8. REFLEJO

Jacob dejó que su mente divagara mientras LaRoque se lanzaba a una de sus exposiciones. En cualquier caso, el hombrecito estaba ahora más interesado en impresionar a Fagin que en derrotar verbalmente a Jacob. Éste se preguntó si sería pecaminoso sentir lástima del extraterrestre por tener que escuchar.

Los tres viajaban en un pequeño vehículo que atravesaba los túneles hacia arriba, hacia abajo y lateralmente. Dos de las raíces-tentáculos de Fagin se agarraban a un bajo raíl que corría a unos pocos centímetros del suelo. Los dos humanos se agarraban a otro que circundaba la parte superior del coche.

Jacob escuchaba a medias. LaRoque continuaba con el tema que había iniciado a bordo de la Bradbury: que los Tutores perdidos de la Tierra, aquellos seres míticos que supuestamente iniciaron la Elevación del hombre hacía miles de años y luego dejaron el trabajo a medio terminar, estaban de algún modo asociados con el sol. LaRoque pensaba que los Espectros Solares podrían ser esa raza.

—Y luego están todas las referencias en las religiones de la tierra. ¡En casi todas el sol es considerado algo sagrado! ¡Es una de las tendencias comunes a todas las culturas!

LaRoque abrió los brazos, como pretendiendo abarcar la magnitud de sus ideas.

—Tiene mucho sentido —dijo—. También explicaría por qué es tan difícil para la Biblioteca localizar a nuestros antepasados. Seguramente las razas de tipo solar se conocen de antes. Por eso esta «investigación» es tan estúpida. Pero naturalmente son raras y nadie ha pensado todavía en suministrar a la Biblioteca esta correlación, que sin duda resolvería dos problemas a la vez.

El problema era que la idea resultaba muy difícil de refutar. Jacob suspiró para sus adentros. Naturalmente que muchas civilizaciones primitivas terrestres habían tenido cultos solares. ¡El Sol era una clara fuente de calor, luz y vida, algo con poderes milagrosos! Tenía que ser una etapa común en los pueblos primitivos proyectarse y ver propiedades animadas en su estrella.

Y ése era el problema. La galaxia tenía pocos «pueblos primitivos» para compararlos con la experiencia humana; principalmente animales, cazadores-recolectores pre-inteligentes (o tipos análogos), y razas inteligentes plenamente elevadas. Casi nunca aparecía un caso intermedio como el hombre, al parecer abandonado por su tutor sin tener el entrenamiento para hacer funcionar su nueva sapiencia.

En casos tan raros se sabía que las nuevas mentes escapaban de su nicho ecológico. Inventaban extrañas burlas de la ciencia, raras reglas de causa y efecto, supersticiones y mitos. Sin la mano de un tutor que les guiase, esas razas «salvajes» apenas duraban. La actual notoriedad de la humanidad se debía en parte a su supervivencia.

La propia carencia de otras especies con experiencias similares para compararla, hacía que las generalizaciones fueran fáciles de formular y difíciles de refutar. Ya que no había otros ejemplos de toda una raza en la adoración al sol que conociera la pequeña Sucursal de La Paz, LaRoque podía mantener que esas tradiciones de la humanidad recordaban que la Elevación nunca fue terminada.

Jacob prestó atención un momento por si LaRoque decía algo nuevo. Pero luego dejó que su mente divagara.

Habían pasado dos largos días desde el aterrizaje. Jacob había tenido que acostumbrarse a viajar de zonas de la base donde había gravedad a otras donde prevalecía el débil tirón de Mercurio. Le presentaron a muchos miembros del personal de la base, nombres que olvidó de inmediato en su mayoría. Luego Kepler asignó a alguien para que le llevara a sus habitaciones.

El médico jefe de la Base Hermes resultó ser un fanático de la Elevación de los Delfines. Se alegró de examinar las medicinas de Kepler, expresando sus dudas de que había demasiadas. Después insistió en celebrar una fiesta donde parecía que todos los miembros del departamento médico querían hacer preguntas sobre Makakai.

