15. VIDA, MUERTE…

En el centro del filamento, la Nave Solar se movía como un pez capturado en un rápido. La corriente era eléctrica, y la marea que agitaba la esfera era un plasma magnetizado de increíble complejidad.

Protuberancias e hilillos de gas ionizado surcaban de un lado a otro, retorcidos por las fuerzas que creaba a su mismo paso. Flujos de materia brillante aparecían y desaparecían súbitamente, mientras el efecto Doppler tomaba las líneas de emisión del gas y luego las sacaba de la coincidencia con la línea espectral que se usaba como observación.

La nave se bamboleaba a través de los turbulentos vientos de la cromosfera, absorbiendo las fuerzas de plasma con sutiles cambios de sus propios campos magnéticos, navegando con velas hechas de matemáticas casi corpóreas. Los rayos que se enroscaban y crecían en esos campos de fuerza (permitiendo que la tensión de los remolinos en conflicto cayera en una dirección y luego en la otra), ayudaban a recortar las sacudidas de la tormenta.

Esos mismos escudos mantenían fuera la mayor parte del ululante calor, diversificando el resto en formas tolerables. El que pasaba era absorbido en una cámara para alimentar el Láser Refrigerador, el riñón que filtraba el flujo de rayos que apartaba incluso el plasma en su camino.

Sin embargo, todo esto no eran más que invenciones de los terrícolas. Lo que hacía que la nave fuera grácil y segura era la ciencia de los galácticos. Los campos gravitatorios repelían el amoroso y aplastante tirón del sol, de forma que la nave caía o volaba a voluntad.

Las fuerzas resonantes en el centro del filamento eran absorbidas o neutralizadas, y la duración misma era alterada por tempo-compresión.

En relación con un punto fijo del sol (si es que eso existía), se movía a lo largo del arco magnético a miles de kilómetros por hora.

Pero en relación a las nubes que la rodeaban, la nave parecía abrirse paso lentamente, persiguiendo un objetivo apenas entrevisto.

Jacob contemplaba el abismo con un ojo y observaba a Culla con el otro. El alto alienígena era el vigía de la nave. Se encontraba junto al timonel, con los ojos brillantes, señalando la oscuridad.

Las direcciones de Culla eran sólo un poco mejores que las que daban los instrumentos de la nave, pero a Jacob le costaba trabajo leerlos, así que apreciaba tener a alguien que dijera a los pasajeros y la tripulación dónde mirar.

Durante una hora contemplaron motas que brillaban en la distante bruma. Las motas eran extremadamente débiles, en las líneas azules y grises que deSilva había ordenado abrir, pero de vez en cuando un estallido de luz verdosa corría de una a otra, como un faro que de repente alcanza a un barco y luego pasa de largo.

Ahora los destellos se producían con más frecuencia. Había al menos un centenar de objetos, todos del mismo tamaño aproximado.

Jacob observó el Medidor de Proximidad. Setecientos kilómetros.

A los doscientos, su forma se hizo clara. Cada una de las «ovejas magnéticas» era un toro geométrico. A esta distancia la colonia parecía una gran colección de diminutos anillos de boda azules. Cada anillito estaba alineado de la misma forma, a lo largo del arco filamentoso.

—Se alinean a lo largo del campo magnético donde es más intenso —dijo deSilva—. Y giran sobre su eje para generar una corriente eléctrica. Dios sabe cómo llegan de una región activa a otra cuando los campos cambian. Todavía estamos intentando averiguar qué los mantiene juntos.

Hacia el borde de la multitud, unos cuantos toros se bamboleaban lentamente mientras giraban. La avanzadilla.

De repente, por un instante, un brusco brillo rojo bañó la nave.

Luego regresó el tono ocre. El piloto miró a Jacob.

—Acabamos de atravesar la cola láser de uno de estos toros. Un disparo ocasional como ése no causa ningún daño —dijo—. ¡Pero si nos acercáramos desde atrás y por debajo del rebaño principal, podríamos tener problemas!

Un amasijo de oscuro plasma, más frío o moviéndose mucho más rápido que el gas circundante, pasó delante de la nave, bloqueando su visibilidad.

—¿Para qué sirve ese láser? —preguntó Jacob.

DeSilva se encogió de hombros.

—¿Estabilidad dinámica? ¿Propulsión? Posiblemente lo usan para enfriarse, como nosotros. Supongo que incluso podría haber materia sólida en su composición, si esto fuera cierto.

