12. GRAVEDAD

La Sala de Telemetrías, mantenida de modo automático, parecía pequeña. Apenas media docena de consolas en dos filas bajo una gran pantalla visora. Tras una barandilla, sobre un dosel, los invitados observaban cómo los operadores comprobaban cuidadosamente los datos grabados.

De vez en cuando alguno de los operadores se inclinaba hacia adelante y escrutaba algún detalle en la pantalla, con la vana esperanza de encontrar una pista de que la Nave Solar todavía existía allá abajo.

Helene deSilva se encontraba ante el par de consolas más cercanas al dosel.

La grabación de las últimas observaciones de Jeffrey aparecían en una pantalla.

EL VIAJE ES SUAVE COMO UNA SEDA EN MODO AUTOMÁTICO… TUVE QUE APAGAR EL FACTOR TIEMPO DE DIEZ DURANTE LA TURBULENCIA… ACABO DE COMER DENTRO DE VEINTE SEGUNDOS JA JA…

Jacob sonrió. Podía imaginar la diversión del pequeño chimpancé con el diferencial de tiempo.

AHORA HE PASADO EL PUNTO TAU UNO… LÍNEAS DE CAMPO CONVERGEN ARRIBA… LOS INSTRUMENTOS INDICAN QUE HAY UN REBAÑO, TAL COMO DIJO HELENE… CERCA DE UN CENTENAR… ME ACERCO…

Entonces sonó la voz simiesca de Jeffrey, gruñona y brusca.

—¡Chicos, esperad a que os hable de los árboles! ¡El primero a solas en el sol! ¡Muérete de envidia, Tarzán!

Uno de los controladores empezó a reírse, luego se interrumpió. El sonido acabó pareciéndose a un sollozo.

Jacob dio un respingo.

—¿Quiere decir que estaba solo allá abajo?

—¡Creía que lo sabía! —DeSilva parecía sorprendida—. Las inmersiones son casi automáticas hoy en día. Sólo un ordenador puede ajustar los campos de estasis con la suficiente rapidez para impedir que la turbulencia reduzca al pasajero a gelatina. Jeffrey… tenía dos: uno a bordo y también un láser remoto de la gran máquina que tenemos aquí en Mercurio. De todas formas, ¿qué puede hacer un hombre, además de añadir un toque acá o allá?

—¿Pero por qué añadir más riesgo?

—Fue idea del doctor Kepler —respondió ella, un poco a la defensiva—. Quería ver si eran sólo las pautas psi humanas las que hacían que los Espectros huyeran o hicieran gestos amenazantes.

—Nunca llegamos a esa parte en la reunión.

Ella se apartó un rizo dorado.

—Sí, bueno, en nuestros primeros encuentros con los magnetóvoros nunca vimos a ninguno de los pastores. Cuando lo hicimos, los observamos desde lejos para decidir su relación con las demás criaturas. Cuando por fin nos acercamos, al principio los pastores huyeron. Luego su conducta cambió radicalmente. Aunque la mayoría escapaba, uno o dos se acercaban trazando un arco a la nave, en el plano de la plataforma de instrumentos, y se quedaban al lado.

Jacob sacudió la cabeza.

—Creo que no comprendo…

DeSilva miró la consola más cercana, pero no había ningún cambio. Los únicos informes de la nave de Jeffrey eran datos solonómicos, informes de rutina sobre las condiciones solares.

—Bueno, Jacob, la nave es una cubierta plana dentro de una concha reflectante casi perfecta. Los Motores de Gravedad, los Generadores de Campos de Estasis y el Láser Refrigerador están todos en la esfera más pequeña que se encuentra en mitad de la cubierta. Los instrumentos de grabación se alinean en el borde de la cubierta en la parte del «fondo», y la gente ocupa la parte «superior», de forma que ambas ven sin problemas en cualquier dirección. ¡Pero no habíamos contado con que algo esquivara nuestras cámaras a propósito!

—Si el Espectro salía del campo de visión de sus instrumentos acercándose por arriba, ¿por qué no girar simplemente la nave? Tienen completo control gravitatorio.

—Lo intentamos. ¡Simplemente desaparecían! O peor, se quedaban encima por rápido que giráramos. ¡Sólo gravitan! Fue entonces cuando algunos miembros de la tripulación empezaron a ver formas antropomorfas de lo más raro.

De repente, la voz áspera de Jeffrey volvió a llenar la sala.

—¡Eh! ¡Hay todo un grupo de perros pastor dando vueltas alrededor de esos toroides! ¡Me acerco a saludarlos! ¡Lindos perritos!

