4. IMAGEN VIRTUAL

La Bradbury era una nave nueva. Utilizaba tecnología muy avanzada respecto a la de sus predecesoras en la línea comercial, pues podía despegar del nivel del mar por sus propios medios en vez de ser transportada hasta la estación en lo alto de una de las «Agujas» ecuatoriales colgada de un globo gigante. La Bradbury era una enorme esfera, titánica según los primeros modelos.

Éste era el primer viaje de Jacob a bordo de una nave con energía de la ciencia de mil millones de años de antigüedad de los galácticos.

Contempló desde la cabina de primera clase cómo la Tierra iba quedando atrás, y la Baja California se convertía primero en una costilla marrón, separando dos mares, y luego un simple dedo a lo largo de la costa de México. El panorama era espectacular, pero un poco decepcionante. El rugido y la aceleración de un avión transcontinental o la lenta majestuosidad de un zepelín crucero eran más románticos. Y las pocas veces que había salido de la Tierra, subiendo y bajando en globo, tenía las otras naves para contemplar, brillantes y atareadas, mientras flotaban hacia la Estación de Energía o volvían en el presurizado interior de una de las Agujas.

Ninguna de las grandes Agujas era aburrida. Las finas paredes de cerámica que contenían las torres de cuarenta kilómetros a niveles de presión del mar habían sido pintadas con gigantescos murales, grandes pájaros en vuelo y batallas espaciales de pseudociencia-ficción copiadas de las revistas del siglo XX. Nunca resultaban claustrofóbicas.

Con todo, Jacob se alegraba de estar a bordo de la Bradbury. Algún día tal vez visitara, por nostalgia, la Aguja Chocolate, en la cima del monte Kenya. Pero la otra, la de Ecuador… Jacob esperaba no tener que volver a ver la Aguja Vainilla nunca más.

No importaba que la gran torre estuviera sólo a un tiro de piedra de Caracas. No importaba que le dieran la bienvenida de un héroe, si iba allí alguna vez, pues era el hombre que había salvado la única maravilla de la ingeniería terrestre que llegó a impresionar a los galácticos.

Salvar a la Aguja le había costado a Jacob Demwa su esposa y una gran porción de su mente. El precio había sido demasiado elevado.

La Tierra se había convertido en un disco cuando Jacob se dispuso a buscar el bar de la nave. De repente le apetecía disfrutar de compañía. No se sentía así cuando subió a bordo. Lo había pasado mal poniendo excusas a Gloria y los demás del Centro. Makakai se había enfadado. Además, muchos de los materiales de investigación sobre Física Solar que había pedido no habían llegado, y habría que enviarlos a Mercurio. Finalmente había acabado por enfadarse consigo mismo por haberse dejado convencer para participar en este asunto.

Avanzó a lo largo del corredor principal, en el ecuador de la nave, hasta que encontró el salón, atestado de gente y tenuemente iluminado. Se abrió paso entre los grupitos que charlaban y los pasajeros que se acercaban a la barra a beber.

Unas cuarenta personas, muchas de ellas trabajadores contratados para operar en Mercurio, se congregaban en el salón. Bastantes de ellos, que habían bebido demasiado, hablaban en voz alta a sus vecinos o simplemente se quedaban atontados. Para algunos, marcharse de la Tierra había sido muy duro.

Unos pocos extraterrestres descansaban en cojines en un rincón aparte. Uno de ellos, un cintiano de piel brillante y gruesas gafas de sol, estaba sentado frente a Culla, que asentía en silencio mientras sorbía con una pajita lo que parecía ser una botella de vodka.

Había varios humanos cerca de los alienígenas, algo típico de los xenófilos que se agarraban a cada palabra que captaban en una conversación de extraterrestres y esperaban ansiosamente su oportunidad de hacer preguntas.

Jacob pensó en abrirse paso entre la multitud para llegar al rincón. Tal vez conociera al cintiano. Pero había demasiadas personas en aquella parte de la sala. Decidió tomar una copa y ver si alguien había empezado a contar historias.