»Sea cual sea su función, es lo suficientemente poderoso para lanzar luz verde a través de esas pantallas sintonizadas en rojo. Ése fue el único motivo por el que los descubrimos. Aunque grandes, son como polen sacudido por el viento. Sin la ayuda del láser, podríamos buscar durante un millón de años y no encontrar ningún toroide. Son invisibles en el hidrógeno alfa, así que para observarlos mejor abrimos un par de bandas en el azul y el verde. ¡Naturalmente no podremos abrir la longitud de onda a la que está sintonizada ese láser! Las líneas que elegimos son tranquilas y ópticamente densas, así que todo lo que vea verde o azul procede de una bestia. Tendría que ser un cambio desagradable.

—Cualquier cosa mejor que este condenado rojo.

La nave atravesó la materia oscura y de repente casi estuvieron entre las criaturas.

Jacob tragó saliva y cerró los ojos momentáneamente. Cuando volvió a mirar, descubrió que no podía deglutir. Después de tres días de increíbles panoramas, lo que vio le dejó indefenso ante un poderoso temblor de emoción.

Si un grupo de peces es un «banco» por su disciplina, y varios leones comprenden una «camada», por su actitud, Jacob decidió que el grupo de seres solares sólo podía ser considerado una «bengala». Tan intenso era su brillo que sus miembros parecían resplandecer contra el negro espacio.

Los toroides más cercanos brillaban con los colores de una primavera terrestre. Sólo a lo lejos se desvanecían los colores. Un verde claro titilaba bajo sus ejes, donde la luz láser se esparcía en el plasma.

Alrededor de ellos chispeaba un halo difuso de luz blanca.

—Radiación sincrotrónica —dijo un tripulante—. ¡Sí que deben estar girando! ¡Detecto un gran flujo a 100KeV!

El toroide más cercano, cuatrocientos metros de diámetro y más de dos mil de largo, giraba locamente. Alrededor de su borde, formas geométricas volaban como las perlas de un collar, cambiando, de modo que los diamantes azul intenso se convertían en sinuosas bandas púrpura, circundando un brillante anillo esmeralda, todo en cuestión de segundos.

La capitana de la Nave Solar se encontraba junto a la cámara del Piloto, contemplando indicadores y medidores, y alerta a todos los detalles. Mirarla era como mirar a una versión suavizada del espectáculo ante la nave, pues los colores flexibles e iridiscentes del toroide más cercano bañaban su rostro y su uniforme blanco y quedaban domados y difuminados cuando llegaban a los ojos de Jacob.

Primero débilmente y luego con más brillantez a medida que el verde y el azul se mezclaban y expulsaban el rosa, los colores chispeaban cada vez que ella alzaba la cabeza y sonreía.

De repente, el azul aumentó cuando un estallido de exuberancia del toroide coincidió con una intrincada muestra de pautas, como el agitar de unos ganglios en el borde de la bestia-anillo.

La ejecución fue inaudita. Las arterias brotaron en verde y se entrelazaron con venas absorbidas por un azul casto y pulsante. Las venas latieron en contrapunto, luego crecieron como ávidas enredaderas, retirándose para revelar nubes de diminutos triángulos: chorros de polen bidimensional que se esparcieron en una multitud de colisiones minúsculas de tres puntos alrededor del cuerpo no-euclidiano del toro. De inmediato el motivo se hizo isósceles, y el borde en forma de donut se convirtió en una confusión de lados y de ángulos.

La exhibición alcanzó un clima de intensidad, luego remitió. Las pautas del borde se hicieron menos brillantes y el toro retrocedió, encontrando un lugar donde girar entre sus compañeros mientras el rojo empezaba a regresar, apartando verdes y azules de la cubierta de la nave y de los rostros de los observadores.

—Eso ha sido un saludo —dijo por fin Helene deSilva—. Hay escépticos en la Tierra que todavía piensan que los magnetóvoros no son más que una forma de aberración magnética. Que vengan y lo vean con sus propios ojos. Somos testigos de una forma de vida. Está claro que el Creador acepta pocos límites al alcance de su trabajo.

Tocó suavemente el hombro del piloto. Éste dirigió las manos a los controles y la nave empezó a retirarse.

Jacob estuvo de acuerdo con Helene, aunque su lógica no era científica. No tenía dudas de que los toroides estaban vivos. La exhibición de la criatura, fuera un saludo o simplemente una respuesta territorial a la presencia de la nave, había sido signo de algo vital, e incluso inteligente.

La anacrónica referencia a una deidad suprema pareció extrañamente adecuada a la belleza del momento.

La comandante volvió a hablar por su micrófono, mientras la bengala de magnetóvoros quedaba atrás y la cubierta giraba.

