Las formas ocres, con aspecto de rizos retorcidos y boas emplumadas, flotaban en un fondo rosado y neblinoso, como suspendidas por hilos invisibles. La hilera de oscuros arcos retorcidos —cada uno una cuerda encrespada de tentáculos gaseosos— se perdía en la distancia. Cada arco aparecía más lejano, empequeñecido por la perspectiva, hasta que el último se difuminaba en el arremolinado miasma rojo.
A Jacob le resultó difícil concentrarse en un solo detalle de la imagen holográfica grabada. Los oscuros filamentos y corrientes que componían la topografía visible de la cromosfera central resultaban engañosos en su forma y textura.
El filamento más cercano casi llenaba la esquina superior izquierda del tanque. Hilos encrespados de un gas más oscuro se arremolinaban en torno a un campo magnético casi invisible que se arqueaba sobre una mancha solar casi a mil kilómetros por debajo.
Muy por encima del lugar donde la mayor parte de la producción de energía del sol escapaba al espacio en forma de luz, un observador podía distinguir los detalles durante miles de kilómetros. Incluso así, era difícil acostumbrarse a la idea de que el campo magnético que ahora contemplaba Jacob tenía aproximadamente el tamaño de Noruega.
Apenas una filigrana en una cadena que se arqueaba durante doscientos mil kilómetros por encima de un grupo de manchas solares, más abajo.
Y éste era una minucia comparado con muchos otros que habían visto.
Un arco se había extendido un cuarto de millón de kilómetros de un extremo a otro. La imagen había sido grabada varios meses atrás, en una región activa que ya había desaparecido, y la nave que la había grabado mantuvo la distancia. La razón quedó clara cuando la cima del gigantesco arco retorcido estalló en la forma del más terrible de los eventos solares, una llamarada.
La llamarada era hermosa y terrible, un maelstrom ardiente de brillo representando un cortocircuito eléctrico de incomprensible magnitud. Ni siquiera una Nave Solar habría sobrevivido a la súbita liberación de neutrones cargados de energía de las reacciones nucleares provocadas por la llamarada, partículas inmunes a los campos electromagnéticos de la nave, demasiados neutrones para repelerlos usando compresión temporal. El jefe del Proyecto Navegante Solar recalcó que, por ese motivo, las llamaradas eran normalmente predecibles y evitables.
Jacob habría encontrado la afirmación más tranquilizadora sin el adverbio «normalmente».
Por lo demás, la reunión había sido rutinaria ya que Kepler repasó rápidamente algunos fundamentos de física solar. Jacob había aprendido más sobre el tema en sus estudios anteriores a bordo de la Bradbury, pero tuvo que admitir que las proyecciones de las inmersiones en la cromosfera resultaron fantásticas ayudas visuales. Si resultaba difícil comprender el tamaño de las cosas que veía, Jacob no podía echar la culpa a nadie más que a sí mismo.
Kepler había esbozado brevemente la dinámica básica del interior del sol, la estrella real, de la que la cromosfera no era más que una fina piel.
En el profundo núcleo, el peso inimaginable de la masa del sol provoca reacciones nucleares, produciendo calor y presión e impidiendo que la gigantesca bola de plasma se contraiga bajo su propia tensión gravitacional. La presión mantiene el cuerpo «inflado».
La energía desprendida por los fuegos del núcleo se abre paso lentamente hacia afuera, unas veces en forma de luz, y otras como un intercambio del material caliente de abajo por el material más frío de arriba. Por radiación, la energía alcanza la gruesa capa conocida por «fotosfera» (la esfera de luz), donde finalmente encuentra la libertad y se marcha para siempre al espacio.
La materia del interior de una estrella es tan densa que un súbito cataclismo en el interior tardaría millones de años en notarse en el cambio de la cantidad de luz que irradia la superficie. Pero el sol no se acaba en la fotosfera: la densidad de la materia cae lentamente por su peso. Si se incluyen los iones y electrones que fluyen eternamente al espacio con el viento solar (para producir las auroras en la Tierra, y para dar forma a las colas de plasma de las cometas), podría decirse que el sol no tiene frontera real. En efecto, se extiende para tocar las demás estrellas.
El halo de la corona riela alrededor del borde de la luna cuando hay un eclipse de sol. Los tentáculos que parecen tan suaves en una placa fotográfica están compuestos de electrones calentados a millones de grados, pero son difusos, casi tan finos (e inofensivos para las Naves Solares) como el viento solar. Entre la fotosfera y la corona se encuentra la cromosfera, (la esfera de color), el lugar donde el viejo sol hace las alteraciones finales a su espectáculo de luz, donde coloca su firma espectral en la luz que ven los terrestres.
