Esa noche después de la cena, los tres chicos corrieron nuevamente hacia los dormitorios Gryffindor, deteniéndose solo cuando James se fijó en una mujer de mirada fija al fondo de un cuadro con unas doncellas ordeñando un par de vacas ridículamente regordetas. Reprendió a la alta y fea mujer, que iba vestida como una monja, exigiendo saber que era lo que estaba mirando. Después de transcurrido medio minuto, Zane y Ralph se impacientaron y cada uno tomó uno de los codos de James, y se lo llevaron a rastras. En los dormitorios, se agruparon alrededor del baúl de James mientras que éste lo abría y sacaba el maletín de Jackson. Lo puso en el borde de la cama y los tres se quedaron mirándolo fijamente.
—¿Tenemos que abrirlo? —preguntó Ralph.
James asintió.
—Debemos asegurarnos de tener la túnica, ¿no? Ese asunto me ha estado volviendo loco todo el día. ¿Y si estuviera equivocado y lo que hay ahí dentro es solo la ropa sucia de Jackson? No puedo evitar pensar que es el tipo de persona que llevaría consigo un maletín absolutamente intrascendente solo para que la gente hable de ello. Deberías haberlo visto esta mañana cuando creyó que nos había atrapado a Zane y a mí. Estaba verdaderamente encolerizado.
Zane se dejó caer sobre la cama.
—¿Y si ni siquiera podemos abrirlo?
—No debe ser un cerrojo muy bueno ya que ese día en D.C.A.O. se abrió fácilmente —razonó James.
Ralph se levantó para dejar espacio a James.
—Entonces hagámoslo de una vez por todas. Intenta abrirlo.
James se aproximó al maletín y probó el cerrojo. Suponía que no iba a funcionar y estaba preparado para intentar con toda la gama de hechizos reveladores y de apertura que habían recolectado entre los tres. En cambio, el cierre metálico que tenía el maletín se abrió fácilmente. De hecho, tan fácilmente, que durante un momento James estuvo seguro que se había abierto un segundo antes de que llegara a tocarlo. Se quedó helado, pero ninguno de los otros dos chicos pareció notarlo.
—¿Y bien? —susurró Ralph. Zane se inclinó sobre el maletín. La boca del mismo se había abierto ligeramente.
—No puedo ver nada allí dentro —dijo Zane—. Está demasiado oscuro. Abre la podrida cosa, James. Es más tuya que de ninguno de nosotros dos.
James tocó el maletín, agarró las asas y las utilizó para abrirlo. Podía ver los pliegues de tela negra. Un vago y mohoso olor salió flotando del maletín abierto. James pensó que olía como el interior de una calabaza linterna una semana después de Halloween. Se estremeció al recordar que Luna había dicho que en cierta ocasión la túnica había sido utilizada para cubrir el cuerpo de un rey muerto.
La voz de Zane sonó muy baja y algo ronca al decir:
—¿Eso es todo? No podría asegurar que demonios es.
—No lo hagas —advirtió Ralph, pero James ya había metido la mano dentro del maletín. Sacó la túnica. La tela se desdobló suavemente, inmaculadamente negra y limpia. Parecía haber acres de la misma. Ralph se apartó más mientras James dejaba que la túnica cayera al suelo formando un charco a sus pies. La última parte salió del maletín y James se dio cuenta de que estaba sosteniendo la capucha. Era una gran capucha, con trenzas doradas en el cuello.
Zane hizo un gesto afirmativo con la cabeza, tenía el rostro pálido y serio.
—Esta es, sin duda. ¿Qué hacemos con ella?
—Nada. —Respondió Ralph con firmeza—. Métela nuevamente en el maletín, James. Esa cosa es aterradora. Se puede percibir la magia en ella, ¿verdad? Apuesto a que Jackson puso algún tipo de hechizo escudo o algo así en el maletín para contenerla. De otra forma, alguien la hubiera percibido. Vamos, guárdala. No quiero tocarla.
—Espera —dijo James, dudando. Ciertamente podía sentir la magia de la túnica, exactamente como había dicho Ralph, pero no la sentía aterradora. Era poderosa, pero curiosa. El olor de la capa había cambiado mientras James la sacaba. Lo que al principio olía como algo levemente podrido ahora olía sencillamente a tierra, como hojas caídas y musgo húmedo, salvaje, incluso se podría decir que excitante. Sosteniendo la capa en sus manos, James tuvo una sensación de lo más extraordinaria. Era como si pudiera sentir, en lo más profundo de su ser, el mismo aire que había en la habitación, llenando el espacio como agua, manando a través de las rendijas que había en el marco de la ventana, frío, como una niebla celeste. La sensación se extendió y pudo sentir el viento moviéndose alrededor de la torrecilla que contenía los dormitorios. Estaba vivo, arremolinándose alrededor del techo cónico, canalizándose a través de tejas faltantes y vigas expuestas. James recordó vagamente los cuentos para niños que hablaban de que Merlín era el amo de la naturaleza, de como la sentía, como la utilizaba, y como ésta obedecía a sus caprichos. James sabía que en cierta forma estaba palpando ese poder, como si estuviera incrustado en la misma tela de la túnica. La sensación creció y subió en espiral. Ahora, James podía percibir a las criaturas del anochecer de las inmediaciones, los pequeños sonidos producidos por el latido del corazón de los ratones que había en el ático, el mundo sangre-púrpura de los murciélagos que habitaban en el bosque, la confusión soñolienta de un oso hibernando, y hasta la vida latente en los árboles y el césped, sus raíces eran como manos agarrándose a la tierra, aferrándose a la vida ante la muerte que significaba el invierno.
James era consciente de lo que estaba haciendo, pero parecía haber perdido el control de sus propios brazos. Levantó la capucha, y se metió dentro de ella. La túnica se deslizó sobre sus hombros, y en el momento en que la capucha se asentaba sobre su cabeza, escondiendo sus ojos, James oyó los gritos de alarma y advertencia de Zane y Ralph. Estaban decayendo, como si provinieran de un túnel largo y soñoliento. Habían desaparecido.
Estaba caminando. Las hojas crujían bajo sus pies, que eran grandes y estaban descalzos, y curtidos por los callos. Inspiró, llenándose los pulmones, y su pecho se expandió como un barril. Era grande. Alto, tenía brazos musculosos que sentía como colas de pitones enrolladas y sentía las piernas tan gruesas y fornidas como troncos de árboles. La tierra permanecía en silencio a su alrededor, pero viva. La sentía a través de la planta de los pies mientras caminaba. La vitalidad del bosque fluía dentro de él, fortaleciéndole. Pero había menos de lo que debería haber habido. El mundo había cambiado, y seguía cambiando. Estaba siendo domado, perdiendo su salvajismo silvestre y su fuerza. Del mismo modo su poder también estaba disminuyendo. Todavía seguía siendo único, pero había puntos ciegos en su comunión con la tierra, y esos puntos ciegos estaban creciendo, aislándolo poco a poco, reduciéndolo. Los reinos de los hombres estaban expandiéndose, barriendo la tierra, fraccionándola en parcelas y campos sin sentido, rompiendo la polaridad mágica de la tierra salvaje. Se enfureció. Se había desplazado entre los nacientes reinos de los hombres, les había aconsejado y ayudado, siempre a cambio de un precio, pero no había previsto este resultado. Sus hermanos y hermanas mágicos no eran de ninguna ayuda, su magia era diferente a la de él. Eso que lo hacía tan poderoso, su conexión con la tierra, también se estaba convirtiendo en su única debilidad. Con una furia helada, siguió caminando. Mientras pasaba, los árboles le hablaban, pero incluso las boscosas voces de las náyades y las dríadas sonaban cada vez más empañadas. Su eco era confuso y quebradizo, dividido.
