero miró al doctor, que se encogió de hombros.
—Cállese, LaRoque —dijo Kepler.
LaRoque simplemente sonrió, y cogió una herramienta para limpiar su pipa.
—Sigo pensando que debería tener una grabadora. Conociendo a Demwa, esto podría ser histórico.
Bubbacub lanzó un bufido y se dio la vuelta. Había estado caminando. Extrañamente, no se había acercado a ninguno de los cojines situados por toda la habitación alfombrada. El pil se detuvo delante de Culla, de pie junto a la pared, y chascó sus dedos simétricos en una complicada pauta. Culla asintió.
—Me han inshtruido para decir que ya han shucedido shuficientesh tragediash a causha del aparato grabador del sheñor LaRoque. Pil Bubbacub ha indicado también que no eshperará másh que otrosh cinco minutosh.
Kepler ignoró la declaración. Metódicamente se frotó el cuello, como si buscara un picor. Había perdido gran parte de su color en las últimas semanas.
LaRoque se encogió de hombros. Fagin guardó silencio. Ni siquiera las hojas plateadas se agitaron en los extremos de sus ramas verdeazuladas.
—Siéntese, Helene —dijo el médico—. Estoy seguro de que los demás vendrán pronto. —Su expresión era suficientemente expresiva.
Entrar en esta habitación era como internarse en una charca de agua muy fría y no muy limpia.
DeSilva encontró un asiento lo más alejado posible de los otros. Se preguntó con tristeza qué pretendía Jacob Demwa.
Espero que no sea lo mismo, pensó. Si en este grupo hay algo en común, es el hecho de que ni siquiera quieren que se mencionen las palabras «Navegante Solar». Están a punto de lanzarse a la garganta de los demás, pero al mismo tiempo existe esta conspiración de silencio.
Sacudió la cabeza. Me alegro de que este viaje termine pronto. Tal vez las cosas mejorarán dentro de otros cincuenta años.
No albergaba muchas esperanzas al respecto. El único lugar donde se podían escuchar las canciones de los Beatles era en una orquesta sinfónica, menuda monstruosidad. Y el buen jazz no existía fuera de una biblioteca.
¿Por qué me marché de casa?
Entraron Mildred Martine y el jefe Donaldson. A Helene le parecieron patéticos sus intentos por aparentar despreocupación, pero nadie más pareció advertirlo.
Interesante. Me pregunto qué tendrán esos dos en común.
Contemplaron la sala y luego se dirigieron a un rincón tras el único sofá, donde Kepler, LaRoque y la tensión entre ellos ocupaba todo el espacio. LaRoque miró a Martine y sonrió. ¿Un guiño de conspiración?
Martine evitó su mirada y LaRoque pareció decepcionado. Volvió a encender su pipa.
—¡Ya he tenido suficiente! —anunció Bubbacub por fin, y se volvió hacia la puerta. Pero antes de que llegara a ella se abrió, al parecer por su cuenta. Entonces Jacob Demwa apareció en el umbral, con un saco blanco al hombro. Entró en la habitación silbando suavemente. Helene parpadeó, incrédula. La canción se parecía enormemente a «Santa Claus viene a la ciudad». Pero seguramente…
Jacob hizo girar el saco en el aire. Lo dejó caer sobre la mesa con un golpe que hizo que la doctora Martine saltara de su asiento.
Kepler frunció aún más el ceño y se agarró al brazo del sofá.
Helene no pudo evitarlo. La anacrónica canción, el ruido, y la conducta de Jacob rompieron el muro de tensión como si fueran una tarta en la cara de alguien que a uno no le cae especialmente bien. Se echó a reír.
Jacob hizo un guiño.
—¿Ha venido a jugar? —preguntó Bubbacub—. ¡Me roba mi tiempo! ¡Ex-plíquese!
Jacob sonrió.
—Naturalmente, Pil Bubbacub. Espero que se encuentre satisfecho con mi demostración. Pero siéntese primero, por favor.
Las mandíbulas de Bubbacub se cerraron con un chasquido. Los ojillos negros parecieron arder por un instante, luego bufó y se tendió en un cojín cercano.
Jacob observó los rostros. Las expresiones eran confusas u hostiles, con excepción de LaRoque, que permanecía desdeñosamente distante, y Helene, que sonreía insegura. Y Fagin, por supuesto. Por enésima vez deseó que Fagin tuviera ojos.
