59


Después de que Sara le llamara montándole la cita, Fiske hizo otra llamada telefónica. Las noticias no eran buenas. Todo lo contrario. Se metió en el coche y, mirando a Harms, dijo:

—Tiene a Sara.

—¿Quién la tiene? —preguntó Harms.

—Su antiguo colega. Dellasandro. Es el único que queda.

—¿Pero qué dice, el único que queda?

—Rayfield y Tremaine están muertos. Solo queda Dellasandro. Sara me pasó la información sin que él se percatara… —Fiske hizo una pausa mirando a Rufus, quien parecía sonreír socarronamente. Entonces le dijo con un cierto titubeo—: ¿Cuántos hombres acudieron aquella noche al calabozo, Rufus?

—Cinco.

Fiske se dejó caer pesadamente contra el respaldo.

—Solo estaba al corriente de los tres que acabo de mencionar. ¿Quiénes son los otros dos?

—Perkins. Dick Perkins.

Fiske pensó que deliraba.

—Richard Perkins es el jefe de policía del Tribunal Supremo.

—No le he visto desde aquella noche, de lo cual no puedo por más que alegrarme. Dejando aparte a Tremaine, era el peor del grupo. Entró ya pegándome con la porra. Él fue quien me inyectó el PCP.

—¿Y el quinto?

—No le conocía. Era la primera vez que lo veía.

—Ah, vale. Creo que ya sé de quién se trata.

Sara no le había comentado que hubiera encontrado aquel nombre en la lista de personal de Fort Plessy, pero Fiske se lo había imaginado. La imagen de Warren McKenna apareció con toda la nitidez en sus pensamientos. Esa era la razón por la que el agente del FBI intentaba inculparle. Todo encajaba. Fiske puso el motor en marcha.

—¿A dónde vamos?

—Acaba de llamar Sara. Ella… ellos nos han montado una cita cerca de John Washington Parkway, en Virginia. He intentado contactar con Chandler pero no lo he encontrado. Le he dejado un mensaje precisándole dónde vamos a estar. Ojalá llegue a tiempo.

—¿Y vamos a ir?

—Si no vamos matarán a Sara. Si usted quiere quedarse al margen, es muy libre de hacerlo.

Como respuesta, Rufus se sacó una pistola del bolsillo y se la pasó a Fiske.

—¿Sabe manejar una de esas?

Fiske cogió la pistola, le quitó el seguro y comprobó que hubiera una bala en la recámara.

—Creo que podré —dijo.

Eran ya más de las doce de la noche y la avenida estaba desierta. En distintos puntos se veían zonas de recreo con pequeños parques en los que durante el día se reunían las familias para organizar barbacoas y pasar un rato de ocio. En cambio en aquellos momentos, cuando Fiske detuvo el coche, la zona estaba a oscuras, aislada y tenía para él un aspecto realmente lúgubre. Fue mirando los carteles hasta localizar el que buscaba. Al mismo tiempo se fijó en el coche de Sara, que estaba en un aparcamiento vacío. Unos grandes árboles formaban el telón de fondo de la zona de recreo cubierta de césped. Más allá de ellos, Fiske divisó la profunda negrura del río Potomac.

Rufus se agachó en el asiento de atrás, con los ojos a la altura de la parte inferior de la ventanilla. Recorrió con la mirada el oscuro paisaje.

—Hay alguien dentro del coche. Aunque no sabría decir si es un hombre o una mujer —dijo.

Fiske forzó la vista y asintió, confirmándolo. Durante el camino habían ideado algo así como un plan. Ya sobre el terreno, podrían llevarlo a cabo. Avanzaron un poco hasta superar una curva que les dejaba fuera del alcance visual del coche de Sara. Fiske frenó. Se abrió la puerta de atrás y Rufus desapareció en un instante tras los árboles, camino del aparcamiento.

Fiske siguió hacia allí y aparcó no muy lejos del coche de Sara. Miró hacia este y le tranquilizó comprobar que ella estaba al volante. Cogió la pistola y salió despacio. Miró por encima de la capota del coche.