Entre brindis, claro. De todas formas, tampoco fueron demasiadas preguntas.

La mente de Jacob se movió un poco más despacio mientras el coche se detenía y las puertas se abrían para mostrar la enorme caverna subterránea donde se guardaban y atendían las Naves Solares.

Entonces, por un instante, pareció que el espacio mismo perdía su forma, y, peor aún, que todo el mundo tenía un doble.

La pared opuesta de la Caverna parecía hincharse hacia afuera, hasta una bombilla redonda situada sólo a unos pocos metros de distancia, directamente frente a él. Allí se encontraba un kantén de dos metros y medio de altura, un humano pequeño de rostro arrebolado, y un hombre alto, fornido y de tez oscura, que se quedó mirando a Jacob con una de las expresiones más estúpidas que había visto jamás.

De pronto Jacob se dio cuenta de que estaba contemplando el casco de una Nave Solar, el espejo más perfecto del sistema solar. El hombre sorprendido que tenía enfrente, con una clara resaca, era su propio reflejo.

La nave esférica de veinte metros era un espejo tan bueno que resultaba difícil definir su forma. Sólo advirtiendo la brusca discontinuidad del borde y la forma en que las imágenes reflejadas se arqueaban pudo enfocar sus ojos sobre algo que podía ser interpretado como un objeto real.

—Muy bonita —admitió LaRoque a regañadientes—. Hermoso cristal, valiente y confundido. —Alzó su pequeña cámara y la movió de izquierda a derecha.

—Impresionante —añadió Fagin.

Sí, pensó Jacob. Y grande como una casa también.

Por grande que fuera la nave, la Caverna la hacía parecer insignificante. El techo rocoso formaba una cúpula en las alturas, desapareciendo en una bruma de condensación. Se encontraban en un lugar estrecho, pero que se extendía hacia la derecha durante al menos un kilómetro, antes de curvarse y perderse de vista.

Subieron a una plataforma que los puso a la altura del ecuador de la nave, por encima de la planta de trabajo del hangar. Había un pequeño grupo debajo, empequeñecido por la esfera plateada.

A doscientos metros a la izquierda se encontraban las enormes puertas de vacío, que tenían unos ciento cincuenta metros de anchura.

Jacob supuso que eran parte de la compuerta que conducía, a través de un túnel, a la poco amistosa superficie de Mercurio, donde las gigantescas naves interplanetarias, como la Bradbury, descansaban en grandes cavernas naturales.

Una rampa conducía de la plataforma al suelo de la caverna. Al fondo, Kepler hablaba con tres hombres ataviados con monos. Culla no se encontraba muy lejos. Su compañero era un chimpancé bien vestido que usaba monóculo y estaba subido a una silla para estar a la par con los ojos del extraterrestre.

El chimpancé saltaba flexionando las rodillas y hacía temblar la silla. Golpeó furiosamente un instrumento que tenía en el pecho. El diplomático pring lo observaba con una expresión que Jacob había aprendido a identificar como de amistoso respeto. Pero había algo más en la pose de Culla que le sorprendió… una indolencia, una flojedad en su postura ante el chimpancé que nunca había visto cuando el E.T. hablaba con un kantén, un cintiano, y especialmente con un pil.

Kepler saludó primero a Fagin y luego se volvió hacia Jacob.

—Me alegro de que haya venido, señor Demwa. —Kepler le estrechó la mano con una firmeza que sorprendió a Jacob, y luego llamó al chimpancé que tenía al lado.

—Éste es el doctor Jeffrey, el primero de su especie en ser miembro de pleno derecho de un equipo de investigación espacial, y un trabajador magnífico. Visitaremos su nave.

