16. El desastre del báculo de Merlín

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A la mañana siguiente, James, Ralph y Zane entraron en el Gran Comedor a desayunar y se dirigieron decididamente hacia el extremo más alejado de la mesa Gryffindor.

—¿Estás seguro de esto? —preguntó Ralph mientras cruzaban el Comedor—. No podremos echarnos atrás después de esto, lo sabes.

James apretó los labios pero no respondió. Se reunieron con Noah, Ted y el resto de los Gremlins, todo los cuales estaban sentados conspicuamente en un apretado nudo.

—Ah, el gran hombre —anunció Ted cuando James se apretujó entre él y Sabrina—. Estamos haciendo apuestas sobre por qué nos has pedido a todos que nos reunamos contigo para desayunar. Noah cree que quieres unirte oficialmente a las filas de los Gremlins, en cuyo caso hemos preparado una serie de penosos desafíos que tendrás que completar. Mi favorito es ese en el que te pones el viejo vestido de gala de Sabrina y recorres la escuela cantando el himno de Hogwarts tan alto como puedas. Hay muchos más, aunque los desafíos de Damien tienden a implicar demasiados porrazos y mostaza para mi gusto.

James hizo una mueca.

—A decir verdad, la razón por la que os he pedido que vinierais es que Ralph, Zane y yo tenemos algo que pediros.

En su favor hay que decir que ninguno de los Gremlins pareció sorprenderse. Simplemente se inclinaron un poco más hacia adelante mientras continuaban comiendo. James no sabía exactamente por donde empezar. Se había levantado esa mañana con la simple comprensión de que por su cuenta, él, Ralph y Zane no podrían hacerse con éxito con el báculo de Merlín en un solo día. No tenían plan. El retrato de Snape había sido de alguna ayuda, pero Snape ni siquiera creía que Tabitha Corsica tuviera el báculo. ¿Así que a quién podían recurrir? Actuó siguiendo su primer impulso. Podía acudir al único grupo de personas en toda la escuela expertos en el sutil arte del caos y las travesuras. Podría llevar demasiado tiempo explicárselo todo a Ted y sus compañeros Gremlins, e incluso si lograba hacerlo, puede que no accedieran a ayudar, pero era su mejor y última esperanza. James suspiró enormemente y miró fijamente a su vaso de zumo de calabaza.

—Necesitamos ayuda para… para tomar prestado algo.

—¿Tomar prestado algo? —repitió Noah, con la boca llena de tostada—. ¿Qué? ¿Dinero? ¿Una taza de azúcar? ¿Un corte de pelo decente? No suena como si nos necesitaras a nosotros exactamente.

—Calla, Metzker —dijo Ted suavemente—. ¿Qué es lo que quieres «tomar prestado», James?

James tomó un profundo aliento y lo soltó sin más.

—La escoba de Tabitha Corsica.

Damien tosió en su zumo. Todos los demás Gremlins miraron a James con los ojos muy abiertos. Todos excepto Ted.

—¿Para qué? —preguntó Sabrina en voz baja—. Esta tarde es la final entre Ravenclaw y Slytherin. ¿Es eso? ¿Estás intentando arruinar las posibilidades de Slytherin? Admito que hay algo altamente sospechoso en esa escoba suya, pero hacer trampa no es exactamente nuestro estilo, James.

—¡No! No tiene nada que ver con el partido —dijo James, y luego vaciló—. Es largo de explicar. Y ni siquiera se me permite hablar de algunas partes. McGonagall me pidió que no lo hiciera.

—Cuéntanos lo que puedas entonces —dijo Petra.

—Vale. Zane, Ralph, echadme una mano. Llenad los huecos que deje. Va a sonar a locura, pero allá va.

Entre los tres, explicaron la historia entera de la conspiración Merlín, desde el primer vistazo a la sombra de Madame Delacroix en el lago, a la aventura en el Santuario Oculto, terminando con la misteriosa confrontación de Ralph y James con la espeluznante dríada que exigía la túnica de Merlín. Tuvieron que volver atrás entonces, y explicar como se habían hecho con la túnica quitándosela al profesor Jackson. A James le preocupaba que la historia estuviera tan fragmentada que los Gremlins no fueran capaces de seguirla. Ted escuchaba atentamente todo el rato, comiendo sin más y observando a quienquiera que estuviera hablando. El resto de los Gremlins hacían preguntas esclarecedoras y respondían con una mezcla de escepticismo, respeto y excitación.

—¿Habéis estado trabajado en este plan todo el año y solo ahora nos lo contáis? —preguntó Damien, entrecerrando los ojos.

—Como ya he dicho, McGonagall nos advirtió que no contáramos a nadie lo del Santuario Oculto —dijo James sinceramente—. Y nos preocupaba que no os creyerais el resto de todas formas. Nos costó creernos la mayor parte a nosotros mismos. Durante un tiempo, al menos. ¿Entonces, qué pensáis?

—Estoy confusa —dijo Sabrina, frunciendo el ceño—, todo el asunto parece cogido con tiritas. Una cosa es disparar fuegos artificiales Weasley durante el debate, pero otra muy distinta es ir y robar la escoba de una de las más prominentes, y francamente espeluznantes, brujas de la escuela. Eso es robar, eso es lo que es.

—Solo es robar si lo que decimos no es cierto —razonó Zane—. Si la escoba de Tabitha es el báculo de Merlín, entonces no es suya en realidad. No sabemos de quién es, pero no importa, ella se la habría robado a algún otro.

Damien no parecía muy convencido.

—Incluso si lo hizo, nosotros seríamos los únicos que lo sabríamos. Si nos arrastrara a todos a la oficina de McGonagall reclamando que le hemos robado la escoba, ¿qué diríamos? ¿Que está bien porque ella robó la escoba a algún otro, no sabemos a quién, y además la escoba es en realidad el báculo mágico de uno de los magos más poderosos de la historia, así que en realidad estábamos haciendo un favor al mundo al sacarla de las manos de Corsica? Eso vuela como una lechuza muerta.

—Bueno, ¿por qué no? —intervino Ralph—. Si es cierto, es cierto.

—Y eso sale de la boca de un Slytherin —dijo Noah, con una sonrisa ladeada.

—¿Qué se supone que significa eso? —dijo Ralph, tensando la mandíbula.

James sacudió la cabeza.

—Está bien, Ralph. Te está haciendo rabiar. La cuestión es que, incluso si es cierto, no podríamos probarlo. No os he dicho que no vayáis a meteros en problemas por esto. Solo puedo deciros que si es cierto, entonces que nos lleven a la oficina de McGonagall y nos acusen de ladrones será la menor de nuestras preocupaciones. No puedo pediros a ninguno que os metáis en esto si no queréis. Es arriesgado. Podríamos meternos todos en un montón de problemas. Podríamos incluso fracasar a pesar de nuestros mejores esfuerzos.

