51


Fiske esperaba a Sara en su despacho. Cuando ella apareció en la puerta, John se levantó y empezó a hablar, pero luego se fijó en que la seguía Perkins. Sara se fue hacia el escritorio y empezó a recoger cosas mientras Perkins la observaba desde el umbral.

—¿Qué ha ocurrido, Sara?

—Es algo que no le incumbe, señor Fiske —dijo Perkins—. De todas formas, informaré al inspector Chandler y al agente McKenna de que está usted aquí. Tienen que preguntarle algo.

—Pues lo que podría hacer usted es largarse y dejarme a solas con Sara.

—Tengo que acompañar a la señorita Evans hasta la salida del edificio.

Sara siguió recogiendo sus cosas, colocándolas dentro de una bolsa de plástico y cuando acabó colocó el bolso encima de esta. Al pasar por delante de Fiske murmuró:

—Te espero en el aparcamiento.

Al salir, Perkins le dijo:

—Tiene que entregarme también todas las llaves que tenga del edificio.

Sara abrió el bolso y sacó de él unas llaves del llavero, y se las tiró a Perkins.

—No crea que me lo paso bien con esta situación —dijo este, indignado—. Reina la confusión en el Tribunal, un ejército de periodistas nos tiene rodeados, se producen asesinatos y por todas partes pululan policías. Yo no tenía ningún interés en que usted perdiera su puesto de trabajo.

Sara pasó junto a él sin decir palabra.

Cuando bajaban por el pasillo principal, el grupo redujo el paso al ver que se les acercaban Chandler y McKenna en sentido contrario.

—Tengo que hablar con usted, John —dijo Chandler.

Fiske miró a Sara.

—Nos vemos luego, Sara.

Ella y Perkins siguieron adelante.

—¿Tiene que preguntarme algo? —le dijo Fiske.

—En efecto.

—¿No será sobre la póliza de seguros de mi hermano?

—Podría ser —respondió Chandler con aire sombrío—. McKenna opina que podría haberla contratado usted a nombre de su hermano sin su conocimiento y haberle matado luego.

—¿Encontraron la póliza en el piso de mi hermano? —Chandler asintió—. Entonces está claro que él estaba al corriente de la póliza.

Chandler miró a McKenna con expresión interrogativa. El otro permaneció en silencio.

—Oiga, yo no sabía nada de la póliza. Fue la agente de seguros quien se puso en contacto conmigo. Puedo darle su nombre. De hecho, ella habló con mi hermano, se lo digo por si de verdad cree que yo monté toda la historia. —Miró a McKenna y se dio cuenta de que su semblante se había ensombrecido—. Siento haberle aguado la fiesta, McKenna. El dinero pasará a nuestros padres. Mike sabía que eso sería lo que iba a hacer yo. Hable con la agente de seguros y ella se lo confirmará. A menos que piense que también estoy conchabado con ella. ¿Y por qué detenerse aquí? Puede que me haya metido también en el bolsillo a los nueve magistrados, ¿o no?

—O sea que usted habló con su hermano sobre lo de contraer una póliza de seguro de vida para ayudar a sus padres. Y resulta que usted y solo usted es el beneficiario. Sigue siendo un móvil perfecto para matarle —dijo McKenna. Y volviéndose hacia Chandler añadió: ¿Quiere interrogarlo usted o prefiere que lo haga yo?

Chandler miró a Fiske.

—La bala que mató a su hermano fue disparada por una nueve milímetros.

—¿De verdad?

—¿Verdad que usted posee una nueve milímetros?

Fiske les miró a los dos.

—¿Han hablado con la policía del estado de Virginia?

—Limítese a responder a la pregunta —dijo McKenna.

—¿Por qué he de hacerlo si ya sabe la respuesta?

—John… —empezó Chandler.

—De acuerdo, es cierto. Tengo una nueve milímetros. Una SIG-Sauer P226, para más detalles. Con un cargador de quince balas.

—¿Dónde está?

—En mi despacho, en Richmond.

—Nos interesaría tenerla.

—¿Para balística?

—Entre otras cosas.

—Eso es una pérdida de tiempo, Buford…

—¿Nos da permiso para ir a su despacho a buscarla?

—No.

—Pues dentro de una hora tendremos una orden de registro —dijo McKenna.

