52


Fiske se fue deprisa hacia el despacho de Knight y, para su sorpresa, le permitieron la entrada en él. Encontró a Knight instalada en su escritorio. Ramsey seguía allí, apoltronado en la butaca. Se levantó en cuanto vio a Fiske.

—Tengo que informarles de que todo lo que ha hecho o dejado de hacer Sara ha sido para proteger a mi hermano —les dijo nada más entrar—. Y de que todo lo que pretende en estos momentos es ayudarme a descubrir quién le mató.

—¿No cree usted que encontraría la respuesta al dilema limitándose a mirarse al espejo? —dijo Ramsey enérgicamente.

Fiske quedó lívido.

—Está usted muy equivocado.

—¡No me diga! Pues no creo que las autoridades opinen como usted. Si usted es el asesino, espero que pase el resto de sus días en la cárcel. Y en cuanto a lo que hizo su hermano, en mi opinión tampoco difiere tanto del hecho de quitar la vida a otro.

—Mi hermano hizo lo que él consideraba correcto.

—Una afirmación realmente curiosa.

—Harold… —empezó Knight, pero él la cortó haciendo un gesto con la mano.

—Hágame el favor —dijo él señalándole con el dedo— de salir de este despacho y de este edificio si no quiere que le mande detener por intrusión.

Fiske les miró a los dos. El enojo que sentía en aquellos momentos constituía la culminación de los tres días en los que había vivido un infierno. Tenía la impresión de que Harold Ramsey era el culpable de todo lo malo que le había ocurrido en la vida.

—He leído la frase que figura sobre la puerta principal del edificio: «Justicia equitativa bajo la ley». Eso sí resulta curioso.

Ramsey parecía dispuesto a abalanzarse contra él.

—¡Cómo se atreve!

—Ahora mismo tengo un cliente en el corredor de la muerte. Si algún día se me concede el «honor» de aparecer ante usted, ¿puede asegurarme que le importará algo que mi defendido viva o muera? ¿O es que se servirá de él y también de mí para anular un precedente que le fastidió a usted diez años antes?

—Es usted insoportable…

—¿Va a responderme o no? —gritó Fiske—. Porque si no puede hacerlo, no sé cuál es su papel pero queda muy claro que no es usted un juez.

Ramsey estaba lívido.

—¿Qué sabe usted de las cosas? El sistema…

Fiske se golpeó el pecho.

—Yo soy el sistema. Yo y las personas a las que represento. No usted. Ni este lugar.

—¿Tiene conciencia de la magnitud de las cuestiones que tratamos aquí?

—¿Cuándo fue la última vez que se sentó usted a «juzgar» el caso de una esposa apaleada? ¿El de los abusos deshonestos contra un niño? ¿Ha visto alguna vez morir a un hombre en la silla eléctrica? ¿Lo ha visto? Usted se limita a permanecer sentado y nunca ve a una persona en carne y hueso. Jamás oye a un testigo directo, nunca oye a nadie a excepción de un puñado de abogados agresivos que le presentan un montón de papeles. No tiene ni idea de los rostros, de las personas, de la angustia y el dolor que se esconden tras todo aquello. Para usted es como un juego intelectual. ¡Un juego! Ni más ni menos. —Fiske le miraba a los ojos. La voz le temblaba cuando añadió—: Si considera que los temas importantes son tan arduos, intente abordar los menores.

—Creo que debería usted retirarse —dijo Knight casi en tono de súplica—. Ahora mismo.

Fiske siguió con la vista clavada en Ramsey unos segundos más y luego, algo más tranquilo, miró a la mujer.

—Un buen consejo, asesora, y creo que voy a seguirlo.

Se volvió para salir.

—Señor Fiske —gritó Ramsey. El otro se giró lentamente—. Tengo amigos en la judicatura de Virginia. Creo que habrá que ponerles al corriente de la situación. Considero que habrá que tomar las medidas pertinentes contra usted, que podrían desembocar en la suspensión y en su subsiguiente inhabilitación para el ejercicio de la abogacía.

—¿Culpable hasta que se demuestre lo contrario? ¿Así cree usted que tiene que funcionar el sistema de justicia?

—Estoy casi convencido de que van a encontrarle a usted culpable, de que es solo cuestión de tiempo.

Fiske iba a responder, pero Knight, con una mano en el teléfono, dijo:

—Le agradecería, John, que se retirara sin que tuviéramos que reclamar la presencia de los guardianes.

Cuando Fiske se hubo marchado, Ramsey agitó la cabeza.

—No cabe duda de que ese hombre es un psicópata.

Se volvió para mirar a Knight. Ella seguía inmóvil mirando al frente.

—Quiero que sepa, Beth, que puede utilizar a mis ayudantes hasta que encuentre un sustituto para Sara.

Knight volvió la cabeza hacia él. El ofrecimiento le parecía un gesto de amabilidad. Aunque a nivel superficial. Porque, ¿no le colocaría a un espía en su campo bajo esta capa?