—Espera un minuto —dijo Noah—, es con los Gremlins con los que estás hablando.

Petra se sentó erguida y miró al grupo.

—La cuestión es que si James, Zane y Ralph están equivocados, lo sabremos mañana por la mañana. Si «tomamos prestada» la escoba de Corsica, podemos devolverla, de algún modo. Probablemente anónimamente. Si no hay daño, no hay falta. Todo el mundo pensaría que fue solo una broma de Quidditch, ¿no? Pero, si esta historia es cierta, y la escoba es realmente el báculo de Merlín, entonces nadie arrastrará a nadie a la oficina de la directora.

—¿Por qué no? —preguntó Sabrina, interesada.

—Porque Tabitha sería el pez más grande de la satén —respondió Noah pensativamente—. Si ella es parte de alguna gran conspiración Merlín y fracasa con el báculo, se meterá en serios problemas con sus colegas. La gente como esa no tiende a ser de las que perdonan, ya sabéis. Hasta puede que nunca volviéramos a verla.

—No caerá esa suerte —masculló Petra.

Ted se movió.

—Mirad, todos. Todo eso está muy bien, pero en lo que a mí concierne, solo hay una cosa que decidir. ¿Podemos confiar en James? No conozco a Zane y Ralph muy bien, pero he crecido con James. Puede que algunas veces sea un aborrecible bichejo, pero siempre ha sido honesto. Y además, es el hijo de mi padrino. Recordáis a ese tipo, ¿verdad? Yo estoy dispuesto a aceptar un poco de riesgo por él. No porque sea de la familia, sino porque es un Potter. Si él dice que hay una batalla en la que vale la pena luchar, yo me siento inclinado a creerle.

—Bien dicho, colega —dijo Noah seriamente, palmeando a Ted en la espalda—. Y además, no olvidemos que esto implica el beneficio de jugársela a Tabitha Corsica.

—Y quizás influir en el equilibrio del partido de esta noche —admitió Sabrina.

—¡Y quizás incluso podríamos derribarla de algún modo de la escoba cuando esté bien alto en el aire! —sonrió Damien malvadamente.

—¡Eso digo yo! —exclamó Zane.

—Estáis los dos locos —dijo Petra con reproche—. Sois tan malos como ella.

—No queremos matarla —replicó Zane con tono herido—. Solo verla caer unos pocos metros aterrada. Ridcully la levitaría en el último momento, justo como Ralphinator hizo con James. Honestamente, debes pensar que somos monstruos.

—¿Estamos todos de acuerdo entonces? —preguntó Ted al grupo. Todo el mundo asintió con la cabeza y murmuró un asentimiento.

—Es maravilloso y todo eso —dijo Ralph—, ¿pero cómo vamos a hacerlo?

Ted se recostó hacia atrás y levantó la mirada hacia el techo encantado del Gran Comedor, acariciándose la barbilla. Sonrió lentamente.

—¿Alguien sabe qué tiempo hará esta tarde?

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Era muy poco lo que el grupo tenía que hacer para prepararse. Después del almuerzo, Sabrina y Noah se dirigieron a los sótanos para hablar con los elfos domésticos. James y Ted, que tenían los dos una hora libre por la tarde, pasaron algún tiempo en la biblioteca estudiando una colección de libros gigantescos sobre hechizos atmosféricos y encantamientos climáticos.

—Esto es el departamento de Petra en realidad —se lamentó Ted—. Si no estuviera ocupada toda la tarde con adivinación y runas, nos iría mejor.

James repasó sus notas.

—Sin embargo parece que tenemos lo que necesitamos, ¿no?

—Supongo —replicó Ted frívolamente, pasando ruidosamente unas pocas páginas enormes. Un minuto después, levantó la mirada hacia James—. Ha sido realmente duro para ti pedir ayuda, ¿verdad?

James miró a Ted y enfrentó su mirada, después la apartó y miró por una ventana cercana.

—Un poco, sí. No sabía si podría explicarlo. No estaba seguro de que ninguno de vosotros se lo creyera.

Ted frunció la frente.

—¿Eso es todo? —animó.

—Bueno… —empezó James, luego se detuvo. Jugueteó con su pluma—. No, supongo que no. Es solo que parece… parece algo que debiera hacer por mi cuenta. Quiero decir, con la ayuda de Zane y Ralph, claro. Ellos estaban en el asunto desde el principio. Pero aún así. Era como si tuviéramos que ser capaces de averiguarlo, nosotros tres. Teníamos que hacerlo o parecería un poco… —se detuvo, comprendiendo lo que había estado a punto de decir, sorprendido por ello.

—¿Un poco qué? —preguntó Ted.

James suspiró.

—Un fracaso. Como si al no poder hacerlo por nuestra cuenta hubiéramos fracasado de algún modo.

—Los tres. Como tu padre, Ron y Hermione, quieres decir.

James miró a Ted agudamente.

—¿Qué? No… no —dijo, pero de repente no estaba seguro.

—Solo decía —replicó Ted—. Tiene sentido. Es lo que tu padre hubiera hecho. Era único arrastrando toda la responsabilidad del mundo sin compartir la carga con nadie más. Él, Ron y Hermione. Siempre había un montón de gente alrededor, lista y dispuesta a ayudar, y algunas veces lo hacían, pero no hasta que se veían forzados a entrar en acción. —Ted se encogió de hombros.

—Suenas como Snape —dijo James, manteniendo el nivel de su voz. Se sentía incómodamente vulnerable de repente.

—Bueno, quizás Snape tuviera razón, a veces —dijo Ted suavemente—, incluso si era un viejo carcamal aceitoso la mayor parte del tiempo.

—Sí, bueno, que le den —dijo James, sorprendido al sentir una punzada de lágrimas. Parpadeó para deshacerse de ellas—. Fue de mucha ayuda, ¿verdad? Acechando por ahí, trabajando para ambos lados, sin dejar nunca claro donde residía realmente su lealtad hasta que fue demasiado tarde. No se puede culpar en realidad a mi padre por no confiar en él, ¿verdad? Así que yo no confío en él tampoco. Quizás mi padre hizo la mayor parte de las cosas solo con tía Hermione y tío Ron. Esa fue toda la ayuda que necesitó, ¿no? Ganaron. Encontró a dos personas en las que podía confiar con todo. Bueno, yo los encontré también. Tengo a Ralph y a Zane. Así que tal vez creí que podía ser tan bueno como papá. Sin embargo no lo soy. Necesito algo de ayuda. —Había más cosas que James quería decir, pero se detuvo, inseguro de si podría continuar.

Ted miró a James durante un largo y pensativo momento, y después se inclinó hacia adelante, descansando los codos sobre la mesa.

