49


Josh Harms acabó su bocadillo y encendió un cigarrillo mientras contemplaba a su hermano, que se había quedado dormido en el asiento delantero de la camioneta. Habían aparcado en una antigua pista forestal en medio de un espeso bosque. Tras conducir toda la noche, habían parado porque Josh se veía incapaz de mantener los ojos abiertos y no se fiaba de su hermano al volante, pues llevaba casi treinta años sin conducir. Por otro lado, en carretera y por razones obvias, Rufus tenía que permanecer en la caravana. Rufus había mantenido la guardia mientras su hermano dormía y ahora habían cambiado el turno.

Mientras estaban en ruta habían hablado de qué iban a hacer. Josh se había sorprendido a sí mismo defendiendo que no tenían que ir a México.

—¿Qué demonios te ocurre ahora? Creía que no querías inmiscuirte en eso. Es lo que dijiste —le comentó Rufus, intrigado.

—Es verdad. Pero en cuanto lo hemos decidido, bueno, en cuanto lo he decidido, he pensado que debo mantenerme firme. No voy a quedarme parado como un pasmarote. Si tú piensas hacer algo, hay que hacerlo.

—Oye, Josh, si Fiske no hubiera discurrido tan rápido, tú y yo ya estaríamos en el otro barrio. No quiero que tu muerte pese sobre mi conciencia.

—Ahí es donde no lo ves claro. ¿No ves que peor ya no podemos ir? Hay que pensar cómo mejorarlo. Tenías razón: se merecen lo que están buscando. Cuando he visto a los dos tipos en el despacho de Rider he pensado que no me importaría matarlos a sangre fría, y eso que no he hecho nada parecido en toda mi vida. Fiske y la mujer se la han jugado por nosotros. Puede que vayan bien encaminados.

Rufus le miró desconcertado.

—¿Ya no son un problema para ti?

—¿Pero tú qué crees, que soy un racista? —Al decir aquello, cogió un cigarrillo y soltó una risita.

—La verdad es que no te entiendo mucho, Josh.

—No tienes ninguna obligación de entenderme. No lo he hecho ni yo mismo y no es que no haya tenido tiempo para ello. Lo que tienes que decidir es si quieres ir a México o seguir hasta el fin. Y pasa de mí. Si hay alguien que sabe cuidar de sí mismo ese soy yo.

Con aquello estaba todo dicho, de forma que, en cuanto se despertara su hermano, tomarían de nuevo la dirección hacia Virginia, contactarían con Fiske y decidirían qué hacer. Si lo que hacía falta eran pruebas, las conseguirían como fuera. Tenían la verdad de su lado y si aquello no representaba nada, más les valía seguir adelante y morir en el intento.

Josh observó el bosque que les rodeaba. Las hojas habían empezado ya a caer y la forma en que los rayos del sol incidían en el follaje ofrecía una agradable combinación de colores y de texturas. Cuando iba de caza se sentaba a menudo en el bosque; encontraba algún viejo tronco para reposar, disfrutando de la sencilla belleza del campo, una maravilla que no le costaba un centavo. Después de volver del sureste asiático pasó unos años sin pisar un bosque. En Vietnam, los árboles, la tierra, todo lo que le había rodeado llevaba implícita la muerte por medio de los métodos más ingeniosos que eran capaces de tramar los vietnamitas. Consultó el reloj. Diez minutos más y en marcha.

Miró por la ventana y tuvo que entornar los ojos pues algo que se reflejaba en la luz del sol le molestaba. Aspiró una bocanada de aire, arrojó el cigarrillo por la ventana y puso el motor en marcha.

—¡Qué demonios! —exclamó Rufus al despertarse con la sacudida.

—Ten el arma a punto y baja esa puta cabeza —le chilló Josh—. Es Tremaine.

Rufus cogió la pistola y se agachó.

Tremaine abrió fuego desde el bosque. Los primeros disparos de la metralleta dieron contra la puerta trasera de la furgoneta, rompiendo una de las luces y agujereando la plancha. Un gran terrón se levantó tras la furgoneta y anuló por un momento toda la visibilidad a Tremaine, quien tuvo que dejar de disparar y correr hacia adelante intentando desesperadamente buscar un claro para seguir el ataque.

