La mujer abrió la puerta y Richard Perkins pasó como una bala por su lado.
—¿Dónde está?
—En su despacho.
Perkins cruzó el vestíbulo corriendo y abrió la puerta. Aquel hombre alto le miró con expresión tranquila.
Perkins cerró la puerta.
—Todo el mundo se ha vuelto loco y yo abandono.
Jordán Knight se apoyó en el respaldo moviendo la cabeza.
—Si huyes, sabrán que eres culpable.
—Ya saben que soy culpable. He secuestrado a Sara Evans. Ahora mismo probablemente Leo ya esté muerto.
—No la has perdido de vista desde que salió esta mañana del Tribunal. Cuando me puse en contacto contigo, creí que estaba todo controlado. Pero sigue siendo la palabra de ella contra la tuya.
—¿Cómo podría ella haber montado algo así?
Jordán se frotó la barbilla.
—Piénsalo un poco. Hoy la han despedido. Tú la has acompañado hasta la puerta. Ella te acusa violentamente; tú también puedes plantearte alguna acusación que apoye tu posición.
—Rufus Harms sigue ahí fuera. Le he visto.
La expresión de Jordán se ensombreció.
—¡Vaya, el célebre señor Harms!
—Ha matado a Frank y a Vic.
—Pues dos menos de quienes preocuparnos.
—Eres despiadadamente frío. Les diste la orden de que mataran a Michael Fiske. Lo iniciaste todo.
Jordán parecía pensativo.
—Sigo sin comprender por qué Rufus Harms me citó en aquel recurso. A vosotros os conocía. Yo ni siquiera estaba en el ejército.
—No te citó.
Knight quedó aturdido; de pronto una chispa de esperanza brilló en sus ojos.
—Hablé con Tremaine —le explicó Perkins—. Rayfield te mintió. Tu nombre no figuraba en el recurso. Solo los de nosotros cuatro.
—De modo que soy el único que no ha salido.
Jordán se levantó mirando fijamente a Perkins. Aquello significaba que le quedaba una salida. Podía ocuparse de un último detalle, de una última persona y su pesadilla habría acabado. La idea casi le hizo estremecer.
—¿Y quién sabe si de un momento a otro no saldrás? ¡Maldita sea! ¿A dónde nos ha conducido todo esto? Le inyectamos el PCP al cabrón aquel y cómo lo estamos pagando.
—Fuiste tú quien se lo inyectó, Richard.
—Ahora no me vengas en plan mandón. Lo del PCP fue idea tuya, lameculos de la CIA.
—Bueno… Yo estaba allí para organizar la prueba. Y no hacía más que oír vuestras quejas sobre Harms. Quise haceros un favor. —Miraba a Perkins con una tranquilidad alarmante—. Ahora mismo soy totalmente contrario a las drogas.
—¿Ahora que ya tienes un pie en el otro barrio? ¿Y también eres contrario al asesinato? ¿Eso cómo lo llevas, senador?
—Yo nunca he matado a nadie.
—¿Y aquella niña, Jordán? ¿Qué me dices de ella?
—Rufus Harms se declaró culpable del crimen. No creo que eso haya cambiado.
—Pues cambiará pronto si no tomamos una decisión.
—¿Seguro que quieres abandonar?
—No voy a esperar a que me caiga el edificio encima.
—¿Supongo que necesitarás dinero?
Perkins asintió.
—No dispongo de un fondo de jubilación como el que organizamos para Vic y Frank. Además siempre he tenido la mala costumbre de ser derrochador.
Jordán se sacó una llave del bolsillo y abrió uno de los cajones de su escritorio.
—Tengo algo en efectivo aquí. El resto te lo daré en un cheque. De entrada puedo entregarte cincuenta mil.
—No está mal para empezar.
Jordán le apuntó con una pistola.
—¿Qué coño haces, Jordán?
—Irrumpes aquí, completamente desesperado, me cuentas esos abominables crímenes que has cometido, me dices que has secuestrado a Sara Evans y ni siquiera sé con qué objetivo. Me amenazas. Entonces yo consigo sacar mi pistola y te mato.
—Estás loco. Nadie va a creerte.
—Sí van a creerme, Richard. —Jordán apretó el gatillo y Perkins cayó al suelo. Oyó un chillido en el vestíbulo. Se acercó al cadáver, lo cacheó rápidamente, cogió la pistola de Perkins, se la colocó en la mano y disparó contra la pared—. No ocurre nada —gritó, levantándose del suelo y guardando la pistola—. Estoy bien. —Abrió la puerta y quedó de piedra al encontrarse cara a cara con Rufus Harms. Detrás de Rufus estaban Chandler, McKenna, Fiske y Sara.