—Es duro vivir a la sombra de tu padre, ¿verdad? —dijo. James no respondió. Un momento después Ted continuó—. Yo no conocí a mi padre. Murió aquí mismo, en los terrenos de la escuela. Él y mamá, los dos. Estuvieron en la Batalla de Hogwarts, ya sabes. Cualquiera pensaría que es difícil sentirse resentido con gente a la que nunca se conoció, pero se puede. Estoy resentido con ellos por morir. A veces me siento resentido con ellos por estar aquí para empezar. Quiero decir, ¿en qué estaban pensando? Los dos lanzándose en medio de una gran batalla, dejando a su hijo solo en casa. ¿Llamarías a eso responsabilidad? Yo seguro que no. —Ted miró por la ventana, como había hecho James un minuto antes. Después suspiró—. Ah, bueno, la mayor parte del tiempo, sin embargo, me siento orgulloso de ellos. Alguien dijo una vez que si no tienes algo por lo que valga la pena morir, no has vivido realmente. Mamá y papá tenían algo por lo que merecía la pena morir, y lo hicieron. Yo les perdí, pero me quedó un legado. Un legado es algo que vale la pena, ¿no? —Miró a James de nuevo a través de la mesa, buscando su cara. James asintió, inseguro sobre qué decir. Finalmente Ted se encogió de hombros un poco—. La razón de que haya sacado este tema, sin embargo, es mi padre, él me dejó algo más.

Ted se quedó en silencio casi un minuto, pensando, aparentemente debatiendo consigo mismo. Finalmente habló de nuevo.

—Mi padre era un hombrelobo. Supongo que es tan simple como eso. No lo sabías, ¿verdad?

James intentó que no se le notara en la cara, pero estaba bastante sorprendido. Sabía que había habido algún secreto en torno a Remus Lupin, algo que nunca le habían explicado, o siquiera mencionado directamente. Todo lo que James sabía seguro era que Lupin había sido un gran amigo de Sirius Black y James Potter, y de un hombre llamado Peter Pettigrew que al final les había traicionado a todos. James sabía que Lupin había dado clases en Hogwarts cuando su padre asistía a la escuela, y que había enseñado a su padre a convocar su Patronus. Fuera cual fuera el secreto del pasado de Remus Lupin, no podía haber sido nada terriblemente serio, había razonado James. Había creído que quizás el padre de Ted había estado en Azkaban un tiempo, o que había flirteado alguna vez con las artes oscuras cuando era joven. Nunca se le había cruzado por la cabeza que Remus Lupin pudiera haber sido un hombrelobo.

A pesar de la intención de James de enmascarar su sorpresa, Ted vio su cara y asintió.

—Sí, menudo secreto, ¿eh? Tu padre me contó toda la historia él mismo hace unos años, cuando fui lo bastante mayor como para entenderla. La abuela nunca habla de ello, ni siquiera ahora. Creo que tiene miedo. No tanto por lo que fue, sino… bueno, por lo que podría ser.

James tenía un poco de miedo de preguntar.

—¿Y qué podría ser, Ted?

Ted se encogió de hombros.

—Ya sabes lo que pasa con los hombreslobo. Solo hay dos formas de convertirse en uno. Puedes ser mordido por uno, o puedes nacer así. Por supuesto, nadie sabe realmente lo que ocurre cuando solo tu madre o tu padre es un hombrelobo. Tu padre dice que mi padre se alteró bastante cuando descubrió que mi madre estaba embarazada. Estaba asustado, ¿sabes? No quería que su hijo fuera como él, que creciera como un paria, maldito y odiado. Creía que no debía haberse casado nunca con mi madre, porque ella quería hijos, pero él temía pasarles la maldición. Bueno, cuando nací yo, supongo que todo el mundo soltó un gran suspiro de alivio. Era normal. Incluso tengo el don para la metamorfosis de mi madre. Dicen que siempre estaba cambiando el color de mi pelo cuando era bebé. Había interminables risas al respecto, dice la abuela. Todavía hoy puedo hacerlo, y también unas pocas cosas más. Sin embargo no lo hago normalmente. Una vez se te conoce por cosas como esa es difícil que te conozcan por mucho más, no sé si sabes lo que quiero decir. Así que supongo que papá murió sintiéndose un poco mejor por tenerme entonces. Murió sabiendo que yo era normal, más o menos. Me alegro de eso. —Ted estaba mirando por la ventana otra vez. Tomó un profundo aliento, y después volvió a mirar a James—. Harry me habló de como tu abuelo James, Sirius Black y Pettigrew solían salir con mi padre cuando cambiaba, cómo cambiaban a formas animales y le acompañaban por el campo con la luna llena, protegiéndole del mundo y al mundo de él. Incluso empecé a pensar que era todo una especie de aventura romántica, como estos estúpidos muggles que leen historias de hombreslobo donde estos son guapos, seductores y misteriosos. Casi empecé a desear haber heredado esa cosa del hombrelobo después de todo. Y entonces… —Ted se detuvo y pareció forcejear consigo mismo un momento. Bajó la voz y siguió—. Bueno, la cuestión es, que nadie sabe realmente como funciona eso de los hombrelobo, ¿verdad? Yo nunca había dedicado un segundo a pensarlo. Pero el año pasado… el año pasado comencé a tener insomnio. No gran cosa, ¿vale? Excepto que no era un insomnio normal. No podía dormir, pero no porque no estuviera cansado exactamente. Estaba… estaba… —se detuvo de nuevo y se recostó hacia atrás en su silla, mirando con fuerza hacia el muro por la ventana.

—Eh —dijo James, sintiéndose nervioso y avergonzado, aunque no sabía bien por qué—. No tienes que contármelo. Olvídalo. No hay problema.

—No —dijo Ted, volviendo su mirada hacia James—. Necesito contártelo. Tanto por mí como por ti. Porque no se lo he contado a nadie aún, ni siquiera a la abuela. Creo que si no se lo cuento a alguien, me volveré tarumba. Verás, no podía dormir porque estaba tan hambriento. ¡Estaba famélico! Allí, acostado en la cama la primera vez, se me ocurrió decirme a mí mismo eso de «esto es simplemente una locura». Había disfrutado de una buena cena y todo eso, lo normal. Pero no importaba lo que me dijera a mí mismo, mi estómago seguía diciéndome que quería comida. Y no cualquier cosa. Quería carne. Carne cruda. Carne, con hueso y todo. ¿Ves a dónde quiero ir a parar?

James lo veía.

—Había… —empezó, y luego tuvo que aclararse la garganta—. ¿Había luna llena?

Ted asintió sombríamente, lentamente.