—¿Sara?

Ella se volvió hacia él, movió la cabeza y sonrió levemente. La sonrisa desapareció cuando el hombre que tenía al lado le apuntó con un arma en la cabeza. Los dos salieron por el lado del conductor. Dellasandro la cogía con una mano del cuello mientras con la otra sujetaba la pistola que le hundía en la sien.

—Por aquí, Fiske —dijo Dellasandro. Fiske simuló como pudo una expresión de sorpresa—. ¿Dónde está Harms? —añadió—. Fiske hizo como que se frotaba la mejilla.

—Le ha dado un pronto. Ha decidido no acudir a la poli. Me ha golpeado y se ha largado.

—¿Y le ha dejado el coche a usted? No creo. Respóndame como es debido o su novia quedará con la cabeza llena de plomo.

—Le digo la verdad. Ya sabe que ha estado muchos años en la cárcel. El coche no le importaba ni un comino porque ni se acuerda de conducir.

Dellasandro reflexionó sobre aquello un momento.

—Acérquese. Con las manos a media altura.

Fiske se metió la pistola en la cintura e hizo lo que le pedía el otro. Rodeó lentamente en coche y anduvo hacia ellos. Al acercarse más se dio cuenta de la magulladura que tenía Sara en la mejilla.

—¿Estás bien, Sara? Ella asintió.

—Lo siento, John.

—Vamos, vamos, a callar —dijo Dellasandro—. ¿Dónde se le ha escapado exactamente Harms?

—Al dejar la interestatal. Hemos salido por la Uno.

—Una estupidez marcharse de esta forma. No llegará muy lejos.

—Nada, como se suele decir, «No hay peor sordo que el que no quiere oír».

—¿Por qué no me creeré yo nada de lo que me está diciendo?

—¿No será por aquello de que «cree el ladrón…»?

Dellasandro le apuntó con la pistola.

—Será una gozada volarle los sesos.

—Un poco complicado tener que hacerse cargo de un par de cadáveres.

Dellasandro miró hacia el río.

—Pues no tanto cuando uno tiene como aliada a la Madre Naturaleza.

—¿Y no cree que Chandler va a sospechar algo?

—¿Qué quiere que sospeche? La poli piensa que usted mató a su hermano por el dinero de la póliza. A la tipa esta la han puesto hoy de patitas en la calle por su culpa y la de su atontado hermano. Su carrera a tomar viento. Resultará que se habrán encontrado ustedes dos y se ha desencadenado la violencia. Puede que usted la haya matado a ella y luego se haya suicidado o al revés. ¿Qué importa? Encontrarán el coche de ella y al cabo de unos días o unas semanas, los dos cadáveres flotando en alguna parte… Es decir, lo que quede de ellos. Y caso cerrado.

—No está mal el plan. Pero como ni de lejos me creo que se le haya ocurrido a usted, dígame, ¿dónde están sus socios?

—¿De qué me está hablando?

—De los otros que estuvieron en el calabozo militar aquella noche.

—Uno de ellos es Perkins —soltó Sara—. También está aquí.

—¡A callar! —gritó Dellasandro.

—En realidad a ese ya lo tenía controlado. Y también creo saber quién es el otro.

—Váyase con sus cuentos a otro. Caminen.

Todos avanzaron hacia la orilla. Fiske volvió la cabeza hacia Dellasandro.

—Ni se le ocurra, Fiske. Puedo hacerle pedazos a cincuenta metros de distancia, conque imagínese a medio metro. Y si había pensado en que el subnormal aquel me atacaría desde los árboles, por mí que no quede.

Fiske quedó desolado, pues en realidad aquel era su plan. De pronto, una bala dio en el suelo junto a la pierna de Dellasandro. Este soltó un grito y apartó la pistola de la cabeza de Sara.