Ante él, manifestándose solo a la luz de la luna, se abría un claro, rodeado por una depresión rocosa en la tierra. Descendió hacia el centro de la depresión y miró hacia arriba. El brillante cielo nocturno se derramó sobre el claro con forma de copa, pintando todo de un color blanco hueso. Su sombra formaba un charco debajo de él como si fuera mediodía. Ya no había lugar para él en este mundo. Dejaría la sociedad de los hombres. Pero regresaría cuando las cosas fueran diferentes, cuando hubieran cambiado las circunstancias, cuando el mundo volviera a estar preparado para su poder. Entonces, volvería a despertar a la tierra, a revivir a los árboles y sus espíritus, renovaría su poder, y con el de ellos el suyo propio. Entonces llegaría el tiempo de ajustar las cuentas. Podría llevar décadas o incluso siglos. Hasta podría ser una eternidad. No importaba. No podía quedarse en esta época durante más tiempo.
Se oyó un ruido, un rozar de pisadas torpes en las cercanías. Había alguien más allí, en el claro con él; alguien a quien odiaba, pero a quien necesitaba. Le habló a esa persona, y mientras lo hacía, el mundo comenzó a debilitarse, a oscurecerse, a desvanecerse.
—Instruye a los que vienen detrás. Conserva mis vestiduras, mi trono y mi talismán listos. Esperaré. En la Encrucijada de los Mayores, a que llegue la hora de mi regreso, congrégalos nuevamente y yo lo sabré. Te he elegido para que salvaguardes esta misión, Austramaddux, ya que al ser mi último aprendiz tu alma está en mis manos. Estás ligado a esta tarea hasta que se complete. Pronuncia tu juramento solemne ante mí.
Saliendo de la creciente oscuridad, la voz habló solo una vez:
—Es mi voluntad y mi honor, Maestro.
No hubo respuesta. Se había ido. Sus vestiduras cayeron a tierra, vacías. Su báculo osciló durante un momento, Luego cayó hacia delante y antes que pudiera golpear el suelo rocoso, fue atrapado por una fantasmal mano blanca, la mano de Austramaddux. Entonces, hasta esa escena se desvaneció. La oscuridad se comprimió hasta consumirse. El universo saltó, monstruoso y girando, y solo hubo olvido.
James forzó a sus ojos a abrirse y jadeó. Sentía los pulmones aplastados, como si durante varios minutos no hubiera entrado aire a ellos. Unas manos lo agarraron, dándole un tirón a la capucha para apartarla y quitándole la túnica de los hombros. La debilidad se apoderó de James que comenzó a derrumbarse. Zane y Ralph lo atraparon torpemente y lo lanzaron sobre la cama.
—¿Qué ha pasado? —preguntó James, aún tragando grandes cantidades de aire.
—¡Dínoslo tú! —dijo Ralph con un tono de voz alto y atemorizado.
Zane estaba metiendo la túnica dentro del maletín con movimientos bruscos.
—Te pusiste esta maldita cosa y entonces, ¡pop! Desapareciste. Sabes, no fue lo que yo consideraría una sabia elección.
—¿Me desmayé? —preguntó James, recobrándose lo suficiente como para poder apoyarse sobre los codos.
—Nada de desmayos. Simplemente desapareciste. Poof —dijo Ralph.
—Es verdad —asintió Zane, viendo la expresión aturdida en el rostro de James—. Desapareciste durante tres o cuatro minutos. Luego apareció él —dijo Zane señalando a un rincón detrás de la cama de James con un movimiento preocupado de cabeza. James se volvió y allí estaba la silueta semi-transparente de Cedric Diggory. El fantasma bajó la vista hacia él, luego sonrió y se encogió de hombros. Cedric parecía un poco más sólido que las últimas veces que James lo había visto.
Zane continuó:
—Simplemente apareció atravesando la pared, como si hubiera venido a buscarte. Ralph gritó como… bueno, iba a decir como si hubiera visto un fantasma, pero considerando que desayunamos con fantasmas la mayoría de las mañanas y tenemos clases de historia con uno todos los martes, la frase ya no parece muy impresionante.
—Nos echó un vistazo, luego miró al maletín, y entonces él simplemente, como que, perdió densidad. Al minuto siguiente, estabas de regreso, justo en el mismo lugar donde habías estado, blanco como una estatua —dijo Ralph en voz alta.
James se giró hacia el fantasma de Cedric:
—¿Qué hiciste?
Cedric abrió la boca para hablar, tentativa y cuidadosamente. Como venida de una gran distancia, su voz se filtró en la habitación. James no estaba seguro de si lo escuchaba con los oídos o con la mente.
Estabas en peligro. Me enviaron. Cuando llegué aquí, vi lo que estaba ocurriendo.
—¿Qué era? —preguntó James. Tenía un recuerdo turbio de la experiencia en su memoria, pero presentía que recordaría más cosas cuando la magia se hubiera agotado.
Un Delimitador de Umbrales. Una magia muy poderosa. Abre una entrada dimensional, diseñada para trasmitir un mensaje o un secreto a través de una gran distancia o tiempo. Pero su poder es descuidado. Casi te traga entero.
James sabía que era cierto. Lo había sentido. Al final, la oscuridad había sido absorbente, continua.
—¿Cómo regresé? —preguntó, tragándose el nudo que tenía en la garganta.
Te encontré, dijo Cedric sencillamente. Me sumergí en la nada, donde he pasado mucho tiempo desde mi muerte. Estabas allí, pero lejano. Estabas alejándote. Te perseguí y regresé contigo.
—Cedric —dijo James, sintiéndose estúpido por haberse puesto la túnica, y aterrorizado por lo que casi había sucedido—. Gracias por traerme de regreso.
Te lo debía. Se lo debía a tu padre. Él me trajo de regreso una vez.
—Eh —dijo repentinamente James, animándose—. ¡Ahora puedes hablar!
Cedric sonrió, y fue la primera sonrisa genuina que James había visto en el rostro fantasmal.
Me siento… diferente. Más fuerte. Más… aquí, en cierta forma.
—Espera —dijo Ralph, alzando la mano—. Este es el fantasma del que nos hablaste, ¿verdad? ¿El que persiguió al intruso en los terrenos hace unos pocos meses?
—Oh, sí —dijo James—. Zane y Ralph, este es Cedric Diggory. Cedric, estos son mis amigos. Entonces ¿qué crees que te está ocurriendo? ¿Qué es lo que provoca que estés más aquí?
Cedric volvió a encogerse de hombros.
Durante lo que pareció un largo tiempo, me sentí como si estuviera en una especie de sueño. Me movía por el castillo, pero éste estaba vacío. Nunca tenía hambre, ni sed, ni frío, ni necesitaba descansar. Sabía que estaba muerto, pero eso era todo. Todo estaba oscuro y silencioso y no parecía que pasaran días o estaciones. No existía el paso del tiempo. Entonces comenzaron a suceder cosas.
