Jacob observó al grupo al pie de la rampa. Culla y Jeffrey, cada uno a su modo, hablaban ansiosamente con Fagin. Un grupito del personal de la base se había congregado cerca, tal vez para escapar a las insistentes preguntas de LaRoque.
Desde el altercado, el hombre no paraba de recorrer la Caverna, lanzando preguntas a los trabajadores y quejándose a quienes no lo eran. Durante algún tiempo su ira por haberse visto privado de su cámara fue enorme, y sólo declinó lentamente hasta un estado que Jacob consideraba cercano a la apoplejía.
—No estoy seguro de por qué se la quité —le dijo Jacob a Kepler, sacándola del bolsillo. La estilizada cámara negra tenía un puñado de botoncitos y teclas. Parecía la herramienta perfecta de un periodista, compacta, flexible y sin duda muy cara.
Se la tendió a Kepler.
—Pensé que estaba buscando un arma.
Kepler se guardó la cámara en el bolsillo.
—Lo comprobaremos de todas formas, por si acaso. Mientras tanto, me gustaría darle las gracias por la manera en que se hizo cargo de las cosas.
Jacob se encogió de hombros.
—No hay de qué. Lamento haberme interpuesto en su autoridad.
Kepler se echó a reír.
—¡Pues me alegro de que lo hiciera! ¡Seguro que yo no habría sabido qué hacer!
Jacob sonrió, pero todavía se sentía preocupado.
—¿Qué va a hacer ahora?
—Bueno, voy a inspeccionar el sistema T.C. de Jeff, para asegurarme de que no pasa nada, aunque estoy seguro de ello. Si LaRoque hubiera hurgado en la máquina, ¿qué podría hacer? Los circuitos necesitan herramientas especiales. Él no tenía ninguna.
—Pero el panel estaba suelto cuando llegamos al arco de gravedad.
—Sí, pero tal vez LaRoque sólo sentía curiosidad. De hecho, no me sorprendería demasiado si descubriera que Jeff aflojó la placa para tener una excusa y así pelearse con él.
El científico se echó a reír.
—No se sorprenda tanto. Los niños siempre serán niños. Y sabe que incluso el chimpancé más avanzado oscila entre la pedantería extrema y el vandalismo de un colegial.
Jacob sabía que eso era cierto, pero siguió preguntándose por qué la actitud de Kepler era generosa hacia LaRoque, a quien indudablemente despreciaba. ¿Tan ansioso estaba de tener buena prensa?
Kepler volvió a darle las gracias y se marchó, recogiendo a Culla y Jeffrey en su camino de vuelta a la entrada de la Nave Solar. Jacob encontró un sitio donde no estorbar y se sentó sobre una de las cajas de embalaje.
Sacó un puñado de papeles del bolsillo interior de su chaqueta.
Habían llegado masergramas de la Tierra para muchos de los pasajeros de la Bradbury. Jacob se esforzó por no echarse a reír cuando captó la mirada recelosa que intercambiaron Bubbacub y Millie Martine cuando el pil fue a recoger su propio mensaje codificado.
Durante el desayuno, ella se sentó entre Bubbacub y LaRoque, intentando mediar entre la embarazosa xenofilia del terrestre y la recelosa tirantez del Representante de la Biblioteca. Parecía ansiosa por tender un puente entre ambos. Pero cuando llegaron los mensajes, LaRoque se quedó solo y Bubbacub y ella corrieron escaleras arriba.
Probablemente eso no había servido para mejorar el estado de ánimo del periodista.
Al terminar el desayuno, Jacob pensó en visitar el Laboratorio Médico, pero en cambio decidió recoger sus propios masergramas. De vuelta a sus habitaciones, vio que el material de la Biblioteca tenía un palmo de altura. Lo colocó sobre la mesa antes de sumergirse en un trance de lectura.
Era una técnica para absorber un montón de información en poco tiempo. Había resultado útil muchas veces en el pasado, y el único inconveniente era que interrumpía las facultades críticas. La información se almacenaba, pero el material tenía que ser leído de nuevo para que todo fuera recordado.