—Cuando el doctor Kepler me invitó a Mercurio —empezó a decir—, tenía algunas dudas sobre el Proyecto Navegante Solar, pero en general aprobaba la idea. Después de la primera reunión esperaba verme envuelto en uno de los acontecimientos más emocionantes desde el Contacto: un complejo problema de relaciones entre especies con nuestros vecinos más cercanos y extraños, los Espectros Solares.
»Pero el problema de los solarianos parece ser secundario en una complicada maraña de intrigas y asesinatos interestelares.
Kepler alzó la cabeza tristemente.
—Jacob, por favor. Todos sabemos que ha estado usted bajo presión. Millie piensa que deberíamos ser amables con usted y estoy de acuerdo. Pero hay límites.
Jacob extendió las manos.
—Si ser amable significa seguirme la corriente, hágalo, por favor. Estoy harto de que me ignoren. Si usted no me escucha, estoy seguro de que las autoridades terrestres lo harán.
La sonrisa de Kepler se congeló. Se echó atrás en su asiento.
—Adelante. Escucharé.
—Primero: Pierre LaRoque ha negado fehacientemente haber matado al chimpancé Jeffrey o usado su aturdidor para sabotear la Nave Solar pequeña. Niega ser un condicional y sostiene que los archivos de la Tierra han sido manipulados de algún modo.
»Sin embargo, desde nuestro regreso del sol, se ha negado a pasar una prueba-C, que podría demostrar su inocencia. Al parecer cree que los resultados de la prueba también pueden ser falsificados.
—Eso es —asintió LaRoque—. Otra mentira más.
—¿Aunque el doctor Laird, la doctora Martine y yo lo supervisáramos?
LaRoque gruñó.
—Podría perjudicar mi juicio, sobre todo si decido interponer una demanda.
—¿Por qué ir a juicio? No tenía usted motivos para matar a Jeffrey cuando abrió la placa de acceso al sintonizador R.Q…
—¡Cosa que niego haber hecho!
—… y sólo un condicional mataría a un hombre en un arrebato. ¿Por qué permanecer entonces detenido?
—Tal vez esté cómodo aquí —comentó el enfermero. Helene frunció el ceño. La disciplina se había ido al infierno últimamente, junto con la moral.
—¡Se niega a hacer la prueba porque sabe que no la pasará! —gritó Kepler.
—Por eso los Hombres-Solares lo eligieron para que matara —añadió Bubbacub—. Eso es lo que me dijeron.
—¿Y yo soy un condicional? Algunas personas parecen pensar que los Espectros me hicieron intentar suicidarme.
—Su-fría estrés. La doc-tora Mar-tine lo dice. ¿Verdad? —Bubbacub se volvió hacia Millie. Sus manos se retorcieron, pero no dijo nada.
—Llegaremos a eso dentro de unos minutos —dijo Jacob—. Pero antes de empezar me gustaría tener unas palabras en privado con el doctor Kepler y con el señor LaRoque.
El doctor Laird y su ayudante se apartaron amablemente.
Bubbacub puso mala cara al verse obligado a moverse, pero obedeció.
Jacob rodeó el sofá. Mientras se inclinaba entre los dos hombres, se puso una mano a la espalda. Donaldson se inclinó y le entregó un objeto pequeño.
Jacob miró alternativamente a Kepler y a LaRoque.
—Creo que deberían dejarlo. Sobre todo usted, doctor Kepler.
—Por el amor de Dios, ¿de qué está hablando? —siseó Kepler.
—Creo que tiene algo que pertenece al señor LaRoque. No importa que lo consiguiera ilegalmente. Lo quiere. Tanto que no le importa soportar temporalmente una acusación que sabe no aguantará. Tal vez sea suficiente para cambiar el tono de los artículos que escribirá sobre esto.
»No creo que el trato aguante. Verá, yo tengo el aparato ahora.
—¡Mi cámara! —susurró LaRoque roncamente, con los ojos brillantes.
—Vaya cámara. Un espectrógrafo sónico completo. Sí, la tengo. También tengo las copias de las grabaciones que estaban ocultas en las habitaciones del doctor Kepler.
