—Ya sabe que el director no quiere que nadie entre ahí dentro.
Jacob alzó la cabeza del trabajo.
—¡Caramba, jefe! —sonrió salvajemente—. ¡No lo sabía! ¡Intentaba forzar este candado por deporte!
El otro hombre se agitó nervioso y murmuró algo acerca de que no sospechaba que tomara parte en un robo.
Jacob se echó hacia atrás. La habitación osciló y se tuvo que agarrar a la pata de plástico de la mesa para guardar el equilibrio. Bajo la tenue luz del laboratorio fotográfico resultaba difícil ver bien, sobre todo después de veinte minutos de trabajo con las diminutas herramientas.
—Se lo he dicho antes, Donaldson. No tenemos elección. ¿Qué podemos mostrar? ¿Un puñado de polvo y una teoría descabellada? Use la cabeza. Estamos atascados. ¡No nos dejarán acercarnos a las pruebas porque no tenemos las pruebas necesarias para demostrarlo!
Jacob se frotó la nuca.
—No, vamos a tener que hacerlo nosotros mismos… es decir, si quiere quedarse…
—Sabe que me quedaré —gruñó el mecánico jefe.
—Muy bien, muy bien —asintió Jacob—. Discúlpeme. ¿Quiere acercarme esa pequeña herramienta de ahí, por favor? No, la que tiene el garfio en el extremo. Eso es.
»¿Por qué no se dirige ahora a la puerta exterior y vigila desde allí? Deme algún tiempo para despejarlo todo por si se acerca alguien. ¡Y tenga cuidado de no tropezar!
Donaldson se apartó un poco, pero se quedó a observar mientras Jacob volvía al trabajo. Se apoyó contra el fresco marco de una de las puertas y se secó el sudor de las mejillas y las cejas.
Demwa parecía cuerdo y razonable, pero el salvaje sendero que su imaginación había tomado en las últimas horas preocupaba a Donaldson.
Lo peor de todo era que encajaba muy bien. Esta búsqueda de pistas era excitante. Y lo que había descubierto antes de encontrarse aquí con Demwa apoyaba la historia del hombre. Pero también resultaba aterrador. Siempre existía la posibilidad de que aquel tipo estuviera realmente loco, a pesar de la consistencia de sus argumentos.
Donaldson suspiró. Se alejó de los sonidos de metal rozando y de los movimientos de cabeza de Jacob, y se acercó lentamente a la puerta exterior del laboratorio fotográfico.
En realidad no importaba. Algo olía a podrido en Mercurio. Si alguien no actuaba pronto, ya no habría más Naves Solares.
Un simple candado para una llave dentada. Nada podía ser más fácil. De hecho, Jacob no esperaba que en Mercurio hubiera pocos candados modernos. Los electrónicos requerían protección en un planeta donde los campos magnéticos surcaban la superficie desprotegida. No resultaba muy caro protegerlos, pero alguien debía de haber pensado que era ridículo que aquella expedición usara candados.
De todas formas, ¿quién querría forzar el laboratorio fotográfico? ¿Y quién sabría cómo?
Jacob lo sabía. Pero eso no parecía servirle de nada, porque no le salía bien. Las ganzúas no le hablaban. No sentía ninguna continuidad entre sus manos y el metal.
A este paso tardaría toda la noche.
«Déjame hacerlo.»
Jacob apretó los dientes y sacó lentamente la ganzúa del candado. La soltó.
Deja de personificar, pensó. No eres más que un conjunto de tendencias sociales que he puesto bajo protección hipnótica durante algún tiempo. ¡Si sigues actuando como una personalidad separada nos… me meterás en un estado esquizofrénico total!
«Mira quién personifica ahora.»
Jacob sonrió.
No debería estar aquí. Tendría que haberme quedado en casa durante los tres años completos y terminado mi limpieza mental en paz y tranquilidad. Las pautas de conducta que quería… que necesitaba mantener sumergidas están ahora completamente despiertas, por mi trabajo.