—Ahora vamos a cazar fantasmas. Recuerden que no estamos aquí para estudiar a los magnetóvoros sino a sus depredadores. La tripulación mantendrá vigilancia constante en busca de cualquier signo de esas criaturas esquivas. Ya que antes han sido avistadas incluso por accidente, sería de agradecer que todo el mundo ayudara. Por favor, infórmenme de cualquier acontecimiento extraordinario.

DeSilva y Culla mantuvieron una reunión. El alienígena asintió lentamente, y un ocasional destello blanco entre sus grandes encías traicionó su excitación. Por fin, se dirigió a la curvatura de la cúpula central.

DeSilva explicó que había enviado a Culla al otro lado de la cubierta, a la zona invertida, donde normalmente sólo había instrumentos, para que actuara como vigía por si los seres láser aparecían desde el nadir, donde los detectores colocados en el borde no podrían detectarlos.

—Hemos tenido varios avistamientos en el cénit —repitió deSilva—. Y a menudo han sido los casos más interesantes, como cuando vimos las formas antropoides.

—¿Y esas formas desaparecieron siempre antes de que la nave pudiera girar? —preguntó Jacob.

—O las bestias giraron con nosotros para ponerse encima. ¡Fue irritante! Pero eso nos dio la primera pista de que podría haber fenómenos psi en funcionamiento. Después de todo, sean cuales sean sus motivos, ¿cómo podrían conocer nuestro modo de colocar instrumentos en el borde de un disco y seguir nuestros movimientos con tanta precisión, sin saber lo que pretendemos hacer?

Jacob frunció el ceño, pensativo.

—¿Pero por qué no colocar unas cuantas cámaras aquí arriba? No sería un gran problema.

—No, desde luego —coincidió deSilva—. Pero los equipos de apoyo e inmersión no quieren perturbar la simetría original de la nave.

»Tendríamos que poner otro conducto a través de la cubierta hasta el ordenador grabador principal, y Culla nos aseguró que esto eliminaría cualquier pequeña habilidad que pudiéramos tener para maniobrar con un fallo de estasis… aunque esa habilidad es probablemente nula en cualquier caso. Recuerde lo que le pasó al pobre Jeff.

»La nave de Jeffrey, la pequeña que visitó usted en Mercurio, fue diseñada desde el principio para llevar grabadoras apuntando al cénit y al nadir. La suya era la única con esta modificación. Tendremos que arreglárnoslas con los instrumentos del borde, nuestros ojos, y unas cuantas cámaras de mano.

—Y los experimentos psi —recalcó Jacob.

DeSilva asintió, sin expresión ninguna.

—Sí, todos esperamos hacer un contacto amistoso, desde luego.

—Discúlpeme, capitana.

El piloto alzó la cabeza de sus instrumentos. Llevaba un micrófono en la oreja.

—Culla dice que hay una diferencia de color en la zona superior norte del rebaño. Podría ser un parto.

DeSilva asintió.

—Muy bien. Avance en una tangente norte hasta el flujo de campo. Elévese con el rebaño mientras lo hace y no se acerque demasiado para no asustarlos.

La nave empezó a asumir un nuevo ángulo. El sol salió por la izquierda hasta que se convirtió en una pared que se extendía hacia arriba y hacia adelante, hasta el infinito. Una débil luminosidad se apartó de ellos, hacia la fotosfera de debajo. El chispeante rastro siguió en paralelo la alineación del rebaño de toroides.

—Es el rastro de superionización que dejó nuestro Láser Refrigerador cuando apuntábamos hacia allá —explico deSilva—. Debe de tener un par de kilómetros de largo.

—¿Tan fuerte es el láser?

—Bueno, tenemos que desprendernos de un montón de calor. Y la idea es calentar una pequeña parte del sol, de lo contrario el refrigerador no funcionaría. Por cierto, ése es otro motivo por el que tenemos tanto cuidado de que el rebaño no quede delante o detrás nuestro.

Jacob se sintió momentáneamente asombrado.

—¿Cuándo estaremos a la vista de… qué fue lo que dijo que era? ¿Un parto?

—Sí, un parto. Tenemos mucha suerte. Sólo lo hemos visto dos veces antes. Los pastores estuvieron presentes en ambas ocasiones.

»Parece que ayudan a los toroides a dar a luz. Es un sitio lógico donde empezar a buscarlos.

»Y respecto a cuándo llegaremos, depende de lo violentas que sean las cosas entre aquí y allá, y cuánto tempo-compresión necesitaremos para hacerlo cómodamente. Podría ser un día. Si tenemos suerte —miró a la Cámara del Piloto—, podríamos estar allí en diez minutos.

Un tripulante se acercó con una carta de navegación, al parecer para hablar con deSilva.