Pronto formaba parte de un grupo que escuchaba a un ingeniero de minas que contaba una historia terriblemente exagerada de derrumbes y rescates en las profundas minas Herméticas. Aunque tuvo que esforzarse para oír por encima del ruido, Jacob estaba ya pensando que podía ignorar el dolor de cabeza que se aproximaba, al menos lo suficiente para escuchar el final de la historia, cuando un dedo en sus costillas le hizo dar un respingo.

—¡Demwa! ¡Es usted! —chilló Pierre LaRoque—. ¡Qué suerte! Viajaremos juntos, y ahora siempre tendré alguien con quien poder intercambiar opiniones.

LaRoque llevaba una brillante túnica suelta. Blue PurSmok flotaba en el aire, surgido de la pipa que chupaba con ansia.

Jacob trató de sonreír, pero como alguien le estaba pisando, fue más parecido a un rechinar de dientes.

—Hola, LaRoque. ¿Por qué va a Mercurio? ¿No le interesarían más a sus lectores las historias sobre las excavaciones peruanas o…?

—¿O similares pruebas dramáticas de que nuestros antepasados primitivos fueron creados por antiguos astronautas? —interrumpió LaRoque—. ¡Sí, Demwa, esa evidencia será pronto tan abrumadora que incluso los pieles y los escépticos que se sientan en el Consejo de la Confederación verán el error de sus conceptos!

—Veo que lleva la camisa —Jacob señaló la túnica plateada de LaRoque.

—Llevo la túnica de la Sociedad Daniken en mi último día en la Tierra, honrando a los arcanos que nos dieron el poder para salir al espacio. —LaRoque agarró la pipa y el vaso en una mano y con la otra alisó el medallón y la cadena de oro que colgaban de su cuello.

Jacob pensó que el efecto era demasiado teatral para tratarse de un hombre adulto. La túnica y las joyas parecían afeminadas, en contraste con los modales toscos del francés. Sin embargo, tuvo que admitir que iban bien con el tono afectado.

—Oh, vamos, LaRoque —sonrió Jacob—. Incluso usted tiene que admitir que salimos al espacio por nuestros propios medios, y que fuimos nosotros quienes descubrimos a los extraterrestres, no ellos a nosotros.

—¡No admito nada! —respondió LaRoque acaloradamente—. ¡Cuando demostremos que somos dignos de los Tutores que nos dieron la inteligencia en el pasado, cuando ellos nos reconozcan, entonces sabremos cuánto nos han ayudado a escondidas durante todos estos años!

Jacob se encogió de hombros. No había nada nuevo en la controversia pieles-camisas. Un bando insistía en que el hombre debería sentirse orgulloso de su herencia única como raza autoevolucionada, por haber conseguido la inteligencia de la propia Naturaleza en la sabana y en las costas del este de África. El otro bando sostenía que el homo sapiens, igual que cualquier otra clase de seres inteligentes conocidos, era parte de una cadena de elevación genética y cultural que se remontaba a los míticos inicios de la galaxia, la época de los Progenitores.

Muchos, como Jacob, eran cuidadosamente neutrales en el conflicto, pero la humanidad, y las razas de pupilos de la humanidad, esperaban el resultado con interés. La arqueología y la paleontología se habían convertido en los grandes entretenimientos desde el Contacto.

Sin embargo, los argumentos de LaRoque eran tan rancios que podrían usarse para hacer tostadas. Y el dolor de cabeza de Jacob empeoraba.

—Eso es muy interesante, LaRoque —dijo mientras se retiraba—. Tal vez podamos discutirlo en otra ocasión…

Pero LaRoque no había terminado todavía.

—El espacio está lleno de sentimiento neandertalense, ¿sabe? ¡Los hombres a bordo de nuestras naves prefieren llevar pieles de animales y gruñir como monos! ¡Ignoran a los Antiguos y desprecian a la gente sensata que practica la humildad!

LaRoque reforzó su razonamiento apuntando a Jacob con la caña de su pipa. Jacob retrocedió, intentando ser amable, aunque le costaba trabajo.

—Bueno, creo que eso es ir demasiado lejos, LaRoque. ¡Está usted hablando de astronautas! La estabilidad emocional y política son los criterios principales para su selección…

—¡Ajá! No sabe de lo que está hablando. Bromea, ¿verdad? ¡Sé un par de cosas sobre la «estabilidad emocional y política» de los astronautas!