Josh, consciente de las intenciones de Tremaine pegó un golpe de volante hacia la izquierda y la furgoneta dejó la pista y se metió en lo que parecía el cauce seco de un arroyo. Fue una buena maniobra pues Rayfield surgía con el jeep por la dirección contraria de la pista, intentando interceptarles el camino.

Rayfield se detuvo para que subiera Tremaine y siguieron a por la furgoneta.

—¿Cómo demonios nos han pescado? —se preguntó Rufus en voz alta.

—Déjate de disquisiciones. Los tenemos aquí —saltó Josh. Echó una ojeada al retrovisor empequeñeciendo los ojos. El jeep era más rápido y estaba mejor preparado para maniobrar en el bosque que la voluminosa camioneta.

—Van a disparar contra los neumáticos y nos cazarán como patos de feria —dijo Rufus.

—Es lo primero que tenía que haber hecho Vic. Ese ha sido su segundo error.

—¿Y el primero?

—Dejar que el sol se reflejara en sus prismáticos. Los he visto mucho antes de divisarle a él.

—Esperemos que sigan cometiendo errores.

—Nosotros contamos con nuestras fuerzas y vamos a esperar que sea así.

Ya en el jeep, Tremaine empezó a disparar con la metralleta. Era un arma que no tenía gran alcance, si bien de cerca podía liquidar a todo un pelotón en unos segundos; en esta ocasión apuntaba solo a dos. Se soltó la metralleta del hombro y cogió la pistola de la cadera.

—Acércate tanto como puedas —gritó a Rayfield, que estaba muy nervioso—. Si acierto en uno de los neumáticos, se empotrarán en un árbol y habrán acabado nuestros problemas.

Rufus miró por la ventana de la caravana y comprendió lo que intentaba hacer Tremaine. Abrió el cristal que separaba la cabina de la caravana y apuntó cuidadosamente al jeep. Llevaba casi treinta años sin coger un arma y su última experiencia había sido con un rifle. Al disparar, la explosión le ensordeció y la cabina se llenó del humo del metal y la pólvora quemados. La bala hizo añicos el cristal posterior de la caravana y siguió hacia el jeep como un acorazado e iracundo avispón. Tremaine se agachó y el jeep se desvió un poco.

—¿Les has dado? —preguntó Josh.

—Cuestión de ganar un poco de tiempo. —A Rufus le temblaba la mano y se frotaba los oídos—. Ya no recordaba el estrépito de estos artefactos.

—Intenta utilizar un M-16 durante tres años. Aquello sí que es un escándalo, sobre todo si te explota en la cara. Sigue.

Josh viró un poco a la derecha y luego a la izquierda para esquivar unos árboles caídos en el cauce. Más allá se veía un bosquecillo de pinos, robles y zarzas.

Al irse acercando el jeep, Tremaine si situó de nuevo en posición de tiro. Josh giró a la derecha y siguió por un estrecho claro entre árboles, arbustos, hojas y ramas que iban rozando el vehículo. La maniobra, no obstante, surtió efecto, pues Tremaine tuvo que meter la cabeza hacia adentro para que la vegetación no le arañara.

El jeep redujo la marcha. La estrecha pista que tenían delante se abría un poco y Josh decidió tomar ventaja, con la esperanza de que Rayfield perdiera un poco de energía.

—Sujeta el volante —gritó a su hermano.

Rufus lo agarró fuerte, mirando ora a su hermano ora el camino que había emprendido la furgoneta. Josh sacó la pistola y examinó los árboles que tenía delante. Se encontraban en un terreno bastante liso y el vehículo no se balanceaba tanto. Sujetó la pistola con ambas manos haciendo un esfuerzo por ajustar la distancia y la velocidad y luego seleccionó el objetivo: una gruesa rama de roble bastante elevada. Mediría como mínimo unos seis metros de largo, tendría unos doce centímetros de grosor, de ella salían otras ramas menores y colgaba por encima de la estrecha pista. Le había llamado la atención a Josh el hecho de que la longitud y el tamaño de la rama la había obligado a rajarse un poco en el punto que la unía al tronco.