—T-traidor —tartamudeó Kepler—. Creía que era un amigo…
—¡Cállese, piel bastardo! —gritó LaRoque—. ¡El traidor es usted! —El desdén pareció hervir en el pequeño escritor como vapor largamente contenido.
Jacob dio una palmadita a cada hombre.
—¡Los dos se encontrarán en órbitas sin retorno si no bajan la voz! ¡LaRoque puede ser acusado de espionaje, y Kepler de chantaje y complicidad en el espionaje!
»De hecho, ya que la prueba del espionaje de LaRoque es también una evidencia circunstancial de que no tuvo tiempo de sabotear la nave de Jeffrey, la sospecha inmediata recaería en la última persona que inspeccionó los generadores de la nave. Oh, no creo que lo hiciera usted, doctor Kepler. ¡Pero me andaría con cuidado si estuviera en su pellejo!
LaRoque guardó silencio. Kepler se mordisqueó la punta del bigote.
—¿Qué quiere? —dijo por fin.
Jacob intentó resistirse, pero su yo reprimido estaba ahora demasiado despierto. No pudo evitar una pequeña pulla.
—Bueno, todavía no estoy seguro. Ya se me ocurrirá algo. Pero no dejen que su imaginación se desborde. Mis amigos en la Tierra lo saben ya todo.
No era cierto. Pero Mister Hyde era cauteloso.
Helene deSilva se esforzó por oír lo que decían los tres hombres.
Si creyera en posesiones diabólicas habría pensado que los rostros familiares se movían siguiendo las órdenes de espíritus invasores. El amable doctor Kepler, taciturno y silencioso desde su regreso del sol, murmuraba como un sabio furioso a quien niegan su voluntad. LaRoque, pensativo y cauto, se comportaba como si todo el mundo dependiera de una cuidadosa selección de situaciones.
Y Jacob Demwa… Gestos anteriores apuntaban que había carisma bajo aquel silencio reflexivo y a veces acuoso. Era algo que la había atraído a pesar de que la frustraba. Pero ahora radiaba. Ardía como una llama.
Jacob se enderezó.
—Por ahora el doctor Kepler ha accedido amablemente a olvidar los cargos contra Pierre LaRoque —anunció.
Bubbacub se levantó de su cojín.
—Está loco. Si los hu-manos perdonan la muer-te de sus pupilos, es su pro-blema. ¡Pero los Hombres Solares pueden obligarle a causar daño otra vez!
—Los Hombres Solares nunca le obligaron a hacer nada —dijo Jacob lentamente.
—Ya le he dicho que está loco —replicó Bubbacub—. Hablé con ellos. No mintieron.
—Como usted diga. —Jacob inclinó la cabeza—. Pero me gustaría continuar con mi sinopsis.
Bubbacub bufó con fuerza y se desplomó sobre el cojín.
—¡Loco! —exclamó.
—Primero —dijo Jacob—, me gustaría dar las gracias al doctor Kepler por habernos dado permiso al jefe Donaldson, a la doctora Martine y a mí mismo para visitar los Laboratorios Fotográficos y estudiar las películas de la última inmersión.
La expresión de Bubbacub cambió ante la mención del nombre de Martine. De modo que así expresan los pila su disgusto, pensó Jacob.
Sintió lástima por el pequeño alienígena. Había sido una trampa maravillosa, y ahora estaba completamente desactivada.
Jacob contó una versión corregida de su descubrimiento en el laboratorio, la desaparición de las cintas del último tercio de la misión.
El único sonido en la sala, aparte de su voz, era el sacudir de las ramas de Fagin.
—Me pregunté durante algún tiempo dónde podrían estar las cintas. Sospechaba quién podía tenerlas, pero no estaba seguro de si las había destruido o las había ocultado. Finalmente decidí confiar en que un «acumulador de datos» nunca tira nada. Registré las habitaciones de cierto sofonte y encontré las cintas perdidas.
—¡Se atrevió! —siseó Bubbacub—. ¡Si tuvieran a-mos adecuados le haría a-zotar! ¡Se atrevió!
Helene se recuperó de su sorpresa.
—¿Quiere decir que admite haber escondido cintas de datos del Proyecto Navegante Solar, Pil Bubbacub? ¿Por qué?
Jacob sonrió.
