—¡Pero yo los vi! —decía Prescott insistentemente, su voz se volvía más ronca mientras seguía a Vince entre los Land Rover—. ¡Gigantes! ¡Uno de ellos era tan alto como tres árboles! ¡Dejó huellas del tamaño de… del tamaño de…! —Gesticuló desesperadamente con los brazos. Ignorándole, Vince guardó su cámara en una maleta revestida de espuma.
—Ha quedado como un tonto, señor Prescott —dijo el detective Finney, limpiándose gafas en la corbata—. No lo empeore.
Prescott se giró hacia el hombre mayor, con los ojos desbocados.
—¡Usted tendría que investigar este establecimiento detective! ¡No hay derecho! ¡Los han engañado a todos!
—Si abriera alguna investigación, señor Prescott —dijo Finney suavemente—, sería sobre usted y sus métodos. ¿Tenía permisos para entrar en estos terrenos en primer lugar?
—¿Qué? ¿Está loco? —espetó Prescott. Se detuvo y se recompuso a sí mismo—. Por supuesto. Como ya le había dicho, me informaron de lo que estaba ocurriendo aquí. Alguien de dentro me condujo hasta aquí.
—¿Y comprobó los antecedentes de esa persona?
—Bueno —dijo Prescott—, la rana de chocolate era bastante convincente. En realidad no…
—Perdone. ¿Ha dicho «rana de chocolate»? —preguntó Finney, entrecerrando los ojos.
—Yo… er, bueno. La cuestión es, que sí, mi fuente estaba bastante segura de que algo raro estaba pasando aquí.
—¿Que aquí, de hecho, enseñaban magia?
—Sí. Er, ¡no! ¡No trucos! ¡Auténtica magia! ¡Con monstruos y gigantes y… y… puertas que se desvanecen y coches voladores!
—Y la rana de chocolate confirmó todo eso, ¿verdad?
Prescott abrió la boca para responder, y luego se detuvo. Se enderezó en toda su estatura, furioso e indignado.
—Se está riendo de mí.
—Está usted haciendo difícil que no lo haga, señor. ¿Estaría dispuesto a dejarme hablar con esa fuente suya?
Prescott pareció animarse.
—¡Sí! ¡De hecho, lo haré! Lo arreglé con la señorita Sacarhina para que viniera también. Está justo… —Miró alrededor, arrugando la frente.
—¿Lo arregló con la señorita Sacarhina? —preguntó Finney, mirando hacia los escalones de la parte alta del patio. Gran parte del profesorado de la escuela, junto con un buen número de estudiantes, estaban observando con interés como el grupo recogía laboriosamente su equipamiento. Ni la señorita Sacarhina ni el señor Recreant estaban a la vista—. ¿Ella conoce a esta fuente suya, entonces?
—Le conoce, cierto —dijo Prescott, todavía examinando a la multitud—. ¿Dónde está?
—¿Vino con su equipo? —preguntó Finney, mirando alrededor—. No recuerdo haberle conocido.
—Estaba allí. Un tipo callado y excéntrico. Tiene un tic nervioso en la ceja derecha.
—Ah, él —asintió con la cabeza Finney—. Pensé que era un poco raro. Me gustaría mucho tener unas palabras con él.
—Y yo —estuvo de acuerdo Prescott hoscamente.
En lo alto de los escalones, el señor Hubert se había girado hacia la directora McGonagall, Neville, y Harry Potter.
—Creo que podemos confiar en que nuestros amigos arreglen su partida por sí mismos a partir de ahora. Señora directora, ¿creo que nosotros tenemos unos pocos cabos sueltos de los que ocuparnos?
McGonagall asintió, después se giró y condujo al grupo al interior. Harry sonrió a James.
—Ven con nosotros, James. Ralph y Zane, vosotros también.
—¿Está seguro? —preguntó Ralph, mirando a la directora mientras ésta recorría el pasillo a zancadas.
—El señor Hubert pidió específicamente que vosotros tres nos acompañarais —replicó Harry.
—Está bien tener amigos en las altas esferas, ¿eh? —dijo Zane alegremente.
—Bueno —dijo la directora mientras entraban en el silencio vacío del Gran Comedor—, ha ido tan bien como podía esperarse, a pesar de que al señor Ambrosius se le ha ido un poco la mano con su Encantamiento Amoroso. El señor Finney ha insistido en que me una a él para cenar la próxima vez que vaya a Londres.
