—¿Qué? ¿De todos modos, por qué tenemos que robarle la escoba? —exclamó Ralph en el desayuno a la mañana siguiente. Estaba inclinado sobre la mesa, extendiendo la mano en busca de un plato de salchichas—. Eso sería mucho más difícil de lo que fue robar el maletín de Jackson. A los chicos no se les permite entrar en el dormitorio de las chicas. ¡Ni siquiera podemos acercarnos! Además, ya tenemos la túnica. No pueden hacer nada sin todas las reliquias.
—Es el báculo de Merlín, por eso tenemos que conseguirlo —replicó James—. Incluso por sí mismo, debe ser uno de los objetos mágicos más poderosos del mundo. Ya viste lo que Tabitha Corsica hizo con él en el partido. ¿Y si no es sólo encerrar la snitch lo que busca? Su equipo entero parece responder al báculo de algún modo, o al menos sus escobas. Saben justo cuando hacer el movimiento correcto. Esa es una magia realmente poderosa. Por ahora, solo lo utiliza para ganar partidos de Quidditch, pero ¿realmente quieres algo así en las manos de alguien como ella y el Elemento Progresivo?
Ralph parecía serio. Zane bajó su taza de café y miró fijamente a la mesa.
—No sé… —dijo.
—¿Qué? —dijo James impacientemente.
Zane levantó la mirada.
—Bueno, en realidad parece demasiado fácil. Quiero decir, primero el maletín porta-rocas del colega de Ralph que apareció justo en el momento oportuno. Después, no importa cómo lo mires, tuvimos una suerte realmente endiablada con el encantamiento visum-ineptio. Incluso antes de eso, mira todas las coincidencias que nos condujeron a descubrir el escondite del trono de Merlín, desde captar un vistazo de la reina vudú en el lago esa noche a encontrar ese artículo de El Profeta sobre el allanamiento en el Ministerio. Y ahora, resulta que averiguamos que la escoba de Tabitha es el báculo de Merlín. Odio decirlo, pero no puede ser una conspiración muy oscura si un trío de novatos de primero como nosotros lo hemos descubierto todo.
James echaba humo.
—Vale, sí, así que hemos tenido suerte aquí y allí. Hemos trabajado realmente duro y sido extremadamente cuidadosos también. Y por otro lado, todo encaja, ¿no? Solo porque la gente que hay tras el complot Merlín sea demasiado arrogante como para pensar que alguien pueda pillarles eso no significa que el complot no sea auténtico. ¿Y qué ocurrirá cuando Jackson abra el maletín? ¡Y ni siquiera os he contado lo que me pasó la semana pasada!
Ralph saltó, casi derramando su zumo de calabaza, con los ojos salvajes durante un segundo, y luego se controló.
—¿La semana pasada? ¿Cuándo?
—La noche que fuimos a ver a Hagrid, justo después de separarnos —respondió James. Describió cómo las paredes de Hogwarts se habían transformado en bosque a su alrededor, su extraño viaje a la Isla del Santuario Oculto, y la misteriosa figura fantasmal que le había ordenado llevarle la túnica. Zane escuchaba con marcado interés, pero la cara de Ralph estaba blanca y pálida.
Cuando James terminó, Zane preguntó.
—¿Crees que era realmente una dríada?
James se encogió de hombros.
—No sé. Se parecía mucho a la que vimos en el bosque, pero diferente. Pulsaba, no sé si sabes lo que quiero decir. Podía sentirlo en mi cabeza.
—Quizás fue un sueño —dijo Zane cuidadosamente—. Suena como un sueño.
—No fue un sueño. Estaba en el pasillo que conduce a la sala común. No soy sonámbulo.
—Yo solo decía —dijo Zane dócilmente, bajando la vista.
—¿Qué? —animó James—. ¿Crees que todo el asunto de Merlín fue un sueño también? ¿Cuando desaparecí de la habitación justo delante de vosotros y el fantasma de Cedric Diggory tuvo que traerme de vuelta?
—Por supuesto que no. Aún así, suena a locura. ¿Estabas en el bosque o en el pasillo? ¿Cuál era el real? ¿O no lo era ninguno de los dos? Quiero decir, has estado pensando un montón en todo esto. Quizás…
Ralph estaba estudiando su plato vacío. Habló sin alzar la cabeza.
—No fue un sueño.
James y Zane miraron a Ralph.
—¿Cómo lo sabes, Ralph? —preguntó Zane.
Ralph suspiró.
—Porque a mí me ocurrió lo mismo.
Los ojos de James se abrieron y la boca se le quedó abierta.
—¿Viste el Santuario Oculto? ¿Y a la dríada también? Ralph, ¿por qué no dijiste nada?
—¡No sabía lo que eran! —dijo Ralph, levantando la mirada—. No estaba con vosotros dos cuando fuisteis al bosque y visteis la isla y conocisteis a la dríada, ¿recordáis? Así que la semana pasada, estaba de camino a través de los sótanos hacia los dormitorios Slytherin y de repente todo se desvaneció y se convirtió en un bosque, como describiste, James. Vi la isla y a la dama del árbol, pero no los reconocí. Pensé que era un fantasma o algo. Me dijo que le llevara la reliquia, pero yo tenía miedo. No acostumbro a tener extrañas experiencias mágicas extracorporales ni nada parecido. Intenté correr, pero entonces, de repente, me encontré de pie frente a la puerta de la sala común Slytherin, directamente. Me preocupaba un poco mi cordura, si os digo la verdad. Pensé que toda esta mierda mágica me estaba reblandeciendo el cerebro. Francamente, me alivia un poco que te haya pasado lo mismo a ti también.
—Puedo entenderlo —dijo Zane, asintiendo.
—¿Pero por qué tú? —preguntó James—. Tú no tienes la reliquia. La tengo yo.
Zane inclinó la cabeza a un lado y se mordió la comisura de la boca con esa rara expresión de cómica concentración que ponían cuando se concentraba.
—Quizás es tan simple como el hecho de que Ralph es un Slytherin. Quiero decir, él estaba en el debate oponiéndose a Petra y a mí. Quizás quienquiera que sea cree que Ralph es el eslabón más débil. Quizás cree que puede conseguir que Ralph te traicione y te robe la túnica y después la lleve a la isla. No es que fueras a hacerlo, Ralph —añadió Zane, mirando a Ralph.
—De ningún modo. Nunca tocaría esa cosa —estuvo de acuerdo Ralph.
—Supongo que tiene sentido —admitió James—. ¿Pero por qué no tú entonces, Zane?
Zane adoptó una expresión angelical, alzando los ojos hacia el techo.
—Porque yo soy tan puro como la nieve virgen. Y por otro lado, nunca volvería a poner un pie sobre esa isla. Demasiado freaky para mí.
—Pero yo no podría haber robado la túnica ni aunque hubiera querido —dijo Ralph, frunciendo el ceño—. No con el hechizo cerrojo de Zane. James es el único que puede abrir el baúl.
—Podrías simplemente arrastrar el baúl hasta allí, supongo —replicó James—. Querer es poder.
—Afortunadamente no quiero —dijo Ralph gravemente.
Zane apartó su taza de café vacía.
—De todos modos, la dríada, o quienquiera que fuera, no tiene que saber necesariamente lo del hechizo cerrojo extra en el baúl. Pero el hecho de que os haya ocurrido a los dos prueba de seguro que alguien quiere esa túnica, y sabe que nosotros la tenemos. Si no es Jackson ni ninguno de los suyos, ¿entonces quién?
James dijo:
—¿Recuerdas lo que nos dijo la dríada verde? Dijo que los árboles estaban despertando, pero que muchos de ellos… ¿cómo lo dijo?
Zane asintió, recordando.
—Dijo que estaban «pasados» como leche a la que se le ha pasado la fecha de caducidad o algo así. En otras palabras, algunos de los árboles son malos. Están del lado del caos y la guerra. ¿Crees que la dríada azul de Ralph era una de los malos intentando parecer agradable?
—Tiene sentido —dijo Ralph—. Era toda hermosura y sonrisas y todo eso, pero tuve el fuerte presentimiento de que si no le llevaba la túnica, esa sonrisa se convertiría en una mueca hambrienta muy rápidamente. Eso fue lo que me asustó. Eso y sus uñas. —Se estremeció.
—Entonces esto es más grande que simplemente nosotros y los conspiradores Merlín —dijo Zane serio—. Los espíritus de los árboles están involucrados. Y cualquiera sabe quién más también. Por lo que sabemos, todo el mundo mágico podría estar tomando posiciones en uno u otro bando.
—No entiendo por qué no acudimos simplemente a tu padre —intervino Ralph—. Su trabajo es tratar con esta clase de cosas, ¿no?
—Porque ellos tienen reglas que deben seguir —replicó James cansinamente—. Traerían un equipo de aurores para registrar la escuela. No requisarían sin más la escoba de Tabitha solo porque nosotros digamos que es el báculo de Merlín, incluso si devolvemos la túnica. Hay barridos mágicos, que investigan cualquier fuente inusual de poder. Llevaría días. Para cuando volvieran a por la escoba de Tabitha, ella podría haberla sacado de aquí. Jackson y Delacroix olerían los problemas y escaparían también. Podrían incluso hacer que todos los conspiradores se reunieran en esa Encrucijada de los Mayores e intentaran traer de vuelta a Merlín. No funcionaría sin la túnica, por supuesto, pero entonces el trono y el báculo estarían perdidos, ocultos y bajo el control de magos oscuros.
Ralph suspiró.