—Será mejor que vaya a avisar a Bubbacub y a la doctora Martine para que se preparen —dijo Jacob.

—Sí, es una buena idea. Avisaré en cuanto sepa cuándo llegaremos.

Mientras se retiraba, Jacob tuvo la extraña sensación de que ella seguía mirándole. Duró hasta que franqueó el lado de la cúpula central.

Bubbacub y Martine tomaron la noticia con calma. Jacob los ayudó a colocar las cajas de su equipo cerca de la Cámara del Piloto.

Los aparatos de Bubbacub eran incomprensibles y sorprendentes.

Uno de ellos, complejo, brillante, y multifacetado, ocupaba media caja.

Sus brotes retorcidos y sus ventanas vidriosas aumentaban su misterio.

Bubbacub sacó otros dos aparatos. Uno era un casco bulboso aparentemente diseñado para la cabeza de un pil. El otro parecía un pedazo arrancado de un meteorito de hierro y níquel, con el extremo de vidrio.

—Hay tres formas de buscar un psi —dijo Bubbacub a través de su vodor. Hizo un gesto a Jacob con su mano de cuatro dedos para que se sentara—. Como el psi es sólo poder sen-sorial muy fino, se detectan las ondas ce-rebrales a largo alcance y se descifran. Con esto —señaló el casco.

—¿Y esta máquina grande? —Jacob se acercó para examinarla.

—Ésta ve si el tiempo y el es-pacio están siendo retorcidos por la fuerza de la voluntad de un so-fonte. Eso se ha-ce a veces. Ra-ra vez se per-mite. La palabra es «pi-ngrli». Ustedes no tienen palabra para ello. La mayoría, in-cluyendo a los humanos, no necesitan saber de su existencia, pues es ra-ro.

»La Bi-blioteca pro-porciona estos ka-ngrl a cada Su-cursal —frotó el lado de la máquina—, por si los fo-rajidos intentan usar pi-ngrli.

—¿Puede contrarrestar esa fuerza?

—Sí.

Jacob sacudió la cabeza. Le molestaba que hubiera todo un tipo de poder al que el hombre no tenía acceso. Una deficiencia en tecnología era una cosa, algo que se remediaría con el tiempo. Pero una carencia cualitativa le hizo sentirse vulnerable.

—¿La Conferencia sabe de este… ka-ka…?

—Ka-ngrl. Sí. Me dieron permiso para sa-carlo de la Tierra. Si se pierde, será re-emplazado.

Jacob se sintió mejor. De repente la máquina le pareció más amistosa.

—¿Y este último aparato…? —empezó a acercarse al bloque de hierro.

—Eso es un p-is. —Bubbacub lo agarró y lo volvió a guardar en el cofre. Dio la espalda a Jacob y empezó a juguetear con el casco de ondas cerebrales.

—Es muy sensible respecto a esa cosa —dijo Martine cuando Jacob se acercó—. Todo lo que pude sacarle es que se trata de una reliquia de los lethani, los quintos altos antepasados de su raza. Data de antes de que «pasaran» a otro plano de realidad.

La Sonrisa Perpetua se ensanchó.

—¿Le gustaría ver las herramientas de esta vieja alquimista?

Jacob se echó a reír.

—Bueno, nuestro amigo el pil tiene la piedra filosofal. ¿Qué milagrosos aparatos tiene usted para mezclar los efluvios, y exorcizar los espectros caloríficos?

—Además de los detectores psi normales, como éstos de aquí, no hay mucho. Un aparato de ondas cerebrales, un sensor de movimiento inerte que probablemente es inútil en un campo de supresión temporal, una cámara taquistoscópica en tres dimensiones y un proyector…

—¿Puedo verlo?

—Claro, está al fondo del cofre.

Jacob metió la mano y sacó la pesada máquina. La colocó sobre la cubierta y examinó las cabezas de grabación y proyección.

—¿Sabe? —dijo en voz baja—. Es posible…

—¿Qué pasa? —preguntó Martine.

Jacob la miró.

—Esto, más el lector de pautas retinales que usamos en Mercurio, podría ser un perfecto medidor de proclividades mentales.

—¿Se refiere a uno de esos aparatos que se usan para determinar un estatus condicional?

—Sí. Si hubiera sabido que teníamos esto, habríamos examinado a LaRoque en la base. No habríamos tenido que contactar con la Tierra vía máser y atravesar capas de burocracia falible en busca de una respuesta que podría estar equivocada. ¡Podríamos haber descubierto su índice de violencia en el acto!

Martine se quedó inmóvil. Entonces miró al suelo.

—Supongo que no habría servido de nada.