—Una oferta que creo debería aceptar, madame —replicó Merlín, quitándose las gigantescas gafas de montura de carey y sacudiéndose el cabello para soltar la cola de caballo del «señor Hubert»—. Le embrujé con el encantamiento más ligero posible. ¿Cómo podría haber sabido yo que el detective Finney tendría una predilección natural por las mujeres altas, fuertes y hermosas?
—Por Dios —respondió McGonagall—, creo que está usted bromeando, señor. Que desvergüenza.
James habló.
—¿Pero cómo sabía usted lo del Garaje, Merlín? ¡Creí con toda seguridad que estábamos acabados!
Merlín miró sobre su hombro.
—No sabía lo del Garaje, James Potter. Eso estaba más allá del conocimiento de los árboles, a diferencia del vehículo Anglia y Madame Delacroix. La improvisación, sin embargo, siempre ha sido uno de mis mayores talentos.
—¿Pero como llevó el Wocket hasta allí? —preguntó Ralph—. ¡Eso fue absolutamente brillante!
—Los árboles sabían eso, sin embargo, al igual que yo —replicó Merlín—. Fue simplemente cuestión de animar un cambio de localizaciones.
Zane sonrió.
—¿Así que los coches de Alma Aleron están en aquel viejo granero en el campo?
—No les hará ningún mal, espero —asintió Merlín.
El grupo avanzó resueltamente a través del Gran Comedor y subió los escalones del estrado. McGonagall abrió una puerta en la pared del fondo y condujo a los otros a través de ella, a una recámara grande con suelo de piedra y una chimenea oscura. Sacarhina y Recreant estaban allí, sentados junto a una tercera persona a la que James no reconoció.
—Esto es una afrenta, directora —dijo Recreant, saltando sobre sus pies—. Primero, trae a esta… persona que usurpa nuestra autoridad, ¡y después tiene la osadía de someternos a una maldición Lengua Atada!
—Cállate, Trenton —dijo Sacarhina, poniendo los ojos en blanco. Recreant parpadeó, herido, pero cerró la boca. Miró una y otra vez de Sacarhina a la directora.
—Sabio consejo, si es que alguna vez he oído alguno —estuvo de acuerdo Harry, adelantándose—. Y sospecho que el Ministro, de hecho, oirá hablar de esto.
—No hemos hecho nada malo, señor Potter, como ya sabe —dijo Sacarhina, mirándose las uñas indolentemente—. Señor Ambrosius, al parecer ha asegurado usted el secreto del mundo mágico. Todo ha salido bien.
Harry asintió con la cabeza.
—Me alegro de que lo sientas así, Brenda, aunque encuentro interesante que ya parezcas conocer el auténtico nombre del «Señor Hubert». Sin duda no habrá ningún vínculo que pueda probarse y que te conecte con él, y con la desafortunada Madame Delacroix. ¿Qué hay de tu amigo de aquí, sin embargo?
Toda la atención se dirigió al hombre sentado en la silla entre Sacarhina y Recreant. Era pequeño, rechoncho, con pelo negro y fino y un tic en la ceja izquierda. Se encogió ante la mirada de todos los ocupantes de la habitación.
Ralph, que había sido el último en entrar, se abrió paso a empujones entre Merlín y el profesor Longbotton, con la frente surcada por el desconcierto.
—¿Papá? —dijo, frunciendo el ceño—. ¿Qué estás haciendo tú aquí?
El hombre hizo una mueca miserable y se cubrió la cara con las manos. Merlín miró a Ralph, con la larga y pedregosa cara taciturna. Colocó una mano en el hombro del chico.
—Este hombre dice que su nombre es Dennis Deedle. Me temo que lo reconoces.
—¿Qué está haciendo él aquí? —preguntó Neville.
—Creo que su papel en esta debacle es bastante evidente —replicó la directora, suspirando—. Es el responsable de conducir al señor Prescott entre nosotros.
—¿Qué? —dijo Ralph, sorteando a McGonagall—. ¿Por qué dice eso? ¡Es terrible!
—Vino con el equipo del señor Prescott —dijo Harry tranquilamente—. Estaba intentando pasar inadvertido. Quizás le preocupara que le reconocieras, Ralph. Después, cuando todo acabara, ya no importaría, por supuesto. Pero de todas formas, las cosas no ocurrieron como él esperaba.