—Está bien, está bien. Quedo convencido. Así que intentaremos quitarle el báculo de Merlín a Corsica. Es eso, ¿no? Después se lo entregaremos todo a tu padre y a sus profesionales. Ellos arreglarán todo el lío y nosotros seremos héroes. O lo que sea. ¿De acuerdo?
Zane asintió.
—Sí, estoy contigo. Conseguir la escoba y listo. ¿Vale?
James estuvo de acuerdo.
—Pues necesitamos un plan. ¿Alguna idea?
—No será fácil —dijo Ralph firmemente—. Si tuvimos suerte con el maletín de Jackson necesitaremos un acto divino para esto otro. Las habitaciones de los Slytherins están tan cargadas de maldiciones y hechizos anti-espía que casi zumban. Son la panda más recelosa que he conocido jamás.
—Los timadores siempre esperan ser timados —dijo Zane sabiamente—. Pero hay algo que estamos olvidando, y que podría ser incluso más importante que conseguir el báculo de Merlín.
—¿Qué es más importante que eso? —preguntó James.
—Conservar la reliquia que ya tenemos —respondió Zane simplemente, enfrentando la mirada de James—. Algo ahí afuera sabe que tenemos la túnica, y ya ha intentado conseguirla una vez. No sabemos que clase de magia es esa, pero ambos estáis bastante convencidos de que os transportó hasta la isla directamente desde los pasillos de Hogwarts, ¿verdad?
James y Ralph intercambiaron miradas y después asintieron hacia Zane.
—Entonces —continuó Zane—, ya que la Aparición es imposible en los terrenos de Hogwarts, deben haber utilizado otro tipo de magia para llevaros allí. Ese debe ser un mojo poderoso. ¿Qué nos dice que no lo intentará otra vez?
Ralph se puso pálido.
—No había pensado en eso.
—Quizás agotara todo su poder la primera vez —dijo James un poco dubitativo.
—Será mejor para vosotros dos —dijo Zane, mirando de uno a otro—. Porque ya intentó pedirlo amablemente. La próxima vez no será tan cortés.
Una idea golpeó a James y se estremeció.
—¿Qué? —preguntó Ralph, viendo el cambio de cara de James.
—Fisioaparición remota —dijo James con voz ronza—. Así llamó el profesor Franklyn al poder de Delacroix de proyectar un espectro de sí misma. Es diferente a la Aparición habitual, porque simplemente envía a un fantasma de sí misma, pero el espectro aún puede parecer sólido y afectar a las cosas. Lo busqué. El fantasma es una versión sólida de cualquier material que se tenga a mano, y se utiliza como un títere. De algún modo lo utilizó para traer aquí el trono de Merlín y ocultarlo en la isla sin ser detectado.
Zane frunció el ceño.
—Vale, ¿y qué?
—¿Y si fuera así como Ralph y yo fuimos transportados al Santuario Oculto? Ralph, tú lo llamaste una experiencia extracorporal. ¿Y si es eso lo que fue en realidad? ¡Quizás nos vimos forzados a una fisioaparición remota! Solo un espectro de nosotros mismos fue al Santuario, pero nuestros cuerpos permanecieron en los pasillos como… congelados.
Ralph estaba claramente horrorizado ante la idea. Zane parecía pensativo.
—Parece encajar. Los dos decís que ocurrió cuando estabais solos en los pasillos. Nadie os vio allí de pie con el piloto automático mientras vuestras almas o lo que sea se estiraban hasta el Santuario.
—Pero esa es la especialidad de Delacroix —dijo Ralph, estremeciéndose—. ¿Crees que ella sabe que de algún modo conseguimos la túnica?
James respondió.
—Quizás. Es escurridiza como una serpiente. Podría habérselo figurado y no decírselo siquiera a Jackson. Quizás quiere toda la gloria para sí misma.
—Una cosa es segura entonces —anunció Zane—. No podemos permitir que estéis a solas. Mi teoría es que quienquiera o lo que quiera que esté haciendo esto no quiere que se revele el secreto. Por eso esperaron a que estuvierais solos unos minutos. Si mantenemos a mucha gente alrededor de los dos, tal vez no vuelvan a intentarlo.
Ralph estaba blanco como una estatua.
—A menos que estén realmente, realmente desesperados.
—Bueno, sí —estuvo de acuerdo Zane—. Siempre cabe esa posibilidad. Pero no podemos hacer nada en ese caso, solo esperar que no se llegue a eso.
—Eso me hace sentir mucho mejor —gimió Ralph.
—Vamos —dijo James, levantándose de la mesa del desayuno—. Se hace tarde y los elfos domésticos están echándonos miraditas. Ya es hora de que salgamos de aquí antes de que alguien note que andamos planeando algo.
Los tres chicos salieron al frío de los terrenos y charlaron de otras cosas un rato, después, al tener distintas obligaciones relacionadas con sus Casas, tomaron caminos separados durante el resto del día.
La semana siguiente estuvo frustrantemente ocupada. Neville Longbotton asignó uno de sus muy inusuales pero extremadamente exigentes ensayos. Esto llevó a James a pasar una desmesurada cantidad de tiempo en la biblioteca, buscando los interminables usos de la spynuswort, un empeño mucho más complicado debido al hecho de que muchas partes de la planta, desde las hojas al tronco, la raíz e incluso sus semillas, tenían gran número de aplicaciones, desde aliviar afecciones de la piel a encerar escobas. James acababa de añadir la sextuagésima novena entrada en su lista garabateada cuando Morgan Patonia se sentó a la mesa frente a él con un pesado suspiro. Morgan, un chico de primero de Hufflepuff, también estaba en Herbología y trabajaba en su ensayo sobre la spynuswort.
—Solo tienes que poner cinco usos —declaró Morgan cuando vio la lista de James—. Lo sabes, ¿verdad?
—¿Cinco? —dijo James débilmente.
Morgan lanzó a James una mirada de alegre desdén.
—El Profesor Longbotton nos encargó escribir precisamente sobre la spynuswort porque es una de las tres plantas más útiles del mundo mágico. Si escribimos sobre cada uno de sus usos acabaría pareciendo una enciclopedia, estúpido.
La cara de James se acaloró.
—¡Lo sabía! —dijo, intentando aparentar arrogancia y petulancia herida—. Solo que lo olvidé. No puedes culparme por ser concienzudo, ¿verdad?
Morgan se rió disimuladamente, obviamente encantado de que James hubiera perdido tanto tiempo. James recogió sus cosas pocos minutos después y se mudó a la sala común Gryffindor, molesto a la vez que aliviado. Al menos el ensayo estaba acabado. De hecho, ya que ya había escrito alrededor de veintitrés usos de la spynuswort, probablemente consiguiera créditos extra. Mientras Neville no imaginara que la minuciosidad del ensayo se debía simplemente a que no había estado prestando mucha atención en clase.
Dos veces vio James a la profesora Delacroix en los pasillos y tuvo la inconfundible sensación de que le estaba observando. Nunca vio sus ojos posados en él, pero ya que estaba ciega, eso apenas importaba. James recordaba como Delacroix había manipulado la sopera de gumbo con su fea varita con aspecto de raíz durante la cena con los Alma Aleron, sin derramar ni una gota. Tenía la sospecha de que Delacroix tenía formas de ver que no tenían nada que ver con sus ojos inútiles. De hecho, eso podía explicar cómo podría haber notado que el maletín de Jackson era diferente. El encantamiento visum-inepto solo funcionaba con lo que la gente veía con los ojos, ¿verdad? Aún así, nunca le dijo nada, o siquiera perdió el paso cuando pasaba junto a él. James decidió que simplemente estaba paranoico. Por otro lado, tal como señaló Zane, ¿qué diferencia habría? Podía ser ella la que estaba intentando engañar a Ralph y James para que llevaran la túnica al Santuario Oculto, o podría ser otra fuerza totalmente distinta. Fuera como fuera, tenía que estar en guardia para no quedarse nunca solo, y al fin y al cabo no importaba cual fuera la amenaza en realidad.
James había empezado a notar lo difícil era que no quedarse nunca solo. Cualquiera pensaría, en una escuela del tamaño de Hogwarts, que sería algo raro, de todos modos. Ahora que prestaba atención a ello, comprendió que había estado a solas en los terrenos y los pasillos varias veces todos los días, ya fuera cruzando los terrenos para llegar a la clase de Herbología de Neville Longbotton después de Transformaciones, o simplemente yendo al baño en medio de la noche. Arreglárselas para no estar nunca a solas incluso en esas circunstancias era una tarea molesta, pero Zane, para sorpresa de James, había sido absolutamente inflexible al respecto.
—Aún si nos hicimos con esa túnica gracias una asombrosa cadena de golpes de suerte, no voy a dejar que se nos escurra de entre las manos por nuestro descuido —dijo a James un día, caminando con él hacia los invernaderos de Herbología—. Es la falta de previsión de los conspiradores lo que ha estado jugando a nuestro favor. No voy a devolverles el favor.
Un día, James presentó a Ralph y Zane el encantamiento proteico como forma de comunicación si fuera necesaria una compañía de emergencia. James había encargado tres patos de goma de Sortilegios Weasley, y había dado uno a Zane y otro a Ralph.
—El encantamiento proteico hace que si aprieto mi pato, los de vosotros dos suenen igual —explicó James, dando a su pato un apretón.
—¡Que te den! —graznaron los tres patos a la vez.
—Excelente —dijo Zane, dando a su propio pato un apretón firme, consiguiendo como resultado un coro de felices insultos—. Así si alguno de vosotros se encuentra solo o necesita ir al baño, solo tiene que apretar esto y yo voy corriendo, ¿eh?
