Seguro que has borrado las pistas?
Rayfield asintió con el teléfono en la mano.
—Se ha destruido toda constancia de su presencia aquí. Ya he trasladado a todo el personal que vio a Fiske a otras dependencias. Aun en el caso de que alguien pudiera imaginarse, por lo que sea, que estuvo aquí, no quedará nadie para aclararle nada.
—¿Nadie vio cómo descargabas el cadáver?
—Vic fue con su coche, yo le seguí. Escogimos el lugar perfecto. La policía pensará que fue un robo. Nadie nos vio. Y aunque nos hubiera visto alguien, el barrio no es de los que colaboran con las fuerzas del orden.
—¿No quedó nada en el coche?
—Nos llevamos su cartera para insistir en lo del robo. Cogimos también su portafolios y un mapa. No llevaba nada más. Por supuesto, llenamos otra vez el radiador.
—¿Y Harms?
—Sigue en el hospital. Por lo que parece, saldrá de esta.
—¡Maldita sea! ¡Vaya mala suerte!
—Tranquilo. Cuando vuelva aquí, nos ocuparemos de él. Con un corazón tan débil, nuca se sabe lo que puede ocurrir.
—No esperes demasiado. ¿No puedes hacerlo en el hospital?
—Demasiado peligroso. Por allí circula mucha gente.
—¿Está bien custodiado?
—Le han encadenado a la cama y tiene un guardián en la puerta las veinticuatro horas del día. Mañana por la mañana le darán el alta. Por la noche estará muerto. Vic está ultimando ya los detalles.
—¿Y no tiene nadie fuera que pueda echarle una mano? ¿Seguro?
Rayfield se echó a reír.
—¡No fastidies! Si nadie sabe que está allí. No tiene a nadie. Nunca lo tuvo y nunca lo tendrá.
—No quiero fallos, Frank.
—Te llamaré cuando esté muerto.
Fiske se sentó en el coche y conectó el aire acondicionado, que, en aquel Ford que tenía catorce años, se reducía a un lento movimiento de aire algo viciado circulando de izquierda a derecha. Al notar que el sudor que descendía de su rostro se iba acumulando en el cuello de su camisa, Fiske bajó la ventanilla y observó el edificio que tenía delante. Si bien su aspecto exterior no destacaba entre los demás, su interior sí era distinto. Allí las personas pasaban horas y horas investigando quién había matado a otras personas. Fiske intentaba decidir si se juntaba a ellos en la búsqueda o volvía para casa. Ya había identificado los restos de su hermano y con ello había cumplido con su deber como pariente más próximo. Podía volver a casa, hablar con su padre, organizar el funeral, ocuparse de los últimos detalles, enterrar a su hermano y seguir con su vida. Eso es lo que hacía todo el mundo.
En lugar de ello, Fiske salió del coche, notó el bochorno del exterior y se metió en el edificio del número 300 de Indiana Avenue, donde se encontraba el Departamento de Homicidios de la Jefatura de policía del distrito de Columbia. Pasó el control de seguridad y un agente le acompañó hasta un escritorio. Había vuelto a intentar en vano ponerse en contacto con su padre desde el depósito de cadáveres. Además de sentirse frustrado, le preocupaba que su padre se hubiera podido enterar de la noticia por algún otro conducto y apareciera allí.
Miró la tarjeta que le había entregado el empleado del depósito.
—El inspector Buford Chandler, por favor —dijo, mirando a la joven sentada en su mesa.
—¿Quién pregunta por él? —El pronunciado ángulo del cuello de la mujer y su tono de superioridad provocaron en Fiske un vivo deseo de cogerla y meterla en uno de los cajones de su escritorio.
—John Fiske. El inspector Chandler investiga la… el asesinato de mi hermano. Su nombre es Michael Fiske. —La mujer lo miró con una expresión que indicaba que el nombre no le sonaba—. Era empleado del Tribunal Supremo —añadió.
Ella echó una ojeada a los papeles que tenía en la mesa.
—¿Y alguien lo mató?
—¿Acaso esto no es el Departamento de Homicidios? —La agente volvió la vista hacia él, con más cara de hastío. Fiske siguió—: Pues sí, alguien lo mató… —Miró el nombre de la placa que tenía sobre la mesa—, señora Baxter.
—Bien, ¿qué puedo hacer exactamente por usted?
—Quisiera ver al inspector Chandler.
—¿Le espera?
Fiske se inclinó un poco hacia adelante y habló en voz baja.