Aquí la temperatura se reduce súbitamente al mínimo, tan sólo unos pocos miles de grados. El pulso de las células fotosféricas envía ondas de gravitación hacia la cromosfera, tocando sutilmente las cuerdas del espacio-tiempo a lo largo de millones de kilómetros, y las partículas cargadas, en la cresta de las ondas de Alfven, son barridas hacia arriba por un poderosos viento. Éstos eran los dominios del Navegante Solar. En la cromosfera, los campos magnéticos del sol juegan al escondite, y los componentes químicos simples arden efímeramente. Si se eligen las bandas adecuadas, puede verse a distancias tremendas. Y hay mucho que ver.
Kepler estaba ahora en su elemento. En la habitación a oscuras su pelo y su bigote brillaban rojizos con la luz que desprendía el tanque.
Su voz sonaba confiada mientras usaba un fino punzón para señalar a su público rasgos de la cromosfera.
Explicó la historia del ciclo de las manchas solares, el ritmo alternativo de alta y baja actividad magnética que cambia la polaridad cada once años. Los campos magnéticos «brotan» del sol para formar complicados bucles en la cromosfera, bucles que a veces pueden ser seguidos mirando las pautas de los filamentos oscuros con luz de hidrógeno.
Los filamentos se retorcían alrededor de las líneas de campo y brillaban con complejas corrientes eléctricas inducidas. De cerca parecían menos emplumadas de lo que Jacob había supuesto al principio. Brillantes franjas de color rojo oscuro se retorcían unas sobre otras a lo largo del arco, a veces girando en complicadas pautas hasta que algunos nudos se tensaban y escupían brillantes gotas como la grasa caliente de un filete.
Era hermoso y aturdidor, aunque el rojo monocromo acabó por lastimar los ojos de Jacob. Apartó la mirada del tanque y descansó contemplando la pared de la sala.
Los dos días transcurridos desde que Jeffrey se despidió y se marchó con su nave al sol habían sido para Jacob una mezcla de placer y frustración. Ciertamente, había estado ocupado.
El día anterior había visto las minas de Mercurio. A Jacob le sorprendió la belleza de los grandes pliegues que cubrían grandes cavernas huecas al norte de la base con suaves cortezas irisadas de metal puro, y contempló con asombro las máquinas empequeñecidas y los hombres que comían a sus flancos. Siempre recordaría la sorpresa que sintió, tanto por la hermosura del gigantesco campo de material fundido y petrificado, como por la temeridad de los diminutos hombres que se atrevían a molestarla en busca de su tesoro.
También le resultó divertida la tarde que pasó en compañía de Helene deSilva. En su apartamento, ella compartió con Jacob una botella de coñac alienígena cuyo valor él no se atrevió a calcular.
En pocas horas llegó a apreciar a la comandante de la Base por su ingenio y sus variados intereses, así como por su encanto a la hora de flirtear, arcaico y agradable. Intercambiaron historias de relativo interés, dejando por mutuo acuerdo lo mejor para el final. Jacob la deleitó hablándole de su trabajo con Makakai, explicándole cómo persuadía a la joven delfín, usando hipnosis, sobornos (dejándola jugar con «juguetes» como las ballenas mecánicas), y amor, para concentrarse en la clase de pensamiento abstracto que usaban los humanos en vez del (o además del) Sueño cetáceo.
Describió cómo el sueño-ballena, a su vez, estaba siendo comprendido lentamente: usando filosofías de los indios hopi y los aborígenes australianos para ayudar a traducir esa visión del mundo completamente extraña y convertirla en algo vagamente accesible a la mente humana.
Helene deSilva tenía una forma de escuchar que estimulaba a hablar a Jacob. Cuando terminó su historia, ella irradiaba satisfacción, y le correspondió con un relato de una estrella oscura que casi le puso los pelos de punta.
Helene hablaba de la Calypso como si fuera madre, hija y amante al mismo tiempo. La nave y su tripulación habían sido su mundo durante sólo tres años, en tiempo subjetivo, pero al regresar a la Tierra se convirtieron en un enlace con el pasado. De los que dejó en la Tierra, en su primer viaje al espacio, sólo los más jóvenes vivían para ver el regreso de la Calypso. Y ahora eran viejos.
Cuando se le ofreció un puesto interino en el Proyecto Navegante Solar, ella aprovechó la oportunidad. Aunque la aventura científica de la expedición solar y la de adquirir experiencia práctica eran posiblemente razones suficientes, a Jacob le pareció notar otro motivo tras su elección.
Aunque había intentado no demostrarlo, Helene desaprobaba ambos extremos de conducta por los que eran famosos los astronautas a su regreso: aislamiento total o hedonismo estentóreo.
