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Mientras Sara volvía al trabajo, Fiske llamó a su amigo Phil Jansen, del Tribunal Central Militar, para hacerle unas consultas. Entre otras cosas, le pidió una lista del personal destinado a Fort Plessy durante el tiempo en que Rufus Harms permaneció allí.

Cuando se reunió con Chandler, le contó su teoría sobre el asesinato de Wright. Le dejó impresionado.

—Comprobaremos también las empresas de taxis. Esperemos que alguien viera u oyera algo.

Chandler lo miró inquisitivamente.

—¿Descubrieron algo interesante con la señorita Evans anoche durante el tiempo que estuvieron juntos?

—Creo que es una buena persona. Algo impulsiva pero buena persona. Muy inteligente.

—¿Algo más? En la primera reunión que tuvimos, Ramsey dijo que ella y su hermano eran íntimos. ¿Le ha citado alguna razón por la que cree que le asesinaron?

—Tal vez sea mejor que se lo pregunte usted.

—Es a usted a quien se lo pregunto, John. Creía que formábamos un equipo. —Se acercó un poco más a Fiske—. Tengo ante mí demasiadas cosas que no entiendo del caso para tener que vigilar hacia atrás. Usted perteneció al cuerpo; debería comprender lo que es cubrir las espaldas a alguien.

Fiske respondió airado:

—Nunca dejé a un colega en la estacada.

—Me alegra oírlo. Hábleme, pues, de anoche.

Fiske apartó la mirada, cavilando cómo enfocar el tema. Ocultar información no sería el mejor sistema. ¿Cómo conseguiría responderle adecuadamente a Chandler y al mismo tiempo evitar destrozar la vida de Sara y la fama de su hermano?

—¿Puede tomarse café por aquí?

—En la cafetería. Le invito.

Unos minutos después se encontraban en la cafetería de la planta baja. Se estaba desarrollando la sesión de tarde en el Tribunal y por ello el recinto estaba bastante vacío.

Fiske iba sorbiendo el café bajo la atenta mirada de Chandler.

—Las cosas no pueden estar tan mal, John, a menos que me confiese que usted es uno de los que andan por ahí cargándose a la gente.

—Si le cuento algo, Buford, usted deberá seguir unas normas muy específicas sobre lo que puede hacer con la información y a quien tiene que comunicársela.

—Cierto. ¿Son esas normas las que le impiden hablar claro?

—¿A usted qué le parece?

—Vamos a pasar a las hipótesis, ¿de acuerdo? Mi trabajo consiste en constatar hechos y utilizarlos para detener a alguien que ha cometido un delito. Suponiendo que no estemos hablando de hechos, sino tan solo de teorías, como la que explica, según usted, el asesinato de Wright, puedo escuchar la teoría y no tengo obligación de comunicársela a nadie hasta que se demuestren los hechos que la corroboran.

—¿O sea que podemos hablar a nivel teórico y la cosa quedará entre usted y yo?

Chandler agitó la cabeza.

—No puedo prometerle que quede entre usted y yo. No, en caso de que la teoría pase a convertirse en hecho.

Fiske bajó la vista hacia la taza. Intuyendo que le estaba perdiendo, Chandler tocó la taza con su cucharilla.

—Aquí lo importante, John, es descubrir quién asesino a su hermano y a Wright. Creí que era lo que le interesaba a usted.

—En efecto. Es todo lo que me interesa.

—¿De verdad? —Chandler lo dudaba—. Entonces, ¿cuál es el problema?

—El problema radica en el hecho de que uno puede herir a alguien al tiempo que intenta ayudarle.

—¿Habla de su hermano? ¿O de alguien más?

Fiske era consciente de que ya había hablado demasiado. Decidió seguir a la defensiva.

—De acuerdo, Buford, hablemos un poco de teorías. Supongamos que alguien del Tribunal cogió un recurso antes de que entrara en el sistema.

—¿Por qué y cómo?

—El cómo parecería fácil de explicar, el porqué no.