Jeffrey saludó con la mueca característica de la especie de superchimpancés. Dos siglos de ingeniería genética habían propiciado cambios en el cráneo y el arco pelviano, cambios modelados según la estructura humana, ya que era la más fácil de duplicar. Parecía un hombrecillo marrón muy peludo con brazos largos y dientes saltones.

Cuando Jacob le estrechó la mano se hizo evidente otra huella del trabajo de la ingeniería. El pulgar móvil del chimpancé apretó con fuerza, como para recordar a Jacob que estaba allí, la Marca del hombre.

Igual que Bubbacub llevaba su vodor, Jeffrey llevaba un aparato con teclas negras horizontales a derecha e izquierda. En el centro había una pantalla en blanco de unos veinte centímetros por diez.

El superchimpancé se inclinó, y sus dedos revolotearon sobre las teclas. En la pantalla aparecieron unas letras brillantes.

ME ALEGRO DE CONOCERLE. EL DOCTOR KEPLER ME HA DICHO QUE ES USTED UNO DE LOS CHICOS BUENOS.

Jacob se echó a reír.

—Bueno, muchas gracias, Jeff. Intento serlo, aunque todavía no sé qué van a pedirme.

Jeffrey dejó escapar la familiar risa estridente de los chimpancés.

Luego habló por primera vez.

—¡Lo dessscrubrirá pronto!

Casi fue un graznido, pero Jacob se sorprendió. Para esta generación de superchimpancés, hablar era tan difícil que casi resultaba doloroso, pero las palabras de Jeff sonaron muy claras.

—El doctor Jeffrey llevará esta Nave Solar, la más nueva, a una inmersión poco después de que terminemos nuestra visita —dijo Kepler—. En cuanto la comandante deSilva regrese de su misión de reconocimiento en nuestra otra nave.

»Lamento que la comandante no estuviera aquí para recibirnos cuando llegamos en la Bradbury. Y ahora parece que Jeff estará ausente cuando celebremos nuestras reuniones. Pero cuando acabemos mañana por la tarde traerá su primer informe, lo cual añadirá un toque dramático.

Kepler empezó a volverse hacia la nave.

—¿Me he olvidado de presentar a alguien? Jeff, sé que ya conoces a Kant Fagin. Parece que Pil Bubbacub ha declinado nuestra invitación.

—¿Conoces al señor LaRoque?

Los labios del chimpancé se curvaron en una expresión de disgusto. Lanzó un bufido y se volvió para contemplar su propio reflejo en la Nave Solar.

LaRoque se quedó mirando, ruborizado y avergonzado.

Jacob tuvo que contener una carcajada. No era extraño que llamaran chimps a los superchimpancés. ¡Por una vez había alguien con menos tacto que LaRoque! El encuentro entre los dos en el Refectorio la noche anterior ya era leyenda. Lamentaba habérselo perdido.

Culla colocó una larga mano de seis dedos sobre la manga de Jeffrey.

—Vamosh, Amigo-Jeffrey. Moshtremosh tu nave al she-ñor Demwa y shush amigosh.

El chimp miró hosco a LaRoque y luego se volvió hacia Culla y Jacob, y mostró una amplia sonrisa. Cogió una de las manos de Jacob y otra de Culla y los arrastró hacia la entrada de la nave.

Cuando el grupo llegó a lo alto de la otra rampa encontraron un corto puente que cruzaba un vacío en el interior del globo de espejos.

Los ojos de Jacob tardaron unos momentos en acostumbrarse a la oscuridad. Entonces vio una cubierta plana que se extendía desde un extremo de la nave al otro.

Flotaba en el ecuador de la nave un disco circular de material oscuro y elástico. Las únicas irregularidades en la superficie plana eran media docena de asientos para la aceleración, colocados en la cubierta a intervalos en torno a su perímetro, alguno con modestos paneles de instrumentos, y una cúpula de siete metros de diámetro en el centro exacto.

Kepler se arrodilló junto a un panel de control y tocó un interruptor. La pared de la nave se volvió semitransparente. La luz de la caverna entró tenuemente por todas partes para iluminar el interior.