«¿Entonces por qué no las usas?»
Cuando se creó este acuerdo mental se suponía que no iba a ser rígido. ¡Ese tipo de supresión produciría problemas! Las cualidades salvajes, amorales y despiadadas brotarían en una corriente firme, pero normalmente quedarían bajo completo control. La intención era que estuvieran disponibles para una emergencia.
La supresión y personificación a las que había reaccionado últimamente a esa corriente tal vez hubieran causado algunos de sus problemas. Su mitad siniestra tenía que dormir mientras superaba el trauma de la muerte de Tania, no ser cortada de cuajo.
«Entonces déjame hacerlo.»
Jacob cogió otra ganzúa y la hizo girar en sus dedos. Sintió suave y frío el leve contacto de la herramienta.
Cállate. No eres una persona sino un talento ligado desgraciadamente a una neurosis… como una voz bien entrenada que sólo puede usarse cuando se está de pie desnudo en mitad de un escenario.
«Bien. Usa el talento. ¡La puerta podría estar ya abierta!»
Jacob soltó cuidadosamente sus herramientas y se inclinó hacia adelante hasta tocar la puerta con la frente. ¿Debo hacerlo? ¿Y si en efecto me volví loco a bordo de la Nave Solar? Mi teoría podría estar equivocada. Y luego está ese destello azul en La Baja. ¿Puedo arriesgarme a abrir si hay algo suelto dentro?
Débil por la indecisión, sintió que el trance empezaba a caer. Lo detuvo con un esfuerzo, pero luego, encogiéndose mentalmente de hombros, permitió que continuara. A la cuenta de siete, una barrera de miedo le bloqueó. Era una barrera familiar. Parecía el borde de un precipicio. Lo apartó conscientemente y continuó contando.
A la cuenta de doce, ordenó: Eso será temporal. Sintió su asentimiento.
La cuenta atrás terminó en un instante. Abrió los ojos. Un escalofrío recorrió sus brazos y entró subrepticiamente en sus dedos, como un perro que regresa olisqueando a un antiguo hogar.
Hasta ahora muy bien, pensó Jacob. No me siento menos ético. No me siento menos «yo». No noto las manos como si estuvieran controladas por una fuerza extraña… sólo más vivas.
Las herramientas no estaban frías cuando las cogió. Las sintió cálidas, como extensiones de sus manos. La ganzúa se deslizó sensualmente en el candado y acarició los cerrojos mientras hurgaba.
Uno tras otro fueron repitiéndose los diminutos chasquidos a lo largo del metal. Entonces la puerta se abrió.
—¡Lo consiguió! —La sorpresa de Donaldson le molestó un poco.
—Naturalmente —fue todo lo que dijo. Resultó muy fácil y tranquilizador reprimir la insultante respuesta que asomó en su mente.
Muy bien. El genio parecía benigno. Jacob abrió la puerta y entró.
La pared izquierda de la estrecha habitación estaba cubierta de archivadores. A lo largo de la otra pared una mesita baja alojaba un grupo de máquinas de fotoanálisis. En el otro extremo, una puerta conducía a un cuarto oscuro que apenas se utilizaba.
Jacob empezó por un lado de la fila de archivadores, mirando las etiquetas. Donaldson le ayudó.
—¡Los he encontrado! —dijo poco después. Señaló una caja abierta, junto a una máquina situada en la mitad de la mesa.
Cada cinta estaba guardada en una casilla acolchada, con la fecha y la hora inscrita en los lados y un código para indicar el instrumento que había hecho la grabación. Al menos una docena de casillas estaban vacías.
Jacob alzó varias cajitas a la luz. Luego se volvió hacia Donaldson.
—Alguien ha llegado primero y ha robado todo lo que queríamos.
—¿Robado? ¿Pero cómo?
Jacob se encogió de hombros.
—Tal vez igual que nosotros, forzando y entrando. O tal vez tenían una llave. Todo lo que sabemos es que falta la cinta final de cada grabación.
