En favor de Madame Curio, hay que decir que no dejó que las acusaciones de profesor Jackson influenciaran su trato a James. Examinó la fractura durante varios minutos, tocando y pellizcando, y después la entablilló cuidadosamente. Cayó en una ruda pero pedante diatriba sobre las aflicciones de las lesiones de Quidditch, pero a James le sonó a algo que había dicho cientos de veces antes. Su mente estaba en otra cosa, y James no necesitaba especular sobre lo que la preocupaba. La invasión de Martin Prescott en la escuela había provocado una oleada de especulación y ansiedad. Su identidad como reportero de noticias muggle, y el hecho de que estuviera siendo retenido en las habitaciones de Alma Aleron había alimentado un montón de rumores. Una nube de intranquilidad se cernía sobre la escuela entera, y no se había aliviado con el anuncio de la directora de que estaban de camino oficiales del Ministerio para tratar con el señor Prescott. Mientras Madame Curio medía la dosis de Crecehuesos, James la pilló mirándole suspicazmente, de arriba a abajo.
Alguien tenía que haber dejado entrar al intruso, después de todo. ¿Por qué no este novato de primero, hijo del Jefe de Aurores? James sabía que alguna gente… los que creían las mentiras del Elemento Progresivo… esperarían de él tal hazaña. Antes, ese mismo día, había oído una voz entre un grupo de estudiantes diciendo «Tiene sentido, ¿no? Toda la línea de los aurores se basa en que la ley de secretismo es nuestra única protección frente a los supuestos cazadores de brujas muggles. ¿Entonces qué hacen? Dejan que este tipo se cuele aquí y nos asuste a todos haciéndonos pensar que hay muggles ocultos en el bosque, detrás de cada arbusto, con una antorcha y una pira, listos para quemarnos a todos en la hoguera».
—Ya está —dijo Madame Curio, enderezándose—. Terminado. Sentirás algún hormigueo y picazón durante la noche mientras el hueso crece. Es perfectamente normal. No juguetees con la tablilla. Lo último que quiero es que los huesos crezcan torcidos. La solución a eso sería volver a romper el hueso y comenzar desde el principio, e indudablemente no queremos eso. Ahora, —gesticuló hacia la fila de camas—. Escoge la que más te guste. Me ocuparé de que te traigan el desayuno por la mañana. Puedes ponerte cómodo.
James lanzó su mochila sobre una de las mesitas de noche y se subió a la cama inusualmente alta. Era una cama muy confortable, y por una buena razón, todos los colchones de la enfermería habían sido imbuidos con hechizos de relajación. Los hechizos, sin embargo, no habían afectado a los pensamientos de James, que eran oscuros por la frustración y la ansiedad. El profesor Jackson había admitido que esa noche era una noche de importancia suprema. Ya no era simple especulación. Y aquí estaba James, atascado en la enfermería, pulcramente atrapado por la astuta interpretación del profesor Jackson de las instrucciones de la directora McGonagall. Solo por primera vez desde que había empezado el asunto de la escoba, James sintió todo el impacto de lo que había ocurrido en el campo de Quidditch. Había parecido un plan alocado desde el principio, pero no más que el plan para hacerse con el maletín del profesor Jackson, y ese había funcionado, ¿no? Todo había salido bien, hasta ahora.
Era como si una pared de ladrillos invisible los hubiera bloqueado de repente, deteniendo su progreso en el último momento. Indiscutiblemente, el báculo de Merlín era la más poderosa de las tres reliquias. Ahora mismo, Corsica, Jackson y Delacroix probablemente estuvieran preparándose para reunir las reliquias, sin saber que habían perdido la túnica, pero con las dos reliquias más importantes en su poder.
A pesar de su ansiedad, James había empezado a vagar hacia la somnolencia bajo la influencia del colchón embrujado. Ahora, se sentó erguido, con el corazón latiendo con fuerza en el pecho. ¿Qué pasaría cuando Jackson abriera su maletín y encontrara la capa de vestir de Ralph en vez la de túnica de Merlín? La reconocería, y recordaría ese día en la clase de Tecnomancia, cuando James, Ralph y Zane habían utilizado el falso maletín para engañarle. Él había creído que habían fallado, incluso se había referido a ello mientras llevaba a James a la enfermería. Seguramente comprendería que no habían fallado. Jackson era astuto. Sabría cual de los chicos tenía la auténtica túnica. Ni Zane, ni Ralph, sino James. El chico al que no había «calado» aún. ¿Vendría Jackson a la enfermería a exigir la túnica? No, incluso mientras lo pensaba, supo que Jackson no iría. Se dirigiría directamente al baúl de James en el dormitorio de los chicos en la torre Gryffindor. Probablemente reclamaría estar buscando pistas sobre la implicación de James en el innombrable y peligroso complot contra Hogwarts. Jackson seguramente conseguiría abrir el baúl de James, y entonces recuperaría la túnica. Todo lo que James, Ralph y Zane, e incluso los Gremlins habían arriesgado habría sido en vano. Ciertamente se acabaría todo, y no había nada que James pudiera hacer al respecto.
James golpeó la mesilla con el puño, lleno de frustración. Madame Curio, que estaba sentada en su escritorio en la esquina, jadeó y se llevó una mano al pecho. Miró a James pero no dijo nada. James fingió no verla.
Su mochila había resbalado de lado cuando había golpeado la mesa con el puño. Resueltamente, la cogió y la abrió. Sacó su pergamino, su tinta y una pluma. Sabía que, en circunstancias normales, Madame Curio nunca permitiría a un paciente tener un bote de tinta abierto sobre sus inmaculadas sábanas blancas, pero por el momento estaba preocupada, ya que abrigaba a un individuo potencialmente peligroso. Mejor no provocarle. James se inclinó sobre el pergamino y escribió rápida y torpemente, con el brazo entablillado, sin notar siquiera el modo en que su mano emborronaba las letras húmedas.
Querido papá,
Siento haber cogido el Mapa M y la Capa I. Sabía que no debía, pero los necesitaba, y creo que tú en mi lugar hubieras hecho lo mismo, así que espero que no estés muy enfadado. Sé que no tengo la más mínima posibilidad con mamá, pero intercede un poco, ¿vale?
La razón por la que los cogí fue porque descubrí algo realmente preocupante y espeluznante que está pasando aquí, en la escuela. Algunos de los profesores americanos están metidos en ello, aunque no Franklyn. Él es genial. También el E.P. está involucrado. No quiero hablarte de ello por carta, pero incluso si me he metido en un buen lío con mamá, necesito que vengas. ¿Puedes estar aquí mañana? La señorita Sacarhina dice que estás en una misión importante y que no se te puede molestar, así que quizás no puedas, pero inténtalo, ¿vale? Es realmente importante y necesito tu ayuda.
Con cariño, James
James dobló el pergamino y lo ató con un trozo de cordel. No sabía cómo lo enviaría, pero se sentía mejor habiéndolo escrito. Recordó como había tenido intención de escribir a su padre hablándole del complot de Merlín cuando se habían hecho con la túnica, y se recriminó a sí mismo no haberlo hecho entonces. Había pensado, en ese momento, que sus razones para no contárselo a su padre eran buenas, pero ahora, atrapado en la enfermería la misma noche del complot Merlín, y sabiendo que, a pesar de todo, Jackson posiblemente recuperara la túnica, parecía estúpido y arrogante que no hubiera escrito a su padre antes.