—¡Pero si estaba usted segura de que pasaba algo con el mensaje de la Tierra! —dijo Jacob—. Si tuviera razón, esto podría salvar a LaRoque de pasarse dos meses en una prisión. ¡Es posible que hubiera podido estar con nosotros ahora! Y también tendríamos más seguridad sobre el posible peligro de los Espectros.

—¿Y su intento de huida en Mercurio? ¡Dijo usted que fue violento!

—La violencia producida por el pánico no implica que sea un condicional. ¿Qué pasa con usted? ¡Creí que estaba segura de que habían inculpado a LaRoque!

Martine suspiró. Evitó mirarle a los ojos.

—Me temo que me puse un poco histérica allá en la base. ¡Imagine, crear toda una conspiración sólo para tenderle una trampa al pobre Peter! Sigue pareciéndome difícil creer que sea un condicional, y tal vez se cometió un error. Pero ya no creo que fuera a propósito. Después de todo, ¿quién querría echarle la culpa de la muerte de ese pobre chimpancé?

Jacob se quedó mirándola durante un instante, sin saber a qué achacar su cambio de actitud.

—Bueno… el asesino auténtico, por ejemplo —dijo suavemente.

Lo lamentó al instante.

—¿De qué está hablando? —susurró Martine. Miró rápidamente a ambos lados para asegurarse de que no había nadie cerca. Ambos sabían que Bubbacub, a unos pocos metros de distancia, era sordo a los susurros.

—Hablo de que Helene deSilva, por mucho que le desagrade LaRoque, cree que es improbable que el aturdidor pudiera haber dañado el mecanismo del campo de estasis de la nave de Jeff. Cree que la tripulación cometió un error, pero…

—¡Entonces Peter será liberado por insuficiencia de pruebas y tendrá otro libro para escribir! Averiguaremos la verdad sobre los solarianos y todo el mundo estará contento. Cuando se establezcan buenas relaciones, estoy segura de que no importará que mataran al pobre Jeff en un arrebato de ira. Será considerado un mártir de la ciencia y toda esta charla de asesinatos podrá terminar de una vez por todas. Es muy desagradable, de todas formas.

Jacob empezaba a sentir que la conversación con Martine también era desagradable. ¿Por qué se comportaba así? Era imposible seguir con ella un argumento lógico.

—Tal vez tenga usted razón —dijo, encogiéndose de hombros.

—Claro que sí. —Ella le palmeó la mano y luego se volvió hacia el aparato de ondas cerebrales—. ¿Por qué no va a buscar a Fagin? Voy a estar ocupada durante un rato, y es posible que no se haya enterado todavía de lo del parto.

Jacob asintió y se puso en pie. Mientras cruzaba la cubierta, que temblaba levemente, se preguntó qué extrañas cosas estaría pensando su receloso otro yo. La expresión «asesino auténtico» le preocupaba.

Encontró a Fagin donde la fotosfera llenaba el cielo en todas direcciones, como una pared enorme. Delante del kantén, el filamento en el que viajaban rodaba en espiral hacia abajo y se disipaba en rojo.

A derecha e izquierda, y muy por debajo, los bosques de espículas rebullían como filas efervescentes de hierbas gigantescas.

Contemplaron en silencio el espectáculo.

Cuando un tentáculo de gas ionizado pasó ante la nave, Jacob recordó por enésima vez las algas flotando en la marea.

Sonrió al imaginar a Makakai, ataviada con un traje mecánico de cermet y estasis, saltando y zambulléndose entre aquellas fuentes de llamas y hundiéndose, dentro de su concha de gravedad, para jugar entre los hijos de este océano, el más grande de todos.

¿Distraen los eones los Espectros Solares como nuestros cetáceos? ¿Cantando?

Ninguno tiene máquinas (ni la prisa neurótica que causan las máquinas, incluyendo la enfermedad de la ambición), porque ninguno tiene los medios. Las ballenas no tienen manos y no pueden usar el fuego. Los Espectros Solares carecen de materia sólida y tienen demasiado fuego.

¿Ha sido para ellos una bendición o una maldición?

(Pregúntale a la ballena corcovada, mientras gime en la tranquilidad submarina. Probablemente no se molestará en contestar, pero algún día tal vez añada la pregunta a su canción.)

—Llega a tiempo. Estaba a punto de llamar. —La capitana avanzó entre una neblina rosada.

Una docena o más de toroides giraba pintorescamente ante ellos.

Este grupo era diferente. En vez de vagar pasivamente se movían buscando colocarse alrededor de algo en las profundidades de la multitud. Un toro que se hallaba a sólo un kilómetro de distancia se apartó, y entonces Jacob pudo ver el objeto de su atención.