Permanecieron en silencio durante un momento.
—Entonces no tenemos ninguna prueba —dijo Donaldson.
—A menos que podamos localizar las cintas perdidas.
—¿Quiere decir que también deberíamos forzar las habitaciones de Bubbacub? No sé. Si quiere saber mi opinión, creo que esos datos estarán ya quemados. ¿Por qué iba a conservarlos?
—No, sugiero que salgamos de aquí y dejemos que el doctor Kepler o la doctora deSilva descubran por sí mismos la falta. No es gran cosa, pero pueden considerarlo una evidencia que apoye nuestra historia.
Jacob vaciló. Después asintió.
—Déjeme ver sus manos —dijo Jacob.
Donaldson se las mostró. La fina cobertura de flex-plástico estaba intacta. Probablemente estaban a salvo de las investigaciones en busca de huellas y residuos químicos.
—Muy bien —dijo—. Pongámoslo todo en su sitio, con la mayor exactitud posible. No toque nada que no haya tocado ya. Luego nos marcharemos.
Donaldson se volvió para obedecer, pero entonces oyeron algo que caía en el Laboratorio Exterior. El sonido llegó ahogado a través de la puerta.
La trampa que Jacob había dispuesto junto a la puerta del pasillo se había disparado. Había alguien en el Laboratorio Exterior. ¡Su camino de escape estaba bloqueado!
Los dos hombres corrieron al pasillo del cuarto oscuro. Doblaron la esquina del laberinto iluminado justo cuando el sonido de la llave de metal rozando el cerrojo cruzaba la estrecha habitación.
Jacob oyó la puerta abrirse muy despacio, por encima del rugido subjetivo de su propia respiración entrecortada. Palpó los bolsillos de su mono. La mitad de sus herramientas de ladrón estaban allí fuera, en lo alto de uno de los archivadores.
Afortunadamente, su espejo de dentista todavía estaba en el bolsillo de su pecho.
Los pasos del intruso sonaron suavemente en la sala a unos pocos metros de distancia. Jacob sopesó con cuidado las posibilidades en contra de los beneficios potenciales y luego sacó muy despacio el espejo. Se arrodilló y asomó el extremo redondo y brillante, a unos pocos centímetros por encima del suelo.
La doctora Martine se detuvo delante de un archivador, mientras escogía una llave. Dirigió una mirada furtiva hacia la puerta exterior.
Parecía agitada, aunque era difícil decirlo por la imagen que se repetía en el diminuto espejo que se agitaba en el suelo a dos metros de sus pies. Jacob notó que Donaldson se inclinaba sobre él, a su espalda, intentando asomarse. Irritado, trató de hacer retroceder al hombre, pero el ingeniero perdió el equilibrio. Lanzó la mano izquierda para agarrarse y aterrizó sobre la espalda de Jacob.
—¡Uf! —El aire de los pulmones de Jacob salió expulsado cuando el peso del ingeniero jefe cayó sobre él. Sus dientes entrechocaron mientras recibía la fuerza del impacto a través del brazo izquierdo estirado. De algún modo, impidió que ambos cayeran al umbral, pero el espejo resbaló de su mano y cayó al suelo con un diminuto chasquido.
Donaldson regresó a la oscuridad, respirando pesadamente, intentando guardar silencio de un modo patético. Jacob sonrió amargamente. Si había alguien que no había oído aquella debacle tenía que ser sordo.
—¿Quién… quién anda ahí?
Jacob se puso en pie y se sacudió el polvo deliberadamente.
Dirigió una breve mirada de reproche al jefe Donaldson, que estaba sentado con expresión sombría, y evitó mirarle a los ojos.
Unos rápidos pasos se alejaron en la sala exterior. Jacob salió al pasillo.
—Espere un momento, Millie.
La doctora Martine se detuvo junto a la puerta. Sus hombros se encogieron mientras giraba lentamente, el rostro convertido en una máscara de miedo hasta que reconoció a Jacob. Entonces sus oscuros rasgos patricios se volvieron de un rojo intenso.