Cedric se giró y se sentó en la cama, sin dejar ninguna marca en las mantas. James, que era el que estaba más cerca, podía sentir una característica frialdad emanando de la silueta de Cedric. El fantasma prosiguió:
Había períodos de tiempo en los que me sentía más consciente de las cosas. Comencé a ver personas en los salones, pero eran como humo. No podía oírlas. Me fijé en que esos períodos de actividad sucedían en las horas del día posteriores a la hora de mi muerte. Cada noche me sentía despierto. Notaba el paso del tiempo, porque eso era lo que más significado tenía para mí, la sensación del transcurso de minutos y horas. Busqué un reloj, el que está fuera del Gran Comedor, y observé pasar el tiempo. Estaba bien despierto durante toda la noche, pero al llegar la mañana, comenzaba a desvanecerme. Entonces, una mañana, justo cuando me estaba evaporando, perdiendo el contacto, le vi a él.
James se enderezó.
—¿Al intruso?
Cedric asintió.
Sabía que se suponía que no debía estar aquí, y de alguna forma sabía que si realmente lo intentaba podía hacer que me viera. Lo espanté.
Cedric volvió a sonreír, y James pensó que podía ver tras esa sonrisa al muchacho fuerte y agradable que su padre había conocido.
—Pero regresó —dijo James. La sonrisa de Cedric se transformó en un ceño de frustración.
Regresó, sí. Lo vi, y volví a espantarlo. Comencé a vigilar todas las mañanas a ver si aparecía. Y entonces una noche irrumpió a través de una ventana. En ese momento, yo ya estaba más fuerte pero decidí que alguien más debía saber que estaba dentro del castillo. Así que acudí a ti, James. Tú me habías visto y yo sabía quien eras. Sabía que me ayudarías.
—Esa fue la noche que rompiste la cristalera —dijo Zane, sonriendo—. Pateaste a ese tipo como Bruce Lee haciendo que atravesara la ventana. Muy bueno.
—¿Quién era? —preguntó James, pero Cedric se limitó a sacudir la cabeza. No lo sabía.
—Bueno ahora son casi las siete de la tarde —señaló Ralph—. ¿Cómo haces para que te veamos? ¿No es esta tu hora más débil?
Cedric pareció pensarlo.
Me estoy volviendo más sólido. Sigo siendo solo un fantasma, pero parece ser que me estoy convirtiendo en algo así como un verdadero fantasma. Ahora puedo hablar más. Y cada vez hay menos períodos de esa extraña nada. Creo que es así como se forman los fantasmas.
—Pero ¿por qué? —James no pudo evitar preguntarlo—. ¿Qué provoca que se forme un fantasma? ¿Por qué simplemente no, ya sabes, continuaste tu camino?
Cedric lo miró atentamente, y James percibió que el mismo Cedric no sabía la respuesta a esa pregunta, o al menos, no muy claramente. Sacudió la cabeza lentamente.
Aún no había concluido. Tenía tanto por lo que vivir. Sucedió tan rápido, tan repentinamente. Es solo que yo… no había concluido.
Ralph levantó el maletín del profesor Jackson y lo tiró dentro del baúl de James.
—Entonces, ¿adónde fuiste cuando desapareciste, James? —dijo, encaramándose a los pies de la cama.
James tomó un profundo aliento, agrupando los recuerdos de su extraño viaje. Describió el sentimiento inicial al sostener la túnica, como pareció permitirle sentir el aire y el viento, luego los animales y los árboles. Luego les habló de la visión que tuvo, de estar dentro del cuerpo de Merlín y en sus mismos pensamientos. Se estremeció, recordando la furia y la amargura, y la voz de su sirviente, Austramaddux, quien le prometiera solemnemente servirle hasta el momento del ajuste de cuentas. Mientras hablaba, lo recordó vívidamente, y terminó describiendo como la negrura de la noche se había envuelto a su alrededor como un capullo, encogiéndose y convirtiéndose en la nada.
Zane escuchaba con intenso interés.
—Tiene sentido —dijo finalmente con voz baja y sobrecogida.
—¿El qué? —preguntó James.
—Como podría haberlo logrado Merlín. ¿No lo veis? ¡El propio profesor Jackson habló de ello el primer día de clase! —se estaba excitando. Tenía los ojos muy abiertos, y pasaban de James a Ralph y al fantasma de Cedric, que seguía sentado en el borde de la cama.
—No lo entiendo. No doy Tecnomancia este año —dijo Ralph sacudiendo la cabeza.
—Merlín no murió —dijo Zane enfáticamente—. ¡Se Apareció!
James estaba confundido.
—Eso no tiene sentido. Cualquier mago puede Aparecerse. ¿Qué tiene eso de especial?
—¿Recuerdas lo que nos dijo Jackson ese primer día de clase? La Aparición es instantánea para el mago que la está efectuando, aún cuando a los pedacitos de mago les lleve un cierto tiempo desunirse para luego volver a ensamblarse otra vez en el nuevo lugar. Si un mago desaparece sin determinar su nuevo punto central, nunca volverá a reaparecer ¿correcto? ¡Simplemente se queda atrapado en la nada para siempre!
—Bueno, claro —estuvo de acuerdo James, recordando la lección pero sin entender.
Zane casi vibraba de excitación.
—Merlín no se Apareció hacia un lugar —dijo significativamente—. ¡Se Apareció hacia una época y un conjunto de circunstancias!
Ralph y James alucinaron considerando las consecuencias.
Zane continuó:
—Y al final de tu visión, dijiste que Merlín le dijo a Austramaddux que conservara las reliquias y que cuidara de que el momento fuera el adecuado. Entonces, cuando llegue el momento, las reliquias supuestamente se volverán a reunir en la Encrucijada de los Mayores. ¿Lo veis? Merlín estaba estipulando el momento y las circunstancias para su reaparición. Lo que describiste al final James, era a Merlín desapareciendo en la nada. —Zane hizo una pausa, reflexionando intensamente—. Durante todos estos siglos solo ha estado suspendido en el tiempo, atrapado en la ubicuidad, esperando a que se den las circunstancias adecuadas para su Aparición. ¡Para él, no ha pasado el tiempo en absoluto!
Ralph miró al baúl que estaba al pie de la cama de James.
—Entonces es cierto —dijo—. Efectivamente podrían hacerlo. Podrían traerlo de regreso.
—Ya no —dijo James, sonriendo melancólicamente—. Tenemos la túnica. Sin todas las reliquias, las circunstancias nunca se darán. No pueden hacer nada.
En cuando James hubo escuchado la explicación de Zane, todo tuvo perfecto sentido, especialmente en el contexto de la visión del Delimitador de Umbrales. Súbitamente el poseer la túnica se había vuelto aún más importante y no pudo evitar maravillarse por la extraordinaria serie de circunstancias afortunadas que habían llevado a que la obtuvieran. Desde el maletín que Ralph había descubierto justo a tiempo, a la notable efectividad del encantamiento visum-ineptio de Zane, James tenía la fuerte impresión de que él, Zane y Ralph estaban siendo guiados hacia su meta de frustrar la conspiración de Merlín. ¿Pero quién estaba ayudándoles?
—A propósito —dijo James al fantasma de Cedric, una vez Ralph y Zane se hubieron enfrascado en una animada discusión acerca de la Aparición de Merlín—, dijiste que te enviaron a ayudarme. ¿Quién te envió?
Cedric se había puesto de pie y se estaba desvaneciendo un poco, pero no mucho.
—Alguien al que se supone que no debo mencionar, aunque creo que es muy probable que lo adivines. Alguien que ha estado velando por ti —dijo, sonriendo a James.
Snape pensó James. El retrato de Snape había enviado a Cedric a ayudarle cuando se vio absorbido dentro del Delimitador de Umbrales. Pero ¿como lo había sabido? James se quedó pensando en ello largo tiempo después de que Zane y Ralph se hubieran ido a sus propias habitaciones, mucho después de que el resto de los Gryffindor hubiera subido las escaleras y se hubieran derrumbado en sus camas. Sin embargo, esa noche no se le ocurrió ninguna respuesta, y finalmente James se durmió.
