Harry acompañó a James, Zane y Ralph a un desayuno muy tardío en las cocinas de los elfos domésticos bajo el Gran Comedor. James notó que el elfo doméstico que manejaba el enorme fuelle de la estufa era el elfo gruñón que les había dicho a los tres que estaban a prueba. Los miró con obvia sospecha, pero no dijo nada.
Se apiñaron en una mesa diminuta bajo una ventana aún más diminuta y comieron platos de arenques ahumados y tostada y bebieron zumo de calabaza y té negro. Finalmente, Harry sugirió que los chicos se tomaran un descanso para asearse.
Todavía llevaban puesta la ropa que habían vestido durante la fallida aventura de la escoba del día anterior, y estaban definitivamente sucios tras haber pasado la noche en el bosque. James estaba cansado hasta los huesos además, y decidió que se podía desmayar sobre su cama por lo menos diez minutos, con crisis escolar o sin ella.
De camino a la sala común, James decidió tomar un desvío a la enfermería para recoger su mochila. Philia Goyle y Murdock ya no custodiaban las puertas, por supuesto, pero se sorprendió al ver a Hagrid repantigado en uno de los bancos cercanos, ojeando una revista gruesa llamada Bestias y Boondocks. Éste levantó la mirada, cerrando la revista.
—James, que gusto verte —dijo calurosamente, aparentemente tratando de mantener su voz baja—. Oí que habíais vuelto sanos y salvos. Viendo a tu padre entonces, apuesto.
—Sí, acabo de dejarlo —respondió James, mirando a través de las puertas entreabiertas de la enfermería.
—¿Qué estás haciendo aquí, Hagrid?
—Bueno, es obvio, ¿no? Estoy de guardia, eso es lo que hago. Nadie sale o entra a menos que sea con permiso de la directora. Necesita descansar y recuperarse, después de todo por lo que ha pasado.
—¿Quién? —preguntó James, de repente interesado. Espió más estrechamente por la grieta entre las puertas.
Había una forma todavía acostada en una de las camas, pero James no podía imaginar de quién se trataba.
—¡Pues el profesor Jackson, por supuesto! —dijo Hagrid, poniéndose en pie y uniéndose a James junto a la puerta. Se asomó sobre la cabeza de James con un ojo negro y redondo—. ¿No te has enterado? Apareció en el patio hace hora y media, con aspecto bastante espeluznante —susurró—. Causó una gran conmoción cuando los estudiantes que estaban fuera lo vieron. Lo trajimos aquí inmediatamente y a mí se me encomendó la responsabilidad de vigilar las puertas mientras Madame Curio le atiende.
James levantó la vista hacia Hagrid.
—¿Está herido?
—Eso fue lo que pensamos al principio —dijo Hagrid, retrocediendo—. Pero Madame Curio dice que está bien excepto por unas pocas costillas rotas, algunas quemaduras en los brazos, un golpe desagradable en la cabeza y cerca de un millón de cortes y arañazos. Dice que ha estado en un duelo, y en uno muy largo. Sucedió durante la noche, afuera en el bosque. Eso fue todo lo que nos pudo decir antes de desmayarse.
—¿Un duelo? —repitió James, frunciendo la frente—. ¡Pero si Delacroix rompió su varita!
—¿De veras? —dijo Hagrid, impresionado—. ¿Y por qué iba a hacer algo así?
—El duelo fue contra ella, Hagrid —dijo James cansado—. Él y ella… mira, te lo explicaré después. Pero la vi romper su varita por la mitad. Vi los pedazos. Él los dejó atrás.
—Bueeeno… —dijo Hagrid, retomando su asiento y arrancando un largo y doloroso gemido al banco—. Es americano, ya sabes. Les gusta llevar más de una varita. Viene de todo eso de los Señores del Salvaje Oeste y demás. Las llevan en las botas y metidas en las mangas y las esconden en bastones y todo eso. Todo el mundo lo sabe, ¿no?
James se asomó otra vez por la grieta de las puertas la enfermería, pero aún así no pudo sacar nada en claro de la forma que había sobre el colchón.
—Lo siento profesor —dijo quedamente—, pero espero que le haya dado usted su merecido.
—¿Qué pasa, James? —dijo Hagrid, mirándolo.
—Sólo vine a por mi mochila, —respondió James rápidamente—. Me la dejé ayer por la noche.
—Supongo que no querrás venir a buscarla más tarde, ¿no? —preguntó Hagrid ansiosamente—. Tengo mis órdenes. Nadie entra o sale. La directora cree que quien haya atacado a Jackson tal vez venga buscándolo. No se puede descartar a ese loco de remate que pretende ser Merlín.
—Fue Delacroix, Hagrid. Pero, sí. Puedo volver más tarde. Buen trabajo.
Hagrid asintió, y después volvió a abrir la revista sobre su regazo. James se dio la vuelta y regresó por donde había venido.
La sala común Gryffindor estaba vacía. El fuego en el hogar había ardido hasta quedar solo en brasas rojas, pero hacía el suficiente calor fuera como para que no resultara necesario de todos modos. De hecho, mientras subía las escaleras hacia los dormitorios, James sintió una ráfaga de aire fresco y frío que pasó a su lado. Al parecer alguien había dejado una ventana abierta arriba. Se estaba preguntando si debería cerrarla o no cuando llegó al final de las escaleras y vio a Merlín cómodamente reclinado sobre su cama.
—Aquí está mi pequeño consejero —dijo Merlín, levantando la mirada y bajando el libro de texto de Tecnomancia de James. James miró a la ventana abierta junto a su cama, después a Merlín.
—Usted —dijo, con la mente ligeramente atónita—. ¿Usted…? —señaló dudosamente a la ventana.
—¿Sí entré volando a través de ella? —dijo Merlín, dejando el libro a un lado casi reverentemente—. ¿Sobre las alas de mis hermanos voladores? ¿Tú qué crees, James Potter?
James cerró la boca, comprendiendo que esto era algún tipo de prueba. Descartó su primera idea y buscó otra opción.
—No —respondió—. En realidad, no, creo que solo abrió la ventana porque le gusta el aire.