»En alguna ocasión se las contaré —continuó—. ¡Algún día se conocerá toda la historia del plan de la Confederación para aislar a gran parte de la humanidad de las razas mayores, y de su herencia en las estrellas! ¡Todos esos pobres “indignos de confianza”! ¡Pero entonces será demasiado tarde para sellar la filtración!

LaRoque resopló y exhaló una nube de Blue PurSmok en dirección de Jacob. Éste sintió una oleada de náusea.

—Sí, LaRoque, lo que usted diga. Ya me lo contará en alguna ocasión —se dio la vuelta.

LaRoque se le quedó mirando un momento, luego sonrió y palmeó la espalda de Jacob mientras se dirigía a la puerta.

—Sí —dijo—. Se lo contaré. Pero mientras tanto, será mejor que se acueste. No parece encontrarse muy bien. ¡Adiós! —dio otra palmada a la espalda de Jacob, y luego se dirigió a la barra.

Jacob se acercó a la portilla más cercana y apoyó la cabeza contra el cristal. Estaba frío y le ayudó a aliviar su dolor de cabeza. Cuando abrió los ojos, la Tierra no estaba a la vista… sólo un gran campo de estrellas, brillantes e inmóviles en la negrura. Las más brillantes estaban rodeadas por rayos de difracción, que podía aumentar o reducir entornando los ojos. A excepción del brillo, el efecto no era distinto a contemplar las estrellas desde el desierto. No parpadeaban, pero eran las mismas.

Jacob sabía que debería sentir más. Las estrellas vistas desde el espacio deberían ser más misteriosas, más… «filosóficas».

Una de las cosas que mejor podía recordar sobre su adolescencia era el rugido asolopsístico de las noches estrelladas. No se parecía en nada a la sensación oceánica que ahora conseguía a través de la hipnosis. Era como sueños medio recordados de otra vida.

Encontró a Bubbacub, Fagin y al doctor Kepler en la cubierta principal. Kepler le invitó a unirse a ellos.

El grupo estaba reunido alrededor de un puñado de cojines junto a las portillas. Bubbacub llevaba con él una copa de algo que parecía desagradable y olía mal. Fagin caminaba despacio, retorciéndose sobre sus raíces, sin llevar nada encima.

El grupo de portillas que corrían por la curvada periferia de la nave quedaba interrumpido por un gran disco circular, como un ventanal redondo y gigantesco, que tocaba suelo y techo. La parte lisa se alzaba un palmo en la sala. Lo que había dentro quedaba oculto tras un panel.

—Nos alegramos de que lo consiguiera —ladró Bubbacub a través de su vodor. Estaba tendido en uno de los cojines y, tras decir esto, metió el hocico en la copa que llevaba e ignoró a Jacob y a los demás.

Jacob se preguntó si el pil intentaba ser sociable, o si ése era su encanto natural.

Consideraba a Bubbacub masculino, aunque no tenía ni idea de su auténtico género. Aunque Bubbacub no llevaba ropas, aparte del vodor y una bolsita, lo que Jacob podía ver de la anatomía del alienígena sólo servía para confundirle. Había aprendido, por ejemplo, que los pila era ovíparos y no amamantaban a sus crías. Pero una fila de algo que parecían tetillas le corría como una hilera de botones de la garganta a la entrepierna. Ni siquiera podía imaginar cuál era su función. La Red de Datos no las mencionaba. Jacob había pedido a la Biblioteca un sumario más completo.

Fagin y Kepler hablaban sobre la historia de las naves solares. La voz de Fagin sonaba ahogada porque su follaje superior y su aparato fonador rozaban contra los paneles a prueba de sonido del techo.

Jacob esperó que el kantén no tuviera tendencia a la claustrofobia.

Pero, de todas formas, ¿a qué temían los vegetales? A que se los comieran, supuso. Se preguntó por las conductas sexuales de una raza que para hacer el amor precisaba unos intermediarios parecidos a abejas domesticadas.