—No hace falta la orden. Yo les entregaré la pistola.

McKenna quedó sorprendido.

—¿Pero no acaba de decir…?

—Lo que no quiero es que irrumpan en mi despacho en su busca. Sé cómo se comportan a veces los polis. No es la delicadeza lo que les caracteriza. Y también sé que luego tendría que esperar años a que me reembolsaran la factura del cerrajero. —Fiske miró a Chandler—. Imagino que estoy expulsado del equipo extraoficial, pero aún me quedan un par de cosas: ¿habló usted con los guardianes que estaban de servicio la noche en que Wright fue asesinado y ha hecho comprobar las cámaras de vídeo?

—Le aconsejaría que no le comunicara nada, Chandler —dijo McKenna.

—Consejo debidamente anotado. —Chandler miró a Fiske—. En honor de los viejos tiempos le diré que hablamos con los guardianes. A menos que alguno de ellos mienta, ninguno acompañó a Wright a casa. Uno se ofreció a ello pero Wright rechazó la oferta.

—¿A qué hora?

—Hacia la una y media de la madrugada. Hemos controlado las cámaras de vídeo y no existe ninguna grabación fuera de lo corriente.

—¿Explicó Wright por qué no aceptaba que le acompañaran a casa?

—El guardián dijo que le vio salir por la puerta y desapareció.

—De acuerdo, volvamos a lo de la pistola —dijo McKenna—. Iré con usted a su despacho.

—Yo con usted no voy a ninguna parte.

—Me refería a seguirle.

—Haga lo que le parezca, pero quiero allí a un agente de Richmond con uniforme y que sea él quien se haga cargo del arma para entregarla al Departamento de Homicidios del distrito de Columbia. Usted manténgase alejado de la operación.

—Me suena muy mal lo que está insinuando.

—Perfecto, pero las cosas se llevarán a cabo de esta forma a menos que solicite usted la orden de registro. Usted decide.

Chandler intervino:

—Muy bien. ¿Alguien en concreto?

—El agente William Hawkins. Yo confío en él y usted también puede hacerlo.

—Hecho. Salga ahora mismo, John. Yo lo organizaré todo con Richmond.

Fiske miró hacia el pasillo.

—Deme media hora. Tengo que hablar con alguien.

Chandler puso la mano en el hombro de Fiske.

—Trato hecho, John, pero si la policía de Richmond no tiene en su poder el arma dentro de unas tres horas, tendrá usted un grave problema, ¿entendido?

Fiske salió deprisa hacia el aparcamiento en busca de Sara.

Unos minutos después, Dellasandro se juntó con Chandler y McKenna.

—Me gustaría saber qué demonios ocurre aquí —dijo Dellasandro irritado—. Dos funcionarios asesinados y ahora despiden a una a causa de cierto recurso extraviado.

McKenna encogió los hombros.

—Bastante complicado.

—Me anima usted —respondió Dellasandro.

—A mí no me pagan por animar a nadie —saltó McKenna.

—No, se le paga por descubrir quién es el autor. Y a usted también, inspector Chandler —respondió Dellasandro.

—Y eso es precisamente lo que estamos haciendo —replicó Chandler.

—De acuerdo, de acuerdo —dijo Dellasandro, cansado—. Hace un momento, Perkins me ha informado. ¿De verdad creen que John Fiske mató a su hermano? Me refiero a que tal vez tuviera un móvil pero… no me fastidien… algunos dirían que quinientos mil dólares es una fortuna pero tampoco es tanto con los tiempos que corren.

Fue McKenna quien respondió:

—Cuando la cuenta de uno raya los números rojos cualquier cantidad parece una fortuna. Tiene el móvil, no tiene coartada y dentro de poco constataremos que posee el arma homicida.

Dellasandro no parecía muy convencido.

—¿Y qué me dicen de la muerte de Wright? ¿Cómo encaja aquí?

McKenna extendió las manos.

—Considérelo desde este prisma: de una forma u otra, ha embaucado a Sara Evans para que le ayude. Evans y Wright compartían despacho. No es nada descabellado pensar que Wright hubiera oído o visto algo que le hiciera sospechar de estos dos.

—Pero yo creía que Fiske tenía coartada para la hora en que murió Wright —dijo Dellasandro.