—Me gusta la fragancia del aire, especialmente en esta época del año —replicó el gran mago, mirando hacia la ventana abierta—. La esencia del crecimiento y la vida vienen de la tierra ahora, llenando el cielo. Aún los no-mágicos la sienten. Ellos dicen que el «amor» está en el aire en primavera. Se acerca bastante a la verdad aunque no a la cuestión, pero no es el amor de un hombre y una mujer. Es el amor de la tierra por la raíz, de la hoja por la luz solar, y sí, del ala por el aire.
—Pero usted quería que yo creyera que había entrado por la ventana, ¿verdad? —dijo James, sintiéndose cautelosamente envalentonado.
Merlín sonrió ligeramente y estudió a James.
—El noventa por ciento de la magia sucede en la mente, James Potter. El truco más grande de todos es saber lo que tu audiencia espera ver, y asegurarte de que lo vean.
James se acercó a otra cama y se sentó en ella.
—¿Es de esto de lo que vino a hablar? ¿O está aquí porque recibió mi mensaje?
—Me he puesto al corriente de muchas cosas desde la última vez que me viste —respondió el mago—. Me he movido adentro y afuera, y por todas partes. He conversado con muchos viejos amigos, reconectado con la tierra, las bestias y el aire. He encontrado muchas cosas extrañas en el bosque, artículos de esta era, y he aprendido mucho sobre las costumbres de esta época. Os he estudiado a vosotros, a ti mismo y a tu gente.
James sonrió lentamente, comprendiendo algo.
—¡Nunca se marchó! Se desvaneció de lo alto de la torre, nos hizo pensar que se había ido volando con los pájaros, pero nunca se fue a ningún lado, ¿verdad? ¡Solo se volvió invisible!
—Tienes talento para ver más allá de lo evidente, James Potter —dijo Merlín, con voz baja y cara impasible—. Pero admitiré que oí todo lo que tus profesores Franklyn y Longbottom, y la Pendragón, y sí, tu padre, dijeron acerca de mí. Me sorprendió y enojó que creyeran conocerme de esa manera. Y sin embargo, no soy esclavo de la arrogancia. Me pregunté a mí mismo si lo que suponían era verdad. Me fui, y visité mis viejas tierras. Viajé dentro y fuera, aquí y allá. Estudié las profundidades de mi propia alma, como Franklyn supuso que haría. Y descubrí que había una sombra de verdad en sus palabras. Una sombra…
Merlín se detuvo durante un largo momento. James decidió no decir nada más, sino simplemente observar al mago. Su cara permanecía totalmente inmóvil, pero sus ojos parecían distantes. Después de no más de dos minutos, Merlín habló de nuevo.
—Pero una sombra no era suficiente para traerme de vuelta al fango de las hipocresías y lealtades confusas de esta época tenebrosa. Estaba lejos, explorando, buscando espacio, suelo, y tierra ininterrumpida, hundiéndome en el profundo lenguaje del aire y de la lluvia, cuando apareció una nueva nota en la canción de los árboles. Tu mensaje, James Potter.
James se sorprendió al ver que finalmente había emoción en el enorme rostro del mago. Miraba a James abiertamente, y de repente sus ojos se humedecieron. James sintió vergüenza por la cruda expresión de angustia del hombre. Hasta sintió un poco de culpa por sus propias palabras, palabras que aparente y sorpresivamente, habían traspasado el gran corazón oculto de este hombre. Después, como si la angustia nunca hubiera estado ahí, la enorme y pétrea cara se recompuso. No fue cuestión de disfrazar la emoción, comprendió James. Simplemente había presenciado el funcionamiento de las emociones de un hombre cuya cultura era totalmente ajena a él, en la que el corazón estaba tan cerca de la superficie que las profundas emociones podían inundar descarada y completamente el rostro, como una nube oscureciendo al sol pero sólo por un momento.
—Por lo tanto, James Potter —dijo el mago, poniéndose en pie lentamente, de forma que pareció llenar el cuarto—. He vuelto. Estoy a tu servicio. Mi alma ciertamente lo requiere. He aprendido mucho de este mundo durante mis viajes de este día, y amo poco de él, pero hay un mal presente, aún cuando está enmascarado con duplicidad y etiqueta. Quizás vencer al mal sea menos importante incluso que despojarlo de su fachada de respetabilidad.
James sonrió y se levantó también de un salto, sin estar seguro de si estrechar la mano de Merlín, abrazarlo, o hacer una reverencia. Se decidió por golpear al aire con un puño y proclamar:
—¡Sí! Er, gracias, Merlín. Er, Merlinus. ¿Sr. Ambrosius?
El mago simplemente sonrió, con sus ojos azul hielo chispeando.
—Así que —dijo James—, ¿qué hacemos? Es decir, sólo tenemos unas pocas horas antes de que Prescott y su equipo se reúnan para filmar la escuela y todo eso. Creo que tengo que explicárselo todo. Jesús, esto va a llevar un rato.
—Soy Merlín, James Potter —dijo el mago, suspirando—. Ya he aprendido tanto como necesito saber de este mundo y su funcionamiento. Te sorprendería bastante, creo, saber cuánto saben los árboles de vuestra cultura. El señor Prescott no es problema. Simplemente necesitamos un concilio de aliados que nos ayuden.
—Está bien —dijo James, volviendo a dejarse caer sobre la cama—. ¿Qué clase de aliados necesitamos?
Merlín entrecerró los ojos.
—Requerimos héroes de ingenio y astucia, sin miedo a transgredir las convenciones a objeto de defender una alianza mayor. Las habilidades de batalla no importan. Lo que necesitamos en este momento, James Potter, son sinvergüenzas con honor.
James asintió sucintamente.
—Conozco al grupo adecuado. Sinvergüenzas con honor. Lo tengo.
—Entonces vamos a ello, mi joven consejero —dijo Merlín, riendo un poco aterradoramente—. Condúceme.
—Entonces —dijo James mientras dirigía a Merlín fuera a través del agujero del retrato—, ¿cree que venceremos?
—Señor Potter —dijo Merlín airosamente, saliendo al rellano y colocándose los puños sobre las caderas—, venciste en el momento en que decidí unirme a ti.
—¿Es el famoso orgullo de Merlín el que habla? —preguntó James tentativamente.