—¡Entonces, esas magníficas improvisaciones, sin la menor ayuda exterior, les permitieron llevar paquetes de instrumentos hasta la misma fotosfera! —decía Fagin—. ¡Es de lo más impresionante y me maravillo, tras los años que llevo aquí, de no haberme enterado de esta aventura de su período anterior al Contacto!

Kepler sonrió.

—Debe comprender que el proyecto batisfera fue sólo… el principio, muy anterior a mi época. Cuando se desarrolló la propulsión láser para las naves anteriores al Contacto interestelar, pudieron lanzar naves robots capaces de gravitar y, por la termodinámica de usar un láser de alta temperatura, expulsar el exceso de calor y enfriar el interior de la sonda.

—¡Entonces les faltaba poco para enviar hombres!

Kepler sonrió tristemente.

—Bueno, tal vez. Se hicieron planes. Pero enviar seres vivos al sol y hacerlos regresar implicaba algo más que calor y gravedad. ¡El peor obstáculo eran las turbulencias!

»Sin embargo, habría sido magnífico ver si habríamos podido resolver el problema. —Los ojos de Kepler brillaron durante un momento—. Se hicieron planes, sí.

—Pero entonces, la Vesarius encontró naves timbrimi en Cygnus —dijo Jacob.

—Sí. Por eso nunca lo averiguamos. Los planes fueron descartados cuando yo no era más que un chiquillo. Ahora están obsoletos. Y es probable que se hubieran producido pérdidas inevitables, incluso muertes, si se hubieran llevado a cabo sin estasis… El control del flujo temporal es ahora la clave del Navegante Solar, y desde luego no me quejo de los resultados.

La expresión del científico se ensombreció de repente.

—Es decir, hasta ahora.

Kepler guardó silencio y miró la alfombra. Jacob lo observó un instante, luego se cubrió la boca y tosió.

—Ya que estamos en el tema, he advertido que no hay ninguna mención de los Espectros Solares en la Red de Datos, ni en la Biblioteca siquiera… y yo tengo un permiso 1-AB. Me preguntaba si podría prestarme algunos de sus informes sobre el tema para que los estudie durante el viaje.

Kepler apartó la mirada, nervioso.

—No estábamos preparados para dejar que los datos salieran todavía de Mercurio, señor Demwa. Hay consideraciones políticas en el descubrimiento que, uh, retrasarán su puesta al día hasta que lleguemos a la base. Estoy seguro de que todas sus preguntas serán respondidas allí. —Parecía realmente tan avergonzado que Jacob decidió olvidar el asunto por el momento. Pero no era una buena señal.

—Me tomo la libertad de añadir un fragmento de información —dijo Fagin—. Ha habido otra inmersión desde nuestra reunión, Jacob, y nos han dicho que en esa inmersión sólo se han observado las primeras y más prosaicas especies de solarianos. No la segunda variedad que tantas preocupaciones ha causado al doctor Kepler.

Jacob estaba todavía confundido por las apresuradas explicaciones que había dado Kepler de los dos tipos de criaturas solares observadas hasta el momento.

—¿Ese tipo era el herbívoro?

—¡Herbívoro no! —intervino Kepler—. Magnetóvoro. Se alimenta de la energía de los campos magnéticos. Es fácil de comprender ese tipo, pero…

—¡Interrumpo! Con el más solemne deseo de ser perdonado por la intrusión, insto a la discreción. Se acerca un desconocido.

Las ramas superiores de Fagin rozaron el techo.

Jacob se volvió hacia la puerta, un poco molesto porque había algo capaz de hacer que Fagin interrumpiera la frase de otro. Advirtió con tristeza que esto era otro signo de que se había metido en una tensa situación política, y seguía sin conocer las reglas.

No oigo nada, pensó. Entonces Pierre LaRoque apareció en la puerta, con una copa en la mano y su rostro siempre florido todavía más ruborizado. La sonrisa inicial del hombre se hizo mayor al ver a Fagin y a Bubbacub. Entró en la sala y dio a Jacob un jovial golpecito en la espalda, insistiendo en que debía ser presentado ahora mismo.

Jacob reprimió un gesto de indiferencia.

Realizó las presentaciones muy despacio. LaRoque estaba impresionado, y se inclinó profundamente ante Bubbacub.