Una idea le golpeó y rebuscó en su mochila otra vez. Un momento después, sostenía el pato de goma Weasley en sus manos. Todavía tenía el mensaje de Zane escrito en la parte de abajo: ¡Lavandería! James hundió la pluma y lo tachó con una línea. Debajo, escribió: Enfermería: enviad a Nobby a la ventana oeste.
Cuando terminó, dio al pato un fuerte apretón. ¡Asqueroso bastardo!, graznó.
En la esquina, Madame Curio se sobresaltó una vez más y miró acusadora a James. Criminal potencial o no, claramente pensaba que su comportamiento era inconcebiblemente grosero.
—Lo siento, Madame —dijo James, alzando el pato de goma—. No fui yo. Fue mi pato.
—Ya veo —dijo ella con obvia desaprobación—. Quizás este sea un buen momento para que me retire por esta noche. No, er, necesitarás nada, ¿verdad?
James negó con la cabeza.
—No, madame. Gracias. Siento el brazo mucho mejor de todos modos.
—No juguetees con él, como ya he dicho estarás recuperado por la mañana, espero.
Se puso en pie y pasó apresuradamente junto a James hacia las puertas de cristal. Se podían ver dos figuras a través del cristal ahumado, y James supo que eran Philia Goyle y Kevin Murdock, ambos amablemente enviados por el profesor Jackson para vigilar las puertas.
Madame Curio abrió las puertas y salió, deseando buenas noches a los centinelas. La puerta se cerró tras ella y James oyó el cerrojo caer en su lugar. Suspiró con frustración, y luego saltó cuando su pato de goma graznó un insulto junto a él. Lo alzó y miró la parte de abajo. Bajo su mensaje había una nueva línea de letras negras: Abre la ventana: diez minutos.
James se sintió un poco mejor. No había estado seguro de que Ralph o Zane estuvieran en posición de oír o responder a sus patos. De hecho, no sabía nada de lo que había ocurrido con el resto de los Gremlins. Se sentía cautelosamente confiado en que ninguno habría sido capturado, a pesar de que el apuro de Ralph, abandonado en medio del vestuario Slytherin, probablemente fuera peor que el de ningún otro. Aún así, se imaginó que incluso Ralph había salido con bien de esta. Una vez todos habían visto a James salir en estampida del vestuario montando la escoba de Tabitha, probablemente la atención se hubiera enfocado en su descabellada cabalgada, y después en Tabitha convocando a su escoba, trayéndolos a los dos de regreso al campo. Más que probablemente, Ralph había salido en ese punto y había vuelto al cobertizo, junto con los Gremlins.
Observaba el reloj que había sobre el escritorio de Madame Curio mientras los diez minutos pasaban con su tictac. Luchó contra el impulso de ir y abrir la ventana antes de que los diez minutos hubieran pasado. Si Madame Curio volvía y le veía de pie junto a la ventana abierta, sospecharía una traición a pesar de que la ventana estuviera a diez metros del suelo. Finalmente, cuando el minutero estuvo en su lugar, anunciando las ocho y cuarto, James saltó de la cama. Cogió la carta de la mesilla y corrió ágilmente hacia la ventana más alejada de la derecha. El picaporte cedió con facilidad y James abrió la ventana a la fresca y brumosa noche. El cielo finalmente se había despejado, revelando un polvo plateado de estrellas, pero no había señal de Nobby. James se inclinó sobre la ventana, asomándose a lo largo del alféizar, y una monstruosa forma silenciosa surgió amenazadoramente de la oscuridad acercándose a él, apagando las estrellas. Cayó sobre él pesadamente, rodeándole, y sacó su cuerpo por la ventana antes de que tuviera tiempo de gritar pidiendo ayuda. La figura apretó, dejándole sin respiración de forma que el aliento de se le escapó en un silbido. Muy por debajo una voz dijo en un susurro.
—¡No tan fuerte! ¡Vas a machacarle los huesos!
La gigantesca mano soltó un poco y James vio pasar yardas de giganta mientras era bajado al suelo.
—¡Bien hecho, Prechka! —gritó Zane, palmeando a la giganta en la espinilla. Ella gruñó alegremente y abrió la mano, haciendo rodar a James hasta el suelo entre sus enormes pies.
—¡Creía que solo ibais a mandar a Nobby! —jadeó James, levantándose a gatas.
—Esto fue idea de Ted —dijo Ralph, saliendo de la sombras de un arbusto cercano—. Sabía que querrías salir y ocuparte de todo este asunto de Merlín, especialmente ahora. Salió en busca de Grawp en el momento en que vio que Jackson se te llevaba. Grawp encontró a Prechka, que es lo suficientemente alta como para alcanzar la enfermería y nosotros justo estábamos buscando la forma de conseguir que te acercaras a la ventana cuando nos graznaste. Todo ha salido a la perfección, ya ves.
—Yo diría —dijo James, frotándose las costillas con el talón de la palma izquierda—, que es una suerte que sea zurda o probablemente necesitaría otra dosis completa de Crecehuesos para mi brazo. ¡Menudo apretón! ¿Y dónde está Ted, por cierto?
—Arresto domiciliario en su Casa, junto con el resto de los Gremlins —dijo Zane, encogiéndose de hombros—. McGonagall sabe que estaban involucrados en el plan para robar la escoba, aunque no puede probarlo aún. Probablemente lo dejará correr… está mucho más interesada en diseccionar a Recreant y Sacarhina… pero Jackson tuvo la idea de sacar a todos los Gremlins de escena hasta mañana por la mañana, cuando todo este asunto de Prescott esté arreglado. Ted fue enviado a la sala común Gryffindor en el momento en que volvió del bosque con Grawp. Todo el mundo está así excepto Sabrina, que sufrió una maldición bastante desagradable de gigantismo de Corsica. Su nariz es del tamaño de una pelota de fútbol. No se puede hacer nada al respecto excepto dormir, aparentemente. Creo que nosotros también habríamos sido puestos bajo vigilancia, solo que Jackson cree que Ralph es demasiado tonto para estar involucrado en el asunto de la escoba y yo tenía la coartada perfecta, habiendo estado allí mismo en el campo todo el tiempo. Así que aquí estamos. ¿Cuál es el plan, James?
James miró de Zane, a Ralph y a Prechka, y después tomó un profundo aliento.
—El mismo que antes. Tenemos que acudir al Santuario Oculto y detener a Jackson, Delacroix y a cualquier otro que esté involucrado. Tenemos que hacernos con el báculo de Merlín, si podemos, y lo que es más importante, tenemos que escapar para poder testificar sobre quién está involucrado.
—Eso, eso —estuvo de acuerdo Ralph.
—Pero primero —dijo James, sosteniendo en alto la carta que había escrito a su padre—. Tengo que enviar esto. Debería haberlo hecho hace semanas, pero mejor tarde que nunca. Ted tenía razón. Si no hubiéramos pedido ayuda a los Gremlins, todavía estaría atrapado ahí, en la enfermería.
—Si no hubiéramos pedido ayuda a los Gremlins no habrías acabado allí en primer lugar —masculló Ralph, pero sin mucha convicción.