Helene se encogió de hombros.

—Jeffrey siempre fue un escéptico. Nunca vio ninguna de las formas-en-el-techo y siempre llamaba a los pastores «perros pastor» porque no veía nada en su conducta que implicara inteligencia.

Jacob sonrió amargamente. La condescendencia del superchimpancé hacia la raza canina era uno de los aspectos más humorísticos de su obsesión participativa. Tal vez también diluía su sensibilidad sobre la relación especial del perro con los seres humanos, anterior a la suya propia. Muchos chimpancés tenían perros por mascotas.

—¿Llamaba toroides a los magnetóvoros?

—Sí, tienen forma de donuts grandes. Los habría visto en la reunión si no… nos hubieran interrumpido. —Ella sacudió la cabeza tristemente y miró al suelo.

Jacob se agitó, inquieto.

—Estoy seguro de que no hay nada que se pudiera haber hecho… —empezó a decir. Entonces se dio cuenta de que estaba haciendo el tonto. DeSilva asintió una sola vez y se volvió hacia la consola; se entretuvo con las lecturas técnicas, o fingió hacerlo.

Bubbacub yacía tendido sobre un cojín, a la izquierda, cerca de la barrera. Tenía un libro play-back en las manos y había estado leyendo, totalmente absorto, los extraños caracteres que aparecían de arriba abajo en la diminuta pantalla. El pil alzó la cabeza y prestó atención cuando sonó la voz de Jeffrey, y luego miró enigmáticamente a Pierre LaRoque.

Los ojos de LaRoque destellaron mientras grababa un «momento histórico». De vez en cuando hablaba con voz excitada al micrófono de su estenocámara prestada.

—Tres minutos —dijo deSilva con voz apagada.

Durante un minuto no sucedió nada. Entonces volvieron a aparecer en la pantalla las grandes letras.

¡LOS CHICOS GRANDES SE DIRIGEN HACIA MÍ PARA VARIAR! AL MENOS UNA PAREJA. ACABO DE CONECTAR LAS CÁMARAS… ¡EH! ¡ACABO DE SENTIR UNA SACUDIDA AQUÍ DENTRO! ¡TEMPO-COMPRESIÓN ATASCADA!

—¡Voy a interrumpir! —dijo de repente la voz profunda y ronca—. Subo rápido… ¡Más sacudidas! ¡«S» cayendo! ¡Los etés! Ellos…

Se produjo un breve estallido de estática, y luego el silencio seguido de un agudo siseo cuando el operador de la consola intentó sintonizar de nuevo. Luego, nada.

Durante un largo instante nadie dijo una palabra. Entonces uno de los operadores se levantó de su asiento.

—Implosión confirmada —dijo.

DeSilva asintió.

—Gracias. Por favor, preparen un sumario de los datos para transmitirlos a la Tierra.

Extrañamente, la emoción más fuerte que sintió Jacob fue de orgullo. Como miembro del personal del Centro de Elevación, había advertido que Jeffrey abandonó su teclado en los últimos momentos de su vida. En vez de retirarse ante el miedo, hizo un gesto difícil y orgulloso. El terrestre Jeffrey habló en voz alta.

Jacob quiso mencionárselo a alguien. Si alguno de los presentes era capaz de comprenderlo, era Fagin. Se acercó al kantén, pero Pierre LaRoque siseó bruscamente antes de que llegara a él.

—¡Idiotas! —El periodista miró alrededor con expresión de incredulidad—. ¡Y yo soy el idiota más grande de todos! ¡Tendría que haberme dado cuenta de lo peligroso que era enviar a un chimpancé sin compañía al sol!

La sala permaneció en silencio. Rostros sorprendidos se volvieron hacia LaRoque, quien agitó los brazos en un gesto expansivo.

—¿Es que no lo ven? ¿Están todos ciegos? Si los solarianos son nuestros antepasados, y de eso no puede haber duda, entonces se han tomado la molestia de evitarnos durante milenios. Pero tal vez algún distante afecto les ha impedido destruirnos hasta ahora.

»Han intentado advertirles a ustedes y a sus Naves Solares de formas que no pudieron ignorar, y sin embargo insistieron en inmiscuirse. ¿Cómo iban a reaccionar esos poderosos seres, pues, si son molestados por una raza pupilo de la raza que ellos abandonaron? ¿Qué esperaban que hicieran al ser invadidos por un mono?