—Como ya he dicho —replicó Merlín, dándose la vuelta para seguir a James con su larga y lenta zancada—. El noventa por ciento de la magia sucede en la mente. El diez por ciento restante, señor Potter, es pura bravuconería sin adulterar. Tome nota de eso y le irá muy bien.
Tras la brillante y neblinosa mañana, el día progresó hacia una bruma de quietud y calor inoportuno.
La directora McGonagall había insistido en que las clases continuaran, aún durante la visita de Martin J. Prescott y su séquito, pero a pesar de su orden, docenas de estudiantes se habían reunido en el patio para presenciar la llegada del equipo del reportero muggle. Próximos a la parte delantera del grupo, James y Harry estaban de pie uno al lado del otro. Sólo a unos cuantos pasos de distancia, Tabitha Corsica y sus compañeros de Slytherin observaban con ojos decididamente brillantes y ansiosos. En lo alto de las escaleras principales la directora McGonagall estaba flanqueada por la señorita Sacarhina y el señor Recreant. Martin Prescott, en el escalón más bajo, miraba su reloj.
—¿Está segura de que podrán hacer pasar sus vehículos hasta aquí como describió usted, señorita Sacarhina? —dijo, levantando la vista hacia donde ésta se encontraba, y guiñando los ojos ante la luz del sol—. Conducirán vehículos con ruedas, como ya he dicho. Ya sabe. Ruedas. ¿No hay nada parecido a ciénagas fangosas o puentes con trolls viviendo bajo ellos o algo así, verdad?
Sacarhina estaba a punto de responder cuando el sonido de los motores de los vehículos comenzó a ser audible en la distancia. Prescott saltó y giró en el punto, irguiendo el cuello para captar un vistazo de su equipo. James, de pie con su padre cerca del frente de la multitud, pensó que la directora McGonagall estaba conduciéndose bastante bien, considerándolo todo. Simplemente apretó los labios fuertemente cuando los enormes vehículos entraron sacudiéndose en el patio. Había dos de ellos, y James los reconoció como el tipo de enormes camiones todoterreno que Zane llamaba «Hummers». El primero se detuvo directamente ante las escaleras. Las cuatro puertas se abrieron y comenzaron a emerger hombres, parpadeando ante la turbia luz del sol y llevando grandes bolsas de cuero cubiertas de enormes bolsillos. Prescott revoloteaba entre los hombres, llamándolos por su nombre, señalando y gritando órdenes.
—Quiero luces y reflectores en la parte izquierda de las escaleras, en ángulo hacia las puertas. Ahí es donde haré mi comentario final y efectuaré las entrevistas. Eddie, ¿tienes las sillas? ¿No? Vale, está bien, lo haremos de pie. Sentado podría parecer demasiado, ya sabes, preparado, de todas formas. Queremos mantener la sensación de exposé en directo todo el tiempo. ¿Qué cámaras tienes, Vince? Quiero la cámara de mano de treinta y cinco milímetros en todo. Doble grabación de todas las tomas con ella, ¿entendido? Editaremos el metraje aquí y allí con esa sensación de cámara oculta. ¿Dónde está Greta con el maquillaje?
El equipo ignoraba completamente a la asamblea de estudiantes, a la directora y los oficiales del Ministerio en las escaleras. Todo alrededor de las camionetas era bullicio bien lubricado de hombres montando cámaras, uniendo cables eléctricos a las luces, adosando micrófonos a largas varas, y diciendo «Probando» y «Sí» en pequeños micros diseñados para prenderse en la camisa de Prescott. James tomó nota de que unos pocos individuos dentro del grupo no parecían preocuparse por los preparativos técnicos. Estaban bastante mejor vestidos y parecían sentir curiosidad por el castillo y sus terrenos. Uno de ellos, un viejo calvo y de aspecto amigable con un traje verde luminoso, escaló los escalones hacia la directora.
—Vaya alboroto, ¿verdad? —proclamó, mirando hacia los vehículos. Se inclinó ligeramente hacia la directora—. Randolph Finney, detective de la Policía Especial Británica. No del todo retirado, pero lo suficientemente cerca como para que ya no importe. ¿El señor Prescott puede haberme mencionado? Al parecer, ha hecho mucha publicidad de mi presencia aquí. Entre usted y yo, sospecho que había esperado a alguien un poco más, er, inspirador, ya me entiende. Así que, ¿esto es algún tipo de… escuela, debo entender?
—Ciertamente eso es, señor Finney, —dijo Sacarhina, extendiendo la mano—. Mi nombre es Brenda Sacarhina, Jefa del Departamento de Relaciones Internacionales del Ministerio de Magia. Hoy será un día muy interesante para usted, sospecho.
—Ministerio de Magia. Que pintoresco —dijo Finney, estrechando la mano de Sacarhina más bien distantemente. Su mirada no se había apartado de la directora—. ¿Y quién sería usted, madame?
—Esta es… —replicó Sacarhina, pero McGonagall, largamente acostumbrada a ignorar ruidos indeseables, habló por encima de ella.
—Minerva McGonagall, señor Finney. Encantada de conocerlo. Soy la directora de esta escuela.
—¡Encantador, encantador! —dijo Finney, tomando reverentemente la mano de McGonagall y haciendo de nuevo una reverencia—. Directora McGonagall, estoy encantado de conocerla.
—Por favor, llámeme Minerva —dijo McGonagall, y James vio que el más ligero de los dolores pasaba por su rostro.
—Indudablemente. Y usted llámeme Randolph, insisto. —Finney sonrió a la directora durante varios segundos, después se aclaró la garganta y se ajustó las gafas. Se giró en el lugar, examinando el castillo y sus terrenos.
—No sabía que hubiese una escuela en esta zona, a decir verdad. Especialmente una tan magnífica como esta. Yo diría, sin temor a equivocarme, que debería estar inscrita en el registro de lugares históricos, Minerva. ¿Cómo la llaman?
Sacarhina comenzó a responder, pero no le salió nada. Hizo un pequeño ruido, tosió un poco, y después se cubrió la boca delicadamente con una mano, con una leve expresión de perplejidad en la cara.
