Los funcionarios de Ramsey no me han dejado en paz a raíz del comentario que hizo usted el otro día, magistrada Knight, sobre el hecho de que hay que tener con los pobres determinadas deferencias. —Sara miró a la mujer, que permanecía tranquilamente sentada al otro lado del escritorio.
Una sonrisa se dibujó en el rostro de Knight mientras hojeaba unos documentos.
—No me extraña.
Las dos sabían que los funcionarios de Ramsey constituían una especie de comando perfectamente entrenado. Tenían las antenas puestas en todas partes, sondeaban todo lo que pudiera ser de interés para el presidente del Tribunal y para cualquier tema que entrara en sus planes. Prácticamente nada les pasaba por alto. Anotaban, analizaban y catalogaban maquinalmente cada palabra, exclamación, reunión o conversación pescada en un pasillo para su posterior uso.
—¿De modo que fue usted misma quien buscó esta reacción?
—Aunque no me guste, Sara, en este lugar se produce un determinado proceso contra el que tenemos que luchar. Algunos lo llaman un juego, pero yo prefiero no hacerlo. Prefiero ignorar su existencia. No me siento tan implicado con el presidente. Ramsey nunca apoyaría las posturas que yo adoptaría en una serie de casos. Es algo que yo sé y él sabe.
—O sea que está lanzando un globo sonda a otros magistrados.
—En cierta forma, sí. Las pruebas orales constituyen también una tribuna abierta, pública.
—Pues al público. —Sara reflexionó rápidamente—. ¿Y a los medios de comunicación?
Knight dejó los papeles y entrelazó las manos mientras miraba a la joven.
—Este Tribunal está más influido por la opinión pública de lo que la mayoría se atrevería a confesar. A algunos les gustaría preservar eternamente su posición. Pero el Tribunal tiene que seguir adelante.
—¿Y eso encaja en los casos en los que me ha mandado llevar a cabo una investigación sobre la equiparación de los derechos educativos en el caso de los pobres?
—Siento un gran interés por ellos. —Elizabeth Knight se había criado en la parte oriental de Texas, en un lugar dejado de la mano de Dios, aunque su padre tenía dinero. Por ello, accedió a una educación privilegiada, y a menudo se preguntaba qué habría sido de ella si su padre hubiera sido pobre como la mayoría de los que vivían en su zona. Todos los magistrados llegaban al Tribunal con un bagaje psicológico determinado y Elizabeth Knight no constituía una excepción—. Y eso es todo lo que pienso decir por ahora.
—¿Y el caso Blankley? —dijo Sara, refiriéndose al caso de actuación positiva que Ramsey había barrido del todo.
—Todavía no hemos votado sobre él, de forma que no tengo argumentos para afirmar cómo puede acabar.
Las reuniones para la votación se celebraban en secreto, sin ni siquiera taquígrafo ni secretario. No obstante, los que seguían el Tribunal con cierta regularidad y los funcionarios que vivían el día a día de aquel lugar sabían bien como iban a repartirse los votos, a pesar de que en el pasado los magistrados habían dado alguna sorpresa. La expresión deprimida de la magistrada Knight, sin embargo, dejaba claro cómo iban a repartirse en el caso Blankley.
Y Sara sabía leer las hojas de té como los demás. Michael Fiske tenía razón. El único interrogante que se planteaba era la repercusión que iba a tener sobre la opinión pública.
—Lástima que no estaré aquí para comprobar los frutos de mi investigación —dijo Sara.
—Nunca se sabe. Ha repetido legislatura. Michael Fiske ha firmado su tercer contrato con Tommy. Me encantaría que repitiera usted.
—Es curioso que hable de él. Michael también está intrigado por sus comentarios en la vista. Considera que a Murphy podría interesarle lo que usted trataba de introducir en cuanto a las prioridades de los pobres.
Knight sonrió.
—Michael estará al corriente de ello. Él y Tommy están totalmente compenetrados.
—Michael conoce más que nadie los entresijos del Tribunal. En realidad, a veces incluso da miedo.
