A ver si lo entiendo bien: encima, le has dejado escapar.
—De entrada, yo no le he dejado hacer nada. Pensaba que el tipo había tenido un espectacular ataque al corazón. Estaba encadenado a la maldita cama. Tenía un guardián armado en la puerta y se supone que nadie tenía que saber dónde estaba —replicó Rayfield por teléfono, airado—. Aún no entiendo cómo lo ha descubierto su hermano.
—Y por lo que tengo entendido, su hermano fue algo así como un héroe de la guerra. Con una gran preparación en todas las formas de escaparse de la persecución. Fantástico.
—Algo que nos conviene.
—¿Por qué no me lo explicas un poco, Frank?
—He ordenado a mis hombres que disparen a matar. Les meterán una bala entre ceja y ceja en cuanto tengan oportunidad de ello.
—¿Y si se pone en contacto con alguien antes?
—¿Y qué le va a contar? ¿Que recibió una carta del ejército en la que se le dice algo que él no tiene forma de discutir? Ahora tenemos entre manos a un funcionario del Tribunal Supremo muerto. Eso nos lo complica todo.
—Pues ya tendríamos que tener también muerto a un abogado de aquí, pero curiosamente aún no he leído su esquela. —Rider salió de la ciudad.
—Ah, vale, pues tendremos que esperar a que vuelva de vacaciones y contar con que no haya contactado con el FBI.
—No sé dónde está —respondió Rayfield, enojado.
—El ejército tiene sus servicios secretos, Frank. ¿Y si intentáramos echar mano de ellos? Hay que ocuparse de Rider y luego concentrarse en encontrar a Harms y a su hermano. Y asegúrate de que quede a dos metros bajo tierra. No sé si me he explicado con claridad. —La línea se cortó.
Rayfield colgó y miró a Vic Tremaine.
—Eso se va a tomar por saco.
Tremaine se encogió de hombros.
—Nos deshacemos de Rider y luego de los dos cabrones negros y se acabó —respondió en el áspero tono que parecía pensado para impartir la orden de ataque a un regimiento.
—Eso no me gusta. No estamos en guerra.
—Sí estamos en guerra, Frank.
—¿A ti nunca te ha importado matar, verdad Vic?
—A mí lo único que me importa es acabar con éxito la misión.
—¿Me estás diciendo que no sentiste nada en absoluto antes de apretar el gatillo contra Fiske?
—Misión cumplida. —Tremaine apoyó las palmas de las manos en la mesa de Rayfield y se inclinó un poco hacia delante—. Hemos vivido muchas penalidades juntos, Frank, en combate y fuera de él. Pero te diré algo: he pasado treinta años en el ejército, y de ellos veinticinco en distintos penales militares como este, cuando podía haberme dedicado a un trabajo mejor remunerado en la vida civil. Todos hicimos un pacto que tenía que protegernos de algo estúpido que llevamos a cabo hace muchísimo tiempo. Yo he mantenido mi palabra. Me ha tocado ser la niñera de Rufus Harms mientras que los demás han seguido con sus vidas.
»Ahora, además de mi pensión militar, me espera más de un millón de dólares en una cuenta en el extranjero. Por si lo has olvidado, a ti te espera el mismo regalo. La compensación por pasar tantos años entre la basura. Y habiéndolas pasado tan canutas, nadie me va a impedir disfrutar de ese dinero. Para mí lo mejor que podía hacer Rufus Harms era escapar. Ahora tenemos más razón que un santo para volarle la tapa de los sesos sin que nadie nos pregunte nada. Y en cuanto el hijo puta ese haya exhalado el último aliento, el uniforme que llevo encima quedará entre alcanfor. Para siempre. —Tremaine se incorporó—. Y pienso destruir a quien intente, aunque sea remotamente, montarnos la pajarraca, Frank. —Sus ojos quedaron reducidos a dos puntitos negros al pronunciar las últimas palabras—: Sea quien sea.