—Hogwarts, Randolph —respondió McGonagall, sonriendo cuidadosamente—. Escuela Hogwarts de Magia y Hechicería.
—¿No me diga? —replicó Finney, mirando hacia ella—. Qué maravillosamente ocurrente.
—Nos gusta pensar que sí.
—¡Detective Finney! —dijo Prescott de repente, trotando hacia arriba por los escalones, con el rostro cubierto por un masa de maquillaje y papel de seda colgando del cuello de su camisa—. Ya veo que ha conocido a la directora. La señorita Sacarhina y el señor Recreant están aquí para guiarnos durante el recorrido, claro está. La directora solo está presente para, er, darle color al asunto, ya sabe.
—Y representa su papel bastante bien, ¿verdad? —dijo Finney, girándose hacia McGonagall con una sonrisa.
James vio que la directora se estaba reprimiendo de forma bastante heroica para no poner los ojos en blanco.
—¿Ha conocido a la señorita Sacarhina y al señor Recreant entonces? —Prescott se abrió paso a empujones, introduciéndose entre Finney y McGonagall—. Señorita Sacarhina, ¿quizás podría contar al detective Finney un poco de lo que hacen ustedes aquí?
Sacarhina sonrió encantadoramente y dio un paso adelante, enroscando su brazo al de Finney en un intento de alejarlo de la directora McGonagall.
—… —dijo Sacarhina. Se detuvo, después cerró la boca e intentó bajar la mirada hasta ella, lo cual produjo una expresión bastante rara.
Finney la observaba con la frente ligeramente fruncida.
—¿Está usted bien, señorita?
—La señorita Sacarhina está solo un poco afónica por este clima, detective Finney —dijo Recreant, adoptando una sonrisa complaciente que no conseguía igualar a la sonrisa practicada de Sacarhina—. Permítame. Esta es una escuela de magia, como la directora ya le ha mencionado. Es, de hecho, una escuela para brujas y magos. Nosotros. —La siguiente palabra de Recreant pareció atorarse en su garganta. Se quedó de pie con la boca abierta, mirando hacia Finney y pareciéndose bastante a un pez que se asfixiaba. Después de un largo e incomodo momento, cerró la boca. Intentó sonreír de nuevo, mostrando demasiado sus dientes largos y dispares.
La frente de Finney seguía fruncida. Se desembarazó del brazo de Sacarhina y miró tanto a ella como a Recreant.
—¿Sí? Suéltenlo entonces, ¿qué pasa? ¿Están ambos enfermos?
Prescott estaba casi saltando de un pie a otro.
—Quizás deberíamos simplemente comenzar la visita, ¿vamos? Por supuesto, yo ya sé moverme un poco por el castillo. Podremos comenzar tan pronto como… tan pronto como… —Se dio cuenta de que todavía tenía papeles prendidos al cuello de la camisa. Se los quitó y los metió en los bolsillos de sus pantalones—. Señorita Sacarhina, ¿ha mencionado usted que vendría otra persona? ¿Un experto en explicar las cosas a los no iniciados? ¿Quizás este sería un buen momento para presentar a dicha persona?
Sacarhina inclinó la cabeza hacia delante, con los ojos ligeramente saltones y la boca abierta. Después de unos segundos de tenso silencio, la directora se aclaró la garganta y gesticuló hacia el patio abierto.
—Ya está aquí, sospecho. Ya sabe que el señor Hubert tiende a retrasarse a veces. Ese pobre hombre, perderá su propia cabeza uno de estos días. De todas formas es un genio a su propio modo, ¿no es cierto, Brenda?
Con la boca todavía abierta, Sacarhina se giró para seguir la mano de McGonagall que señalaba a algo. En la entrada del patio, otro vehículo estaba entrando. Era antiguo, su motor traqueteaba y escupía un pálido humo azul. Finney frunció un poco el ceño mientras lo veían traquetear lentamente por el patio. Sacarhina y Recreant observaban el vehículo con expresiones gemelas de puro desconcierto y disgusto. La multitud de estudiantes reunidos cerca de las escaleras retrocedió mientras el vehículo chirriaba hasta detenerse delante del primer Hummer, apuntando hacia él. El motor tosió, escupió, y después murió, lentamente.
—Eso es un Ford Anglia, ¿verdad? —dijo Finney—. ¡No había visto uno de estos en décadas! Me sorprende que todavía funcione.
—Oh, nuestro señor Hubert es muy bueno con los motores, Randolph —dijo McGonagall airosamente—. Es casi un mago, en realidad.
La puerta del conductor se abrió con un chirrido y una figura salió de él. Era muy grande, tanto que el coche subió perceptiblemente sobre sus muelles cuando se apeó. El hombre bizqueó hacia las escaleras, sonriendo un poco vagamente.
Tenía un largo cabello rubio platino y su correspondiente barba, ambos contrarrestados por unas gigantescas gafas negras de carey. El cabello del hombre estaba recogido hacia atrás en una prolija y casi formal cola de caballo.
—El señor Terrence Hubert —dijo McGonagall, presentando al hombre—. Rector de la Escuela Hogwarts de Magia y Hechicería. Bienvenido, señor. Venga a conocer a nuestros invitados.
El señor Hubert sonrió y después miró de reojo a la puerta del pasajero del Anglia que se abrió con un chirrido.
—Espero que nos les importe —dijo el señor Hubert, ajustándose las gafas—. He traído conmigo a mi esposa. Di hola a todo el mundo, querida.
James contuvo el aliento cuando Madame Delacroix salió torpemente del coche, riendo lenta y deliberadamente.
—Hola —dijo con una voz extrañamente monótona.
Hubert sonrió vagamente hacia ella.
—Es un encanto, ¿no creen? Bueno, entonces, ¿empezamos?
Sacarhina tosió, sus ojos se abrieron de forma alarmante cuando observó a Delacroix unirse al señor Hubert delante del Anglia. Empujó a Recreant con su codo, pero éste estaba tan mudo como ella.
—¿Rector? —dijo Prescott, mirando una y otra vez a Hubert y McGonagall—. ¡No existe un rector! ¿Desde cuándo hay un rector?