—¿Qué demonios está haciendo aquí?
—Observándola, Millie. Un pasatiempo interesante, pero ahora todavía más.
—¡Me estaba espiando! —jadeó ella.
Jacob avanzó, esperando que a Donaldson no se le ocurriera salir de donde permanecía oculto.
—No sólo a usted, querida. A todo el mundo. Algo huele mal en Mercurio. Todos silban una melodía diferente, y todos tienen algo que ocultar. Tengo la sensación de que sabe usted más de lo que dice.
—No sé de qué está hablando —dijo Martine fríamente—. Pero no es de extrañar. No está usted en sus cabales y necesita ayuda… —empezó a retroceder.
—Es posible —asintió Jacob seriamente—. Pero tal vez sea usted quien necesite ayuda para explicar su presencia aquí.
Martine se envaró.
—Dwyane Kepler me dio sus llaves. ¿Y usted?
—¿Cogió las llaves con su conocimiento?
Martine se sonrojó y no respondió.
—Faltan varias cintas de datos de la última inmersión… todas referidas al período en que Bubbacub hizo su truquito con la reliquia lethani. No sabrá por casualidad dónde están, ¿verdad?
Martine miró a Jacob.
—¡Está bromeando! ¿Pero quién…? No… —sacudió la cabeza lentamente, confundida.
—¿Las cogió usted?
—¡No!
—¿Entonces quién lo hizo?
—No lo sé. ¿Cómo podría saberlo? ¿Qué derecho tiene a preguntar…?
—Podría llamar a Helene deSilva ahora mismo —amenazó Jacob—. Podría decir que acabo de llegar, que he descubierto la puerta abierta y a usted dentro, y la llave con sus huellas. Ella investigaría y descubriría que faltan las cintas y se acabó. Ha estado usted encubriendo a alguien, y tengo algunas pruebas independientes de quién se trata. Si no dice ahora mismo todo lo que sabe, le juro que va a tener que tragarse toda la culpa, con o sin su amigo. Sabe tan bien como yo que el personal de esta base está deseando quemar a alguien.
Martine vaciló. Se llevó una mano a la cabeza.
—No sé… no sé…
Jacob la ayudó a sentarse en una silla. Entonces cerró la habitación con llave.
Tómatelo con calma, dijo una parte de él. Cerró los ojos un momento y contó hasta diez. Lentamente, el brutal picor en sus manos remitió.
Martine se cubrió el rostro con las manos. Jacob vio a Donaldson que asomaba por la puerta. Hizo un movimiento con la mano, y la cabeza del ingeniero jefe desapareció.
Jacob abrió el archivador que la mujer había estado examinando.
Ajá. Aquí está.
Cogió la estenocámara y la llevó a la mesa, conectó el interruptor en uno de los visores y encendió ambas máquinas.
La mayor parte del material era bastante interesante, notas de LaRoque sobre los sucesos acaecidos entre el aterrizaje en Mercurio y la mañana que llevó la cámara a la Caverna de las Naves Solares, justo antes del aciago viaje de la nave de Jeffrey. Jacob ignoró el sonido. LaRoque tendía a ser aún más exuberante a la hora de dejar notas para sí mismo que en su prosa escrita. Pero de repente el personaje de la porción visual cambió, justo después de una panorámica del exterior de la Nave Solar.
Durante un momento, Jacob se sorprendió al ver pasar las imágenes. Luego se echó a reír en voz alta.
Millie Martine se sorprendió tanto que alzó los ojos llorosos. Jacob le hizo un gesto de simpatía.
—¿Sabía lo que venía a coger?
—Sí. —La voz de ella era ronca. Asintió lentamente—. Quería devolverle a Peter su cámara para que pudiera escribir su historia. Pensé que después de que los solarianos fueran tan crueles con él, utilizándole de esa forma…
—Todavía está detenido, ¿no?