Kepler explicó que esa iluminación interior se mantenía al mínimo para impedir los reflejos internos de la concha esférica, que podían confundir al equipo y la tripulación.

Dentro de la concha casi perfecta, la Nave Solar era como un modelo sólido del planeta Saturno. La amplia cubierta componía el «anillo». El «planeta» asomaba por encima y por debajo de la cubierta en dos semiesferas. La superior, que Jacob podía ver ahora, tenía varias escotillas y cabinas a lo largo de su superficie. Sabía por sus lecturas que la esfera central contenía toda la maquinaria que dirigía la nave, incluyendo el controlador de flujo temporal, el generador de gravedad, y el láser refrigerador.

Jacob se acercó al borde de la cubierta. Flotaba en un campo de fuerza, a cuatro o cinco palmos del casco curvo, que se arqueaba hacia arriba con una curiosa ausencia de luces o sombras.

Se volvió cuando lo llamaron. El grupo se encontraba junto a una puerta situada a un lado de la cúpula. Kepler le hizo señas para que se acercara.

—Ahora inspeccionaremos el hemisferio de los instrumentos. Lo llamamos «zona invertida». Tenga cuidado, es un arco de gravedad, así que no se deje sorprender demasiado.

Jacob se hizo a un lado en la puerta para dejar pasar a Fagin, pero el E.T. indicó que prefería quedarse arriba. Un kantén de dos metros no se sentiría demasiado cómodo en una escotilla de dos metros. Jacob siguió a Kepler al interior.

¡Y trató de esquivarlo! Kepler estaba sobre él, subiendo un camino por encima, como parte de una montaña encerrada en una mampara. Parecía que estaba a punto de caer, a juzgar por la posición de su cuerpo. Jacob no comprendía cómo podía mantener el equilibrio el científico.

Pero Kepler siguió subiendo el sendero elíptico y desapareció tras el corto horizonte. Jacob colocó las manos en cada una de las mamparas y dio un paso de prueba.

No sintió ninguna pérdida de equilibrio. Adelantó el otro pie. Se sentía perfectamente erguido. Otro paso. Miró hacia atrás.

La puerta estaba ladeada. Al parecer la cúpula tenía un campo de gravedad tan fuerte que podía ser contenido en unos cuantos metros.

Era tan suave y completo que engañaba su oído interno. Uno de los trabajadores sonrió desde la escotilla.

Jacob apretó los dientes y siguió avanzando por la pendiente, intentando no pensar en que se estaba colocando lentamente boca abajo. Examinó los signos de las placas de acceso en las paredes y suelo de su sendero. A mitad de camino dejó atrás una escotilla que tenía inscritas las palabras ACCESO TEMPO-COMPRESIÓN.

La elipse terminó en una suave pendiente. Jacob se sintió derecho cuando llegó a la puerta y supo lo que cabía esperar, pero incluso así, gruñó.

—¡Oh, no! —se llevó la mano a los ojos.

El suelo del hangar se extendía en todas direcciones a unos cuantos metros por encima de su cabeza. Había hombres caminando alrededor del casco de la nave como moscas en un techo.

Con un suspiro resignado, salió a reunirse con Kepler. El científico se encontraba en el borde de la cubierta, contemplando las entrañas de una complicada máquina. Alzó la cabeza y sonrió.

—Estaba ejercitando el privilegio del jefe de examinar y poner pegas. Naturalmente, la nave ya ha sido comprobada a la perfección, pero me gusta examinarlo todo. —Palmeó la máquina afectuosamente.

Kepler guió a Jacob al borde de la cubierta, donde el efecto boca abajo era aún más pronunciado. El neblinoso techo de la caverna era visible «bajo» sus pies.