—Me disculpo, señor —dijo Hubert, subiendo las escaleras con Delacroix a su lado. Esta sonreía un poco frenéticamente—. He estado fuera la pasada semana. Negocios en Montreal, Canadá, fíjense, entre todos los lugares posibles. Un maravilloso almacén de distribución el que tienen allí. Ya saben, aquí sólo utilizamos suministros mágicos de la más alta calidad, claro está. Inspecciono todos nuestros materiales personalmente antes de encargar cualquier cosa. Oh, pero no debo decir nada más, desde luego. ¡Eh, eh! —Hubbert se tocó un lado de la nariz con el dedo índice, sonriendo conspiradoramente a Prescott.
El rostro de Prescott estaba lleno de sospecha. Miró fijamente a Hubert, después a Madame Delacroix. Finalmente, alzó las manos y cerró los ojos.
—Está bien, a quien le importa. Señor Hubert, si va a ser usted nuestro guía, entonces guíenos. —Echó un vistazo sobre el hombro al equipo de filmación, gesticulando ferozmente con las cejas, y después siguió a Hubert a través de las gigantescas puertas abiertas—. Rector Hubert, ¿podría contarnos a nosotros y a nuestra audiencia qué hacen ustedes aquí en la Escuela Hogwarts de Magia y Hechicería?
—Pues claro —dijo Hubert, girándose al llegar al centro del vestíbulo de entrada—. ¡Enseñamos magia! Somos, de hecho, la principal escuela de Europa de artes mágicas. —Hubert pareció tomar nota de la cámara por primera vez. Sonrió un poco nerviosamente—. Los estudiantes, er, acuden de los rincones más lejanos del continente, y aún más allá, para aprender el antiguo arte de los místicos maestros de la magia. Para adquirir, absorber, y, er, adentrarse, por así decirlo, en las artes secretas de la adivinación, iluminación, prestidigitación, y, er, etcétera, etcétera, etcétera.
Prescott estaba mirando con dureza a Hubert, sus mejillas enrojecían por momentos.
—Ya veo. Sí, ¿así que admite usted que enseñan auténtica magia dentro de estos muros?
—Pues, indudablemente, joven. ¿Por qué iba a negarlo?
—¿Entonces no niega… —dijo Prescott con voz ligeramente chillona─… que éstas pinturas, alineadas en esta misma sala, son pinturas mágicas que se mueven? —Gesticuló grandilocuentemente hacia las paredes.
El cámara giró y se acercó tan rápida y grácilmente como pudo a un grupo de pinturas que había junto a la puerta. El operador del gran micrófono bajó su aparato, hasta estar seguro de que capturaba la respuesta de Hubert.
—¿Pinturas que se m… mueven? —dijo Hubert con voz distraída—. Oh, O… h sí. Bueno, sospecho que podría decirse que se mueven. Porque esa pintura de allá, no importa en qué lugar de la habitación esté, sus ojos están siempre sobre ti. —Hubert alzó misteriosamente las manos, animándose con el tema—. ¡Parecen, de hecho, seguirte a donde quiera que vayas!
El cámara apartó el ojo del visor y frunció el ceño hacia Prescott. El rostro de Prescott se oscureció.
—Eso no es lo que quería decir. ¡Haga que se muevan! ¡Usted sabe que pueden hacerlo! ¡Usted! —Giró sobre sus talones y señaló a McGonagall—. ¡Tuvo una conversación con un retrato en su oficina ayer mismo! ¡Yo la vi! ¡Oí hablar a la pintura!
McGonagall adoptó una expresión tan cómicamente sorprendida que James, que estaba de pie justo en la puerta, con el resto de los estudiantes reunidos, tuvo que suprimir una risa tonta.
—No puedo imaginar a que se refiere usted, señor —replicó la directora.
—Veamos, deje a la dama fuera de esto, ¿me ha entendido? —dijo Finney rudamente, dando medio pasó para colocarse delante de la directora, que era una cabeza más alta que él—. Simplemente continúe con su todopoderosa investigación, Prescott, y terminemos con esto.
Prescott se quedó abrumado durante unos segundos, y después se recompuso.
—De acueeeeerdo. Olvidemos las pinturas que se mueven. Tonto de mí. —Se giró hacia Hubert—. ¿Presumo que las clases están actualmente en curso, señor Hubert?
—¿Hmm? —dijo Hubert, como sobresaltado—. ¿En curso? Bueno, yo, yo, supongo. No esperaba…
—No esperaba que nos interesara presenciarlas, ¿verdad? —interrumpió Prescott—. Pues nos interesa. Nuestra audiencia tiene derecho a saber qué está pasando aquí exactamente, justo… bajo… nuestras… narices.
—¿Audiencia? —repitió Hubert, mirando atrás, a la cámara—. Esto es, er, en directo. ¿Lo es?
Prescott dejó caer la cabeza hacia delante y se derrumbó un poco.
—No, señor Hubert. No lo es. ¿Es que nadie le ha contado cómo funciona esto? Lo grabamos, lo editamos, lo emitimos. Señorita Sacarhina, usted entiende todo esto, ¿estoy en lo cierto? —miró de reojo a Sacarhina, quien sonrió y extendió los brazos. Dibujó con la boca unas pocas palabras y después gesticuló vagamente hacia su garganta. Recreant tensó su sonrisa un grado más. Su frente estaba empapada de sudor—. Genial —murmuró Prescott—. Ya veo. Maravilloso. Continuemos. —Se enderezó y miró furiosamente a Hubert de nuevo—. Sí, a nuestra audiencia le gustaría mucho ver lo que sucede en estas así llamadas «aulas», señor rector. Por favor, muéstrenos el camino.
Hubert se giró hacia Delacroix.
—¿Tú qué opinas, querida? ¿Adivinación o Levitación?
—Ambas son igualmente impresionantes. Cariño. —Dijo Delacroix, pronunciando las palabras de forma muy torpe. Parecía querer decir más, pero a pesar de los movimientos de sus mandíbulas, sus labios permanecían herméticamente cerrados.
—Mi esposa es extranjera, como pueden ver —dijo Hubert disculpándose—. Pero lo hace lo mejor que puede.
—Las aulas, por favor, señor Hubert —insistió Prescott—. No puede mantener a la prensa apartada, señor.