—Finalmente, conseguí dormir. Pero desde entonces, ha empeorado. Al final del último año escolar, finalmente comencé a bajar a las cocina bajo el Gran Comedor, donde trabajan los elfos. Tienen una gran despensa de carne allí abajo. Empecé a… bueno, ya sabes. Comer. Tiende a ser un poco asqueroso. —Ted se encogió de hombros, después pareció desechar la cuestión—. De cualquier modo, la cuestión es, que obviamente no me salté completamente todo el asunto del hombrelobo. Mi padre me proporcionó su propia sombra bajo la que vivir, ¿no? No le culpo por ello. Por lo que sé no irá a peor. Y no es tan malo. Me ayuda a ganar peso para la temporada de Quidditch, al menos. Pero… da miedo, un poco. No sé como manejarlo aún. Y me asusta que alguien más lo averigüe. La gente… —Ted tragó saliva y miró con dureza a James—. La gente no responde bien a los hombreslobo.

James no sabía si mostrarse de acuerdo con eso o no. No porque fuera incierto, sino porque no estaba seguro de si Ted necesitaba que se lo confirmaran.

—Apuesto a que mi padre podría ayudarte —dijo James—. Y yo también. No tengo miedo de ti, Ted, aunque seas un hombrelobo. Te conozco de toda la vida. Quizás podríamos, ya sabes, arreglarnos como hacían tu padre y sus amigos. Él tenía su James Potter para ayudarle, y tú el tuyo.

Ted sonrió, y fue una enorme y genuina sonrisa.

—Eres un imbécil, James. Odiaría tener que comerte. Aprende a convertirte en un perro gigante como Sirius, y quizás ser un hombrelobo no sea tan malo después de todo, contigo trotando a mi lado. Pero casi me olvido de por qué he sacado el tema. —Ted se inclinó hacia adelante, con ojos serios—. Tú tienes la sombra de tu padre bajo la que crecer, igual que yo. Pero yo no puedo escoger ser como mi padre o no. Tú si puedes. No es una maldición, James. Tu padre es un gran hombre. Escoge las partes de él que valen la pena, y sé así, si quieres. Las otras partes, bueno, esa es tu elección, ¿no? Tómalas o déjalas. Esos son los lugares en los que puedes escoger ser incluso mejor. Eso es lo que te hace ser tú, no simplemente una copia de tu padre. Yo creo que pedir ayuda está bastante guay, si quieres mi opinión. Y no solo porque signifique que puedo ayudarte a tomarle el pelo a Tabitha Corsica.

James se quedó sin habla. Simplemente se quedó mirando a Ted, inseguro de lo que sentir o pensar, inseguro de si lo que Ted estaba diciendo era cierto o no. Solo sabía que le sorprendía y humillaba, en el buen sentido, oír a Ted decir lo que había dicho. Ted cerró el gigantesco libro que tenía delante con un fuerte golpe.

—Vamos —dijo, poniéndose en pie y recogiendo los libros—. Ayúdame a llevar esto a la sala común para que Petra pueda echarle un vistazo antes del partido. Va a tener que ayudarme con este asunto o estamos condenados. La cena es dentro de una hora, y después de eso vamos a estar bastante ocupados durante el resto de la tarde, ya sabes lo que quiero decir.

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La tarde del último partido de Quidditch de la temporada fue fría y brumosa, cubierta por un velo de nubes intranquilas y grises. Silenciosos y extraordinariamente taciturnos, los Gremlins trotaban a través del túnel de detrás de la estatua de St. Lokimagus el Perpetuamente Productivo. Cuando alcanzaron los escalones que conducían al interior del cobertizo del equipamiento, Ted aminoró la marcha y avanzó de puntillas. Para entonces, Ridcully probablemente ya hubiera sacado el baúl de Quidditch del cobertizo, pero no hacía ningún mal ser precavido. Ted se asomó por la entrada, y vio solo algunos estantes polvorientos y unas pocas escobas rotas, y después indicó por señas a los demás que le siguieran.

—Todo despejado. Deberíamos estar a salvo aquí, ahora que Ridcully ya ha estado y se ha marchado. Él es el único que utiliza el cobertizo.

Ralph subió los escalones y miró cautelosamente alrededor. James recordó que Ralph no había estado la noche en que él y los Gremlins habían utilizado este túnel secreto para alzar el Wocket.

—Es un túnel mágico. Solo funciona en un sentido —susurró a Ralph—, nosotros podemos volver por él porque así vinimos, pero cualquier otro solo encontraría el interior del cobertizo del equipamiento.

—Genial —jadeó Ralph seriamente—. Es bueno saberlo.

James, Ralph y Sabrina se presionaron contra la parte de atrás del cobertizo para asomarse por la única y mugrienta ventana. El campo de Quidditch yacía tras el cobertizo, y pudieron ver claramente tres de las gradas, ya casi llenas de estudiantes con banderines y profesores, todos abrigados contra el inoportuno frío.

Los equipos de Ravenclaw y Slytherin se apiñaban a lo largo de extremos opuestos del campo para observar a sus capitanes estrecharse las manos y oír el tradicional sermón de Ridcully sobre las reglas básicas del juego.

—Había olvidado todo esto —dijo Sabrina quedamente—. Todo el asunto del apretón de manos. Ese Zane es un tipo bastante agudo.

James asintió. Había sido idea de Zane escenificar la broma de la escoba durante los momentos inaugurales del partido, en esos pocos minutos en los que ambos equipos salían de sus vestuarios bajo las gradas para observar el ritual de apertura. Era una idea genial, porque era el único momento en que las escobas de los equipos se separaban de sus propietarios, dejadas atrás en los vestuarios hasta que los jugadores las recogían para su gran vuelo de presentación.

—Es la hora —dijo Ted, palmeando a James una vez en el hombro—. Ahí está ya Corsica.

James tragó saliva para pasar el nudo de su garganta que sentía como un trozo de mármol. Su corazón estaba ya palpitando. Sacó la Capa de Invisibilidad de su mochila, la abrió de una sacudida y la lanzó sobre su cabeza y la de Ralph. Cuando se acercaban a la puerta, Petra susurró ásperamente:

—Puedo verte los pies, Ralph, agáchate un poco más.

Ralph se acuchilló y James vio como el borde de la capa tocaba la tierra alrededor de sus pies.

—Permaneced agachados y moveos con rapidez —instruyó Ted. Se giró y espió entre las tablas de la puerta.

El cobertizo estaba colocado en una esquina del campo, justo dentro del límite mágico erigido por los árbitros del partido. La puerta daba al campo, visible solo desde las gradas Slytherin que estaban justo al lado.

—Parece lo bastante despejado —dijo Ted, con la cara presionada contra las grietas de la puerta—. Esperemos que todo el mundo esté mirando al campo y no a este cobertizo. —Con eso, abrió la puerta y dio un paso a un lado. James y Ralph se escurrieron a través de ella y James oyó la puerta cerrarse a su espalda.

El viento era veloz e impredecible. Barría a través del campo y soplaba inquietamente la Capa de Invisibilidad, azotándola alrededor de las piernas de los chicos.