—Ésta es una de las cámaras de multipolarización que emplazamos poco después de ver a los primeros Espectros de Luz Coherente —Kepler señaló una de las diversas máquinas idénticas que estaban situadas a intervalos a lo largo del borde—. Pudimos detectar a los Espectros en los altos niveles de la cromosfera porque, no importa cómo se moviera el plano de la polarización, podíamos seguirlo y mostrar que la coherencia de la luz era real y estable con el tiempo.

—¿Por qué están todas las cámaras aquí abajo? No he visto ninguna arriba.

—Descubrimos que los observadores vivos y las máquinas se interferían mutuamente cuando rodaban en el mismo plano. Por ésta y otras razones los instrumentos se alinean al borde del plano aquí abajo, y nosotros vamos en la otra mitad.

»Podemos acomodar ambas cosas orientando la nave para que el borde de la cubierta se alinee hacia el objeto que queremos observar.

»Resultó ser una solución excelente pues la gravedad no supone ningún problema; podemos ladearnos en cualquier ángulo y conseguir que el punto de vista de los observadores mecánicos e inteligentes sea el mismo para hacer comparaciones posteriores.

Jacob trató de imaginar la nave, inclinada y sumergida en las tormentas de la atmósfera del sol, mientras que los pasajeros y la tripulación observaban tranquilamente.

—Hemos tenido algunos problemas con esta disposición —continuó Kepler—. Esta nave más nueva y más pequeña que llevará Jeff tiene algunas modificaciones, así que esperamos que pronto… ¡Ah! Aquí vienen algunos amigos…

Culla y Jeffrey salieron por la puerta, el rostro medio simio medio humano del chimp deformado por su expresión de desprecio.

Palpó la pantalla de su pecho.

«LR MAREADO AL SUBIR LA RAMPA. CAMISA BASTARDO.»

Culla habló con suavidad al chimpancé. Jacob apenas pudo oírlo.

—Habla con reshpeto, Amigo-Jeff. El sheñor LaRoque esh humano.

Jeffrey tecleó acalorado, con bastantes faltas de ortografía, a la que tenía tanto respeto como el que más, pero que no estaba dispuesto a someterse a cualquier humano exigente, sobre todo uno que no había tenido nada que ver con la Elevación de su especie.

¿TIENES QUE SOPORTAR TODA ESA MIERDA DE BUBBACUB SÓLO PORQUE SUS ANTEPASADOS ICIERON UN FABOR A LOS TULLOS HACE MEDIO MILLÓN DE AÑOS?

Al pring le brillaron los ojos y hubo un destello de blanco entre sus gruesos labios.

—Por favor, Amigo-Jeff, shé que pretendesh lo mejor, pero Bubbaccub esh mi Tutor. Losh humanosh han dado libertad a tu raza. Mi raza debe shervir. Esh la forma en que eshtá eshtructurado el mundo.

Jeffrey hizo una mueca.

—Ya veremos —gruñó.

Kepler se llevó a Jeffrey aparte, tras pedirle a Culla que enseñara a Jacob los alrededores. Culla guió al humano al otro lado de la semiesfera para mostrarle la máquina que permitía que la nave funcionara como una batisfera en el plasma semifluido de la atmósfera solar. Desmontó varios paneles para mostrarle a Jacob las unidades de memoria holográfica.

El Generador de Estasis controlaba el flujo de tiempo y espacio a través del cuerpo de la Nave Solar, de forma que sus ocupantes sintieran las violentas sacudidas de la cromosfera como un suave bamboleo. Los científicos de la Tierra aún no comprendían más que parcialmente la física fundamental del generador, aunque el gobierno insistía en que fuera construido por manos humanas.

A Culla le brillaban los ojos, y su voz susurrante reveló el orgullo por las nuevas tecnologías que la Biblioteca había traído a la Tierra.