—¡Ab-Kisa-ab-Soro-ab-Hul-ab-Puber! Y dos pupilos, ¿qué eran, Demwa? ¿Jello y algo? ¡Me siento muy honrado de conocer a un sofonte de la línea soro en persona! ¡He estudiado el lenguaje de sus antepasados, quienes tal vez algún día demuestren que también son los nuestros! ¡La lengua soro es similar a la protosemítica, y también al protobantú!

Los cilios de Bubbacub se agitaron sobre sus ojos. El pil, a través de su vodor, empezó a dar voz a un discurso complicado, aliterativo e incomprensible. Entonces las mandíbulas del alienígena chascaron y pudo oírse un gruñido agudo, medio ampliado por el vodor.

Desde detrás de Jacob, Fagin respondió con su lengua chascante.

Bubbacub se volvió hacia él con los ojos negros encendidos mientras respondía con un gruñido, agitando un brazo rechoncho en dirección a LaRoque. La chirriante respuesta del kantén provocó un escalofrío en Jacob.

Bubbacub se dio la vuelta y salió de la sala sin decir nada más a los humanos.

Durante un instante de aturdimiento, LaRoque no dijo nada.

Entonces miró a Jacob, sorprendido.

—¿Qué es lo que he hecho, por favor?

Jacob suspiró.

—Tal vez no le guste que le llame primo suyo, LaRoque. —Se volvió hacia Kepler para cambiar de tema. El científico contemplaba la puerta por la que se había marchado Bubbacub.

—Doctor Kepler, si no tiene ningún dato específico a bordo, tal vez podría prestarme algunos textos básicos de física solar y alguna información histórica sobre el proyecto Navegante Solar.

—Con mucho gusto, señor Demwa. Se los enviaré antes de la cena —dijo Kepler, aunque su mente parecía estar en otra parte.

—¡Yo también! —chilló LaRoque—. Soy periodista acreditado y solicito el informe de su infausta empresa, señor director.

Tras un momento de vacilación, Jacob se encogió de hombros. Que se lo entregara a LaRoque.

El desprecio puede ser confundido fácilmente con la resistencia.

Kepler sonrió, como si no hubiera oído.

—¿Perdone?

—¡La gran fantasía! ¡Ese «Proyecto Navegante Solar» suyo, que usa dinero que podría ir destinado a la recuperación de los desiertos de la Tierra, o a una Biblioteca mayor para nuestro mundo!

»¡La vanidad de este proyecto, estudiar lo que nuestros superiores entendían perfectamente antes de que fuéramos simios!

—Verá usted, señor. La Confederación ha subvencionado esta investigación… —Kepler se puso rojo.

—¡Investigación! ¡Pérdida de tiempo es lo que es! ¡Investigan ustedes lo que ya está en las Bibliotecas de la Galaxia, y nos avergüenzan a todos haciendo que los humanos parezcamos bobos!

—LaRoque… —empezó a decir Jacob, pero el hombre no se callaba.

—¡Y vaya con su Confederación! ¡Encierran a los Superiores en reservas, como los antiguos indios americanos! ¡Impiden que la gente tenga acceso a la Sucursal de la Biblioteca! ¡Permiten que continúe este absurdo del que todos se ríen, esa proclamación de inteligencia espontánea!

Kepler retrocedió ante la vehemencia de LaRoque. El color se borró de su cara y tartamudeó.

—Yo… n-no creo…

—¡LaRoque! ¡Basta!

Jacob lo agarró por el hombro y lo acercó para susurrarle urgentemente al oído.

—Vamos, hombre, no querrá avergonzarnos a todos delante del venerable kantén Fagin, ¿verdad?

LaRoque puso una expresión de asombro. Por encima del hombro de Jacob, el follaje superior de Fagin se agitaba ruidosamente. Por fin, LaRoque bajó la mirada.

El segundo momento de embarazo debió ser suficiente para él.

Murmuró una disculpa al alienígena, y tras mirar fríamente a Kepler se marchó.

—Gracias por los efectos especiales, Fagin —dijo Jacob después de que LaRoque se hubo ido.

Fagin contestó con un silbido, corto y grave.