—Zane —dijo James, girándose hacia él y metiéndose la carta en el bolsillo—. ¿A qué hora se supone que se producirá el alineamiento de los planetas?
—A las nueve y media —respondió Zane—. Solo tenemos una hora y media.
James asintió.
—Reuníos conmigo en el bosque cerca del lago en quince minutos. Traed a Prechka si quiere venir.
Zane levantó la mirada hacia la oscura mole de la giganta.
—No creo que pudiéramos librarnos de ella ni aunque quisiéramos. Al parecer le gusta ayudar.
—Excelente. Ralph, ¿tienes tu varita?
Ralph sacó su varita ridículamente grande del bolsillo de atrás. La punta verde lima brillaba de forma extraña en la oscuridad.
—No salgas de casa sin ella —dijo.
—Bien, mantenla a mano. Tú estás de guardia. Intenta recordar todo lo que hemos aprendido en D.C.A.O. y estate listo para ponerlo en práctica. Ya está entonces. Vamos.
James atravesó a toda prisa las sombras de los pasillos, intentando moverse a la vez rápidamente y sin levantar sospechas, lo que era todo un desafío. Llegó al agujero del retrato justo cuando salía Steven Metzker.
—¡James! —dijo Steven, parpadeando por la sorpresa—. ¿Qué estás haciendo aquí? Se suponía que tenías que estar… —Se detuvo y miró alrededor, a los pasillos oscurecidos—. Entra antes de que alguien te vea.
—Gracias, Steven —dijo James, agachándose para entrar a través del retrato.
—De nada —replicó Steven—. Y lo digo en serio. No te he visto, y tú no me has visto a mí. No hagas que me arrepienta de esto.
—¿Arrepentirte de qué? No ha pasado nada.
Steven salió al pasillo mientras el retrato de la Dama Gorda se cerraba tras James.
Los Gremlins, excepto Sabrina, estaban reunidos alrededor del fuego con aspecto malhumorado y agitado. Noah vio a James y se sentó erguido.
—Ya veo que Prechka encontró a su hombre.
Los demás se giraron y sonrieron maliciosamente.
—¿Qué haces aquí? —dijo Ted, poniéndose serio—. Ralph y Zane acaban de sacarte. Nos llevó la mitad de la noche planearlo todo después del desastre del campo de Quidditch, así que ya es bastante tarde. Deberías ir de camino a la isla. ¿Quieres que vayamos con vosotros?
—No, ya tenéis bastantes problemas. Solo quiero enviar esto. —Levantó la carta. Ted asintió con aprobación, presintiendo para quien era—. Me reuniré con Ralph y Zane en el bosque en diez minutos.
—Yo quiero ir —dijo Noah, levantándose—. Corsica maldijo a Sabrina. Quiero devolverle el favor.
James sacudió la cabeza.
—Vosotros tres tenéis un trabajo distinto esta noche, y puede que implique una maldición o dos. Si Ralph, Zane y yo fallamos, Jackson o algún otro aparecerá probablemente por aquí buscando la túnica de Merlín. Vosotros tres tenéis que protegerla. Si alguien viene a buscarla tenéis que detenerle, no importa como. Odio pediros esto pero… ¿lo haréis?
Petra asintió y miró a Noah y Ted.
—No hay problema. Pero por mucho que nos encantaría tener la oportunidad de encargarnos de esos tipos, intenta no fallar, ¿vale?
James asintió, y después se giró y corrió escaleras arriba hacia los dormitorios de los chicos. La habitación estaba oscura y silenciosa, excepto por una vela cerca de la puerta del diminuto baño. Nobby, no le había cogido afición a la Lechucería y continuaba apareciendo en la ventana de James, y durmiendo en su jaula.
—Nobby —susurró James urgentemente—, tengo un mensaje para que se lo entregues a papá. Sé que es tarde, pero es realmente importante.
El enorme pájaro alzó la cabeza de debajo del ala y se lamió el pico, adormilado. James abrió la puerta de la jaula, dejando saltar a Nobby sobre la mesa. Cuando la nota estuvo atada a la pata extendida de Nobby, James abrió la ventana.
—Y esta vez, cuando vuelvas, ve a la Lechucería. Por agradable que sea tenerte alrededor vas a meterme en más problemas aún. ¿Vale?
La lechuza miró a James con sus ojos enormes e inescrutables, después saltó al alféizar de la venta. Con un revoloteo de alas, Nobby se lanzó a la oscuridad.
James estaba a punto de volver escaleras abajo cuando su mirada captó el bulto oscuro de su baúl. ¿Estaba ligeramente fuera de su posición normal? Sintió un repentino y helado temor. Quizás Jackson ya tenía la túnica. Quizás había comprobado su maletín antes de salir hacia el Santuario Oculto, solo para asegurarse, y había descubierto el cambiazo. Seguramente los Gremlins de abajo habrían visto a Jackson entrar y salir, pero otra vez, quizás no. Como James había comprendido antes, Jackson era astuto. Quizás se había disfrazado, o quizás había pedido a Madame Delacroix que utilizara su habilidad de fisioaparición remota para aparecer sin más en el dormitorio de los chicos y coger directamente la túnica. Una vez más, Ted había mencionado que Zane y Ralph habían estado allí, planeándolo todo tras el desastre del Quidditch. James tenía que saberlo. Se agachó cerca del baúl y sacó la varita. La cerradura se abrió a su orden y revolvió el contenido hasta que encontró el maletín enterrado en el fondo. Todavía estaba allí, pero ligeramente abierto. James jadeó de miedo, entonces tanteó dentro. Sus dedos encontraron los lisos pliegues de tela. Podía incluso oler la fragancia fantasmal de las hojas, la tierra y los vientos vivos. Soltó un gigantesco suspiro de alivio.
Con el baúl abierto, James se preguntó si había algo que pudiera necesitar en su aventura en la isla. Miró alrededor a la pila de ropa desordenada y utensilios que había en el extremo de su cama. Después de considerarlo un momento, agarró el Mapa del Merodeador y la Capa de Invisibilidad. Cerró de golpe el baúl, utilizando su varita para asegurarlo, y después, habiendo dejado su mochila sobre la mesita de la enfermería, metió el mapa y la capa en una bolsa de cuero que su madre le había dado a principios de año. Se giró y bajó las escaleras rápidamente, deteniéndose solo para recordar a Noah, Petra y Ted los poderes de Delacroix.
—No te preocupes —dijo Noah, levantándose de un salto y dirigiéndose hacia las escaleras—. Haremos turnos para mantener vigilado tu baúl. Cambios cada hora, ¿vale, Ted?
Ted asintió con la cabeza. Satisfecho, James pasó agachado a través del agujero del retrato para ir al encuentro de Ralph y Zane.
Cinco minutos después, cuando salía del patio a los terrenos, los ojos de James estaban demasiado deslumbrados por las luces del interior como para ver claramente en la oscuridad. Tanteó su camino por la cuesta hacia el lago hasta que oyó silbar a Zane, aparentemente intentando imitar a un pájaro. El sonido venía de su izquierda, y cuando James se giró hacia allí, finalmente pudo divisar el bulto de la giganta de pie en la linde del bosque. Zane y Ralph estaba agazapados cerca.