El magnetóvoro era más grande que los demás. En vez de las formas geométricas cambiantes y multifacetadas, bandas claras y oscuras alternaban en torno a su cuerpo, que se hinchaba perezosamente mientras su superficie ondulaba. Sus vecinos se congregaban en todas direcciones, pero a distancia, como frenados por algo. DeSilva dio una orden. El piloto tocó un control y la nave giró, enderezándose de forma que la fotosfera pronto quedó bajo ellos una vez más. Jacob se sintió aliviado. Por mucho que lo indicaran los campos de la nave, tener el sol a su izquierda le hacía sentirse ladeado.

El magnetóvoro que Jacob había bautizado como «El Grande» giró al parecer ajeno a su séquito. Se movía con torpeza, con un pronunciado temblor.

El halo blanco que bañaba a los demás toroides fluctuaba tenuemente en torno a los contornos de éste, como una llama moribunda. Las bandas claras y oscuras latieron con pulsación irregular.

Cada pulsación evocaba una respuesta en el grupo de toroides. Las pautas de los bordes destacaron en los brillantes diamantes y espirales azules cuando cada magnetóvoro respondió al ritmo cada vez más fuerte de los latidos del Grande.

De repente, el más cercano de los toros se abalanzó hacia el Grande, enviando brillantes destellos verdes a lo largo de su rumbo giratorio.

Alrededor del toro grávido, un puñado de brillantes puntos azules voló hacia el intruso. Se colocaron ante él un instante, danzando, como temblequeantes gotas de agua sobre una cacerola caliente, cerca de su enorme masa. Los puntos brillantes empezaron a repelerlos, mordisqueando y empujando, al parecer, hasta que quedó por debajo la nave.

Bajo la mano del piloto, la nave giró para presentar su borde a la más cercana de las motas chispeantes, sólo a un kilómetro de distancia. Entonces, por primera vez, Jacob pudo ver claramente las formas de vida llamadas Espectros Solares.

Flotaba como un fantasma, delicadamente, como si los vientos cromosféricos fueran una brisa que aceptar sin apenas un aleteo: tan diferente de los danzarines toroides como una mariposa de un trompo.

Parecía una medusa, o una brillante toalla de baño azul que se agitaba al viento mientras colgaba de un cordel. Posiblemente era más un pulpo, como apéndices efímeros que nacían y morían a lo largo de sus bordes irregulares. A veces a Jacob le pareció un trozo de la superficie del mar que hubiera sido traído aquí, mantenido en su líquido, moviéndose milagrosamente.

El espectro se agitó. Se dirigió hacia la Nave Solar, lentamente, durante un minuto. Entonces se detuvo.

También nos está mirando, pensó Jacob.

Por un momento se observaron mutuamente, la tripulación de seres de agua, en su nave, y el Espectro.

Entonces la criatura se volvió, de forma que su superficie plana quedó hacia la Nave Solar. De repente un destello de brillante luz multicolor inundó la cubierta. Las pantallas hicieron soportable el resplandor, pero el rojo claro de la cromosfera desapareció.

Jacob se protegió los ojos con una mano y parpadeó, asombrado.

¡De modo que así es el interior de un arco iris!, pensó con cierta irreverencia.

Tan súbitamente como se produjo, el espectáculo de luz desapareció. El sol rojo regresó, y con él el filamento, la mancha solar muy por debajo, y los toroides giratorios.

Pero los Espectros se habían ido. Habían regresado con el magnetóvoro gigante y una vez más danzaban como puntos casi invisibles a su alrededor.

—¡Nos… nos ha disparado con su láser! —dijo el piloto—. Hasta ahora nunca lo había hecho.

—Tampoco se había acercado ninguno con su forma normal —respondió Helene deSilva—. Pero no estoy segura de lo que quería significar esa acción.

—¿Cree que pretendía hacernos daño? —preguntó la doctora Martine, vacilante—. ¡Tal vez empezaron así con Jeffrey!

—No lo sé. Quizá fuera una advertencia.

—O tal vez sólo quería volver al trabajo —dijo Jacob—. Estábamos casi en la dirección opuesta al gran magnetóvoro. Habrán advertido que todos sus compañeros volvieron al mismo tiempo.

DeSilva sacudió la cabeza.

—No sé. Supongo que deberíamos quedarnos y observar. Veamos qué hacen cuando terminen con el parto.

Ante ellos, el gran toro empezó a hincharse más a medida que giraba. Las bandas claras y oscuras a lo largo de su borde se hicieron más pronunciadas, las oscuras convirtiéndose en estrechas estructuras y las más claras hinchándose hacia afuera con cada oscilación.