Varios operarios se levantaron de sus asientos, airados. DeSilva tuvo que alzar la voz para aplacarlos. Se volvió hacia LaRoque, con una expresión de férreo control en sus rasgos.

—Señor, si desea expresar su interesante hipótesis por escrito, con un mínimo de inventiva, el personal se sentirá feliz de considerarla.

—Pero…

—¡Y eso será suficiente por ahora! ¡Ya tendremos tiempo de sobra para hablar de ello más tarde!

—No, no tenemos tiempo en absoluto.

Todos se volvieron. La doctora Martine se encontraba al fondo de la Galería, en el pasillo.

—Creo que debemos discutirlo ahora mismo —dijo.

—¿Se encuentra bien el doctor Kepler? —preguntó Jacob.

Ella asintió.

—Vengo de su habitación. Conseguí sacarlo de su shock y ahora está durmiendo. Pero antes de quedarse dormido insistió en que se hiciera otra inmersión ahora mismo.

—¿Ahora mismo? ¿Por qué? ¿No deberíamos esperar a saber con seguridad lo que sucedió con la nave de Jeffrey?

—¡Ya sabemos lo que le sucedió a la nave de Jeff! —respondió ella bruscamente—. ¡Al entrar he oído lo que ha dicho el señor LaRoque, y no me gusta la forma en que han recibido su idea! ¡Están tan orgullosos y seguros de sí mismos que no saben escuchar una idea interesante!

—¿Quiere decir que realmente piensa que los Espectros son nuestros Tutores Ancestrales? —DeSilva mostró su incredulidad.

—Tal vez sí, y tal vez no. ¡Pero el resto de su explicación tiene sentido! Después de todo, antes de esto, ¿hicieron los solarianos algo más que amenazar? Y ahora de repente se vuelven violentos. ¿Por qué?

¿Podría ser que no sintieran remordimientos por matar a un miembro de una especie tan inmadura como la de Jeff?

Martine sacudió la cabeza tristemente.

—¿Saben una cosa? ¡Es sólo cuestión de tiempo que los humanos se den cuenta de cuánto van a tener que adaptarse! El hecho es que las demás razas que respiran oxígeno se someten a un sistema de estatus… un orden vertical basado en la veteranía, fuerza y parentesco. A muchos de ustedes no les parece agradable. ¡Pero es así como son las cosas! Y si no queremos que nos suceda como a las razas no-europeas del siglo XIX, tendremos que aprender la forma en que les gusta ser tratadas a las especies más fuertes.

Jacob frunció el ceño.

—Está diciendo que si muere un chimpancé, y los seres humanos son amenazados o despreciados, entonces…

—Entonces tal vez los solarianos no quieren relacionarse con niños y animales… —Uno de los operadores dio un puñetazo a su consola. Una mirada de deSilva lo tranquilizó—. Pero podrían estar dispuestos a hablar con una delegación de miembros de especies más viejas y experimentadas. Después de todo, ¿cómo podemos saberlo si no lo intentamos?

—Culla nos ha acompañado en la mayoría de nuestras inmersiones —murmuró el operador—. Y es un embajador experimentado.

—Con todo el respeto debido a Pring Culla. —Martine se inclinó levemente hacia el alto alienígena—. Es miembro de una raza muy joven. Casi tanto como la nuestra. Está claro que los solarianos no consideran que sea más digno de su atención que nosotros.

»No, propongo que nos aprovechemos de la presencia sin precedentes aquí en Mercurio de dos miembros de razas antiguas y honorables. Deberíamos pedir humildemente a Pil Bubbacub y a Kant Fagin que se unan a nosotros, allá en el Sol, en un último intento por entablar contacto.

Bubbacub se levantó lentamente. Miró alrededor de forma deliberada, consciente de que Fagin esperaba que hablara primero.

—Si los seres humanos dicen que me necesitan en el sol, entonces, a pesar de los visibles peligros de las pri-mi-tivas Naves Sola-res, me siento in-clinado a a-ceptar.

Regresó con complacencia a sus cojines.

Fagin se agitó.

—También yo me siento complacido —dijo—. De hecho, haría cualquier trabajo para ganarme el pasaje en una nave semejante. No puedo imaginar qué ayuda podría ofrecer. Pero iré contento.

—¡Pues yo me opongo, maldita sea! —gritó deSilva—. Me niego a aceptar las implicaciones políticas de llevar a Pil Bubbacub y Kant Fagin, sobre todo después del accidente. Habla usted de buenas relaciones con las razas alienígenas, doctora Martine, ¿pero puede imaginar lo que sucedería si murieran allá abajo en una nave terrestre?