Cuando se recuperó, el material se hallaba amontonado a su izquierda. Estaba seguro de que lo había leído todo. Los datos que había absorbido se encontraban al borde de la consciencia, fragmentos aislados que saltaban caprichosamente a la mente sueltos y sin conectarse a un conjunto. Durante una semana como mínimo volvería a aprender, con una sensación de dejá vu, cosas leídas durante el trance. Si no quería permanecer mucho tiempo desorientado, sería mejor que empezara a hojear el material cuanto antes.
Ahora, sentado en la caja de plástico en la Caverna de las Naves Solares, Jacob examinó el puñado de papeles que había traído consigo.
Los fragmentos dispersos de información le parecieron familiares.
… la raza kisa, recién liberada de su contrato con los soro, descubrió el planeta Pila poco después de la reciente migración de la cultura galáctica a este sector. Había señales de que el planeta había sido ocupado por otra especie viajera doscientos millones de años antes. Se verificó en los Archivos Galácticos que antaño Pila había sido residencia, durante seiscientos milenios, de la especie mellin (ver listado; Mellin extinta). El planeta Pila, tras haber sido abandonado durante un período mayor del requerido, fue estudiado y registrado rutinariamente como colonia kis, clase C (ocupación temporal, no más de tres millones de años, con un impacto mínimo sobre la biosfera contemporánea). En Pila, los kisa encontraron una especie presofonte cuyo nombre se toma del planeta de su origen…
Jacob trató de imaginar a la raza pil tal como había sido antes de la llegada de los kisa y el principio de su elevación. Cazadores recolectores primitivos, sin duda. ¿Serían lo mismo hoy, después de medio millón de años, si los kisa no hubieran llegado jamás? ¿O habrían evolucionado, como aún sostenían algunos antropólogos de la Tierra, hasta una especie diferente de cultura inteligente, sin la influencia de sus tutores?
La críptica referencia a la extinta especie «mellin» le permitió advertir la escala temporal cubierta por la antigua civilización de los galácticos y su increíble Biblioteca. ¡Doscientos millones de años! En esa época remota el planeta Pila había sido dominado por una especie viajera, que había vivido allí durante seis mil siglos mientras los antepasados de Bubbacub no eran más que insignificantes animales en sus madrigueras.
Presumiblemente, los mellin cumplieron con su misión y tenían una Sucursal de la biblioteca propia. Ofrecieron sus respetos (tal vez más de palabra que de hecho) a la raza tutora que los había elevado mucho antes de que colonizaran Pila, y tal vez ellos, a cambio, elevaron a alguna especie prominente que encontraron al llegar… primos biológicos de la especie de Bubbacub, que ahora también podían estar extinguidos.
De repente, cobraron sentido para Jacob las extrañas Leyes Galácticas de Residencia y Migración. Obligaban a las especies a considerar sus planetas como hogares temporales, a que los dominaran en favor de las razas futuras cuya forma actual pudiera ser pequeña y estúpida. No era extraño que muchos de los galácticos fruncieran el ceño ante el récord de la humanidad en la Tierra. Sólo la influencia de los timbrimi y otras razas amistosas habían permitido a la humanidad conservar sus tres colonias en Cygnus contra el fanático e inamovible Instituto de Migración. Y había sido una suerte que la Vesarius regresara con suficientes advertencias a los seres humanos para que enterraran las pruebas de algunos de sus crímenes. Jacob era uno de los escasos cien mil seres humanos que sabía lo que era un manatí, o un perezoso, o un orangután.
Esas víctimas del hombre tal vez se habrían convertido algún día en especies pensantes que él, más que nadie, estaba en disposición de apreciar, y lamentar. Jacob pensó en Makakai, en las ballenas, y en lo cerca que habían estado de no poder ser salvadas.
Cogió los papeles y siguió leyendo. Reconoció otro fragmento.
Estaba referido a la especie de Culla.
…colonizada por una expedición de Pila. (Los pila, tras haber amenazado a sus tutores kisa con una apelación de jihad a los soro, habían sido liberados de su contrato). Después de recibir su licencia para el planeta Pring, los pila se encargaron de su ocupación cumpliendo a rajatabla las condiciones de impacto mínimo de su contrato. Desde la llegada de los pila a Pring, los inspectores del Instituto de Migración han observado que los pila han llevado a cabo más que las salvaguardas normales para proteger a las especies indígenas cuyo potencial preinteligente parecía realista. Entre las especies en peligro de extinción bajo el establecimiento de la colonia estaban los antepasados genéticos de la raza pring, cuyo nombre de especie es también el del planeta de su origen…
Jacob tomó nota mentalmente para ampliar sus conocimientos de las jihads de los pila, una raza agresiva y conservadora en la política galáctica. Cabe suponer que jihads o «guerras santas» eran el último recurso usado para reforzar la tradición entre las razas de la galaxia.