Por fin Jordán consiguió apartar la vista de Rufus para mirar a Chandler.
—Richard Perkins ha irrumpido aquí amenazándome. Llevaba una pistola. Afortunadamente he conseguido disparar antes.
McKenna dio un paso adelante.
—¿No se acuerda de mí, verdad, senador? Me refiero a otros tiempos. Antes del FBI. —Jordán le miró sin reconocerle. McKenna se acercó un poco más a él—. Perkins y Dellasandro tampoco me recordaban. Ha pasado mucho tiempo y todos hemos cambiado. Por otro lado, aquella noche todo el mundo estaba borracho. Todos menos usted.
—No tengo ni idea de lo que me cuenta.
—Yo estaba de guardia la noche en que usted y sus amigotes fueron a por Rufus en Fort Plessy. Mi primera y última guardia en el acuartelamiento. Puede que por eso nadie me recuerde.
Jordán Knight retrocedió un poco.
—¿Tengo que tener alguna idea de lo que me está diciendo?
—Le dejé pasar a ver a Rufus porque yo era un novato acoquinado y cumplía órdenes de un capitán. Al cabo de poco, Rufus salió zumbando de la celda, me tiró al suelo y a partir de ahí cambió para siempre la vida de todos. He estado veinticinco puñeteros años preguntándome qué había ocurrido en realidad allí. Nunca he abierto la boca porque estaba acobardado. Rayfield era el más veterano. Me lo montó para que no tuviera problemas, aunque dejándome claro que tenía que mantener la boca cerrada respecto a lo que había visto. La verdad es que nunca supe realmente lo que ocurrió. Para cuando recuperé el valor para hablar, todo había acabado y Rufus estaba en la cárcel. He vivido todos estos años con la culpa encima. Pero puedo descargarla. —McKenna miró a Rufus—: Lo siento, Rufus. Fui débil y cobarde. Tal vez no te afecte lo que voy a decirte pero ni un solo día desde entonces he dejado de mal decir mi estampa por mi comportamiento.
Jordán se aclaró la voz.
—Muy conmovedor, agente McKenna. Ahora bien, se equivoca si cree que me vio aquella noche en el calabozo.
—Los archivos de la CIA demostrarán que estaba usted en Fort Plessy realizando pruebas con PCP a los soldados destinados allí —puntualizó McKenna.
—Si consigue hacerse con los archivos, usted sabrá qué hacer. Además, ¿demuestra algo que yo estuviera allí? Estaba en los servicios secretos por aquel entonces. No lo oculté a nadie. Es algo de dominio público.
—No sé qué opinarían sus votantes al enterarse que usted administraba PCP a los soldados —intervino Chandler con vehemencia.
—Aunque lo hubiera hecho, y con ello no es que lo admita, el programa era totalmente legal, como puede sin duda ratificarles mi esposa.
—¿El caso Stanley? —comentó Sara con amargura.
La mirada de Jordán no se apartaba de McKenna.
—Un poco casual que hubiera estado en el acuartelamiento y ahora se vea envuelto en ese asunto —dijo.
—No es cuestión de casualidad —respondió McKenna para sorpresa de todos—. Cuando dejé el ejército acabé la carrera e ingresé en la academia del FBI. Pero los mantuve controlados, a usted y a los otros. El sentimiento de culpabilidad motiva mucho. Rayfield y Tremaine pasaron a trabajar donde estaba Rufus. Es algo que me pareció sospechoso aunque no concluyente. Perkins y Dellasandro se situaron junto a usted. Tuvieron cargos en sus distintos negocios. Yo mismo solicité que me trasladaran a Richmond para poder estar cerca de usted. Hizo el salto hacia la política y ellos siguieron a su sombra. Cuando llegó al distrito de Columbia consiguió puestos en el Senado para Dellasandro y Perkins. Entonces pedí el traslado aquí. Se le nombró a usted para el Comité Judicial del Senado hace unos años y entonces ellos pasaron al Tribunal Supremo. ¡Buenos detalles los suyos! Tenía que tratarse de la recompensa, del acuerdo al que habían llegado todos. A Rayfield y a Tremaine les tocó cuidar de Rufus. Usted se ocupó de Perkins y de Leo. Apuesto a que si investigáramos en sus cuentas descubriríamos unas suculentas sumas para la jubilación.
»Cuando me enteré del asesinato de Michael Fiske, me metí en la investigación solo porque él trabajaba en el Tribunal. Ahora bien, al descubrir que Rufus tenía alguna relación con ello, le pedí al Señor que todos esos años de seguimiento pudieran haberme servido de algo. Por fin ha salido a la luz la verdad.