—Ugh —dijo Ralph, mirando a su pato con disgusto—. Odio esto. Es como volver a tener tres años.
—Eh, si quieres volver a salir pitando para disfrutar de una reunión con algún espíritu arbóreo insatisfecho… —dijo Zane, encogiéndose de hombros.
—No dije que no fuera a hacerlo —exclamó Ralph, molesto—. Solo que lo odio, eso es todo.
Zane se giró hacia James.
—¿Y cómo sabré cual de los dos me está graznando?
James sacó un rotulador negro y dibujó una J en la parte de abajo de su pato.
—Mira el tuyo ahora. Cualquier cosa que hagamos a un solo pato se mostrará en todos los demás. Cuando oigas el quack, solo comprueba la parte de abajo del pato y mira la inicial que aparece.
—Bien pensado —dijo Zane aprobadoramente. Alzó su pato y pellizcó como si estuviera saludando con él.
—¡Come mierda pixie! —graznó el pato alegremente.
—Muy bien —dijo James, metiendo su propio pato en la mochila—. Esto solo funcionará si los utilizamos solo en caso de emergencia. ¿De acuerdo?
—¿Por qué solo graznan? —preguntó Ralph mientras se lo metía en el bolsillo.
—Pregunta a un Weasley —respondió James distraídamente.
Al principio, estar obligado a tener a Zane o a algún otro alrededor todo el tiempo era tan molesto para James como para Ralph, pero finalmente se acostumbró a ello e incluso empezó a gustarle. Zane se sentaba en una silla en la esquina del cuarto de baño mientras James se bañaba, interrogándole sobre pronunciaciones o terminología y restricciones de Transformaciones. James descubrió que muchos de sus compañeros de clase de Herbología, incluyendo a Morgan Patonia, tenían clase de Encantamientos antes de Herbología. Sabiendo esto, era capaz de apresurarse a salir de su clase de Transformaciones hasta el aula de Encantamientos y después acompañar a Patonia y sus amigos hasta el invernadero, evitando así el trayecto solitario por los terrenos. Estar constantemente cerca de gente se convirtió en un hábito fácil para James, y al final casi olvidaba que lo estaba haciendo. De este modo, las semanas pasaron con facilidad. La crudeza del invierto comenzó a fundirse hasta convertirse en la frágil calidez de la primavera. Aún así, ni James, ni Ralph, ni Zane había dado con un plan para conseguir la escoba de Tabitha Corsica. Al final decidieron, si bien a regañadientes, que se precisaba una misión de reconocimiento.
—No me gusta esto —dijo Ralph mientras se dirigía con los otros dos chicos a la puerta de la sala común Slytherin—. No he visto a nadie que no fuera Slytherin aquí desde hace meses.
—No te preocupes por eso, Ralph —dijo Zane, pero su voz se mostraba menos confiada de lo habitual—. Tenemos aquí el mapa mágico de James. Podemos comprobarlo de nuevo, pero según él, la mayor parte de tus colegas están viendo el entrenamiento de los Slytherin para el campeonato. ¿Verdad, James?
James tenía el Mapa del Merodeador desplegado entre las manos. Lo estudiaba mientras caminaban.
—Por lo que puedo ver solo hay un par de personas en los dormitorios Slytherin, y ninguno son gente de la que tengamos que preocuparnos.
—¿Estás seguro de estar leyendo bien esa cosa? —preguntó Ralph, metiendo su anillo en la cuenca del ojo de la serpiente esculpida en la gigantesca puerta de madera—. Por lo que oí, dijiste que ni siquiera recordabas como hacerlo funcionar.
—Bueno, está funcionando, ¿no? —replicó James malhumoradamente. En realidad, estaba preocupado por la exactitud del mapa. Había recordado la frase que hacía que el mapa se abriera y mostrara el colegio, pero como su padre se había temido, el castillo había cambiado mucho desde que el mapa había sido creado por Lunático, Cornamenta, Canuto y Colagusano. Trozos irregulares del mapa estaban completamente en blanco, y cada sección en blanco estaba marcada con una anotación que decía Se requiere redibujado; por favor, consulte a los Merodeadores Cornamenta y Canuto en busca de ayuda. James solo podía suponer que su abuelo y Sirius Black habían sido los artistas que habían dibujado el mapa, pero ya que hacía bastante que ambos estaban muertos, aparentemente no había quien redibujara el mapa y llenara las áreas reconstruidas. Los nombres diminutos que marcaban la localización de todo el que estaba en el campus todavía se veían moviéndose aquí y allá, pero cuando entraban en una de las áreas en blanco, sus marcas y nombres se desvanecían. Afortunadamente, las habitaciones Slytherin estaban bajo el lago, y por consiguiente habían resultado muy poco dañadas durante la Batalla de Hogwarts (Ralph se había enterado de que solo la entrada principal había resultado destruida durante el asedio). James podía ver todo el entramado de habitaciones y salas de Slytherin en el Mapa del Merodeador.
La serpiente esculpida hizo su pregunta. Ralph se anunció a sí mismo y explicó quienes eran James y Zane y que eran sus amigos. El brillante ojo verde de la serpiente examinó a Zane y James durante un largo momento, y después abrió el complicado sistema de cerrojos y barras que aseguraban la puerta. Los tres chicos no pudieron evitar ocultarse un poco mientras atravesaban la aparentemente desierta sala común Slytherin. La ensombrecida luz verde del sol, filtrada por el agua del lago que había sobre los techos de cristal, llenaba la habitación de sombras lóbregas. El fuego era un brillo rojo apagado en la gigantesca chimenea, cuyo mármol estaba esculpido para asemejar la forma de la boca abierta de una serpiente.
—Nada como leer un buen libro ante unas fauces abiertas —murmuró Zane mientras pasaba junto al fuego—. ¿Y dónde guardan las escobas, Ralph?
Ralph sacudió la cabeza.
—Ya os lo he dicho, no lo sé. Solo sé que no hay un casillero común o algo así, como los de Gryffindor o Ravenclaw. La mayor parte de estos tipos no confían mucho los unos en los otros. Todo el mundo tiene armario privado con una llave mágica especial. Además, sus escobas no están aquí ahora de cualquier modo, ¿verdad? Están todas con ellos en el campo de Quidditch.
—No estamos aquí para cogerla ahora —respondió Zane, examinando la sala común—. Solo para descubrir donde podrían ocultarlas.
Incluso en medio de un día primaveral, las habitaciones Slytherin eran una mortaja de cambiante semioscuridad verde.
—Lumos —dijo James, iluminando su varita y sosteniéndola en alto—. Este pasillo lleva a los dormitorios de los chicos, ¿verdad, Ralph?
—Sí, el de las chicas está en el otro lado, escaleras arriba.
Zane se lanzó por entre el mobiliario de la sala común, apuntando a las escaleras.
—Redada de bragas en los dormitorios de las chicas. Yo me encargo.
—Espera —dijo James agudamente—. Estará hechizado, ya sabes. A ningún chico se le permite entrar en ningún dormitorio de chicas. Sube ahí, y seguro que dispararás alguna alarma.
Zane se detuvo, mirando fijamente a James, y después dio la espalda a las escaleras.
—Demonios. Han pensado en todo, ¿verdad?
—Además —dijo Ralph desde el otro lado de la habitación—, aquí lo llamamos «ropa interior».
—Tú dices potato, yo digo patata… —masculló Zane.
—¿Podemos volver a lo que estábamos? —dijo James tan alto como se atrevió—. Se supone que estamos buscando formas de hacernos con la escoba de Tabitha. Aunque todo lo que podamos hacer sea averiguar donde la guarda.
—Aunque parezca mentira —dijo Zane remilgadamente—, es en eso en lo que estaba pensando. Por lo que sabemos duerme con esa cosa. Incluso si no lo hace, puedes apostar a que la mantiene lo suficientemente cerca como para protegerla. Eso significa entrar en los dormitorios de las chicas, ¿no?
James sacudió la cabeza.
—No es posible. Estoy empezando a ver lo útil que fue para mi padre tener a tía Hermione como parte de su pandilla. Podía enviarla a comprobar esas cosas. Sin embargo nosotros estamos atascados en esto.
Mientras James terminaba de hablar un ruido llegó desde las escaleras. Los tres chicos se quedaron congelados culpablemente, mirando hacia los escalones. Se oyó un roce de pequeños pies, y entonces un diminuto elfo doméstico llegó bajando y balanceando una cesta de ropa arrugada sobre la cabeza. El elfo se detuvo, viendo a los tres chicos mirarlo fijamente.
—Mil perdones, amos —dijo el elfo, y James pudo ver por el timbre de su voz que era una hembra—. Solo estaba recogiendo la colada, si tienen la amabilidad. —Sus ojos bulbosos saltaban de uno a otro. Parecía desconcertada por haber despertado tan agudo interés. James comprendió que probablemente estaba acostumbrada a ser completamente ignorada, si es que se la llegaba a ver en absoluto.
—No hay problema, ¿señorita…? —dijo Zane, haciendo una pequeña reverencia y dando un paso atrás alejándose de las escaleras. La elfo no se movió. Sus ojos seguían los movimientos de Zane con creciente consternación.
—¿Disculpe, amo?
—¿Su nombre, señorita? —respondió Zane.
—Ah. Er. Figgle, amo. Disculpe, amo. Figgle no está acostumbrada a que los amos y las amas le hablen, amo. —La elfo parecía casi vibrar de nerviosismo.