—No, no, claro que no. De hecho, apreciamos la publicidad —dijo Hubert, girándose para conducir al equipo por el pasillo—. Aún con lo prestigiosos que somos, algunas veces es difícil mantener la cabeza sobre el agua. La magia es, er, un estudio especializado, por decir poco. Sólo un cierto tipo de individuo tiene la paciencia y la gracia para aprenderla. Ah, aquí estamos. Adivinación.
Prescott avanzó rápidamente hacia la puerta abierta del aula, seguido por su equipo de filmación y el operador del gran micrófono tropezando para mantenerle el paso. Finney se mantuvo al final del grupo, tan cerca de la directora McGonagall como pudo. Harry y James, a la cabeza de la multitud de estudiantes curiosos, se asomaron por la puerta para observar.
—Aquí nuestros estudiantes aprenden el antiguo arte de la predicción del futuro —dijo Hubert grandilocuentemente. Una docena de estudiantes estaban esparcidos por la habitación, mirando sombríamente a los objetos que había frente a ellos sobre las mesas. A la cabeza de la clase, como respondiendo a una señal, la profesora Trelawney alzó los brazos, produciendo un tintineo musical con las diversas pulseras de sus muñecas.
—¡Buscad, estudiantes! —gritó con su voz más mística—. ¡Mirad profundamente, profundamente en el rostro del omnipresente cosmos que-todo-lo-sabe, representado en el remolino de patrones y diseños del infinito! ¡Encontrad vuestros destinos!
—¡Hojas de té! —dijo Finney alegremente—. ¡Mi propia madre acostumbraba a leer la fortuna en las hojas de té para los turistas! Eso nos mantuvo en las épocas más difíciles, por aquellos tiempos. Que perfectamente pintoresco, mantener dichas tradiciones con vida.
—¡Tradiciones, bah! —dijo Trelawney, levantándose de su asiento y arremolinando dramáticamente sus ligeras ropas—. Buscamos la naturaleza implícita de perfecta verdad en las hojas, señor. ¡Pasado, presente, futuro, todos unidos para aquellos que tienen los ojos para verlo!
—¡Eso exactamente era lo que también mi madre acostumbraba a decir! —rió Finney.
—¿Así es como predicen el futuro? —dijo Prescott, mirando con disgusto dentro de una de las tazas de los estudiantes—. Esto es ridículo ¿Dónde están las bolas de cristal? ¿Dónde está el humo arremolinándose y las visiones fantasmagóricas?
—Bueno, er, también tenemos esas cosas, señor Prescott —dijo Hubert—. ¿Verdad, querida?
—Adivinación Avanzada. Segundo semestre. Doscientos euros la matrícula del laboratorio —replicó Delacroix mecánicamente.
—Cubre las bolas de cristal —dijo Hubert escondiendo los labios tras la mano alzada—. Esas cosas no son baratas. Las mandamos hacer especialmente en China. Cristal auténtico y todo eso. Claro que los estudiantes se las llevan a casa al final del año escolar. Son una especie de recuerdo.
—¡Creo que antes mencionó Levitación! —dijo Prescott, marchando fuera del aula. Su séquito lo siguió rápidamente, trasteando y desenrollando más cables eléctricos.
—Ciertamente, sí. Un elemento básico de las artes mágicas —replicó Hubert, siguiendo a Prescott a través del pasillo y al interior de otra aula—. Combinamos esta clase con prestidigitación básica. Sí, justo aquí.
Zane se encontraba en el centro del aula con una varita en la mano. Apenas una docena de estudiantes más estaban sentados a lo largo de la pared, observando con asombro como el busto de Godric Gryffindor flotaba y se bamboleaba alrededor del aula, aparentemente a instancias de la varita agitada por Zane. Hubo un jadeo y un suspiro de asombro por parte del equipo de Prescott. El cámara se acuclilló lentamente, haciendo zoom sobre la acción.
—¡Ajá! —dijo Prescott con excitación—. ¡Auténtica magia! ¡Realizada por niños!
—Tal como prometí —dijo Hubert orgullosamente—. Aquí el señor Walter está entre los mejores de su clase. Señor Walter, por cierto, ¿en qué curso está usted?
—En primero, señor —dijo Zane, sonriendo felizmente.
—Excelente forma, muchacho —replicó Hubert—. Intenta con una vuelta, ¿por qué no?
Los estudiantes aplaudieron educadamente cuando el busto se levantó y lentamente giró en el aire. Entonces, de repente, se derrumbó, cayendo sobre un colchón que había sido colocado en el centro del suelo.
—Oh, qué pena, señor Walter. Tan cerca —reprendió Hubert.
—¡No fue culpa mía! —gritó Zane—. ¡Han sido mis asistentes! ¡Ted, tonto, tiras cuando se supone que lo debes dejar caer! ¡Cuántas veces tengo que explicártelo!
—¡Eh! —objetó Ted, saliendo ruidosamente de un armario en la parte trasera del aula. Tenía un puñado de cables en la mano, los cuales serpenteaban hasta una serie de poleas sujetas al techo del armario—. ¿Quieres ponerte tú aquí atrás y hacer funcionar estos controles en la oscuridad? ¿Eh? Además, Noah es quien tuvo la culpa. Fue lento con la polea de cruz.
Desde las profundidades del armario una voz gritó enfadada.
—¿Qué? ¡Se acabó! ¡Quiero estar en el escenario la próxima vez! ¡Ya me he cansado de este rol de «asistente»! ¡Quiero ponerme el sombrero!
—¡Nadie lleva puesto el sombrero, Noah! —dijo Zane, poniendo los ojos en blanco.
—¡Bueno alguien tiene que ponerse el sombrero! —chilló Noah, su rostro apareció en la puerta del armario—. ¿Cómo va a saberse quién es el mago y quién el asistente?
—Muchachos, muchachos —aplacó Hubert, alzando las manos—. Sólo tenemos un sombrero por aula, y la señorita Morganstern lo está utilizando para practicar el truco del conejo. Señor Prescott, señor Finney, ¿les gustaría ver el truco del conejo?
—Pues sí —dijo Finney alegremente.
—¡No! —gritó Prescott.