Dos veces vio Jacob grupos de brillantes pastores que se abalanzaban para contener a un magnetóvoro que se acercaba demasiado, como perros mordiendo las patas de un macho cabrío despistado, mientras los demás se quedaban con la hembra.

La hinchazón fue aumentando y las bandas oscuras se hicieron más tensas. La luz verde del láser, esparcida bajo el gran toro, se redujo. Finalmente desapareció.

Los Espectros se acercaron. Cuando la inclinación del Grande alcanzó un ángulo casi horizontal, se congregaron en el borde para agarrarlo de algún modo y completar el giro con una súbita sacudida.

El leviatán giraba ahora perezosamente sobre un eje perpendicular al campo magnético. Mantuvo la posición durante un momento, hasta que la criatura pareció descomponerse de pronto.

Como un collar con el hilo roto, el toro se dividió por donde las bandas oscuras se tensaban. Una a una, mientras el cuerpo del progenitor giraba lentamente, las bandas claras, ahora pequeñas formas individuales anulares, quedaron libres, mientras rotaban hacia el lugar donde se produjo la ruptura. Fueron arrojadas de una en una hacia arriba, a lo largo de las líneas invisibles del flujo magnético, hasta que corrieron por el cielo como perlas. Del Grande, el progenitor, no quedó nada.

Unas cincuenta formas anilladas giraron deslumbrantes en un enjambre protector de brillantes pastores azules. Avanzaron inseguras y, desde el centro de cada una de ellas, un diminuto brillo verde fluctuó indeciso.

A pesar de su cuidadosa vigilancia, los espectros perdieron a varios de sus erráticos custodios. Algunos de los infantes, más activos que los demás, salían de la cola. Un breve estallido de brillo verde sacó a un bebé magnetóvoro de la zona protegida y lo dirigió hacia uno de los adultos que acechaban cerca. Jacob esperó que continuara hacia la nave. ¡Si tan sólo el toroide adulto se quitara de en medio!

Como si hubiera oído sus pensamientos, el adulto empezó a dejar paso al joven. Su borde latió con diamantes verdiazules cuando el recién nacido pasó por encima.

De repente, el toro saltó hacia arriba en una columna de plasma verde. Demasiado tarde, el joven intentó escapar. Volvió su débil antorcha hacia el borde de su perseguidor mientras huía.

El adulto no se inmutó. En un momento el bebé quedó vencido, arrastrado al latiente agujero central del adulto y consumido en un destello de vapor.

Jacob advirtió que estaba conteniendo la respiración. Resopló, y le pareció un suspiro.

Los bebés fueron dispuestos en filas ordenadas junto a sus mentores. Empezaron a apartarse lentamente del rebaño, mientras unos cuantos pastores permanecían allí para mantener en fila a los adultos.

Jacob observó los brillantes anillos de luz hasta que un grueso rizo de filamento llegó flotando y le impidió la visión.

—Ahora empecemos a ganarnos nuestra paga —susurró Helene deSilva. Se volvió hacia el piloto—. Mantenga a los restantes pastores alineados con el plano de la cubierta. Y pídale a Culla que esté ojo avizor. Quiero ver si se acerca algo desde el nadir.

¡Ojo avizor! Jacob reprimió un escalofrío involuntario, y negó firmemente cuando su imaginación intentó formar una imagen. ¿De qué época venía esta mujer?

—Muy bien —dijo la comandante—. Acerquémonos despacio.

—¿Cree que se darán cuenta de que esperamos hasta que terminó el parto? —preguntó Jacob.

Ella se encogió de hombros.

—¿Quién sabe? Tal vez creyeron que éramos sólo una forma tímida de toroide adulto. Tal vez ni siquiera recuerdan nuestras visitas anteriores.

—¿Ni la de Jeff?

—Ni la de Jeff. Yo no supondría demasiado. Creo a la doctora Martine cuando dice que sus máquinas registran una inteligencia básica. ¿Pero qué significa eso? En un entorno como éste, aún más simple que un océano terrestre, ¿qué razón tendría una raza para desarrollar una habilidad semántica, o una memoria? Esos gestos amenazantes que hemos visto en inmersiones previas no indican necesariamente mucho cerebro.

»Podrían ser como los delfines antes de que iniciáramos experimentos genéticos hace unos pocos cientos de años, mucha inteligencia y ninguna ambición mental. ¡Demonios, tendríamos que haber traído hace mucho tiempo a gente como usted, del Centro de Elevación!

—Está hablando como si la inteligencia evolucionada fuera la única ruta —sonrió él—. Dejando a un lado por el momento la opinión galáctica, ¿no debería considerar al menos otra posibilidad?