—¡Oh, tonterías! —dijo Martine—. Si alguien puede manejar las cosas para que ninguna culpa recaiga sobre la Tierra, son precisamente estos sofontes. Después de todo, la galaxia es un lugar peligroso. Estoy segura de que podrían dejar testamentos o algo parecido.

—En mi caso, estos documentos ya están grabados —dijo Fagin.

También Bubbacub declaró su magnánima disposición para arriesgar la vida en una nave primitiva, absolviendo a todos de cualquier responsabilidad. El pil se volvió cuando LaRoque empezó a darle las gracias. Incluso Martine pidió al hombre que se callara.

DeSilva miró a Jacob, que se encogió de hombros.

—Bueno, tenemos tiempo. Demos tiempo a la tripulación para comprobar los datos de la inmersión de Jeff, y que el doctor Kepler se recupere. Mientras tanto, podemos referir a la Tierra esta idea en busca de sugerencias.

Martine suspiró.

—Ojalá fuera tan simple, pero no lo han pensado bien. Piensen que si intentamos hacer las paces con los solarianos, deberíamos regresar al mismo grupo que fue ofendido por la visita de Jeff.

—Bueno, no estoy segura de que eso sea necesario, pero no suena mal.

—¿Y cómo planea encontrar al mismo grupo allí, en la atmósfera solar?

—Supongo que tendrían que regresar a la misma región activa, donde están pastando los rebaños… Oh, ya veo lo que quiere decir.

—Seguro que sí —sonrió—. No hay ninguna «solografía» permanente para hacer ningún mapa. ¡Las regiones activas y las manchas solares se desvanecen en cuestión de semanas! El sol no tiene superficie per se, sólo diferentes niveles y densidades de gas. Incluso el ecuador rota más rápido que las demás latitudes ¿Cómo van a encontrar el mismo grupo si no parten ahora mismo, antes de que el daño causado por la visita de Jeff se extienda por toda la estrella?

Jacob se volvió hacia deSilva, aturdido.

—¿Cree que podría tener razón, Helene?

Ella puso los ojos en blanco.

—¿Quién sabe? Tal vez. Es algo a tener en cuenta. Pero lo que sí sé es que no vamos a hacer nada hasta que el doctor Kepler esté recuperado y pueda oírnos.

La doctora Martine frunció el ceño.

—¡Ya se lo he dicho antes! ¡Dwayne estuvo de acuerdo en que había que enviar otra expedición inmediatamente!

—¡Y yo esperaré a oírselo en persona! —respondió deSilva, acalorada.

—Bien, aquí estoy, Helene.

Dwayne Kepler se encontraba en la puerta, apoyado contra el quicio. Junto a él, agarrándolo por el brazo, el médico jefe Laird. Los dos miraron a la doctora Martine.

—¡Dwayne! ¿Qué está haciendo levantado? ¿Quiere sufrir un infarto? —Martine avanzó hacia él, furiosa y preocupada, pero Kepler le hizo un gesto para que no se moviera.

—Me encuentro bien, Millie. Acabo de adulterar la receta que me dio, eso es todo. En dosis menores es igual de útil, y sé que no pretendía nada malo. ¡Pero no me servía de nada quedarme fuera de combate de esa forma!

Kepler se echó a reír débilmente.

—En cualquier caso, me alegro de no haber estado demasiado drogado para oír su brillante discurso. Lo escuché casi todo desde la puerta.

Martine se ruborizó.

Jacob se sintió aliviado al comprobar que Kepler no mencionaba su participación en aquello. Después de aterrizar y trabajar en el laboratorio, pareció una pérdida de tiempo no seguir adelante y analizar las muestras de los medicamentos de Kepler que había robado a bordo de la Bradbury.

Por fortuna, nadie había preguntado de dónde había sacado las muestras. Aunque cuando consultó al cirujano de la base le dijo que algunas de las dosis parecían un poco elevadas, todas las drogas, excepto una, resultaron ser normales para el tratamiento de estados maníacos suaves.

La droga desconocida todavía rondaba por la mente de Jacob: un misterio más que resolver. ¿Qué tipo de problema físico requería grandes dosis de un poderoso anticoagulante? El doctor Laird se irritó. ¿Por qué Martine había prescrito Warfarin?

—¿Está seguro de que se encuentra bien? —preguntó deSilva.

Ayudó al médico a guiarle hasta una silla.

—Me encuentro bien —respondió Kepler—. Además, hay cosas que no pueden esperar.