—Esto es ridículo —insistió Ralph—. ¡Papá es un muggle! Firmó el contrato de confidencialidad muggle, ¿verdad? ¡Él no haría eso, incluso si hubiera podido! ¡No sé qué está haciendo aquí, pero no es lo que todos piensan!
Merlín todavía tenía su mano sobre el hombro de Ralph. Lo palmeó lentamente.
—Tal vez entonces debería preguntárselo usted mismo, señor Deedle.
Ralph levantó la mirada hacia el enorme mago, con la cara tensa de furia y trepidación. Miró al resto de la habitación, de cara en cara, terminando con su padre.
—De acuerdo entonces. Papá, ¿por qué estás aquí?
Dennis Deedle todavía tenía las manos sobre la cara. Durante varios segundos, no se movió. Finalmente, tomó un profundo aliento y se recostó hacia atrás, dejando caer las manos. Miró a Ralph durante largo rato, y después a todos los que componían la asamblea.
—De acuerdo. Sí —dijo, habiéndose recompuesto a sí mismo—, yo se lo conté a Prescott. Le envié la Rana de Chocolate y el Game Deck. Lo había utilizado para comunicarme con alguien en la escuela, alguien que utilizó el nombre de Austramaddux. Una vez hecho eso, sabía que Prescott podría localizar la escuela con su GPS.
La cara de Ralph estaba congelada entre la incredulidad y la miseria.
—¿Pero por qué, papá? ¿Por qué has hecho algo así?
—Oh, Ralph. Lo siento. Sé que esto te parece mal —dijo Dennis—. Pero todo es muy… muy complicado. El programa de Prescott, Desde Dentro, ofrece dinero por una prueba de lo sobrenatural. Bueno, las cosas no nos han estado yendo muy bien, hijo. He estado buscando trabajo desde que me despidieron, pero ha sido duro. Necesitábamos el dinero. Creí que la rana de chocolate sería suficiente. ¡De verdad! Pero Prescott quería más. Sabía que tenía que mostrarle algo realmente asombroso así que… —se interrumpió, mirando nerviosamente alrededor otra vez.
—Pero nunca vio el dinero —dijo Merlín con su voz baja y retumbante—. Y esa no era la cuestión principal, ¿verdad?
Las cejas de Dennis trabajaban furiosamente cuando levantó la mirada hacia Merlín, aparentemente luchando con lo que debía decir. Junto a él, Sacarhina se aclaró la garganta significativamente. Dennis la miró fijamente, apartando los ojos de Merlín.
—El dinero —dijo inseguro—, Prescott dijo que lo tendríamos cuando el programa se emitiera. Lo prometió.
—Pero ahora no habrá programa —dijo Merlín tranquilamente.
—¿Creíste que valdría la pena vender a todo el mundo mágico solo para ayudarnos a sobrevivir un tiempo, papá? —dijo Ralph, su voz no era acusadora, sino verdaderamente inquisitiva. A James le rompió el corazón oír la desilusión en la voz del chico.
—¡No, hijo! —respondió Dennis, pero después apartó la mirada—. No creí que fuera a amenazar a todo el mundo mágico. Quiero decir, es sólo un estúpido programa de televisión. Además… —se detuvo, masticando las palabras, forcejeando consigo mismo.
—¿Además qué? —preguntó Merlín calmadamente.
Dennis volvió a mirar a Merlín, con la cara tensa, la ceja derecha saltando.
—¿Además, qué ha hecho el mundo mágico nunca por mí? —escupió, para después cubrirse la cara con las manos de nuevo. Tomó un profundo y tembloroso aliento—. Dejarme solo, eso es lo que hizo. Desplazado y abandonado, como una especie de… ¡una especie de mutante sin valor! ¡Despojado de mi nombre y mi familia, abandonado por mis propios padres porque no era como ellos! Se me prohibió incluso volver a contactar nunca con ellos o hablarles. Dijeron que sería adoptado en el mundo muggle, donde pertenecía. Dijeron que sería feliz allí. Supongo que quedó demostrado, ¿no? No querían que yo arruinara su reputación en el mundo mágico. Bueno, ¿por qué debería preocuparme yo por el secreto del mundo mágico en lo más mínimo?
La cara de Ralph era una máscara de infeliz consternación.
—¿De qué estás hablando, papá? Tú no eres un mago. El abuelo y la abuela murieron antes de que yo naciera. Te sorprendiste tanto como yo cuando nos llegó la carta de Hogwarts.