Los Institutos servían a la tradición, pero dejaban su cumplimiento a la opinión de la mayoría, o del más fuerte.
Jacob estaba seguro de que las referencias de la Biblioteca estarían llenas de guerras santas justificadas, con unos cuantos casos «lamentables» de especies que usaban la tradición como excusa para librar guerras por poder o por odio.
La historia la escriben normalmente los vencedores.
Jacob se preguntó bajo qué penalidades habían conseguido los pila su libertad del contrato con los kisa. Se preguntó también qué aspecto tendría un kisa.
Jacob se sobresaltó cuando sonó un fuerte timbre que retumbó por toda la Caverna. El sonido se repitió tres veces más, rebotando en las paredes de piedra, obligándole a ponerse en pie.
Todos los obreros soltaron sus herramientas y se volvieron para contemplar las ciclópeas piedras que conducían, a través de compuertas y túneles, a la superficie del planeta.
Las puertas se abrieron lentamente, con un suave ruido. Al principio sólo pudo verse negrura en la rendija. Entonces algo grande y brillante apareció en el otro lado, forzando la separación como un cachorrillo que empuja impaciente con la nariz para apresurar la abertura y entrar en la casa.
Era otra brillante burbuja de espejos, como la que acababan de visitar, sólo que más grande. Flotaba sobre el suelo del túnel como si careciera de sustancia. La nave gravitaba levemente en el aire y, cuando el camino quedó libre, entró en el hangar como impulsada por una brisa exterior. Reflejos de las paredes, la maquinaria y las personas nadaron sobre sus brillantes costados.
Mientras la nave se aproximaba, emitía un leve zumbido y un sonido chascante. Los trabajadores se congregaron en la cercana plataforma colgante.
Culla y Jeffrey pasaron junto a Jacob. El chimpancé le dirigió una sonrisa y le hizo señas para que los acompañase. Jacob se dispuso a hacerlo, tras doblar los papeles y guardárselos en el bolsillo. Buscó a Kepler. El jefe del Navegante Solar debía de encontrarse a bordo de la nave de Jeffrey, terminando la inspección, porque no estaba a la vista.
La nave chascó y siseó mientras maniobraba sobre su nido, y luego empezó a descender lentamente. Resultaba difícil creer que no brillaba con luz propia, porque su superficie de espejos resplandecía. Jacob se colocó al lado de Fagin, al borde de la multitud. Juntos contemplaron cómo la nave se detenía.
—Pareces sumido en tus pensamientos —trinó Fagin—. Por favor, perdona la intrusión, pero considero que es lógico inquirir informalmente sobre su naturaleza.
Jacob estaba lo bastante cerca de Fagin para detectar un leve olor, algo parecido al orégano. El follaje del alienígena se agitó suavemente.
—Supongo que pensaba dónde acaba de estar esta nave —respondió—. Intentaba imaginar cómo debe ser allá abajo. Yo… no puedo.
—No te sientas frustrado, Jacob. Siento un asombro similar, y soy incapaz de comprender lo que los terrestres habéis conseguido aquí. Espero mi primer descenso con humilde expectación.
Y así me avergüenzas otra vez, bastardo verde, pensó Jacob.
Todavía estoy intentando buscar un medio para no tener que ir a una de esas locas inmersiones. ¡Y tú alardeas de estar ansioso por hacerlo!
—No quiero llamarte mentiroso, Fagin, pero creo que te estás mostrando demasiado diplomático al decir que te impresiona este proyecto. La tecnología, para los niveles galácticos, es pura edad de piedra. ¡Y no puedes decirme que nadie se ha zambullido en una estrella antes! Ha habido sofontes desperdigados por toda la galaxia durante casi mil millones de años. ¡Todo lo que merece la pena hacerse ha sido hecho al menos un trillón de veces!
Había una vaga amargura en su voz. Le sorprendió la fuerza de sus propios sentimientos.