»Primero, no estoy tan convencido de la teoría de Millie según la cual los Espectros saludarán a Pil Bubbacub o a Kant Fagin con más entusiasmo del que nos han mostrado a los demás. ¡Pero sí sé que no voy a aceptar ninguna responsabilidad por llevarlos a una inmersión! El motivo es que si murieran no sería a manos de los solarianos… sino por culpa de los seres humanos. Tendría que haber otra inmersión ahora mismo, sin nuestros distinguidos amigos extraterrestres, desde luego… y debería marchar inmediatamente hacia la misma región, como sugirió Millie.

DeSilva sacudió la cabeza con énfasis.

—¡No estoy de acuerdo, señor! O bien los Espectros mataron a Jeff, o algo le pasó a su nave. Y creo que fue lo segundo, por mucho que odie admitirlo… Tendríamos que comprobarlo todo antes de…

—Oh, no hay ninguna duda de que fue la nave —interrumpió Kepler—. Los Espectros no mataron a nadie.

—¿Cómo dice? —gritó LaRoque—. ¿Está ciego? ¿Cómo puede negar lo evidente?

—Dwayne —dijo Martine suavemente—. Ahora está demasiado cansado para pensar en esto.

Kepler la apartó.

—Discúlpeme, doctor Kepler —dijo Jacob—. ¿No mencionó algo sobre el peligro procedente de los seres humanos? La comandante deSilva probablemente piensa que se refería a que un error en la preparación de la nave de Jeff causó su muerte. ¿Está hablando de otra cosa?

—Sólo quiero saber una cosa —dijo Kepler lentamente—. ¿Mostró la telemetría que la nave de Jeff fue destruida por un colapso de su campo de estasis?

El operador de la consola que había hablado antes dio un paso al frente.

—Bueno… sí, señor. ¿Cómo lo sabía?

—No lo sabía. —Kepler sonrió—. Pero lo había supuesto, después de pensar en un sabotaje.

—¿Qué? —gritaron casi al unísono Martine, deSilva y LaRoque.

Y de repente Jacob lo vio.

—¿Quiere decir durante la visita…? —se volvió a mirar a LaRoque. Martine siguió su mirada y boqueó.

LaRoque dio un paso atrás, como si lo hubieran golpeado.

—¡Está loco! —gritó—. ¡Y usted también! —Señaló a Kepler con un dedo—. ¿Cómo pude sabotear los motores cuando me encontré mareado todo el tiempo que estuve en ese sitio de locos?

—Mire, LaRoque —dijo Jacob—. No he dicho nada, y estoy seguro de que el doctor Kepler tan sólo está especulando. —Miró dubitativo a Kepler.

Éste sacudió la cabeza.

—Estoy hablando en serio. LaRoque pasó una hora junto al Generador de Gravedad de Jeff, sin nadie cerca. Comprobamos el Generador de Gravedad en busca de algún daño que pudiera haber sido causado por alguien que usara las manos desnudas, y no encontramos nada. No se me ocurrió hasta después de comprobar la cámara del señor LaRoque.

»¡Entonces descubrí que uno de sus aparatitos es un pequeño aturdidor sónico! —Sacó la grabadora de uno de sus bolsillos—. ¡Fue así como se dio el beso de Judas!

LaRoque se ruborizó.

—El aturdidor es un aparato de defensa normal en los periodistas. Incluso lo había olvidado. ¡Y nunca podría haber dañado a una máquina tan grande!

»¡Todo esto no tiene sentido! ¡Este lunático arcaico-religioso y terra-chauvinista que casi ha destruido toda oportunidad de encontrarnos con nuestros Tutores como amigos, se atreve a acusarme de un crimen para el que no hay ningún motivo! ¡Asesinó a ese pobre mono, y desea echar la culpa a otro!

—Cállese, LaRoque —dijo deSilva. Se volvió hacia Kepler—. ¿Es consciente de lo que dice, señor? Un ciudadano no podría cometer un asesinato simplemente porque no le gusta un individuo. Sólo una Personalidad Condicional podría matar sin causa. ¿Se le ocurre alguna razón por la que el señor LaRoque pudiera haber hecho algo tan drástico?

—No lo sé. —Kepler se encogió de hombros. Miró a LaRoque—. Un ciudadano que tiene justificaciones para matar sigue sintiendo remordimientos después. No parece que el señor LaRoque lamente nada, así que o bien es inocente, o es un buen actor… ¡o quizá después de todo es un Condicional!