Fiske le pegó un fuerte puñetazo en el estómago, que le hizo retorcerse, y seguidamente le atizó en la cabeza. Antes de que Dellasandro pudiera recuperarse, surgió Rufus de detrás de un árbol y se abalanzó contra él con la fuerza de un tanque incontrolado. El impacto arrojó al hombre al agua. Fiske se sacó la pistola y Rufus estaba dispuesto a perseguir a Dellasandro, cuando una serie de disparos pasaron rozándoles y todos se lanzaron al suelo.

Fiske cogió a Sara por el hombro.

—¿Ve algo, Rufus?

—Sí, pero algo que no le va a gustar. Creo que los disparos venían de puntos distintos.

—Vaya, tenía a los dos compinches aquí. —Agarró con fuerza la pistola—. Vamos a establecer un plan, Rufus. Disparamos dos veces cada uno y seguimos la trayectoria del fuego de ellos para ver de dónde proceden los disparos. Luego yo le cubro, usted se lleva a Sara y se alejan rápidamente de aquí. Se van hasta el coche de ella y se largan. —Antes de darle tiempo a Sara a decir algo, añadió—: Alguien tiene que encontrar a Chandler.

—Yo puedo quedarme —dijo Rufus—. Soy yo quien tiene que darles su merecido a esos cabrones.

—Creo que usted ya ha llevado demasiado tiempo el peso. —Fiske apuntó con su arma—. Usted dispara a la izquierda y controla la izquierda. Uno, dos, tres, ¡ya!

Sara se tapó los oídos y empezaron los disparos. Segundos después les devolvieron el fuego.

Fiske y Rufus analizaron rápidamente el resplandor de los cañones.

—Uno de ellos dispara sin control —dijo Fiske—. Tal vez le hayamos tocado. Bien, ahora yo apuntaré en las dos direcciones. Mantenga su arma a punto pero no dispare. Voy a desplazarme hacia la derecha unos diez metros. Seguirán mi camino con los disparos. Cuente hasta veinte y cuando oiga el primer tiro, salga enseguida.

Fiske empezó a andar pero Sara no quería soltarle la mano. Él quería decirle algo que le inspirara confianza, algo incluso un poco presuntuoso, para demostrarle que no tenía miedo. Pero sí lo tenía.

—Sé perfectamente lo que hago, Sara. Y supongo que siempre es mejor haber vivido cincuenta años que ninguno.

Sara le observó mientras se alejaba a rastras, convencida de que era la última vez que le veía vivo.

Un minuto después empezaron los tiros. Rufus tuvo que ayudar a Sara en la carrera hacia el coche. Al llegar a él, Rufus abrió la puerta y la empujó hacia dentro, pasó al otro lado y entró también él.

Fiske avanzó lentamente por entre la hierba, notando el olor a metal y pólvora quemada. El ánimo se le había venido abajo. Había ido contando los disparos efectuados, pero lo que no sabía era que no había empezado con el cargador lleno; no le quedaba munición. Al oír cómo arrancaba el coche sonrió con aire sombrío. Con aquel pensamiento en la cabeza y los oídos ensordecidos por los disparos, se percató demasiado tarde del ruido procedente de atrás.

Dellasandro, empapado de agua y barro, chorreando, le estaba apuntando con un arma. Fiske fue incapaz de abrir la boca, pues le quedó seca al instante. Se vio asimismo incapaz de respirar, como sí los pulmones hubieran captado la situación y decidido detener su funcionamiento hasta que la bala les obligara a reemprenderlo. Llevaba ya dos agujeros en el cuerpo; a la tercera va la vencida. Darnell Jackson había estado ante su arma, después de perder el equilibrio tras matar al compañero de Fiske; con Dellasandro sería muy distinto. Fiske miró hacia el río. Una semana en aquellas aguas y ni su padre sería capaz de reconocerle. Volvió la vista hacia Dellasandro: la última imagen antes de morir.

Se produjo el disparo y Fiske contempló atónito cómo el cuerpo de Leo Dellasandro caía hacia delante y quedaba inmóvil.