En los días siguientes, los tres chicos continuaron con sus actividades escolares habituales en medio de una especie de bruma triunfante. James dejó el maletín de Jackson, con la túnica en su interior, encerrado dentro de su baúl y protegido por el hechizo cerradura de Zane. Considerando la efectividad del encantamiento visum-ineptio que pendía sobre el falso maletín, no les preocupaba que alguien pudiera estar buscando el verdadero. Jackson continuaba llevando a las clases y a las comidas el viejo maletín rojo del sabueso cazador de rocas que lucía orgulloso la placa de Hiram & Blattwott’s, sin dar muestras de pensar que pasara algo fuera de lo normal. Además, ninguna otra persona le dedicaba una segunda mirada, ya que habían visto a Jackson cargando el maletín negro con su nombre grabado en la placa del costado durante meses. Finalmente, un sábado por la tarde, James, Ralph y Zane se reunieron en la sala común Gryffindor para discutir su siguiente paso.
—Ahora en realidad solo nos quedan dos preguntas que hacernos —dijo Zane, inclinándose a través de la mesa sobre la cual, aparentemente, estaban haciendo sus deberes escolares—. ¿Dónde está ubicada la Senda a la Encrucijada de los Mayores? y ¿dónde está la tercera reliquia, el báculo de Merlín?
James asintió.
—He estado pensando en esto último. El trono está bajo la vigilancia de Madame Delacroix. La túnica estaba bajo la vigilancia del profesor Jackson. La tercera reliquia debe estar protegida por el tercer conspirador. Tengo que suponer que es alguien que se encuentra en la escuela, una persona de dentro. ¿Podría ser el Slytherin que utilizó el nombre de Austramaddux en la consola de juegos de Ralph? Debían de estar al tanto de la conspiración si utilizaron ese nombre, y si tienen conocimiento de la misma, están implicados en ella.
—Pero ¿quién? —preguntó Ralph—. Yo no vi quien la cogió. Simplemente desapareció. Además, el báculo de Merlín debe ser bastante difícil de esconder, ¿no? Si es tan grande como dijiste que era en tu visión, James, entonces la cosa debe tener como metro ochenta de altura. ¿Cómo escondes un cetro mágico lanzarayos, de metro ochenta de altura como ese?
James sacudió la cabeza.
—No tengo ni la menor idea. Aún así, de ti depende mantener los ojos abiertos, Ralph. Como dijo Ted, eres nuestro infiltrado.
Ralph se desplomó sobre la mesa. Zane se puso a hacer garabatos en un pedazo de pergamino.
—¿Y qué hay de la pregunta número uno? —dijo sin levantar la vista—. ¿Dónde está la Senda a la Encrucijada de los Mayores?
James y Ralph intercambiaron miradas inexpresivas.
—Otra vez la respuesta es: no tengo ni idea. Pero creo que hay una tercera pregunta en la que también tendríamos que pensar.
—Como si las dos primeras no fueran lo suficientemente difíciles —murmuró Ralph.
Zane levantó la vista, y James vio que había estado garabateando un dibujo de las verjas del Santuario Oculto.
—¿Cuál es la tercera pregunta?
—¿Por qué no lo han hecho aún? —susurró James—. ¿Si creen tener en su poder las tres reliquias, por qué no han ido a donde sea que esté la Senda a la Encrucijada de los Mayores para tratar de hacer regresar a Merlín de sus mil años de Aparición?
Ninguno de ellos tenía repuesta a eso, pero estuvieron de acuerdo en que era una pregunta importante. Zane dio la vuelta a su dibujo, revelando un borrón de notas garabateadas y diagramas de la clase de Aritmancia.
—Estoy buscando en la biblioteca de Ravenclaw, pero entre los deberes, las clases, el Quidditch, los debates y el Club de las Constelaciones, apenas si tengo dos minutos libres para codearme con vosotros.
Ralph dejó caer al pluma en la mesa y se reclinó hacia atrás, estirándose.
—Por cierto, ¿cómo va eso? Eres el único que tiene algún contacto con Madame Delacroix. ¿Cómo es ella?
—Como una momia gitana con pulso —respondió Zane—. Se supone que ella y Trelawney comparten el Club de las Constelaciones, al igual que la clase de Adivinación, pero han optado por dividirlo en vez de enseñarlo juntas. De todos modos, así funciona mucho mejor, ya que en cierta forma se neutralizan la una a la otra. Trelawney solo nos hace dibujar símbolos astrológicos y mirar los planetas a través del telescopio para «determinar el ánimo y lo modales de los hermanos planetarios» —James, que conocía a Sybil Trelawney como a una amiga lejana de la familia, sonrió ante la cariñosa impresión que tenía Zane de ella. Zane continuó—: En cambio Delacroix, nos tiene dividiendo cartas astrales y midiendo el color de la longitud de onda de la luz de las estrellas, trabajando en descubrir el momento exacto de algún gran evento astronómico.
—Oh, sí —recordó James—. La alineación de los planetas. Petra y Ted me hablaron de ello. Tienen Adivinación con ella. Parece que la reina vudú está realmente interesada en ese tipo de cosas.
—Es la anti-Trelawney eso seguro. Con ella todo es matemáticas y cálculo. Sabemos el día que ocurrirá, pero quiere que factoricemos el momento exacto hasta el último minuto. Puro trabajo para ocupar nuestro tiempo, si quieres mi opinión. Es un poco excéntrica con eso.
—Yo diría que es excéntrica en términos generales —declaró Ralph.
—Yo creo que podría ir tras nosotros —dijo James en voz baja—. A veces la veo mirándome.
Zane arqueó las cejas y se señaló los ojos.
—Por si no lo recuerdas, está ciega. No está mirando nada, compañero.
—Lo sé —dijo James, sin inmutarse—. Pero podría jurar que sabe algo. Creo que tiene otras formas de ver que no tienen nada que ver con los ojos.
—No nos pongamos histéricos —dijo Ralph rápidamente—. Esto ya es lo bastante enloquecedor por sí mismo. No puede saber nada. Si lo supiera, haría algo al respecto, ¿verdad? Así que olvidaos de ella.
Al día siguiente James y Ralph fueron a visitar a Hagrid en su cabaña, aparentemente para preguntarle por Grawp y Prechka. Hagrid estaba reconstruyendo la carreta que había destruido Prechka accidentalmente y se alegró de hacer una pausa. Los invitó a entrar y les sirvió té y galletas mientras se calentaban frente al fuego, Trife descansaba a sus pies y ocasionalmente le lamía la mano.
—Oh, para ellos son todo altibajos —dijo Hagrid, como si los pormenores del cortejo entre gigantes fueran un curioso misterio—. Durante las vacaciones pelearon un rato. Una riña de enamorados sobre el esqueleto de un alce. Grawpie quería la cabeza, pero Prechka quería hacer alhajas con los cuernos.
Ralph dejó de soplar el vapor que desprendía su té para decir:
—¿Quería hacer alhajas con los cuernos de un alce?
—Bueno, dije alhajas —dijo Hagrid, levantando las enormes palmas de sus manos—. Es un concepto un poco engañoso. Los gigantes usan el mismo término para alhajas y para armas. Supongo que cuando mides veinte pies de altura viene a ser la misma cosa. De todas formas, arreglaron ese asunto y ahora nuevamente vuelven a estar tan felices como podrían estarlo.