—Eso estuvo bastante bien, ¿eh? —dijo Zane, sonriendo—. Lo vi en una película de James Bond. Creí que lo apreciarías.
—Guay —asintió James. El frío del aire nocturno se había posado sobre él y sentía una descabellada sensación de excitación y miedo. Este era el momento. No había vuelta atrás. Ahora mismo su ausencia de la enfermería probablemente estaba siendo descubierta. Puede que tuvieran problemas mañana, pero si fracasaban ahora aún habría peores problemas por venir. James levantó la mirada hacia Prechka.
—¿Nos dejará montar sobre sus hombros? Es la única forma de llegar allí a tiempo.
Prechka le oyó. En respuesta, se agachó, haciendo que la tierra se estremeciera cuando sus rodillas golpearon la ladera.
—Prechka ayuda —dijo, intentando evitar que su voz retumbara—. Prechka lleva a los hombrecillos. —Sonrió a James y su cabeza, ahora al nivel de James, era casi tan alta como él. Zane, Ralph y James treparon por turnos por su brazo y hasta los grandes hombros caídos de la giganta. James necesitó que Ralph y Zane le ayudaran, ya que su entablillado brazo derecho casi no le servía de nada. Cuando Prechka se puso de pie, fue como montar un elevador hasta la copa de los árboles. Sin una palabra, la giganta comenzó a atravesar el bosque. Las ramas superiores de los árboles gemían ocasionalmente a su paso cuando Prechka las empujaba a un lado como si fueran enredaderas.
—¿Cómo sabe a dónde tiene que ir? —preguntó James en voz baja.
Ralph se encogió de hombros.
—Grawp se lo dijo. No sé cómo, pero aparentemente es cosa de gigantes. Simplemente recuerdan donde han estado y como llegar allí. Probablemente sea así como encuentran las casuchas de cada uno en las montañas. Yo no entendí el idioma del todo, pero parece que ella está bastante segura de sí misma.
Montar sobre Prechka fue una experiencia totalmente diferente a la de montar sobre Grawp. Donde el gigante había sido cuidadoso y delicado, la giganta se tambaleaba y aplastaba, sus pisadas hacían que se estremeciera todo su cuerpo, sacudiendo a los chicos. James pensó que debía parecerse mucho a montar sobre un gigantesco metrónomo andante. El bosque pasaba de largo, raro desde esta perspectiva extraña y elevada, como si estuviera arañando hacia el cielo. Después de un rato, James tiró de la túnica de arpillera de la giganta.
—Para aquí, Prechka. Estamos cerca y no quiero que nos oigan llegar si podemos evitarlo.
Prechka extendió una mano, deteniéndose contra un enorme y nudoso roble. Cuidadosamente se agachó y los chicos saltaron de sus hombros, deslizándose por su brazo hasta el suelo.
—Espera aquí, Prechka —dijo James a la gigantesca y torpe cara de la giganta. Ella asintió lenta y seriamente, y se puso de pie otra vez. James solo esperaba que entendiera sus deseos mejor que Grawp, que se había alejado en busca de comida después de solo unos minutos cuando les había llevado el año anterior.
—Por aquí —dijo Zane, señalando. James podía ver el destello de la luz de la luna sobre el agua a través de los árboles. Tan silenciosamente como fue posible, los chicos se abrieron paso entre los troncos de los árboles y la maleza. En pocos minutos, emergieron al perímetro del lago. La isla del Santuario Oculto podía verse más adelante en el borde del lago. Se erguía monstruosamente, habiendo crecido hasta proporciones de catedral para su última noche. El puente de la cabeza del dragón era claramente visible, con la boca abierta de par en par, dando la bienvenida y amenazando al mismo tiempo. James oyó tragar a Ralph. Silenciosamente, se dirigieron hacia él.
Cuando alcanzaron la apertura del puente, la luna salió de detrás de un montón de nubes etéreas y la isla del Santuario Oculto se desveló completamente bajo su brillo. No quedaba ya virtualmente ningún indicio de la salvaje y arbórea naturaleza de la isla. El puente de la cabeza del dragón era una cuidadosa escultura de horror, abriendo las mandíbulas ante ellos. En su garganta, las verjas entretejidas de enredaderas tenían un aspecto tan sólido y estaban tan ornamentadas como si fueran de hierro. James podía leer claramente el poema inscrito en ellas.
—Está cerrada —susurró Zane, bastante esperanzadoramente—. ¿Qué significa eso?
James sacudió la cabeza.
—No sé. Vamos, veamos si podemos entrar.
En fila india, los tres cruzaron de puntillas el puente. James, a la cabeza, vio como la mandíbula superior del puente se abría más aún mientras se aproximaban a las verjas. No rechinó esta vez. El movimiento fue silencioso y mínimo, casi imperceptible. Las verjas, sin embargo, permanecían firmemente cerradas. James hizo ademán de sacar su varita, y entonces se detuvo, siseando de dolor. Había olvidado el entablillado de su brazo derecho fracturado.
—Ralph, mejor lo haces tú —dijo James, haciéndose a un lado para que Ralph se adelantara—. Mi mano de la varita está inútil. Además, tú eres el genio de los hechizos.
—¿Q… Qué se supone que debo hacer? —tartamudeó Ralph, sacando la varita.
—Solo utilizar el hechizo de apertura.
—¡Uuoooo, espera! —dijo Zane, alzando la mano—. La última vez que lo intentamos casi acabamos comidos por los árboles, ¿recuerdas?
—Eso fue entonces —dijo James razonablemente—. La isla no estaba lista. Esta noche es la razón de su existencia, creo. Esta vez nos dejará. Además, es Ralph. Si alguien puede hacerlo, ese es él.
Zane hizo una mueca, pero no podía ofrecer ningún argumento. Dio un paso atrás, dejando espacio a Ralph.
Ralph apuntó nerviosamente con su varita a las puertas, la mano le temblaba. Se aclaró la garganta.
—¿Cómo es? ¡Siempre me olvido!
—Alohomora —susurró James animosamente—. Énfasis en la segunda y la cuarta sílaba. Lo has hecho un montón de veces. No te preocupes.
Ralph se tensó, intentando que dejara de temblarle el brazo. Tomó un profundo aliento y, con voz trémula, pronunció la orden.
Inmediatamente las enredaderas que formaban la verja empezaron a soltarse. Las letras del poema se disolvieron en rizos y hebras, apartándose de la forma arbórea de las puertas. Después de unos segundos, las verjas se abrieron silenciosamente.
Ralph miró hacia atrás a James y Zane, con los ojos muy abiertos y preocupados.
—Bueno, ha funcionado, supongo.
—Yo diría que sí, Ralph —dijo Zane, adelantándose. Los tres se internaron cautelosamente en la oscuridad de más allá de las verjas.
El interior del Santuario Oculto era circular y estaba en su mayor parte vacío, rodeado por árboles que habían crecido hasta formar pilares, que soportaban un techo grueso en forma de cúpula de ramas y hojas primaverales. El suelo estaba pavimentado de piedra, formando escalones que descendían hacia el medio. Allí, en el mismo centro, un círculo de tierra estaba iluminado en un haz de luz de luna, que atravesaba un agujero en el centro de la canopia abovedada. El trono de Merlín estaba en medio de ese haz de luz de luna, y delante de él, recortada contra la luz, de espaldas a ellos, Madame Delacroix.