—Oh, eso quedará claro. De hecho, tal como se desarrollaba este caso, pensé que sería más complicado. Pero la verdad es que es muy simple. Verán, esas cintas dejan muy claro que Pil Bubbacub ha mentido.
Un rugido se alzó en la garganta de Bubbacub. El pequeño alienígena se quedó muy quieto, como si no se atreviera a moverse.
—Bueno, ¿dónde están las cintas? —preguntó deSilva.
Jacob cogió el saco de la mesa.
—Tengo que reconocer la intervención del diablo. Fue una suerte que se me ocurriera pensar que las cintas cabían en un frasco de gas vacío. —Sacó un objeto y lo alzó.
—¡La reliquia lethani! —exclamó deSilva. Fagin dejó escapar un pequeño trino de sorpresa. Mildred Martine se levantó, llevándose la mano a la garganta.
—Sí, la reliquia lethani. Estoy seguro de que Bubbacub contaba con una reacción como la suya por si se producía la oscura posibilidad de que registraran sus habitaciones. Naturalmente, a nadie se le ocurriría molestar un objeto de reverencia semirreligioso perteneciente a una raza antigua y poderosa, sobre todo un objeto que no parece más que un trozo de roca y cristal.
Lo giró en sus manos.
—¡Ahora, observen!
La reliquia se abrió con un chasquido. Había una especie de lata dentro de una de las mitades. Jacob soltó la otra mitad y tiró del extremo de la lata. En el interior sonó algo. La lata se soltó de pronto y una docena de pequeños objetos cayó rodando al suelo. Las mandíbulas de Culla chascaron.
—¡Las cintas! —LaRoque asintió satisfecho mientras jugueteaba con su pipa.
—Sí —dijo Jacob—. Y en la superficie exterior de esta «reliquia» se encuentra el botón que liberó el contenido previo de este tubo de gas ahora vacío. Parece que quedan algunos restos dentro. Estoy seguro de que será igual que la sustancia que el jefe Donaldson y yo le dimos ayer al doctor Kepler cuando no logramos convencer… —Se detuvo y se encogió de hombros—… Restos de una molécula inestable que, bajo el control de cierto sofonte, producía un «estallido de luz y sonido» para cubrir la superficie interna del hemisferio superior del escudo de la Nave Solar…
DeSilva se puso en pie. Jacob tuvo que alzar la voz para hacerse oír por encima del castañeo de Culla.
—… y para bloquear la luz verde y azul, la única longitud de onda con la que podíamos distinguir a los Espectros Solares de su medio ambiente.
—¡Las cintas! —exclamó deSilva—. Deberían mostrar…
—¡Muestran toroides, Espectros… cientos de ellos! Resulta interesante que no hubiera formas antropoides, pero quizá no las hicieron porque nuestras pautas psi indicaban que no los veíamos.
»¡Pero menuda confusión la de ese rebaño cuando nos metimos entre ellos sin avisar! ¡Toroides y Espectros “normales” apartándose de nuestro camino… todo porque no podíamos ver que estábamos justo en medio!
—¡Loco eté! —gritó LaRoque. Agitó el puño ante Bubbacub. El pil hizo una mueca pero permaneció inmóvil, con los dedos cruzados, mientras observaba a Jacob.
—La monomolécula fue diseñada para deteriorarse justo cuando dejáramos la cromosfera. Se desmoronó convirtiéndose en una fina capa de polvo en el campo de fuerza del borde de la cubierta, donde nadie la advertiría hasta que Bubbacub pudiera regresar con Culla para limpiarla. ¿No es cierto, Culla?
Culla asintió tristemente.
Jacob sintió una distante complacencia al comprobar que la piedad se producía tan fácilmente como la furia amoral de antes. Una parte de él había empezado a preocuparse. Sonrió, tranquilizador.
—No importa, Culla. No tengo ninguna prueba para conectarle con nada más. Los vi a los dos cuando lo recogían y comprendí que lo hacía obligado.
El pring alzó los ojos. Eran muy brillantes. Asintió una vez más y el castañeo tras sus gruesos labios remitió un poco. Fagin se acercó al delgado E.T.
Donaldson terminó de recoger las cintas.
—Creo que será mejor que nos preparemos para ponerlo bajo custodia.
Helene ya se había acercado al teléfono.
—Yo me encargaré de eso —dijo en voz baja.