—Estoy seguro de que es cierto, Figgle —dijo Zane por lo bajo—. Ya ves, soy miembro de una organización de la que tal vez hayas oído hablar. Nos llamamos… uh… —Zane volvió la mirada hacia James, con los ojos muy abiertos. James recordó haber hablado con Zane y Ralph sobre la organización de su tía Hermione para la igualdad de derechos de los elfos.
James tartamudeó.
—Oh. Sí. P.E.D.D.O. ¿Plataforma Élfica de Defensa de los Derechos Obreros?
—Sí, eso —dijo Zane, girándose otra vez hacia Figgle, que se sobresaltó—. Pedo. Habrás oído hablar de nosotros, sin duda. Ayudamos a los elfos domésticos.
—Figgle no lo ha hecho, amo. Ni un poquito. Figgle tiene mucho trabajo, amo.
—Esa es exactamente la cuestión, mi querida Figgle. Nosotros en P.E.D.D.O. trabajamos para aliviar esa carga. De hecho, como acto de buena fe, me gustaría ayudarte ahora. Por favor, ¿me dejas ayudarte con eso?
Figgle parecía positivamente horrorizada.
—Oh, no, amo. ¡Figgle no podría! ¡El amo no debería burlarse de Figgle, señor!
James podía ver a donde se dirigía Zane con esta charada, pero dudaba que pudiera llegar a ninguna parte. Los elfos domésticos, especialmente los que trabajaban entre los Slytherins, solían estar acostumbrados a ser maltratados y engañados por sus amos. Figgle tenía aspecto de estar a punto de estallar en lágrimas de miedo.
Zane se arrodilló, poniéndose al nivel ocular de la temblorosa elfa doméstica que estaba en el segundo escalón de las escaleras.
—Figgle, no voy a hacerte daño ni a meterte en problemas. Lo prometo. Ni siquiera soy un Slytherin. Soy un Ravenclaw. ¿Conoces a los Ravenclaw?
—Figgle los conoce, amo. Figgle recoge la colada de los Ravenclaw los martes y los viernes. Los Ravenclaw suelen oler menos que los Slytherin, amo. —La elfa estaba balbuceando, pero parecía más calmada.
—Me gustaría ayudarte, Figgle. Seguro que hay más cosas que cargar. ¿Puedo llevarlas por ti?
Figgle apretó los labios muy fuerte, obviamente bailando en el filo entre su miedo a una broma y su deber de hacer lo que le decían. Sus ojos del tamaño de pelotas de tenis estudiaban a Zane; entonces, finalmente, asintió una vez, rápidamente.
—Excelente, Figgle. Eres una buena elfa —dijo Zane tranquilizadoramente—. Hay más colada arriba, ¿verdad? Veo que la estás apilando aquí junto a la puerta. Yo recogeré el resto por ti. —Dio un paso hacia las escaleras.
—¡Oh, no, amo! ¡Espere! —dijo Figgle, alzando la mano. La cesta de su cabeza se bamboleó un poco y ella la estabilizó con facilidad—. El amo romperá el encantamiento limitador. Figgle no debe dejar que otros vean que la está ayudando.
Figgle saltó ligeramente los últimos dos escalones y se giró hacia las escaleras. Alzó la mano y chasqueó los dedos. Algo cambió en el umbral de las escaleras. James habría jurado que algo parecido a una luz se había apagado, aunque la iluminación de la habitación no había cambiado—. Ahora el amo puede subir. Pero por favor, amo… —De nuevo, Figgle parecía torturada al filo del miedo y la obediencia—. Por favor, el amo no debe tocar nada aparte de la cesta. Después Figgle llevará toda la colada a los sótanos. ¿Por favor? —Parecía estar suplicando para lograr acabar con esto lo antes posible.
—Por supuesto —respondió Zane, sonriendo. Con solo la más ligera de las pausas, puso un pie en el primer escalón. No pasó nada—. Ahora vuelvo, tíos —dijo sobre el hombro, y después trotó escaleras arriba.
James dejó escapar un suspiro y oyó a Ralph hacer lo mismo. Figgle observó a Zane trepar por las escaleras, después volvió a mirar horrorizada a James y Ralph. Ralph se encogió de hombros y le sonrió. Fue, en opinión de James, una sonrisa bastante espeluznante. Figgle no pareció notarlo. Se movió a través del mobiliario, balanceando la enorme cesta con facilidad, y después la colocó en una gran pila cerca de la puerta.
—James —dijo Ralph quedamente—. El mapa.
James asintió y abrió de nuevo el Mapa del Merodeador. Primero miró hacia la zona superior derecha del mapa, donde un grupo de pulcros dibujos ilustraban el campo de Quidditch y las gradas. Docenas de nombres estaban apiñados allí, la mayor parte dentro y alrededor de las gradas, pero unos cuanto se movían en torno al campo. La sesión de entrenamiento de Slytherin todavía estaba en marcha, aunque parecía haber pocos en las escobas en ese momento. Probablemente estaban reunidos en el suelo comprobando la estrategia, hablando o algo así. Comprobó los nombres diseminados entre el campo y las gradas. Allí estaba Squallus, Norbert y Beetlebrick y unos pocos más a los que James no conocía.
Figgle alzó las manos en el mismo gesto que James había visto a los elfos en el Gran Comedor para recoger los manteles. Una pila de colada se apelotonó en una gran bola y las sábanas de las camas se cerraron a su alrededor, las cuatro esquinas se ataron en lo alto. Figgle lanzó un pequeño puñado de polvos rosa sobre la bola gigante de ropa y chasqueó de nuevo los dedos. La colada se desvaneció, presumiblemente para reaparecer en los sótanos. La elfa miró nerviosa hacia las escaleras.
—¿Y bien? —preguntó Ralph a James con voz tensa y preocupada.
—No puedo ver a Tabitha —respondió James, intentando mantener la voz tranquila—. Ni a Philia Goyle. No están ya en el campo por lo que puedo ver.
—¿Qué? ¿Bueno, y donde están?
—No sé. Parecen estar fuera del mapa por el momento.
Figgle les estaba mirando, con los ojos abiertos y alerta. Parecía tener el presentimiento de que algo iba incluso peor que hacía un minuto. James estudiaba el Mapa del Merodeador atentamente, vigilando los grandes puntos en blanco para ver si Goyle y Corsica aparecían fuera de ellos. Mantenía un ojo alerta en el punto en blanco de la puerta de las habitaciones Slytherin.
—Oh, no —dijo, sus ojos se abrieron—. ¡Aquí vienen! ¿Qué hacemos ahora?
—¡Esconde el mapa! —dijo Ralph, su cara se estaba poniendo de un blanco pastoso—. ¡Venga! ¡Zane! —gritó escaleras arriba. No hubo respuesta.
La expresión de Figgle había pasado de alarma a puro pánico.
—¡Viene la señorita Corsica! ¡Figgle ha hecho algo horrible! ¡Figgle será castigada! —Escapó por las escaleras, chasqueando los dedos al pasar. Hubo una repentina sensación de cambio, como si una luz invisible hubiera vuelto a encenderse, y James supo que el encantamiento limitador de las escaleras estaba de nuevo en su sitio. Se oyó un ruido de pasos y voces amortiguadas escaleras arriba y también en la puerta de la sala común. James dobló a toda prisa y rudamente el Mapa del Merodeador y lo metió en su mochila abierta. Ralph se lanzó sobre el sofá más cercano, intentando aparentar una escena de perezosa indolencia. La puerta se abrió justo cuando James se había vuelto a poner la mochila y se giraba.
Tabitha Corsica y Philia Goyle atravesaron el umbral. Sus ojos se posaron sobre James y ambas se quedaron en silencio. Tabitha estaba vestida con una capa de deporte y mallas negras, con la escoba sobre el hombro. Su pelo estaba recogido en una pulcra cola de caballo y aunque solo minutos antes había estado recorriendo el campo de Quidditch sobre su inusualmente mágica escoba, parecía tan fresca y pulcra como un tulipán. Ella habló primero.
—James Potter —dijo amablemente, recobrándose casi instantáneamente de su sorpresa al verle—. Qué placer.
—¿Qué estás haciendo tú aquí? —exigió Philia, frunciendo el ceño.
—Philia, no seas grosera —dijo Tabitha, entrando en la habitación y pasando junto a James jovialmente—. El señor Potter es tan bienvenido entre nosotros como seguramente nosotras lo seríamos entre los Gryffindors. Si no mostramos buena voluntad en estos tiempos difíciles, ¿qué nos queda? Buenas tardes, señor Deedle.
Ralph croó algo desde el sofá, parecía notablemente avergonzado e incómodo. Philia continuaba mirando con dureza a James, su expresión era abiertamente hostil, pero permaneció en silencio.
—Una pena lo del equipo Gryffindor —dijo Tabitha desde una esquina de la habitación mientras colgaba su capa—. Siempre nos han encantado los partidos Gryffindors contra Slytherins en las finales, ¿verdad, Ralph? Estoy segura de que a tus amigos les duele no estar ahí fuera entrenando con nosotros mientras hablamos, James. Por favor, transmíteles nuestras simpatías. Por cierto… —Tabitha cruzó de nuevo la habitación, dirigiéndose hacia las escaleras del dormitorio de las chicas—. Vi a unos cuantos jugadores Ravenclaw en el campo estudiando nuestras tácticas. Interesante que vuestro amigo Zane no estuviera entre ellos. No le habréis visto, ¿verdad? —Golpeó ociosamente el suelo con su escoba, estudiando la cara de James.