James se sintió débil de miedo. Se quedó congelado, y solo de forma distante sintió la mano de Ralph tanteando hacia él, empujándole hacia atrás a la sombra de uno de los pilares. Se tambaleó un poco, y después se agachó tras la masa del árbol, junto a Ralph y Zane. Cuidadosa y lentamente, James se asomó, con los ojos abiertos y el corazón palpitante.
Delacroix no se había movido. Estaba todavía de espaldas a ellos y todavía estaba mirando inmóvil al trono. El trono de Merlín era alto, de respaldo recto y estrecho. Estaba hecho de madera pulida, pero en cierto modo era más delicado de lo que James había esperado. Su masa estaba formada por enredaderas y hojas, retorcidas y enmarañadas. Las únicas partes sólidas eran el asiento y el centro del respaldo. El trono parecía como si hubiera crecido en vez de haber sido tallado, como el propio Santuario Oculto. Nadie más estaba a la vista. Aparentemente, Delacroix había llegado pronto. James se estaba preguntando cuánto tiempo se quedaría ahí de pie, inmóvil, observando el trono, cuando se oyó el sonido de los pasos de alguien más tras ellos, en el puente. James contuvo el aliento, y sintió a Ralph y Zane agacharse tanto como podían junto a él, ocultándose entre la maleza que rodeaba los límites del Santuario.
La voz de un hombre pronunció una orden baja en algún extraño idioma que James no reconoció. Sonó a la vez hermoso y aterrador. Se produjo un sonido cuando las verjas de enredadera se desplegaron otra vez, y después pasos chasqueando huecamente sobre los escalones de piedra. El profesor Jackson salió a la vista, caminando resueltamente hasta el centro del Santuario Oculto, a la espalda de Madame Delacroix.
—Profesor Jackson —dijo Madame Delacroix, su pesado acento tintineó en el cuenco de piedra que era el Santuario—. Nunca deja usted de cumplir mis expectativas —dijo sin darse la vuelta.
—Ni usted las mías, madame. Ha llegado pronto.
—Estaba saboreando el momento, Theodore. Ha sido una larga espera. Me sentiría tentada a decir «demasiado larga», si creyera en la casualidad. No creo, por supuesto. Esto ha sido como debía de ser. He hecho lo que tenía que hacer. Incluso tú has jugado el papel que había previsto que realizaras.
—¿Realmente lo cree así, madame? —preguntó Jackson, deteniéndose a varios metros de Delacroix. James notó que Jackson tenía su varita de nogal en la mano—. Me sorprende. Yo, como ya sabe, no creo en la casualidad ni en el destino. Creo en las elecciones.
—No importa en lo que creas, Theodore, mientras tus elecciones te conduzcan al mismo fin.
—Tengo la túnica —dijo Jackson rotundamente, abandonando la pretensión de cortés conversación—. Siempre la he tenido. No conseguirá quitármela. Estoy aquí para asegurarme de ello. Estoy aquí para detenerla, Madame, a pesar de sus esfuerzos por mantenerme al margen.
James casi jadeó. Se cubrió la boca con la mano, ahogándola. ¡Jackson estaba aquí para detenerla! ¿Pero cómo? James sintió como un temor frío le acometía. Junto a él, Ralph susurró casi silenciosamente:
—¿Ha dicho…?
—¡Shh! —siseó Zane urgentemente—. ¡Escuchad!
Delacroix estaba emitiendo un extraño y rítmico sonido. Sus hombros se sacudían ligeramente al compás, y James comprendió que se estaba riendo.
—Mi querido, querido Theodore, nunca he tenido intención de frustrarte. Pero, si no hubiera mostrado el más mínimo rastro de resistencia a tu presencia en este viaje, nunca se te habría ocurrido venir en absoluto. Tu testarudez y naturaleza suspicaz fueron mis mejores armas. Y te necesitaba, profesor. Necesitaba lo que tú tenías, lo que creías tan ardientemente estar protegiendo.
Jackson se tensó.
—¿No creerás que soy tan tonto como para traer la túnica conmigo esta noche? Entonces eres más arrogante de lo que pensaba. No, la túnica está a salvo. Está protegida con los mejores maleficios y encantamientos contraconvocadores jamás creados. Lo sé, porque fui yo quien los creó. No la encontrarás, de eso estoy seguro.
Pero Delacroix reía con más fuerza. Todavía no se había dado la vuelta. El haz de luz que iluminaba el asiento parecía haberse hecho más brillante, y James comprendió que era la luz acumulada de los planetas. Se estaban colocando en su lugar. El momento de la Senda de la Encrucijada de los Mayores estaba al llegar.
—Oh, profesor, su confianza me anima. Con enemigos como usted, mi éxito será mucho más delicioso. ¿Cree que no sabía que ha guardado la túnica de Merlinus en su maletín todo este tiempo? ¿Cree que no estaba preparada para que la túnica me fuera entregada desde el momento en que llegué aquí? No he tenido que alzar ni un solo dedo, y aún así la túnica acudirá a mí por propia voluntad esta misma noche.
James tuvo una idea horrible. Recordó ese día en Defensa Contra las Artes Oscuras, cuando Jackson había seguido a Franklyn a la clase, hablando en voz baja. Madame Delacroix había llegado a la puerta para decir a Jackson que su clase le estaba esperando. James había bajado la mirada en ese momento, y el maletín se había abierto misteriosamente. ¿Era posible que Madame Delacroix hubiera hecho que ocurriera, solo para que James viera lo que había dentro? ¿Había intentado utilizarle de algún modo? Recordó a Zane y Ralph diciendo que la captura de la túnica había sido fácil. En cierto modo demasiado fácil. Se estremeció.
—James —susurró Ralph urgentemente—. No habrás traído la túnica contigo esta noche, ¿verdad?
—¡Por supuesto que no! —replicó James—. ¡No estoy loco!
Zane se inclinó para mantener la voz tan baja como era posible.
—¿Entonces que llevas en la mochila?
James sintió el terror y la furia mezclarse en su interior.
—¡El Mapa del Merodeador y la Capa de Invisibilidad!
Ralph levantó una mano y aferró el hombro de James, girándole hasta que quedaron cara a cara. La expresión de Ralph era horrible.
—¡James, tú no tienes la Capa de Invisibilidad! —su voz ronca se rompió—. ¡La tengo yo! La dejaste conmigo en el vestuario Slytherin, ¿recuerdas? ¡La utilicé para escapar! ¡Está en mi baúl, en los dormitorios de los chicos en Slytherin!
James simplemente se le quedó mirando, petrificado. Bajo ellos, en el centro del Santuario Oculto, Madame Delacroix continuaba cacareando.
—Señor James Potter —llamó entre risas—. Por favor, siéntase libre de unirse a nosotros. Traiga a sus amigos si lo desea.
James se sintió enraizado en el lugar. No bajaría, por supuesto. Huiría. Ahora sabía que tenía la túnica de Merlín en la mochila, que había sido engañado para traerla con él, engañado para pensar que era la Capa de Invisibilidad. Era el momento de huir. Y aún así no lo hizo. Ralph le empujó, urgiéndole a ponerse en marcha, pero Zane, al otro lado de James, se puso en pie lentamente y sacó su varita.