—¿Ella todavía sigue viviendo en las colinas al pie de la montaña, Hagrid? —preguntó James.
—Claro que sí. —Respondió Hagrid, con tono de reproche—. Es una muchacha honorable, nuestra Prechka. Y mientras tanto Grawp pasa la mayor parte de sus días tratando de hacer su cabaña. Se fabricó un buen lugar para situar el fogón y un cobertizo con varas de abedul. Esas cosas llevan tiempo. El amor de gigantes… bueno, es un asunto delicado, ya sabéis.
Ralph tosió un poco sobre su té.
—Eh, Hagrid —dijo James, cambiando de tema—. Tú has estado en Hogwarts durante mucho tiempo. Probablemente conozcas muchos secretos sobre el colegio y el castillo, ¿no es verdad?
Hagrid se acomodó en la silla.
—Bueno, seguro. Nadie conoce los terrenos tan bien como yo. Salvo quizás Argus Filch. Yo empecé como estudiante, mucho tiempo antes de que tu padre hubiera nacido.
James sabía que tenía que ser muy cuidadoso.
—Sí, eso fue lo que pensé. ¿Dime, Hagrid, si alguien tuviera algo realmente mágico que deseara esconder en algún lugar del castillo…?
Hagrid dejó de acariciar a Trife. Lentamente giró su gran cabeza peluda hacia James.
—¿Y qué tendría que ocultar un cachorro de primer año como tú, si puedo preguntar?
—Oh, yo no, Hagrid —dijo James a toda velocidad—. Otra persona. Solo siento curiosidad.
Los ojos negros como escarabajos de Hagrid centellearon.
—Ya veo. Y esa otra persona, me pregunto en qué andará metido entonces, escondiendo artefactos mágicos secretos, por aquí y por allá…
Ralph tomó un largo y deliberado trago de té. James miró por la ventana, evitando la mirada súbitamente penetrante de Hagrid.
—Oh, ya sabes, nada en particular. Solo me preguntaba…
—Ah —dijo Hagrid, sonriendo levemente y asintiendo—. Supongo, que tu padre y tus tíos Hermione y Ron te han contado muchas historias sobre el viejo Hagrid. Hagrid solía dejar escapar algunos detalles que probablemente se suponía que debía mantener en secreto. Y son historias ciertas. A veces puedo ser un poco torpe, olvidando lo que debo y lo que no debo decir. Seguro que recuerdas la historia de cierto perro llamado Fluffy, entre otras ¿verdad? —Hagrid estudió atentamente a James durante unos momentos, y luego lanzó un gran suspiro—. James, mi muchacho, soy bastante más viejo de lo que era por aquel entonces. Los viejos Cuidadores de los Terrenos no aprenden muchas cosas pero algo aprendemos. Además, tu padre me advirtió que tal vez podrías llegar a meterte en líos y me pidió que te mantuviera vigilado. Lo hizo en cuanto notó que tú, er…, habías tomado prestados la Capa de Invisibilidad y el Mapa del Merodeador, en ese mismo momento.
—¿Qué? —dijo James atónito, girándose tan rápido que casi tira el té.
Hagrid arqueó las pobladas cejas.
—Oh. Bueno. Ahí tienes. Supongo que no debería haberte dicho eso. —Frunció el ceño, pensativo, luego pareció descartarlo—. Ah, bueno, en realidad no me dijo que no lo mencionara.
—¿Lo sabe? ¿Ya? —farfulló James.
—James —rió Hagrid—, tu padre es el Jefe del Departamento de Aurores, por si lo has olvidado. Hablé de esto con él la semana pasada aquí mismo, frente al fuego. Lo que más curiosidad le produce es saber si lograste que el mapa funcionara, ya que gran parte del castillo fue reconstruido. Olvidó probarlo cuando estuvo aquí. Y bien, ¿has tenido suerte?
Con la aventura de conseguir la túnica de Merlín, James se había olvidado completamente del Mapa del Merodeador. Malhumorado, le dijo a Hagrid que aún no lo había probado.
—Probablemente sea lo mejor, ya sabes —respondió Hagrid—. Solo por el hecho de que tu padre sepa que lo robaste no quiere decir que esté contento por ello. Y por lo que pude entender, tu madre ni siquiera lo sabe todavía. Si tienes suerte, tampoco tendrá que enterarse, aunque, no puedo imaginar que tu padre le oculte ese tipo de secreto durante mucho tiempo. Es mejor que mantengas tu contrabando empacado en vez de esconderlo en alguna parte de los terrenos. Confía en mí, James. Ocultar objetos mágicos sospechosos en el colegio puede causar demasiados problemas como para que valga la pena.
En el camino de regreso al castillo, arropado para protegerse del viento frío, Ralph le preguntó a James:
—¿Qué quiso decir con eso de si lograste que el mapa funcionara? ¿Qué es lo que hace?
James le explicó a Ralph como funcionaba el Mapa del Merodeador, sintiéndose vagamente preocupado y molesto porque su padre ya supiera que se lo había llevado junto con la Capa de Invisibilidad. Sabía que tarde o temprano lo atraparían, pero había asumido que obtendría un Vociferador a cambio, en vez de una tomadura de pelo por parte de Hagrid.
Ralph mostró interés por el mapa.
—¿Realmente muestra a todas las personas que están en el castillo y el lugar dónde se encuentran? ¡Eso es tremendamente útil! ¿Cómo funciona?
—Debes decir una frase especial. Papá me la dijo hace mucho tiempo, pero en este momento no puedo recordarla. Lo probaremos alguna otra noche. Ahora no quiero pensar en ello.
Ralph asintió y dejó el tema.
Entraron al castillo por la puerta principal y se separaron en las escaleras que llevaban a los sótanos y a los alojamientos de Slytherin.
Se estaba haciendo tarde y James se encontró solo en los pasillos. Era una noche invernal nublada y sin estrellas. La oscuridad se apiñaba contra las ventanas y succionaba la luz de las antorchas que había en los corredores. James se estremeció, en parte de frío y en parte por una sensación de helado temor que parecía estar filtrándose en el pasillo, llenándolo como una espesa niebla que subía desde el suelo. Apretó el paso, preguntándose cómo podía ser que los pasillos estuvieran tan oscuros y vacíos. No era particularmente tarde, y aún así el aire te daba una sensación de helada quietud que te hacía sentir como si fuera de madrugada, o como si fuera el aire de una cripta sellada. Se dio cuenta de que había estado avanzando más de lo que el pasillo debiera haberle permitido. Seguramente ya debería haber llegado a la intersección en la que estaba la estatua de la bruja tuerta donde doblaría a la izquierda hacia la sala de recepción, que llevaba a las escaleras. James se detuvo y miró hacia atrás, al camino por el que había venido. El pasillo tenía el mismo aspecto de siempre, y sin embargo algo estaba mal. Parecía demasiado largo. Las sombras parecían estar mal colocadas, burlándose de sus ojos de alguna forma. Entonces notó que no había antorchas en las paredes. La luz colgaba del vacío, fantasmalmente, perdiendo su color desde el vacilante amarillo al trémulo plateado, desvaneciéndose mientras la observaba.