Había un núcleo de… «timidez» —era la única palabra para describirlo— que fluía a la vez de la personalidad exterior abierta y competente y de la mujer interior, risueña y juguetona. Jacob ansiaba descubrir más sobre ella durante su estancia en Mercurio.
Pero la cena quedó pospuesta. El doctor Kepler había propuesto un banquete formal y, como suele suceder en esos casos, Jacob tuvo poco en qué pensar durante toda la velada, ya que todo el mundo se mostraba atento y adulador.
Pero la mayor frustración vino del propio Navegante Solar.
Jacob trató de interrogar a deSilva, Culla, y tal vez a una docena de ingenieros de la base, pero todas las veces recibió la misma respuesta.
—Por supuesto, señor Demwa, ¿pero no sería mejor hablar sobre eso después de la presentación del doctor Kepler? Las cosas quedarían entonces mucho más claras.
Todo aquello era muy sospechoso.
La pila de documentos de la Biblioteca todavía esperaba en su habitación. Los leía durante una hora, en estado de consciencia normal.
Mientras los repasaba, fragmentos aislados le resultaban familiares.
… no se comprende por qué los pring son binoculares, ya que ninguna otra forma de vida indígena de su planeta tiene más de un ojo. Se supone que esas y otras diferencias son el resultado de manipulación genética llevada a cabo por los colonizadores pila. Aunque los pila son reacios a contestar preguntas que no sean las oficiales planteadas por el Instituto, admiten haber alterado a los pring a partir de un animal arbóreo braquial para convertirlo en un sofonte capaz de caminar y servir en sus granjas y ciudades.
La única pieza dental de los pring tiene su origen en su estado anterior como rumiantes arborícolas. Evolucionó como método para roer la rica corteza de los árboles de su planeta; esa corteza hacía las veces de la fruta como órgano de difusión de esporas fertilizadoras para muchas de las plantas de Pring…
¡De modo que ésa era la historia tras la extraña dentadura de Culla! Saber su propósito creaba, de algún modo, una imagen mental menos repugnante de los dientes del pring. El hecho de que su función fuera vegetariana resultaba tranquilizador.
Fue interesante advertir, mientras releía el artículo, el buen trabajo que había hecho la Sucursal de la Biblioteca con este informe. El original había sido escrito a cientos de años luz de la Tierra, y mucho antes del Contacto. Las máquinas semánticas de la Sucursal de La Paz estaban aprendiendo a traducir palabras y significados alienígenas a frases en inglés con sentido, aunque, por supuesto, algo debió perderse en la traducción.
El hecho de que el Instituto de las Bibliotecas hubiera sido obligado a pedir ayuda humana para programar aquellas máquinas, después de los primeros desastrosos intentos poco después del Contacto, era una fuente de satisfacción. Usadas como traductoras para especies cuyos lenguajes derivaban todos de la misma Tradición general, los extraterrestres se sintieron anonadados por la «ligera e imprecisa» estructura de todos los lenguajes humanos.
Habían gemido (o trinado o aleteado o rugido) de desesperación ante el grado de desorden, sublime y contextualmente discursivo, en que había caído el inglés en particular. Habrían preferido el latín, y más aún el indoeuropeo de finales del Neolítico, con su estructura altamente organizada de declinaciones y casos. Los humanos se negaron obstinadamente a cambiar su lingua franca en beneficio de la Biblioteca (aunque tanto los pieles como los camisas empezaron a estudiar indoeuropeo por diversión, cada uno por sus propias razones), y en cambio enviaron a sus mejores expertos a ayudar a que los serviciales alienígenas se ajustaran.
Los pring sirven en las ciudades y granjas de casi todos los planetas Pil, a excepción del planeta natal, Pila. El sol de Pila, una enana F3, es al parecer demasiado brillante para esta generación de pring elevados (el sol de Pring es F7). Ésta es la razón que dan los pila para continuar con la investigación genética sobre el sistema visual pring, mucho después de que su licencia de Elevación haya expirado…
…sólo se ha permitido a los pring colonizar mundos tipo A, carentes de vida y que requieran terraformación, pero libres de restricciones de uso por los Institutos de Tradición y Migración. Tras haber asumido el liderazgo en varias jihads, al parecer los pila no desean tener pupilos que puedan avergonzarlos al tratar de mala forma a un mundo vivo y antiguo…
Los datos sobre la raza de Culla abarcaban volúmenes de la Civilización Galáctica. Era fascinante, pero la manipulación que implicaba hizo que Jacob se sintiera incómodo. Inexplicablemente, se sintió responsable.
Fue en esta etapa de relectura cuando llegó la convocatoria para la largamente esperada charla con el doctor Kepler.