—Sí. Consideraron que era lo más seguro. Los solarianos le manipularon una vez, ya sabe. Podrían hacerlo de nuevo.
—¿Y de quién fue la idea de devolverle la cámara?
—De él, por supuesto. Quería las grabaciones y no me pareció que fuera malo…
—¿Dejarle poner las manos en un arma?
—¡No! El aturdidor sería desconectado. Bubb… —Sus ojos se dilataron y su voz se apagó.
—Adelante, dígalo. Ya lo sé.
Martine bajó los ojos.
—Bubbacub dijo que se reuniría con Peter en su habitación y desconectaría el aturdidor, como un favor y para demostrar que no le guardaba rencor.
Jacob suspiró.
—Eso lo colma todo —murmuró.
—¿Qué…?
—Déjeme ver sus manos.
Se adelantó cuando ella se mostró indecisa. Los dedos largos y finos temblaron mientras los examinaba.
—¿Qué pasa?
Jacob la ignoró. Recorrió lentamente la estrecha habitación.
La simetría de la trampa le atraía. Si salía bien, no quedaría un solo humano en Mercurio con la reputación intacta. Él mismo no podría haberlo hecho mejor. La única pregunta era cuándo se suponía que iba a dispararse.
Se volvió y miró de nuevo a la entrada del cuarto oscuro. Una vez más, la cabeza de Donaldson se perdió de vista.
—Muy bien, jefe. Salga. Va a ayudar a la doctora Martine a borrar sus huellas de este sitio.
Martine abrió la boca cuando el grueso ingeniero jefe apareció sonriendo mansamente.
—¿Qué va a hacer usted? —preguntó.
En vez de responder, Jacob descolgó el teléfono de la puerta interna y marcó.
—¿Hola, Fagin? Sí, ya estoy dispuesto para la «escena del salón». ¿Ah, sí…? Bueno, no estés tan seguro todavía. Depende de la suerte que tengamos en los próximos minutos.
»¿Quieres invitar por favor al grupo central para que se reúna dentro de cinco minutos en las habitaciones donde está detenido LaRoque? Sí, eso es, e insiste, por favor. No te molestes con la doctora Martine, está aquí.
Martine alzó la cabeza mientras frotaba el tirador de uno de los archivadores, sorprendida por el tono de voz de Jacob Demwa.
—Es eso —continuó Jacob—. Y por favor invita primero a Bubbacub y a Kepler. Haz que se pongan en movimiento como los dos sabemos. Tendré que darme prisa. Sí, gracias.
—¿Y ahora qué? —dijo Donaldson mientras salían por la puerta.
—Ahora ustedes dos, aprendices, pasarán al primer curso de la escuela de ladrones. Y tienen que hacerlo rápido. El doctor Kepler dejará sus habitaciones pronto y será mejor que no tarden demasiado en seguirlo a la reunión.
Martine se detuvo.
—Está usted bromeando. ¡No esperará en serio que saquee el apartamento de Dwayne!
—¿Por qué no? —gruñó Donaldson—. ¡Le ha estado suministrando matarratas! Robó sus llaves para entrar en el Laboratorio Fotográfico.
Martine hizo una mueca de sorpresa y disgusto.
—¡No he suministrado matarratas a nadie! ¿Quién le ha dicho eso?
Jacob suspiró.
—El «Warfarine». Antiguamente se usaba como matarratas. Antes de que las ratas se volvieran inmunes a él y a casi todo lo demás.
—¡Ya se lo dije antes, nunca he oído hablar del «Warfarine»! Primero el doctor, y luego usted en la Nave Solar. ¿Por qué piensa todo el mundo que soy una envenenadora?
—Yo no. Pero será mejor que coopere si quiere que lleguemos al fondo de este asunto. Tiene las llaves de las habitaciones de Kepler, ¿no?
Martine se mordió los labios. Asintió.
Jacob le dijo a Donaldson lo que tenía que buscar y qué hacer cuando lo encontrara. Entonces se marchó corriendo en dirección a las habitaciones de los extraterrestres.