Knight la miró fijamente.
—Creía que usted y Michael estaban muy compenetrados.
—Y lo estamos. Quiero decir que somos buenos amigos. —Sara se ruborizó al notar que Knight no le quitaba la vista de encima.
—¿Tal vez los dos tengan que anunciarnos algo? —Knight le sonrió con ternura.
—¿Cómo? No, no. No somos más que amigos.
—Comprendo. Lo siento, Sara, no es asunto de mi incumbencia.
—Tranquila. Como pasamos tanto tiempo juntos, es lógico que algunos den por sentado que existe algo más que amistad. Michael es un hombre muy atractivo, además de inteligente. Con un gran futuro.
—No se lo tome mal, Sara, pero tengo la impresión de que trata de convencerse a sí misma de algo.
Sara bajó la vista.
—Creo que eso es lo que hago.
—Acepte el consejo de alguien que tiene dos hijas mayores. No se precipite. Deje que las cosas sigan su curso. Tiene todo el tiempo del mundo. Fin del consejo maternal.
Sara sonrió.
—Se lo agradezco.
—Y ahora, veamos, ¿cómo está el informe sobre el caso Chance?
—Sé que Steven ha estado trabajando sin parar en él.
—Steven Wright lo tiene bien cogido.
—La verdad es que pone todo su empeño.
—Tendría que echarle una mano, Sara, usted es la más antigua. Hace quince días que el informe tendría que haber llegado a mis manos. Ramsey tiene la munición a punto y los precedentes están de su lado. Como mínimo debo estar a su altura si quiero intentarlo.
—Voy a darle la máxima prioridad.
—Perfecto.
Sara se levantó para marcharse.
—Considero que sabrá manejar al presidente del Tribunal.
Las dos mujeres intercambiaron una sonrisa. Elizabeth Knight se había convertido casi en una segunda madre para Sara Evans, sustituyendo a la que había perdido de niña.
Mientras Sara se dirigía a la puerta, Knight se arrellanó en su asiento. El lugar a donde había llegado constituía la culminación de toda una vida de trabajo y sacrificio, de suerte y pericia. Se había casado con un respetado senador de Estados Unidos de América, un hombre al que amaba y el cual le correspondía. Era una de las tres mujeres que habían vestido la toga del Tribunal Supremo. Se sentía insignificante y al mismo tiempo poderosa. El presidente que la había nombrado seguía en el cargo. Él mismo la había considerado una jurista de confianza, modera da. No había mantenido una actividad política concreta y por lo tanto el presidente no creía que fuera seguir a pies juntillas su línea pero sí quise mantendría pasiva a nivel judicial, que permitiría que la solución a las cuestiones realmente importantes recayera en los representantes elegidos por el pueblo.
Knight no tenía una filosofía arraigada como Ramsey o Murphy. Ellos no decidían tanto los casos basándose en cada uno de los hechos como en las posturas más generales que representaban cada uno de los casos. Murphy jamás votaba en defensa o en contra de la pena capital. Ramsey hubiera preferido morir antes de apoyar a un acusado en un caso de derecho penal. Knight era incapaz de determinar su bando de esta forma. Ella se enfrentaba con cada caso, con cada una de las partes, sin ideas preconcebidas. Concedía la máxima importancia a los hechos. Si bien tenía en cuenta las amplias consecuencias de las decisiones del Tribunal, le preocupaba muchísimo hacer justicia a las partes. Eso a menudo situaba su voto en la cuerda floja, y en realidad a ella no le importaba. No era de las que se quedan en un rincón: había entrado allí para demostrarlo.
En aquellos precisos momentos se daba cuenta de su posible impacto. La responsabilidad que conllevaba aquel poder le hacía sentir insignificante. Este, por otro lado, le asustaba. La tenía despierta de noche contemplando el techo mientras su marido dormía profundamente a su lado. A pesar de todo, pensaba, sonriendo para sus adentros, no se veía en otro lugar; no imaginaba otro sitio donde pasar su vida.