James sacudió la cabeza, sin atreverse a hablar.
—Hmm —murmuró Tabitha pensativamente—. Curioso. No importa. Vamos, Philia.
James observó, horrorizado, como Tabitha y Philia comenzaban a subir los escalones. Pensó furiosamente, intentando inventar una distracción rápida, pero no le salió nada.
—¡Que te den! —graznaron de repente un par de voces amortiguadas.
Tabitha y Philia se detuvieron al instante. Philia, en el primer escalón, se giró furiosamente. Tabitha, que estaba delante de ella, se giró mucho más lentamente, con una mirada de sorpresa educada en la cara.
—¿Has dicho algo? —preguntó lentamente a James.
James tosió.
—Er. No. Lo siento, Tengo un, ah, carraspeo en la garganta.
Tabitha le observó durante un largo momento, después inclinó la cabeza ligeramente y entrecerró los ojos hacia Ralph. Finalmente, se dio la vuelta y desapareció por las escaleras con Philia detrás, que los miraba coléricamente. Después de unos momentos, sus pasos pudieron oírse arriba. No hubo gritos furiosos ni señales de lucha.
—¡Vaca estúpida! —graznaron de nuevo las voces amortiguadas.
—¡Ese maldito lunático! —dijo Ralph con voz ronca, levantándose de un salto y cogiendo su mochila—. ¿Qué estará haciendo?
—¡Vamos! —dijo James, abalanzándose hacia la puerta—. Si todavía está ahí arriba no podemos ayudarle.
Ambos corrieron por el pasillo y se abrieron paso a través de varios pasillos al azar antes de detenerse finalmente. Jadeando y con los corazones palpitando, sacaron sus patos de goma de las mochilas, examinando cada uno el suyo aunque eran idénticos. Había una palabra garabateada con tinta negra en la parte de abajo de los patos: ¡Lavandería!
—¡Ese maldito lunático! —dijo de nuevo Ralph, pero casi reía de alivio—. Figgle debe haberle llevado a los sótanos junto con el resto de la ropa sucia. Yo digo que le dejemos allí.
James sonrió.
—No, saquémosle antes de que le metan en un exprimidor de ropa. Probablemente se lo merezca, pero primero quiero saber que ha podido averiguar.
Los dos chicos corrieron hasta encontrar la lavandería en los sótanos. James se detuvo solo una vez para pedir indicaciones a un criado molestamente atento de una pintura con una panda de caballeros cenando.
—Apenas tuve dos minutos para mirar alrededor antes de que Figgle subiera las escaleras como una bala de cañón —dijo Zane a James y Ralph cuando finalmente le encontraron—. Me lanzó un puñado de polvos rosa, y entones poff. Aquí estaba.
Ralph estaba mirando impresionado a las enormes tinas de cobre y las máquinas tintineantes de lavar. Los elfos se afanaban a su alrededor, ignorando completamente a los tres chicos mientras se desplazaban a través del panal que formaba su espacio de trabajo en los sótanos. Dos elfos en una pasarela sobre las tinas echaban carretillas de jabón en polvo al agua espumosa. Copos blancos llenaban el aire y se pegaban como nieve al pelo de los chicos.
—Confiad en mí, esto pierde mucho interés después de dos minutos o así —dijo Zane tensamente—. Especialmente cuando este retaco de aquí no os deja salir. —Tres elfos estaban apelotonados alrededor de Zane, mirándole con franca hostilidad.
—Figgle trae a un humano a la lavandería, nosotros le retenemos hasta que alguien explique por qué —dijo el más viejo y gruñón de los elfos con voz severa—. Es la política. Humanos interfiriendo en el trabajo de los elfos va contra el código de conducta y las prácticas de Hogwarts, sección treinta, párrafo seis. Así que, ¿quiénes sois vosotros dos?
James y Ralph intercambiaron una mirada en blanco. Ralph dijo:
—Somos sus… bueno, somos sus amigos, ¿no? Hemos venido a llevarle arriba.
—Hacedlo entonces —dijo el elfo con una mirada penetrante—. Figgle cuenta una historia sobre este humano que intenta hacer su trabajo, eso hace. Dice que habla del bienestar de los elfos y tonterías. Está bastante agitada. No pueden pasar este tipo de cosas, ya sabéis. Tenemos un contrato de coalición con la escuela.
—No volverá a hacerlo —le tranquilizó James—. Tiene buena intención, pero está un poco confundido sobre algunas cosas, ¿verdad? Lo siento. Os lo quitaremos de las manos en un minuto. No volverá a ocurrir.
Zane parecía ofendido, aunque permaneció sabiamente silencioso. El elfo jefe frunció el ceño pensativamente hacia James. James estaba acostumbrado a que los elfos fueran obsequiosos y mansos, o al menos cortésmente hoscos. Aquí, en su reino en funciones, la cosa parecía bastante diferente. Los elfos tenían un contrato de coalición con la escuela, había dicho el elfo jefe. Casi sonaba como si estuvieran sindicados, y fuera una regla esencial del sindicato élfico que solo los elfos podían hacer el trabajo de elfo. Quizás lo vieran como seguridad laboral. James no estaba seguro de si su tía Hermione vería esto como un progreso o un paso atrás.
Finalmente, el elfo jefe gruñó:
—Va en contra de mi sentido común, ¿sabéis? Los tres estáis a prueba. Cualquier otra interferencia en el protocolo élfico, y os llevaré ante la directora. Tenemos un acuerdo de coalición, ya sabéis.
—Eso he oído —masculló Zane, poniendo los ojos en blanco.
—Pero ni siquiera sabe nuestros nombres —señaló Ralph—. ¿Cómo vamos a estar a prueba si no sabe quiénes somos?
James le codeó las costillas.
El elfo jefe sonrió hacia sus compañeros, que le devolvieron la sonrisa un poco desconcertados.
—Somos elfos —dijo él simplemente—. Ahora fuera, y espero no volver a veros.
El pasillo que salía de la lavandería era, como es lógico, pequeño y corto, con escalones de la mitad del tamaño normal que obligaron a los chicos a pisar cuidadosamente mientras los subían.
—No sé si felicitarte o darte una patada —dijo Ralph a Zane—. Casi haces que nos pillen Corsica y Goyle.
—Pero entré en el dormitorio de las chicas de Slytherin —señaló Zane con una sonrisa—. ¿Cuántos pueden decir lo mismo?
—¿O cuántos querrían hacerlo? —añadió James.
—Sé amable o no te diré lo que he averiguado.
—Mejor que sea bueno —dijo Ralph.
—No lo es —suspiró Zane—. Las habitaciones de las chicas tienen grandes armarios de madera junto a cada cama. Solo uno estaba abierto, pero conseguí echarle un vistazo. Dejadme decir solo que ya no me pregunto donde guarda Tabitha su escoba.
Alcanzaron una puerta grande el final de un tramo de minúsculos escalones. James la empujó, agradeciendo el abandonar el calor y el ruido de la lavandería.
—¿Qué quieres decir?
—Bueno, son armarios mágicos, por supuesto, aunque no conducen a ningún maravilloso mundo de hadas. El que examiné parecía una combinación de tocador y vestidor. Parecía que una boutique hubiera explotado allí, a decir verdad. Una de esas realmente cursis, pero con un toque de vampiro gótico. Había un bote de crema exfoliante en el tocador, y por su aspecto, no creo que la parte exfoliante fuera una metáfora.
—¿Todas las chicas tienen armarios así? —preguntó Ralph.
—Al menos lo parecía.
James frunció el ceño.
—Nuestras posibilidades de volver a entrar en los dormitorios de las chicas Slytherin otra vez se acercan mucho al cero. Y aunque pudiéramos, ¿cómo íbamos a saber cuál es el armario de Corsica?, y mucho menos íbamos a conseguir abrirlo.
—Te dije que iba a ser imposible —recordó Ralph a James.
—Además olía como el armario de mi abuela —dijo Zane.
—¿Querrías ahorrarte los detalles? —exclamó James—. Esto va en serio. Todavía no sabemos dónde está la Encrucijada de los Mayores, o cuando planean Jackson y Delacroix reunir los elementos. Por lo que sabemos, podría ser esta noche.
—¿Y? —dijo Ralph—. Como dijiste, no pueden hacer nada sin todas las reliquias.
Zane suspiró, mostrándose ahora sobrio.
—Sí, pero si lo intentan y no funciona, ocultarán el resto de las reliquias y nunca las volveremos a ver.
Ralph alzó las manos.
—¿Bueno? Tiene que haber otra forma entonces. Quiero decir, tiene que sacar la escoba del armario alguna vez, ¿no? La vimos con ella hoy. ¿Y si intentamos algo durante un partido de Quidditch o algo así?
Zane sonrió ampliamente.
—Me gusta eso. Especialmente si podemos hacerlo cuando esté a treinta metros en medio del aire.
—De nuevo imposible —dijo James con frustración—. Desde los tiempos de mi padre hay hechizos protectores alrededor del campo para evitar que la gente interfiera en los partidos. Hubo unas pocas ocasiones en las que magos oscuros intentaron utilizar hechizos para herirle o tirarle de la escoba. Una vez, un montón de dementores rodearon el campo. Desde entonces hay áreas demarcadas vigiladas por árbitros. Ningún hechizo puede entrar ni salir.
—¿Qué es un dementor? —preguntó Ralph, con los ojos muy abiertos.
—No quieres saberlo, Ralph. Confía en mí.
—Bueno, entonces, parece que estamos de vuelta en la primera casilla —dijo Zane hoscamente—. Estoy abierto a ideas.