—¡En el espacio! —gritó Martine—. Eso es imposible, Dwayne. Y lo sabe. Todos los espaciopuertos están repletos de receptores-C. ¡Y todas las naves están también equipadas con detectores! ¡Debería pedir disculpas al señor LaRoque!

Kepler hizo una mueca.

—¿Disculpas? LaRoque mintió sobre su «mareo» en el bucle gravitatorio. Envié un masergama a la Tierra. Quería que su periódico me enviara un dosier sobre él. Se alegraron mucho de complacerme.

»¡Parece que el señor LaRoque es un astronauta entrenado! ¡Fue separado del servicio por “razones médicas”… una frase que se utiliza a menudo cuando los test-C de una persona llegan a niveles condicionales y se ve obligado a renunciar a un trabajo sensible!

»Eso tal vez no demuestre nada, pero significa que LaRoque tenía demasiada experiencia con las naves espaciales como para “asustarse de muerte” en el bucle de gravedad de Jeffrey. Ojalá lo hubiera sabido a tiempo para avisar a Jeff.

LaRoque protestó y Martine puso objeciones, pero Jacob se dio cuenta de que las opiniones en la sala se volvían contra ellos. DeSilva miró a LaRoque con un frío salvajismo que sorprendió un poco a Jacob.

—Espere un momento. —Alzó una mano—. ¿Por qué no comprobamos si hay aquí en Mercurio algún condicional sin transmisor? Sugiero que todos enviemos a la Tierra nuestras pautas retinales para comprobarlas. Si el señor LaRoque no está catalogado como condicional, entonces el doctor Kepler tendrá que demostrar por qué un ciudadano pudo pensar que tenía motivos para matar.

—¡Muy bien, pues hagámoslo ahora, por el amor de Kukulkán! —chilló LaRoque—. ¡Pero únicamente con la condición de que no sea yo solo!

Por primera vez, Kepler empezó a parecer inseguro. En su beneficio, deSilva ordenó que toda la base quedara reducida a la gravedad de Mercurio. El Centro de Control respondió que la conversión tardaría unos cinco minutos. La comandante anunció por el intercomunicador que los visitantes y los miembros de la base pasarían por las pruebas de identificación, y luego se marchó para supervisar los preparativos.

El personal presente en la Sala de Telemetría empezó a dirigirse hacia los ascensores. LaRoque se mantuvo cerca de Kepler y Martine, como para demostrar su ansiedad por rebatir los cargos en su contra, la barbilla alzada en una expresión de martirio.

Los tres, junto con Jacob y dos miembros del personal, esperaban uno de los ascensores cuando sucedió el cambio de gravedad. Pareció que el suelo empezaba a hundirse de repente.

Todos estaban acostumbrados a los cambios de gravedad: muchas partes de la Base Hermes no tenían la gravedad terrestre. Pero normalmente la transición era a través de una compuerta de estasis controlada, algo que no era más agradable que esto, pero que la familiaridad hacía menos desconcertante. Jacob deglutió con dificultad, y uno de los miembros del personal se tambaleó ligeramente.

Con un súbito movimiento violento, LaRoque se lanzó hacia la cámara que Kepler tenía en la mano. Martine abrió la boca y Kepler gruñó, sorprendido. El miembro del personal recibió un puñetazo en la cara al intentar agarrar a LaRoque, que giró como un acróbata y empezó a correr pasillo abajo, alzando su cámara recuperada. Jacob y el otro operario le dieron caza, instintivamente.

Jacob sintió un destello de dolor en el hombro. Algo en su mente habló mientras esquivaba otro rayo aturdidor. «Vale —dijo—. Éste es mi trabajo. Ahora yo me hago cargo.

Se encontraba de pie en un pasillo, esperando. Había sido divertido, pero ahora era un auténtico infierno. El pasillo se oscureció durante un instante. Él abrió la boca y extendió la mano para afianzarse a la áspera pared mientras su visión se aclaraba.

Estaba solo en un corredor de servicio, con el hombro dolorido y los restos de una profunda y casi complaciente sensación de satisfacción que se disipaba como un sueño. Miró cuidadosamente a su alrededor, y luego suspiró.

—De modo que te hiciste cargo y pensaste que podías arreglártelas sin mí, ¿eh? —gruñó. El hombro le tintineaba como si acabara de despertar.

Jacob no tenía ni idea de cómo su otra mitad se había liberado, ni por qué había intentado encargarse de las cosas sin la ayuda de la personalidad principal. Pero debió encontrarse con problemas para renunciar ahora.