El miedo le recorrió la espalda, un frío helado e innegable. Se giró nuevamente hacia delante, con intención de echar a correr, pero cuando vio lo que tenía enfrente le fallaron los pies. El pasillo aún estaba allí, pero los pilares se habían convertido en troncos de árboles. Los rebordes de los techos abovedados se habían convertido en ramas y enredaderas, con nada tras ellas salvo el vasto rostro del cielo nocturno. Hasta el diseño del suelo de azulejos se fundió formando un entramado de raíces y hojas muertas. Y entonces, ante los ojos de James, la ilusión del pasillo del colegio se evaporó completamente, dejando solo el bosque. El viento frío pasó rápidamente a su lado, azotando su túnica y echándole el pelo hacia atrás apartándolo de sus sienes con dedos fantasmales. James reconoció el lugar donde se hallaba, aunque la última vez que había estado allí las hojas todavía estaban en los árboles y los grillos habían estado cantando a coro. Este era el bosque que rodeaba el lago, cerca de la isla del Santuario Oculto. Los árboles gemían, frotando sus desnudas ramas al compás del viento, y el sonido era como voces bajas gimiendo mientras dormían, envueltas en sueños febriles. Se dio cuenta de que había comenzado a caminar otra vez, dirigiéndose hacia el límite de los árboles, donde los junquillos crujían y se golpeaban entre sí al borde del lago. Una gran mole oscura se alzaba más allá, interrumpiendo la vista. Mientras se acercaba, aparentemente incapaz de detener su andar lento y pesado, salió la luna de entre un banco de densas nubes. A la luz de la luna la isla del Santuario Oculto quedó expuesta, y James contuvo el aliento en su pecho. La isla había crecido. La impresión de un edificio escondido era más fuerte que nunca. Era una monstruosidad gótica, cubierta de siniestras estatuas y sádicas gárgolas, todas nacidas de alguna forma de las enredaderas y los árboles de la isla. El puente de las fauces de dragón estaba frente a él, y James se obligó a sí mismo a detenerse allí antes de poner un pie sobre él. Recordaba los rechinantes dientes de madera que habían intentado devorarlos a Zane y a él. A la luz plateada de la luna, las puertas que estaban al otro extremo del puente resultaban bien visibles, así como las palabras del poema. Con la luz majestuosa de la hermosa Sulva encontré el Santuario Oculto. De repente las verjas temblaron y se abrieron de golpe, revelando una negrura parecida a la de una garganta. Una voz surgió de la oscuridad, clara y hermosa, pura como una campanilla resonante.
—Guardián de la reliquia —dijo la voz—. Tu deber ha sido satisfecho.
Mientras James permanecía allí observando la oscuridad tras la verja abierta, al otro lado del puente, se formó una luz. Se condensó, solidificó y asumió una forma. Era, reconoció, James, la forma suave y brillante de una dríada, una mujer de los bosques, un duende de los árboles. No obstante, no era la misma que había conocido antes. Aquella había brillado con una luz verde. La luz de ésta era celeste. Palpitaba tenuemente. El cabello flotaba alrededor de su cabeza como si estuviera sumergido en una corriente de agua. Tenía una tranquila, casi amorosa sonrisa en los labios y sus ojos enormes y líquidos chispeaba suavemente.
—Has cumplido tu parte —dijo la dríada, su voz tan soñada e hipnótica como lo había sido la de la otra dríada, sino más—. No tienes que cuidar de la reliquia. Esa no es tu carga. Tráenosla. Nosotras somos sus guardianas. Nuestra es la tarea, concedida desde el principio. Libérate de su carga. Tráenos la reliquia.
James bajó la vista y vio que, sin darse cuenta, había dado un paso adentrándose en el puente. Las fauces del dragón no se habían cerrado sobre él. Miró hacia arriba y vio que en realidad se habían levantado un poco, dándole la bienvenida. La unión de los árboles caídos que formaban la mandíbula crujió levemente.
—Tráenos la reliquia —volvió a decir la dríada, y levantó los brazos hacia James como si tuviera intención de darle la bienvenida con un abrazo. Sus brazos eran inhumanamente largos, casi parecía como si pudieran estirarse hacia él a través del puente. Sus uñas eran de un azul tan profundo que casi parecía violeta. Las tenía largas y sorprendentemente irregulares. James retrocedió un paso, saliendo del puente. Los ojos de la dríada cambiaron. Brillaron y se endurecieron.
—Tráenos la reliquia —dijo una vez más, y su voz también había cambiado. El tono melodioso había desaparecido—. No es tuya. Su poder es más grande que tú, más grande que todos vosotros. Tráela antes de que te destruya. La reliquia destruye a aquellos a quienes no necesita, y ya no te necesita a ti. Tráenosla antes que decida usar a alguien más. Tráenos la reliquia mientras aún puedas. —Sus largos brazos se extendieron a lo largo del puente y James estaba seguro que podría tocarlos si estiraba las manos. Retrocedió aún más, enganchándose el tobillo en una raíz y tropezando. Se volvió, haciendo girar los brazos como aspas de molino para conservar el equilibrio, y cayó contra algo ancho y duro. Presionó las manos contra ello y empujó, enderezándose. Era la piedra de un muro. Cinco metros más allá, una antorcha crepitó en su soporte. James miró a su alrededor. El pasillo de Hogwarts se extendía ante él, cálido y mundano, como si nunca se hubiera ido. Tal vez nunca lo hubiera hecho. Miró en dirección contraria. Allí estaba la intersección, con la estatua de la bruja tuerta. La sensación de temor había desaparecido, y sin embargo James tenía la certeza de que lo que había ocurrido no había sido solo una visión de algún tipo. Aún podía sentir el frío del viento nocturno en los pliegues de su túnica. Cuando miró hacia abajo, tenía un poco de lodo seco en la punta del zapato. Se estremeció, luego se recompuso y corrió el resto del camino hasta las escaleras, las cuales subió de dos en dos escalones hasta llegar a la sala común.
Lo único de lo que James estaba seguro era de que había algo que quería que entregara la túnica de Merlín. No estaba del todo seguro que eso fuera algo conveniente. Afortunadamente la túnica todavía estaba guardada en el maletín de Jackson que estaba dentro de su baúl. Después de la experiencia vivida al tocarla, James no tenía planeado volver a sacarla del baúl hasta que, llegado el momento, fuera a entregársela a su padre y al Departamento de Aurores. Todavía no había llegado el momento adecuado, pero ya llegaría. Pronto. De todas formas no estaba dispuesto a entregársela a ninguna entidad misteriosa, aunque se tratara de un duende de los árboles. Seguro de ello, James llegó a la sala común Gryffindor y se preparó para irse a la cama. De todas formas, mucho después de haberse metido bajo las mantas, aún le parecía seguir oyendo, en el viento que soplaba fuera de su ventana, la voz susurrada, implorando interminable y monótonamente: tráenos la reliquia… tráenos la reliquia mientras aún puedas… Le daba escalofríos, y cuando finalmente logró conciliar el sueño, soñó con esos ojos inolvidables y hermosos y esos largos, largos brazos de manos delgadas y uñas violetas e irregulares.
El viernes siguiente, en clase de Herbología, a James le divirtió observar que Neville Longbottom había sacado el melocotonero transfigurado de Ralph de la clase de Transformaciones, dónde resultaba un poco incómodo, y lo había colocado en uno de los invernaderos.
—¿Todo esto de un plátano? —dijo Neville a James después de clase, solicitando confirmación.
—Sí. Apuesto a que Ralph estaba más sorprendido que nadie. En realidad es un tipo asombroso, pero no creo que comprenda el alcance de su propio poder. Algunos de los otros Slytherins creen que proviene del linaje de una antigua y poderosa familia mágica. Podría ser, supongo, dado que nunca conoció a su madre.
—Esa es la clase de cosa que supondrían los Slytherins —dijo Neville con su franqueza habitual—. Los nacidos muggles pueden ser tan poderosos como cualquier otro nacido de una antigua familia de sangre pura. No obstante, algunos prejuicios nunca cambian.