Ralph se detuvo de repente en medio del pasillo. Zane tropezó con el chico mayor, tambaleándose hacia atrás, pero Ralph no pareció notarlo. Estaba mirando con fijeza a una de las pinturas alineadas en el pasillo. James notó que era aquella junto a la que se habían detenido a pedir instrucciones para llegar a la lavandería. El mismo criado atento en la esquina trasera de la pintura había captado la atención de James antes, pero solo como alguien a quien podían pedir instrucciones. James se había acostumbrado a los vigilantes personajes de pinturas al azar por todo Hogwarts. El criado miraba malhumoradamente hacia Ralph mientras los caballeros de la pintura alzaban sus jarras y muslos de pavo, palmeándose felizmente unos a otros en las espaldas parcialmente cubiertas por armaduras.
—Oh, genial —dijo Zane, frotándose el hombro donde había tropezado con Ralph—. Mira lo que has hecho, James. Ahora es Ralph el que está obsesionado con cada decimoquinta pintura. Y ni siquiera con las buenas, si quieres mi opinión. Vosotros dos sois los amantes del arte más raros que me conocido jamás.
James se acercó un paso a la pintura también, estudiando al criado que estaba de pie entre las sombras del fondo con un gran paño sobre el hombro. La figura dio medio paso atrás, y James sintió la seguridad de que estaba intentando confundirse más con las sombras del vestíbulo pintado.
—¿Qué pasa, Ralph? —preguntó.
—Yo he visto esto antes —respondió Ralph con voz distraída.
—Bueno, acabamos de detenernos junto a esta pintura no hace ni diez minutos. ¿No?
—Sí. También entonces me pareció familiar, pero no sabía de donde. Estaba de pie en un sitio distinto…
Ralph se dejó caer de repente sobre una rodilla, arrojando su mochila al suelo ante él. Abrió la cremallera precipitadamente y buscó dentro, casi frenéticamente, como preocupado porque fuera cual fuera la inspiración que le había golpeado pudiera escapársele antes de confirmarla. Finalmente sacó un libro, lo agarró triunfante, y se puso de pie de nuevo, pasando las páginas hasta el final. Zane y James se apiñaron tras él, intentando ver sobre los amplios hombros de Ralph. James reconoció el libro. Era el antiguo libro de pociones que su madre y su padre habían regalado a Ralph por navidad. Mientras Ralph pasaba las páginas, James pudo ver notas y formulas que atestaban los márgenes, garabateadas junto a dibujos y diagramas. De repente, Ralph dejó de pasar páginas. Sostuvo el libro abierto con ambas manos y lo alzó lentamente hasta el nivel del criado observador del fondo de la pintura. James jadeó.
—¡Es el mismo tío! —dijo Zane, señalando.
Seguro, allí, en el margen derecho de una de las páginas del libro de pociones, había un viejo boceto del criado observador. Era inequívocamente la misma figura, con la misma nariz aguileña y la postura tétrica y encorvada. La versión de la pintura se apartó ligeramente al ver el libro, y después cruzó la sala tan velozmente como podía hacerse sin correr realmente. Se detuvo detrás de uno de los pilares alineados en el lado opuesto de la habitación pintada. Los caballeros de la mesa le ignoraron. James, observando atentamente, entrecerró los ojos.
—Sabía que me resultaba familiar —dijo Ralph triunfante—. Estaba en una postura diferente cuando nos tropezamos con él por primera vez, por eso no le reconocí. Ahora, sin embargo, estaba exactamente en la misma postura del dibujo de este libro. Eso sí que es raro.
—¿Puedo verlo? —preguntó James. Ralph se encogió de hombros y ofreció el libro a James. James se inclinó sobre él, pasando las hojas hasta la parte de delante del libro. Los márgenes de las primeras cien páginas estaba llenos principalmente de notas y hechizos, muchos con partes tachadas y reescritas con un color diferente, como si quien escribió la notas hubiera refinado su trabajo. A mitad del libro, sin embargo, dibujos y garabatos empezaban a apiñarse junto con las notas. Eran esbozos, pero bastante buenos. James reconoció muchos de ellos. Ahí estaba el esbozo de la mujer del trasfondo de la pintura de la corte del Rey. Unas pocas páginas después encontró dos dibujos detallados del mago gordo de la calva de la pintura del envenenamiento de Peracles. Una y otra vez reconoció los esbozos como personajes de pinturas que estaban por todo Hogwarts, las figuras secundarias que habían estado vigilando a James y a sus amigos con ávido y desvergonzado interés.
—Asombroso —dijo James con voz baja e impresionada—. Todos estos dibujos son pinturas que están por toda la escuela, ¿veis?
Ralph examinó de reojo los dibujos del libro, después volvió a mirar a la pintura. Se encogió de hombros.
—Es raro, pero no una sorpresa, ¿no? Quiero decir, el tipo al que pertenecía este libro probablemente estudiara aquí, ¿no? A mí me parece que era un Slytherin. Por eso tu padre me dio a mí el libro. Así que quien quiera que fuera, le gustaba el arte. Muchos amantes del arte esbozan pinturas. No hay para tanto.
La frente de Zane se frunció mientras no paraba de mirar del dibujo del criado a su equivalente en la pintura, que todavía se escondía cerca de los pilares del trasfondo.
—No, esto no son solo esbozos —dijo, sacudiendo la cabeza lentamente—. Son los originales, o tan parecidos que es imposible ver la diferencia. No me preguntes cómo, pero lo sé. Simplemente lo sé. Quienquiera que dibujo esto era o un gran falsificador… o el auténtico artista.
Ralph pensó en ello un momento, y después sacudió la cabeza.
—Eso no tiene sentido. Además, muchas de estas pinturas son viejas. Mucho más viejas que este libro.
—Tiene mucho sentido —dijo James, cerrando de golpe el libro de pociones y mirando la portada—. El que pintó esto no pintó la pintura entera. Pensad en ello: ni uno solo de estos bocetos es un personaje dominante en las pinturas. Todos son dibujos sin ninguna importancia en el trasfondo. Alguien los añadió a pinturas ya existentes.
Zane arqueó hacia arriba la comisura de la boca y frunció la frente.
—¿Por qué iba alguien a hacer eso? Sería como el graffiti, pero nadie lo notaría excepto el tipo que lo pintó. ¿Qué gracia tiene?
James estaba pensando con fuerza. Asintió ligeramente para sí mismo, bajando otra vez la mirada al viejo libro que tenía entre las manos.
—Creo que tengo una idea —dijo, entrecerrando la mirada pensativamente—. Nos aseguraremos. Esta noche.
—¡Vamos, Ralph! —se quejó James con un susurro rudo—. ¡Deja de tirar! ¡La estás levantando! ¡Puedo verme los pies!
—No puedo evitarlo —gimió Ralph, agachándose tanto como pudo—. Sé que tu padre y sus amigos solían utilizarla todo el rato, pero uno de ellos era una chica, ¿recuerdas?
—Sí, y ella no se zampaba siete comidas al día, además —dijo Zane.
Los tres se arrastraban por los oscurecidos pasillos, apelotonados bajo la Capa de Invisibilidad. Se habían encontrado en la base de las escaleras, y con la excepción de un momento tenso cuando Steven Metzker, el prefecto Gryffindor y hermano de Noah, había pasado junto a ellos por el pasillo cantando ligeramente desafinado, no se habían tropezado con nadie. Cuando alcanzaron la intersección cerca de la estatua de la bruja tuerta, James les indicó que pararan. Los tres maniobraron torpemente hasta una esquina y James abrió el Mapa del Merodeador.
—No veo por qué tenemos que hacer esto así —se quejó Ralph—. Yo confío en vosotros dos. Podríais habérmelo contado todo mañana en el desayuno.
—Parecías muy excitado cuando lo estábamos planeando, Ralphinator —susurró Zane—. No puedes perder los nervios ahora.
—Eso fue de día. Y tengo nervios de acero, para que lo sepas.
—Shh —siseó James.
Zane se inclinó sobre el mapa.
—¿Viene alguien?
James sacudió la cabeza.
—No, parece que estamos a salvo. Filch está abajo en su oficina. No sé si duerme alguna vez pero, al menos por ahora, no hay moros en la costa.
Ralph se enderezó, levantando la Capa de Invisibilidad treinta centímetros del suelo.
—¿Entonces por qué estamos debajo de esta cosa?
—Por tradición —dijo James sin levantar la mirada del mapa.
—Además —añadió Zane—, ¿de qué sirve tener una Capa de Invisibilidad si no la usamos de vez en cuando para vagar por los pasillos sin ser vistos?
—No hay nadie para vernos de todos modos —señaló Ralph.
James les condujo hacia el ángulo derecho de la intersección y ellos arrastraron los pies hacia allí. Pronto, llegaron hasta la gárgola que guardaba las escaleras que conducían a la oficina de la directora. James no podía ver si esta les estaba viendo los pies bajo la capa alzada porque aunque así fuera permanecía inmóvil. James esperaba que la contraseña no hubiera cambiado desde que había acompañado a Neville al despacho de la directora hacía unos meses.
Se aclaró la garganta y dijo quedamente.
—Er, ¿Gallowater?
La gárgola, que era relativamente nueva, ya que la habían reemplazado cuando había resultado dañada durante la Batalla de Hogwarts, se movió ligeramente, haciendo un sonido parecido al de la puerta de un mausoleo abriéndose una rendija.
—¿Es ese el verde bosque, azul como el cielo y que tiene un diseño rojo? —preguntó con una voz cuidadosamente comedida—. Nunca me acuerdo.