Una sensación de resentimiento respondió a aquella idea. El señor Hyde era muy sensible en lo referente a sus limitaciones, pero por fin se produjo la capitulación.

¿Eso es todo? Regresaron los recuerdos completos de los últimos diez minutos. Se echó a reír. Su yo amoral se había visto enfrentado a una barrera infranqueable.

Pierre LaRoque se hallaba en una habitación al fondo del pasillo.

Entre el caos que siguió a su captura de la cámara-aturdidor, sólo Jacob pudo seguirlo, y egoístamente había recabado la tarea para sí.

Había jugado al gato y el ratón, dejándole pensar que había eludido toda persecución. Una vez incluso esquivó a un pelotón de personal de la base que se acercó demasiado.

Ahora LaRoque se estaba poniendo un traje espacial en un vestuario situado a unos veinte metros de una escotilla. Llevaba cinco minutos allí dentro y tardaría al menos otros diez en terminar. Ésa era la barrera infranqueable. El señor Hyde no podía esperar. Sólo era un conjunto de impulsos, no una personalidad, y Jacob tenía toda la paciencia del mundo. Lo había planeado así.

Jacob reprimió su disgusto, pero no sin sentir un retortijón. No hacía mucho que aquel impulso había sido una parte diaria de él. Podía comprender el dolor que la espera causaba a la pequeña personalidad artificial que demandaba gratificación instantánea.

Pasaron los minutos. Jacob observó el suelo en silencio. Incluso en su plena consciencia empezó a sentirse impaciente. Hizo falta un serio esfuerzo para mantener la mano apartada del pomo de la puerta.

El pomo empezó a girar. Jacob dio un paso atrás, con las manos a los costados.

La burbuja vidriosa de un casco asomó en la abertura cuando se abrió la puerta. LaRoque miró a la izquierda y luego a la derecha. Siseó al ver a Jacob. La puerta se abrió del todo y el hombre avanzó con una barra de material plástico en la mano.

Jacob alzó una mano.

—¡Alto, LaRoque! Quiero hablar con usted. De todas formas no puede marcharse.

—No quiero lastimarle, Demwa. ¡Corra! —La voz de LaRoque resonaba nerviosa en el altavoz que llevaba en el pecho. Blandió amenazante la barra de plástico.

Jacob sacudió la cabeza.

—Lo siento. Estropeé la compuerta del pasillo antes de esperarle aquí. Tendrá que hacer un largo paseo con ese traje espacial antes de encontrar la siguiente.

La cara de LaRoque reflejó el impacto.

—¿Por qué? ¡No he hecho nada! ¡Sobre todo a usted!

—Ya lo veremos. Mientras tanto, hablemos. No hay mucho tiempo.

—¡Hablaré! —gritó LaRoque—. ¡Hablaré con esto! —Avanzó blandiendo la barra.

Jacob adoptó una pose defensiva e intentó alzar ambas manos para agarrar a LaRoque por la muñeca. Pero se había olvidado del hombro aturdido. Su mano izquierda aleteó débilmente, a mitad de camino de su posición asignada. La derecha se disparó para bloquear la barra, y en cambio recibió un golpe. Desesperado, se lanzó hacia adelante y encogió la cabeza mientras la barra silbaba apenas unos centímetros por encima.

El movimiento, al menos, fue perfecto. La gravedad inferior le sirvió de ayuda cuando se alzó y se giró sin esfuerzo, agachándose. Pero su mano derecha estaba ahora entumecida, mientras automáticamente ignoraba el dolor de una fea magulladura. Dentro de su traje, LaRoque giró con más facilidad de lo que Jacob esperaba. ¿Qué había dicho Kepler sobre la experiencia de astronauta de LaRoque? No había tiempo.

Aquí viene otra vez.

La barra bajó con un peligroso arco. LaRoque la sujetaba con las dos manos, como si fuera un palo de kendo: era fácil de bloquear, pero para eso le harían falta las manos. Jacob se agachó y dio un cabezazo a LaRoque en el vientre. Siguió empujando hasta que los dos chocaron contra la pared del corredor. LaRoque dejó escapar un gemido y soltó la barra.

Jacob la alejó de una patada y se echó atrás.

—¡Basta, LaRoque! —jadeó—. Sólo quería hablar con usted… Nadie tiene suficientes pruebas para acusarle de nada, ¿por qué huir entonces? Por otra parte, no hay ningún sitio al que ir.

LaRoque sacudió tristemente la cabeza.