—Alguien va a verme los pies —gimió Ralph.

—Ya casi estamos —dijo James por debajo del ruido de la multitud—. Solo quédate cerca y agáchate.

A través de la tela transparente de la Capa de Invisibilidad, James podía ver la boca oscura del umbral del vestuario Slytherin. Las grandes puertas estaban abiertas de par en par, cogidas a las paredes de las gradas para evitar que el viento las cerrara. Los jugadores Slytherin estaban alineados a lo largo del campo en el extremo de la puerta, lo bastante cerca como para que una palabra descuidada y un roce de sus zapatos pudiera ser notado. James contuvo el aliento y resistió la urgencia de correr. Lentamente, los dos chicos pasaron junto al jugador Slytherin más cercano, Tom Squallus, y se deslizaron en el interior. Dentro, el viento desapareció y la capa colgó inmóvil. James dejó escapar el aliento en un cuidadoso siseo.

—Vamos —susurró casi silenciosamente—, no tenemos mucho tiempo.

James sabía lo que los Gremlins tenían planeado, aunque él no iba a ver nada. Zane, que estaba observando junto con sus compañeros de equipo Ravenclaw en el otro extremo del campo, se lo contó todo después. Cuando Tabitha y Gennifer Tellus, la capitana de Ravenclaw se reunieron con Ridcully en la línea central, un extraño sonido empezó a construirse en el aire en lo alto. Durante todo el día, el cielo había estado encapotado e indolente, cargado de nubes grises, pero ahora, cuando los espectadores y jugadores miraron hacia arriba, las nubes comenzaron a girar en pesados círculos. Había un cúmulo de nubes directamente sobre el campo, que giraba sobre sí mismo, bajando cada vez más mientras la multitud observaba. El ruido general de la asamblea se acalló, y el sonido de las nubes en medio de ese silencio era un profundo y vibrante gemido, largo y amenazador. Solo Zane miraba hacia el cobertizo del equipamiento en la esquina más alejada del campo. Solo él pudo ver las siluetas de Ted y Petra, agachados en las esquinas de la diminuta ventana, con las varitas alzadas, jugando con las formas nubosas. Sonrió, y entonces, en el momento preciso y cuando todo el campo estaba en silencio, gritó a pleno pulmón:

—Al Quidditch le importa un pimiento el clima, ¿verdad, Gennifer?

Hubo una oleada de risa nerviosa que cruzó las gradas más cercanas. Gennifer miró a Zane un momento, después volvió a mirar al embudo que bajaba hacia ella. Como a cualquier otro Gremlin, Ted la había puesto al tanto de su plan, pero Zane podía ver por su nerviosismo que no era una buena mentirosa. Ni Ridcully ni Tabitha Corsica parecía preparados para moverse. Corsica solo miraba a las nubes, con el pelo azotando salvajemente alrededor de su cara, y la varita visible en la mano. La expresión de Ridcully parecía de sombría determinación.

—Señoras y caballeros. —La voz de Damien resonó por las gradas desde su lugar en la cabina de prensa—. Parece ser que estamos experimentando algún tipo de fenómeno atmosférico extremadamente localizado. Por favor, permanezcan en sus asientos. Probablemente estén a salvo allí. Los que están en el campo, por favor quédense donde están. Los tornados no te ven si no te mueves.

Entre la multitud, alguien gritó:

—¡Esos son los dinosaurios, cabeza hueca!

—Es el mismo concepto —respondió Damien con su voz amplificada.

Sabrina y Noah salieron disparados del cobertizo, agachándose contra el viento fuerte. Se escurrieron hasta la zona de mantenimiento en la base de las gradas Hufflepuff. El marcador lo manejaban estudiantes Hufflepuff, pero los aperitivos para el evento los preparaban los elfos en una cocina en la parte de atrás. Noah y Sabrina pasaron a lo largo de la grada y se detuvieron en una puerta abierta.

—Eh, colegas, ¿habéis visto lo que está pasando ahí? —gritó Sabrina sobre el creciente ruido del ciclón—. El tiempo se está volviendo un poco loco, ¿no?

Un elfo de aspecto gruñón en la parte de atrás de la cocina, bajó de su tubería.

—¿Y qué queréis que hagamos nosotros al respecto, eh? ¿Queréis que disparemos una carga de polvos pixie calmatormentas por los oídos, quizás?

—Solo estaba pensando en la sección cincuenta y cinco, párrafo nueve del Acuerdo de Coalición de los Elfos de Hogwarts —gritó Noah, apoyándose en la puerta—. Dice que los elfos son responsables de la seguridad en los terrenos en momentos de clima inclemente. Lo de ahí afuera parece bastante inclemente, diría yo. ¿Quizás os gustaría que Sabrina y yo cerráramos y atrancáramos las puertas de los vestuarios hasta que se acabe esto? Vamos, Sabrina.

El elfo taponó la tubería con el nudo formado por la servilleta que le hacía de taparrabos y saltó hacia adelante.

—¡De eso nada! —Se giró y gritó hacia las profundidades de la cocina—. ¡Oi! ¡Peckle! ¡Krung! ¡Seedie! Tenemos trabajo que hacer. En marcha.

Los cuatro elfos pasaron rápidamente junto a Sabrina y Noah. El elfo gruñón gritaba sobre el hombro mientras avanzaban.

—Muchas gracias, amo y ama. Ahora disfruten del partido.

Cuando los elfos corrían entre el viento hacia las puertas de los vestuarios, el tornado finalmente había tocado tierra. Lamía la línea central a tres metros a la derecha de Tabitha Corsica, y durante unos momentos esta lo observó, fascinada. Mucha gente comentó después lo impresionante que fue, era indudablemente el ciclón más pequeño que habían visto jamás. La hierba, donde la tocaba, ondeaba, pero el poder del tornado decayó significativamente después de treinta metros o así, de forma que los de las gradas se vieron relativamente poco afectados.

Gennifer había girado y corrido hacia el extremo del campo para unirse a su equipo. Ridcully no pareció notarlo. Todavía de pie en el centro del campo junto a él, Tabitha Corsica manoseaba su varita y mirada alrededor, ahora ignorando el contorsionante tornado. Parecía estar buscando algo.

En las profundidades del vestuario bajo las gradas Slytherin, James y Ralph oían el ruido del tornado y el crujir de las gradas cuando el viento presionaba contra ellas.

—¿Cuál es? —preguntó Ralph mientras James apartaba la capa—. ¡Hay tantas!

James recorrió la fila de escobas apoyadas contra las taquillas. Allí, en la esquina más alejada de la puerta, una escoba colgaba en el aire como esperando a su jinete.

—Tiene que ser esta —dijo, lanzándose hacia ella. Se detuvieron, uno a cada lado. De cerca, la escoba parecía estar vibrando o zumbando muy ligeramente, resultaba audible incluso sobre el gemido del viento y el crujir de las gradas.