James conferenció entre ásperos susurros con Ralph y Zane.
—¿Verde bosque? ¡Ni siquiera sé lo que es eso! ¡Esa es la única palabra que Neville utilizó para entrar!
—¿Cómo respondió a la pregunta entonces? —preguntó Zane.
—¡No le hizo ninguna pregunta!
—Es un tartán, creo —habló con voz rasposa Ralph—. Mi abuela se vuelve loca por ellos. Di solo sí.
—¿Estás seguro?
— Por supuesto que no estoy seguro. ¡Di no entonces! ¿Cómo voy a saberlo yo?
James se volvió a girar hacia la gárgola, que parecía mirar directamente a los zapatos de James.
—Er, sí, claro.
La gárgola puso los ojos en blanco.
—Buena suerte, visitantes. —Se enderezó y se hizo a un lado, revelando la entrada a la escalera de caracol. Los tres chicos se apresuraron a entrar y subieron a los escalones inferiores. Tan pronto como los tres hubieron entrado, la escalera empezó a alzarse lentamente, llevándolos con ella. El vestíbulo que había fuera de la oficina de la directora apareció ante ellos, y se tambalearon hasta él, maldiciendo y empujándose unos a otros bajo la capa.
—Ya está —dijo Ralph con voz enfadada. Tiró de la capa, saliendo trabajosamente de debajo de ella, y entonces dejó escapar un chillido ahogado. James y Zane se quitaron también la capa de la cabeza y miraron nerviosamente alrededor, buscando lo que había sobresaltado a Ralph. El fantasma de Cedric Diggory estaba de pie delante de ellos, sonriendo traviesamente.
—De verdad que tienes que dejar de hacer eso —dijo Ralph sin aliento.
Lo siento, dijo Cedric con voz distante, Se me pidió que acudiera aquí.
—¿Quién te lo pidió? —interrogó James, intentando suprimir el enfado de su voz. El pelo de su nuca todavía estaba de punta—. ¿Cómo iba a saber alguien que vendríamos aquí esta noche?
Cedric solo sonrió y después gesticuló hacia la pesada puerta que conducía a la oficina de la directora. Estaba bien cerrada.
¿Cómo pensáis entrar?
James sintió la cara un poco acalorada por la vergüenza.
—Me había olvidado de eso —admitió—. Cerrada, ¿verdad?
Cedric asintió.
No te preocupes. Por eso estoy yo aquí, supongo. El fantasma se giró y atravesó sin esfuerzo la puerta. Un momento después los tres chicos oyeron el sonido del cerrojo que se abría. La puerta se abrió silenciosamente y Cedric apareció sonriendo, dándoles la bienvenida. James entró primero, y Zane y Ralph se sorprendieron al verle dar la espalda inmediatamente al enorme escritorio de la directora. La habitación estaba sumamente oscura excepto por la luz rojiza del fuego casi apagado de la chimenea. James encendió su varita y la sostuvo en alto.
—Quítame esa cosa de la cara, Potter —pronunció lenta y pesadamente una voz—. Despertarás a los demás, y sospecho que esta pretende ser una conversación privada.
James bajó otra vez la mano de la varita y examinó al resto de los retratos. Todos estaban durmiendo en variadas posturas y roncando gentilmente.
—Sí, tiene razón —estuvo de acuerdo James—. Lo siento.
—Así que has deducido una versión de la verdad, por lo que veo —dijo el retrato de Severus Snape, sus ojos negros estaban fijos en James—. Cuéntame lo que crees saber.
—No fue una gran deducción —admitió James, mirando a Ralph—. Fue él. Él tiene el libro.
Snape puso los ojos en blanco.
—Ese maldito libro ha dado más problemas de los que valía. Debería haberlo destruido cuando tuve oportunidad. Continua.
James tomó un profundo aliento.
—Bueno, supe que pasaba algo cuando noté que todos esos personajes de las pinturas nos observaban. También sabía que me resultaban familiares, aunque eran muy diferentes. Sin embargo no creo que hubiera hecho la conexión si Ralph no me hubiera mostrado los bocetos del libro de pociones. Sabía que el libro había pertenecido a un Slytherin a quien mi padre respetaba mucho, así que pensé en usted y lo demás vino rodado. Usted pintó todos esos personajes en cuadros por toda la escuela, y todos ellos son un retrato de usted mismo, pero disfrazado. Así es como ha estado vigilándonos. Se desperdigó a usted mismo por todas esas pinturas. Y ya que usted es el artista original, nadie más podía destruir los retratos. Esa fue su forma de asegurarse de que siempre podría vigilarlo todo, incluso después de la muerte.
Snape estudiaba a James, frunciendo el ceño. Finalmente asintió ligeramente.
—Sí, Potter, cierto. Pocos lo saben, pero tenía cierta inclinación natural para la tarea. Siendo experto en pociones, mezclar las pinturas encantadas necesarias fue la parte sencilla. Me llevó algo más de tiempo afinar mis habilidades lo suficiente como para modificar los cuadros, pero la pintura, como cualquier otro arte, es principalmente cuestión de práctica y estudio. Estoy de acuerdo con usted, sin embargo, en que nunca habría hecho la conexión si no fuera por mi propia ciega arrogancia al permitir que el libro continuara existiendo. Puede que yo haya sido un genio, pero el orgullo ha sido la caída de genios mayores. No obstante, ha resultado ser una empresa muy exitosa. He podido observarle a usted y al resto de la escuela bastante libremente. Así que dígame: ¿por qué ha acudido a mí ahora? ¿Para regodearse de su suerte?
—No —dijo James firmemente, y después hizo una pausa. No quería decir lo que había venido a decir. Temía que Snape se riera de él, o peor, que se negara a su petición—. Nosotros… hemos venido a pedir su ayuda.
La expresión de Snape no cambió. Evaluó a James seriamente durante un largo rato.
—Vienes a pedirme ayuda —dijo, como confirmando que había oído a James correctamente. James asintió. Snape entrecerró los ojos ligeramente—. James Potter, nunca lo habría sospechado, pero finalmente me has impresionado. La mayor debilidad de tu padre fue su negativa a buscar la ayuda de aquellos que eran mejores y más sabios que él. Siempre recurría a su ayuda al final, pero normalmente para gran, y algunas veces, final detrimento de estos. Tú pareces haberte librado de esa debilidad, si bien a regañadientes. Si hubieras llegado a esa conclusión hace unas semanas, podríamos no haber tenido que depender de la pura fortuna y la buena sincronización para salvarte de un destino peor que la muerte.
James asintió de nuevo.
—Sí, gracias por eso. Sé que fue usted quien envió a Cedric a ayudarme cuando abrimos el maletín de Jackson.
—Temerario e ignorante, Potter. Podrías haber tenido algo más de sentido común, aunque admito que de ser así me hubiera sorprendido. La túnica es extremadamente peligrosa y tú asombrosamente negligente al retenerla aquí. Por mucho que me cueste admitirlo, deberías entregársela inmediatamente a tu padre.
—¿Sabe usted lo de la conspiración Merlín entonces? —preguntó James excitado, ignorando la reprimenda.
—No sé mucho más que ustedes, desafortunadamente, aparte de la gran cantidad de conocimiento que he acumulado durante mis estudios de la leyenda y de multitud de intentos previos de facilitar el retorno de Merlinus Ambrosius. El estudio, puedo asegurarles, les resultaría más útil que sus actuales fantasías de hacerse con el báculo de Merlín.
—¿Por qué son ridículos? —preguntó Zane, adelantándose un poco.
—Ah, el bufón habla —se burló Snape en voz baja—. El señor Walker, creo.
—Es una pregunta justa —dijo James, mirando fijamente a Zane—. Probablemente el báculo sea más peligroso que la túnica. No podemos dejarlo en manos del tipo de persona que cree que Voldemort era solo un pobre incomprendido que quería que todos fuéramos colegas.
—¿Y quién podría ser esa gente, Potter? —preguntó Snape sedosamente.
—Bueno, Tabitha Corsica, por ejemplo.
Snape evaluó a James con desprecio manifiesto.
—Típico prejuicio Gryffindor.
—¡Prejuicio! —exclamó James—. ¿Qué Casa es la que cree que todos los magos nacidos muggle son más débiles que los sangrepura? ¿Qué Casa inventó el término «sangresucia»?
—Nunca vuelvas a pronunciar esa palabra ante mí, Potter —dijo Snape peligrosamente—. Crees saber de lo que hablas, pero déjame salvarte de tu ignorancia y recordarte que ese punto de vista es parcial. Emitir juicios fáciles sobre individuos basados en sus Casas de origen fue otro de los mayores errores de tu padre. Tenía la esperanza de que hubieras superado eso también, viendo tu propia elección de compañeros. —Los ojos negros de Snape se clavaron en Ralph, que se había mantenido atrás, observando en silencio.
—Bueno, Ralph es diferente, ¿verdad? —dijo James débilmente.
Snape respondió rápidamente, con los ojos todavía fijos en el chico más alto.
—¿Lo es? ¿Diferente en qué, señor Potter? ¿Qué es precisamente lo que cree saber sobre los miembros de la Casa del señor Deedle? ¿O, me atrevo a preguntar, del propio señor Deedle?
—Sé lo que el espíritu del árbol nos contó —dijo James, se paseó ante el retrato, su voz alzándose de rabia—. Sé que hay un descendiente vivo de Voldemort entre estas paredes ahora mismo. Su sangre late en un corazón diferente. El heredero de Voldemort está vivo y camina entre nosotros.