Jacob estaba ahora sentado en la sala, y se preguntaba cuándo iría al grano el científico. ¿Qué eran los magnetóvoros? ¿Y a qué se refería la gente cuando mencionaba a un «segundo tipo» de solarianos que jugaban al escondite con las Naves Solares y hacían a las tripulaciones gestos amenazantes con formas antropomórficas?
Jacob volvió a mirar el holo-tanque.
El filamento escogido por Kepler había crecido para abarcar el tanque entero y luego se expandió hasta que el espectador se sentía visualmente inmenso en aquella masa fiera y deslumbrante. Los detalles se hicieron más claros: amasijos retorcidos que implicaban una tensión de las líneas del campo magnético, rizos que iban y venían como vapor mientras el movimiento soltaba los gases calientes dentro y fuera de la banda visible de la cámara, y grupos de brillantes puntitos que danzaban en el borde distante de la visión.
Kepler seguía con su monólogo, a veces demasiado técnico para Jacob, pero siempre empleando metáforas simples. Su voz se había vuelto firme y confiada, y era evidente que disfrutaba ofreciendo el espectáculo.
—Al principio se pensó que eran los habituales puntos calientes comprimidos —dijo—. Hasta que les echamos un segundo vistazo.
»Entonces descubrimos que todo el espectro era diferente.
Kepler usó un control en la base de su punzón para ofrecer un zoom del centro del subfilamento.
—Recordarán que los puntos calientes que vimos antes parecían todavía rojos, aunque de un tono muy brillante. Es porque los filtros de la nave, cuando se tomaron estas imágenes, estaban sintonizados sólo para dejar entrar una banda espectral muy estrecha, centrada en el hidrógeno alfa. Pueden ver, incluso ahora, la cosa que provocó nuestro interés.
Sí que la veo, pensó Jacob.
Los puntos luminosos eran de un verde brillante.
Se agitaban como párpados y tenían el color de esmeraldas.
—Hay un par de bandas de verde y azul que aparecen menos eficientes que la mayoría, gracias al filtro. Pero la línea alfa normalmente las borra por completo con la distancia. Además, este verde no es ni siquiera una de esas bandas.
»Pueden imaginar nuestra consternación; naturalmente. Ninguna fuente de luz termal podría haber enviado ese color a través de estas pantallas. Para atravesarlas, la luz de estos objetos tendría que ser no sólo increíblemente brillante sino también totalmente monocromática, con una temperatura de brillo de millones de grados.
Jacob se enderezó, interesado por fin en la charla.
—En otras palabras —continuó Kepler—. Tienen que ser láseres.
—Hay muchos modos de que se produzca de forma natural una acción láser en una estrella —dijo Kepler—. Pero nadie la había visto antes en nuestro sol, así que nos dispusimos a investigar. Y lo que descubrimos fue la forma de vida más increíble que nadie podría imaginar.
El científico manipuló el control de su indicador y el campo de visión empezó a cambiar.
Un suave trino sonó en la primera fila del público. Helene deSilva atendió un teléfono. Habló en voz baja por el aparato.
Kepler se concentró en su demostración. Lentamente, los puntos brillantes crecieron en el tanque hasta que se convirtieron en diminutos anillos de luz, demasiados aún para poder distinguir detalles.
De repente Jacob pudo apreciar el murmullo de la voz de deSilva mientras hablaba por teléfono.
Incluso Kepler se detuvo y esperó mientras ella preguntaba en voz baja a la persona al otro lado de la línea.
Colgó entonces el teléfono, con el rostro petrificado en una máscara de férreo control. Jacob la vio levantarse y acercarse hacia Kepler, que retorcía nervioso el indicador en sus manos. La mujer se inclinó levemente para susurrarle algo al oído, y los ojos del director del proyecto Navegante Solar se cerraron. Cuando volvieron a abrirse, su expresión era totalmente vacía.
De repente todo el mundo empezó a hablar a la vez. Culla abandonó su asiento en la primera fila para unirse a deSilva. Jacob sintió el paso del aire cuando la doctora Martine corrió por el pasillo para situarse al lado de Kepler.
Jacob se puso en pie y se volvió hacia Fagin, que se encontraba en el pasillo.
—Fagin, voy a averiguar qué es lo que pasa. Espera aquí.
—No será necesario —trinó filosóficamente el kantén.
—¿Qué quieres decir?
—Pude oír lo que le dijeron a la comandante humana Helene deSilva por teléfono, Amigo-Jacob. No es una buena noticia.
Jacob gritó para sus adentros. ¡Siempre impasible, maldita planta larguirucha! ¡Naturalmente que no es una buena noticia!
—¿Entonces qué demonios está sucediendo? —preguntó.
—Lo lamento sinceramente, Amigo-Jacob. ¡Parece que la Nave Solar del chimpancé-científico Jeffrey ha sido destruida en la cromosfera de vuestro sol!