— Agárrala entonces, James. Vamos, salgamos de aquí.

James extendió la mano y agarró la escoba, pero esta no se movió. Tiró de ella, después le envolvió ambas manos alrededor y empujó. La escoba estaba tan inmóvil como si hubiera sido enterrada en piedra.

—¿Qué problema hay? —gimió Ralph, mirando hacia la puerta—. Si todavía estamos aquí cuando vuelvan…

—Tenemos la Capa de Invisibilidad, Ralph. Podemos escondernos —dijo James, pero sabía que Ralph tenía razón. El vestuario era pequeño y allí no había forma obvia de salir, ni siquiera si no podían verlos—. La escoba está atascada de algún modo. No puedo moverla.

—Bueno —replicó Ralph, gesticulando vagamente—, es una escoba. Quizás se suponga que debas montarla.

James sintió que su estómago se hundía.

—No voy montar esta cosa, ni aunque pudiera moverla.

—¿Por qué no?

—¡No es mía! Y no me iba muy bien con la escoba hasta que conseguí mi Thunderstreak, por si no lo recuerdas. Queremos hacernos con esta cosa, no pulverizarla contra una pared conmigo encima.

—¡Has mejorado desde entonces! —insistió Ralph—. Incluso antes de la Thunderstreak ya lo hacías mucho mejor. Casi eres tan bueno como Zane. ¡Vamos! ¡Yo… yo iré detrás y nos lanzaré la capa por encima!

James dejó caer las manos y puso los ojos en blanco.

—Ralph, eso es una absoluta locura.

De repente, un sonido retumbante resonó en el pasillo que conducía al campo. Sacudió las vigas, levantando polvo por todas partes. Ralph y James se sobresaltaron. La voz de Ralph temblaba de miedo.

—¿Qué ha sido eso?

—No sé —replicó James rápidamente—, pero creo que nos estamos quedando sin opciones. Ralph, listo para montar.

James pasó la pierna sobre la escoba flotante, que zumbaba gentilmente, y aferró el mango firmemente con ambas manos. Lentamente, posó su peso sobre la escoba, permitiendo que le sostuviera.

Un minuto antes de eso, Tabitha Corsica, había sospechado algo. Zane vio como su mirada se detenía en el cobertizo. De algún modo, Tabitha sabía que el tornado era sospechoso y había identificado el único lugar en el que alguien podía ocultarse y lanzar hechizos dentro de los límites mágicos del campo de Quidditch. Zane estaba preparado para saltar al campo y atajarla si se aproximaba al cobertizo. Ya estaba improvisando un plan en el que fingía arrastrarla a la seguridad. Sin embargo, no se aproximó al cobertizo. Zane la vio dar un paso en esa dirección, y después mirar de reojo a los elfos que cerraban y aseguraban las puertas de los vestuarios de los equipos. Tabitha giró sobre sus talones y avanzó decididamente hacia la puerta en la base de las gradas Slytherin.

Incluso si Zane corría con todas sus fuerzas, apenas tendría tiempo de alcanzarla. Simplemente rezó porque los elfos cumplieran con sus obligaciones, a pesar de lo que dijera Tabitha.

Noah y Sabrina había seguido a los elfos hasta las puertas de los vestuarios Slytherin, observando a distancia como las cerraban y colocaban la viga que las aseguraba en su lugar. Sabrina vio a Tabitha cruzar a zancadas el campo, con la cara sombría y la varita lista.

—Abrid las puertas —gritó Tabitha, con voz firme pero tranquila. Alzó la varita, apuntando con ella a la puerta cerrada.

—Lo siento mucho, señorita —respondió el elfo gruñón, inclinándose ligeramente—. Requisitos de la coalición. Estas puertas deben permanecer cerradas hasta que podamos abrirlas sin miedo a peligro o daño.

—Ábrelas ya o hazte a un lado —gritó Tabitha. Ya estaba a solo diez metros de distancia de la puerta, y Sabrina veía su mirada asesina. Abriría de golpe las puertas con su varita y probablemente aplastara a los pobres elfos entre estas y la pared. Obviamente, Tabitha había supuesto lo que estaba ocurriendo y sabía que su escoba estaba en peligro.

—¡Eh, Corsica! —gritó Sabrina, lanzándose hacia adelante, intentando colocarse entre Tabitha y las puertas—. ¿Has convocado un tornado porque eres demasiado orgullosa como para perder con justicia contra los Ravenclaws?

Los ojos de Tabitha se fijaron en Sabrina, pero su cara no cambió. Su varita se había movido rápidamente y apuntaba a Sabrina, que se detuvo en el acto. Noah saltó hacia adelante para apartar a Sabrina pero llegó demasiado tarde. Ninguno de los dos oyó la maldición que pronunció Tabitha, pero los dos vieron el rayo de luz verde saltar de su varita. Golpeó a Sabrina directamente en la cara, tirándola hacia atrás contra Noah. Ambos cayeron al suelo, sus gritos quedaron ahogados por el rugido del viento y los de la ahora alterada y confusa multitud.

—Damas y caballeros —resonaba la voz de Damien sobre el ruido—, por favor, demos un fuerte aplauso al señor Cabe Ridcully, nuestro amado árbitro de Quidditch, que en este momento está intentado calmar el tornado con una especie de… bueno, danza ritual, por lo que puedo ver. —Desde luego, Ridcully parecía estar bailando alrededor del tornado mientras este giraba por el campo, levantando una espesa nube de arena y polvo. Ridcully señalaba con su varita hacia el embudo, pero cada vez que parecía hacer logrado apuntarle bien, el embudo cambiaba, lanzándose hacia él y obligándole a alejarse danzando. La gente ciertamente comenzó a vitorearle, así que muy pocos se fijaron en lo que estaba ocurriendo en la base de las gradas Slytherin.

—Última oportunidad —gritó Tabitha a los elfos que guardaban la puerta. Estos miraron a Sabrina, que todavía estaba tirada sobre Noah, cubriéndose la cara con las manos.

—Ahora escuche, señora —empezó el elfo gruñón, pero fue interrumpido por el rayo de luz verde que golpeó las puertas cerradas. Los elfos se echaron a un lado cuando la gran viga de madera que cerraba la puerta explotó en medio de una detonación ensordecedora y una lluvia de astillas. Tabitha no había disminuido el paso mientras se aproximaba a la puerta. Apuntó la varita una vez más, lista para lanzar el hechizo que abriría las puestas. Entonces, de repente, se detuvo. Inclinó la cabeza, como si escuchara algo. Noah, luchando por salir de debajo de la atontada Sabrina, lo oía también. Bajo el sonido del tornado y el rugido de las gradas una sola persona gritaba, y ese grito crecía en volumen muy rápidamente.