Martine se acercó a Jacob.
—Esto pertenece ya a Asuntos Externos —susurró—. Deberíamos dejar que ellos se hicieran cargo.
Jacob sacudió la cabeza.
—No, todavía no. Hay que aclarar algo más.
DeSilva colgó el teléfono.
—Vendrán enseguida. Mientras tanto, ¿por qué no continúa, Jacob? ¿Hay algo más?
—Sí. Dos asuntos. Uno es éste. —Sacó de la bolsa el casco psi de Bubbacub—. Sugiero que mantengan esto bajo custodia. No sé si alguien lo recuerda, pero Bubbacub lo tenía puesto y me miraba cuando me desplomé a bordo de la Nave Solar. Me irrita que me obliguen a hacer cosas, Bubbacub. No tendría que haberlo hecho.
Bubbacub hizo un gesto con la mano que Jacob no intentó interpretar.
—Finalmente está el asunto de la muerte del chimpancé, Jeffrey. De hecho es la parte más fácil.
»Bubbacub sabía casi todo lo que hay que saber sobre la tecnología galáctica en el Proyecto Navegante Solar. Los impulsos, el sistema de ordenadores, las comunicaciones… aspectos que los científicos terrestres no han arañado siquiera.
»Sólo tenemos la prueba circunstancial de que Bubbacub trabajara en el pilón de comunicaciones láser, saltándose la presentación del doctor Kepler, cuando estalló la nave de Jeff, dirigida por control remoto. No convencería a ningún tribunal, pero eso no importa, ya que Pila tiene extraterritorialidad y todo lo que podemos hacer es deportarlo.
»Otra cosa que resultará difícil de demostrar será la hipótesis de que Bubbacub puso una pista falsa en el Sistema de Identificación Espacial, un sistema enlazado directamente con la Biblioteca de La Paz, creando el falso informe de que LaRoque era un condicional. Sin embargo, está bastante claro que él lo hizo. Fue un señuelo perfecto. Como todo el mundo estaba seguro de que LaRoque lo hizo, nadie se molestó en hacer una doble comprobación detallada de la telemetría de la inmersión de Jeff. Me parece recordar que la nave de Jeff tuvo problemas justo cuando conectó sus cámaras de cercanía, un detonador a distancia perfecto si ésa era la tecnología usada por Bubbacub. De todas formas, probablemente no lo sabremos nunca. La telemetría se habrá perdido o ya estará destruida.
—Jacob, Culla te pide que pares —trinó Fagin—. Por favor, no avergüences más a Pil Bubbacub. No servirá de nada.
Tres hombres armados aparecieron en la puerta. Miraron con expectación a la comandante deSilva. Ella les ordenó con un gesto que esperaran.
—Sólo un momento —dijo Jacob—. No hemos tratado de la parte más importante, los motivos de Bubbacub. ¿Por qué un sofonte importante, que representa a una prestigiosa institución galáctica, incurriría en robo, falsificación, asalto físico y asesinato?
»Para empezar, Bubbacub sentía antipatía personal hacia Jeffrey y LaRoque. Jeffrey representaba para él una abominación, una especie que había sido elevada apenas unos cientos de años antes y que sin embargo se atrevía a contestar. La “arrogancia” de Jeff y su amistad con Culla contribuyeron a la furia de Bubbacub.
»Pero creo que odiaba lo que los chimpancés representan. Junto con los delfines, implican un estatus inmediato para la ruda y vulgar raza humana. Los pila tuvieron que luchar durante medio millón de años para llegar adonde están. Supongo que Bubbacub lamenta que lo tuviéramos “fácil”.
»Y en cuanto a LaRoque, bueno, yo diría que no le caía bien a Bubbacub. Demasiado charlatán y avasallador, supongo…
LaRoque hizo una mueca.
—Y tal vez se sintió insultado cuando LaRoque sugirió que los soro pudieron haber sido nuestros tutores. La «capa superior» de la sociedad galáctica desprecia a las especies que abandonan a sus pupilos.
—Pero ésos son motivos personales —objetó Helene—. ¿No tiene nada mejor?