—Una especulación absurda, querrá decir —replicó Jordán Knight—. De acuerdo con sus palabras, queda claro que usted ha tramado una demencial venganza contra mí. Considero monstruoso que haya venido a mi casa a acusarme de esta forma, sobre todo después de que un hombre intentara matarme y me obligara a matarle. Y aparte del inspector Chandler, que deberá investigar esa obvia reacción de autodefensa, quiero que todos ustedes salgan de una puñetera vez de mi casa.
McKenna sacó del bolsillo un teléfono móvil, habló a través de él y esperó una respuesta.
—Debo detenerle, senador Jordán. Estoy convencido de que el inspector Chandler hará lo mismo.
—¡Fuera de una puñetera vez!
—Voy a leerle sus derechos ahora mismo.
—Antes de que salga el sol le aseguro que tendrá su destino en el equivalente a Siberia en el FBI. Usted no posee prueba alguna.
—En realidad, para detenerle, me he basado en sus propias palabras. —Bajo la mirada atenta de todos, McKenna se arrodilló bajo el escritorio, pasó la mano por allí y extrajo un micrófono—. Su declaración la ha oído con la máxima claridad el equipo de vigilancia aparcado fuera. —Miró a Fiske—. Knight fue quien dio la orden a Rayfield de matar a su hermano.
Jordán se puso furioso.
—Esto es completamente ilegal. Ningún juez de esta ciudad le extendería una orden para ello. No soy yo quien irá a la cárcel sino usted.
—No nos hacía falta ninguna orden. Disponíamos del permiso.
—¡Estupideces! —gritó Jordán. Parecía dispuesto a atacar al agente—. Le exijo que me entregue inmediatamente las cintas. Si piensa que alguien va a creerse que yo di el permiso, es que es usted un imbécil.
—Lo he hecho yo, Jordán. He sido yo.
Jordán quedó completamente lívido al ver a su esposa en el umbral de la puerta. Elizabeth ni siquiera miró el cadáver de Perkins. Tenía la vista fija en su marido.
—¿Tú?
—Yo también vivo aquí, Jordán. Puedo dar el permiso.
—¿Y por qué, por todos los santos?
Elizabeth le mantuvo la mirada un momento y luego tocó la manga de Rufus Harms.
—Este hombre es el porqué, Jordán. Él constituye la única razón capaz de moverme a hacer lo que he hecho.
—¿Por él? Es un asesino de niños.
—No me vengas con esas, Jordán. Conozco la verdad. Y te maldigo por lo que hiciste.
—¿Qué es lo que hice? He dedicado mi vida al servicio de este país. —Señaló a Rufus—. Ese hombre jamás ha movido un dedo por nada ni por nadie. Ese cabrón merece la muerte.
Rufus, con una rapidez que no parecía casar con su corpulencia, se acercó a Jordán, sus enormes manos agarraron el cuello del senador y empujó su cabeza contra la pared.
—¡Maldito canalla! —exclamó Rufus. Iba apretando los dedos y Jordán enrojecía cada vez más.
McKenna y Chandler sacaron sus armas pero no consiguieron disparar. Se les veía impotentes. Agarraron a Rufus pero aquello era como tirar de una montaña.
—¡Jordán! —exclamó Elizabeth.
—¡Basta, Rufus! —gritó Sara.
Jordán estaba a punto de perder la conciencia.
Fiske se acercó a ellos.
—¿Rufus, Rufus? —suspiró profundamente y se limitó a decir—: Josh no lo ha conseguido. —Rufus dejó de apretar a Jordán en el acto y volvió la cabeza hacia Fiske—. Ha muerto, Rufus. Los dos hemos perdido a nuestros hermanos. —Fiske temblaba visiblemente y Sara lo cogió por el hombro—. Si le mata, volverá a la cárcel y Josh habrá muerto por nada. —Rufus soltó algo el cuello del senador mientras las lágrimas inundaban sus ojos—. No puede hacerlo, Rufus. —Fiske dio otro indeciso paso hacia adelante—. No puede hacerlo.
Mientras los dos hombres, desolados, se miraban, Rufus soltó a Jordán, quien, jadeando, se desplomó contra la moqueta.
Jordán no volvió la cabeza hacia su esposa cuando se lo llevó McKenna esposado.
Al cabo de una hora, el equipo de forenses había concluido su trabajo y retiraban el cadáver de Perkins. Chandler, Rufus, Sara y Fiske seguían allí. Elizabeth Knight estaba en su dormitorio.
—¿Hasta qué punto estaba al corriente de la verdad, Buford? —le preguntó Fiske.