—Adelante.

—Ahora supongamos que otra persona del Tribunal vio el recurso, descubrió que no estaba en el sistema pero no hizo comentario alguno.

—El porqué en ese caso tendría también su complicación.

—O no. Vamos a imaginar que la persona que retiró el recurso lo hizo por un buen fin. Y que esa misma persona se fue a un sitio a visitar a quien había mandado el recurso.

—¿Los seiscientos kilómetros del coche de su hermano?

Fiske dirigió una fría mirada al inspector.

—Me habla de un hecho, Buford, y yo no estoy enumerando hechos.

Chandler tomó un sorbo de café.

—Siga.

—Supongamos ahora que la persona que presentó el recurso está presa.

—¿Es eso un hecho o tan solo una especulación?

—No puedo responder a ello.

—Pero yo sí puedo preguntarlo. ¿Dónde se encuentra el preso en cuestión?

—No lo sé.

—¿Qué significa que no lo sabe? Si está preso, en alguna cárcel se encontrará.

—No necesariamente.

—¿Pero qué demonios…? —Chandler se calló de pronto clavando los ojos en él—. ¿Me está diciendo que esa persona se fugó? —Fiske no respondió—. Vamos, no me diga que su hermano se dejó engatusar por una súplica de ayuda marrullera, se fue a una cárcel, ayudó al preso a salir y este, encima, se lo cargó. No me venga usted con esas. —Chandler levantó la voz, agitado.

—No le vengo con esas. No es lo que sucedió.

—De acuerdo. Y el recurso… ¿Conoce su contenido?

Fiske era consciente de que habían ido más allá de la teoría. Lo negó con la cabeza.

—Ni siquiera lo he visto.

—¿Cómo sabe, pues, que existe?

—No pienso responder a esta pregunta, Buford.

—Puedo obligarle a hacerlo, John.

—Sabe que aquí corre un riesgo.

—Efectivamente. —Fiske acabó el café y se levantó—. Voy a tomar un taxi para recoger mi coche.

—Le llevaré yo. Tengo también otros casos pendientes, a pesar de que ahora mismo este sea el único que le preocupa al mundo.

—Creo que sería mejor para los dos que cada uno se fuera por su cuenta.

Chandler frunció los labios.

—Como quiera. Su coche está en el aparcamiento de atrás. Tiene las llaves en el asiento delantero.

—Gracias.

Chandler observó como Fiske salía de la cafetería.

—Espero que ella lo merezca, John —dijo el inspector en voz baja.

Chandler había llevado a cabo una serie de pesquisas por su cuenta y cuando volvió a su despacho se encontró con un montón de papeles sobre la mesa. Había pedido una relación de las llamadas telefónicas de Michael Fiske en su despacho y en casa durante el último mes. Los resultados se habían catalogado en una serie de páginas. Encontró allí la llamada a su hermano. Otras dirigidas a su familia. Una docena correspondían a un número que se había identificado como el de Sara Evans. Aquello le pareció interesante. ¿Los dos hermanos se habían enamorado de la misma mujer? Cuando llegó hacia el final de la lista, el pulso se le aceleró. Tras tantos años en el puesto, aquello raramente se producía. Michael Fiske había llamado unas cuantas veces a Fort Jackson, al suroeste de Virginia, en los tres últimos días antes de que se descubriera su cadáver. Chandler sabía que en Fort Jackson había una prisión militar. Y aquello no era todo. Fue revisando los papeles de la mesa hasta que encontró lo que buscaba. Habían mandado un télex a toda la nación solicitando colaboración para detener a un hombre. Al ver el télex por primera vez, Chandler no le había dado mucha importancia.

En aquellos momentos estudiaba con detenimiento la foto de Rufus Harms. Cogió el teléfono e hizo una rápida llamada. Necesitaba conocer un detalle y lo averiguó en un minuto. Fort Jackson se encontraba a unos seiscientos kilómetros de Washington. ¿Sería Harms quien había presentado el recurso de apelación mencionado por John Fiske? Y de ser así, ¿por qué, según la «teoría» de Fiske, su hermano lo había traspapelado?

