Has hecho lo correcto, Beth, por mucho que te duela. De todas formas, sigue pareciéndome increíble lo de Sara. —Jordán Knight iba moviendo la cabeza. Se encontraban en el asiento posterior de la limusina oficial, que iba avanzando a duras penas entre el tráfico hacia su piso en Watergate—. Puede que se derrumbara. La presión es enorme.
—Tienes razón —respondió Elizabeth Knight en voz baja.
—Todo parece tan extraño… Un funcionario roba un recurso. Sara está al corriente de ello pero guarda silencio. Asesinan al funcionario. Luego se sospecha del hermano de este. No veo yo a John Fiske como un asesino.
—Ni yo. —Su conversación con John Fiske no había hecho más que intensificar su temor.
Jordán Knight acarició la mano de su esposa.
—He hecho mis comprobaciones sobre Chandler y McKenna. Los dos, intachables. McKenna tiene una excelente reputación en el FBI. Creo que nadie mejor que ellos para resolver el caso.
—A mí McKenna me parece grosero y desagradable.
—Supongo que es como debe mostrarse por razón de su trabajo —observó él.
—Pero hay más. No sé, le veo algo, me parece tan vehemente que en algún momento diría que… —Hizo una pausa en busca de la expresión adecuada—, hace teatro.
—¿En plena investigación por un asesinato?
—Ya sé que parece una locura pero es cómo yo lo veo.
El senador encogió los hombros y se acarició la barbilla con aire meditabundo.
—Siempre he dicho que vale más la intuición femenina que el mejor juicio de un hombre. De todas formas, en esta ciudad todos estamos un poco encima de un escenario. Es algo que a veces le harta a uno.
Ella le miró a los ojos.
—¿La llamada del rancho en Nuevo México?
—Te llevo doce años, Beth. Cada día que pasa es más precioso para mí.
—Hablas como si apenas nos viéramos.
—Estar juntos aquí no es lo mismo. Tenemos tanto trabajo los dos…
—Mi cargo en el Tribunal es vitalicio, Jordán.
—No quiero que tengas que lamentar nada. Por mi parte hago todo lo posible para no tener que lamentar nada tampoco.
Se quedaron un momento en silencio, mirando por la ventana mientras el coche circulaba por Virginia Avenue.
—Al parecer, habéis estado de uñas hoy Ramsey y tú. ¿Crees tener alguna posibilidad?
—Sabes bien que no me siento cómoda discutiendo esos temas contigo, Jordán.
Él se acaloró un poco.
—Algo que odio de esta ciudad y de nuestros trabajos. El gobierno no debería entrometerse en el contrato matrimonial.
—Curiosa opinión, sobre todo viniendo de un político.
Jordán se echó a reír.
—Pues, como político, tengo que soltar el rollo, ¿o no? —Le cogió la mano—. Para mí tiene mucho valor que organizaras la cena en honor de Kenneth. Sé que te llevaste alguna crítica.
Elizabeth hizo un gesto de indiferencia.
—Harold aprovecha la menor oportunidad, por trivial que sea, para chincharme, Jordán. Ya estoy avezada a ello. —Le dio un beso en la mejilla mientras él le acariciaba el pelo.
—Pese a todo pronóstico, los dos hemos vencido, ¿no te parece? Y llevamos una agradable existencia.
—Llevamos una vida maravillosa, Jordán. —Le besó de nuevo y él le pasó el brazo por el hombro con gesto protector.
—Creo que esta noche tendríamos que anular todos los compromisos y quedarnos en casa. Cenar algo, ver una película. Y hablar. Es algo que no hacemos a menudo.
—Me temo que no voy a ser la compañía ideal.
Jordán la abrazó.
—Siempre eres la compañía ideal, Beth. Siempre.
Cuando los Knight llegaron a su piso, Mary, el ama de llaves, entregó a Elizabeth un mensaje telefónico. Una curiosa expresión se dibujó en su rostro al ver el nombre escrito en el papel.
Apareció luego Jordán en el vestíbulo frotándose las manos. Mirando a Mary, dijo:
—Supongo que habrá preparado algo bueno para cenar.
—Su plato preferido: filete de buey.
Jordán sonrió.
—Creo que cenaremos tarde. Esta noche la señora y yo vamos a relajarnos del todo. Que no nos moleste nadie. —Miró a su esposa—. ¿Algún problema? —Se fijó en el papel que tenía en la mano.
—No. Asuntos de trabajo. Esto no para nunca.
—¡Dímelo a mí! —respondió él escuetamente—. Bien, yo tomaré una ducha caliente. —Se marchó—. Si te apetece, puedes acompañarme —dijo volviendo la cabeza.
Mary se fue hacia la cocina sonriendo ante el comentario del senador.
Elizabeth aprovechó la oportunidad para meterse en su estudio y marcar el número que tenía en el papel del mensaje.
—Me han llamado ustedes —dijo por teléfono.
—Tenemos que hablar, magistrada Knight. ¿Qué le parece ahora mismo?
—¿De qué va todo esto?
—Lo que voy a decirle puede caerle como un cubo de agua fría. ¿Está preparada para ello?
Sin saber por qué, Elizabeth Knight tuvo la impresión de que aquel hombre disfrutaba.
—La verdad es que no tengo tiempo para esas intrigas que al parecer le divierten tanto a usted.
—Pues si le parece voy a darle un cursillo acelerado sobre el tema.
—¿Pero de qué me habla?
—Usted limítese a escuchar.
Ella obedeció. Veinte minutos después colgó, salió disparada del estudio y estuvo a punto de chocar con Mary, que pasaba por allí. Se metió en el lavabo y se refrescó la cara con agua fría. Se agarró al extremo del lavabo, se repuso algo, abrió la puerta y salió despacio hacia el vestíbulo.
Oyó que Jordán se estaba duchando. Miró el reloj. Cogió el ascensor, se dirigió a la recepción del edificio y esperó junto a la puerta. Parecía que el tiempo no acababa de pasar. De hecho hacía solo diez minutos que había colgado el teléfono. Por fin apareció un hombre al que ella no conocía aunque sin duda él la había visto antes, y le entregó algo. Ella miró el objeto. Cuando levantó de nuevo la vista, aquel hombre ya no estaba allí. Se metió aquello en el bolsillo y subió deprisa al piso.
—¿Dónde está Jordán? —preguntó a Mary.
—Creo que en su habitación vistiéndose. ¿Le ocurre algo, señora Knight?
—No. Bueno… tengo el estómago algo revuelto pero no es nada. He pensado que me iría bien estirar las piernas, salir a mirar algún escaparate y tomar el fresco. ¿Nos preparará unos cócteles y los servirá en la terraza?
—Empieza a llover.
—Pero el toldo está puesto. Y de pronto siento algo de claustrofobia. Tiene que darme el aire. Últimamente ha hecho un tiempo muy cálido y húmedo, menos mal que la lluvia refrescará el ambiente. Claro que lo refrescará —añadió, melancólica—. ¿Verdad que a Jordán le preparará su preferido?
—Beefeater con Martini con una sacudida, por supuesto, señora.
—En cuanto a la cena… por favor, Mary, asegúrese de que sea una delicia. Que sea perfecta.
—Descuide, señora.
Mary se dirigió al mueble-bar con cara de extrañeza.
Elizabeth Knight entrelazó fuertemente las manos para combatir el pánico que se iba apoderando de ella. Tenía que dejar de pensar en aquello. Si quería superarlo, debía limitarse a actuar, sin pensar. «Dios mío, ayúdame, por favor», suplicó.