Josh sacó el brazo por la ventana, lo situó en paralelo a la camioneta, apuntó y empezó a disparar. La primera bala fue a parar directamente al tronco, por encima de la rama. Una vez calibrada la trayectoria siguió apretando el gatillo y a partir de entonces cada bala fue dando en la unión de tronco y rama a medida que la camioneta se fue acercando. Para él no se trataba de una gran exhibición de tiro. Había disparado contra las armas de los árboles jugando desde que fue capaz de llevar un rifle del 22. Siempre se había divertido asustando mapaches y ardillas. De todas formas, era algo que nunca había intentado desde un vehículo en marcha ni en un lecho de arroyo con dos hombres disparando contra él.

Rufus tenía que mantener los ojos muy abiertos para controlar el volante pero el rostro se le contorsionaba a cada disparo. Los oídos le zumbaban hasta tal punto que de haberle gritado Josh algo no le habría oído. La enorme rama descendió un par de centímetros al fallarle el apoyo. Josh siguió disparando y las astillas salían disparadas del roble como el vapor en una vieja máquina de tren. Tremaine captó la operación.

—Gas a fondo, gas a fondo.

Rayfield pisó el acelerador.

Josh no apartó ni un segundo la mirada de la rama mientras seguía apretando el gatillo. Unos disparos más y la gravedad venció; la rama se quebró y quedó colgando. Una capa de corteza quedó pegada al árbol y luego la rama pegó con fuerza contra este, se desprendió e inició el descenso. Josh pisó el acelerador, recuperó el mando del volante y pasó velozmente junto al árbol.

—Adelante —gritó Tremaine a Rayfield.

Pero Rayfield frenó cuando aquella rama de media tonelada se desplomó en la pista ante ellos. Tremaine estuvo a punto de salir lanzado del vehículo.

—¿Por qué coño has frenado, maldita sea? —Tremaine parecía dispuesto a pegarle un tiro.

Rayfield respiraba con dificultad.

—De no haberlo hecho, el peso nos habría aplastado. Ese jeep no tiene una capota dura, Vic.

Josh miró hacia adelante y a la derecha, donde la pista se abría un poco. Frenó bruscamente, se echó hacia la izquierda, hizo girar el vehículo y efectuó un viraje a la derecha. La furgoneta se liberó de la maleza, se levantó un poco del suelo al atravesar un barranco poco profundo y fue a parar a un claro. Cuando las ruedas tocaron de nuevo el suelo, Rufus se pegó un golpe con la cabeza en el interior de la cabina.

—¿Pero qué haces?

—Sujétate fuerte.

Josh apretó de nuevo el acelerador y Rufus levantó la vista en el momento preciso para detectar la pequeña cabaña que su hermano había divisado momentos antes.

Josh miró hacia atrás y vio lo que imaginaba. Nada. Sabía, de todos modos, que Tremaine y Rayfield no tardarían mucho en superar el obstáculo.

Miró más allá de la cabaña y detectó una carretera. No se había equivocado. En el punto del bosque en que se encontraba una cabaña solía haber también una carretera. Hizo girar la furgoneta hacia el otro lado de la vieja estructura. Los dos hermanos se desanimaron. En efecto, allí había una carretera, pero también una barrera de acero que bloqueaba el paso. Y al otro lado de esta, el bosque impenetrable. Josh volvió la vista hacia atrás. Estaban atrapados. Tal vez podrían huir a pie, pero Rufus no estaba hecho para la carrera y Josh no iba a dejar a su hermano en la estacada.

Sus ojos se empequeñecieron de nuevo al observar la cabaña. En un par de minutos el jeep estaría allí. Ya oía cómo la metralleta iba disparando contra el tronco para que el jeep pudiera pasar.

Un minuto más tarde, el jeep saltó el barranco y se dirigió al claro. Rayfield redujo un poco la marcha para investigar el terreno y enseguida localizó la cabaña.

—¿Adónde han ido? —preguntó.

Tremaine observó la zona con los prismáticos y localizó la carretera.

—En aquella dirección —gritó, señalando hacia delante. Rayfield aceleró y el jeep llegó a la esquina de la cabaña. Los dos se dieron cuenta en el acto de que la carretera estaba bloqueada y Rayfield detuvo el vehículo. La furgoneta, que había permanecido escondida al otro lado de la cabaña avanzó rugiendo y embistió el jeep de lado, tumbándolo y haciendo saltar a Rayfield y a Tremaine.

Rayfield aterrizó sobre un montón de tocones medio consumidos, torciéndose la cabeza. Quedó allí inmóvil.