Chandler miró de nuevo la lista de llamadas telefónicas. Su mirada pasó fugazmente por encima de un número sin darle importancia, tal vez porque correspondía a un bufete y en la lista figuraban una serie de números relacionados con la abogacía. De todas formas, el nombre de Sam Rider tampoco le habría sonado al inspector de haberse fijado más en él. Chandler apartó la lista y se planteó llamar a Fiske y a Sara Evans y obligarles a contarle lo que sabían. Pero el instinto que se había ido consolidando en treinta años le dictó uno de los preceptos: no puedes confiar en cualquiera.

—Vamos, John —le suplicó Sara. Estaban en el despacho de ella y era casi la hora de salir.

—Ni siquiera conozco al juez Wilkinson, Sara.

—¿Pero no lo ve? Suponiendo que esté implicado alguien del Tribunal, será la ocasión perfecta para descubrir alguna información, ya que asistirá prácticamente el Tribunal en peso.

Fiske iba a protestar pero en lugar de ello se frotó la barbilla.

—¿A qué hora empieza?

—A las siete y media. Por cierto, ¿ha sabido algo de su amigo del Tribunal Central Militar?

—Sí. De hecho poseen dos archivos que nos interesan. El de servicio de Harms, que además de contener su historial militar dispone de evaluaciones, información personal, contrato de reclutamiento, remuneraciones e historial médico. El segundo archivo, el que incluye la documentación del consejo de guerra, está en Fort Jackson. Las actuaciones de su abogado se encontrarán en el departamento del Tribunal Central Militar que se ocupó de la defensa de Harms. Es decir, si lo han mantenido durante todos estos años. Jansen lo está comprobando. Mandará lo que pueda.

Sara recogió sus cosas para salir pero Fiske seguía ahí sentado.

—¿Qué puede contarme de los Knight? Sobre su pasado y todo eso…

—¿Por qué?

—Porque vamos a una fiesta en la que ellos son los anfitriones. Ella es un personaje importante del Tribunal y él es toda una autoridad en su campo. ¿No cree que deberían entrar en nuestra investigación?

—Probablemente conoce usted más detalles que yo sobre el pasado de Jordán Knight. Es de su tierra.

Fiske hizo un gesto de indiferencia.

—Es verdad. Jordán Knight es un pez gordo de Richmond. O eso era antes de meterse en política. Hizo muchísimo dinero.

—¿Y se granjeó muchos enemigos?

—No creo. Ha hecho mucho por Virginia. Además, es discreto y amable.

—Es raro, pues, que se casara con Elizabeth Knight.

—Pude observar cómo su ascenso levantaba ampollas en algunos.

—En muchos. Es algo inherente al ramo. Un fiscal federal duro se convierte en un duro magistrado. Todo el mundo estaba al corriente de que le preparaban la plaza en el tribunal. Su voto es decisivo en la mayor parte de los casos, y eso desespera a Ramsey. Seguro que por esa razón la trata de esa manera. Normalmente con guante de seda, pero de vez en cuando no puede reprimir una pulla contra ella.

Fiske recordó el enfrentamiento entre los dos magistrados en la reunión. De forma que era así.

—¿Hasta qué punto conoce a los demás magistrados? Se diría que los conoce muy bien para estar convencida de que no pueden haber cometido un asesinato.

—Como en cualquier otra organización de envergadura, en general les conozco superficialmente.

—¿Cuál es el historial de Ramsey?

—¿No conoce usted el historial del presidente del tribunal más importante del país?

—Ayúdeme un poco.

—Fue juez no numerario antes de acceder, hace diez años, a la cumbre.

—¿Algo poco corriente en su pasado?

—Estuvo en el ejército. No sé si en el de tierra o con los marines. —Captó la mirada de Fiske—. Ni se le ocurra, John. Ramsey no va por ahí matando gente. Aparte de eso, no sé más que lo que contiene su biografía oficial.