Los bancos de lógica que controlaban el generador parecían un amasijo de filamentos cristalinos. Culla explicó que las varillas y fibras almacenaban mucha más información óptica que la tecnología terrestre anterior, y además respondían con más rapidez. Mientras observaban, pautas de interferencia azul corrieron arriba y abajo por la varilla más cercana, paquetes fluctuantes de datos centelleantes. A Jacob le pareció que había algo casi vivo en la máquina. El láser de entrada y salida se hizo a un lado bajo el contacto de Culla, y los dos contemplaron durante varios minutos el crudo pulso de la información que era la sangre de la máquina.

Aunque debía de haber visto las entrañas del ordenador cientos de veces, Culla parecía tan embelesado como Jacob, meditando fijamente con aquellos ojos brillantes que nunca parpadeaban.

Por fin Culla volvió a colocar la tapa. Jacob advirtió que el extraterrestre parecía cansado. Debía de estar trabajando demasiado.

Hablaron poco mientras recorrían lentamente el camino de regreso para reunirse con Jeffrey y Kepler.

Jacob escuchó con interés, pero sin comprender demasiado, cómo el chimpancé y su jefe discutían sobre algún detalle menor del enfoque de una de las cámaras.

Jeffrey se marchó entonces, tras decir que tenía cosas que hacer en el suelo de la Caverna, y Culla le siguió poco después. Los dos hombres se quedaron allí unos minutos, hablando de la maquinaria.

Entonces Kepler indicó a Jacob que se adelantara mientras regresaban alrededor del bucle.

Cuando Jacob estaba a medio camino, escuchó una súbita conmoción arriba. Alguien gritaba, furioso. Intentó ignorar lo que le decían sus ojos sobre el curvado bucle de gravedad y aceleró el ritmo.

Sin embargo, el sendero no estaba hecho para ser tomado con rapidez.

Por primera vez sintió una confusa mezcla de sensaciones de gravedad mientras diferentes porciones del complicado campo tiraban de él.

En lo alto del arco, el pie de Jacob tropezó con una placa suelta, que se dispersó junto con algunos tornillos por la cubierta curva. Luchó por conservar el equilibrio, pero la enervante perspectiva, a mitad de camino del sendero curvo, le hizo tambalearse. Cuando llegó a la escotilla del lado superior de la cubierta, Kepler le había alcanzado.

Los gritos procedían de fuera de la nave.

En la base de la rampa, Fagin agitaba las ramas, trastornado.

Varios miembros del personal de la base corrían hacía LaRoque y Jeffrey, que estaban enzarzados en un violento abrazo.

Con la cara completamente roja, LaRoque resoplaba y se esforzaba mientras intentaba soltar la mano de Jeffrey de su cabeza. Descargó un puñetazo, sin ningún efecto aparente. El chimpancé gritó repetidas veces y enseñó los dientes mientras pugnaba por agarrar mejor la cabeza de LaRoque y hacerla llegar al nivel de la suya. Ninguno de los dos advirtió el corrillo que se había reunido a su alrededor. Ignoraron los brazos que intentaban separarlos.

Mientras se apresuraba hacia abajo, Jacob vio que LaRoque liberaba una mano y buscaba la cámara que colgaba de un cordón en su cintura.

Jacob se abrió paso hasta los combatientes. Sin detenerse, hizo que LaRoque soltara la cámara tras propinarle un duro golpe con el canto de una mano, y con la otra agarró el pelaje de la nuca del chimpancé. Tiró hacia atrás con todas sus fuerzas y lanzó a Jeffrey a los brazos de Kepler y Culla.

Jeffrey se debatió. Los grandes y poderosos brazos del simio lucharon contra la tenaza de sus captores. Echó atrás la cabeza y aulló.

Jacob sintió movimiento a sus espaldas. Giró y plantó una mano sobre el pecho de LaRoque cuando el hombre se abalanzaba hacia adelante. Los pies del periodista resbalaron y el hombre aterrizó en el suelo.

Jacob agarró la cámara del cinturón de LaRoque, justo cuando el otro intentaba cogerla. El cordón se partió con un chasquido. Los hombres contuvieron a LaRoque cuando éste intentaba ponerse en pie. Jacob alzó las manos.