—Sí, Sara Evans —respondió McKenna.

—¿Y qué hay de la historia de Harms, el preso que se ha fugado, y las preguntas que ha hecho Evans?

Chandler hizo un gesto de indiferencia.

—No puedo afirmar que lo tengamos todo claro pero podría tratarse de otro pretexto para desviar la atención.

—Yo no supongo nada, lo sé —dijo McKenna—. Si hubiera algo de eso, ellos se lo hubieran contado alguien. Evans ni siquiera conocía el contenido del recurso. Es probable que Michael Fiske se hiciera con algún recurso, ¿y qué? John Fiske lo liquida por la pasta y recurre al recurso extraviado para montar el galimatías y engatusar a Evans y al resto.

—Pues yo no pienso bajar la guardia hasta que no tengamos certeza de todo —dijo Dellasandro—. El personal de este edificio está bajo mi responsabilidad y ya hemos perdido a dos empleados. —Miró a McKenna—. Espero que sepa lo que hace con Fiske.

—Sé perfectamente lo que hago con él.

Fiske encontró a Sara en el aparcamiento. En pocas palabras ella le contó lo sucedido.

—Ojalá no tuviera que decírtelo, Sara, pero el otro día Chandler me puso entre la espada y la pared. Estoy convencido de que por ello has perdido tu trabajo.

Sara dejó la bolsa en el maletero de su coche.

—Ya soy mayor. Soy responsable de mis actos.

Fiske se apoyó en el coche.

—Tal vez podría hablar yo con Ramsey y Knight, intentar explicarles las cosas…

—¿Explicárselo, cómo? Me acusan de algo que he hecho. —Sara cerró el maletero y se acercó a él—. Supongo que te habrán hablado de tu pistola…

Fiske asintió.

—McKenna dispondrá que me escolten hasta mi despacho para que se la entregue. —La miró a los ojos—. ¿Y ahora qué vas a hacer?

—No lo sé. De pronto tengo un montón de tiempo libre. Intentaré averiguar algo sobre Tremaine y Rayfield.

—¿Seguro que quieres seguir ayudando?

—Como mínimo no habré destrozado mi carrera por nada. ¿Y tú qué?

—Yo no tengo otra alternativa.

John miró el reloj.

—¿Qué te parece si paso por tu casa hacia las siete?

—Creo que puedo preparar algo de cena. Compraré comida, una botella de buen vino… Tal vez incluso me anime y limpie la casa. Podemos celebrar mi despedida del Tribunal. Incluso podríamos dar otro paseo en barca. —Se calló un instante y le cogió el brazo—. ¿Y acabarlo de la misma forma?

—Puedo pasar de Richmond y quedarme contigo. Imagino cómo te sientes.

—¿Y qué pasa con Chandler y McKenna?

—No tengo que hacer todo lo que ellos me dicen.

—Si no vas, McKenna seguirá en sus trece de llevarte a la silla eléctrica. Por otra parte, si he de decirte la verdad, me siento muy bien.

—¿En serio?

—En serio, John, pero te lo agradezco. —Le acarició el rostro—. Esta noche ya estarás conmigo.

Cuando se fue Fiske, Sara estaba a punto de meterse en el coche y se dio cuenta de que había dejado el bolso, junto con las llaves, en la bolsa que tenía en el maletero. Lo abrió de nuevo y metió la mano en la bolsa para sacarlos. Al levantar el bolso, le llamó la atención la foto que destacaba en él. La había cogido del despacho de Michael Fiske antes de que lo registrara la policía. De pronto se le ocurrió que tenía algo muy importante de qué ocuparse. Se metió en el coche y salió del aparcamiento.

Acababan de despedirla como funcionaría del Tribunal Supremo. Curiosamente, las lágrimas no inundaban sus ojos ni sentía deseos de meter la cabeza en el horno. Le apetecía dar un paseo en coche. Ir a Richmond. Tenía que ver a alguien. Y aquel era un día como cualquier otro para hacerlo.

Al pasar por delante de la fachada con columnas de su antiguo lugar de trabajo, una oleada de alivio se apoderó de ella, de una forma tan súbita que casi perdió el aliento. Luego, poco a poco fue recuperándose. Aceleró al descender por Independence Avenue y no miró hacia atrás.