—Hasta cierto punto. McKenna y yo habíamos tenido nuestras conversaciones. Creo que al principio él estaba convencido de su implicación en el asesinato, cuando menos le caía usted muy mal. —Chandler sonrió—. Pero en cuanto se enteró de que la cuestión tenía alguna relación con Rufus, cambió radicalmente de opinión. De todas formas nunca me gustó la idea de que le tuviera como cabeza de turco. Y fue él también quien apretó las tuercas para que despidieran a Sara.
—¿Por qué? —preguntó Sara.
—Los dos se estaban acercando a la verdad. Y eso implicaba que corrían peligro. McKenna era consciente de que los implicados eran capaces de todo. Sin embargo no disponía de prueba alguna. Tenía que hacerles pensar que ustedes dos eran los principales sospechosos. Cada vez que se encontraba cerca de Perkins y Dellasandro, McKenna comentaba que consideraba que el recurso de Rufus era una patraña y que el asesino era John. Él le quitó su pistola y se aseguró de que Perkins y Dellasandro supieran que había desaparecido. Contaba que con eso se sentirían tranquilos y cometerían algún error. Y con ello ustedes dos no corrían tanto peligro.
—Creo que en eso último falló —dijo Sara estremeciéndose.
—Lo cierto es que no se le ocurrió que usted podía despistar a su equipo de vigilancia. En cuanto consiguió que la magistrada Knight accediera a lo del micrófono, no le quedó más que tender la trampa. McKenna le había comentado ya a la magistrada Knight que conocía a su marido de Fort Plessy, por lo que cuando el senador le habló de llamar por teléfono y conseguir la información, ella sabía que estaba mintiendo.
—O sea que la rapidez mental de la magistrada Knight puede que me haya salvado la vida —comentó Sara.
Chandler asintió.
—Cuanto todo se vino abajo, McKenna supo que Perkins iba a largarse y necesitaría la ayuda de Jordán. Y eso es lo que ha ocurrido. La muerte de Perkins a manos de Jordán no estaba en el plan. Aunque es algo que no me va a quitar el sueño. —Chandler miró a Rufus Harms—. Tendrá que acompañarme usted, pero acabaremos enseguida.
—Quiero ver a mi hermano.
Chandler movió la cabeza con gesto afirmativo.
—Me ocuparé de que pueda ir.
—Iré con usted, Rufus —dijo Fiske.
Cuando se iban hacia la puerta se encontraron con Elizabeth Knight en el vestíbulo.
—Ha hecho usted algo admirable esta noche, magistrada Knight. Imagino lo difícil que ha sido para usted —dijo Chandler.
Elizabeth tendió la mano a Rufus Harms.
—Tal vez no solucione nada diciéndoselo, después de todo lo que ha sufrido usted, señor Harms, pero siento muchísimo todo lo que ha tenido que pasar. Créame, muchísimo.
Él le estrechó la mano cordialmente.
—Sí me soluciona, y mucho, señora. Es algo importante para mí y para mi hermano.
Cuando hubieron pasado la puerta, Elizabeth Knight les miró a todos diciéndoles con toda sinceridad:
—Que Dios les acompañe.
El grupo se dirigió al ascensor. Los tres hombres se metieron en él pero Sara vaciló un momento.
—Vuelvo enseguida —dijo.
Se cerraron las puertas del ascensor y ella llamó al timbre. Mary le abrió la puerta.
—¿Dónde está la magistrada Knight?
—Se ha retirado a su habitación. ¿Por qué…?
Sara entró sin más y se metió en el dormitorio de Elizabeth. Sentada en la cama, Elizabeth Knight levantó la vista hacia su antigua ayudante. La magistrada tenía el puño cerrado; junto a ella, un frasco de medicamentos vacío.
Sara se acercó lentamente a ella, se sentó a su lado y le cogió la mano. Abrió el puño y las píldoras se esparcieron por la cama.
—Esa no es forma de solucionar las cosas, Elizabeth.
—¿Solucionarlas? —respondió Elizabeth con tono histérico—. Acaban de llevarse mi vida esposada.
—Jordán Knight es quien ha salido por esta puerta. La magistrada Elizabeth Knight está aquí sentada a mi lado. Y es la magistrada que dirigirá el Tribunal Supremo el siglo que viene.
—Sara… —Las lágrimas descendían por sus mejillas.
—Es un cargo vitalicio. Y le queda a usted mucha vida por delante. —Sara le estrechó la mano—. Me gustaría ayudarla en su tarea, en su importantísima tarea. Si es que me acepta.
Sara abrazó a la mujer, que temblaba.
—No sé si podré… si sobreviviré a todo eso.
—Estoy convencida de que sí. Y no estará sola en ello. Se lo prometo.
Elizabeth devolvió el abrazo a la joven.
—¿Se quedará conmigo esta noche, Sara?
—Me quedaré todo el tiempo que usted quiera.