James miró al árbol de melocotones, que se había hecho bastante grande a pesar de que sus raíces aún seguían enroscadas irremediablemente alrededor de una de las mesas del aula de Transformaciones. Sabía que Neville tenía razón, pero no podía evitar pensar en la expresión que había visto en el rostro de Ralph el día que había transformado el plátano. Ralph nunca lo había mencionado, pero James tenía la sensación de que le asustaba un poquito su propio poder.
Al día siguiente, el equipo de Quidditch de Gryffindor tenía programado un partido contra los Slytherin. James se sentó en las tribunas de Gryffindor con Zane y Sabrina Hildegard. Ralph, a fin de conservar los pocos amigos Slytherin que tenía, se sentó en las gradas cubiertas de verde que estaban al otro lado del campo. James entabló contacto visual con Ralph una vez y lo saludó. Ralph le devolvió el saludo, pero sigilosamente, asegurándose de que no le vieran sus compañeros de casa mayores.
Abajo, en el campo, los capitanes de equipo fueron hacia la línea central a encontrarse con Cabe Ridcully para oír las reglas y para el apretón de manos; una tradición a la que ya nadie prestaba mucha atención. James observó a Justin Kennely estrechar ceremonialmente la mano a Tabitha Corsica. Aún desde su posición elevada en lo alto de las gradas, James pudo apreciar la aduladora y atenta sonrisa que Tabitha lucía en el reconocidamente hermoso rostro. Luego ambos se giraron y caminaron en direcciones opuestas, regresando a sus lugares bajo las gradas, dejando a Ridcully solo con el baúl de Quidditch.
Zane masticaba alegremente una bolsa de palomitas que había llevado con él, habiendo convencido de alguna forma a los elfos domésticos de la cocina para que se las prepararan.
—Este debería ser un excelente partido —observó, mirando a la entusiasta multitud.
—Gryffindor contra Slytherin siempre arrastra multitudes —dijo Sabrina, alzando la voz para hacerse oír sobre el ruido—. En la época de mi madre, todo el mundo odiaba a Slytherin porque jugaban sucio. En aquella época el capitán del equipo era un tipo llamado Miles Bletchley, y jugó con los Truenos Atronadores durante un par de años, hasta que le echaron de la liga por usar una escoba trucada.
—¿Una qué? —Interrumpió Zane—. ¿Cómo trucas una escoba?
—Es una forma de hacer trampa en la que se taladra un agujero en el centro de la escoba y se le enhebra algo mágico, como la costilla de un dragón o el colmillo de un basilisco. Básicamente convierte a toda la escoba en una varita mágica. La usaba para lanzar hechizos de desvío y hechizos expeliarmus modificados, que hacían que el equipo contrario dejara caer la quaffle. Realmente era un tramposo retorcido —explicó James.
Mientras hablaba, el equipo Slytherin salió y fue recibido por los vítores de su tribuna. Damien, sentado en la cabina de transmisión con su varita sobre la garganta, anunció al equipo, y su voz resonó en el fresco aire de enero.
—Bueno —gritó Zane por encima de los vítores—, parece ser que ya nadie odia a los Slytherin.
Eso seguro, se oían aplausos aislados provenientes del resto de las tribunas. Solo las gradas de Gryffindor abucheaban y silbaban. James se encogió de hombros.
—No parecen jugar tan sucio como solían hacerlo. Pero aún son un equipo inusualmente fuerte. Hay algo un poco marrullero en ellos, solo que no es tan obvio como solía serlo.
—Yo diría lo mismo —estuvo de acuerdo Zane—. Cuando jugamos contra Slytherin antes de las vacaciones fue el partido más limpio que se jugó en todo el año. Ridcully apenas si les señaló una sola falta. Y aún así había algo un poco demasiado mañoso en ellos. O es el grupo más afortunado de canallas que se haya subido jamás a una escoba o han hecho un pacto con el mismo diablo.
James rechinó los dientes.
Al otro lado del campo, Horace Slughorn, con las mejillas sonrosadas y envuelto en una capa con cuello de piel y un sombrero a juego, ondeaba una pequeña bandera de Slytherin adherida a una varilla y animaba a gritos al equipo de su Casa. Ralph, sentado dos filas más abajo, aplaudía respetuosamente. James sabía que Ralph no era muy fanático del Quidditch, a pesar de la casi estudiada atención que prestaba a los partidos, y suponía que por eso Ralph no podía elegir un equipo al que serle fiel. Sus amigos, incluido Rufus Burton, vitoreaban y gritaban frenéticamente.
El equipo de Gryffindor fue el siguiente en salir al campo, emergiendo del vestuario que estaba bajo su tribuna, y los espectadores alrededor de James entraron en erupción, poniéndose en pie de un salto como si fueran una sola persona. James gritó junto a ellos, sonriendo extasiado y convencido de que Gryffindor ganaría. Cuando el equipo dio la vuelta al campo saludando y sonriendo, zapateó y gritó hasta quedarse ronco.
Los equipos volaron a tomar sus posiciones. Después de decirles que jugaran un partido limpio y de asegurarse de que todo el mundo estuviera en posición, Ridcully soltó las bludgers y la snitch y tiró la quaffle al aire. Noah y Tom Squallus, los dos buscadores, salieron velozmente tras la snitch, que había salido disparada rodeando los estandartes de Ravenclaw para luego desaparecer.
Casi inmediatamente, la diferencia entre los equipos se hizo evidente. Gryffindor libraba un partido de libro de texto, basado enteramente en movimientos cuidadosamente practicados. Se podía oír a Justin Kennely gritando juegos y formaciones sobre los vítores de la multitud, apuntando y haciendo señas. Por otra parte los Slytherin, parecían tener un estilo de juego grácil, casi misterioso, que lo llevaba a moverse por el campo como un banco de peces. Tabitha Corsica no gritaba instrucciones desde su escoba, y de todas forma sus jugadores se desplegaban y reagrupaban con precisión de bailarines. Durante un momento, mientras estaba en posesión de la quaffle, Tabitha se agachó para evitar una bludger y simultáneamente la lanzó por encima del hombro. La pelota formó un arco a en el aire y fue ágilmente atrapada por un compañero de equipo que había estado volando directamente debajo de ella en una trayectoria perpendicular. El compañero de equipo solapadamente hizo pasar la quaffle a través del arco central antes de que el portero de Gryffindor llegara a percatarse de que Tabitha ya no la tenía. James gimió mientras los Slytherin se ponían de pie y festejaban. Justin Kennely tenía pinta de querer saltar una y otra vez sobre la escoba para desahogar la frustración. De todas formas, después de transcurrida una hora de partido, el marcador era de ciento treinta contra ciento cuarenta a favor de Gryffindor; lo suficientemente cercanos el uno del otro como para que la ventaja ya hubiera cambiado cinco veces de bando.
—En un partido así todo depende de los buscadores —gritó Sabrina exultante, sin apartar la vista de los jugadores—. Y Squallus es nuevo en esa posición ya que Gnoffton terminó el año pasado. Noah tendría que ser capaz de atraparlo contra la pared con su propia escoba.