Dennis intentó sonreír a su hijo.
—Casi había olvidado mi propio pasado, Ralph. Había pasado tanto tiempo, y había intentado tan duramente enterrarlo. Soy un squib, hijo. Tus abuelos y tu tío eran brujas y magos, pero yo no nací con sus poderes. Me criaron durante tanto tiempo como pudieron, pero odiaban mi naturaleza. Cuando tuve edad suficiente y quedó claro de que no tenía ninguna habilidad mágica no pudieron soportarlo. Me ocultaron del resto del mundo mágico. Yo era su asqueroso secretillo. Pero no podían ocultarme para siempre. Finalmente, cuando cumplí doce años, me enviaron lejos. Fui a un orfanato muggle, bajo la pretensión de que mis padres habían muerto en un accidente. Me hicieron jurar que nunca les mencionaría y nunca intentaría buscarles. Mi madre estaba… estaba triste. Lloraba y me ocultaba la cara. Pero mi padre fue duro. Ella no pudo convencerle. Contrató a un conductor muggle que nos llevó al orfanato. Madre se quedó en el coche mientras mi padre me llevaba dentro. Intentó abrazarme, decirme adiós, pero padre no la dejó. Dijo que sería lo mejor para ambos. Efectuó modificaciones de memoria a los trabajadores del orfanato. Les hizo creer que me había dejado allí el estado tras la muerte de mis padres. Me dieron una cama y un juego de ropa, y entonces mi padre se fue. Nunca volví a verles.
Los ojos de Dennis Deedle no había abandonado aún la cara de su hijo cuando Merlín habló.
—Lo ha pasado usted muy mal, señor Deedle. Asumo que Deedle no es su verdadero apellido, ¿no?
—No. Mi padre lo inventó para mí —dijo Dennis blandamente—. Yo lo odio.
—¿Cuál es su apellido, señor?
—Dolohov —respondió el padre de Ralph, con voz cada vez más distante, casi muerta—. Mi nombre es Denniston Gilles Dolohov. Hijo de Maximillion y Whilhelmina Dolohob. Hermanastro menor de Antonin.
Hubo un momento de helado silencio, y entonces McGonagall habló.
—Señor Dolohov, ¿comprende usted que por lo que ha hecho podría ser enviado a Azkaban?
Dennis parpadeó, como saliendo de un trance.
—¿Qué? No, no, por supuesto que no. Se me prometió que nada de lo que haría iba contra la ley.
Sacarhina tosió ligeramente.
—Quizás, señor Deedle, preferiría evitar responder más preguntas hasta que su representante legal esté presente.
—¿Por qué? —dijo Dennis, mirándola con alarma—. ¿Estoy metido en algún problema? Usted dijo…
—Sería por su bien, señor —interrumpió Sacarhina.
—¡Dijo que estaba haciendo al mundo un favor! —exclamó Dennis, poniéndose en pie. Miró a Harry—. ¡Ella me prometió que se ocuparían de mí incluso si Prescott y su gente no entregaban el dinero! ¡Dijo que esto era más importante que el dinero! Cuando acudí a ellos…
—¡Siéntese, señor Deedle! —dijo Sacarhina, con voz helada.
—¡No me llame así! ¡Odio ese nombre! —Dennis retrocedió lejos de ella, volviendo a mirar a Harry—. ¡Me dijeron que estaba bien que hablara con Prescott! Les conté lo que estaba pensando hacer. Sabía que tenía que comprobarlo con el Ministerio. Ellos dijeron que el contrato que había firmado no era vinculante porque yo no era un muggle. Y abandoné el mundo mágico antes de ser lo suficientemente mayor como para firmar el Voto de Secretismo también, así que no estaba rompiendo ninguna ley. ¡Me prometió que estaba bien! ¡Dijo que era por el bien de todos y que sería un héroe!
—Señorita Sacarhina —dijo Harry, sacando su varita, pero sin blandirla del todo—, ¿qué tiene usted que decir en respuesta a las acusaciones de este hombre?
—No tengo nada que decir de nada —replicó ella tranquila—. Está claramente desquiciado. Nadie creerá una palabra de semejante persona.
—¿Señor Recreant? —dijo Harry, girándose hacia el hombre estupefacto—. ¿Está de acuerdo con la valoración de la señorita Sacarhina?