—Sin duda eso es bastante cierto, Amigo-Jacob. No pretendo que el proyecto Navegante Solar sea único. Sólo es único en mi experiencia. Las razas inteligentes con las que he contactado antes se han contentado con estudiar sus soles desde lejos y con comparar los resultados con los datos de la Biblioteca. Para mí, esto es una aventura en su forma más pura.
Un trozo rectangular de la Nave Solar empezó a deslizarse hacia abajo, para formar una rampa hasta el borde de la plataforma colgante.
Jacob frunció el ceño.
—¡Pero antes han tenido que haber inmersiones tripuladas! Es lógico intentarlo en un momento u otro si se demuestra que es posible. No puedo creer que nosotros seamos los primeros.
—No cabe duda, desde luego —dijo Fagin lentamente—. Si no lo ha hecho nadie más, sin duda lo hicieron los Progenitores, porque se dice que ellos lo hicieron todo antes de marcharse. Pero se han hecho tantas cosas, por tantos pueblos, que es difícil saberlo con certeza.
Jacob meditó sobre esto en silencio.
Mientras la sección de la Nave Solar se acercaba a la rampa, Kepler se aproximó sonriente a Jacob y Fagin.
—¡Ah! Están aquí. Excitante, ¿verdad? ¡Todo el mundo está aquí!
Siempre pasa lo mismo cuando alguien vuelve del sol, aunque sea una corta inmersión de exploración como ésta.
—Sí —dijo Jacob—. Es muy excitante. Si tiene un momento, hay algo que me gustaría preguntarle, doctor Kepler. Me gustaría saber si ha pedido a la Sucursal de la Biblioteca en La Paz alguna referencia sobre sus Espectros Solares. Seguramente alguien más habrá encontrado un fenómeno similar, y estoy convencido de que sería de gran ayuda tener…
Su voz se apagó al ver cómo se desvanecía la sonrisa de Kepler.
—Ésa fue la razón por la que nos asignaron a Culla en primer lugar, señor Demwa. Esto iba a ser un proyecto prototipo para ver hasta qué punto podíamos mezclar la investigación independiente con la ayuda limitada de la Biblioteca. El plan funcionó bien durante la construcción de las naves. Tengo que confesar que la tecnología galáctica es sorprendente. Pero desde entonces la Biblioteca no nos ha servido de mucha ayuda. Es muy complicado. Esperaba tocar el tema mañana, después de darle información completa, pero verá…
Un fuerte aplauso sonó cuando la multitud se abalanzó hacia adelante. Kepler sonrió, resignado.
—¡Más tarde! —gritó.
En lo alto de la plataforma, tres hombres y dos mujeres saludaban a la multitud. Una de las mujeres, alta y esbelta, con el pelo rubio cortado al cepillo, sonrió al ver a Kepler. Empezó a bajar, seguida por el resto de la tripulación.
Al parecer era la comandante de la Base Hermes, de quien Jacob había oído hablar de vez en cuando durante los dos últimos días. Uno de los médicos de la fiesta del día anterior por la noche había dicho que era la mejor comandante que había tenido jamás la avanzadilla de la Confederación en Mercurio. Una mujer más joven interrumpió al veterano comentando que también era una zorra. Jacob supuso que la med-tec se refería a la habilidad mental de la comandante.
Sin embargo, mientras contemplaba cómo la mujer bajaba la rampa (no parecía más que una muchacha), advirtió que la observación podía tener además otro significado complementario.
La multitud le dejó paso y la mujer se acercó al jefe de Navegante Solar, con la mano extendida.
—¡Allí están, en efecto! —dijo—. Bajamos a tau punto dos, en la primera región activa, y allí estaban. ¡Estuvimos a ochocientos metros de uno! Jeff no tendrá ningún problema. ¡Era el rebaño más grande de magnetóvoros que he visto en mi vida!
Jacob descubrió que su voz era grave y melodiosa. Confiada. Sin embargo, su acento resultaba difícil de identificar. Su pronunciación parecía extraña, anticuada.
—¡Maravilloso, maravilloso! —asintió Kepler—. Donde hay ovejas, tiene que haber pastores.
La cogió por el brazo y la hizo volverse para presentarle a Fagin y Jacob.