—Lo siento, Demwa. —El acento afectado había desaparecido por completo. Se abalanzó hacia adelante, con los brazos extendidos.

Jacob saltó hacia atrás hasta la distancia adecuada, contando despacio. A la cuenta de cinco, cerró los ojos. Por un instante, Jacob Demwa quedó completo. Se agachó y trazó una geodésica en su mente desde la punta de su zapato a la barbilla de su oponente. El pie siguió al arco con un chasquido que pareció extenderse durante minutos. El impacto fue suave como el cuero.

LaRoque se alzó en el aire. En su plenitud, Jacob Demwa observó a la figura enfundada en el traje espacial volar hacia atrás, a cámara lenta. Le imitó y entonces pareció que era él quien se ponía horizontal en el aire y luego cayó todo avergonzado y dolorido hasta que el duro suelo golpeó su espalda a través de la mochila.

Entonces el trance terminó y vio que estaba aflojando el casco de LaRoque. Se lo quitó y ayudó al periodista a apoyarse contra la pared.

LaRoque lloraba en voz baja.

Jacob advirtió un paquete unido a la cintura de LaRoque. Cortó la atadura y empezó a desenvolverlo, apartando las manos del periodista cuando éste se resistió.

—Bien —Jacob hizo una mueca—. No intentó utilizar el aturdidor conmigo porque la cámara era demasiado valiosa. ¿Por qué? Tal vez lo averigüemos si la ponemos en marcha.

Se incorporó y ayudó al otro hombre a ponerse en pie.

—Vamos, LaRoque. Tenemos que detenernos donde haya una máquina lectora. A menos que tenga algo que decir primero.

LaRoque sacudió la cabeza. Siguió mansamente a Jacob, que le cogía del brazo.

En el corredor principal, cuando Jacob estaba a punto de entrar en el laboratorio fotográfico, fueron localizados por un pelotón mandado por Dwayne Kepler. Incluso con la gravedad reducida, el científico se apoyaba en el brazo de un enfermero.

—¡Ajá! ¡Lo capturó! ¡Magnífico! ¡Esto demuestra todo lo que dije! ¡Huía de un justo castigo! ¡Es un asesino!

—Ya lo veremos —dijo Jacob—. Lo único que demuestra esta aventura es que se asustó. Incluso un ciudadano puede comportarse de forma violenta cuando se deja llevar por el pánico. Lo que me gustaría es saber dónde pensaba que iba. ¡Ahí fuera no hay más que roca fundida! Tal vez debería hacer que algunos hombres salieran e investigaran la zona alrededor de la base, para asegurarnos.

Kepler se echó a reír.

—No creo que fuera a ninguna parte. Los condicionales nunca saben adónde van. Actúan por instinto básico. Simplemente quería salir de un sitio cerrado, como un animal acosado.

El rostro de LaRoque permaneció inexpresivo. Pero Jacob sintió que su brazo se tensaba cuando mencionó la búsqueda en la superficie, y luego se relajaba cuando Kepler descartó la idea.

—Entonces renuncia a la idea de un asesinato adulto —le dijo Jacob a Kepler mientras se giraban hacia el ascensor. Kepler caminaba lentamente.

—¿Con qué motivo? ¡El pobre Jeff jamás hizo daño a una mosca! ¡Era un chimpancé decente y temeroso de Dios! ¡Además, ningún ciudadano ha cometido un asesinato en el Sistema desde hace diez años! ¡Son tan comunes como los meteoritos de oro!

Jacob tenía sus dudas al respecto. Las estadísticas eran especialmente un comentario sobre los métodos policiales. Pero guardó silencio.

Al llegar a los ascensores, Kepler habló brevemente por un comunicador de pared. Varios hombres llegaron casi de inmediato para hacerse cargo de LaRoque.

—Por cierto, ¿encontró la cámara? —preguntó Kepler.

Jacob vaciló. Por un momento pensó en esconderla y fingir más tarde que la había descubierto.

Ma camera á votre onde! —gritó LaRoque. Alargó una mano en busca del bolsillo de Jacob. Los guardias lo contuvieron. Otro se adelantó y extendió la mano. Jacob le entregó el aparato de mala gana.

—¿Qué ha dicho? —preguntó Kepler—. ¿Qué idioma era ése?

Jacob se encogió de hombros. Llegó un ascensor del que salió más gente, entre la que figuraba Martine y deSilva.

—Fue sólo un insulto —dijo—. No creo que le caigan bien sus antepasados.

Kepler se echó a reír.