—La reina vudú se cree muy lista —dijo en voz alta, rodeando el pilar y apuntándola con su varita—. Eres tan fea como malvada. ¡Crucio!
James jadeó cuando el rayo de luz roja salió disparado de la varita de Zane. Nunca habían visto una maldición imperdonable en acción, pero Zane estaba haciendo su mejor intento. La maldición golpeó a Madame Delacroix directamente en la espalda y James vio como se doblaba de dolor. Sin embargo no se movió, y James vio desmayado como el haz de luz roja la había traspasado. Golpeó el suelo cerca del trono y se desvaneció, inofensivo. Delacroix todavía reía cuando se giró para enfrentarse a Zane.
—¿Fea, yo? —Su risa murió mientras su mirada se cruzaba con la de Zane. Ya no estaba ciega, ni era vieja. Era, de hecho, su espectro, la versión proyectada de sí misma—. ¿Malvada? Quizás, pero solo como hobby. —El espectro de Madame Delacroix alzó la mano y Zane fue alzado de sus pies rudamente. La varita cayó de su mano y golpeó contra un pilar, sus zapatos cayeron al suelo. Pareció quedarse atascado allí, como si colgara de un garfio—. Si fuera realmente malvada, te mataría ahora, ¿verdad? —Le sonrió, y después se giró, apuntando el brazo hacia el lugar donde James estaba escondido—. Señor Potter, por favor, es una tontería por su parte luchar conmigo. Usted es, después de todo, casi mi ayudante en esta empresa. Traiga al señor Deedle consigo. Disfrutemos todos del espectáculo ¿no?
Jackson se había girado cuando Zane se adelantó, observándolo todo con una notable falta de sorpresa, con la varita todavía lista pero apuntando al suelo. Ahora observó como James y Ralph se enderezaban a sacudidas, casi como si lo hicieran contra su voluntad, y empezaban a marchar por los escalones hacia el centro del Santuario. Sus ojos se encontraron con los de James, sus pobladas cejas bajas y furiosas.
—Alto, Potter —dijo tranquilamente, alzando la varita a medias, apuntando al suelo delante de James y Ralph. Sus pies dejaron de moverse, como si de repente hubieran pisado sobre pegamento.
—Oh, Theodore, ¿tenemos que prolongar esto? —suspiró Delacroix. Ondeó el brazo hacia él y efectuó un gesto complicado con los dedos. La varita de Jackson se sacudió en su mano como si estuviera atada a una cuerda de la que hubieran tirado. Él la agarró, pero de todos modos salió disparada y se alejó. Delacroix hizo otro gesto con la mano, y la varita se partió en medio del aire, como si la hubieran roto contra una rodilla. La cara de Jackson no cambió, pero bajó lentamente la mano, mirando con dureza a los dos trozos de su varita de nogal. Entonces, volvió a girarse hacia Delacroix, con la cara blanca de furia, y comenzó a acercarse a ella. La mano de Delacroix se movió como un relámpago, lanzándose entre los pliegues de su ropa y saliendo con la horrible varita que parecía una raíz entre los dedos.
—Puede que sea solo una representación de la auténtica —dijo juguetonamente—, conjurada a partir del polvo de este lugar, como esta versión de mí misma, pero te aseguro, Theodore, que es exactamente tan poderosa como yo crea que es. No me obligues a destruirte.
Jackson se detuvo en el acto, pero su cara no cambió.
—No puedo dejar que sigas adelante con esto, Delacroix. Lo sabes.
—¡Oh, pero si ya lo has hecho! —cacareó ella alegremente. Señaló con la varita a Jackson y la ondeó. Un rayo de fea luz naranja salió disparado de ella, enviando a Jackson volando violentamente hacia atrás. Aterrizó con fuerza sobre los escalones superiores, gruñendo de dolor. Luchó por incorporarse, y Delacroix puso los ojos en blanco.
—Héroes —dijo desdeñosamente, y ondeó de nuevo la varita. Jackson salió volando otra vez y chocó contra otro de los pilares que delineaban el Santuario. Se quedó colgado allí, aparentemente inconsciente.
—Y ahora —dijo ella, apuntando perezosamente su varita en dirección a James y Ralph—. Por favor, únanse a mí.
Los dos chicos fueron levantados del suelo y transportados el resto de los escalones. Cayeron torpemente sobre sus pies en el espacio cubierto de hierba al fondo del Santuario, directamente delante del espectro de Madame Delacroix. Sus ojos eran verde esmeralda y penetrantes.
—Dadme la túnica. Y por favor, no me obliguéis a haceros daño. Solo lo pediré una vez.
La mochila resbaló del hombro de James y golpeó el suelo a sus pies. La miró, sintiéndose atontado y absolutamente impotente.
—Por favor —dijo Delacroix, y ondeó su varita. James cayó de rodillas como si algo extraordinariamente pesado hubiera aterrizado sobre sus hombros. Su mano se hundió dentro de la mochila, aferró la túnica, y la sacó. Ralph intentó agarrarla, pero parecía atrapado en su lugar, incapaz de moverse más de unos centímetros en cualquier dirección.
—¡No, James!
—No lo haré —dijo él desesperadamente.
Los ojos de Delacroix centellearon codiciosamente. Extendió la mano y tomó delicadamente la túnica de entre las de James.
—El libre albedrío está sobrevalorado —dijo frívolamente.
—No ganará —dijo James furioso—. No tiene todas las reliquias.
Delacroix alzó la vista de la túnica, cruzando su mirada con la de James con una expresión de educada sorpresa.
—¿No, señor Potter?
—¡No! —dijo James, rechinando los diente—. No conseguimos la escoba. Todavía la tiene Tabitha. Ni siquiera estoy seguro de que ella sepa lo que es, pero no la veo trayéndosela, de cualquier modo. —Esperaba tener razón. No veía la escoba por ninguna parte, e indudablemente Tabitha no parecía estar presente, a menos que estuviera escondida, como habían estado ellos.
Delacroix rió ligeramente, como si James acabara de hacer un chiste buenísimo.
—Ese era el lugar perfecto para ocultarlo, ¿verdad, señor Potter? Y la señorita Corsica el individuo perfecto para guardarlo por mí. Tan perfecto que no tuvo usted nunca la más mínima oportunidad de descubrir que era, de hecho, una astuta treta. Por interesante que pueda ser la escoba de la señorita Corsica no es más que un cebo conveniente. No, al igual que la túnica, el báculo de Merlín también se encuentra de camino hacia mí esta noche, al contrario de lo que pueda usted creer. Lo han cuidado muy bien, de hecho.
El inmensamente hermoso espectro de Madame Delacroix se giró hacia Ralph y extendió la mano.
—Su varita, por favor, señor Deedle.
—N… no —protestó Ralph, su voz fue casi un gemido. Intentó retroceder.
—No me hagas insistir, por favor, Ralph —dijo Delacroix, alzando su propia varita hacia él.
La mano de Ralph se alzó de un tirón y fue a su bolsillo trasero. Temblando, sacó su ridículamente enorme varita. Por primera vez, James vio lo que era. No era solo inusualmente gruesa y redondeada en un extremo. Era parte de algo en un tiempo mucho más grande, desgastado por la edad, pero todavía, como había mostrado repetidamente, extremada e inexplicadamente poderosa. Delacroix extendió la mano, casi refinadamente, arrebatando el báculo de Merlín de la mano de Ralph.