Tremaine se protegió tras el volcado jeep y empezó a abrir fuego, con lo que obligó a Josh a retroceder agachando la cabeza. Finalmente se apagó el motor del vehículo; salía humo de su capó y las ruedas delanteras se iban deshinchando.

Josh saltó del asiento mientras Rufus le cubría. Se puso en cuclillas y fue rodando hacia la parte trasera del vehículo, y una vez allí, echó un vistazo. Tremaine no había cambiado de postura. Josh veía la punta de la metralleta. Probablemente Tremaine estaba colocando un nuevo cargador, lo mismo que hacía Josh, y estudiando la táctica a seguir.

A Josh el corazón le latía aceleradamente; se frotó los ojos para apartar de ellos el polvo y el sudor. Había librado un sinfín de batallas, tanto en suelo estadounidense como extranjero, pero habían pasado casi treinta años desde la última. De todas formas, para él aquello no contaba: cada vez uno sentía el terror de pensar que iba a morir. Cuando alguien disparaba contra uno, no veías las cosas más claras. Lo que hacías más que nada era reaccionar.

Sin embargo, Josh tenía una ventaja. Ellos eran dos y Tremaine solo uno. Josh echó una nueva ojeada y luego pasó corriendo hacia el extremo de la cabaña.

—¡Rufus! —gritó—. A la de tres.

—Empieza a contar —respondió Rufus con voz temblorosa.

Tres segundos después, Josh abrió fuego contra Tremaine; las balas silbaban contra la plancha del jeep. Rufus se precipitó hacia la parte trasera de la furgoneta. Pero se detuvo allí cuando Tremaine dirigió una ráfaga entre esta y la cabaña. La atmósfera olía a pólvora y a sudor de unos hombres aterrorizados.

Josh y Rufus se miraron y aquel le sonrió al notar el pánico en sus ojos.

—Oye, Vic —gritó Josh—, ¿y si dejas ya la puta escoba asesina y sales con las manos en alto?

Tremaine respondió haciendo saltar un pedazo de madera de la cabaña por encima de la cabeza de Josh.

—Muy bien, Vic, mensaje recibido. Ahora tranquilízate, ¿me oyes, colega? No te preocupes, os enterraremos a ti y a Rayfield. No os vamos a dejar para pasto de los osos. Les sentaríais mal. ¿Sabes que los animales se comen los cadáveres? ¿O es que no lo viste en Vietnam, Vic? Claro que puede que huyeras demasiado deprisa en sentido contrario. —Mientras estaba hablando, Josh hacía señas a Rufus para que no se moviera y le señalaba el otro lado de la cabaña para avisarle de lo que pensaba hacer.

Rufus movió la cabeza para demostrarle que lo había comprendido.

Josh iba a intentar que el hombre entrara en el campo visual de su hermano y a dejar que Rufus se encargara de él. Este agarró el arma, introdujo un nuevo cargador en ella, dando gracias a Dios de que su hermano le hubiera mostrado antes cómo hacerlo. Respiraba a duras penas; le costaba sujetar la pistola. Tenía miedo de no tener suficiente valor, de no conseguir el instinto asesino, de no reunir la habilidad necesaria para poder derribar a aquel hombre, pese a que Tremaine se acercaba a él disparando con la endiablada metralleta. Rufus había tenido que pelear con muchísimos hombres en la cárcel para poder sobrevivir, aunque siempre utilizó solo las manos, incluso cuando sus adversarios blandían la navaja o un pedazo de hierro. Pero un arma era algo distinto. Un arma podía matar a distancia. Sí no disparaba, no obstante, su hermano moriría. Y por una vez en su vida no pudo suplicar a Dios que le ayudara. No podía pedir al Señor que le asistiera para matar a alguien.

Medio agachado, Josh pasó por delante de la cabaña deteniéndose de vez en cuando para aguzar el oído. En una ocasión incluso se atrevió a levantar la cabeza hacia una de las ventanas por si conseguía ver a través de ella y de la del fondo dónde estaba el jeep, pero las dos no estaban alineadas y la vista quedaba obstaculizada. Josh en aquellos momentos lo tenía clarísimo. Seguía experimentado el temor, pero en un esfuerzo lo había transformado en adrenalina para agudizar todos sus sentidos. Apuntó la pistola hacia delante, con plena conciencia de que si Tremaine hubiera imaginado cuál era su plan, se habría deslizado por detrás del jeep y habría dado la vuelta a la cabaña en sentido contrario para encontrarse cara a cara con él a mitad del camino. Metralleta contra pistola, cien disparos contra uno, lo que significaba que Josh iba a morir y seguidamente le tocaría el turno a Rufus.