Las puertas del vestuario Slytherin se abrieron de golpe, arrancadas completamente de sus goznes, mientras algo salía como un cohete entre ellas. Noah captó el más breve de los vistazos de alguien inclinado sobre una escoba que pasaba junto a Tabitha Corsica tan rápido que la tiró al suelo. Corsica aterrizó en un montón desgarbado a dos metros de distancia. La voz del jinete que gritaba se perdió en la distancia mientras la escoba recorría como un rayo el campo, atravesaba el tornado, y salía por el otro lado.

James se aferraba la escoba de Tabitha tan firmemente como podía. Había dejado a Ralph atrás, al haber sido impulsado a una aceleración salvajemente instantánea en el momento en que se había posado en la escoba. Había sentido la atronadora sacudida cuando la escoba se había lanzado a través del tornado, entonces abrió los ojos y tiró, intentando ganar algún control sobre la enloquecida escoba. El campo de Quiddtich giraba enfermizamente bajo él cuando finalmente la escoba respondió, luchando contra él pero incapaz de resistir la fuerza de su presión. Las gradas Ravenclaw surgieron amenazadoras ante él y James luchó por subir. Pasó rugiendo sobre la multitud, que se agachó a su paso, sombreros y banderines salieron volando a su estela. Damien estaba gritando algo en la cabina, pero James no podía oírlo sobre el rugido del viento en sus oídos. Arriesgó una mirada atrás, temiendo haber lastimado a alguien. No había lesiones obvias por lo que podía ver. Cuando se volvió hacia adelante, se dirigía directamente a las gradas Slytherin otra vez, por donde había venido. Se inclinó en dirección opuesta y tiró tan fuerte como pudo, conduciendo a la escoba que aún se resistía a un salvaje e inestable rizo. Las gradas Slytherin se alejaban girando. Con una descabellada sensación de triunfo, James comprendió que había conseguido algo de control sobre la escoba. Miró hacia adelante para ver a dónde le llevaba su giro y jadeó. Apenas tuvo tiempo de agachar la cabeza antes de traspasar la puerta abierta del cobertizo.

La escoba parecía moverse como si tuviera mente propia. Pasó a través del túnel dejando atrás el cobertizo y el aire del espacio confinado le presionó con fuerza contra los tímpanos. Cuando alcanzó la abertura tras el pedestal de Lokimagus, la escoba giró con tal fuerza y brusquedad internándose en el corredor que casi tiró a James.

La sensación de velocidad era sombrosa mientras la escoba recorría los pasillos. Afortunadamente, la mayoría de los habitantes de la escuela estaba fuera, en el campo de Quidditch para el partido de la final, lo que dejaba los pasillos casi vacíos. Se lanzó en picado por el abismo de los huecos de las escaleras mientras estas se balanceaban y pivoteaban, esquivándole por poco, obligando a James a agacharse y abrazarse tanto a la escoba como podía. Peeves estaba cerca del fondo de las escaleras, aparentemente dibujando mostachos a alguna de las estatuas. James le vio por el rabillo del ojo, entonces, asombrosamente, se lo encontró sentado en la escoba delante de él, mirándole de frente.

—¡Asqueroso tramposo es este chico Potter! —gritaba Peeves alegremente mientras la escoba pasaba como un cohete por un estrecho pasillo de clases—. ¿Estamos intentando comenzar una amigable competición con el viejo y querido Peeves? ¡Hee hee!

Peeves agarró una araña de luces al pasar y le dio vueltas, dejando a James y a la escoba descendiendo rápidamente tras él. James intentó timonear, pero no servía de nada. La escoba estaba siguiendo su propio definido, si bien maniático, curso. Se inclinó y bajó por un tramo de escaleras de piedra hasta las cocinas de los elfos. A diferencia del resto de la escuela, las cocinas estaban atestadas y bulliciosas, llenas de elfos que hacían la limpieza tras la cena. La escoba se lanzó entre cazuelas gigantes, obligando a los elfos a tambalearse como bolos. Se oyó una cacofonía de platos rotos y platería, un ruido que decreció a una velocidad horrible. La lavandería fue lo siguiente, sofocantemente caliente y ruidosa. La escoba pasó como un rayo entre las máquinas de lavar, esquivando gigantescas ruedas dentadas y pasando bajo enormes brazos y resoplantes pistones. James quedó horrorizado al ver que la escoba, aparentemente habiendo alcanzado un callejón sin salida, se dirigía directamente hacia la pared de piedra al final de la habitación.

Estaba a punto de saltar de la escoba, esperando aterrizar en una de las cubas de cobre con agua y jabón, cuando la escoba viró ligeramente a la izquierda y en vertical. Había una portilla en el techo, y James la reconoció como el tobogán de la ropa. Apretó los dientes y se abrazó de nuevo a la escoba. Esta se lanzó hacia arriba por el tobogán, en un ángulo tan pronunciado que James apenas podía mantener las piernas a su alrededor, y entonces todo fue oscuridad y presión.

Una pila de colada salió a su encuentro a medio camino y James balbuceó cuando la masa de ropa le sofocó. Luchó por librarse de ella, pero no podía arriesgarse a soltar la escoba. La escoba cambió de sentido de nuevo, y James pudo ver por el cambio de presión y la frescura del aire que de algún modo había vuelto a salir. Todo lo que podía ver a través de la masa de ropa era un débil patrón de luces titilantes mientras la escoba esquivaba y saltaba. James se arriesgó a soltar una mano. Agitó violentamente la ropa que se envolvía a su alrededor, aferrando finalmente un puñado y tirando de ella tan fuerte como pudo. La tela se soltó, dejándole atónito al ver el borroso paisaje de luz y viento. Solo tuvo tiempo de reconocer que de algún modo, increíblemente, la escoba le estaba llevando de vuelta al campo de Quidditch. Las gradas se erguían ante él. En la base de la más cercana había una fila de gente, muchos se giraron hacia él, señalándole y gritando. Entonces, de forma instantánea, la escoba finalmente dejó de moverse. James salió disparado por un extremo y durante lo que le pareció un rato demasiado largo simplemente surcó el aire sin apoyo. Finalmente, la tierra le reclamó con un largo y sonoro golpe. Algo en su brazo derecho estalló desagradablemente y al fin se detuvo, y se encontró mirando hacia arriba a una docena de caras aleatorias.

—Parece que está bien —dijo uno de ellos, mirando hacia alguien que estaba cerca.

—Más de lo que se merece —dijo otra persona enfadada, frunciendo el ceño hacia él—. Intentar arruinar el partido robando la escoba de la capitana. Nunca lo habría pensado.