—¡Ya basta! —gritó. Se colocó de forma que ni LaRoque ni Jeffrey pudieran verse bien. LaRoque se acarició la mano, ignorando a los hombres que le contenían, y le miró airado.

Jeffrey todavía intentaba soltarse. Culla y Kepler lo agarraron con más fuerza. Tras ellos, Fagin silbaba, indefenso.

Jacob cogió la cara del chimpancé en sus manos. Jeffrey le miró.

—¡Chimpancé-Jeffrey, escúchame! Soy Jacob Demwa. Soy un ser humano. Soy supervisor del Proyecto Elevación. Te estás comportando de una manera indigna… ¡Estás actuando como un animal!

Jeffrey sacudió la cabeza como si le hubieran abofeteado. Miró aturdido a Jacob durante un instante. En su rostro se dibujó media mueca, y luego los profundos ojos marrones se desenfocaron. Se hundió fláccido en los brazos de Culla y Kepler.

Jacob agarró la peluda cabeza con una mano y con la otra colocó en su sitio el pelaje agitado. Jeffrey se estremeció.

—Ahora relájate —dijo suavemente—. Intenta recuperarte. Todos te escucharemos cuando nos digas qué ha sucedido.

Jeffrey dirigió una mano temblorosa hacia su aparato fonador.

Tardó unos instantes en teclear lentamente LO SIENTO. Miró a Jacob: lo decía en serio.

—Muy bien —dijo Jacob—. Hace falta ser un hombre auténtico para pedir disculpas.

Jeffrey se enderezó. Con elaborada calma hizo un gesto de asentimiento a Kepler y Culla. Éstos le liberaron y Jacob dio un paso atrás.

A pesar de su éxito en el trato con delfines y chimpancés en el Proyecto, Jacob se sentía un poco avergonzado de la manera condescendiente con que había tratado a Jeffrey. Usar ese recurso con el chimpancé científico había funcionado. Por lo que Jeffrey había dicho antes, Jacob supuso que tenía en gran estima a sus tutores, pero la reservaba para algunos humanos. Jacob se alegró de haber podido recurrir a esa reserva, pero no se sentía particularmente orgulloso por ello.

Kepler se hizo cargo en cuanto vio que Jeffrey se tranquilizaba.

—¿Qué demonios está pasando aquí? —gritó, mirando a LaRoque.

—¡Ese animal me atacó! —chilló LaRoque—. Acababa de superar mis temores y salí de ese lugar terrible y cuando estaba hablando con el honorable Fagin saltó la bestia contra mí como un tigre, y tuve que luchar por mi vida.

MENTIROSO. ESTABA SABOTEANDO. DESCUBRÍ SUELTA LA PLACA DE ACCESO T.C. FAGIN DIJO QUE EL GUSANO ACABABA DE SALIR CUANDO NOS OYÓ LLEGAR.

—¡Pido disculpas por la contradicción! —trinó Fagin—. No utilicé el término peyorativo «gusano». Simplemente respondí a una pregunta para afirmar…

—¡Passsó una hora ahí dentro! —interrumpió Jeffrey, haciendo una mueca por el esfuerzo.

Pobre Fagin, pensó Jacob.

—Ya lo he dicho antes —gritó LaRoque—. ¡Ese loco me asaltó! ¡Me pasé la mitad del tiempo agarrado al suelo! Escucha, pequeño mono, no gastes tu saliva en mí. ¡Guárdala para tus compañeros arborícolas!

El chimp aulló, y Culla y Kepler se abalanzaron hacia delante para separarlos. Jacob se acercó a Fagin, sin saber qué decir. Por encima del tumulto, el kantén le dijo amablemente:

—Parece que vuestros tutores, fueran quienes fuesen, Amigo-Jacob, debieron ser realmente únicos.

Jacob asintió, aturdido.