—No tenía sentido arriesgarme yo misma a ser capturada al introducir a escondidas algo así en la escuela. Claramente alguien la habría detectado si hubiera estado en mi posesión. Así, que me las arreglé para que les fuera vendida a usted y a su encantador padre, señor Deedle. Yo era el vendedor, de hecho, aunque con un disfraz diferente. Espero que haya disfrutado utilizando el báculo. Bastante poderoso, ¿verdad? Oh, pero ahora veo —añadió, mostrándose casi compadecida—, todos creían que era usted el poderoso, ¿verdad? Lo siento mucho, señor Deedle. ¿De verdad creyó que se le habría permitido entrar en el Santuario si no hubiera estado en posesión del báculo? Seguramente, incluso usted puede ver lo gracioso que resulta, ¿verdad? Usted, un nacido muggle. Por favor, perdóneme. —Rió otra vez, ligera y maliciosamente.
Se dio la vuelta entonces y muy cuidadosamente empezó a colocar las reliquias sobre el trono. James y Ralph se miraron miserablemente el uno al otro, y luego James intentó mirar hacia atrás a Zane, que todavía estaba pegado al pilar tras ellos, pero la oscuridad era demasiado espesa.
Madame Delacroix retrocedió alejándose del trono, respirando con una gran bocanada excitada. Se colocó entre Ralph y James, como si fueran compañeros.
—Allá vamos. Oh, estoy tan complacida. Está mal decirlo, pero todo ha funcionado exactamente como yo había planeado. Disfrutad del espectáculo, mis jóvenes amigos. No puedo garantizar que Merlinus no os destruya a su llegada, pero seguramente no lo consideraréis un alto precio a pagar por presenciar algo así.
La túnica de Merlín había sido tendida sobre el respaldo del trono, como si Merlín simplemente fuera a ponérsela encogiéndose de hombros cuando apareciera. El trozo del báculo de Merlín estaba apoyado contra la parte delantera del trono. El rayo de la luz combinada de la luna y las estrellas se había vuelto muy brillante, dibujando en el centro de la zona cubierta de hierba de abajo una línea apagada que atravesaba la oscuridad desde al hueco del techo abovedado. Las tres reliquias resplandecían a la trémula luz plateada. El momento de la Senda de la Encrucijada de los Mayores había llegado.
James oyó algo. Sabía que Madame Delacroix y Ralph lo estaban oyendo también. Los tres giraron las cabezas, intentando localizar la fuente del ruido. Era bajo y susurrante, llegaba de todas direcciones a la vez. Era trémulo y distante, casi como una nota baja de cientos de flautas lejanas, pero se hacía más fuerte. Madame Delacroix miró alrededor, su cara era una máscara de júbilo, pero aún así James estaba seguro de que, fantasma o no, había también un indicio de miedo en esa cara. De repente aferró los brazos de ambos chicos en sus manos de acero.
—¡Mirad! —jadeó.
Hebras de niebla llegaban de entre los pilares del Santuario, trayendo el sonido con ellas. James miró alrededor. Las hebras se filtraban también entre las ramas del techo abovedado. Eran tan insustanciales como humo, pero se movían de forma inteligente, con creciente velocidad. Serpentearon hacia el trono y allí comenzaron a agruparse. Las hebras se combinaban, se contorsionaban y colapsaban, formando solo formas nebulosas al principio, y después endureciéndose, enfocándose. Una línea de barras horizontales ligeramente curvadas se coaligaron en el centro del trono. Con un estremecimiento involuntario, James vio que eran las costillas de un esqueleto. Una espina dorsal creció de ellas, hacia arriba y hacia abajo, conectando con dos formas más, el cráneo y la pelvis. Esto, comprendió James, era una aparición que se efectuaba a cámara extremadamente lenta. Los átomos de Merlín estaban reuniéndose, luchando por oponerse a la inercia de siglos. El sonido que acompañaba a la aparición crecía a la vez de volumen y tono, ascendiendo a través de octavos y volviéndose casi humano.
—Eh, reina vudú —dijo de repente una voz inmediatamente detrás de James, haciendo que los tres saltaran—. Esquiva esto.
Un gran leño se estampó contra la cabeza de Delacroix, desintegrándola en cientos de terrones de tierra húmeda. Instantáneamente, la maldición confinadora sobre James y Ralph desapareció. James se dio la vuelta y vio a Zane sujetando el otro extremo del leño, arrancándolo del amasijo del espectro de Delacroix, que estaba luchando por reconstituirse. De los hombros para arriba, Delacroix parecía estar hecha enteramente de tierra, raíces retorcidas y gusanos. Las manos del espectro arañaban hacia el cuello arruinado, intentando volver a reunir los terrones de tierra para que tomaran forma.
—¡Se olvidó de mí cuando Merlín comenzó formarse! —gritó Zane, liberando el leño y colocándoselo sobre el hombro—. Me caí del pilar y simplemente agarré la primera cosa pesada que encontré. ¡Cojamos la túnica y el báculo! —Zane balanceó el leño como si fuera un bate de béisbol, arrancando uno de los brazos de Delacroix del hombro. Este golpeó el suelo y se rompió en una masa de tierra y gusanos.
James saltó hacia adelante y aferró un manojo de la túnica de Merlín, estirando la mano izquierda a través de la forma del mago que se reconstituía. Tiró, pero la túnica luchó, intentando mantener su posición.
Hundiendo los talones en la suave tierra, James tiró tan fuerte como pudo. La túnica se escurrió a través del trono, atravesando la forma esquelética sentada en él. La forma se aferró a los brazos del trono y pareció gritar, llevando al máximo el tono fantasmal, que subió otro octavo. Ralph se lanzó hacia adelante y aferró el báculo, que estaba creciendo en longitud a la vez que la figura del trono ganaba solidez. Retrocedió hacia atrás con él, sujetándolo en alto sobre su cabeza.
El espectro de Madame Delacroix parecía debatirse entre recuperar su forma e intentar conseguir que la túnica y el báculo volvieran a su lugar. Ondeaba salvajemente el brazo que le quedaba hacia Ralph, dando zarpazos hacia la túnica que estaba entre las manos de James. Zane danzaba tras el espectro, alzando el leño en alto y después hundiéndolo otra vez, enterrándolo casi hasta la cintura de la desintegrada figura. James miró hacia el trono de Merlín y vio que la figura que había allí, que ya tenía un esqueleto completo con musculatura fantasmal colgando de él como musgo, se retorcía horriblemente, empezando a fundirse otra vez en niebla. El sonido de la aparición de Merlín se había convertido en un grito agudo.
Y entonces, como llegada de ninguna parte, otra figura se unió a ellos. Surgió de la oscuridad de más allá del Santuario Oculto, moviéndose con terrible velocidad. Era la dríada de las uñas azules horriblemente largas, pero solo apenas. Había algo más moviéndose dentro de la forma, como si la dríada fuera solo un disfraz. Una nueva voz se unió al aullido agudo del Merlín a medio formar.
¡Amo! ¡No! ¡No te fallaré! ¡Tu momento ha llegado al fin!