Avanzó otro pequeño paso. Oyó luego que la metralleta abría de nuevo fuego y que las balas rebotaban contra la furgoneta. Siguió adelante y dobló la esquina. Mientras Tremaine estaba ocupado disparando contra Rufus, Josh podía rebasar su flanco y cerrarle la boca de una vez para siempre al hijo puta aquel.

El plan se fue al traste al llegar a la esquina, pues se encontró con Tremaine allí, apuntándole con la pistola a la cabeza. Josh quedó tan pasmado que se detuvo en seco, el pie le resbaló en la gravilla y la pierna le falló, con tan buena fortuna que la bala fue a alojársele en el hombro en lugar de ir directa al corazón. Con la sangre hirviendo en las venas, se abalanzó contra Tremaine, lo trabó con las piernas, los dos cayeron y sus armas saltaron por los aires.

Tremaine fue el primero en incorporarse; a Josh le costó más, pues tenía que sujetarse el hombro, que sangraba profusamente. Tremaine se sacó una navaja del cinturón. La metralleta había dejado de disparar.

Josh soltó un aullido cuando Tremaine le apuñaló y los dos hombres rebotaron contra la pared de la cabaña, haciendo temblar la primitiva estructura hasta sus juntas de madera. Josh consiguió detener el brazo de Tremaine con su antebrazo. El costado le dolía horrores. Lo que se le había alojado en el cuerpo se había metido más abajo del hombro y estaba afectando otras partes. Pegó una patada a Tremaine en la barriga, pero el hombre se había incorporado ya y en un instante se precipitó de nuevo contra él. Josh notó cómo la navaja le rasgaba la camisa, penetraba en su costado y empezó a perder la conciencia. Tan contundente resultó el siguiente puñetazo que apenas notó el dolor de la herida. Casi le fue imposible enfocar la imagen de Tremaine extrayendo la navaja y levantando de nuevo el brazo para una arremetida final. Esta se produjo probablemente en la parte de la garganta, medio dedujo Josh, pues su cerebro fue quedando bloqueado. La garganta era un punto para acabar rápido y de forma definitiva. Aquello sería lo que haría él, pensaba mientras la oscuridad se cernía sobre su cabeza.

La navaja no alcanzó su objetivo del todo. Se detuvo en lo alto y no descendió hacia el cuerpo de Josh Harms. Tremaine se contorsionó y empezó a pegar patadas al verse apartado de Josh con un violento empujón. Rufus se le había acercado por detrás. Con una mano le sujetó la muñeca con la que empuñaba la navaja. Se la fue torciendo en dirección al muro hasta que consiguió que el dedo que la sujetaba cediera y la navaja cayera al suelo. Tremaine era un tipo musculoso y un experto en el combate cuerpo a cuerpo. Pero Rufus le doblaba en tamaño. En una pelea entre dos, pocos hombres podían competir con Rufus. Aquel gigante, cuando sujetaba a alguien era como un oso pardo. Y a Vic Tremaine, el hombre que había convertido su vida en pesadilla a la que él no veía fin, lo tenía sujeto del todo.

Mientras Tremaine intentaba torcer el antebrazo contra la tráquea de Rufus, este cambió de táctica, lo levantó del suelo de un zarpazo y empezó a machacarle la cabeza contra el muro hasta que le dejó fuera de combate, completamente ensangrentado. Luego le empujó la cabeza contra la ventana, el cristal cortado se le hundió en la carne e hizo un último esfuerzo para rematar la faena. Oyó que Josh chillaba de dolor, volvió la cabeza hacia él y al hacerlo aflojó algo la sujeción. Al notar Tremaine el gesto, le pegó una patada contra la rodilla al tiempo que le hundía un codo en los riñones, con lo que consiguió derribarle. Tremaine se vio libre, recuperó la navaja y se precipitó contra el hombre indefenso. La bala le alcanzó en la nuca y lo tumbó en el acto.

Rufus se incorporó, miró hacia su hermano y vio el humo que salía aún del cañón de la nueve milímetros que sujetaba Josh. Acto seguido, este soltó la pistola y se desplomó. Rufus corrió hacia él y se arrodilló a su lado.