Tabitha Corsica se había abierto paso a empujones hacia el frente del grupo de estudiantes aglomerados en la puerta. Su cara estaba roja de furia.
—Señor Prescott —empezó—. Usted…
Hubert se giró lentamente para enfrentarse a Tabitha.
—Este no es el mejor momento para autógrafos, señorita Corsica.
—No estoy aquí para pedirle un autógrafo, «rector»… —escupió Tabitha, alzando el brazo para señalar a Hubert. Había un pequeño bloc de notas y un bolígrafo aferrados a su mano. Se detuvo en medio de la frase, mirando fijamente los dos objetos. La cubierta del bloc era rosa y tenía la palabra autógrafos escrita en blanco en ella.
—Habrá suficiente tiempo después para ese tipo de cosas, señorita Corsica. Pero estoy seguro que el señor Prescott se siente halagado por su, er, interés.
—¿Rector Hubert? —intervino Petra, asomándose al interior de un sombrero de copa negro que estaba colocado sobre un mesa ridículamente brillante—. Creo que algo debe de ir mal con el señor Bigotes. ¿Los conejos normalmente se tienden de espaldas así?
—Ahora no, señorita Morganstern —dijo Hubert, ondeando la mano con desdén—. Señor Prescott, ¿cree que le gustará ver nuestro truco de partir por la mitad?
Pero Prescott se había marchado, pasando a zancadas junto a la repentinamente silenciosa Tabitha Corsica y dirigiéndose pasillo abajo. El equipo se apresuró a trompicones a alcanzarlo mientras él asomaba la cabeza en cada habitación. Al final del pasillo, soltó un grito amortiguado de triunfo e indicó a su equipo que se le unieran en el aula más alejada.
—¡Aquí! —gritó Prescott, gesticulando frenéticamente con el brazo derecho. El equipo entró al salón, seguidos por los estudiantes curiosos, que estaban comenzando a sonreír—. ¡Justo delante de sus ojos! ¡Un profesor fantasma! ¡Asegúrate de obtener mucho material de esto, Vince! ¡Pruebas de vida después de la muerte!
Esta vez no hubo ningún jadeo de sorpresa. Vince se acercó, enfocando cuidadosamente con una mano.
—Ah, sí. Profesor Binns —dijo Hubert alegremente—, diga hola a estos amables amigos.
El profesor Binns parpadeó como una lechuza y recorrió a la multitud con la mirada.
—Saludos —dijo con su fina y distante voz.
—Es sólo una proyección en humo —anunció Vince, el cámara.
—Bueno —dijo Hubert, un poco a la defensiva—. No se supone que deba ser visto tan de cerca. Normalmente los estudiantes están bastante lejos de él. Crea una agradable sensación de misterio y de lo sobrenatural, en realidad.
Ralph era uno de los estudiantes sentados en el aula. Se dirigió al cámara con una nota de molestia.
—Está usted arruinando el efecto, sabe. No tiene que ir y arruinarlo para todo el mundo.
—Saludos —dijo Binns de nuevo, mirando al gentío.
—¡Imposible! —gritó Prescott furiosamente, avanzando hasta la parte delantera del aula—. ¡Es un fantasma! ¡Sé que lo es!
—Es una proyección, Martin —dijo Vince, bajando la cámara—. Las he visto antes. Ni siquiera es muy buena. Puedes oír el proyector funcionando. Está justo ahí, bajo la mesa. ¿Y ves aquí? Una maquina de hielo seco. Hace el humo.
Finney se aclaró la garganta junto a la puerta.
—Esto es cada vez más embarazoso, señor Prescott.
—Saludos —dijo el profesor Binns.
Prescott se giró salvajemente. Obviamente se estaba liando bastante.
—¡No! —gritó—. ¡Todo esto es un montaje! ¡Es culpa suya! ¡Está intentando engañarnos a todos! —señaló a Hubert.
—Bueno, eso es lo que hacemos aquí —dijo Hubert, sonriendo educadamente—. Estamos en el negocio de los trucos. Aunque preferimos el término «ilusión», si no le importa.
—Es maaaaagia, —dijo Delacroix de repente, un poco tontamente. Mostrando una horrible sonrisa.
—Ya veo lo que todos ustedes están intentando hacer aquí —dijo Prescott, todavía señalando a Hubert, y después a McGonagall y hasta a Sacarhina y Recreant, quienes agitaban las cabezas vigorosamente—. ¡Están intentando hacerme quedar como un loco! Bueno, mi público me conoce mejor que eso, al igual que mis asociados. ¡No pueden esconderlo todo! ¿Qué pasa con las escaleras móviles? ¿O los gigantes? ¿Hmm? ¿O…? ─Prescott se detuvo, con el dedo todavía en medio del aire. Sus ojos se desenfocaron durante un momento, y después rió maliciosamente—. Ya sé justo lo que necesito. Justo lo que necesito, de hecho. Vince, Eddie, y el resto de vosotros, venid conmigo.
Hubert los siguió mientras el equipo tropezaba y empujaban a través de la multitud de estudiantes.
—¿Adónde va usted, señor Prescott? Yo soy su guía, por si no lo recuerda. Le enseñaré cualquier cosa que desee.
—¿Sí? —dijo Prescott, volviendo a girarse hacia Hubert. Los estudiantes curiosos se habían apartado dejándole paso a él y a su equipo, así que Prescott se giró para mirarlos, de un lado a otro—. ¿Me enseñaría… —hizo una pausa dramática e inclinó la cabeza hacia arriba— el Garaje?
—El… —comenzó Hubert. Parpadeó, y después miró de reojo a la profesora McGonagall.
De repente James sintió la mano de Harry tensarse sobre su hombro. Algo iba mal.
—¿El Garaje? —repitió Hubert, como si no estuviera familiarizado con la palabra.
La sonrisa de Prescott creció hasta formar una mueca depredadora.