Levantó la cabeza. Lo que vio le hizo desear que Dellasandro hubiera podido disparar antes. McKenna tenía la vista fija en él. Fiske solo pudo mover la cabeza. ¿No podía ser Chandler? ¿No podían darle ni un respiro? Entonces se fijó en la pistola de Dellasandro, que había caído muy cerca de él.

—Ni lo intente, Fiske —exclamó McKenna, tajante.

—¡Hijo de puta!

—Y yo que creía que me iba a dar las gracias.

—¿Por qué? ¿Por matar a su cómplice antes de acabar conmigo?

McKenna, como respuesta, sacó otra pistola de su bolsillo.

—Ahí tiene su arma. La he encontrado por casualidad.

—Vale. Algún día, como sea, recibirá su merecido.

McKenna volvió la cabeza hacia Dellasandro.

—En cierta manera lo he recibido ya.

El comportamiento de aquel hombre dejó completamente pasmado a Fiske.

Le pasó el arma, obligándole a empuñarla.

—No huya, dispare contra mí. —Le ayudó a incorporarse—. Chandler viene hacia aquí. He conseguido encontrarle en casa de Evans. He llegado allí en el momento en que Perkins y Dellasandro se llevaban a Sara. He imaginado que intentarían utilizarla para montarle una encerrona. He seguido los pasos de ellos como si fuera su compañero extraoficial. Uno mejor que el último que tuvo usted. Yo nunca abandono la guardia.

Fiske se limitó a mirarle, incapaz de articular palabra.

—Perkins se ha largado. Era el otro que disparaba. He intentado pegarle un tiro pero ya estaba lejos. También he disparado para despistar a Leo. Imaginaba que por ahí debía andar Rufus.

—Creí que usted también estaba en el acuartelamiento aquella noche —dijo Fiske.

—Sí, estaba allí.

—¿Qué hace ahora, pues? ¿Limpiarse la conciencia? Si es así, será el único de los cinco.

—Yo no era uno de los cinco.

—Si acaba de decir que estaba en el acuartelamiento aquella noche.

—Aquella noche, además de Rufus, se encontraban allí seis hombres.

Fiske estaba perplejo.

—No entiendo nada.

—Aquella noche yo estaba de guardia, John. He tardado veinticinco años en comprender lo que ocurrió, y no lo habría conseguido sin usted y Sara. Creo que el tema del PCP me vino a la cabeza al mismo tiempo que a usted, allí, en su despacho. En mi vida había tenido noticia de unas pruebas con drogas en Fort Plessy; claro que tampoco son temas sobre los que se hable demasiado.

—Informados o no del tema, no creo que nadie de los que se encontraban allí se haya preocupado nunca lo más mínimo por lo que le ocurrió a Harms.

—Se equivoca, yo me preocupé. —McKenna bajó la mirada—. Lo que ocurre es que no tuve agallas para hacer nada hasta que ya fue demasiado tarde. Yo habría podido detener todo este asunto. —Parecía como si todo su cuerpo fuera a derrumbarse al volver su mente hacia el pasado—. Pero no lo hice.

Fiske observó al hombre un momento, intentando aún asimilar sus últimas palabras.

—Algo ha hecho ahora mismo.

—Con veinticinco años de retraso.

—Van a conceder la libertad a Rufus, ¿no es así? Es todo lo que desea él.

McKenna le miró.

—Rufus ya está libre. Nadie volverá a meterlo en la cárcel. Quien lo intentara tendría que pasar sobre mi cadáver. Y créame, eso no sucederá.

Fiske miró hacia la carretera.

—¿Y qué me dice de Perkins?

McKenna sonrió.

—Sé perfectamente a dónde se dirige Perkins. Podemos llamar a Sara al coche e informarla. En cuando llegue Chandler, nos iremos.

—¿Irnos? ¿A dónde?

—Perkins ha ido a ver a la quinta persona que estuvo en el calabozo aquella noche.

—¿Quién? ¿De quién se trata?

—Pronto lo descubrirá. Dentro de poco lo sabrá todo.