—¡Josh! ¿Josh?

Josh abrió los ojos, observó el convulsionado cuerpo de Tremaine y sintió alivio y repugnancia ante aquella imagen. Ni el peor enemigo del mundo podía imaginar que tuviera una muerte tan terrorífica. Dirigió la mirada hacia Rufus.

—Te has portado de maravilla, hermanito. ¡No te digo! ¡Mejor que yo!

—De no haber sido por ti, yo ya estaría muerto.

—¿Tú crees que iba a dejarle que acabara contigo? ¿Iba a dejarle yo…?

Rufus rasgó la camisa de su hermano y examinó sus heridas. La navaja le había hecho un corte en el costado. Pensó que probablemente no había tocado ningún punto vital, a pesar de que la herida sangraba mucho. En cambio la bala ya era otra cosa. Se fijó en el hilillo de sangre que salía de la comisura de sus labios, en sus ojos, cada vez más vidriosos. Rufus tenía forma de detener la sangre que manaba hacia fuera, pero no la de dentro. Y aquello era lo que podía matar a su hermano. Se quitó la camisa y la colocó sobre su hermano, que temblaba a pesar del calor.

—Aguanta, Josh.

Se fue corriendo hacia el jeep y echó un vistazo dentro. Encontró un botiquín y lo llevó hacia donde estaba su hermano. Josh había cerrado los ojos y parecía que ni siquiera respiraba.

Rufus le zarandeó con suavidad.

—No, Josh, por favor, mantén los ojos abiertos, ¡maldita sea! ¡No te duermas aquí!

Este por fin abrió los ojos y pareció recuperar la lucidez.

—Tienes que salir inmediatamente de aquí, Rufus. Dentro de nada aparecerá gente. Vete ya. Vamos.

—Tienes razón con lo de que tenemos que marcharnos.

Levantó un poco el cuerpo de Josh para examinarle la espalda. La bala no había salido; seguía en el interior de su cuerpo. Se dispuso a limpiarle las dos heridas.

En un momento dado, Josh le agarró el brazo.

—Sal de aquí zumbando, Rufus —insistió.

—O vamos juntos o no voy. Escoge.

—Sigues como un cencerro.

—Exactamente, como un cencerro, vamos de dejarlo así.

Acabó de limpiarle las heridas y luego se las vendó. Levantó con cuidado a su hermano, pero el movimiento le provocó un ataque de tos y una bocanada de sangre se deslizó por su camisa. Rufus lo llevó hacia la furgoneta y lo tendió junto a esta.

—Nada, Rufus, con eso no llegarás a ninguna parte —exclamó Josh, desesperado, contemplando el maltrecho vehículo.

—Ya lo sé. —Cogió una botella de agua de la caravana, la abrió y la colocó junto a los labios de Josh—. ¿Podrás sujetarla? Necesitas algo de líquido.

Josh le respondió sujetando la botella con la mano buena y echando un trago.

Rufus se levantó y se acercó al jeep volcado. Cogió la metralleta de donde la había dejado Tremaine: entre el asiento y la plancha del jeep. Por medio de un trozo de alambre, una pieza metálica y un cordel, el hombre había trabado el gatillo de la metralleta de forma que disparara automática e ininterrumpidamente mientras él preparaba su emboscada contra Josh.

Rufus consideró la situación, intentó enderezar el vehículo empujando el capó, pero enseguida se dio cuenta de que no hacía fuerza suficiente y de que los pies le resbalaban en la gravilla. Estudió de nuevo las posibilidades. Solo vio una salida.

Colocó la espalda contra el extremo del asiento del conductor y se puso en cuclillas. Hundió los dedos en el suelo, escarbando hasta llegar al borde del chasis y asió fuertemente el metal. El jeep pesaba una barbaridad. Treinta años atrás aquello hubiera sido coser y cantar para él. De joven había levantado casi un metro del suelo la parte frontal de un Buick. Pero ya no tenía veinte años. Hizo un nuevo intento y notó que levantaba un poco el vehículo. Intensificó el esfuerzo, con ahínco, crispado, los músculos del cuello tensos contra la piel.

Josh dejó la botella en el suelo e incluso consiguió incorporarse algo apoyándose contra la rajada rueda de la furgoneta mientras observaba el intento de su hermano.