—En realidad no pasa nada —dijo otra voz de más lejos. James gimió y se levantó apoyándose en el codo izquierdo. Su brazo derecho latía horriblemente. Tabitha Corsica estaba de pie a unos siete metros de distancia, rodeada por una multitud de asombrados espectadores. Su escoba colgaba inmóvil cerca de ella, exactamente donde se había detenido. Tenía una mano sobre ella, y la agarraba fácilmente—. Seguramente podemos perdonar a este crío por su entusiasmo de novato, sin embargo yo misma estoy bastante asombrada por los extremos a los que llegan algunos en nombre del Quidditch. De verdad, James, es solo un juego. —Le sonrió, mostrándole todos sus dientes.

James se derrumbó hacia atrás sobre la hierba, aferrándose el brazo derecho. La multitud empezó a separarse cuando apareció Ridcully, abriéndose paso a empujones. La directora y los profesores Franklyn y Jackson iban justo detrás. James oyó a Tabitha Corsica hablando ruidosamente con sus compañeros de equipo mientras se dirigía de vuelta al campo.

—La gente piensa que porque fue hecha por muggles debe ser una escoba inferior, ya veis. Pero su magia es tan fuerte como la que encontrarías en cualquier Thunderstreak, incluso en una con la opción de Encantamiento Extra-Gestual. Esta escoba sabe quien es su dueña. Todo lo que tuve que hacer fue convocarla. El señor Potter no podía haberlo sabido, sin embargo. En cierto modo, siento pena por él. Sólo estaba haciendo lo que le han enseñado.

McGonagall se agachó junto a James, con la cara seria y llena de consternación.

—En verdad, Potter. Simplemente no sé que decir.

—Cúbito roto, señora —dijo Franklyn, examinando el brazo de James a través de un extraño aparato formado por lentes de diferentes tamaños y anillas de latón. Lo plegó pulcramente y se lo deslizó en el bolsillo interior de su túnica—. Yo sugeriría enfermería primero y preguntas después. Tenemos mucho de lo que ocuparnos en este momento.

—Muy bien —estuvo de acuerdo la directora, sin apartar la mirada de James—. Especialmente cuando espero que la señorita Sacarhina y el señor Recreant estén aquí en cuestión de horas. Debo decir, Potter, que estoy extremadamente sorprendida por su actitud. Intentar algo tan pueril en estos momentos. —Se puso en pie, sacudiéndose la túnica—. Muy bien, ¿señor Jackson, le importaría escoltar al señor Potter hasta la enfermería, por favor? Y si fuera tan amable, indique a Madame Curio que el señor Potter debe quedarse allí a pasar la noche. —Atravesó a James con una mirada acerada mientras Jackson le ponía en pie de un tirón—. Quiero saber exactamente dónde encontrarle cuando desee interrogarle. Y nada de visitas.

—Pierda cuidado, señora directora —respondió Jackson, conduciendo a James de vuelta al castillo.

Caminaron cinco minutos en silencio, entonces, cuando entraron en el patio y el ruido del campo se desvaneció, Jackson dijo:

—No te he calado aún, Potter.

El dolor del brazo de James había cedido hasta convertirse en un latido apagado, aunque todavía era bastante molesto.

—¿Perdone, señor?

—Quiero decir que no le he catalogado aún —dijo Jackson con un tono conversacional—. Obviamente sabe usted más de lo que un chico de su edad debería saber, y de algún modo no creo que sea simplemente porque sea el hijo del jefe de aurores del Ministerio. Primero intenta robar mi maletín, y después esta noche orquesta esta absurda charada para robar la escoba de la señorita Corsica. Y a pesar de lo que todos los demás puedan pensar, Potter —miró de reojo a James mientras entraban en el vestíbulo principal, alzando sus oscuras cejas castañas—, yo sé que no pretendía robarla para dar a Ravenclaw más probabilidades en el campeonato.

James se aclaró la garganta.

—No sé de que está usted hablando.

Jackson no le estaba prestando ninguna atención.

—No importa, Potter. Sea lo que sea lo que creas saber, sea lo que sea lo que estés tramando, después de esta noche, no importará ni un ápice.

El corazón de James se saltó un latido, y después comenzó a golpear duramente en su pecho.

—¿Por qué? —preguntó, con los labios extrañamente embotados—. ¿Qué pasa esta noche?

Jackson le ignoró. Abrió una de las puertas de cristal de la enfermería y la mantuvo abierta para James. La habitación era larga y alta, con una fila de camas pulcramente hechas. Madame Curio, que por razones obvias no era aficionada al Quidditch, estaba sentada a su escritorio en la esquina trasera, escuchando música clásica en su radio.

—Madame Curio, probablemente conozca al señor Potter —dijo Jackson, apremiando a James hacia ella—. De algún modo se las ha arreglado para romperse el brazo en el partido de Quiddtich, a pesar de que en realidad no es miembro de ninguno de los equipos.

Madame Curio se puso en pie y se aproximó a James, sacudiendo la cabeza.

—Hooligans. Nunca entenderé que tiene ese deporte que convierte a individuos normales en Neandertales. ¿Qué tenemos aquí? —Alzó el brazo de James cautelosamente, tanteando la rotura. Siseó a través de los dientes cuando la encontró. Chasqueó la lengua—. Una fractura fea, desde luego. Podría haber sido peor, sin embargo, estoy segura. Te lo arreglaremos en un momento.

—Además —dijo Jackson— la directora me ha pedido que le pida que mantenga al señor Potter aquí durante la noche, madame.

Curio no levantó la mirada de su inspección al brazo de James.

—El Crecehuesos tardará al menos hasta mañana por la mañana en completar su trabajo, de todos modos. Aún así, es una lesión menor. Podría haberle enviado a su habitación con un entablillado.

—La directora desea interrogar al señor Potter, madame. Quiere que se le mantenga bajo supervisión hasta entonces. Al parecer, me temo, el señor Potter es sospechoso de estar involucrado en un complot muy serio que podría poner en peligro a esta escuela. No debería decir más, pero yo en su lugar pondría centinelas en las puertas para mantener a las visitas fuera y al señor Potter dentro, al menos hasta mañana por la mañana, yo no lo consideraría una exageración.

—¡La directora no dijo eso! —exclamó James, pero sabía que su protesta no ayudaría. De hecho, cuando más protestara, probablemente peor parecería.

Curio jadeó y se enderezó.

—¿Esto tiene algo que ver con la intrusión de ese horrible hombre de ayer? He oído que es una especie de periodista muggle, ¡y que todavía está aquí! Es así, ¿no es cierto? —Se cubrió la boca con una mano y miró de Jackson a James.

—Una vez más, en realidad no debería decir nada más, madame —replicó Jackson—. Además, el señor Potter podría acabar siendo exonerado. Ya veremos. De todos modos —Jackson bajó la mirada hacia James y se distinguía la más débil sugerencia de una sonrisa en la comisura de su boca—, hasta mañana entonces, James.

Se giró y salió de la habitación, cerrando la puerta cuidadosamente tras él.