La figura se dividió de algún modo, abandonando completamente la forma de la dríada. Se convirtió simplemente en dos enormes y negras garras. Estas se lanzaron simultáneamente sobre James y Ralph, aferrando la túnica y el báculo y dejando a los dos chicos despatarrados sobre los escalones de piedra. Las garras giraron, colocando las reliquias otra vez en sus lugares, y después se retrajeron, convirtiéndose en polvo, como si estuvieran exhaustas.
La figura del trono se estremeció violentamente, volviendo a dibujarse, y las hebras de niebla rugieron hacia ella, solidificándose ahora con terrible velocidad. Los huesos se cubrieron de músculos, capa a capa. Florecieron órganos dentro del pecho y el abdomen, formando las venas. El cuerpo llenó la túnica, y la túnica tomó forma sobre él. La piel cubrió el cuerpo como rocío, primero una membrana transparente, pero aumentando de grosor, ganando color y bronceado. Los dedos aferraron el báculo, que había crecido hasta tener dos metros de largo, punteado gentilmente abajo con un pesado y nudoso extremo. Corrían runas por todo el báculo, pulsando con una débil luz verde.
El ruido del retorno de Merlín se resolvió con un largo grito, y el mago finalmente exhaló, con la cabeza hacia atrás, las cuerdas de su cuello tensas como alambres. Después de un largo momento, cogió su primer aliento en miles de años, llenando su enorme pecho y bajando la cabeza.
¡Amo! gritó una voz fantasmal. James miró de la figura del trono a la forma en que se habían convertido las horrendas garras. Era un hombrecillo, casi invisible. Jadeaba, con la cabeza calva brillando a la débil luz de la luna. ¡Has vuelto! ¡Mi tarea está completada! ¡Me siento aliviado!
—He vuelto —estuvo de acuerdo la voz de Merlín. Su cara era pétrea, los ojos estaban fijos en el fantasma—. ¿Qué tiempo es este en el que me has retornado, Austramaddux?
¡E… El mundo está listo para ti, Amo!, tartamudeó el fantasma, con voz aguda y asustada. Yo… yo… ¡esperé al momento perfecto para tu venida! ¡El equilibrio entre los mundos mágicos y sin magia está maduro para tu mano, Amo! ¡El momento… el momento ha llegado!
Merlín miraba al fantasma, completamente inmóvil.
¡Por favor, Amo! gritó Austramaddux, cayendo sobre sus fantasmales rodillas. ¡He estado observando durante siglos! ¡Mi tarea… mi tarea era más de lo que podía soportar! Esperé tanto como pude. ¡Sólo ayudé un poquito! ¡Encontré a una mujer, Amo! ¡Su corazón estaba abierto a mí! Ella compartía nuestras metas, así que yo… ¡yo la animé! ¡La ayudé, pero solo un poco! ¡Un poco!
La mirada de Merlín pasó de Austramaddux al espectro de Madame Delacroix, que se había reconstituido casi por completo. Esta se había puesto de rodillas, y cuando habló, su voz sonó como salida de una boca llena de tierra.
—Soy tu sierva, Merlinus. Te he convocado para que completes tu destino, liderarnos contra los gusanos muggle. Estamos preparados para ti. El mundo está maduro para ti.
—¿Este títere hecho de suciedad debe ser mi musa? —dijo Merlín, con voz baja pero casi atronadora en su intensidad—. Veámosla como es, entonces, no como desea que la vean.
Delacroix se enderezó y empezó a hablar, pero no salió nada. Su mandíbula se movía, casi mecánicamente, y entonces, profundos y ahogados sonidos comenzaron a emerger de su garganta. Las manos del espectro volaron hacia arriba, aferrándose el cuello, después arañándolo, hundiendo en él las largas uñas hasta que este comenzó a pelarse en tiras lodosas. Su garganta se hinchó, casi como la de un sapo, y el espectro se inclinó de repente por la cintura, como si fuera a vomitar. Los ojos de Merlín estaban fijos en el espectro y su báculo brillaba ligeramente, las runas ondeaban con su luz interior. Finalmente, violentamente, el espectro de Madame Delacroix inhaló y la mandíbula se abrió de par en par, más allá de los límites lógicos. Algo surgió de la boca horrible y abierta. Se derramó en el suelo ante ella. El cuerpo del espectro se encogía mientras el amasijo salía por su boca. Era casi como si el espectro se estuviera volviendo del revés, vaciándose a sí mismo por su propia boca, hasta que todo lo que quedó fue la cosa que yacía bocabajo en el suelo, contorsionante y horrenda. Era la auténtica Madame Delacroix, de algún modo transportada desde su remota localización segura y vomitada por su propia marioneta. Se retorcía en el suelo como si sufriera un gran dolor, con su forma extremadamente delgada y huesuda, los ojos velados en sus órbitas, mirando ciegamente al cielo.
—Austramaddux, me has traído a un tiempo muerto —dijo Merlín, su voz baja llenaba el Santuario como un rugido. Dio la espalda a la patética forma de Madame Delacroix, volviendo su mirada hacia el fantasma acobardado—. Los árboles han despertado para mí, pero sus voces están casi mudas. Incluso la tierra duerme el sueño de los siglos. Me has retornado por tu conveniencia y solo por eso. Eras ya criado deficiente cuando accedí a enseñarte, y he vuelto solo para comprender la profundidad de ese error. Te descargo de mi servicio. Fuera.
Merlín alzó la mano libre y la sostuvo en alto, con la palma hacia fuera, hacia el fantasma de Austramaddux. El fantasma palideció más aún y se echó atrás, alzando las manos como para desviar el golpe. ¡No! ¡No, te fui fiel! ¡Por favor! ¡No me liberes! ¡Completé mi tarea! ¡Fui fiel! ¡No!
La última palabra se alargó y aumentó de tono, subiendo la escala mientras el fantasma parecía gritar. Por un momento, asumió la forma de la dríada azul, encogiéndose de miedo, desesperada, después empezó a perder completamente la forma. Menguó, y James vio que se contraía en la misma proporción en que Merlín cerraba la mano, como si el mago estuviera estrujando a Austramaddux en su puño extendido. La última palabra del fantasma surgió en un gemido de horror, apagándose mientras el fantasma de colapsaba en un brillante punto de luz titilante. Merlín apretó el puño, y después abrió la mano. El fantasma estalló, se desvaneció, dejando solo el eco de su grito final.
Finalmente, como si se fijara en ellos por primera vez, Merlín volvió su atención a James, Ralph y Zane.
James se adelantó, sin saber qué hacer, pero sabiendo de corazón que tenía que hacer algo. Merlín alzó de nuevo la mano, esta vez hacia James. James sintió como el mundo se suavizaba a su alrededor, oscureciéndose. Luchó, intentando resistirse al creciente olvido, pero no sirvió de nada. No podía luchar contra el poder de Merlín como no podía luchar un mosquito contra un vendaval. El mundo se esfumó, vertiéndose por un embudo hasta un punto, y en el centro del punto estaba la mano alzada de Merlín, empujándole hacia adentro. Había un ojo en el centro de la mano, de un azul helado. El ojo se cerró, y la voz de Merlín pronunció una palabra, una palabra que pareció llenar el vacío donde el mundo había estado una vez, y la palabra fue «Duerme».