—No exactamente, pero…
—En este caso lo siento pero no está —dijo, interrumpiéndole.
—Creo que si hiciera una llamada a… —Fiske se calló y observó como ella se daba la vuelta y empezaba a teclear en el ordenador—. Oiga, de verdad tengo que ver al inspector Chandler.
Sin parar de teclear, la agente respondió:
—Tal vez tenga que informarle sobre la situación que vivimos aquí. Tenemos un montón de casos y muy pocos inspectores. No podemos dedicarnos al primero que nos cae encima. Tenemos nuestras prioridades. Estoy segura que lo comprenderá. —Su voz se fue desvaneciendo mientras se centraba en la pantalla.
Fiske se inclinó aún más hasta que su rostro quedó a unos centímetros del de la mujer. Esta se volvió y se encontró con su mirada clavada en ella.
—Usted también debe comprender algo: he venido de Richmond para identificar los restos de mi hermano a petición del inspector Chandler. Eso he hecho. Mi hermano está muerto. Y en estos precisos instantes, un médico le está efectuando una incisión en forma de Y en el pecho para poder extraerle las entrañas, órgano por órgano. Seguidamente cogerá una sierra y llevará a cabo una incisión intermastoidea como una cuña de pastel en el cráneo, en este punto preciso. —Fiske trazó una línea imaginaria con el dedo sobre la cabeza de la señora Baxter, al tiempo que reprimía el ardiente deseo de arrancarle un mechón de aquel pelo rubio y rizado artificialmente—. Así podrá sacarle el cerebro e identificar el recorrido de la bala que le mató, y tal vez conseguir algún fragmento de vaina. Por ello he venido a charlar con el inspector Chandler, para ver si juntos podemos dar con una pista sobre el posible autor del asesinato.
La mujer respondió fríamente:
—No creo que este sea su trabajo. Tenemos suficientes problemas como para que los familiares empiecen a meterse en las investigaciones. No se preocupe, el inspector Chandler se pondrá en contacto con usted si lo precisa. —Volvió de nuevo la cabeza.
Fiske se agarró al canto de la mesa y tomó una bocanada de aire intentando no perder los estribos.
—Mire, comprendo que pueden tener una acumulación de casos y que usted no me conozca de nada…
—Estoy muy ocupada. O sea que si tiene algún problema, le aconsejaría que lo pusiera por escrito.
—¡Yo solo quiero hablar con ese hombre!
—¿Tendré que llamar a un guardia o qué?
Fiske pegó un puñetazo en la mesa.
—¡Mi hermano está muerto! ¡Le agradecería que cambiara esa puñetera actitud e intentara mostrar siquiera una pizca de compasión! Y si es incapaz de mostrarla sinceramente, señora, limítese a simularlo.
—Soy Buford Chandler.
Fiske y Baxter se volvieron. Chandler era un negro de unos cincuenta años, pelo blanco, rizado, bigote; un tipo alto y esbelto que parecía conservar el aire deportivo de su juventud. Llevaba una pistolera vacía colgada del hombro y una mancha de grasa del arma en la camisa, en el punto en el que aquella la había rozado. Miró de arriba a abajo a Fiske con sus trifocales.
—John Fiske.
—Lo he oído. En realidad he estado escuchando la conversación.
—¿Entonces sabrá lo que me ha dicho, inspector Chandler? —dijo Baxter.
—Hasta la última palabra.
—¿Y no tiene nada que comentar?
—Pues sí.
Baxter miró a Fiske con cara de satisfacción.
—Adelante.
—Creo que este joven le ha dado un buen consejo. —Chandler reclamó a Fiske con el dedo—. Vamos a charlar.
Los dos hombres cruzaron una serie de bulliciosos pasillos y llegaron a un pequeño y abarrotado despacho.
—Tome asiento. —Chandler le señaló la única silla que había en la estancia aparte de la suya. Tenía encima un montón de carpetas—. Póngalas en el suelo. —Chandler levantó el dedo en señal de advertencia—: Con cuidado, no vaya a echar a perder alguna prueba. Hoy en día, eructas mientras inspeccionas unas muestras de tejido y lo primero que oyes es: «¡Inadmisible! ¡Suelte al hijo puta de cliente mío que acaba de cometer un asesinato en masa!».
Fiske trasladó con sumo cuidado las carpetas mientras Chandler se instalaba en su escritorio.
—No quisiera que se arrepintiera de lo que le acaba de decir a Judy Baxter.