—Sofontes, ésta es Helene deSilva, comandante de la Confederación en Mercurio, y mi mano derecha. No podría hacer nada sin ella. Helene, te presento al señor Jacob Álvarez Demwa, el caballero del que te hablé por máser. Ya conociste al kantén Fagin hace unos meses en la Tierra. Tengo entendido que habéis intercambiado unos cuantos masergramas desde entonces.
Kepler tocó el brazo de la joven.
—Helene, ahora me urge ocuparme de unos mensajes de la Tierra. Ya los he retrasado demasiado para estar aquí para tu llegada, así que me voy a tener que marchar. ¿Estás segura de que todo ha salido bien y de que la tripulación está descansada?
—Seguro, doctor Kepler, todo ha ido bien. Dormimos en el viaje de regreso. Me reuniré aquí con usted cuando sea la hora de despedir a Jeff.
El jefe del proyecto se despidió de Jacob y Fagin y asintió cortante a LaRoque, que estaba lo bastante cerca para oír pero no lo suficiente para ser educado. Kepler se marchó en dirección a los ascensores.
Helene deSilva tenía una respetuosa forma de inclinarse ante Fagin que era más cálida de lo que mucha gente podía soportar.
Rebosaba de alegría al ver de nuevo al E.T., y lo expresó en voz alta también.
—Y éste es el señor Demwa —dijo, mientras estrechaba la mano de Jacob—. Kant Fagin me ha hablado de usted. Es usted el intrépido joven que se zambulló en la Aguja de Ecuador para salvarla. Es una historia que me gustaría oír de labios del propio héroe.
Jacob se alarmaba siempre que mencionaban la Aguja. Ocultó el sobresalto con una risa.
—¡Créame, ese salto no fue hecho a propósito! ¡Preferiría subir a uno de sus cohetes solares antes que volver a hacerlo!
La mujer se echó a reír, pero al mismo tiempo le miró con extrañeza, con una expresión apreciativa que agradó a Jacob, aunque le confundía. Sintió que le faltaban las palabras.
—Bueno, de todas formas es un poco extraño que me llame «intrépido joven» alguien tan joven como usted. Debe ser muy competente para que le hayan ofrecido el puesto de comandante antes de que le salgan las arrugas típicas de la preocupación.
DeSilva volvió a reírse.
—¡Qué galante! Muy amable por su parte, señor, pero la verdad es que tengo el equivalente a sesenta y cinco años de arrugas de preocupación invisibles. Fui oficial auxiliar a bordo de la Calypso. Tal vez recuerde que volvimos al sistema hace un par de años. ¡Tengo más de noventa años!
—¡Oh!
Los astronautas eran una raza muy especial. No importaba cuál fuera su edad subjetiva, podían continuar con su trabajo cuando volvían a casa… si elegían seguir trabajando, claro.
—Bueno, en ese caso debo tratarla con el respeto que se merece, abuelita.
DeSilva dio un paso atrás y ladeó la cabeza. Le miró con los ojos entornados.
—¡No se pase! He trabajado duro para convertirme en una mujer —además de oficial y caballero— como para querer pasar de ser un yogurcito directamente al asilo de ancianos. Si el primer varón atractivo que llega en meses y no está bajo mis órdenes empieza a considerarme inabordable, puede que me decida a cargarlo de cadenas.
La mitad de las referencias de la mujer eran indescifrablemente arcaicas (¿qué demonios quería decir con aquello de «yogurcito»?), pero de algún modo el significado estaba claro. Jacob sonrió y alzó las manos con gesto de rendición. Helene deSilva le recordaba a Tania. La comparación era vaga. Sintió un temblor por respuesta, también vago y difícil de identificar. Pero merecía la pena seguirlo.
Jacob descartó la imagen. Basura filosófico-emocional. En eso era muy bueno cuando se lo permitía. La verdad pura y simple era que la comandante de la base era una mujer enormemente atractiva.
—Muy bien —dijo—. Y maldito el primero que diga «¡Basta!».
DeSilva se echó a reír. Lo cogió suavemente por el brazo y se volvió hacia Fagin.
—Vengan, quiero que los dos conozcan a la tripulación. Luego estaremos ocupados preparando la partida de Jeffrey. Es terrible con las despedidas. Incluso en una inmersión corta como ésta siempre lloriquea y abraza a todos los que se quedan, como si no fuera a volver a verlos.