—¿Y qué le hace estar tan seguro —dijo Snape agudamente—, de que este heredero es un Slytherin? ¿O del género masculino?
James abrió la boca para responder, y después la volvió a cerrar. Comprendió que la dríada nunca había dicho en realidad ninguna de las dos cosas.
—Bueno, solo… tiene sentido.
Snape asintió, la mofa volvía a arrastrarse hasta su cara.
—¿De veras? Quizás no has aprendido nada después de todo. —Suspiró, y pareció genuinamente decepcionado—. ¿Qué has venido a pedir, Potter? Veo que estás decidido a seguir en tus trece a pesar de lo que yo diga, así que vayamos al grano.
James se sentía pequeño delante del retrato del antiguo director. Zane y Ralph se quedaron un poco atrás, y James sabía que era cosa suya preguntar. Esta era su batalla más que la de ellos. Su batalla contra la conspiración Merlín, sí, pero más importante aún, su batalla contra sí mismo y contra la sombra de su padre.
Alzó los ojos para enfrentar la mirada negra de Snape.
—Si no podemos hacernos con el báculo de Merlín, tengo que ir a la Encrucijada de los Mayores. Tengo que detenerlos allí, antes de que puedan ocultar el báculo y el trono para siempre.
James oyó los movimientos de Zane y Ralph tras él. Se giró hacia ellos.
—No os pido que vengáis conmigo, pero yo tengo que hacerlo. Tengo que intentar detenerlos.
Snape soltó un suspiro enorme.
—Potter, realmente eres tan estúpido y absurdamente pretencioso como tu padre. Entrega la túnica. Dásela a tu padre o a la directora. Ellos sabrán qué hacer. Yo les aconsejaré. Es imposible que esperes ocuparte de esto por tu cuenta. Me has impresionado una vez. No lo lograrás otra.
—No —dijo James con convicción—. Si lo cuento, Jackson y Delacroix y quienes sean los demás que están involucrados desaparecerán. Lo sabe tan bien como yo. Entonces, las otras dos reliquias se perderán para siempre.
—Sin las tres juntas, el poder de las reliquias se rompe.
—Pero no se destruye —insistió James—. Todavía son poderosas por sí mismas. No podemos dejar que sean utilizadas por los que intentan continuar el trabajo de Voldemort. No podemos arriesgarnos a que caigan en manos del heredero de Voldemort.
Snape frunció el ceño.
—Si es que tal persona existe.
—Ese no es un riesgo que esté dispuesto a aceptar —contrarrestó James—. ¿Dónde está la Encrucijada de los Mayores?
—No sabes lo que estás pidiendo, Potter —dijo Snape despectivamente.
—Lo averiguaremos de un modo u otro, James —dijo Zane, adelantándose de nuevo—. No necesitamos que esta vieja pila de pintura nos lo diga. Lo hemos averiguado todo hasta ahora. Esto también lo descubriremos.
—Lo habéis logrado solo a base de buena suerte y a la interferencia de un servidor —gruñó Snape—. No olvides cuál es tu lugar, muchacho.
—Es cierto —dijo Ralph. James y Zane se volvieron para mirarle, sorprendidos de oírle hablar. Ralph tragó y prosiguió—. Lo hemos hecho bastante bien hasta ahora. En realidad no sé quién es usted, señor Snape, pero por agradecidos que estemos de que nos haya ayudado cuando James se puso la túnica, creo que James tiene razón. Tenemos que intentar detenerlos antes de que consigan el resto de las reliquias. Usted es un Slytherin, y dice que las cosas que dicen de los Slytherin no siempre son ciertas. Bueno, una de las cosas que dicen es que siempre miramos por nosotros mismos. Yo no quiero que eso sea cierto. Estoy con James y Zane, incluso si fracasamos. Cueste lo que cueste.
Snape había escuchado este sorprendente discurso de Ralph con mirada acerada y un ceño fruncido. Cuando Ralph terminó, miró a los tres chicos en sucesión, y después soltó otro pesado suspiro.
—Estáis todos completamente locos —dijo secamente—. Todo esto es una estúpida y destructiva fantasía.
—¿Dónde está la Encrucijada de los Mayores? —preguntó James otra vez.
Snape le miró, sacudiendo la cabeza.
—Como ya he dicho, Potter, no sabes lo que estás pidiendo.
Zane habló sin temor.
—¿Por qué no?
—Porque la Encrucijada de los Mayores no es un lugar, señor Walker. Usted, más que nadie, debería haberlo reconocido. Si alguno hubiera estado prestando la más mínima atención durante los últimos meses, lo sabrían. La Encrucijada de los Mayores es un evento. Piense en ello un momento, señor Walker. Encrucijada de los Mayores.
Zane parpadeó.
—Mayores —dijo pensativamente—. Espera un minuto. Así es como llamaban los astrónomos de la Edad Media a los signos astrales. Los planetas. Los llamaban los Mayores.
—Entonces la Encrucijada de los Mayores… —James se concentró, y después abrió los ojos al comprender—. ¡La alineación de los planetas! La Encrucijada de los Mayores es cuando todos los planetas se colocan en línea. ¡Entonces… marcan una Senda!
—La alineación de los planetas —estuvo de acuerdo Ralph con voz impresionada—. No es un lugar, es un momento.
Snape miró con dureza a los tres chicos.
—Es ambas cosas —dijo resignado—. Es el momento en que los planetas se alinean, y el lugar donde las tres reliquias de Merlinus Ambrosius se reúnen. Es dónde y cuándo el retorno de Merlín puede consumarse. Esas fueron sus condiciones. Y a menos que esté muy equivocado, si pretenden seguir adelante con este estúpido plan suyo, les queda menos de una semana.
Zane chasqueó los dedos.
—¡Por eso la reina vudú nos hacía repetirlo una y otra vez hasta calcular el momento exacto del alineamiento! ¡Dijo que sería una noche que nunca olvidaríamos y lo decía en serio! Es cuando tienen intención de reunir las reliquias.
—El Santuario Oculto —susurró James—. Lo harán allí. El trono ya está allí. —Los otros dos chicos asintieron. James se sentía de repente lleno de miedo y excitación. Miró al retrato de Severus Snape.
—Gracias.
—No me lo agradezcas. Acepta mi consejo. Si planeas seguir adelante con esto, no podré ayudarte. Nadie podrá. No seas tonto.
James retrocedió, apagó su varita y se la guardó en el bolsillo.
—Vamos. Marchémonos.
Snape observó como James consultaba el Mapa del Merodeador. No era el primer encuentro de Snape con el mapa. En una ocasión, éste le había insultado bastante descaradamente. Habiéndose asegurado de que Filch estaba todavía en su oficina, los tres se apiñaron bajo la Capa de Invisibilidad y atravesaron la puerta de la oficina de la directora hasta salir al vestíbulo. Snape consideró el despertar a Filch, que sabía estaba durmiendo en su oficina con media botella de whisky sobre el escritorio. Uno de los autorretratos de Snape residía en una escena de caza en la oficina de Filch, y Snape podría utilizar fácilmente la pintura para alertar a Filch de que los tres chicos estaban rondando a escondidas por los pasillos.
A regañadientes, optó por no hacerlo. Le gustara o no, tales trucos ya no le proporcionaban ningún placer. El fantasma de Cedric Diggory, al que Snape había reconocido antes que nadie, cerró la puerta tras los chicos y puso el cerrojo.
—Gracias, señor Diggory —dijo Snape tranquilamente, entre los ronquidos de las demás pinturas—. Siéntase libre de acompañarlos de vuelta a sus dormitorios. O no, no me importa mucho.
Cedric asintió hacia Snape. Snape sabía que al fantasma no le gustaba hablar con él. Algo en la idea de un fantasma hablando a una pintura parecía perturbar al muchacho. Ninguno de los dos técnicamente humanos ni acabados del todo, se figuraba Snape. Cedric se despidió a sí mismo y salió atravesando la puerta de madera cerrada.
Una de las pinturas que estaba cerca de Snape dejó de roncar.
—No es exactamente como su padre, ¿verdad? —dijo una voz anciana y pensativa.
Snape se recostó hacia atrás en su retrato.
—Solo se parece a él del peor de los modos. Es un Potter.
—¿Y ahora quién está haciendo juicios precipitados? —dijo la voz con un rastro de burla.
—No es un juicio precipitado. Le he estado observando. Es tan arrogante y estúpido como los demás que llevaron su apellido. No finjas que no lo ves.
—Veo que vino a pedirte ayuda.
Snape asintió a regañadientes.
—Uno solo puede esperar que ese instinto tenga oportunidad de madurar. Pidió ayuda solo cuando se le acabaron las demás opciones. Y, por si no lo has notado, en realidad no aceptó ninguno de mis consejos.
La voz anciana se quedó en silencio un momento, y después preguntó:
—¿Se lo contarás a Minerva?
—Tal vez —dijo Snape, considerándolo—. Tal vez no. Por ahora, haré lo que hago siempre. Observaré.
—¿Crees que hay alguna posibilidad de que él y sus amigos tengan éxito entonces?
Snape no respondió. Un minuto después, la voz anciana habló de nuevo.
—Está siendo manipulado. Y no lo sabe.
Snape asintió.
—Presumo que no servirá de nada decírselo.
—Probablemente tengas razón, Severus. Tienes instinto para estas cosas.
Snape replicó con mordacidad.
—Aprendí cuándo no contradecir al amo, Albus.
—Ciertamente, Severus. Ciertamente lo hiciste.