—No pensaba hacerlo.
Chandler disimuló una sonrisa.
—Perfecto, vayamos por partes. Siento lo de su hermano.
—Gracias —respondió Fiske en tono apagado.
—Imagino que lo oye por primera vez desde que ha llegado aquí. ¿Me equivoco?
—Pues no.
—¿De mudo que estuvo usted en las fuerzas del orden? —dijo Chandler con aire despreocupado y luego sonrió al notar la sorpresa de Fiske—. El ciudadano medio en general no está al corriente de las incisiones en forma de Y ni de los cortes intermastoidales. Por el modo en que se ha enfrentado a la señora Baxter, su porte, su tipo… todo me dice que había sido usted agente de policía.
—¿Por qué utiliza un tiempo pasado?
—De haber seguido en las fuerzas del orden, los compañeros de Richmond me lo habrían comentado al pasarme la información. Además, conozco poquísimos policías que vistan traje cuando no están de servicio.
—Tiene usted toda la razón. Me alegro de que le hayan asignado el caso, inspector Chandler.
—El suyo y otros cuarenta y dos casos sin resolver. —Fiske movió la cabeza y Chandler continuó—: Y encima con recortes de presupuesto. Ya ni siquiera dispongo de ayudante.
—Lo que equivale a decir que no puedo esperar milagros.
—Haré todo lo que esté en mi mano para detener a quien mató a su hermano. Pero no puedo garantizarle nada.
—¿Y qué me dice de una ayuda extraoficial?
—No le entiendo.
—Trabajé mucho tiempo en homicidios con algunos inspectores de Richmond. Aprendí mucho y recuerdo mucho. Tal vez pueda ser yo su nuevo ayudante.
—A nivel oficial, eso es totalmente imposible.
—A nivel oficial, es totalmente comprensible.
—¿A qué se dedica ahora?
—Soy abogado de lo penal —dijo Fiske. Chandler puso los ojos en blanco—. Y además me enorgullezco de mi trabajo, inspector Chandler.
Chandler le indicó la puerta con un gesto.
—¿Me hará el favor de cerrarla? —permaneció en silencio hasta que Fiske se sentó de nuevo.
—Pues contra mi propio parecer, aceptaré su oferta de asistencia como asesor.
Fiske movió la cabeza.
—Aquí estoy. Teniendo en cuenta que a las cuarenta y ocho horas el índice de éxito en los casos de homicidio está por los suelos, eso no lo hará variar. —Fiske pensó que el comentario alteraría al hombre, pero Chandler siguió tranquilo.
—¿Puede dejarme una tarjeta para poder localizarle? —le dijo Chandler.
Fiske le entregó su tarjeta de visita tras anotar el número de teléfono de su casa en el reverso.
Chandler, por su lado, le entregó la suya, en la que constaban una serie de números.
—Despacho, casa, busca, fax, móvil… Cuando me acuerdo de cogerlo, que es pocas veces.
Abrió una carpeta que tenía en la mesa y la examinó. Fiske pudo leer al revés el nombre de su hermano en la etiqueta.
—Me dijeron que le mataron en el curso de un robo.
—Eso es lo que constaba en el informe preliminar.
Fiske captó un extraño tono en su voz.
—¿Y la opinión ha cambiado?
—No era más que un informe preliminar, para ponerse en marcha. —Cerró el expediente y miró a Fiske—. Los datos del caso, como mínimo los que conocemos hasta el momento, son bastante simples. Encontraron a su hermano en el asiento de delante de su coche, en un callejón cercano al río Anacostia, con un orificio de entrada de bala en la parte derecha de la cabeza y otro de salida en la izquierda. Por lo que parece, un gran calibre. Aún no hemos encontrado la vaina, pero la investigación continúa. Puede que el asesino la recogiera para que no pudiéramos llevar a cabo la prueba de balística si en algún momento nos caía encima un arma para hacer el cotejo.
—Hay que tener mucha sangre fría para dedicarse a buscar una vaina en un callejón cuando se ha dejado un cadáver a unos metros de allí.
—Estoy de acuerdo en ello. Pero sigo pensando que podemos encontrarla.
—Tengo entendido que no encontraron su cartera.
—Digámoslo de otra forma: no encontraron cartera alguna en el cadáver. ¿Tenía por costumbre no llevarla?
Fiske apartó la mirada un instante.
—Durante los últimos años nos vimos muy poco, pero creo poder afirmar que llevaba cartera. ¿Y no la han encontrado en su piso?