Fiske parecía desconcertado.

—Habría asegurado que, al hablar con los otros ayudantes, ustedes lo sabían todo de los demás magistrados.

—Los ayudantes suelen formar pina hasta cierto punto, a pesar de que todos los jueves por la tarde nos encontramos para charlar. Y con cierta regularidad, los de un magistrado salen a comer con los de otro para romper un poco el hielo. Fuera de eso, cada despacho es más bien un compartimiento estanco —dijo e hizo una pausa—, dejando a un lado la célebre red de opinión funcionarial.

—Mike me habló de algo así cuando entró a trabajar en el Tribunal.

Sara sonrió.

—Seguro. Los ayudantes son los portavoces de sus magistrados. Nos dedicamos a lanzar globos sonda todo el tiempo, a tantear la posición de los demás magistrados. Michael, por ejemplo, solía preguntarme qué le hacía falta a Knight en un dictamen mayoritario para unirse a Murphy.

—Pero si Murphy ya tiene la mayoría, ¿por qué ha de interesarle ganar otros votos?

—Veo que no está al corriente de nuestro funcionamiento.

—Soy un simple abogado de pueblo.

—Pues tenga en cuenta, señor simple abogado de pueblo que si yo tuviera en mi poder diez dólares por cada vez en que el dictamen mayoritario ha sido puesto en duda por no haber recibido el suficiente apoyo, a esas alturas sería rica. El truco consiste en elaborar un dictamen que consiga cinco votos. Y por supuesto, la oposición no se limita a quedarse de brazos cruzados. Pueden circular al mismo tiempo uno o más dictámenes controvertidos. Su utilización, incluso la amenaza que con llevan, se convierte en un arte.

Fiske la miró lleno de curiosidad.

—Creía que los disidentes quedaban en el bando de los perdedores. ¿Qué influencia pueden ejercer?

—Pongamos por caso que a un magistrado no le gusta cómo va conformándose un dictamen mayoritario; entonces, o bien hace circular un voto particular irónico que puede dejar en muy mal lugar al Tribunal caso de publicarse o incluso puede debilitar el dictamen mayoritario. O mejor aún y mucho más fácil: el magistrado hace público que tiene intención de redactar ese voto particular a menos que se reajuste el dictamen mayoritario. Eso lo hacen todos. Ramsey, Knight, Murphy. Luchan a brazo partido.

Fiske movió la cabeza.

—Como en una larga campaña política, siempre trapicheando con los votos. Lo típico, dame lo que te pido y tendrás mi voto.

—Y hay que saber dónde iniciar la batalla. Supongamos que a uno o más magistrados no les guste la forma en que se sentenció un caso hace cinco años. Hay que tener en cuenta que el tribunal no revoca a la ligera su propio precedente, por ello hay que pensar de forma estratégica. Esos magistrados pueden utilizar un caso actual para poner los cimientos que permitan revocar el precedente que no les gusta a unos años vista. Y lo mismo rige para la selección de casos. Los magistrados tienen siempre la vista puesta en el caso que puede servirles como medio para cambiar un precedente que no les gusta. Es como una partida de ajedrez.

—Esperemos que en todo el juego no se pierda una cosa.

—¿Cuál?

—La justicia. Puede que sea lo que pretende Rufus Harms. Que sea la razón que le movió a presentar el recurso. ¿Cree usted que aquí pueden hacerle justicia?

Sara bajó la vista.

—No lo sé. En realidad, cada una de las partes implicadas en los casos a ese nivel no tiene tanta importancia. Lo que cuenta son los precedentes que se establecen a raíz de sus casos. Todo dependerá de lo que pida. El impacto que produzca en los demás.

—¡Menudo barullo! —Fiske agitó la cabeza y le dirigió una mirada penetrante—. Un lugar interesante el Tribunal Supremo.

—¿Irá a la fiesta?

—No me la perdería por nada.