—¡Ajá! No estaban preparados para esto, ¿verdad? Sí, eché una larga mirada por los alrededores mientras todos estaban tan ocupados esta mañana. ¡Me asomé aquí y allá y obtuve una magnifica visión de conjunto! ¡Hay un Garaje —dijo, girándose hacia a la cámara—, que penetra el tejido mismo del espacio y el tiempo, creando un portal mágico entre este lugar y otro a miles de kilómetros de distancia! ¡América, si se me permite ser tan audaz como para adivinar! Lo he visto yo mismo. He mirado dentro de la estructura y olido el aire de ese lugar lejano. He visto el amanecer de esa tierra, mientras el sol aquí estaba alto sobre el horizonte. No había truco, ni ilusión. Esta gente nos quiere hacer creer que son simples ilusionistas, mientras yo mantengo, puesto que lo he atestiguado con mis propios ojos, que son maestros en una forma de magia que es pura y simplemente sobrenatural. ¡Ahora lo probaré! —Con una floritura, Prescott se dio la vuelta y se alejó marchando, partiendo hacia el vestíbulo principal.
Harry se colocó en línea junto a Hubert, pero no pudo captar su atención.
—¡Señor Prescott! —gritaba Hubert sobre el sonido de la ahora agitada multitud—. Realmente debo insistir que me permita… ¡señor Prescott! ¡Esto es altamente irregular!
Prescott guió a su equipo a través del vestíbulo principal y cruzando el patio. La multitud de estudiantes había crecido considerablemente, y el ruido de su paso había llegado a ser bastante alto. Todo el mundo había visto el exterior del Garaje de Alma Aleron, pero muy pocos habían estado dentro o visto lo que alojaba. El balbuceo de preocupación y curiosidad era un rugido sordo.
—Esto puede ser malo, James —dijo Harry, manteniendo la voz bajo el nivel de ruido de la multitud.
—¿Qué podemos hacer?
Harry solamente agitó la cabeza, observando como Prescott giraba en la esquina, guiando al grupo hasta un conjunto de carpas que se erguía junto al lago. Se dio la vuelta, enmarcado contra las paredes de lona. Su equipo se colocó en posición, bajando el gran micrófono hasta él y ajustando grandes sombrillas blancas para reflejar la luz del sol sobre su costado sombreado. Prescott se giró ligeramente, mostrando su mejor perfil a la cámara mientras Vince se agachaba lentamente, enfocando. Fue, James tuvo que admitirlo, un momento muy dramático.
—Damas y caballeros —comenzó Prescott, alzando su voz natural de orador—. Mi equipo y yo, y todos ustedes, hemos sido víctimas de un elaborado engaño. Esta no es una simple escuela de juegos de manos y trucos de cartas. No. Yo he presenciado dentro de estas paredes verdadera magia de las más sorprendentes y escalofriantes variedades. He visto fantasmas y presenciado auténticas levitaciones. He observado como aparecen puertas mágicamente en lo que antes fueron paredes de roca sólida. He visto bestias y gigantes que abruman la mente. Hoy hemos sido tratados como tontos, timados por un grupo de magos y brujas… si, gente realmente mágica… que creen que pueden engañarnos con trucos baratos. Pero ahora revelaré la verdad sobre este lugar. Detrás de esta lona hay una extraña forma de magia que los conmocionará y sorprenderá. Cuando la verdad sea revelada, el señor Rudolph Finney, detective de la Policia Especial Británica, querrá realizar una investigación a gran escala a este establecimiento, con la ayuda de las agencias policiales de toda Europa. Después de hoy, damas y caballeros, nuestras vidas nunca volverán a ser las mismas. Después de hoy, estaremos viviendo en un mundo donde sabremos, sin lugar a dudas, que las brujas y los magos son reales, y que caminan entre nosotros.
Prescott hizo una pausa, dejando que sus palabras resonaran sobre la sorprendida multitud. Entonces se giró hacia la zona donde McGonagall, Hubert, Sacarhina y Recreant estaban reunidos. Finney permanecía cerca de la directora, frunciendo ligeramente el ceño, con los ojos abiertos.
—Señor Hubert —llamó Prescott—, ¿nos abriría estas puertas? Esta es su última oportunidad de hacer lo correcto.
La expresión de Hubert era grave. Miraba muy directamente a Prescott.
—Debo advertirle en contra de este curso de acción, señor Prescott.
—Las abre usted o lo haré yo.
—Lo arruinará todo, señor —dijo Hubert. Junto a él, Delacroix estaba sonriendo aún más maniáticamente.
—No arruinaré más que su secreto, señor Hubert. El mundo tiene que saber qué hay tras estas puertas de lona.
Hubert parecía petrificado en el lugar. Pareció que no iba a hacerlo. Y entonces, se adelantó, agachando la cabeza. Se oyó un largo jadeo colectivo de la multitud. Prescott se echó a un lado, mirando triunfantemente hacia la cámara mientras lo hacía. Hubert se acercó a la carpa y se detuvo frente a ella. Suspiró profundamente, y después extendió la mano hacia arriba, aferrando las tiras anudadas de lona que sostenían los amplios cortinajes de la puerta de la carpa cerrados. Giró la cabeza para mirar a Prescott. Después de una terrible pausa, tiró. El nudo se deshizo y las lonas se abrieron, desenrollándose como banderas, bofeteando los polos de cada costado de la amplia abertura de la tienda. La multitud jadeó, y después se produjo un largo y perplejo silencio.
James se asomó. Inmediatamente se dio cuenta de lo que era. El interior de la carpa estaba algo oscuro, pero pudo ver que los vehículos voladores habían desaparecido. La mayor parte del interior de la carpa quedaba oscurecido por una forma larga y oblonga. Unas cuantas personas cerca del frente de la multitud comenzaron a reír, y luego una ola de carcajadas recorrió la multitud.
—Bueno, ya está —dijo Hubert, todavía mirando a Prescott—. Ha arruinado el secreto. Y esto pretendía ser nuestro gran final. Tengo que decir, señor, que no es usted en absoluto divertido. —Hubert finalmente dio un paso hacia atrás, quitándose de en medio para que el equipo de filmación pudiera ver directamente el interior. Pequeñas luces navideñas de colores centelleaban en secuencia alrededor de un gran platillo volador de papel maché. Unas letras negras estaban pintadas sobre un costado, claramente visibles entre el centelleo de las luces.
—Y odio decirlo, señor Lupin —dijo Hubert, volviéndose hacia Ted—. Pero ha escrito usted mal la palabra ‘rocket’. Que terriblemente embarazoso.