—Calma, John. El cadáver de su hermano se encontró ayer. —Chandler abrió su libro de notas y cogió un bolígrafo—. Entre otras cosas, el callejón donde se le encontró está en una zona de gran consumo de drogas. ¿Tiene usted noticia de que él se drogara? ¿En alguna ocasión o así?
—No. No consumía drogas.
—Pero no puede afirmarlo con seguridad, ¿verdad? Acaba de decir que se veían poco. ¿Estamos de acuerdo?
—Mi hermano establecía los objetivos máximos en todo lo que hacía y luego los superaba. Las drogas no entraban en esa planificación.
—¿Alguna idea de por qué se encontraba en aquella zona?
—No, pero podían haberle secuestrado en otra parte y luego llevarlo allí.
—¿Alguna razón que pudiera hacerle pensar que alguien deseaba su muerte?
—No se me ocurre ninguna.
—¿Ningún enemigo? ¿Algún novio celoso? ¿Problemas de dinero?
—No. Pero hay que tener en cuenta que tal vez no sea yo el más indicado para responder. ¿Tienen alguna noción de la hora en que murió?
—Muy vaga. Estoy esperando la confirmación. ¿Por qué?
—Ahora vengo del depósito. He tocado la mano de mi hermano. La he notado suave, flexible. Hace tiempo que ha pasado el rigor. ¿En qué estado estaba el cuerpo cuando lo encontraron anoche?
—Digamos que llevaba allí un tiempo.
—Es curioso. Según usted, no se trata de una zona aislada.
—Cierto, pero allí tampoco es tan insólito hallar un cadáver en un callejón. Por otro lado, casi en un noventa y nueve por ciento de los homicidios que se cometen en esa área las víctimas son negros, por una razón muy simple: los blancos no frecuentan el lugar.
—De modo que, según usted, mi hermano no tenía porqué encontrarse allí. ¿Alguna pista sobre retiradas de fondos con tarjeta? ¿Compras a crédito?
—Lo estamos comprobando. ¿Cuándo habló con su hermano por última vez?
—Me llamó hace una semana.
—¿Qué le dijo?
—No me encontró. Dejó un mensaje. Pedía mi consejo sobre algo.
—¿No le devolvió usted la llamada?
—Tardé unos días.
—¿Por qué esperó?
—No figuraba en mi lista de prioridades.
—¿En serio? —Chandler hacía girar el bolígrafo entre los dedos—. Dígame una cosa: ¿Tenía alguna simpatía por su hermano?
Fiske le miró fijamente.
—Alguien mató a mi hermano. Quiero encontrar quien lo hizo. Y eso es todo lo que pienso decir.
La expresión de Fiske movió a Chandler a seguir.
—¿Tal vez quería hablarle de algo relacionado con el trabajo? Porque lo intrigante del caso es la ocupación de su hermano.
—Es decir, ¿tendrá alguna relación ese asesinato con el Tribunal Supremo?
—Es una posibilidad remota, pero lo que me acaba de decir sobre la llamada de su hermano me hace pensar que tal vez no sea tan remota.
—Dudo mucho que quisiera mi opinión sobre el último caso de aborto.
—¿Pues sobre qué? ¿Cómo ligar?
—A buen seguro no habrá visto ninguna foto de él. Nunca necesito ayuda en ese terreno.
—Sí he visto una foto de él, pero los muertos no salen muy favorecidos. Usted mismo ha dicho que le pedía consejo. Podría ser en el tema legal.
—Siempre puede acercarse al Tribunal para comprobar si existía alguna conspiración.
—Tenemos que andar con pies de plomo, ya lo sabe.
—¿Tenemos?
—Estoy convencido de que su hermano tiene allí sus efectos personales, y no sería nada raro que el familiar más próximo acudiera a su lugar de trabajo. Me imagino que habrá estado alguna vez allí.
—En una ocasión, cuando entró Mike. Fui a verle con mi padre.
—¿Y su madre?
—Tiene Alzheimer.
—Lo siento.
—¿Algún otro detalle?
Como respuesta, Chandler se levantó, cogió la americana de la percha de detrás de la puerta y se la puso.
—Quisiera llevarle hasta donde se encuentra el coche de su hermano.
—¿Y luego?
Chandler echó una ojeada a su reloj y le miró sonriendo.
—Entonces tendremos el tiempo justo para pasar por el Tribunal, ayudante.