—¿Quiere decir que tal vez los Espectros hayan sido también elevados? —DeSilva pareció aturdida por un momento. Entonces la idea recaló y se dio cuenta de las implicaciones—. Pero si ése fuera el caso, entonces tendría que haber…

El piloto la interrumpió.

—Mi comandante, están empezando a moverse.

Los Espectros aleteaban en el gas cálido y retorcido. Luces azules y blancas ondularon a lo largo de la superficie de cada uno mientras gravitaban perezosamente, a cien mil kilómetros por encima de la fotosfera. Se retiraron lentamente de la nave, permitiendo que la separación disminuyera, hasta que pudo verse una leve corona de nubes blancas rodeando a cada uno.

Jacob advirtió que Fagin se colocaba a su izquierda.

—Sería una lástima que tanta belleza fuera considerada culpable de un crimen —trinó suavemente el kantén—. Podría tener grandes problemas sintiendo el mal y asombrándome al mismo tiempo.

Jacob asintió muy despacio.

—Los ángeles son brillantes… —empezó a decir. Pero, por supuesto, Fagin conocía el resto.

Los ángeles son brillantes, aunque los más brillantes cayeron. Aunque todas las cosas malas llevaran el rostro de la gracia, la gracia debe seguir pareciendo lo que es.

—¡Culla dice que están a punto de hacer algo! —El piloto se asomó, cubriéndose una oreja con la mano.

Un rizo de gas más oscuro del filamento entró rápidamente en la zona, bloqueando por un instante la visión de los Espectros. Cuando se despejó, todos los Espectros menos uno se habían alejado.

Esperó hasta que la nave se acercó lentamente. Parecía distinto, semitransparente, más grande y más azul. Y más simple. Parecía rígido y no ondulaba como los demás. Se movía más deliberadamente.

Un embajador, pensó Jacob.

El solariano se alzó despacio mientras se acercaban.

—Mantente a su nivel —dijo deSilva—. ¡No pierdas contacto instrumental!

El piloto la miró sombrío y se volvió hacia sus instrumentos, con los labios apretados. La nave empezó a rotar.

El alienígena se alzó más y se acercó. El cuerpo en forma de abanico parecía latir contra el plasma como un pájaro intentando ganar altura.

—Está jugando con nosotros —murmuró deSilva.

—¿Cómo lo sabe?

—Porque no tiene que hacer tantos esfuerzos para mantenerse encima. —DeSilva pidió al piloto que acelerara la rotación.

El sol salió por la derecha y se dirigió a su cénit. El Espectro continuó latiendo hacia una posición superior, aunque tenía que girar boca abajo junto a la nave. El sol cubrió el cielo y luego se puso.

Entonces salió y volvió a ponerse en menos de un minuto.

El alienígena permaneció arriba.

La rotación se aceleró. Jacob apretó los dientes y resistió el impulso de agarrarse a Fagin para mantener el equilibrio mientras la nave experimentaba día y noche en cuestión de segundos. Sintió calor por primera vez desde que comenzó el viaje al sol. El Espectro permaneció enloquecedoramente encima y la fotosfera se encendía y se apagaba como una lámpara intermitente.

—Vale, déjalo —dijo deSilva.

La rotación se redujo. Jacob se tambaleó mientras se detenían del todo. Sintió como si una brisa fresca acariciara su cuerpo. Primero calor, luego escalofríos: ¿Voy a enfermar?

—Ganó —dijo deSilva—. Siempre gana, pero merecía la pena intentarlo. ¡Por una vez me gustaría intentarlo con el Láser Refrigerador funcionando! —Miró al alienígena de encima—. Me pregunto qué sucedería si se acercase a una fracción de la velocidad de la luz.

—¿Quiere decir que teníamos el refrigerador desconectado? —Ahora Jacob no pudo evitarlo. Se apoyó levemente en el tronco de Fangin.

—Claro —dijo la comandante—. No creerá que queremos freír a docenas de toroides y pastores inocentes, ¿verdad? Por eso estuvimos sumergidos un tiempo límite. ¡De lo contrario podríamos haber intentado alinearlo con los instrumentos del borde hasta que el infierno se congele!

Miró al Espectro.

Una vez más, la frase extraña. Jacob no estaba seguro de que la fascinación de la mujer se encontrara en sus cualidades más directas o en la forma que tenía de expresarse algunas veces. En cualquier caso, el calor abrumador y las siguientes brisas refrescantes quedaron explicadas. Habían permitido que el calor del sol se filtrara durante unos momentos.

Me alegro de que eso fuera todo, pensó.