Los ojos de Recreant se movían como moscas, volando de acá para allá entre Sacarhina y Harry.
—Yo… —empezó, y después bajó ambos ojos y la voz—. Me gustaría tener la oportunidad de discutir esto lejos de la señorita Sacarhina.
—Señor Recreant, como su superior, le prohíbo…
—Usted no prohibirá nada, madame —dijo Neville severamente, sacando su propia varita de su túnica.
—En nombre de la inmunidad diplomática, tengo que insistir… —empezó Sacarhina, pero se detuvo cuando Harry la apuntó con su varita.
—En nombre del Ministerio de Magia y el Departamento de Aurores —dijo—, la coloco, señorita Brenda Sacarhina, bajo arresto por intento de violación de la sección dos del Código Internacional de Secretismo Mágico y por robo de propiedad del Ministerio de Magia.
Sacarhina intentó sonreír, pero fue un intento relativamente pobre.
—No puede probar nada, señor Potter. Es un juego estúpido y peligroso este al que está jugando. Solo le advertiré una vez que se retire.
—Debería habérselo pensado dos veces antes de conspirar con gente a la que desprecia, señora Sacarhina —dijo Merlín, sonriendo con pesar—. Tuve una encantadora e iluminadora conversación con Madame Delacroix cuando la encontré en el bosque. Tenía mucho que decir sobre usted, me temo, y poco de ello podría considerarse adulador.
Neville estaba conduciendo al señor Recreant fuera de la habitación, con la directora a la zaga. Harry gesticuló con su varita.
—Vamos, señorita Sacarhina. Titus Hardcastle la espera para escoltarla de vuelta al Ministerio, y la paciencia no es uno de sus mejores rasgos.
La cara de Sacarhina se quedó en blanco cuando comprendió que no tenía más elección que ceder. Sin duda tendría una muy buena defensa preparada, pensó James mientras la veía salir de la habitación con su padre. La gente como ella siempre tenía un montón de formas de cubrir sus rastros. Aún así, la cosa no parecía pintar bien para Brenda Sacarhina. Cuando la puerta que conducía al Gran Comedor se abrió, James vio a Titus Hardcastle sonriendo alegremente, con la varita apuntando cuidadosamente al suelo.
James se encontró a solas con Merlín, Zane, Ralph y Dennis Dolohov.
Dennis miró a su hijo, y después le tocó el hombro.
—Lo siento, Ralph. De veras. Estaba… confuso.
—Deberías habérmelo contado, papá —dijo Ralph, dejando caer los ojos.
Dennis asintió. Después de un momento, alzó la mirada hacia Merlín.
—¿Voy a ir a la prisión mágica? —preguntó, intentando mantener firme la voz—. Yo… iré pacíficamente, supongo.
—De algún modo sospecho que no, señor Dolohov —dijo Merlín, dándose la vuelta para conducir al grupo fuera de la recámara. Abrió la puerta que conducía al Gran Comedor—. Pero sus acciones han dado como resultado un dilema. Al parecer la seguridad de esta escuela, por fuerte que pueda ser, no está preparada para enfrentarse a la moderna tecnología muggle. ¿Quizás tendría usted alguna idea sobre cómo mejorarla?
Dennis frunció el ceño.
—¿Qué está sugiriendo? ¿Quieren mi ayuda?
Merlín se encogió de hombros.
—Simplemente admito una coincidencia bastante curiosa. Usted necesita un empleo y nosotros una revisión del programa de seguridad. Como mago que da la casualidad de ser un experto en tecnología muggle, parece usted excepcionalmente cualificado para servir a ese fin.
Dennis sonrió con alivio.
—Pensaré en ello, señor.
—No estoy en posición de hacer ninguna oferta en nombre de esta escuela, por supuesto —dijo Merlín, cruzando el Gran Comedor con su larga y exigente zancada—. Pero conozco a la directora. Veré lo que puedo hacer.
—Entonces —dijo James, siguiendo a Ralph y Zane hasta el Gran Comedor—, resulta que al final tienes unos sólidos antecedentes mágicos después de todo, Ralph, aunque sean una panda de crueles sangrepura sin corazón. No es que importe, en realidad, pero eso explica por qué eres un Slytherin.
—Tal vez —dijo Ralph quedamente—. Esto es demasiado para que lo asuma en un día. Sea como sea, nada de esa magia era mía. Fue el báculo.