—Jacob —empezó a decir Fagin—. Por favor…
—Naturalmente que Bubbacub tenía otro motivo. Quería acabar con el proyecto Navegante Solar de un modo que pusiera en duda el concepto de investigación independiente e impulsara el estatus de la Biblioteca. Hizo parecer que él, un pil, fue capaz de establecer contacto donde los humanos no pudieron, e inventó una historia que dejaba fuera de funcionamiento al proyecto. Luego falsificó un informe de la Biblioteca para verificar sus tesis sobre los solarianos y asegurarse de que no hubiera más inmersiones.
»Probablemente lo que más irritó a Bubbacub fue el fracaso de la Biblioteca para ofrecer datos. Y es la falsificación de ese mensaje lo que le traerá más problemas cuando vuelva a su planeta. ¡Por eso le castigarán más que por haber matado a Jeff!
Bubbacub se puso lentamente en pie. Alisó cuidadosamente su pelaje y luego dio una palmada.
—Es usted muy lis-to —le dijo a Jacob—. Pero habla mucho… y apunta demasiado alto. Construye demasiado con tan poco material. Los hu-manos siempre serán pe-queños. No volveré a hablar más su mierda de lengua terrestre.
Dicho esto, se quitó el vodor del cuello y lo dejó caer sobre la mesa.
—Lo siento, Pil Bubbacub —dijo deSilva—. Pero parece que vamos a tener que restringir sus movimientos hasta que recibamos instrucciones de la Tierra.
Jacob casi esperaba que el pil asintiera o se encogiera de hombros, pero el alienígena ejecutó otro movimiento que de algún modo contenía la misma indiferencia. Se dio la vuelta y marchó hacia la puerta, una figura pequeña y rechoncha guiando a los grandes guardias humanos.
Helene deSilva alzó la «reliquia lethani». La sopesó pensativa. Entonces sus labios se tensaron y lanzó el objeto con todas sus fuerzas contra la puerta.
—Asesino —murmuró.
—He aprendido mi lección —dijo Martine muy lentamente—. No confiar nunca en nadie de más de treinta millones de años.
Jacob estaba perplejo. La sensación de júbilo se difuminaba rápidamente. Como una droga, dejaba tras de sí un vacío, un regreso a la racionalidad, pero también una pérdida de totalidad.
Pronto empezaría a preguntarse si había hecho bien en soltarlo todo de una sola vez en una exhibición orgiástica de lógica deductiva.
La observación de Martine le hizo levantar la cabeza.
—¿En nadie? —preguntó.
Fagin estaba ayudando a Culla a sentarse. Jacob se acercó a él.
—Lo siento, Fagin —dijo—. Tendría que haberte advertido, haberlo discutido contigo primero. Puede que haya… complicaciones en este asunto, repercusiones en las que no he pensado. —Se llevó una mano a la frente.
Fagin silbó suavemente.
—Soltaste todo lo que habías estado conteniendo, Jacob. No comprendo por qué has sentido tanta reticencia para usar tus habilidades, pero en este caso la justicia demandaba todo tu vigor. Es una suerte que lo hicieras.
»No te preocupes demasiado por lo que ha sucedido. La Verdad era más importante que el daño causado por un menor exceso de ansiedad, o por el uso de técnicas dormidas durante demasiado tiempo.
Jacob quiso decirle a Fagin lo equivocado que estaba. Las «habilidades» que había liberado eran más que eso. Eran una fuerza letal en su interior. Temía que hubieran hecho más mal que bien.
—¿Qué crees que sucederá? —preguntó, cansado.
—Creo que la humanidad descubrirá que tiene un enemigo muy poderoso. Tu gobierno protestará. Tendrá mucha importancia cómo lo haga, pero no cambiará en nada los hechos esenciales. Oficialmente, los pila descalificarán las desafortunadas acciones de Bubbacub. Pero son rencorosos y orgullosos, si me permites una descripción dolorosa pero necesariamente desagradable de una raza sofonte.
»Esto no es más que el resultado de una cadena de acontecimientos. Pero no te preocupes demasiado. No es culpa tuya. Lo único que has hecho es advertir a la humanidad del peligro. Tenía que suceder. Siempre ha sucedido con las razas expósitas.
—¿Pero por qué?
—Mi querido amigo, eso es una de las cosas que intento descubrir. Aunque no te sirva de mucho consuelo, piensa por favor que hay muchos seres a quienes les gustaría ver sobrevivir a la humanidad. A algunos de nosotros nos importa mucho.