—No hace falta. Nos limitaremos a trabajar más intensamente.

—Ha planteado una excelente batalla en las pruebas orales de esta mañana, si bien desearía que no se lo tomara de forma personal. No es muy propio plantear este tipo de enfrentamientos en público.

—¿Cómo puedo no tomarme de forma personal los casos, Harold? Dígamelo usted. —Se le veían los ojos hinchados y la voz de pronto se le enronqueció.

—Tiene que hacerlo. A mí un caso jamás me ha quitado el sueño. Ni siquiera una pena de muerte. Nosotros no decidimos la culpabilidad o la inocencia. Interpretamos palabras. Tenemos que verlo desde ese prisma. De lo contrario quedamos destrozados.

—Puede que sea preferible quedar destrozada enseguida a vivir una larga y prestigiosa carrera que no consiga más que presentar un desafío a mi intelecto. —Ramsey le dirigió una dura mirada—. Yo deseo herir, deseo notar el dolor. Eso es lo que quiere todo el mundo. ¿Por qué tendremos que ser nosotros una excepción? Si todos esos casos deberían atormentarnos, ¡maldita sea!

Ramsey movió la cabeza con tristeza.

—Siendo así me temo que no va usted a resistir. Y tiene que hacerlo si quiere marcar la diferencia ahí arriba.

—Veremos. Tal vez le sorprenda a usted. Empezando hoy mismo.

—No tiene ninguna posibilidad de anular el veredicto del caso Stanley. De todas formas admiro su tenacidad, pese a que hoy la ha gastado en salvas.

—Que yo recuerde, aún se ha efectuado el recuento de votos.

Ramsey sonrió.

—Por supuesto, por supuesto. Una pura formalidad. —Se metió las manos en los bolsillos y se plantó ante ella—. Y le diré para su información que también estoy al corriente sobre sus planes de examinar la cuestión de los derechos de los pobres…

—Acabamos de perder a un tercer ayudante, Harold. Un tercer ser humano. Una persona a la que tengo un gran aprecio. Aquí empieza a reinar la confusión. Ahora mismo no me apetece discutir sobre las cuestiones del Tribunal. Puede que en realidad ya no vuelva a apetecerme.

—Tenemos que seguir adelante, Beth. Si bien es cierto que hemos ido de crisis en crisis, no vamos a abandonar.

—¡Por favor, Harold!

Ramsey no cedía.

—El Tribunal tiene que seguir. Nosotros…

Knight se levantó.

—¡Fuera!

—¿Cómo?

—Fuera de mi despacho.

—Beth…

—¡Fuera! ¡Fuera!

Sin decir otra palabra, Ramsey salió. Knight permaneció allí de pie un par de minutos más. Luego salió decidida del despacho.

Tras su enfrentamiento con Ramsey, Fiske bajó al aparcamiento subterráneo del Tribunal y se fue directo a su coche. Se sentía aturdido. Había conseguido que despidieran a Sara. Le estaban acusando de asesinar a su hermano y acababa de echar una bronca al presidente del Tribunal Supremo de Estados Unidos de América. Todo ello en menos de una hora. En cualquier entorno donde no reinara la enajenación mental, a aquello se le llamaría un día fatal. Se sentó en el coche. No tenía ganas de ir hasta Richmond para ver como McKenna intentaba dar los últimos toques a la destrucción de su vida.

Cerró los puños contra sus ojos. Soltó un gruñido y se estremeció luego al oír un sonido. Abrió los ojos y vio que Elizabeth Knight golpeaba el cristal de la ventanilla. Lo bajó.

—Quisiera hablar con usted.

Fiske intentó recuperar la compostura.

—¿Sobre qué?

—¿Podemos salir a dar una vuelta? No creo que pueda arriesgarme a invitarle de nuevo a mi despacho. Creo que en mi vida había visto a Harold tan alterado.

Fiske creyó ver la sombra de una sonrisa en el rostro de la mujer al decir aquello.

—¿Una vuelta en mi coche? —preguntó.

—Yo no tengo el mío aquí. ¿Existe algún problema con el suyo?

Fiske observó su elegante vestido.

—Tenga en cuenta que aquí dentro todo es óxido disimulado bajo una capa de mugre.

Knight sonrió.

—Me crie en un rancho al este de Texas. Cuando íbamos con mi familia hacia la hilera de barracas que conformaban el núcleo de población que teníamos más cerca, viajábamos en una máquina excavadora y mis seis hermanos y yo íbamos colgados de ella jugándonos la vida y disfrutando como camellos. Por otro lado, desearía hablar con usted.

Fiske asintió por fin y Knight se sentó en el asiento delantero.

—¿Adónde vamos? —preguntó Fiske al salir del aparcamiento.

—Después del semáforo, coja a la izquierda. Espero que no tuviera algo urgente que hacer. ¡Qué poca delicadeza la mía al no preguntárselo!

Fiske pensó en McKenna que le estaba esperando.

—Nada importante.