Rufus estaba ya fatigado. Sus brazos y piernas habían perdido ya la práctica. Siempre había sido una persona fuerte, mucho más fuerte que los demás. Y en aquellos momentos en que necesitaba de verdad serlo, cuando su hermano iba a morir irremediablemente si no lograba enderezar el maldito jeep, ¿no iba a reunir la suficiente fuerza?

Se agachó otra vez, cerró los ojos y luego los abrió. Miró hacia el cielo, donde vio planear con aire indolente un gran cuervo negro. Ni el menor esfuerzo, tan solo unas largas y parsimoniosas pinceladas contra el fondo azul.

El sudor empezó a manar del rostro de Rufus, cerró otra vez los ojos e hizo lo que tenía por costumbre cuando se encontraba ante un problema, cuando creía que no iba a resolverlo. Rezó. Rezó por Josh. Le pidió al Señor que le diera las fuerzas necesarias para salvar la vida de su hermano.

Agarró de nuevo el borde del jeep tensando completamente sus enormes hombros y piernas. Los brazos empezaron a tirar, las piernas flexionadas, a enderezarse. Durante un momento el jeep y el hombre quedaron en un equilibrio precario, sin ascenso ni descenso: el jeep se negaba a moverse y Rufus mostraba la misma porfía. Luego Rufus empezó a ceder al notar que el peso le resultaba excesivo. Notaba que aquella era su última oportunidad. Mientras el jeep se disponía a ganar la batalla, abrió la boca y soltó un chillido tan terrible que le inundó los ojos de lágrimas. Josh observaba la tremenda proeza que intentaba llevar a cabo su hermano por él y una lágrima descendió también por su fatigado rostro.

Rufus abrió otra vez los ojos al notar que el jeep se levantaba, centímetro a centímetro, con el terrible esfuerzo. Con las articulaciones y los tendones a punto de estallar, Rufus siguió gruñendo y empujando, prescindiendo del dolor, que le transmitía sus avisos con el temblor del cuerpo. El jeep iba librando también su batalla centímetro a centímetro. Crujía, rezongaba y maldecía a Rufus. Pero de pronto se había incorporado y estaba pegando el último empujón a la masa metálica. Al igual que la ola que se dispone a romper en la playa, el jeep alcanzó el punto sin retorno, se clavó en el suelo, balanceándose con el impacto y sosteniéndose de nuevo con las cuatro ruedas.

Rufus se sentó en el interior del vehículo temblando como un azogado tras el inmenso esfuerzo.

Josh lo miraba en silencio, sin acabar de creérselo. «¡Toma!», fue todo lo que consiguió decir después de la exhibición.

Rufus notó que el corazón se le había disparado y temió que la fatiga no hubiera servido para nada. Se colocó la mano en el pecho y respiró profundamente. «Por favor», dijo para sus adentros, «no, por favor». Un minuto después se levantó lentamente, se acercó a su hermano y con sumo cuidado lo colocó en el jeep. Alisó la capota, que se había doblado al volcar el vehículo. Cogió todas las provisiones que pudo de la caravana, incluyendo su Biblia, y las colocó en la parte trasera del jeep, junto con las armas.

Subió al asiento del conductor y echó una ojeada a Tremaine y Rayfield. Su mirada pasó luego al cuervo, que describía círculos, con el que se habían juntado otras aves, que a juzgar por el tamaño, podían ser buitres. En un par de días no quedarían más que los huesos de los dos muertos si los dejaba al raso.

Rufus saltó del jeep y se acercó a Rayfield. No tuvo necesidad de comprobarle el pulso. Sus ojos lo dejaban claro. Eso y la pestilencia de habérsele removido el vientre. Arrastró primero el cuerpo de Rayfield y luego el de Tremaine hacia el interior de la cabaña. Pronunció unas sencillas palabras ante los dos cadáveres y cerró la puerta. Algún día les perdonaría todo lo que habían hecho, pero no en aquellos momentos.

Subió otra vez al jeep, dirigió una mirada tranquilizadora a Josh y puso el motor en marcha. Este no arrancó a la primera pero sí a la segunda. Las marchas chirriaban en la sesión de práctica de conducción de Rufus, el jeep pegaba saltos y los dos hermanos iban dejando atrás el improvisado campo de batalla.