Merlín se detuvo cerca de las escaleras, y se giró lentamente. Miró a Ralph especulativamente.
—¿Fue usted el custodio de mi báculo?
—Sí —respondió Ralph abatido—. Evité que matara a nadie, supongo. Pero apenas.
—No le haga caso —dijo Zane—. Estuvo espectacular con él. Salvó la vida de James una vez. ¡También hizo crecer un melocotonero de un plátano! Una vez le quemó una cresta en la cabeza a Victoire en D.C.A.O. Todos hemos pensado en hacer eso mismo de cuando en cuando solo para callarla.
Merlín se aproximó a Ralph. James estaba seguro de que el mago no llevaba encima el báculo momentos antes, pero cuando se agachó hasta arrodillarse delante de Ralph, lo sostenía en la mano derecha. Las runas que lo recorrían eran oscuras, pero James recordó como habían pulsado con una luz verde la noche anterior.
—Señor Deedle… ¿o debería llamarle señor Dolohov? —dijo Merlín.
—Estoy encariñado con Deedle —respondió Ralph, mirando a su padre—. No sé si estoy listo para ser un Dolohov aún. Lo siento, papá.
Dennis mostró una pequeña sonrisa comprensiva.
—Señor Deedle entonces —dijo Merlín—. No cualquier mago podría haber honrado la responsabilidad del báculo. Habrá oído decir que la varita escoge al mago, y es cierto. Madame Delacroix creyó que era usted simplemente una simple herramienta que le traería el báculo, pero se equivocó. El báculo le escogió. Un mago menor habría sido incapaz siquiera de blandirlo, menos aún de usarlo. Pero usted, sin saberlo, sometió al báculo a su poder. No tenía ni idea de su fuerza, y aún así lo manejó. Él le obedeció, y esa es la marca de un mago con un muy, muy gran potencial. Parte de este báculo le pertenece ahora, señor Deedle. Puedo sentirlo. Sabía que una porción ya no era mía, pero no sabía a quién pertenecía. Ahora lo sé.
Merlín bajó su báculo, de forma que yació tendido sobre sus rodillas. Cerró los ojos y lo tanteó a lo largo, su mano apenas tocaba la madera. Una débil luz verde se movía en el interior de las runas, titilando. Merlín cerró la mano alrededor de la parte baja, en el extremo más puntiagudo del báculo, entonces, con apenas una torsión, rompió los últimos treinta centímetros. Abrió los ojos de nuevo, y ofreció el trozo de madera a Ralph.
—Tiene usted, creo, necesidad de una varita, señor Deedle.
Ralph tomó el trozo de madera de la mano de Merlín. Cuando lo hizo, la madera se convirtió en su varita otra vez, todavía ridículamente gorda y rechoncha, con la punta pintada de verde lima. Ralph sonrió, girándola entre las manos.
—Yo no esperaría que fuera tan poderosa como fue una vez, por supuesto —dijo Merlín, poniendo recto otra vez su báculo y utilizándolo para ponerse en pie una vez más. El báculo era notablemente más corto ahora—. Pero sospecho que todavía será capaz de hacer cosas excepcionales con ella.
—Gracias —dijo Ralph seriamente.
—No me lo agradezca —dijo Merlín, alzando una ceja—. Es suya, señor Deedle. Usted lo hizo así.
—Así el mago da al león cobarde su coraje —dijo Zane, sonriendo—. ¿Cuando consigue James algo de cerebro?
Merlín tensó su sonrisa un poco más, mirando de Zane a James.
—No le preste atención —dijo James, sonriendo y conduciendo al grupo hacia las escaleras—. Es una cosa muggle. No lo entenderíamos.
—¡Vamos! —gritó Ralph, subiendo a la carrera las escaleras—. ¡Quiero mostrar a Ted y al resto de los Gremlins que he recuperado mi varita! Tabitha Corsica puede quedarse su estúpida escoba.
Los tres chicos subieron corriendo las escaleras móviles, seguidos a paso más sereno por Merlín y el recién renacido Dennis Dolohov.
—¿Estará bien con esa cosa? —preguntó Dennis a Merlín, frunciendo un poco el ceño.
Merlín simplemente sonrió e hizo resonar su báculo contra el suelo mientras subía. Inadvertidamente, un rayo de chispas verde lima salió disparado del extremo, arremolinándose y resplandeciendo como luciérnagas a su estela.