En cuando hubo girado, Knight empezó a hablar.

—No tenía que haber vuelto ni decir todo lo que ha dicho.

—Supongo que no es eso lo que ha venido a comentarme —respondió Fiske bruscamente.

—He venido para decirle que siento muchísimo lo de Sara.

—¡Y yo! Intentó ayudar a mi hermano y luego a mí. Apuesto a que maldice el día en que tropezó con los Fiske.

—No creo que opine eso en cuento a uno de los hermanos.

—¿Y eso?

—Sara apreciaba y respetaba a su hermano. Pero no estaba enamorada de él, a pesar de que estoy casi convencida de que él sí estaba enamorado de ella. Su corazón pertenece a otro.

—¿En serio? ¿Se lo ha contado a usted?

—No soy de la opinión de que las personas tienen más o menos intuición en función de su sexo, pero también me niego a dejar a un lado algunas realidades básicas: dudo mucho que mis ocho colegas masculinos se hayan percatado del asunto, pero yo tengo claro que Sara Evans está enamoradísima de usted.

—¿Intuición femenina?

—Más o menos. Pero yo también tengo dos chicas. —Knight notó que él la miraba intrigado—. Mi primer marido murió. Mis hijas son mayores y viven por su cuenta. —Entrelazó las manos sobre su regazo y miró por la ventana—. De todas formas, no es de eso de lo que quería hablar con usted —dijo—. A la derecha —le indicó.

Fiske obedeció al tiempo que le preguntaba:

—¿Cuál es el punto del orden del día, pues? Ustedes parecen seguirlo siempre.

—¿Y le parece algo incorrecto?

—¡Vaya! No me da muy buena espina ver los juegos que se montan ustedes.

—Un punto de vista respetable como cualquier otro.

—Yo no soy quien para juzgar lo que hacen ustedes. Pero en mi opinión no son jueces sino políticos. Y la política que ha de aplicarse siempre depende de quién presiona lo suficiente para obtener cinco votos. ¿Qué tendrá eso que ver con los derechos de un demandante y los de un acusado?

Siguieron en silencio durante un minuto hasta que lo interrumpió Knight.

—Yo empecé como fiscal. Luego me convertí en juez. —Hizo una pausa—. Puedo asegurarle que se equivoca en su juicio. —Fiske la miró algo sorprendido—. Podríamos discutir sobre el tema hasta hartarnos, John, pero hay que tener en cuenta que existe un sistema y que debemos trabajar dentro de dicho sistema. Si ello significa jugar siguiendo sus reglas y, en alguna ocasión, cambiar la dirección, qué le vamos a hacer. Tal vez haya simplificado excesivamente la filosofía de una situación compleja, pero a veces uno tiene que regirse por sus entrañas. —Le miró a los ojos—. Supongo que me entiende.

Él asintió.

—Mi instinto suele acertar.

—¿Y qué le dicta su instinto sobre las muertes de Michael y Steven? ¿Algo sobre la historia del recurso extraviado? Si es así, me gustaría conocerlo.

—¿Por qué me lo pregunta a mí?

—Porque tengo la impresión de que posee más información que nadie. Precisamente por eso quería hablar con usted a solas.

—¿Espera de verdad que haya sido yo el asesino de mi hermano y que esté utilizando el recurso para despistar? ¿Para que el Tribunal no quede en mala posición?

—Yo no he dicho eso.

—Es más o menos lo que le dijo a Sara el día de la fiesta.

Knight suspiró y se apoyó en el respaldo.

—Aún no entiendo por qué lo hice. Tal vez para alejarla de usted.

—Yo no maté a mi hermano.

—Le creo. ¿De forma que el recurso extraviado puede tener importancia?

Fiske asintió.

—Mataron a mi hermano porque conocía su contenido. Creo que Wright murió porque estuvo trabajando hasta muy tarde, salió de su despacho y vio a alguien del Tribunal que abandonaba el de mi hermano.

Knight palideció.

—¿Cree que alguien del Tribunal asesinó a Steven? —Fiske asintió—. ¿Puede demostrarlo?

—Eso espero hacer.

—No puede ser, John. ¿Por qué?

—Un tipo que ha pasado media vida en la cárcel desea encontrar la respuesta a esta pregunta.

—¿Está al corriente de ello el inspector Chandler?

—En parte. Aunque McKenna casi le ha convencido de que el malo soy yo.

—No creo que el inspector Chandler opine eso.

—Ya veremos.

Cuando llegaron otra vez al Tribunal, Knight dijo al salir:

—Si se demuestra que son ciertas sus sospechas y que alguien del Tribunal está implicado en eso… —Hizo una pausa al verse incapaz de seguir—. ¿Se da cuenta de las consecuencias que puede tener todo ello de cara a la reputación de esta institución?

—Tengo pocas cosas claras en la vida, pero sí estoy seguro de una de ellas. —Esperó un momento y dijo—: La reputación del Tribunal no merece que un inocente muera en la cárcel.