Efectivamente, un súbito rugido se elevó desde la multitud y James vio a Noah persiguiendo la snitch. Al otro lado del campo, Tom Squallus estaba doblado sobre la escoba, desnudando los dientes contra el aire helado apresurándose para interceptar a Noah. Se lanzó a toda velocidad entre los jugadores, apenas evitando una bludger golpeada violentamente por Justin Kennely. A pesar de su velocidad, James estaba seguro de que no había forma que Squallus ganara a Noah en su carrera hacia el premio. Una línea dorada y un aleteo de diminutas alas zumbaron frente a la tribuna de Gryffindor, seguida un segundo después por Noah. Los que estaban en las primeras filas se agacharon, luego saltaron sobre sus pies vitoreando a Noah mientras éste hacía una fuerte entrada apenas esquivando la tribuna y estirándose hacia delante sobre su escoba, con el brazo extendido. Hubo un largo momento en el que todo el mundo contuvo el aliento cuando pareció que Noah era remolcado por la diminuta bola dorada, la distancia disminuía cada vez más, la mano de Noah temblaba de tanto que se estiraba. Luego, con un torbellino de capas y escobas, algo cambió. Noah se vio forzado a erguirse súbitamente sobre su escoba, para detenerse con un brusco giro que destrozó su control. Una nube de Slytherins, guiados por Tabitha Corsica, se había deslizado frente a él provenientes de todas las direcciones, entretejiendo una pared virtual en medio del aire. Noah chocó con un corpulento Slytherin y rebotó, perdiendo el asidero de su escoba. Se cayó de costado, quedando agarrado de una mano y colgando por debajo de la escoba. La multitud rugió.
Tabitha Corsica se lanzó disparada a través de la pared de Slytherins, que se abrió para ella como un lirio. Con la capa batiéndose tras ella, James quedó atónito al ver la snitch volando detrás, en las sombras de su capa. Se dirigió hacia arriba y Tabitha la siguió casi instantáneamente, muy inclinada sobre su escoba. De alguna forma, sin siquiera mirar, estaba ensombreciendo la snitch, marcándola para Tom Squallus. Él la vio, se lanzó en picado, y se abalanzó hacia ella pasando a su lado. Cuando salió al otro lado tenía la mano levantada y la snitch brillaba dentro de ella. Las tribunas de Slytherin vitorearon estruendosamente. El partido había terminado.
Noah se balanceaba bajo la escoba, y enganchó un pie sobre ella. Luchó hasta conseguir ponerse derecho, lográndolo en el momento en que Ted y Justin Kennely se precipitaban hacia él, hablando y gesticulando. James entendía el sentido de lo que le estaban diciendo aunque no pudiera escuchar las palabras debido a los vítores y los abucheos. Algo extremadamente raro había ocurrido, a pesar de que los Slytherin no hubieran cometido ni una falta. En el césped del campo, Petra Morganstern, que jugaba de cazadora, había acorralado a Cabe Ridcully y estaba señalando animadamente a Tabitha Corsica que aún estaba sobre su escoba, siendo felicitada por sus compañeros de equipo junto a Tom Squallus. Ridcully sacudió la cabeza, incapaz o renuente a reconocer los alegatos de Petra. No parecía haber ningún recurso para los Gryffindor, dado que no podían probar que algo ilegal hubiera ocurrido.
—¿Qué, en nombre del trasero blanco y fofo de Voldy, ha sido eso? —reclamó Damien Damascus que había abandonado la cabina de transmisión y se había unido a James, Zane y Sabrina.
Sabrina sacudió la cabeza.
—Ha sido sencillamente espantoso. ¿Viste lo que yo? ¡Corsica encerró a la snitch! No la tocó, pero voló junto a ella, marcándola hasta que Squallus pudo poner su escoba a tiro.
—¿No existen reglas contra eso? —preguntó Zane mientras se unían a la multitud que abandonaba las gradas.
—No tiene sentido hacer reglas contra cosas que son imposibles —dijo Damien de mal humor—. En tanto no la haya tocado, está a salvo. Ni siquiera estaba mirando a la snitch. Podría jurarlo.
Ralph estaba cruzando el campo al trote cuando James y Zane pisoteaban los últimos escalones. Jadeando, los apartó de Sabrina y Damien cuyo estado de ánimo estaba empeorando.
—¿Visteis eso? —preguntó Ralph, luchando por recobrar el aliento. Parecía extremadamente agitado.
—Vimos algo —dijo James—, aunque no estoy seguro de si confiar en mis propios ojos.
Zane fue menos diplomático:
—Los Gryffindor creen que tus compañeros hicieron trampa de alguna manera. Esto también va a afectar a las finales. Ahora parece que Ravenclaw jugará la final contra Slytherin. Yo esperaba que fuera entre Gryffindor y Ravenclaw.
—¿Podéis olvidaros del maldito Campeonato de Quidditch durante un minuto? —dijo Ralph girándose para enfrentarlos a ambos al pie de las gradas—. Por si ya lo habéis olvidado, tenemos cosas más importantes en las que pensar.
—Está bien, entonces escúpelo, Ralph —dijo James intentando no mostrarse irritado.
Ralph tomó un profundo aliento.
—Me dijiste que era tu infiltrado ¿verdad? Así que he estado observándolo todo detenidamente buscando indicios y pistas sobre quien puede estar involucrado en toda esta conspiración de Merlín, ¿correcto?
—¿Y crees que este es el momento adecuado para discutir eso? —preguntó Zane, arqueando las cejas.
—No, no, está bien —intervino James—. ¿Qué viste, Ralph? ¿Ha ocurrido algo en la Central Slytherin?
—¡No! —dijo Ralph con impaciencia—. No en la sala común ni nada por el estilo. ¡Justo aquí, hace unos pocos minutos! ¿Recordáis lo que se supone que estamos buscando?
—Sí —dijo Zane, mostrando interés—. El báculo de Merlín.
Ralph asintió significativamente. En las proximidades se oyó un vitoreo. Los tres chicos se giraron en el momento en que los Slytherin abandonaban el campo, rodeados por una multitud de estudiantes que llevaban bufandas verdes. Tabitha caminaba al frente del grupo, sosteniendo la escoba triunfalmente sobre el hombro.
—Metro ochenta o más de madera inusualmente mágica —dijo Ralph en voz baja, aún observando a Tabitha salir del campo de juego—. Orígenes desconocidos.
—¡Es cierto! —respondió James, cuando se le hizo la luz—. ¡Tabitha dijo que su escoba era un modelo por encargo, fabricada por un artista muggle o algo así! ¡La registró como artefacto muggle, dado que no era un modelo estándar!
—Y no cabe ninguna duda de que hay algo decidida e inusualmente mágico en ella —añadió Ralph. James asintió.
—¿Estáis diciendo lo que creo que estáis diciendo? —preguntó Zane incrédulo.
Ralph le devolvió la mirada.
—Tiene sentido, ¿no? ¡Es el escondite perfecto! Por eso vine corriendo en cuanto terminó el partido. Quería que ambos lo vierais también, para ver si encajaba.
Zane silbó asombrado.
—¡Hablando de escobas trucadas! Ahí tienes, todo este tiempo Corsica ha estado volando por ahí en el mismísimo báculo de Merlín.
Mientras Tabitha subía la colina encaminándose hacia el castillo James no podía quitarle la vista de encima. El sol invernal brillaba sobre la hirsuta cola de la escoba. Era ciertamente el disfraz perfecto para una madera sumamente mágica de metro ochenta de largo. Y ahora estaban seguros de quien era el tercer conspirador en el complot de Merlín, el Slytherin que respondía al nombre de Austramaddux. A James le palpitaba el corazón con una sensación de excitación y anticipación.
—¿Entonces —dijo mientras los tres comenzaban a seguir a los Slytherins a una distancia prudencial, dirigiéndose de regreso al castillo—, cómo vamos a quitarle el báculo de Merlín a Tabitha Corsica?